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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Notas del capitulo:

HOLAAAA!!! LO PRIMERO, LO SIENTO! SE QUE HA PASADO UN MILLÓN DE AÑOS DESDE QUE SUBÍ UN CAPITULO PERO ES QUE SE ME HABÍA PERDIDO DOCUMENTOS DE LA ADAPTACIÓN YA ADAPTADA, POR SUERTE TENIA UN USB CON LOS CAPÍTULOS AÚN A SALVO Y LOS RECUPERÉ! PERDONENME T__T

LES DEJO AQUI EL CAPÍTULO 26 DE JUEGO FINAL :D

Baek se levantó del sofá trastabillando. El de seguridad me pidió que lo sacara, que estaba demasiado borracho para seguir dentro de un local como aquel. Muchas gracias, señor, gracias por su inestimable ayuda. Me abrí paso a trancas y barrancas hasta la salida con él a cuestas..., iba saludando a todo el mundo, el muy pedorro.

 

—¡¡Eh!! ¡¡Hola!!

 

Baek es el mal. Ya lo decía la Biblia... Jongin se sorprendió al verlo aparecer a mi lado, haciendo eses. Iba borracho, pero no tanto como él, evidentemente.

 

—¡Hombre! ¡¡Cuñaooooo!!

 

Me dieron ganas de arrearle con el bolso y dejarlo inconsciente.

 

—Hombre..., bebé. ¿A ti también te levantaron el castigo?

 

Baek le dio unas palmaditas en el pecho, pasando de todo.

 

—Nos vamos de after —le dijo—. ¿Me invitas a una hamburguesa?

 

—Jongin, ¿dónde aparcaste el coche?

 

Me miró entrecerrando los ojos.

 

—Creo que en el parking.

 

«Creo que en el parking» se convirtió en una odisea de una hora para encontrar, primero el parking correcto, después el tique, luego suelto para pagar y por último la maldita plaza en la que había aparcado. Cuando me senté en el asiento del conductor estaba cabreado, sobre todo porque me dolían los pies a morir y porque tenía ganas de llegar a casa. Vale, lo admito,

y porque estaba cachondo y mi hermano me había jodido el plan y ahora los dos se reían como gilipollas de cualquier chorrada. Me quité los zapatos y los eché en el regazo de Jongin que los miró con el ceño fruncido.

 

—Piernas..., ¿para qué quiero yo esto?

 

—Te combinan con la camisa, no te jode. ¡Para sujetarlos mientras conduzco! —rugí—. Baek, levántate y ponte el cinturón.

 

Baek gimoteó, tirado en la parte de atrás. Desde donde yo estaba se le veía una patata inmensa en la costura de los pantalones y unos bóxers del Capitán América que vete tú a saber dónde se los había comprado.

 

—Baek, ponte el cinturón —repetí en tono cansino.

 

—Yo..., dormir —balbuceó. Y juraría que le chorreaba la baba por la barbilla.

 

—Baek —dijo Jongin—. Siéntate bien y abróchate el cinturón.

 

Se incorporó y le obedeció.

 

—Pero... ¿quién coño eres? ¿El flautista de Hamelín?

 

—Se me da bien dominar—respondió petulante.

 

—Todos menos yo.

 

—Yo no lo hubiera dicho mejor.

 

Salí como alma que lleva el diablo de aquel parking. Cómo corría aquella bestia. Las calles despejadas del centro a aquella hora me permitieron disfrutar un poco del coche; llevaba bastante tiempo sin conducir..., casi no recordaba lo mucho que me gustaba hacerlo. Era una maravilla. Jongin me miraba con media sonrisa.

 

—¿Qué? —le pregunté más relajado.

 

—Te queda bien. Conducir este coche. Te queda bien.

 

—¿Me combina con los ojos? —me burlé.

 

La cara le cambió al momento, no supe por qué. Fue como si se hubiera acordado de algo intenso y con un regusto amargo, que le hizo concentrarse en la ciudad que se deslizaba por la ventanilla.

 

—¿Qué pasa?

 

—Nada, piernas.

