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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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La verdad es que no nos apetecía cenar con ellos. Era una buena excusa para hacer una de esas cenas en las que uno termina afónico de tanto reírse y llamar al camarero para que traiga más vino. Cenamos en Makkila, en Yongsan-gu. Ellos estaban en la misma calle, pero a cinco manzanas, en un restaurante que se llama Éccola. Nos veríamos al terminar la cena en una discoteca muy pija donde uno de los amigos en cuestión tenía mano. Odiaba aquel tipo de garitos, pero una vez al año, dicen, no hace daño. A ver qué pensaba cuando terminara la

velada. Muy probablemente volvería a casa como si hubiera tenido que pasar por Seungdonggu a destruir el anillo de poder. No podíamos parar de reírnos de cómo Yixing decía «sashimi», dándole mucha intensidad al «shhh». Y Baek y yo enganchábamos cualquier broma con eso. Maldito vino blanco, qué bien entraba. Todos habíamos elegido de nuestros armarios lo más escandaloso que teníamos. Queríamos llamar la atención, de eso no había duda; los casados o pseudocasados tenían ganas de que les regalaran los oídos y los solteros... ganas de marcha.

 

Jongdae llevaba, muy en su línea, un conjunto que no decía nada provocador. Llevaba una camisa de botones negra y ceñidos con unos jeans. Y el pelo impoluto. A su lado, Yixing estaba absolutamente espectacular con una camisa sin mangas suelta y vaqueros negros ceñido con una parte rasgada, con el pelo revuelto y sexy. Tao un conjunto de blanco, plata y azul. Los zapatos eran también como para burlarse de él y no contarlo, pero no voy a criticarlo porque los míos tampoco es que fueran planos. Yo había encontrado en el fondo de mi armario un estilo simple, una camisa azul oscuro y unos jeans bien apretados. Y luego estaba mi hermano, que no llevaba ni una pieza de ropa suya. Mi camisa de algodón orgánico de Armani, mi americana negra y mis zapatos de cuero. Hasta los calcetines eran míos...

 

Fue una cena mágica en la que todos nos pusimos al día y pudimos sentirnos más cerca, como cuando las obligaciones no ocupaban el noventa por ciento de nuestra vida. A Jongdae le preocupaba su boda, seis meses más tarde y la implicación de su suegra en la organización de la misma. Yixing se preguntaba por qué no se quedaba embarazado; tiene muchas virtudes pero ninguna de ellas es la paciencia. Tao estaba cansado de que su esfuerzo en el trabajo no se viera recompensado pero sí el de sus otros compañeros hombres.

 

Y mi hermano tendría (por fin) su primera entrevista con Google la semana siguiente. Yo, por mi parte, compartí con ellos lo que me preocupaba de la situación en la que nos movíamos Jongin, Sehun y yo. Estaba seguro de que Sehun empezaba a estar nervioso; todo lo que tenía como seguro se iba alejando. Y lo entendía, yo en su situación me sentiría como si me quitasen el suelo bajo mis pies. Su mejor amigo, del que dependía casi la totalidad de su día a día, se distanciaba. Daba igual lo que dijera Jongin..., lo estaba haciendo. Era como si inconscientemente castigase a Sehun por no poder tomar ciertas decisiones. Era como si fuera soltando lastre, considerando que era demasiado pesado saber que las cosas entre nosotros siempre serían complicadas por Sehun. Pero, al fin y al cabo, todo aquello no eran más que hipótesis mías. También podía ser que no se acercase demasiado cuando yo estaba por medio para no dar alas a la idea de retomar nuestro triángulo amoroso.

 

Cuando llegamos a la puerta de la discoteca, estábamos bastante contentillos. A la cena le siguieron unas copas, a las copas unos chupitos y cuando nos dimos cuenta eran casi las dos de la mañana. Mi móvil rebosaba llamadas perdidas y mensajes de Jongin y de Sehun. Este último me suplicaba que fuera pronto. Jongin solo había mandado las indicaciones para poder

entrar sin pagar la entrada.

 

Anduvimos unas cuantas manzanas y un par casi terminaron en el suelo. No estábamos borrachos, pero nos lo estábamos pasando muy bien..., no sé si me entendéis. Desinhibidos. Riendo a carcajadas. Ruidosos. Con ganas de marcha. Un cacareo continuo y un Yixing desatado que enarbolaba el puño en lo alto jurando que no se iba a casa sin coquetear con alguien. Coquetear inocentemente, aclaró..., él no es muy salvaje que digamos.

