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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Abrigo negro largo. Traje azul oscuro. Camisa blanca y corbata verde oscuro. Zapatos planos, negros. Bóxers poderosamente ceñidos y negro. Preparado para la vuelta a la oficina. Entré pisando fuerte en el pasillo. Saludé a la chica de recepción y seguí hacia el despacho,

donde ya se escuchaba ruido. ¿A qué puta hora le sonaba el despertador a este hombre? Entré como un torbellino mientras me quitaba el abrigo y dejaba las cosas.

 

—Espero que no hayas tomado café porque te he traído uno. A decir verdad, si te lo has tomado ya, finge que no y dame el gusto. Es el primer día después de vacaciones y esto no lo arregla ni llevar bóxers poderosos.

 

Me giré hacia la puerta y allí estaba Jongin, de pie, con un traje gris nuevo, entallado, camisa blanca, jersey verde botella. Me jugaba la mano derecha a que en la muñeca lucía cierto reloj nuevo..., y estaba increíble, que conste, pero el problema y lo que me dejó sin habla era que no estaba solo. Allí, de pie en mitad del despacho, estaba Osito Feliz, flipando en colores por la mención de mi ropa interior.

 

—Hola —dije avergonzado—. Yo... no sabía que estaba aquí.Disculpe.

 

—No pasa nada, KyungSoo. —Sonrió—. Yo ya me iba.

 

Jongin se despidió con un gesto. Tenía una cara de circunstancias que no le había visto en la vida. Cuando el súper jefe salió, se frotó la cara.

 

—Joder...

 

—¿Ha pasado algo? —pregunté alarmado.

 

—No. No te preocupes.

 

—Sí que me preocupo. ¿Qué pasa?

 

—Tengo que ver a un cliente.

 

—¿Dónde está el problema?

 

—El cliente es el problema. —Le tendí su café y me dio las gracias.

 

—¿Voy a tu mesa y me cuentas?

 

—No. Tú no vienes.

 

No sé qué me dejó más helado, si la rotundidad con la que lo dijo o la afirmación de que no contaba conmigo.

 

—¿Por qué?

 

—Te estoy haciendo un favor, créeme.

 

—Pero... dijiste que siempre iría contigo a las reuniones.

 

—A esta no.

 

—¿Por qué?

 

—Porque no.

 

—«Porque no» no es una respuesta.

 

Se mordió el labio con saña y volvió hacia su mesa café en mano.

 

—El «porque no», en este caso, está sustituyendo una conversación muchísimo más larga y tediosa y está evitando que tú te pongas combativo y yo de mala hostia.

 

—¿Me quieres decir ya qué pasa?

 

Se dejó caer pesadamente en su silla.

 

—La última reunión que tuve con ese hombre fue en un puticlub. Es machista, misógino, casposo y rancio.

 

—¿Y eso a mí qué más me da? Es trabajo; no pretendo adherirlo a mi círculo de amistades.

 

—¿Quieres venir a la reunión y escuchar cosas sobre tu culo sin parar? Porque lo he visto tratar a su secretaria y da asco.

 

—Sé defenderme.

 

—Pero es que no quiero que tengas que hacerlo.

 

—¿Osito Feliz qué dice?

 

Me sostuvo la mirada. Conté hasta cinco. Jongin desvió la mirada y me pidió que cerrara la puerta al salir.

 

—¿No me lo vas a contar?

 

—No. Ese día te quedas en casa y dices que tienes fiebre.

 

—No me da la gana, Jongin —le contesté indignado—. Y ni muchísimo menos me voy a quedar en casa escondiéndome. No tengo de qué.

 

—Haz lo que te plazca. Total, siempre lo haces. Cierra la puerta al salir.



Humor de perros. Pasó toda la mañana con la puerta cerrada y cuando le pedí un rato para revisar la lista de tareas pendientes, me dijo un escueto «mañana». No sé qué le habría puesto de tan pésimo humor. Si no estuviera tan seguro de su sexo pensaría que estaba ovulando y le hubiera llevado un muffin después de comer.



A la hora de comer Bora y yo decidimos quitarnos la depre posnavideña comiendo en un italiano que había frente a la oficina. Nos dieron una mesita junto al ventanal que daba a la calle, así que no fue demasiado complicado ver llegar a Jongin andando a toda prisa por la calle.

 

—Madre mía, ¿qué le pasa a este? —me preguntó Bora—. ¿Migraña?

 

—No. Creo que tiene un ataque de testosterona.

 

—Folla poco. Este tipo de tíos tiene que pasarse el día follando para equilibrar las fuerzas de su cosmos interno.

 

La miré con el ceño fruncido.

 

—¿Tú has estado hablando con mi hermano?

