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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Notas del capitulo:

Aquí un mini POV de Jongin ^^

POV JONGIN



Juro que le quiero. No sé qué tiene ese niño que se hace querer. Quieres abrazarle todo el rato, porque es algo así como el pequeño de los hermanos de esa película..., ¿cómo se llama? Gru, mi villano favorito. Él ahí, con esas manos de bebé y esas gafas que se pone cuando quiere parecer más serio. Había pasado mucho tiempo con él en los últimos meses, desde que rompí con KyungSoo. Y con Sehun, claro. Porque teníamos una relación a tres y cuando uno lo deja, lo deja con ambos. El caso es que juro que adoro a ese crío, pero aquella madrugada lo hubiera matado con mis propias manos.



De entre los recuerdos que guardo de mis padres, rescaté, mientras bajaba en el ascensor, el de una noche en la que irrumpí en casa con una melopea de medalla de oro. Casi no pude ni abrir la puerta pero después de muchos intentos, lo conseguí, armando un jaleo de impresión. Debía tener diecisiete años. Mi madre me esperaba en bata, apoyada en el quicio de su dormitorio con gesto grave.

 

—¿A ti te parece bien venir con semejante borrachera?

 

—Me sentó mal la cena —me excusé.

 

Mi padre salió detrás de ella. No recordaba que me hubiera pegado en la vida, pero no se lo pensó antes de darme una colleja con la que casi me arrancó la cabeza.

 

—¡Si no sabes mear, no bebas!

 

Me dieron ganas de hacer lo mismo con Baekkie. Y que conste que me tendría que dar pena, porque cuando KyungSoo me dijo que él se encargaba y que me marchara, ya había vomitado tres veces agarrado al fregadero. Por una parte me apiadaba de él porque su hermano mayor, con el que lo había dejado, era lo más parecido a una dama de hielo que conocía. No porque fuera insensible. No, KyungSoo tenía sensibilidad para dar y tomar, pero una mano izquierda más grande que yo. Joder..., era increíble. Mi valquiria...




Cuando me senté en mi cama, seguía teniéndola como el cemento armado. No puedo explicar por qué me había puesto tantísimo verlo masturbarme con aquella concentración. Joder. Pidiéndome con la voz cargada de morbo que le dijera cómo me gustaba más. ¿Cómo podía explicarle que con que la sujetara entre sus dedos yo ya me moría?

 

Me decidí a desvestirme y en ropa interior volví a sentarme en la cama. Vale. O descargaba

aquello ó iba a saber lo que es un buen ataque de priapismo. Así, hablando mal y pronto, me la saqué y empecé a tocarme. Fuerte. Sin medias tintas. No estaba tontorrona y no hacía falta que la despertara. Estaba en pie de guerra; recibió los zarandeos muy bien. Me imaginé corriéndome encima de su torso. Después fantaseé con él en el sofá desnudo, con las piernas abiertas, y yo acariciándolo hasta llevarlo al límite y dejar que se corriera en las yemas de mis dedos. Ni siquiera llevaba dos minutos concentrado a lo mío cuando la puerta se abrió de par en par y Sehun entró en la habitación.

 

—¡Joder! —se quejó y dio dos pasos hacia atrás.

 

—Pero ¡¡¿por qué cojones no llamas antes de entrar?!!

 

—¿¡¡Quién iba a pensar que te iba a pillar cascándotela!!?

 

—¡Como si tú no lo hicieras! ¿Crees que las paredes de esta casa son como las de los refugios nucleares o qué?

 

Pero no salió. Yo ya me la había metido en la ropa interior, claro. Si él se hubiera quedado dentro de la habitación donde estaba yo con la chorra fuera, sin alguien en la cama, me habría asustado.

 

—Además, ¿qué quieres? ¡Son las seis de la mañana!

 

—¿No triunfaste y vienes a descargar? —se burló. Parecía muy espabilado para terminar de

despertarse.

 

—Ja, ja, ja. Me parto —le contesté muy serio—. ¿Has dormido?

 

—Me puse a escuchar música y me desvelé. ¿Qué tal ha ido?

