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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Me hubiera gustado mucho que aquella ruptura extra amistosa hubiera terminado con un acercamiento entre Jongin y yo, pero no. Cuando se lo contamos, como si fuésemos dos padres que deciden separarse tras años de hastío y que tratan de hacérselo entender a sus hijos, él nos miró serio y asintió. Solo dijo que esperaba que pudiéramos seguir siendo amigos. Sí, querido, si yo puedo seguir viéndote la cara todos los días en la oficina, es posible seguir manteniendo esta extraña relación que nos une. Al principio pensé que estaba disimulando. Esperé después en casa a que se presentara a lo oficial y caballero para llevarme en brazos por todo el barrio, pero nada. Los dos se marcharon a pasar las fiestas en el pueblo y yo fui a casa de mis padres para hacer lo mismo.

 

En realidad yo era consciente de que estar solo era mi prioridad. Nada de dejarme llevar por los demás. Solo yo. Las opiniones de quienes quisieran hablar de aquello darían igual. Solo mi voz se escucharía para poder tenerlo en cuenta. Ya estaba bien de verme arrastrado por pasiones, opiniones, miedos y exigencias. Había descubierto a un nuevo KyungSoo, ¿verdad? Pues lo único lógico era pararse a conocerle.




Cuando llegué al piso de mis padres y después de besar a mi madre en la mejilla, que

terminaba un cuello de punto para Baek, encontré a mi hermano sentado en la mesa de la cocina comiendo nueces como una ardilla. En lugar de un cascanueces, como era de esperar, estaba machacándolas con el puño en un alarde de fuerza a lo marinero de aguas bravas. Levantó la mirada hacia mí y antes incluso de que pudiera ir a darle un beso preguntó:

 

—¿Ya lo habéis dejado?

 

Bien..., pues era evidente que a mi hermano no le extrañaba que Sehun  y yo hubiéramos roto.

 

—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo dijo Jongin?

 

Negó con la cabeza, soltó las nueces y, como siempre, agarró el paquete de tabaco de liar.

 

—Era cuestión de tiempo. ¿Estás bien?

 

—Sí. Si en el fondo fui yo quien rompió. —Me encogí de hombros—. Era necesario. Hemos arrastrado esto. Tengo que estar solo.

 

—Es un chico muy mono pero no te pegaba nada, KyungSoo. Crónica de una muerte anunciada. Siempre tan metido en su mundo... —Negó con la cabeza, con el cigarrillo entre sus dedos—. Te metía hacia dentro. No como Jongin, por cierto.

 

—No como Jongin, con el que no me une absolutamente nada —ratifiqué yo.

 

—Nada más que el piso en el que vives, el puesto de trabajo que tienes y un montón de sentimientos profundos de amor. Quitando esto..., nada de nada. Porque claro, futuro tampoco. Así sois vosotros.

 

Y ahí decidí que aquella situación era demasiado extraña como para que ocupara mi cabeza el día de Nochebuena. Había tenido dos novios a la vez. Jongin había roto el triángulo porque no soportaba compartirme. Me quedé con Sehun por simple inercia y seis meses después, mi hermano pequeño se había convertido en el mejor amigo de mi ex y yo rompía con mi novio sin lágrimas ni pena, porque no lo quería más que como se quiere a un amigo. Estaréis de acuerdo conmigo en que había demasiadas cosas ahí metidas como para vivir aquello como una ruptura cualquiera. Adiós llorar. Adiós ponerme El diario de Noa todas las noches. Adiós a los botes de helado. No, estaba muy lejos de ser algo... normal.

 

Baek salió de marcha aquella noche. Yo no, aunque Tao me llamó para invitarme a una fiesta hawaiana en el piso de un amigo suyo que yo conocía de vista. No tenía ganas de juerga y muchísimo menos de ponerme pedo y terminar lanzándome a los brazos de cualquiera para superar eso a lo que no sabía darle nombre y que me tenía tan... confuso. Me conozco; hubiera terminado cagándola por quitármelo de dentro aunque fueran cinco minutos; y a la mierda con ese trato que había hecho conmigo mismo.