 

—¿Y en qué piensas?

 

—En que Nueva York debe estar nevado...



Bajamos el parking despacio, maniobrando con cuidado. Me deslicé entre las columnas con un «ay» en el pecho. Cuando apagué el motor, suspiré con alivio. Baek gimoteó, abrió los ojos a duras penas y Jongin fue rápido al salir del coche y ayudarle a bajar. Tenía bastante mala cara.

 

—¿Estás mareado? —le pregunté.

 

—Solo quiero dormir.

 

—Come algo antes.

 

—No. Dormir.

 

Jongin sonrió mientras le cogía por la cintura y se hacía cargo de él, que arrastraba su abrigo a medio poner. Subimos en el ascensor con aquellas pintas: Baek semiinconsciente, Jongin borracho y yo descalzo. Fuimos directos al séptimo y en lo que tardamos en llegar, planeé con astucia la manera de arreglar aún la noche. Baek, a mi cama; nosotros, al sofá. Mi hermano estaba fuera de combate y no se iba a despertar por escuchar gemidos. Y si lo hacía me daba igual, que conste. Solo quería desnudarlo, volver a besarlo, tocarlo.

 

Lo miré, apoyado en la pared del ascensor con mi hermano encima de su pecho. Me devolvió la mirada sonriente.

 

—Lo dejo en la cama y me voy a mi casa.

 

—Sí, ya —me burlé.

 

—Es lo que voy a hacer, piernas.

 

Lo que iba a hacer era besarme y dejar que mis manos volvieran a recorrerle la piel del estómago en dirección descendente. Dios..., me moría por cumplir esa fantasía adolescente de masturbarlo despacio, con tiempo, sintiendo cada uno de sus estremecimientos.

 

Entramos en el piso cargándolo entre los dos. No nos lo puso fácil. Iba arrastrando los pies, sin andar. Necesité ayuda hasta para desvestirlo, porque no dejaba de hacer la croqueta por encima de la cama, tratando de acurrucarse.

 

—Jongin, ¿puedes ayudarme con esto? —pregunté.

 

—No grites —se quejó Baek.

 

Jongin entró y le pidió que se incorporara..., él, cómo no, obedeció. Cuando conseguimos quitarle la camisa, no pude evitar lanzar una mirada hacia Jongin para ver si el torso de mi hermano le llamaban la atención, pero él lo ignoró. Yo le quité los pantalones rotos, los tiré a la basura y después le di un pijama, pero él se abrazó a él y volvió a enroscarse como un bicho bola. Maldije entre dientes.

 

—Me voy a cagar en tu alma inmortal—seguí diciendo.

 

—Paciencia —pidió Jongin risueño.

 

¿Paciencia? Si no fuera porque el muy estúpido se había bebido todos los chupitos sobre la faz de la tierra, yo estaría entregado al placentero acto del amor encima de mi cama. Eso por no decir que estaría follándome hasta su carnet de identidad. Cuando cerré tras de mí la puerta de la habitación con Baek acostado y arropado, Jongin se quedó plantado en el salón con las manos en los bolsillos. Eran las cinco y veinte de la mañana.

 

—Buenas noches, ¿no?

 

Lo agarré de la camisa y lo atraje hacia mí de un tirón. Jongin abrió la boca antes incluso de estamparla contra la mía. Enrollamos las lenguas de una manera demencial, respirando con fuerza, cogiéndonos del pelo y andando hacia atrás hasta encontrar el sofá.

 

Caímos encima de todos los cojines, tiramos algunos al suelo y enrollé mis piernas alrededor de sus caderas. Se rozó..., ya estaba duro. Me encantaba tener ese efecto en él, excitarle de aquel modo tan loco. Sus dientes atraparon con cuidado mi labio inferior para dejarlo escapar poco a poco; después su lengua y la mía se lamieron. Le desabroché un poco la camisa y mi boca fue bajando por su barbilla rasposa, su cuello, el valle de su garganta. Gruñó. Todo me olía a su perfume de Loewe mezclado con su piel.

 

—Esto está fatal —gimió.

