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Una ida y vuelta en nuestras vidas por TheCollector

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Notas del capitulo:

Capitulo Re-Editado para su mejoria. Gracias a todos los que comentaron el capitulo anterior y me dieron sus valiosas sugerencias; a todos trate de tomarlos en cuenta.


Aclaracion: Los personajes no me pertenecen son de exclusiva autoria de Masashi Kishimoto, yo solo los usos para animar este relato.


TheCollector

Cuando Sasuke llegó a la casa, Shizune y los niños salían por la puerta de atrás. La comadrona se llevaba a los pequeños consigo a hacer su ronda y había esperado a que volviera el médico para no dejar solo a Naruto. Todo parecía ir bien y Sasuke agradecía profundamente a Shizune que se llevara a los niños mientras pasaba consulta. Su enfermera-recepcionista se había casado y mudado a la Aldea de la Arena un mes atrás y todavía no la había sustituido.

 

Se sirvió una taza de café y se dirigió al grupo de cuatro habitaciones interconectadas que formaban su consulta. La casa hacía esquina y se encontraba a tres manzanas del centro del pueblo. En los años veinte, con el salón de atrás y el porche de verano habían hecho una consulta y una sala de espera con entrada propia. Más tarde, alguien había tenido la brillante idea de construir el sendero techado que unía la consulta original con el garaje separado, que desde entonces servía como segunda sala para examinar pacientes y cuarto de archivo. El arreglo no tenía mucho sentido desde el punto de vista arquitectónico, pero servía a los propósitos de Sasuke. Y eso era lo que importaba. Se asomó a la sala de espera de camino al cuarto de Naruto y comprobó que todavía no había nadie. La puerta del dormitorio se hallaba entornada. Sasuke la abrió con el hombro y vio que Naruto dormía. Su intención era dejar las maletas y volver a salir, pero una de las maletas no se sostuvo bien de pie y cayó de golpe al suelo de madera. Naruto se movió en la cama y abrió los ojos confuso. La estancia olía a sol y ropa limpia, y al dulce olor de un bebé recién nacido.

 

—Un problema de este hotel —gruñó Sasuke— es el mal servicio de habitaciones que tiene.

 

Naruto sonrió perezosamente. El reflejo del sol que llegaba de la ventana hacía más brillantes  su cabello dorado.  Sasuke sintió la garganta seca.

 

—Eso no es cierto —musitó el rubio. Se incorporó. Llevaba una camisa azul de él de franela y su pelo limpio suave lo hacía parecer más joven que nunca. Bostezó y señaló las maletas—. Gracias.

 

—De nada. Siento haberte despertado. Los ojos de él parecían ahora de un color azul ahumado, reflejo de la camisa, sin duda.

 

—No importa. Sasuke carraspeó.

 

— ¿Cómo te encuentras?

 

—Me abrieron en dos. Aparte de eso, no muy mal.

 

— ¿La hemorragia es normal?

 

—A mí me parece que sí, y a Shizune también. Tengo algunos calambres, pero era de esperar.

 

— ¿Quieres un analgésico?

 

El rubio negó con la cabeza.

 

—No tienes por qué ser duro, ¿sabes?

 

Naruto sonrió.

 

—Sí tengo.

 

Sasuke no supo qué decir, así que se acercó a la cuna y miró el rostro rojo de Arashi.

 

—Cuanto más la miras, más gusta, ¿verdad? Naruto se echó a reír.

 

—Le pasa como a su papi.

 

—Tú no tienes el rostro rojo y arrugado.

 

—No, supongo que no, pero tampoco soy una belleza como Kushina. Creo que tendrá que quitarse a los chicos de encima desde los diez años. Arashi empezó a moverse y Sasuke la sacó de la cuna.

 

—No te subestimes —comentó—. Nunca nos vemos a nosotros mismos como nos ven los demás.

 

Naruto tomó a su hija en los brazos. El pelo que le llegaba sobre los hombros estaba brillante y Sasuke se vio envuelto en su olor, una mezcla de champú, su camisa limpia y... el. El olor que hacía que Arashi pudiera distinguir a su papi entre cientos de otros él también lo captaba. El joven  desabrochó dos botones y guió a la niña hasta su pezon, oscurecido y redondo. Sasuke se obligó a mirarle la cara, molesto consigo mismo por su reacción, tan poco profesional. Se retiró al extremo de la cama.