 

Estábamos apuntados en lista, lo que nos hizo sentir muy importantes. Dejamos los abrigos en el ropero y nos indicaron que el resto del grupo estaba en el reservado. El maldito Jongin no podía estar apoyado en una barra; no, él tenía que tener un reservado.

 

Abrirnos paso entre la masa que llenaba el local nos costó un poco, sobre todo porque cada tres pasos uno caía presa de algún pijo a lo Borjamari y Pocholo, que quería pagarle una ronda. Creo que todos nos arrepentimos de querer llamar la atención. Me suele fastidiar mucho, además, que me entren en un garito bajo la promesa de invitarme a una copa. Hola, pequeños bastardos, puedo pagarla sin vuestra ayuda. Gracias.

 

Localicé la zona del reservado porque un guardia de seguridad calvo y gordo vigilaba, delante de una catenaria, que nadie traspasara la línea que separaba a la prole del cumpleaños de Jongin. Cuántas molestias se había tomado el amigo para organizarlo; y el caso es que no estaba demasiado seguro de que todo aquel tinglado le gustara al homenajeado. Jongin, el

hombre tranquilo y apasionado del vinilo, el que disfrutaba con las cenas en su terraza, metido en un antro con música house a todo trapo. No sé qué decir... Nos acercamos y fuimos a pasar, pero nos cortaron el paso.

 

—¿Puedes decirle que se gire? —le pedí señalando a Jongin—. A él o al rubio que está en el rincón.

 

—No —me dijo.

 

—Es que estamos invitados —insistí.

 

—Eso me lo han dicho ya cinco tías en lo que va de noche.

 

Pues vaya. Tenían público. Jongin se giró y le saludé con la mano. Se levantó como un resorte, desordenó los mechones de su pelo, se rascó la barba incipiente, arregló sus pantalones, se subió las mangas de la camisa tanto como pudo y... por fin llegó hasta donde estábamos. ¿Le había dado el baile de San Vito o me lo parecía?

 

—Pasad.

 

Mi hermano le dio un golpecito en el hombro al de seguridad.

 

—Así me gusta. Tú vela porque no nos molesten.

 

Qué cara más dura.

 

—¡Feliz cumpleaños! —Todos, borrachos perdidos y muy sobones, nos cernimos sobre él para darle abrazos y besitos.

 

Baek se le encaramó tanto que terminó subido a mochila encima de él mientras cantaba «cumpleaños feliz» (versión Parchís) con cara de loco. No se quitó la camisa y lo tiró al público porque lo paramos. Tao, Jongdae e Yixing fueron después hacia el alcohol, como si no les hubieran dado de beber en la vida. Me hubiera gustado mucho poder grabarlos para que se vieran. Golum a su lado era un aficionado. Jongin me dedicó una sonrisa borracha y señaló a mi hermano, que seguía subido a su espalda canturreando una canción que nada tenía que ver con la que estaba sonando ni con el «cumpleaños feliz».

 

—¿Me lo quitas?

 

—Baek, quítate de ahí, pareces un mono tití.

 

—¡Soy un mandril de culo rojo!

 

Se bajó de un salto y se fue corriendo hacia Sehun, que, sentado en un rincón, parecía estar esperando que se le cayera el techo encima para tener una excusa convincente que le

permitiera irse.

 

—¡Felices treinta y cuatro! —le deseé y me acerqué todo lo que pude para hacerme oír.

 

—Gracias, piernas.

 

—Menudo sarao..., nunca hubiera pensado que te gustaran estas fiestas.

 

—Me horrorizan. —Sonrió mucho al decirlo, como si quisiera que cualquiera que lo viera creyera todo lo contrario—. Por el amor de Dios, sácame de aquí.

 

Me eché a reír y él me acompañó en las carcajadas. Después se inclinó para decirme:

 

—Haz como yo. Bebe como si se te fuera la vida en ello. Es la única manera de soportarlo.

 

—Sehun tiene pinta de querer morirse.

 

—Ya, ya lo sé. Pero... solo un rato más. Se han tomado muchas molestias y no quiero parecer un desagradecido.

 

Asentí y me pasó su copa.

 

—Bebe. Ya te he avisado, esto no hay manera de aguantarlo si uno no está borracho. O colocado. Voy a ver si venden heroína en la barra.

 

Se marchó hacia uno de los lados y le escuché pedir más hielo a una de las camareras, que perdió el culo por cumplir sus deseos. Sospecho que no tenía nada que ver con que fuera su cumpleaños.

