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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Sehun me despertó metiéndose en la cama a mi lado a las cuatro de la mañana. Estaba como una cuba. O le había pegado el pelotazo después o había seguido bebiendo. Al principio creí que quería arrimar cebolleta y ya estaba pensando en cómo poder hacerle comer la mesita de noche, pero cuando se abrazó a mí y me pidió perdón..., solo pude abrazarle.

 

—Tienes que olvidarte de eso, Sehun. Quieres una cosa imposible. Y eres el único que lo quiere.

 

Sehun se acurrucó más aún y me abrazó. Cuando noté que estaba llorando..., no supe qué hacer. Soy así. No sé reaccionar a las lágrimas de los demás. Y... seré sincero..., soy un poco machista. No voy a culpar a la sociedad ni a la forma en la que me educaron mis padres, ni siquiera a esa canción de los ochenta que decía que «los chicos no lloran, tienen que pelear». Lo único que puedo decir es que ver llorar a otro hombre me bloquea. Y me siento torpe, como si de pronto tuviera las manos enormes y la habitación en la que estoy se fuera haciendo más pequeña y estuviera llena de cosas frágiles. Siento que no puedo moverme o romperé algo. O que me romperé yo.

 

Al final la vida nos da la oportunidad de mirarnos en el espejo y vernos de verdad. Sucede pocas veces. En algunos casos se trata de situaciones grandilocuentes en las que uno supera la adversidad. Otros, solamente nos vemos, como me vi yo en aquel momento. Era una persona fuerte; mis padres me habían educado para serlo. «Sé independiente», «sé tú mismo». Y lo era, con las cosas buenas y las cosas malas, pero incluso en las malas había aprendido. El último año me había servido para quitarme del todo ese cascarón que me impedía llegar a ser quien realmente soy. Ni mejor ni peor. Menos autoexigente porque, ¿qué problema había en no ser perfecto? Nadie puede serlo y correr detrás de ese objetivo lo hace a uno sumamente infeliz. A pesar de ello, me empeñaba en verme a mí mismo a través de un cristal distorsionado, porque creo que era mucho más fácil creerme a pies juntillas que necesitaba desesperadamente ciertas cosas para regir mi vida que ver que a nuestro alrededor (por norma general) solo tenemos lo que elegimos. Y hay que elegir siempre por uno mismo. Así que en aquel momento hice lo único que podía hacer: lo abracé. Lo abracé fuerte y le dije algo que era para los dos, no solo para él.

 

—Te has escondido dentro de ti mismo y de una elección que hiciste hace años. Tienes que darte cuenta de que vivir así es vivir a medias, Sehun. No puedes aferrarte a cosas que quisiste porque son cómodas. Yo te conozco. Tienes sueños, inquietudes, tienes ganas de viajar y de crecer como persona. Ya no quieres quedarte al lado de Jongin para que él tome las decisiones y tú puedas vivir siguiendo la corriente. Y las cosas que se quieren... solo se alcanzan cuando uno corre tras ellas.

 

Me miró con ojos desvalidos y me besó.

 

—¿Y qué hago ahora que te quiero a ti?

 

—Aprender a dejarme ir.

 

—¿Le quieres?

 

—Sí —le dije con honestidad.

 

—¿Y él a ti?

 

—Sí —repetí.

 

Sehun se hizo un ovillo y lloró más. Sé cómo se sintió en aquel momento. Solo. Estaba solo. Nosotros nos teníamos, pero él..., ¿qué tenía? La mitad de un negocio y un trabajo que no le gustaba. No me miró cuando dijo:

 

—No voy a renunciar a esto. No puedo.

 

Pero no era de mí del que estaba hablando. Me despertó la luz que entraba a través de los cristales de la ventana. Sehun seguía a mi lado, acurrucado en una de esas posturas imposibles en las que dormía. Salí de debajo de la manta con cuidado de no despertarlo y me dirigí al pasillo.

 

Todo estaba en silencio, así que mis pisadas sobre el suelo me parecieron sumamente ruidosas y el chirrido de la puerta de al lado más. En una de las camas estaba Baek, boca abajo, vestido y con los zapatos aún puestos. Alguien le había echado una manta por encima..., el mismo alguien que dormía en la cama de al lado. Jongin.

 

Me acerqué a mi hermano y le quité los botines arrancándole un quejido. Lo calmé acariciándole la cabeza y él se metió el pulgar dentro de la boca, succionando con ganas. Sonreí.

 

—Baek... —murmuré.

 

Jongin se giró hacia mí con cara de dormido. Sus ojillos estaban hinchados por el sueño, pero sonrió con tristeza.

 

—Se ha acostado hace un par de horas, no creo que consigas despertarle.

 

Me acerqué a su cama y no hizo falta decirle nada, porque él se movió y me dejó sitio a su lado, donde me acurruqué. Nos tapó a los dos y me envolvió con sus brazos. La almohada olía a una mezcla entre jabón y su perfume.

 

—He soñado que se incendiaba la oficina —le dije.

 

—Yo, que alguien fumaba dentro de la habitación. Era tu hermano. Parecía un cenicero andante. Se dio con el marco de la puerta en la cabeza, rebotó y se comió el perchero.

