Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Fue una mañana en su despacho mientras ultimábamos una presentación de servicios para una cliente de nuestra lista de targeting. Yo andaba un poco turbado porque por mucho que Sehun y yo hubiéramos reactivado parcialmente nuestra vida sexual..., el episodio del despacho me venía a la cabeza cada vez que ponía un pie dentro. Turbado, bonito eufemismo; lo que estaba era cachondo. Mi cuerpo estaba hambriento.

 

La empresa cliente que íbamos a visitar después de comer era un negocio de seguridad informática que había pasado de ser una empresita entre colegas a hacerse con toda la cuota de mercado en Corea. Estaban ganando muchísimo dinero y habían recibido la oferta de compra de una gran multinacional. Era el momento de dejarse caer por allí y hacerles saber la notoria experiencia que tenía un área de nuestro equipo en la gestión de fusiones y adquisiciones de este tipo. Como el CEO era un chico de veintimuchos pensamos que presentarnos allí vestidos de riguroso traje no haría nada bueno por nuestra imagen. Debíamos comunicar que estábamos al día, que representábamos a un equipo multidisciplinar de jóvenes talentos y bla, bla, bla, no que éramos un eslabón más en una empresa tradicional. Eso les echaría para atrás con total seguridad. Así que habíamos estado comentando cuál sería el atuendo más indicado.

 

Jongin había elegido un pantalón vaquero oscuro, una camisa azul clara con rayitas blancas, un suéter marrón claro y una corbata azul marino de tejido basto. Encima, una chupa de cuero marrón. Estaba increíble. Absolutamente increíble, con el pelo peinado de manera informal, barba de tres días y como único adorno su precioso Cartier vintage.

 

Yo, por mi parte, había escogido algo cómodo, unos pantalones negros ceñidos y una camisa informal azul con rayas. Pelo peinado hacia atrás y como adorno mi Rolex.

 

El botón de mi camisa que quedaba a la altura del pecho formando un V no hacía más que desabrocharse porque el maldito botón estaba suelto y Jongin estaba bromeando sobre el hecho de que fuera un arma de distracción. Yo sabía que solo estaba de coña y que, además, si hacía chiste sobre el asunto era porque éramos amigos. Bueno..., o lo que fuera que éramos. Si no, jamás se hubiera atrevido a decir nada del tema, porque lo hubiera encontrado de mal gusto... y yo también. Pero estábamos riéndonos porque cada vez que me movía el botón se desabrochaba.

 

—¡Botones fuera! —se descojonó él.

 

—Cretino. Ya está, estoy harto. ¿Tienes un imperdible? —le pregunté sentado a su lado en el despacho.

 

Abrió un par de cajones. ¿Por qué iba a tener él un imperdible? Me levanté y fui haciendo resonar mis zapatos hasta la recepción. Allí una chica muy maja y siempre discreta me dio uno y yo volví tratando de ponérmelo.

 

—¿Has encontrado alguno? —preguntó cuando aparecí.

 

—Sí. Pero me sudan las manos y se resbala.

 

Por costumbre entorné la puerta del despacho.

 

—Espera. Ven.

 

Me puse frente a él y cogió el pequeño enganche con sus dedos largos y hábiles. Solo el simple movimiento para abrirlo..., me puso cachondo. Pero ¿qué me pasaba? Resoplé y miré al techo.

 

—Tampoco te ofusques. No pasa nada —me dijo.

 

—Una mala elección esta camisa —apunté.

 

—No creas. Nada que no arregle McGiver.

 

Sentía su respiración caliente en mi cuello. Estaba inclinado hacia mí y su dedo meñique rozó mi pezón izquierdo. El pezón se endureció detrás de la tela. Joder.

 

—Ya casi lo tengo —dijo.

 

Pero en el último momento se resbaló y el botón se abrió, dejando a la vista mi pecho. Sus ojos fueron desde allí hasta mi cara, reptando por mi cuello, mi mandíbula..., al llegar a mis labios casi sentí el cosquilleo. Estaba muy cerca. Era... perverso.

 

—Joder..., ¿no? —musitó.