 

Me acerqué a Sehun y le di un beso en la mejilla. El resto de los invitados al sarao empezaba a cercar a mis amigos como buitres leonados cerniéndose sobre sus presas. Y ellos encantados, porque eran educados, atractivos y simpáticos. Lo de atractivos lo juzgo yo con mis ojitos; lo de simpáticos lo digo porque ellos no dejaban de echarse risitas. Y si no fueran educados Yixing les hubiera dado un bolsazo en la boca.

 

—¿Qué tal? —le pregunté a Sehun.

 

Puso los ojos en blanco.

 

—Esto es horrible. Tengo ganas de tragarme un hielo y morirme.

 

—No es para tanto.

 

—Han puesto tres veces la misma canción. Creo que era PSY—y lo dijo con la misma gravedad con la que me hubiera contado que iban a hacer sacrificios humanos.

 

—Si no puedes con el enemigo, únete a él.

 

—No sirvo para esto. No tardaré en irme.

 

Los dos miramos a Jongin que estaba de pie bebiéndose de un trago una copa junto a la barra donde estaban colocadas las botellas.

 

—Mira a Jongin; mimeticémonos con el medio como él —bromeé.

 

—A veces parece que lo hace por fastidiar.

 

Fruncí el ceño.

 

—No es eso, Sehun. Quería celebrar su cumpleaños y agarrarse un pedo. A él como que le daba igual.

 

Sehun asintió y bebió de su copa. Baek se acercó representando una danza que se parecía demasiado al baile del pañuelo de Leonardo Dantés. Jongin me miró, levantó su copa a modo de brindis lejano y se la terminó. Yo hice lo mismo.

 

—Que Dios me asista —susurré.

 

Baek tardó en subirse a la mesa y agarrarse a la barra como una stripper, lo que tardó en beberse la segunda copa: nada. A los amigos de Jongin iba a darles un ictus. Creo que no se habían visto en una de esas en la vida. De pronto aparecían cinco tíos todos emperifollados y medio borrachos con ganas de «socializar». Bueno, luego estaba Tao que tenía ganas de otra

cosa. Se acercó tres veces a mí para decirme que le había dado envidia y que quería montarse un trío. Y allí estaba, intentando gestionárselo con dos colegas de Jongin. No me gustan las discotecas y no se me da demasiado bien bailar, así que me limité a beberme (despacio) mi siguiente gintonic y a disfrutar del espectáculo. Sehun se acomodó a mi lado, con la mirada perdida, como si fuera Kurt Cobain a punto de pegarse un tiro. Traía la misma expresión torturada.

 

—A ti tampoco te gusta ese sitio —me dijo.

 

—Claro que no —le contesté con una carcajada—. Pero es como ver un documental en Discovery Channel.

 

Jongin se acercó con sonrisa comercial y apretando los dientes nos dijo con cara de loco feliz que quería morirse. Nunca lo había visto tan suelto. Debía llevar ya una mierda como un piano. Se sentó a mi lado y palmeó mi rodilla, como si yo fuera un colega de piernas peludas.

 

—¿Por qué no nos vamos a casa? —propuso Sehun.

 

—No puedo, tío —contestó Jongin. Su lengua sonó muy torpe—. Es mi cumpleaños. El del cumpleaños se va el último.

 

—Pero si estos sitios te horrorizan.

 

—He bebido tanto que empiezo a no saber dónde estoy. —Sonrió—. Deberíais hacer lo mismo. Además, mírales.

 

Baek seguía bailando como si le fuera la vida en ello. A decir verdad, bailaba como si tuviera que recolectar billetitos de dólar debajo de su ropa interior para dar de comer a una familia entera. Jongin se descojonó y se volvió a marchar para azuzarlo al grito de: «chupito».

 

Chupito. Tequila. Naranja. Canela. Los dos. Su cuerpo. Me estremecí entero. ¿Soy el único que se pone tontorrón cuando bebe unas copas? No. Creo que no. Sehun se levantó también y me tendió la mano.

 

—Yo ya he cubierto mi cupo. ¿Te vienes?

 

—Quédate un rato, venga —le pedí, tirando de su mano.

 

—Este sitio no me gusta.

 

—Pero es el cumpleaños de Jongin... —mendigué.

 

Resopló y me soltó la mano. Mi hermano corrió hasta mí y me arrancó del sofá de un tirón.

 

—Vamos a tomarnos un chupito de algo infernal que sabe a culo... pero no sabes cómo sube. ¡¡Otro!!

 

Jongin, apostado en la barra, pidió con un gesto otro chupito para los tres. Cuando me giré, Sehun ya no estaba. Lo busqué con la mirada, pero no lo encontré. Cuando saqué el móvil para llamarle, vi un mensaje suyo: «No puedo más. Lo siento, cielo. No estoy hecho para estos sitios. Si te lo piensas mejor estaré en casa».