 

—¿Esto es una charla incómoda o me lo parece?

 

—Acabo de pillarte con la polla en la mano. Es incómoda.

 

—Me refiero a si quieres decirme algo en concreto o si esto va de fiesta de pijamas.

 

Puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza en el marco.

 

—¿Y KyungSoo?

 

—En su casa.

 

—¿Vienes de allí?

 

—Vengo de allí porque Baek se ha agarrado el pedo de su vida y le he tenido que ayudar a subir.

 

—¿Y tú no vas pedo?

 

—Se me ha pasado cuando has entrado —refunfuñé.

 

—¿Condujiste tú?

 

—No. Él.

 

—¿Él, KyungSoo?

 

—Sí. KyungSoo.

 

—¿Tu coche?

 

—No. Una carroza del día del orgullo gay. ¿A qué viene este interrogatorio? ¡¡Claro que mi

coche!! —Hice una pausa en la que me froté con vehemencia la cara. Empezaba a entrarme la típica modorra post borrachera—. Sehun, no ha pasado nada. No hemos follado. Puedes dormir tranquilo, ¿vale?

 

—Vale —asintió.

 

—Pero de todas maneras, déjame que te dé un consejo, aunque aún vaya mamado y esos chupitos infernales me hayan soltado la lengua. Tenemos que superarlo.

 

Me sentí un perro. Le había besado. Y él había estado acariciándome casi hasta el orgasmo.

Dios. Ese chico podía hacer de mí lo que le diera la gana.

 

—Es que no puedo —dijo con los ojos cerrados y la frente aún apoyada en el marco—. Es nuestro chico..., Jongin. Es nuestro.

 

—No es de nadie más que de sí mismo. Buenas noches.

 

Y le invité a irse porque no soportaba estar mintiéndole por más tiempo. Yo no quería olvidar a KyungSoo tampoco. Y no..., no iba a dejarlo como había quedado.

 

Menudo domingo. Me desperté con un dolor de cabeza brutal, a las dos y media del mediodía. Para colmo, Sehun había hecho la comida. Y diréis, pues menudo gilipollas, encima que te la había hecho... Vale, le agradecí el intento, pero entre la humareda que había montado, los cacharros para lavar y el tomate frito que llegó al techo, costó la torta un pan. Macarrones con queso. Eso comimos. Y entró bien, que conste, hasta que a los chupitos les dio por querer salir y me pasé veinte minutos arrodillado delante del váter.

 

—Joder, Jongin, que no tienes edad —me dije muy indignado conmigo mismo.

 

Adiós a las discotecas. ¿Por qué me metía yo en esos follones? Si lo único que de verdad deseaba era una taza de café humeante en la mano y KyungSoo y yo abrigados en la terraza, comiéndonos a besos. Bueno. Miento. En ese momento mi único pensamiento tenía que ver con mis vergüenzas en su mano.




A media tarde apareció por allí Hyuna, como siempre, como un puñetero ciclón. Sehun se

encontraba bien y acabó de ella hasta las narices. Yo que estaba que me moría, hasta las pelotas quedé. No contenta con contarnos con pelos y señales todo lo concerniente al tío con el que salía (por favor, Hyuna: haz amigas hembra o cómprate un loro), saqueó nuestra nevera y cuando no le dimos más conversación, anunció que se iba a hacerle una visita a KyungSoo. «Ve tú que puedes», pensé. Sehun y yo la vimos salir de casa y sé que los dos deseamos ser ella aquella tarde.

 

No. No me toqué más. Dolor de cabeza. Mal cuerpo. Cuando quise darme cuenta, estaba sonando el despertador para ir de nuevo a trabajar. Me quedé dormido pensando en desahogar todas las ganas acumuladas y soñé con que él lo hacía. Maldito KyungSoo; no sé cuándo le di la llave para que entrara también en mis sueños.