 

Malditas coincidencias. En aquel momento sonaba en la minicadena de su despacho Ain’t no sunshine when she’s gone, de Bobby Blue Band, que si no es la canción más erótica del mundo, que baje Dios y lo vea. Se creó una atmósfera íntima, caliente... como si aún fuésemos pareja y los dos supiéramos lo que iba a continuación. No era la tensión sexual de nuestro último encontronazo. Era diferente. Jongin carraspeó y se alejó un paso.

 

—Al final voy a creer que ese botón no quiere que nadie lo abroche.

 

—Al final voy a creer que me lo desabrochas tú con los ojos —le contesté.

 

—Yo te follo con los ojos. No me contento con un botón.

 

Di un paso atrás, asustado. ¿Cómo habíamos llegado allí en dos puñeteros segundos? ¿O es que la asfixia de desear al otro, el sexo, flotaba en el ambiente? Respirar a veces era... intenso.

 

—Perdona —se disculpó frotándose la cara—. Ha sido una broma fuera de lugar.

 

¿Broma? No, no hagas eso, Jongin. Él siempre era honesto y sincero. Que no se escudara en estar bromeando. La reacción de mi cuerpo a su contestación no había sido una broma. Sentía que me ardía de arriba abajo.

 

Tragué y bajé la mirada al suelo, asintiendo y dejándolo estar. Era lo mejor. Saqué la camisa, metí el imperdible por dentro y conseguí engancharlo. Después desabroché la cremallera de mi pantalón y volví a colocarme la camisa por dentro. Jongin no me quitó los ojos de encima en todo el proceso.

 

—¿Te he ofendido? —me preguntó.

 

—Claro que no, Jongin, por Dios. Con lo que llevamos tú y yo a la espalda necesito un poco más para ofenderme.

 

—¿Cómo qué?

 

Levanté la mirada, confuso.

 

—¿Cómo qué, qué?

 

—¿Dónde está el límite de esto? ¿Cuándo empezará a ser un problema?

 

Rebufé.

 

—Pues no sé, Jongin. Esa pregunta es un poco complicada de responder.

 

—Pero tiene respuesta.

 

—¿Qué buscas que te diga? Pues no sé...

 

—¿Te molesta que te mire así? ¿Te violenta?

 

Me giré de espaldas a él y recogí algunas cosas de encima de la mesa. Notaba la tensión de una contestación por dar. Al final cedí.

 

—No me ofende, ni me molesta ni me violenta.

 

—Estás enfadado —afirmó.

 

—Claro que no.

 

—No ahora. Llevas enfadado seis meses.

 

—Enfadado no es la palabra. —Me giré y levanté las cejas, sorprendido de que sacara el tema en aquel preciso momento—. Lo que más se acerca es «frustrado».

 

—¿Por qué?

 

Porque no puedo olerte. Tenerte. Tocarte. Besarte. Sentir cómo entras en mi cuerpo y jadeas en mi oído. Por perder el tacto de tus dedos en mi espalda. Por no poder abrazarte. Por tener que tratarte como si no me importara haber perdido todas esas cosas.

 

—Jongin, es normal cierta tensión. Hemos sido amantes.

 

—¿Amantes? —Levantó las cejas y dibujó una sonrisa burlona.

 

—No se me ocurre otra definición. ¿A ti sí?

 

—Sí —asintió y cuando lo hizo sospeché que mi afirmación le había ofendido.

 

—Ilústrame. —Y puse los brazos en jarras.

 

Él fue hasta su escritorio y abrió un cajón. Revolvió dentro hasta dar con algo y después lo dejó caer encima de la mesa, sosteniéndome la mirada. Eran unas fotos. Un par de polaroids de los dos y un par de Nueva York. Fotos de dos personas felices. Enamoradas.

 

—¿Te parece buena definición? —preguntó.

 

Le miré a la cara entre desconcertado y dolido, dispuesto a contestarle, pero no se me ocurrió nada que no fuera a terminar mal. Lo único que pude hacer fue dar media vuelta y marcharme. Joder con aquel despacho. Salí hacia mi mesa, cogí el maletín y el abrigo y me fui sin decir ni esta boca es mía. Demasiado para mí y para cualquier persona en mi situación, creo. Yo no le había abandonado; había sido él quien había decidido marcharse. No entendía aquel comportamiento y, lo peor, me hacía daño.

