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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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La clase de yoga fue un suplicio, y eso que Bora estuvo más graciosa aún de lo habitual. Mientras el monitor, un calvo cabrón que pretendía que algún día yo consiguiera enlazar mis tobillos detrás de la cabeza, exigía aguantar más en cada postura, ella me contaba en susurros todo lo que pensaba hacerle a Isaac. Y sí, era regraciosa la tía, pero eso no es que me ayudara a despejar la mente y pensar en otra cosa que no fuera lo mucho que necesitaba tener a Jongin empujando encima de mí. A la salida del gimnasio, sin ducharnos ni nada (porque una vez Bora se encontró un moco en una de las duchas y le cogimos asco a los vestuarios del gimnasio y yo era un quisquilloso cuando quería), nos sentamos abrigados en la terraza del Starbucks a tomarnos un té chai mientras ella se fumaba un Chesterfield.

 

—¿Estás rucado? —me preguntó.

 

Y yo que ya conocía sus expresiones sabía que «estar rucado» significaba si algo me estaba carcomiendo la cabeza.

 

—Un poco —le respondí.

 

—¿Jongin?

 

—¿Quién si no?

 

—¿Avanza la cosa?

 

—Bueno..., algo.

 

—No seas rancio y cuéntamelo. —Y después dio una honda calada a su cigarro.

 

—Ayer le hice una paja en su despacho.

 

Bora se giró hacia mí con sus ojos claros abiertos de par en par.

 

—¿Qué dices, gochón?

 

—Pues eso. Y él a mí, no te creas.

 

—Cuéntame eso bien.

 

—¿Qué quieres que te cuente?

 

—¿Dónde?

 

—Pues en su despacho. Me arrodillé entre sus piernas y le casqué una paja como si fuéramos adolescentes —y al decirlo en voz alta me entró hasta la risa.

 

—¿Y él a ti?

 

—Encima de la mesa de su escritorio.

 

—¡¡Joder!! Pero ¡¡qué morbazo!! —dicho esto se empezó a reír—. Y ¿entonces?

 

—Pues yo estoy como una fragua, a decir verdad. Quiero más.

 

—Me refería al estado sentimental de lo vuestro, pero bueno, acepto que estás suelto como gabete.

 

—Suelto es decir poco. Estoy como un pajillero de quince años. No pienso en otra cosa. Y no creas, me pareció que él cedía un poco, pero al volver a casa empezó a rayarse con lo de Sehun.

 

—Dale tiempo.

 

—Me parece injusto lo que está haciendo. No solo conmigo, que conste. Con Sehun tampoco está siendo honesto. En el fondo lo que está haciendo es alejarnos a los dos, pero con Sehun surte más efecto que conmigo.

 

—¿Y eso?

 

—Pues porque yo lo tengo muy claro y voy a por todas. Pero Sehun anda haciéndose el despistado y Jongin lo evita. Es como si fueran un matrimonio viejo y yo el amante de turno.

 

—Imprégnale con tu perfume las camisas. ¿Te imaginas a Sehun oliendo la ropa de Jongin y diciéndole como un loco «¡¡huelen a macho sumiso!!»?

 

La miré y estallé en carcajadas.

 

—Dime, KyungSoo, ¿tienes clarísimo que quieres estar con Jongin?

 

—Lo tengo todo lo claro que uno puede tenerlo. Al fin y al cabo estos saltos se hacen sin red.

 

—¿Qué es lo que te da miedo?

 

—Pues... que no funcione y que hagamos el sacrificio de alejar a Sehun en balde. Sobre todo él.

 

—La vida está llena de elecciones, KyungSoo. Y al fin y al cabo..., no se puede andar por dos caminos a la vez. Uno de ellos no es el tuyo.

 

Me quedé mirándola y sonreí.

 

—Qué sabia eres, Sensei.

 

—Pues deberías escucharme después de un canuto de maría.

 

Le di un trago al chai humeante y después suspiré.

 

—Esta mañana monté un numerito en el despacho de un cliente. Era uno de esos cerdos asquerosos que creen que las mujeres están para adornar y darles placer. Y que los hombres como yo somos como ellas. Le dije cuatro cosas bien dichas y no sé cómo Osito Feliz no me ha despedido.

 

Frunció el ceño dándole un trago a su bebida y me instó en un gesto a que siguiera contándole.

 

—Me puse en plan película americana. Me faltó chasquear los dedos delante de su cara a lo negra del Bronx.

 

—¿Y Jongin?

 

—Pues ese es el tema. Que se quedó allí viendo cómo yo me defendía, diría que hasta disfrutando. Y me gustó tanto que no fuera como..., ya sabes..., el típico ataque de testosterona a lo: que nadie toque a mi compañero. Él..., joder, me da la sensación de que él me admira.