 

—De hecho —dijo—. Mi hermano ha comentado que eres muy guapo. Naruto levantó la cabeza.

 

—¿Su hermano?

 

—Itachi. Es el dueño del Akatsuki.

 

Siguió un silencio.

 

—¿En ustedes la amabilidad es cosa de familia? dijo ironico. Sasuke medio sonrió.

 

—No especialmente. Lo que quería decir es que ninguno somos precisamente aduladores. Bueno, quizá Obito sí, pero...

 

— ¿Cuántos son? —sonrió él.

 

—Tres. Itachi, que es año y medio mayor que yo, yo y Obito, el bebé.

 

— ¿El bebé?

 

—Bueno, es ocho años más joven que yo.

 

—Y seguro que es mayor que yo, ¿verdad?

 

—Sí, supongo que sí.

 

— ¿Y sus padres?

 

—Están los dos muertos.

 

— ¡Oh! —el rubio se ruborizó—. Lo siento.

 

—Eran ya mayores cuando nos tuvieron a Itachi y a mí. Cuando nació Obito, mamá ya tenía cuarenta y cinco años.

 

— ¡Dios! —exclamó el rubio—. ¿Y Obito también vive aquí?

 

Sí. Cría caballos. Se quedó con la granja de la familia. Era de los tres, pero nos está comprando nuestra parte a Itachi y a mí.

 

Naruto se colocó a la niña en el hombro para que eructara. Miró luego a su alrededor y una sombra cruzó por su rostro. Sasuke siguió su mirada hasta el papel pintado viejo y los muebles que no se había molestado en cambiar porque su intención había sido dejar mano libre a prometida con la decoración cuando se casaran y después ya no le había parecido que valiera la pena molestarse.

 

—Como ya he dicho, este hotel tiene algunas carencias —comentó.

 

Naruto lo miró con una sonrisa.

 

— ¿Cómo acabó con una casa tan grande?

 

Heredé la casa y la consulta del médico que vivía y trabajaba aquí antes —se encogió de hombros—. Y supongo que me conformo con que la casa no se caiga a pedazos.

 

—Muy propio de un hombre —el miró a la niña, que ahora estaba acurrucada en su pecho—. Pero hay buenas vibraciones aquí, ¿sabe?

 

Sasuke miró su reloj y acercó la silla del escritorio a la cama. Naruto lo miró con curiosidad.

 

—Soy un buen oyente —dijo él.

 

Naruto miró a Arashi, que se había quedado dormida en su pecho. La tentación de contar sus preocupaciones y aliviar así la tensión era abrumadora. Sabía también que una vez que empezara sería difícil parar. Pero no quería que se compadeciera de él y sabía que lo haría si le contaba su historia. Se colocó en una posición más cómoda y puso a la niña al lado de su muslo para poder verla dormir. Así no tendría que mirar más de lo imprescindible aquellos ojos negros, donde sabía que vería cosas que no deseaba ver, como compasión o... juicios.

 

Pasó deprisa por la primera parte de su vida, cuando su madre, una chica joven, lo dejó al cuidado del regente en el País del Remolino cuando tenía tres años; su procesión por casas de acogida terminó a los doce años con Minato y Kushina Namikaze, quienes habían sido lo más próximo a unos padres que había tenido nunca. Contó más detalladamente cómo, contra los deseos de sus padres adoptivos, se había enamorado a los diecisiete años de Yahiko Uzumaki, huérfano también, y cómo él, que entonces sólo tenía también dieciocho, le había hecho creer que con él tendría lo que más deseaba en la vida: una familia y un hogar propios. Tenía además sueños de triunfar, de ganar mucho dinero, y el rubio empezó a creer en sus deseos en parte porque era la primera persona que conocía que tenía sueños y éstos resultaban mucho más atractivos que la determinación y el trabajo duro. Aunque mantenía la vista apartada, le contó todo aquello al doctor sin vergüenza por su parte, porque, aunque podía admitir la estupidez de la juventud, no sentía vergüenza por haber sido joven y haber tenido sueños, aunque los sueños de su juventud hubieran sido estúpidos.