Lunes por la mañana. KyungSoo llevaba un traje de color gris con una corbata verde oscuro y estaba espectacular. Brillaba. Su pelo oscuro resaltaba encima de la tela. Con unos zapatos de trabajo y esos pantalones ceñidos..., joder, los pantalones. Me gustan los chicos con buenas piernas, no puedo evitarlo. No es una cuestión de fetichismo, es que se mueven diferente. Su culo. No pude pensar en otra cosa. Me vais a disculpar pero, me dolía la entrepierna a morir de imaginarme mis manos estrujando sus gloriosas nalgas. Y allí estaba él, profesional, entero, digno, sonriente, sin hacer ninguna mención a esa madrugada en la que a mí el placer se me había quedado a medias en su sofá. Dentro de nuestro despacho, la noche del sábado no había existido. Aunque pensé en un primer momento que eso me tranquilizaría, no lo hizo; todo lo contrario, porque sí había pasado. Y yo era un enorme interrogante..., un eterno: «¿Qué voy a hacer ahora?». Querer y no poder impregna al deseo de una fuerza descomunal. No hay nada más poderoso que necesitar algo que tú mismo te niegas.

 

A eso de las cinco de la tarde ya no podía más. Llevaba la mayor parte de la jornada pensando en Sehun para tener presente la razón por la que el supuesto KyungSoo y yo era un caos en el propio planteamiento. Estuve a punto de ponerme una foto de él encima de la mesa. Pero, como en ese capítulo de los Simpson donde Homer intenta pensar en cosas poco eróticas y la visión de uno de sus amigos en biquini se transforma en KyungSoo, yo acababa con la mirada perdida y el recuerdo de su torso en la cabeza. No soy un cerdo. Es que él era mi dios. Mi valquiria. El centro de todos mis jodidos deseos. KyungSoo entró en mi despacho haciendo resonar sus zapatos y apartándose unos mechones hacia un lado. Cabrón.

 

—Jongin. Necesito que me firmes estos papeles. —Firmé sin mirar y él arqueó las cejas—. ¿Qué te pasa?

 

—¿Qué me tiene que pasar? —contesté un poco a la defensiva.

 

—Pues algo, porque acabas de firmar algo que no sabes ni lo que es.

 

—Confío en ti. Eso es lo que pasa.

 

Pestañeó con cara de circunstancias.

 

—A ver. —Se sentó en el borde de la mesa con un solo muslo. Los pantalones se le ciñeron un poco a sus muslos y me dejó ver el contorno de su culo. Dios. ¿Por qué me castigas?

 

—A ver, ¿qué?

 

—¿No quieres saber qué has firmado?

 

—Ah, sí, es..., ¿es el presupuesto de lo de los envases?

 

—Sí. —Asintió y apretó los labios—. Venga, ¿qué te pasa?

 

—No me pasa nada. —No pude evitar sonreír. Ya la tenía dura. Entrecerró los ojos en un gesto de suspicacia.

 

—Yo sé lo que te pasa.

 

—No. No creo que lo sepas.

 

—¿No decías que no te pasaba nada?

 

—Manipulador. —Me reí.

 

Jugueteó con sus labios y se rió. Cabrón. Me estaba castigando.

 

—¿Estás jugando a algo y no lo sé, piernas? Porque si participo al menos me gusta saber las normas.

 

—No —fingió que no estaba disfrutando—. Solo pensaba que si necesitas algo de mí, deberías pedirlo.

 

—No te lo voy a pedir. —Me reí.

 

—¿Qué no me vas a pedir?

 

—¿Y dices que no estás jugando?

 

—Eres espabilado, Jongin. Seguro que encuentras la manera de solventar este problemilla antes de que se te gangrene.

 

—No sé a qué te refieres.

 

—A eso.

 

Señaló el bulto de mi pantalón con frialdad. Después cogió los papeles y caminó hacia su mesa; junto a la puerta que separaba su espacio y el mío se giró y me preguntó si quería la puerta cerrada.

 

—Déjala abierta —pedí.