 

—Dicen que toda buena relación se basa en la admiración.

 

—Yo también lo opino. —Suspiré y me miré las manos—. Vámonos a casa o tendrán que amputarme los dedos. Hace un frío de pelotas.

 

—Oye, a lo mejor te baja el termostato...




Cuando llegué a casa seguía pensando en Jongin. Qué rabia me daba no poder quitármelo de la cabeza. Hacía mucho tiempo que no me colgaba así por nadie y se me había olvidado lo que es tenerlo siempre en la cabeza. Bueno, hacía ya muchos meses que no me quitaba ese asunto de encima y dudo mucho que me hubiera pasado algo parecido en toda mi vida. Primero fueron los dos y ahora Jongin, como un todopoderoso imaginario sensual en el que terminaban todas mis fantasías. No podía ni ver porno. Sí, así lo digo. Y no podía porque al final todos los actores eran él y yo. Y yo nunca gemía como un gato en celo, pero quería hacerlo con él.

 

Me di una ducha, me puse el pijama y le di una vuelta más de tuerca. La conversación con Bora había sido desestresante, como siempre. Recordé vagamente que mi amiga también había saboreado las mieles de follárselos como una loca y me desagradó. Yo ya sabía que ellos tenían un pasado muy sexual pero... pasaba de imaginarlos con una mujer. De imaginarlo con otra.

 

Borraría en mi cabeza las caras de cada una/o de sus compañeras o compañeros sexuales hasta implantar la mía, como un animal marcando territorio. Me sentía como el tío posesivo típico de las novelas. Esos tíos que me darían un poco de alergia de encontrármelos en la vida real. Y en esas estaba, tratando de concentrarme en algo que no fuera Jongin, Sehun y todo aquel maremágnum de sensaciones, cuando sonó el timbre de mi casa. Me dije a mí mismo que si al abrir encontraba a mi hermano iba a ahogarlo con mis propias manos; no tenía ganas de tenerle saltando por el salón de mi casa, creyendo que clavaba el salto de la gacela como si fuera el primer bailarín del ballet ruso. Eso y contándome sus aventuras y desventuras desvergonzadas y surrealistas entre risitas. Yo le quiero, lo juro, pero a ratos me gusta desconectar el papel de hermano mayor y ser más persona. Abrí sin ceremonias con cara de moco, porque en el fondo estaba seguro de que ahí iba a estar él, pero donde tendrían que estar sus ojos solo encontré el tejido suave de un jersey de lana buena de color granate. Levanté la mirada y me encontré a Jongin con el ceño fruncido.

 

—¿Me dejas pasar?

 

Eran las nueve y cuarto de la noche y él seguía con el traje puesto, sin la americana. ¿Qué había estado haciendo que ni siquiera había tenido tiempo de ponerse cómodo? Le dejé abierta la puerta y lo seguí con los ojos hasta el centro del salón, donde se quedó parado mirándome.

 

—¿Qué ocurre?

 

Negó con la cabeza y suspiró antes de frotarse la cara con ahínco.

 

—Yo qué sé —terminó diciendo.

 

—Y en qué puedo ayudarte con tu «no sé qué».

 

—Ponme una copa. Algo fuerte.

 

Extrañado por su comportamiento me metí en la cocina y saqué una botella de Martini del altillo. No tenía nada más fuerte en casa, así que iba a tener que conformarse con aquello. Estaba sirviendo las copas cuando noté que se colocaba justo detrás de mí. Su respiración llegó cálida hasta mi cuello y pronto besó esa porción de piel que quedaba bajo mi lóbulo.

 

—No dejo de pensar en ti. —Y por su tono cualquiera creería que era un castigo.

 

Me di la vuelta.

 

—No te puedo dar las respuestas que buscas, Jongin, porque ni siquiera sé las preguntas correctas.

 

—Odio esta situación. —Suspiró y cerró los ojos en el proceso.

 

—No voy a pedirte que elijas entre él y yo, porque si no sale bien me culparé siempre.

 

—Lo sé —asintió.

 

—La decisión tienes que tomarla tú. Yo ya tomé la mía.

 

—¿Y cuál es?

 

—Eres tú.

 

Se mordió el labio inferior y miró hacia el techo.

 

—Toma. Martini. No tengo nada más fuerte.

 

Eso le hizo sonreír. Alcanzó la copa y se lo bebió de un trago, después arrugó la nariz.

 

—Pero qué asco, piernas.

 

Sonreí y dejé mis manos apoyadas en su pecho.

 

—Hagamos algo normal, ¿vale? Quédate a cenar.