 

—Excepto que en algún momento... —emitió un sonido que era mitad suspiro mitad carcajada—. Bueno, al fin me di cuenta de que Yahiko no se sentía inclinado a trabajar por ninguno de sus sueños. Simplemente esperaba que ocurrieran solos. Pero pase lo que pase, no hay nada en el mundo que pueda hacerme renunciar a mis hijos como renunció mi madre a mí.

 

El silencio del médico lo impulsó a mirarlo. Se sentaba a horcajadas en la silla con los brazos en el respaldo y la barbilla en las manos escuchándolo con atención.

 

— ¿Aunque implicara seguir casado con un maltratador?

 

—Sé lo que parece, pero no siempre fue así. La primera vez que me quedé embarazado, Yahiko era el hombre más feliz del mundo. Y cuando las cosas iban mal, nunca era mezquino con Menma ni conmigo. Fue cuando me quedé embarazado de Kushina cuando...

 

Los recuerdos dolían más de lo que había creído; pero si ya había llegado hasta allí, valía la pena terminar.

 

—El modo que tenía Yahiko de lidiar con los problemas era huir de ellos. Y al final lo hacía más y más —suspiró—. A veces desaparecía horas, otras veces días enteros.

 

— ¿Y eso no te molestaba?

 

—Claro que sí, pero siempre volvía arrepentido y siempre traía algún dinero. Además, yo había aprendido a no preguntarle de dónde lo sacaba y siempre quería creer que todo iría mejor a partir de entonces. — Sus ojos se oscurecieron. Guardó silencio un momento.

 

—Supongo que pensaba que dependía de mí que el matrimonio sobreviviera, aunque ahora ya no lo veo así.

 

— ¿Y qué ocurrió? —preguntó Sasuke.

 

—Me quedé embarazado por tercera vez. Sé que parece irresponsable, pero no podía tolerar la píldora y Yahiko odiaba usar condones. En la clínica me dieron el parche, pero Yahiko se presentó una noche de repente y puede que no me lo pusiera bien, no sé... —tomó las manitas de la niña y sonrió al ver que se cerraban automáticamente en torno a su dedo—. Quería que abortara y yo le dije que no — tragó saliva—. No se lo tomó muy bien.

 

— ¿Te pegó?

 

Naruto asintió con la cabeza. Miraba fijamente a la niña e intentaba bloquear el recuerdo del rostro angustiado de Yahiko después de aquello.

 

—Amenacé con dejarlo allí mismo, pero él se echó a llorar y me dijo que lo sentía mucho y que no volvería a ocurrir. Era la primera vez que lo veía llorar y... llevábamos ya cuatro años casados y era el único hombre al que había querido. Además, todo el mundo se equivoca alguna vez, ¿no?

 

Hubo otro silencio. Naruto miró a los ojos del médico y vio que no la comprendía.

 

—Tenía que darle otra oportunidad, ¿no lo entiende? Tenía dos hijos pequeños y otro en camino. Y por un tiempo todo fue mejor. Encontró un trabajo, se quedaba con nosotros... hasta que llegó uno de sus amigos con una oferta de «algo seguro». Intenté disuadirlo, pero... Y por supuesto ese «algo seguro» no salió, y Yahiko se deprimió más que nunca. Tenía todavía su trabajo, pero era descargando mercancías y... no sé, creo que sencillamente se rindió. — Para entonces hablaba ya más para sí mismo que para Sasuke.

 

—No sabía qué hacer, ya no hablaba conmigo. Un día estaba en casa sin trabajar y dejé a los niños con él para ir a la tienda y cuando... Apretó los labios y sus ojos se llenaron de lágrimas.

 

— ¿Naruto?

 

El rubio respiró hondo y siguió hablando con voz temblorosa.

 

—Cuando volví a casa, Kushina estaba escondida detrás del sofá llorando con fuerza. Yahiko estaba en el cuarto de los niños con Menma, que gritaba y gritaba... —cerró los ojos con fuerza—. Yahiko tenía todavía el cinturón en la mano. Cuando abrió los ojos, se encontró con los del médico, llenos de furia. Bajó la vista hacia la niña.

 

—No sé cómo no aborté ese día, porque me puse a gritarle a Yahiko como un loco, le dije que saliera de mi casa y no volviera nunca, que si volvía a hacer daño a mis hijos lo mataría. No sabía que... —Movió la cabeza, incrédulo todavía a pesar del tiempo transcurrido.