 

—Jongin..., Sehun se ha ido.

 

—Que sea feliz —contestó antes de tragar el líquido ambarino y deslizar el vasito por la barra—. ¿Bailas?

 

—No. —Me reí—. Ni de coña. ¿Estás borracho?

 

—Como una cuba.

 

Me giré hacia donde estaba Baek, pero allí no había nadie. Mi chupito estaba vacío. No es que lo quisiera pero..., joder con Baek, que se bebía lo suyo y lo de los demás y después huía como una rata. En aquel momento volvía a estar encima de la mesa creyéndose Lady Gaga como una diva. Un amigo de Jongin se nos unió y él hizo una torpe presentación. Tendría que

haber saludado como los demás, pero me había limitado a quedarme en un rincón y observar.

 

—Este es mi ayudante —le explicó—. Y mi inquilino. Y mi ex. Me dejó él.

 

Me tapé la cara avergonzado.

 

—No le hagas ni caso —le dije y girándome hacia Jongin le pedí—. Vale, dame las llaves del coche.

 

Su amigo siguió con la fiesta y yo me dediqué a palpar a Jongin en el pecho y a buscar en los bolsillos y él se dejó levantando los brazos con gesto perverso.

 

—Las tengo más abajo.

 

—Cállate, marrano. ¿Dónde tienes las llaves del coche?

 

—He venido en taxi.

 

—No te lo crees ni tú.

 

Metí la mano hasta el fondo del bolsillo de su pantalón y empezó a reírse a carcajadas. Me contagié porque me imaginaba por dónde andaban los tiros.

 

—¿Has visto la película Borjamari y Pocholo? —me preguntó llorando de la risa.

 

—Como me saques la chorra por el bolsillo me la pongo de llavero.

 

Agarré las llaves y me las guardé en el bolso que llevaba cruzado.

 

—Esta noche conduzco yo.

 

—Humm... —Apretó los labios—. Eso me gusta.

 

—¿Te gusta que conduzcan para ti? —le pinché.

 

—Tú conduciendo..., me gusta. Y eso que llevas puesto también. ¿Por qué no te gustará ponerme las cosas más fáciles?

 

—Porque entonces, ¿qué lo haría interesante?

 

—Eres masoquista. —Sonrió.

 

—¿Quieres decirme algo en concreto o sólo estás metiéndote conmigo? —me burlé.

 

—Pues quiero decirte que esa vista desde la espalda es un castigo.

 

—¿No te gusta?

 

—¿Tú qué crees?

 

—Estás muy suelto. Deja de beber.

 

—Es mi cumpleaños y estamos en un garito infernal. Deja que me emborrache.

 

—A lo mejor deberíamos irnos —le dije.

 

—Creo que nos vendría fatal.

 

—¿Por qué?

 

—¿Los dos metidos en un coche y yo borracho? Soy humano, KyungSoo.

 

—Pasamos más de cuarenta horas semanales metidos en el mismo despacho y no pasa nada.

 

—Pero aún no me ha dado por beber en la oficina.

 

—¿Empiezas a dudar de tus decisiones?

 

—No —respondió—. Por más que quieras castigarme por ellas.

 

—Estamos los dos castigados, me parece —gruñí.

 

—Castigados sin jugar. —Se mordió el labio.

 

Llevé mi dedo índice hasta su barbilla y tiré un poco de él hasta que lo soltó.

 

—No me provoques —le pedí.

 

—¿O qué?

 

—O voy a demostrarte que no tienes fuerza de voluntad y que lo que pasa es que yo me estoy portando demasiado bien.

 

Volvió a morderse el labio inferior y yo me acerqué hasta pegar mi pecho al suyo. Le quité la copa, la dejé en un saliente de la pared y después me giré, dejando mi espalda sobre su camisa y mi trasero encajado a su entrepierna.

 

—¿Bailamos? —pregunté moviéndome ligeramente.

 

—Creía que no sabías ni querías bailar.

 

—Pero me he cansado de estar castigado.

 

—No juegues. En realidad..., no juguemos. Saldremos perdiendo —y lo dijo con sus labios pegados en mi oído.

 

—Solo quiero bailar.

 

—KyungSoo. No-po-de-mos.

 

—Solo bailemos. Eso podemos hacerlo.