 

Jongin respondió con un asentimiento y los labios torcidos en una de sus sonrisas. Con la intención de estar un poco más presentable (no me gusta mucho que la gente en general y el tío del que estoy enamorado en concreto me vean con un pijama marinero manchado de lejía), me metí en la habitación mientras Jongin abría y cerraba armarios con la intención de encontrar algo con lo que preparar la cena. Cuando salí con un jersey oversize y unos pantalones en mejor estado, él ya se había arremangado y, con corbata y todo, estaba amasando.

 

—¿Qué haces? —le pregunté.

 

—Algo rápido. Espero que no te importe cenar hidratos.

 

A su espalda puse los ojos en blanco e intenté ayudarle.

 

—A ver, ¿qué hago?

 

—Pon unas copas de vino. Pero de vino, ¿eh? La mierda esa que me has dado antes déjala para cuando hagas un botellón adolescente en casa.

 

—Pero qué pijo eres —me quejé—. Además de servir alcohol, puedo ayudarte.

 

—Me consta que odias cocinar y que, además, te niegas en redondo a aprender a hacerlo.

 

—Bueno, hoy tengo el capricho. Venga..., ¿por dónde empiezo?

 

Me lanzó una mirada de soslayo y yo me arremangué el jersey.

 

—Corta ese tomate y esa cebolla en dados.

 

Cogí un cuchillo del taco que tenía sobre la encimera y él me paró la mano con la suya manchada de harina.

 

—Por el amor de Dios, piernas, que ese es para el pan.

 

—¿Y qué?

 

Se echó a reír.

 

—Déjalo estar. Ya me apaño yo —dijo echándome.

 

—¡Que no!

 

—Vale, pues amasa tú esto. No quiero verte asesinar hortalizas.

 

Cambiamos nuestros puestos en la cocina y me pidió que me quitara el anillo que llevaba a media falange en el dedo corazón. Obedecí y me puse a... mover las manos sobre la harina pringosa.

 

—Esto se pega en los dedos —me quejé.

 

—Qué escrupuloso te has vuelto de pronto...

 

—¿A qué puñetas te refieres?

 

—Nada. —Se mordió el labio inferior, evitando una sonrisa y siguió cortando la verdura.

 

—¿Era una guarrada?

 

—Una marranada total —confirmó.

 

Lancé dos carcajadas.

 

—Eres lo peor.

 

—Pero te encanta.

 

—Creí que íbamos a comportarnos como personas normales.

 

—Estamos siendo normales. El KyungSoo normal y el Jongin normal se dicen estas cosas.

 

—¿Y qué más hacen?

 

—A ratos se odian, pero en el fondo están locos el uno por el otro.

 

—¿Y qué diferencia hay entre esos y nosotros?

 

—Que ese Jongin se sentó en la última fila el primer día de clase en lugar de en la quinta.

 

Supe que se refería al momento en el que debieron conocerse Sehun y él y no añadí más por miedo a que la situación diera un giro y se tornara en nuestra contra.

 

—No te quedes así de callado —me pidió—. Al KyungSoo normal no le gustan los silencios.

 

—Y el Jongin normal se burla de él por ello.

 

Sonrió, mirándome de lado. Se concentró en cortar rápidamente la cebolla y apartó la cara.

 

—Arg, joder con la cebolla. —Una lágrima le resbaló por la mejilla.

 

—No llores, anda. Y mira lo que cortas que no quiero terminar en el hospital.

 

—El KyungSoo normal se desmaya cuando hay sangre.

 

—Sí, lo sé. Por eso te lo digo. Oye, Jongin, en serio. Esta pasta no hace más que pegárseme entre los dedos. Es asqueroso.

 

—En serio, no te recordaba así de aprensivo.

 

—Es que me da grima la textura.

 

Se echó a reír.

 

—¡¿Quieres hacer el favor de dejar de pensar en eso?! —me quejé.

 

—¿En qué eso? ¿Es que ahora también me lees la mente?

 

—Está claro que estás pensando en mi «falta de escrúpulos» en otras situaciones.

 

—Igual tengo que irme y dejar que la masa y tú intiméis un poco.

 

—¡¡Eres imbécil!! —Me reí—. Ni que yo fuera un cerdo.

 

—No te equivoques, el sexo cuanto más sucio..., más placentero.

 

Me quedé mirándole y me guiñó un ojo.

 

—Eso no soluciona este problema. —Y señalé la mezcla.

 

—Le falta harina. Espolvorea un poco más, pero solo hasta que deje de pegarse, ¿vale?

 

Lo miré frunciendo el ceño y él dejó el cuchillo sobre el banco y se acercó, rodeándome desde atrás.

 

—Es una tarea sencilla, piernas, sabrás llevarla a término, te lo prometo.

 

—Mi, mi, mi, mi... —le hice burla.

 

Colocó las manos sobre las mías y trenzando sus dedos con los míos me obligó a mover la mano correctamente sobre la masa.