 

Me reí y me volví hacia él.

 

—Sehun se metió en mi cama.

 

—Lo sé —confesó.

 

—¿Qué vamos a hacer?

 

—Lo estamos haciendo muy bien. —Me acarició el pelo.

 

—A mí no me lo parece.

 

Sonrió. Allí estaba, otra vez, ese gesto..., ese «yo ya lo sé, pero tú debes llegar solo a la conclusión». Me sentí incómodo. ¿Qué hacía metiéndome en su cama si sabía que no me quería lo suficiente como para superar que su mejor amigo no aceptara que lo nuestro se hubiera terminado?

 

—¿Sabes? Creo que debo estar solo un tiempo. Por mí.

 

—Yo también lo creo.

 

—¿Y tú?

 

—¿Yo, qué?

 

—¿Qué harás? ¿Estarás solo?

 

—¿Con quién quieres que esté? —Se rió.

 

—Tú sales por ahí y... follas con otros u otras.

 

—Cuando te conocí te costaba horrores conjugar el verbo follar.

 

—Cuando te conocí nunca me había acostado con dos tíos.

 

—Touché.

 

—No me has contestado.

 

—¿Qué quieres que te conteste? Es que no sé, KyungSoo.

 

—Me mata pensar que vas a seguir saliendo y follando con otros en la parte de atrás de tu coche.

 

—¿Y qué quieres que haga?

 

—Hacerme el amor a mí. —Y le acaricié la cara.

 

—Pero es que eso no puede ser.

 

Me acurruqué un poco más y él me abrazó. No podía ser, porque él no quería tomar la decisión de dar la espalda a aquello que le daba Sehun. Nos despertó Baek un par de horas más tarde, con todo el eyeliner corrido y cara de estar sufriendo una resaca infernal. Me sentí como si Jongin y yo tuviéramos un hijo de veintitrés años.

 

—Me encuentro mal. ¿Podemos irnos a casa? Por piedad...

 

A las doce salíamos de allí. Sehun se despidió de nosotros abrigado hasta la barbilla y con expresión taciturna. Necesitaba pensar, nos dijo. Así que lo dejamos con Hyuna y nos metimos todos en el coche de Jongin y marchamos de camino a Seúl. Jongdae nos pidió que lo dejáramos en casa de sus padres; no tenía cuerpo para comer cocido, pero necesitaba dormitar donde nadie lo molestase y con «nadie» se refería a Minseok. Otro que se pasó con los chupitos, me temo. Baek iba dormitando apoyado en la ventanilla y con una bolsa de basura vacía en la mano, por si le daba por vomitar. En mitad de la frente tenía una marca tirando a morada, donde se había golpeado con la puerta. Una pinta lamentable la suya. Tao, versado en esto de las resacas, dormía plácidamente entre los dos..., bueno, quien dice plácidamente dice roncando como un oso. Jongin y yo íbamos callados. Yo miraba el paisaje que se deslizaba tras el cristal, quedándose atrás. Cruzábamos la carretera con el BMW negro de Jongin y él, con el ceño un poco fruncido, no quitaba los ojos del camino.

 

—¿Dónde vas a comer hoy? —le pregunté de golpe.

 

—En casa. —Pulsó el mando del volante y empezó a sonar suavemente Tribute, de John Newman. No sé si le incomodaba el silencio o la conversación—. ¿Te dejo donde tus padres?

 

Iba a decirle que prefería comer con él, pero entonces él me diría que no era buena idea. Yo replicaría, porque siempre lo hago, por deporte. Discutiríamos un poco y él terminaría cediendo. Y después..., después no sé qué pasaría. A lo mejor yo volvería a tratar de besarlo y él me rechazaría de nuevo. O no pasaría nada y me quedaría vacío al volver a casa. No. Predicar con el ejemplo; eso era lo que tenía que hacer.

 

—Pues sí, porque pensaba decirte que me gustaría comer contigo, pero seguramente a ti no te parecerá buena idea y no me apetece saber cómo terminaría la conversación. Prefiero que me dejes en casa de mis padres y decirte que si quieres, estás invitado. —Sonrió—. ¿Qué te hace tanta gracia?

 

—Tú. Gracias por ser sincero. Y por la invitación, pero tengo cosas que solucionar.

 

—Vale.

 

Asentimos los dos y el paisaje siguió cambiando a nuestro alrededor. Mi hermano gimoteó.

 

—Baek..., ¿quieres que pare? —le preguntó mirando por el retrovisor central.

 

—No. —Lloriqueó—. Quiero morirme y sopa con estrellitas.

 

—Noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno, bebé.

 

Él se envolvió con la chaqueta sin soltar la bolsa y siguió dormitando. Jongin devolvió los ojos a la calzada. Tan... Jongin. Al notar mi mirada me preguntó:

 

—¿Qué pasa, piernas?

 

—Lo hice una vez. Puedo volver a hacerlo.

 

—¿El qué?

 

—Recuperarte.

 

—Esta vez es diferente. Esta vez no hay nadie que no quiera. Es que no podemos.


—Ahora no, en eso tienes razón.


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