 

Tortura milenaria china. Ni astillas debajo de las uñas ni potros. KyungSoo sabiendo más que yo de mis propios deseos. Dolía. Abrí uno de los cajones y saqué algunas fotografías. Pensé que ponerme ñoño me quitaría el calentón y me devolvería a las razones por las que KyungSoo y yo no podíamos pasar de tontear. Ya había sido demasiado aquel conato de masturbación interrumpida. Polaroids. Fotos de cuando éramos los tres felices, en ese invento de vida amorosa que habíamos construido sin cimientos. Sehun..., siempre soñando. El problema de mi mejor amigo era que vivía en el mundo de las ideas, como la teoría de Platón. La realidad para él era tosca y no valía su atención; de ahí a enamorarse de la idea de nosotros tres como «pareja» no había nada. Y se cegó. No vio que no funcionaba, que le faltaba estabilidad, que yo me cansé de tenerlo entre los dos. Le quería para mí solo, como esas noches en Nueva York.

 

Recordé ese restaurante, The River Café, donde habíamos bailado. Él llevaba en su mano

izquierda el anillo que le regalé. Y después las sábanas de nuestra habitación bailaron con nosotros encima. ¿O no fue aquella noche? Ya no me acordaba, ni me importaba. Ojalá pudiera condensar todos esos recuerdos, apretados, ligados y mezclados, en una píldora. La tragaría y viviría como Alicia, al otro lado del espejo.

 

Le añoraba. Añoraba permitirme el lujo de meter la mano dentro de su espesa melena y notar

cómo las fibras de sus cabellos se iban deslizando de entre mis dedos. Y su olor. Y el tacto de su piel encima de la mía. El peso de su cuerpo en mi regazo. Su boca en mi cuello, en mi pecho, en mi polla. No era calentón. Era amor y en el amor a veces el cuerpo dice más que las palabras. Me levanté dispuesto a condenarme. ¿Qué más daba? Cualquier cosa sería mejor que aquello. Pasé por su lado sin ni siquiera mirarle y fui hacia la puerta pero lejos de salir, cerré y pasé el pestillo. Al girarme sus enormes ojos marrones me miraban y una sonrisa tiraba de las comisuras de sus labios.

 

—Solo hoy. No puedo soportarlo —le dije.

 

Ni siquiera sé cómo llegué a mi mesa de nuevo, pero ahí estaba, sentado en mi silla, con él entre las piernas, de pie. Toqué sus muslos por encima de la tela del pantalón y creí que la piel se me deshacía.

 

—Jongin, esto es como la picadura de un mosquito. Crees que rascar te aliviará, pero lo único que consigues es que te pique más.

 

—¿Por qué me dices esto después de lo del sábado?

 

—Porque quiero que, al menos, lo escuches de mi boca antes de meternos de cabeza en esto. Sé consciente de que necesitaremos más. Y más. Te estás engañando.

 

—Pero es que no podemos, KyungSoo.

 

—¿Por qué?

 

—Porque Sehun...

 

—Sehun tiene treinta y cuatro años y sueños adolescentes. Y por si no te has dado cuenta, lo sabe perfectamente, pero si lo admite no tendrá más salida que aceptar que tiene que tomar una decisión. Y no quiere.

 

—Eso es muy frío.

 

—No digo que no te quiera, Jongin. —Se arrodilló entre mis muslos en un movimiento elegante y paseó sus manos sobre mis piernas.

 

Gemí. Gemí solo con notar sus dedos sobre mi cinturón.

 

—Dios... —rebufé.

 

—Y Jongin..., esto no lo hago por ti. Lo hago porque me muero de ganas.

 

Ahí estaba, como la dama de hielo. La valquiria. Y yo su esclavo. Darme placer porque él quería. A mí me valía. Cuando desabrochó el pantalón del todo y la sostuvo en su mano derecha, eché la cabeza hacia atrás. Si le miraba, me correría con la primera sacudida. Arriba, abajo. Cosquilleo. Placer en la base de mi espalda, recorriéndome hasta el cuello. La presión de su dedo pulgar más intensa, el recorrido del resto de dedos sobre mi piel, el ritmo. Arriba, abajo. Su otra mano acariciándome con cuidado los testículos. Latigazo de placer.

 

—KyungSoo..., voy a correrme —gemí.

 

—Acabo de empezar.