 

Le mandé un mensaje a Bora para decirle que andaba con prisa y comí solo, en un rincón de la cafetería de al lado de la oficina, fingiendo estar inmerso en un montón de papeles pero con la cabeza en mil cosas que no me gustaban. Cosas que sentía y que no quería. Cosas que no entendía.



A las cuatro de la tarde cogimos un taxi en silencio hasta las oficinas del cliente y cuando llegamos nos comportamos como un equipo en el que no había rencillas personales ni tensiones de ningún tipo..., sexuales menos aún. Desde fuera nadie podría sospechar que un par de horas antes habíamos tenido una seudodiscusión sobre nuestro pasado... porque habíamos sido dos de las aristas de un triángulo amoroso que completaba el que ahora era mi novio. Bravo. Olé. Qué bien hecho todo, KyungSoo. Entonces..., ¿por qué no me arrepentía?



La reunión se desarrolló sin imprevistos. Expusimos nuestra oferta, conversamos, abrimos la posibilidad de futuros negocios y volvimos satisfechos. Pero solo con el trabajo. Al entrar en nuestra oficina ninguno de los dos medió palabra. Él se metió en su despacho y yo me acomodé en mi mesa para cerrar un par de cosas que habían quedado pendientes. No sabría decir si aquello me decepcionó, alivió o cabreó. No sé por qué, esperaba que Jongin cerrara la puerta, susurrara que debíamos hablar, se apoyara en el borde de mi mesa y se disculpara, dibujando con sus cejas ese gesto de arrepentimiento que sabía que me enternecía. Pero solo entró en su despacho y desapareció de mi vista.

 

Mi cabeza iba a mil por hora. Demasiado rápido, demasiado vértigo, demasiadas cosas mezcladas. Todo lo de mi alrededor desaparecía hasta convertirse en una estela brillante. Y yo en medio recordaba. Maldita empatía. Empatizar con el KyungSoo que vivió Nueva York como si fuera suyo no era bueno.

 

Me puse a escuchar música, pero de pronto todas las canciones me decían algo de él, de mí, de los dos y de por qué no terminaba de funcionar. ¿Qué sentido tenía todo aquello? Por más que se lo buscaba, no lo encontraba. Él me empujó hasta convencerme de que practicar sexo los tres no nos haría daño, que abriría mis miras. Y yo le creí, porque quería hacerlo, porque nada llegaba a satisfacerme y cualquier relación me parecía sosa y superflua. Después nos implicamos, nos hicimos daño, nos recuperamos y cuando mejor estábamos, en el momento en el que por fin hicimos real lo que ellos habían estado jugando a practicar..., se fue. Demasiado para él. La idea le vino grande una vez se hizo realidad y yo me quedé... en medio. En tierra de nadie. Sin él. Con Sehun. Nunca me habría planteado una relación con Sehun de cualquier otra forma y la certeza de que estábamos juntos por una carambola del destino pudo conmigo. ¿Era en realidad así? ¿Nunca habríamos salido juntos de no haberse dado aquel triángulo? Porque Sehun era dulce, sexy, intenso... pero también oscuro, melancólico y a ratos demasiado torturado. ¿Era lo que me convenía? ¿Tendríamos futuro? ¿Habíamos realmente elegido estar juntos o solo seguíamos por... inercia?

 

Me agobié. Un peso inmenso me presionó el pecho, como si naciera de dentro de mí y empujara para salir. Pero por más que respiraba hondo, no se marchaba. Tras unos minutos de intentar calmarme, la avalancha de sentimientos retenidos me sobrepasó. Calor. Angustia. Asfixia. Me levanté para bajar la calefacción, pero no sirvió de nada. Como casi siempre dentro de aquellas cuatro paredes, no era problema de la temperatura.

 

Jongin se asomó y me encontró con la frente apoyada en la ventana, respirando trabajosamente. Vi de reojo cómo se acercaba y lo más curioso fue que no hizo preguntas. Ningún estúpido «¿qué te pasa?», o un aséptico «¿estás bien?». Él ya sabía. Jongin siempre sabía.

 

Cuando su mano se cernió alrededor de mi brazo, gemí de impotencia. No quería notar todo lo que sentía cuando él me tocaba. Estaba enfadado, tenía razón. Llevaba seis meses capeando un enfado con el que ya no podía más. Me abandonó. Lo eligió a él. ¿Y qué elegí yo? ¿Por qué no me escogí a mí mismo entonces?