 

—Se llevó el auto y fue a un bar donde no había estado nunca; se emborrachó y se metió en una pelea. El otro le devolvió el golpe y Yahiko se golpeó la cabeza en el borde de una mesa al caer. Según todo el mundo, no tendría que haber muerto por eso, pero...

 

Guardó silencio. Sasuke se levantó después de un momento y se acercó a la cama. Miró un momento a la niña antes de hablar.

 

—Y ahora te culpas de su muerte.

 

Naruto  pensó un momento en ello.

 

—No tanto como antes. Yo le dije que se fuera, sí, pero no que se emborrachara ni que se peleara. Y no fui yo el que le pegó a Menma. —El timbre de la puerta lateral los sobresaltó a los dos.

 

—Ésa debe de ser mi primera víctima — dijo Sasuke—. La consulta está en el cuarto de lado, así que si necesitas algo, sólo tienes que golpear la pared.

 

—Estaré bien —sonrió el joven—. Váyase.

 

Sasuke tocó la cabeza de la niña con dos dedos y salió de la estancia.

 

—Hola, Teuchi —Sasuke se acercó con una sonrisa al anciano sentado en la sala de espera, sonrisa que dedicó a continuación a Ayame, la hija de Teuchi, que estaba sentada a su lado y agarraba con firmeza el bolso de piel negro que tenía en las rodillas. El viejo iba a una revisión porque había tenido un brote de neumonía unas semanas atrás—. Adelante. ¿Cómo te encuentras? —Pasó con ellos a la consulta y procedió a examinar concienzudamente al anciano.

 

Cuando se quedó solo, se tomó un momento antes de llamar al próximo paciente. Se sentó en la silla detrás del escritorio y apoyó la mejilla en la mano. Por supuesto, no era la primera vez que oía una historia como la de Naruto o era testigo de los efectos de la ignorancia y el abuso sobre la mente y el cuerpo. Y antes de animarlo a hablar sabía ya que se metía en aguas peligrosas. Pero no había sido la historia en sí lo que más lo había alterado, sino el modo de contarla. La voz firme del rubio y el modo en que lo miraba, como desafiándolo a juzgarlo. No sabía por qué sentía algo parecido a admiración por el chico que no se disculpaba por querer a un hombre que lo había dejado con tres niños y sin nada, pero así era. Había entregado aquel amor libre y altruistamente, el amor ilógico e irresistible de la juventud. Y ahora, cuando ese amor lo había dejado en un buen brete, su orgullo se resentía de tener que pedir ayuda a desconocidos.

 

Como un niño testarudo. Un niño testarudo y valiente con alma de guerrero, un guerrero que merecía mucho más de lo que la vida le había dado hasta el momento. Un guerrero que merecía un hombre que pudiera colocarlo por encima de todo. Que pudiera ofrecerle algo más que sueños. Una llamada en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Fue a abrir y se encontró con la sonrisa de Ten-Ten Lee, una de sus pacientes en estado.

 

—No quiero molestarlo, doctor, pero Teuchi  ha salido hace rato y...

 

—Sí, sí, perdona — Sasuke se hizo a un lado para dejarla pasar, decidido a apartar de su mente todo lo que no tuviera que ver con su trabajo.

 

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Una ventana pequeña encima de la bañera dejaba pasar luz suficiente para que Naruto viera su imagen en el armario de las medicinas de encima del lavabo. Se lavó los dientes y se miró con atención. ¿Podía alguien considerarlo atractivo? El sólo veía una piel canela y un pelo rubio, una boca que era poco más que una ranura en su rostro, una nariz algo respingona, ojos demasiado separados. Y su cuerpo no sabía lo que era una curva. Y no, no se menospreciaba ni sentía lástima de sí mismo. Aquello eran hechos. Suspiró y volvió a la cama. Oh, bueno... al menos tenía todavía un ego al que le gustaba saber que un hombre podía considerarlo guapo. Y como en su vida no había tantas cosas buenas, no estaba de más que disfrutara con aquélla, aunque lo hubiera recibido de segunda mano, como su ropa, y a través de alguien que no lo veía para nada como un doncel atractivo. Bostezó. Después de todo, seguramente era mejor así.