 

No lograba explicarme cómo podía pensar que aquello estaba mal. ¿Cómo podría estar mal algo que me hacía sentir tanto alivio? Bueno, cuando fumaba la primera calada de un cigarrillo después de horas deseándolo, también me aliviaba y nunca fue un vicio sano. ¿Pasaría lo

mismo con nosotros? No quise pensarlo, porque por mucho que me dijera no pararía. Muy al contrario, mi cadera se movía instintivamente en busca de su cuerpo, de chocarse, rozarse. Él también necesitaba cierto alivio y yo quería dárselo y dármelo. En realidad no pensé en él, solamente en mí.

 

Jongin se incorporó en el sofá y empezó a quitarse la camisa. Yo también me incorporé y paseé mis labios húmedos y entreabiertos por todo su pecho; mis manos desabrocharon su cinturón. Estaba tan excitado, tan prieto debajo de la tela basta de sus vaqueros... Ejercí fuerza en su hombro y cayó sentado. Nos acomodamos conmigo a horcajadas y subió la parte baja de mi camisa. Hundió la boca entre mis pezones y los mordió y pellizcó a manos llenas.

 

—Joder, piernas. Joder...

 

Metí la mano dentro de su pantalón y saqué su erección. Gimió cuando moví la mano despacio de abajo arriba, ejerciendo más presión con el pulgar, que pasé por encima de la punta con delicadeza.

 

—Enséñame cómo te gusta.

 

—Dios... —gimió—. Así.

 

—¿Así? —seguí.

 

Se acercó a mi boca y nos besamos. Mi mano, entre los dos, empezó a coger ritmo. Separó los labios húmedos de mi boca y agarró mi cara con la mano derecha.

 

—¿Qué hacemos? ¿Qué estamos haciendo?

 

—Voy a hacerte una paja porque no dejo de pensar en ello desde hace semanas.

 

Echó la cabeza hacia atrás y me dejó tocarle. Tenía los ojos puestos en mi mano derecha. Arriba y abajo, sobre la piel suave que envolvía el músculo tenso. Húmeda. Mía. Gruñó y si quien prestándole atención a mis pezones.

 

—Estoy borracho, joder —confesó.

 

—¿Y qué?

 

—No sé si me voy a correr.

 

—Claro que te vas a correr —le aseguré—. En mis manos y en mi torso.

 

—Ahh —volvió a gemir.

 

Estaba tan caliente..., mucho. Y me sorprendió que manosearle, pajearle como si fuésemos críos, me pusiera de ese modo. Era como redescubrir su placer y aprenderlo poco a poco. Quería saber cómo le gustaba exactamente. Quería hacerlo mejor que nadie. Era como si me diera placer y no dejaba de pensar en que, cuando terminara, él me devolvería el «favor».

 

—Dime cómo te gusta —le pedí.

 

—Así, piernas. No pares.

 

—Dime exactamente cómo te gusta.

 

Puso su mano sobre la mía y ralentizó el movimiento de mi mano, haciendo que apretara más. Fue acelerando poco a poco, casi de manera imperceptible, hasta que empezó a dolerme la muñeca y el antebrazo.

 

Jadeaba. Se incorporó.

 

—Quiero ver cómo me corro encima de ti —me dijo.

 

Me dejé caer de rodillas al suelo y ya me acercaba a él cuando se escuchó un estrépito en la habitación.

 

—Soo... —balbuceó Baek desde mi dormitorio.

 

—Ahh..., no, joder —se quejó Jongin.

 

—Joder.


Los dos soltamos su erección en el justo momento en el que mi hermano salía a trompicones hacia el salón. No vio nada, porque no pudo en sus condiciones, pero si hubiera estado sobrio, me habría encontrado con media camisa fuera y el torso al aire, de rodillas frente a Jongin, mientras lo masturbaba. Y él con la camisa abierta y el pantalón desabrochado. Pero dio igual en qué circunstancias nos hubiera interrumpido. Él corrió hacia la cocina, creo que sin saber dónde iba, y se puso a vomitar allí.


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