 

Tiré de la mano de Jongin. Vigilamos nuestro alrededor para que nadie nos viera perdernos entre la gente. Baek, sentado encima de la mesa sobre la que había estado bailando, se reía a carcajadas de alguna gracia de uno de los amigos de Jongin. Casi gruñí. Mi hermano era demasiado pequeño para vérselas con tíos tan versados como esos. Seguro que alguno ya estaba casado. Sentí los dedos de Jongin trenzándose con los míos y mi hermano

desapareció de mi cabeza. Él. Yo. La oscuridad. La música alta. El rumor de las conversaciones ajenas. Su perfume.

 

Paramos casi al fondo de la sala, en la parte opuesta a los baños. Allí varios grupitos de chicas y chicos coqueteaban entre ellos. Se respiraban feromonas. Aquello era hasta narcótico, como una de esas demostraciones animales para ver quién es el macho alfa. Y justo en ese momento, después de haber sonado toda la «morralla» musical del momento, el DJ decidió poner una canción que me gustaba mucho. Mucho. Casi nos iba como anillo al dedo. Blame, de Calvin Harris con John Newman. No pude más. Sus manos me agarraron de la cintura y me enrosqué, moviéndome sutilmente. Me encaramé a él y dejé que mi nariz se arrastrara por su cuello; sus dedos contestaron recorriendo la piel de mi espalda. Cuando llegué al lóbulo de su oreja y lo mordí con cuidado, Jongin gimió.

 

—No me hagas esto.

 

—No me lo hagas tú a mí —le pedí.

 

Busqué su boca. Cerró los ojos y se apartó un poco. No me niegues un beso por tercera vez. Nuestro despacho. Nochevieja. Otra vez no. Se resistió.

 

—Piernas...

 

—Hasta apestando a alcohol me apeteces —le dije sonriente.

 

Abrió los ojos sin poder disimular su sorpresa.

 

—¿Cómo puedes acordarte de eso? —Y una sonrisa fue dibujándose en su boca.

 

—Porque después me besaste —le susurré—. Y Jongin..., esas cosas no se olvidan.

 

Cedió. Todo su cuerpo lo hizo. Sus hombros se relajaron y su pecho también. Me acerqué de nuevo y le besé. Fue solo un roce. Sus labios y los míos. Los apretamos y después nos separamos. Breve. Intenso. Electrizante. Jongin jadeó y cogiéndome de la cintura volvió a acercarme. Estampamos las bocas de manera brutal y mis dedos se adentraron entre los mechones de su pelo espeso. Lenguas, labios, dientes. Volví a besar por fin a Jongin después

de tantos meses y fue como si el tiempo no hubiera pasado por nosotros,como si siguiéramos en nuestro Nueva York, prometiéndonos un cuento de hadas que no era real. El beso bajo la nieve en mi terraza no puede compararse a besarle de verdad.

 

Fuimos a apoyarnos en la pared del fondo, a tientas, como adolescentes. De pronto todas las prisas, las ganas y el calor de los primeros besos me llenaron la boca y el cuerpo por completo. Necesitaba que me tocara. Necesitaba tocarle. Necesitaba escucharle gemir, jadear, gruñir. Me separé a duras penas de su boca. No me llegaba el aire a los pulmones. Él tiró de mí de nuevo, pero negué con la cabeza. Sonaba otra canción, de vuelta a la música machacona y vacía. ¿Cuántos minutos llevaríamos besándonos desesperadamente?

 

—Vámonos —le dije.

 

—A casa —musitó.

 

Y no dijo ni «mi casa» ni «tu casa». Solo casa, como si hubiera algún sitio que los dos pudiéramos llamar hogar. Iba a marcharme sin decir nada, pero decidí que lo mejor era asegurarme de que mi hermano seguía vivo. Lo había visto beber demasiado. Le pedí a Jongin que fuera recogiendo las chaquetas y que me esperara fuera y él no hizo preguntas.

 

Me repetí mentalmente doscientas veces el deseo de que mi hermano estuviera en buenas condiciones para no tener que hacerme cargo, pero no debía tener las cuentas claras con el cosmos, porque como era de esperar me lo encontré más allá que acá. Estaba tirado en uno de los sofás del reservado, mirando por el culo de un vaso de tubo como si fuera un catalejo. Rezongué y me acerqué. Me dolían los pies de estar toda la noche de pie aquí y allá y mi hermano me acababa de estropear el plan de sumergirme entre los pliegues de la ropa de Jongin y no pensar, solo sentir.

 

—Baek, levántate.

 

—¿Por qué? —Quiso saber con el ceño fruncido.

 

—Porque nos vamos a casa.

 

—No quiero.

 

Me agaché a su altura y lo cogí de las solapas de la americana, que se había vuelto a colocar. Lo acerqué de un tirón:


—No te he preguntado.


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