 

Al parecer, Baek sí tenía ganas de juerga. Se marchó a las doce con los que habían sido sus amigos íntimos en el instituto y a los que cada vez veía menos, para aparecer a las nueve de la mañana con una merluza de miedo y disfrazado de mapache. Bueno, no exactamente, pero es que todo vestido de negro y con el eyeliner corrido parecía más animalito que humano. Mis padres le echaron la bronca; les escuché decir que necesitaban que empezara a ser más adulto y responsable, que ya había terminado la universidad y que tenía que centrarse, pero él lo único que hacía era aguantarse la risa y preguntar constantemente si podía irse a dormir. Al final le dejaron por imposible delante de mi divertida mirada y él no se levantó hasta que la mesa no estuvo puesta para comer. Me hacía gracia esa manera suya de divertirse, tan aparentemente irresponsable. Mis padres y yo sabíamos que se estaba preparando duro para la entrevista en Google que tendría seguramente después de Navidad, pero a ellos les hubiese gustado verlo enfrentarse a la vida adulta con otra actitud. A veces se nos olvidaba que Baek tenía veintitrés años.

 

Lo único que me jodió fue que tuve que hacerme cargo solo de darle conversación a mis dos abuelas modernas, que, como no se aguantaban entre ellas, tuvieron que buscar un tema externo en el que ponerse de acuerdo que terminó siendo, cómo no, querer verme vestido de blanco en un altar. Ellas ya sabían que soy homosexual. Y no hablo de mi primera comunión. Eso les había valido solo de aperitivo. Estuve dándole vueltas a aquello. No a los comentarios maliciosos al estilo abuela («cuando quieras casarte ya no vas a lucir, hijo» o los «yo quiero tener el gusto de verte casar de blanco, aunque muchos novios has tenido tú como para merecértelo»), sino al hecho de si yo quería casarme.

 

Respuesta rotunda: no.

 

Recordaba la boda de Yixing hacía unos años. Fue el primero de la pandilla que se casaba y fuimos tan ilusionados. Hasta lloramos en la iglesia. Fue difícil resistirse, la verdad, porque la acústica de la ermita y el coro cantando junto al cuarteto de cuerda..., joder. Impresionante. Jongdae se fue a casa convencido de que tenía que casarse. Nosotros..., pichí pichá. Mientras nos fumábamos un puro sentados en el jardín del restaurante, Tao bromeaba acerca de su futuro como hombre casado.

 

—Me casaré si hay pasta de por medio. Pero mucha..., cantidades aberrantes. Entonces sí que lo engancho pero bien.

 

Yo esa noche apenas opiné. Pensaba a pies juntillas que uno no puede decir esta boca es mía en lo concerniente al matrimonio si ni siquiera está enamorado. Y ahora..., lo estaba. Sabía que lo estaba. Y seguía sin tenerlo claro.



Cuando la comida/bacanal terminó y redujimos a mis abuelas antes de que sacrificaran una vaca más para deglutirla con buena cantidad de vino, empezamos con la sobremesa navideña clásica: darse los regalos (bufandita de abuela número 1, bonito; guantecitos de abuela número 2, horrendos, pero con tique regalo; dinerito contante y sonante dentro de un sobrecito con dibujos de ositos de la tía JunHa y una botella de ginebra de importación de parte del tío Kyu, que todo el mundo sabe que es el más crack de la familia) y sumirse en un estado de semiinconsciencia porque toda la sangre del cuerpo se concentra en el estómago, donde se tiene que digerir comida para sobrevivir en el Himalaya un mes. Lo jodido hubiera sido que quedara alguien en pie después de semejante comida. Aunque cuando me retiré, mi

abuela estaba comiéndose un último pastel...

 

Me metí en la que había sido mi habitación a dormitar como una boa que acaba de tragarse un ñu sin masticar ni nada, que eso es de mariquitas. Baek vino poco después con una botella de pacharán con la maligna idea de que nos emborracháramos y después saliéramos a vacilar al «frente de juventudes», pero se durmió a mi lado intentando convencerme, abrazado a la botella de pacharán y con el pulgar dentro de la boca, para más señas. A veces es jodidamente adorable, sobre todo jodidamente.

 

No pude evitar la tentación. Era demasiado fuerte. Cogí el móvil, le hice una foto y se la mandé a Jongin.



«Si sabe que te he mandado esto me mata, pero creo que mereces verlo. ¿Qué tal todo?».



Vale, no era confusión lo que sentía. Era que había dejado a mi novio porque sabía que estaba tremendamente enamorado de su mejor amigo. Estar solo no cambiaba nuestra situación, pero era necesario. Si lo tenía tan claro no sé por qué estaba tan necesitado de saber de él, de tocarle, de estar cerca... Y ahora era como un adolescente pegado al teléfono cuando hasta yo sabía que lo mejor era pasar un tiempo solo.