 

—No. —Se rió—. Solo estaba bromeando. ¿Qué tal la Nochevieja?

 

—En resumen: infernal. Empezó bien, nos emborrachamos y al final jodimos la marrana.

 

—¿Jodisteis los tres?

 

—No. Creo que si lo hubiéramos hecho por lo menos no estaría de ese humor tan rancio.

 

—Huevos de avestruz, lo que yo te diga. Acumulación de amor en los testículos, como dice Isaac.

 

—Tu novio está versado en gramática parda.

 

—No lo sabes bien.

 

Jongin pasó de largo de nuestra mesa sin vernos. Eso o estaba aún de peor humor del que pensaba.

 

—Es susceptible como una dama victoriana —apuntó Bora mientras alcanzaba la carta—, pero cómo le sientan los trajes al guaje...

 

Me concentré en la carta por no pensar demasiado en cómo le sentaban ciertamente los trajes, pero alguien dio dos toquecitos en mi hombro para llamar mi atención. Al girarme me encontré con Hyuna, muy sonriente.

 

—¡Bombonaquer! —me dijo alegremente—. ¡Qué bien verte!

 

Me levanté y me abrazó; yo me quedé un poco flasheado con la muestra de cariño pero le devolví el gesto.

 

—¿Qué haces por aquí? —le pregunté, aunque sabía la respuesta.

 

—He quedado a comer con Jongin. Hola, soy Hyuna. —Le dio la mano a Bora.

 

—Encantada..., aunque me suenas un montón. ¿Nos conocemos?

 

—No. —Se rió, qué guapa era la muy hija de puta—. Pero seguro que conoces a Sehun, mi hermano; debe ser eso.

 

—Oh, Dios, sí. Es eso. ¡Cómo os parecéis!

 

—No sé cómo tomármelo —se burló—. Oye, ¿queréis comer con nosotros? Pediré que nos cambien a una mesa más grande.

 

—No —dije enseguida—. El jefe hoy no está de humor.

 

—Será la pitopausia. —Se rió de su propia ocurrencia y después adoptó una expresión mucho más grave—. Oye, en realidad me viene genial verte porque quería hablar contigo. Se me había ocurrido..., tengo un amigo guapísimo y...

 

—Ni se te ocurra —le dije—. Si me estás proponiendo una cita a ciegas, no termines la frase.

 

—Escúchame, no seas rancio. Este asunto está siendo un poco...endogámico. —Miró con desconfianza a Bora porque no sabía si estaba al tanto. Carraspeó y siguió hablando—. Esto no tiene solución. Ya sabes a lo que me refiero. Y te juro que he sido defensora de esta historia, pero creo que Sehun está perdiendo la cabeza. Tenéis que salir y conocer más gente. Venga..., solo una copa a la salida un día de estos.

 

—No tengo ganas, Hyuna —me quejé. Me molestaba que la solución a lo que yo consideraba mi complicada vida sentimental fuera expuesta con simplicidad en medio de un restaurante.

 

—Piénsatelo.

 

—¿Tienes foto? —preguntó Bora con desparpajo.

 

—¡Creo que sí!

 

Sacó de su bolso un Smartphone y se puso a trastear con él. Se le iluminó la cara con una sonrisa y giró la pantalla hacia nosotras. Allí estaba la foto de un chico bastante guapo, con el pelo brillante y castaño claro un poco largo. Se parecía al exmarido de Halle Berry. A Bora los ojos se le abrieron como dos persianas, hasta arriba y me miró ceñuda.

 

—Como no quedes con semejante Dios para tomarte una copa te hago tragar el plato, hijo de perra.

 

—No quiero —protesté.

 

—¿Puedo darle al menos tu teléfono? —pidió mimosina Hyuna.

 

—No.

 

—Venga..., es una copa.

 

—¿Vas a seguir insistiendo?

 

—A muerte.

 

—Pues dale el número, pero no prometo ni siquiera contestarle.

 

Sonrió, dio un saltito y se inclinó a besarme en la mejilla.

 

—Me voy. Jongin está a punto de arrancar la madera de las paredes y fabricarse una lanza con la que empalarme.

 

Me giré hacia él y le saludé con la mano; su gesto de respuesta fue casi imperceptible.

 

—Si te enteras de lo que le pasa me lo dices.

 

—Ignóralo. Son como chiquillos.

 

—¿No viene Sehun?

 

—Sí. Se está retrasando. Será convenientemente empalado por ello.

 

Cuando se marchó, Bora me miró, como queriendo comunicarse directamente con la parte más débil de mi cerebro e implantar una idea allí.

 

—No —le contesté.

 

—¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte solo porque lo de Jongin no ha salido bien?