 

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El último paciente del día se marchó media hora antes de que Sasuke empezara a oír el ruido de voces y pasos que señalaba el regreso de Shizune y los niños. Entraron como una tromba en la consulta. Los niños llevaban abrigos nuevos, azul marino el de Menma, rosa brillante el de Kushina.

 

— ¡Mire lo que nos ha comprado Shizune nee-san, doctor Sasuke! —Sonrió Menma—. Tiene montones de bolsillos.

 

Sasuke, sentado frente a su escritorio, se quitó las gafas para mirar al niño, que terminaba un helado de fresa, y a Kushina, que, tomada de la mano de Shizune, le dedicaba una sonrisa cubierta de chocolate.

 

—Estoy guapa —dijo.

 

—Claro que sí —sonrió el médico. Hizo señas a Menma de que se acercara y le limpió la cara con un pañuelo de papel—. ¿Se puede saber dónde has metido a estos niños, Shizune? —La mujer no se había molestado en quitarse el poncho, prueba inequívoca de que no pensaba quedarse.

 

—La chica de Hayate Gekkō va a tener otro hijo y tienen cachorros de labrador en la casa, ¿los has visto ya? Son cinco.

 

— ¿Puedo enseñarle mi abrigo a papi? — preguntó Menma.

 

—Tu papi y Arashi están durmiendo —repuso Sasuke—, pero hay juguetes en la sala de espera. ¿Por qué no construyes algo que puedas enseñarle luego a tu papi? —Cuando salieron los niños, Sasuke miró a la comadrona, que se ruborizó.

 

—Quería comprárselos —dijo—. Además, estaban a mitad de precio. Son de los del año pasado. Sasuke movió la cabeza.

 

—Me parece que alguien necesita ser abuela.

 

Shizune suspiró. Su hija Ton-Ton, a la que había criado sola, se había ido de Konoha para asistir a la academia de suna, trabajaba ahora como defensora en la oficina del Kazekage en la aldea de la arena y parecía decidida, no sólo a no volver a Konoha, sino también a no dar nietos a su madre.

 

—Creo que de eso ya he desistido. Estoy orgullosa de mi hija, pero juro que, si me dice una vez más que una carrera es mucho más interesante que criar a un niño, le voy a retorcer el cuello.

 

Sasuke se echó a reír.

 

— ¿Qué vas a hacer con tus invitados? — preguntó la mujer.

 

—Todavía no lo sé —repuso el médico—. Aunque algo me dice que tú sí.

 

—Conociéndote, eres capaz de poner a los niños en sacos de dormir en el cuarto de Naruto y la niña.

 

Sasuke frunció el ceño.

 

— ¿Qué tiene eso de malo?

 

—A veces me pregunto cómo pudieron pensar que eras lo bastante listo para darte esa beca —resopló Shizune —. ¿Cómo vas a cuidar del padre y la niña si ellos duermen aquí y tú estás arriba? Además, esos dos necesitan espacio propio y tú tienes dos dormitorios interconectados arriba que serían perfectos para...

 

— ¡Por todos los Dioses, Shizune! Respira, ¿quieres? —Sasuken la miró con algo que se parecía mucho a miedo oprimiéndole el pecho. ¿Pero de qué tenía miedo? Cierto que hacía mucho que no tenía compañía, pero eso no podía ser tan desagradable. ¿O sí?

 

—Voy a hacer las camas — Shizune se quitó el poncho y retrocedió hacia la puerta—. Tienes sábanas limpias, ¿verdad?

 

—En el armario al final del pasillo. ¡Eh, no soy ningún vagabundo!

 

—Pues lo pareces.

 

Sasuke suspiró y sintió que alguien lo miraba. Se volvió con el ceño fruncido.

 

— ¿Estás enfadado? —preguntó Kushina.

 

Sasuke sintió que algo se le removía por dentro. Colocó a la niña sobre la cadera, como hacía con los niños de tres años que acudían a su consulta. La diferencia era que aquélla no se iría a casa cinco minutos después.

 

—No, pequeña, no estoy enfadado.

 

Los ojos azules de ella lo observaron un momento. Luego Kushina le echó los brazos al cuello. Y Sasuke empezó a darse cuenta de que estaba en apuros.

 

 

Continuara...

Notas finales:

Gracias por comentar.


TheCollector


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