 

Jongin tardó tanto en contestar que me vi a mí mismo a lo desesperado, mirando su conexión en Line cada quince segundos. Cuando por fin se iluminó la pantalla se me olvidó eso de hacerme el interesante y abrí la conversación enseguida.



«Joder, piernas, ¡qué lindo es tu hermano! ¿Podemos adoptarlo? Como a un perrillo».



Me reí. Seguía online. No había contestado y se había despedido al momento para quitárselo de encima. A él también le apetecía charlar.



«Yo paso de adoptarlo, que luego hay que sacarlo a pasear y es una movida».



«Qué malo eres. Dime, ¿qué haces, piernas?».



«Intentar digerir. ¿Y tú?».



«Más o menos lo mismo, pero con dos niñas encima».



Recibí una foto que me hizo gemir. Jongin haciéndose un selfie con una niña como de dos años encima del pecho y otra de unos cuatro o cinco, disfrazada de princesa, dormida en su brazo, agarrada como si tuviera miedo de que se escapara. Ay, pequeñas..., qué jóvenes para tener un gusto tan exquisito. Volatilicé ya no los bóxers que llevaba puesto, sino todos los que seguro que mi madre iba a regalarme por papa Noel.



«Lo siento, tengo que decirlo: eso es muy sexy».



«¿Por qué crees que te lo mando?».



«Cretino. ¿Se te dan bien los niños?».



«A juzgar por lo jodida que tengo la espalda a estas horas yo diría que sí. Me gustan las sobrinas de Sehun, aunque quieran jugar a princesas conmigo».



«¿Quieres ser padre?».



Después de escribirlo me arrepentí. Cuando estaba pensando alguna salida de tiesto que le quitara importancia, él contestó:



«A ratos, como todos, supongo. ¿A qué vienen estas preguntas?».



«Me aburro», mentira.



«¿Has hablado con Sehun?».



«No. No sé si es positivo. Hemos roto, ¿recuerdas?».



«Seguís siendo amigos, ¿recuerdas?».



«Ya, pero unos días de desconexión nos irán bien. A la vuelta lo cogeremos con más naturalidad».



«Y... ¿no es posible que a nosotros también nos vengan bien esos días?». Me quedé muy cortado, él siguió escribiendo. «Quiero decir..., vivimos en el mismo edificio, trabajamos juntos (muy juntos), soy tu casero, hemos sido pareja y soy el mejor amigo de tu más reciente ex... Igual hay demasiados puntos de conexión».



Me pensé mucho qué contestar, pero al final fui claro.



«No pienso dejar el piso ni el trabajo, así que lo único que puedo hacer es dejar de ser tu amigo. ¿Te gusta la idea?».



«Claro que no».



«Entonces no te entiendo».



«Me entiendes perfectamente».



No sé si me equivoqué pensando en ello, pero me vinieron a la cabeza los dos momentos que habíamos vivido en nuestro despacho en las últimas semanas. Tensión sexual y después sencillamente tensión. El siguiente capítulo de nuestra radionovela había sido que yo lo había dejado con Sehun. Creo que Jongin tenía miedo de que se nos terminara de ir de las manos y la historia entre él y su mejor amigo acabara mal. Y... volvía a alejarme. Para Jongin volvía a ser más fácil pedirme espacio que arriesgarse. ¿Hay alguien en la sala que no se hubiera sentido molesto?



«Hasta mañana, Jongin. No quiero discutir y mucho menos por mensajes y sin saber con quien lo hago, si con el casero, el jefe, el amigo o el examante».



«Me repatea que me llames eso».



«¿Examante? Es lo que somos».



«Vale, venga. Hasta mañana».



Y dicho esto bloqueé la pantalla del móvil. Putas Navidades. Puto todo desde que me los crucé en la vida. Ahora sé que fui injusto al pensarlo, porque lo cierto es que habían sido algo así como el catalizador para darme cuenta de que me empeñaba en acomodarme en un sitio en la vida que no era el mío. Pero en aquel momento me sentí con el derecho de patalear, enfadarme y desear con todas mis fuerzas no haberlos conocido.

 

Me acosté al lado de Baek, cogí mi iPod y me lo puse. La primera canción que sonó fue Everyday is like Sunday, de Morrissey. Y por poco no sollocé. Mi hermano se giró y medio dormido, me quitó un auricular, se lo puso y me abrazó.

 

—Confía en el destino —balbuceó.

 

—No creo en el destino. Creo en las señales.


Y me acordé, demasiado tarde, de que estaba parafraseando a Jongin durante nuestro viaje a Nueva York.


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