 

—Llevas tocándome desde el sábado, pero no lo sabes.

 

Él sonrió y siguió acariciándome. Lo hacía tan bien que era difícil no pensar que esas manos

estaban hechas para tocarme a mí y que las mías eran ya de su propiedad. Noté calor..., ese calor que nacía de lo más profundo y que me revolvía entero. Él me soltó un momento y deshizo el lazo del cinturón de su traje. Un botón a la izquierda, casi en su cadera; otro botón dentro y desabotonó la camisa. Abrió la tela, descubriendo su ropa interior de color gris y volvió a agarrarme con decisión. Subió el ritmo y yo empecé a jadear.

 

—Dios, cielo..., KyungSoo...

 

Se pasó mi erección en su torso y todo me ardía, me cosquilleaba. Gruñí y no pude evitar

correrme cuando volvió a bajar y subir la mano a lo largo de mi polla. Así de rápido. Como un

adolescente.

 

—Ah... —gemí.

 

No paró. Siguió moviendo la mano con suavidad y yo seguí corriéndome abundantemente sobre su torso, entre su pecho, con los ojos clavados en las perlas de semen que brillaban en su piel. Manché su ropa interior y él se miró con el labio inferior atrapado en medio de sus dientes. Puse mis dedos en torno a los suyos y le paré. Eché la cabeza hacia atrás.

 

—Dios..., piernas. —Cerré los ojos.

 

Los volví a abrir unos segundos después. KyungSoo se había sentado encima de mi escritorio y había encontrado un kleenex en uno de los cajones. Se limpió como pudo y después, sin vestirse del todo, cogió sus bóxers por el elástico, lo bajó y los dejó caer al suelo. Abrió las piernas y susurró:

 

—Y ahora... tú.

 

Aún jadeaba. Iba a tardar en recuperarme de ese orgasmo, porque después de haberlo almacenado durante casi dos días, había cobrado más fuerza de la que pensaba. Pero no me lo pensé. Yo quería su placer en mis dedos. Me acerqué en la silla y subí su pie a mi mesa. Se abrió delante de mí..., su entrada rosada y la polla dura.

 

Los hombres solemos abandonar inmediatamente después de corrernos el estado de excitación. Es automático y natural. Una vez hemos eyaculado, perdemos el interés sensual. No hay impulso eléctrico que nos obligue a lanzarnos entre sus piernas. Ya está todo en calma dentro de nosotros. Pero aquella tarde..., yo quería, quería, ahogarme en él. Intenté acercar mis labios a su entrada rosada, pero él me paró.

 

—No. Con tu mano.

 

Obedecí. Froté su polla y después con la otra mano metí dos dedos dentro de él. Me levanté. No pude más y le besé con fuerza. Mucha lengua, mucha necesidad, mucha demanda. Necesitaba tenerle al menos hasta que él se corriera. Le follé con dos de mis dedos y con el pulgar de la mano que le estaba masturbando acaricié la corona de nervios. Estaba tan estrecho..., le había excitado tocarme hasta el orgasmo y a mí me excitaba saberlo. Me aceleré.

 

—Más, Jongin, más... —pidió.

 

Sus labios estaban hinchados y húmedos. Empezó a gemir.

 

—Más...

 

—¿Qué más? —le pregunté.

 

Se acercó más al borde de la mesa y movió sus caderas, frotándose con la palma de mis manos. Metió los dedos entre mi pelo y tiró de mí hasta que nos besamos.

 

—Quiero más —exigió.

 

—¿Qué quieres?

 

—A ti.

 

—Todo.

 

—Siempre.

 

Nuestras lenguas se enrollaron tan húmedas como mis dedos deslizándose hacia su interior. Siguió frotándose, moviendo sus caderas de atrás hacia delante y... sin más, se corrió. Aspiré sus gemidos como si fueran la última posibilidad de conseguir oxígeno para mis pulmones. Y cuando separamos los labios, supe que tenía razón. Yo ya era suyo. Ya había decidido entre la lealtad y el amor. Yo solo lo quería a él. Pero... ¿cómo hacerlo?

 


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