 

Y dijo Jongin, no Sehun. Está claro que no sirvo para jugar al póquer.

 

—Es que quiero estar solo.

 

—Haz lo que quieras, insensato.

 

Después comimos hidratos (ingratos) de carbono como para parar un camión. El amigo de Hyuna me escribió raudo y veloz. Joder. Otro con ataque de testosterona impaciente por esparcir su semilla en el mundo. Era un mensaje simpático y educado en el que hacía un poco de burla a las citas a ciegas y proponía una copa después del trabajo el día que mejor me viniera. Yo no tenía intención ninguna de contestar, así que lo olvidé nada más leerlo. Y así

hubiera seguido si no fuera porque...




Eran las cinco de la tarde y Jongin había salido a por un café. Ni siquiera me había preguntado si quería uno y estaba tan adolescentemente mosqueado que me planteaba muy en serio hacerle la zancadilla cuando regresara. Empezó a sonar el teléfono de su mesa, pero pensé en no cogerlo. Después de demasiada insistencia pensé... ¿y si era algo importante? Me levanté, rumié maldiciones y lo cogí.

 

—Despacho de Kim Jongin, ¿dígame?

 

—Hola, buenas tardes... —Una voz femenina desconocida, algo trémula—. ¿Podría por favor hablar con Jongin?

 

—Pues ahora mismo no se encuentra en el despacho. ¿Quiere dejarle algún recado? —Y recé porque aquella zorra (que de zorra probablemente no tenía nada pero yo tenía un mal día con derecho a odiarla por tener una voz sexy) fuera cliente o similar.

 

—Bueno..., era un tema personal. No querría molestar. ¿Puede decirle que le ha llamado Jihyun? Amiga de Hyuna.

 

Me cagué en su alma. Respiré fuertemente por la nariz. Pero ¿qué coño le había hecho yo al cosmos?

 

—Claro. Déjame un número de contacto, Jihyun.

 

En ese momento, cuando buscaba un boli por el escritorio, Jongin entró con las cejas arqueadas de sorpresa.

 

—¿Qué pasa?

 

—Dame un segundo, Jihyun. Acaba de entrar. —Le pasé el auricular, estampándolo contra su pecho—. Toma. Es un tema personal.

 

Y sí, lo dije con rintintín. Volví andando muy digno sobre mis zapatos pero cuando le escuché saludar a su interlocutora me quise morir.

 

Joder. Joder. Joder mil y una vez.

 

—¿Qué tal? Sí... —Se echó a reír—. Es una lianta. ¿Qué le vamos a hacer? Hay que quererla así. —Silencio—. Eh..., pues... bueno, tienes que saber que yo tampoco suelo hacer estas cosas. Creo que eso nos tranquiliza a los dos. Buena señal. —Pausa para risitas odiosas—. Claro. ¿Te paso a buscar el jueves? —asentimientos guturales tipo «ajá» mientras la zorra parloteaba—. Sí..., por ejemplo. Por allí se puede aparcar y conozco un sitio decente para tomarnos algo.

 

Y follar en el coche.

 

—Adiós. Sí, yo también. —Y colgó el teléfono.

 

—¿Tú también qué? —Y no sé de dónde cojones salió aquella pregunta.

 

Bueno, salió de mi boca, pero no entiendo qué me empujó a decirlo. Jongin se dirigió al vano de la puerta que separaba nuestros «despachos» y se quedó mirándome anonadado.

 

—¿Perdona?

 

—¿Que tú también qué? —preferí no desinflarme y seguir en mis trece, aunque ya me había arrepentido de abrir la bocaza.

 

—¡«Yo también» lo que me salga del rabo, piernas, que era una llamada personal y que yo sepa lo único que me une contigo, además de un jodido millón de cosas absurdas, es una relación a tres fallida y doscientos mil problemas porque mi mejor amigo vive en un mundo multicolor en el que los tres nos casamos y tenemos hijos! ¿Contesta eso a tu pregunta?

 

Su estallido de ira me pilló por sorpresa. Casi no pude ni cerrar la boca. Me quedé mirándole como un besugo hasta que una llamarada de dignidad encabronado se abrió paso hasta mi lengua.

 

—Sí, sí me contesta a la pregunta, porque en realidad Jongin solo eres un rabo con patas cansado de no meterse en caliente. ¡¡Estoy harto!! Eres un cobarde de mierda. Y que sepas que estás pagando conmigo el darte cuenta de que interpones la felicidad de tu mejor amigo a la tuya. Y, por cierto, a la mía. ¡¡Vete a tomar por el culo!!


El sorprendido entonces fue él. Y el portazo suyo también. Y el gilipollas que le contestó el mensaje al amigo de Hyuna, yo.


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