 

—KyungSoo... —dijo con calma y cada letra de mi nombre se alargó hasta el infinito.

 

—Dios... —jadeé y me apoyé en su pecho.

 

—Respira..., tranquilo.

 

—No puedo.

 

Sus manos fueron bajando por mis brazos hasta rodear mi cintura y subieron por mi camisa, esta vez sin tocarme. Desabrochó varios botones y creí que las piernas no me aguantarían.

 

—Lo importante no es coger aire, sino expulsarlo todo. Respira. Con calma.

 

—Me ahogo... —jadeé.

 

—No te ahogas. El aire está entrando, aunque te dé la sensación contraria. Cálmate o te desmayarás.

 

Apoyé todo el peso en su pecho y dejé que me tocara, aunque me jodiera que sus manos me tranquilizaran. Él era justo el culpable de que estuviera así. ¿O lo había sido yo?

 

—Joder... —gemí asfixiado.

 

—Perdóname —susurró.

 

Y lo que vino entonces me avergonzó demasiado. Dicen que en momentos de tensión el cuerpo siempre reacciona. Ojalá se hubiera comportado de otra manera; hubiera preferido vomitar, pero la respuesta visceral de mi organismo fue echarse a llorar como si me estuvieran matando. Agradecí que la puerta estuviera cerrada porque mis sollozos habrían llamado la atención de alguien con total seguridad.

 

—Por favor... —La frente de Jongin se apoyó en mi nuca y sentí su respiración en mi espalda—. Por favor, KyungSoo. No llores.

 

—¿Qué hemos hecho? —gemí.

 

—Lo único que podíamos hacer.

 

Sus brazos me envolvieron con fuerza y su respiración dejó de ser regular y tranquila para volverse trabajosa. Acarició mi cabeza, mi cara, mis hombros, mis brazos y sus labios terminaron buscando mi cuello. Dejó un beso sobre mi piel, justo en el valle que se creaba detrás de mi oreja. Después bajó un poco más hasta el arco en el que se unía a mis hombros. Sus dedos se crisparon sobre mi ropa y su pantalón se tensó. Noté el bulto de su entrepierna presionándome desde atrás. Podría haberme enfadado, porque no era momento para eso; no estábamos hablando de sexo ni de calor ni de ponernos a follar como animales. Y el motivo por el cual no me ofendió fue porque me acordé de algo que dijo una tarde en su bañera: «Mi cuerpo me pide estar dentro de ti como si eso fuera a salvarme la vida». Sollocé otra vez. Eso que sentía, eso que me llenaba y que me hacía sentir desgraciado porque era intangible y se alejaba en el mismo momento en el que acercaba mis dedos, eso no me pasaba con Sehun.

 

—No quiero seguir con esto —le dije.

 

—No volveré a mencionar el tema. No sé por qué lo he hecho. Lo último que quiero es ponerte las cosas difíciles.

 

Me volví. Tenía el ceño fruncido pero sonrió un poco cuando secó con sus pulgares mis lágrimas.

 

—Lágrimas negras —musitó.

 

La canción de sus padres. ¿Nuestra canción? ¿Estábamos condenados a teñirlo todo con aquellas lágrimas negras? Me abracé a él, olí su perfume mezclado con el del suavizante de la ropa que también me olía a Sehun.

 

—Dios..., no puedo. No puedo —gemí, agarrándolo.

 

—Sí podemos.

 

Le miré, levantando la vista hacia sus ojos. Trató de sonreír, pero ni siquiera acudió a su boca su clásica sonrisa comercial. Solo una mueca en sus labios. Me abracé a él y respiré hondo su perfume mientras su mano mesaba mi cabeza en un intento por calmarme. Ese gesto me recordó la manera en la que sus brazos me envolvían cuando nos besábamos. Ya casi no recordaba su sabor y... lo necesité. Solo lo necesité. Me encaramé, poniéndome de puntillas y giré la cara para encajar mis labios con los suyos, pero antes de que pudiera besarle, Jongin me apartó con suavidad.


—No, piernas... no lo compliquemos más. Busquemos nuestro punto y final o seremos desgraciados toda la vida.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).