 

—Así. —Y su respiración llegó a mi cuello.

 

—Vale —contesté.

 

—Un poco más. —Nuestras manos se llenaron de suave polvo blanco cuando él echó un poco más de harina encima de la mezcla.

 

—¿Qué lleva?

 

—Cerveza, aceite, harina y sal —contestó con voz queda.

 

—¿Y qué va a ser?

 

—¿Qué quieres que sea?

 

—Una cena normal, entre el Jongin normal y el KyungSoo normal.

 

Su nariz viajó entre los mechones de mi pelo y me olió.

 

—Me gusta —susurró.

 

—¿El qué?

 

—Tu perfume. Tú. No sé. A veces estoy en mi mesa y te huelo desde allí. No hay nada en el mundo que huela igual.

 

—Todas las personas que usen este perfume huelen igual.

 

—No. Nada en el mundo huele como tú.

 

Sus dedos volvieron a trenzarse fuerte sobre los míos y sus labios me besaron el cuello.

 

—¿Y a qué huelo entonces?

 

—A..., a ti. A dormir hasta tarde. A darse un baño. A... Nueva York. Aunque creo que es Nueva York lo que huele a ti.

 

Me giré entre sus brazos y le miré desde allí abajo. Jongin. Mi Jongin. Mi cuento de hadas. No era justo.

 

—Bésame —le pedí.

 

—No puedo. —Frunció los labios.

 

—¿Por qué?

 

—Porque si empiezo no podré parar.

 

—¿Y eso debe importarles al Jongin y el KyungSoo normales?

 

Unos segundos de silencio. Sus ojos deslizándose por mi boca, mi cuello y terminando en mis clavículas que se adivinaban bajo el jersey.

 

—No. Probablemente no les importa lo más mínimo —respondió.

 

La masa estaba lo suficientemente sólida como para abandonarla sobre la encimera y dejar en nuestras manos un leve resto oleoso. Las suyas fueron directamente a mi cara y las mías a su espalda. Nuestras bocas se encontraron con una violencia que no recordaba y si no lo hacía era porque lo más seguro es que nunca hubiera sentido aquella desesperación por sofocar el apetito y la necesidad. Su lengua entró con fuerza y la mía salió a su encuentro. Sus manos se mantenían quietas sobre mi cara y las mías se deslizaron hacia su culo para empujarle hacia mí y pegar su cuerpo al mío. Su erección presionó mi estómago y no pude remediar palparle y provocar un gemido hondo en su garganta. Arranqué mi labio inferior de entre sus dientes y me acerqué para alejarme después sin llegar a tocar sus labios.

 

Gruñó.

 

—No juegues —dijo jadeando.

 

Y su tono firme, su ceño fruncido, sus dedos clavándose en la carne de mis nalgas aún sobre la ropa..., me catapultaron a un estado en el que no me había encontrado jamás. Quería ser suyo. Suyo. Por un rato, claro. Quería que me cogiera, que cumpliera esa fantasía recurrente con él de fingir por un rato estar a su merced. Quería correrme con su boca pegada a mi entrada y que cuando lo hiciera él, en mi boca, me tirara del pelo.

 

Tiré de su jersey hacia arriba y él me ayudó a quitárselo. Después se desprendió de la corbata. Los botones de su camisa se resistieron entre nuestros dedos resbaladizos. Mi boca empezó a bajar por su barbilla rasposa, por su cuello para terminar dibujando un camino húmedo con mi

lengua hasta su ombligo. Tiró de mí hacia arriba y me levantó, cogiéndome en brazos. Salimos hacia el salón besándonos salvajemente y caímos en el sofá. Me coloqué de rodillas encima de él, mirándolo y, como hicimos el sábado de su cumpleaños, desabroché su pantalón. Su mano derecha se posó en mi cabeza cuando engullí su erección.

 

—Ah... —gimió apoyándose en el reposacabezas del sofá—. Dios..., Dios...

 

La saqué y volví a introducirla de mi boca con una lentitud tortuosa para sacarla de nuevo y lamer la punta. Jongin no me quitaba los ojos de encima, totalmente perdido en la visión de mi lengua sobre su polla. Aceleré el movimiento ayudándome de la mano y le acaricié con suavidad mientras se deslizaba hacia mi garganta. Me paró tras unos minutos para levantarme y dejarme caer entre los cojines del sofá. Fue él quien se arrodilló en el suelo entonces, tirando de mis pantalones y desprendiéndome de ellos, de los calcetines y la ropa interior. Abrió mis piernas y su lengua se arrastró sobre mi longitud. Gemí cogiéndole fuerte del pelo y empujándolo hacia mi corona, que acarició de manera lenta con movimientos circulares. Creí morirme allí mismo, bajo su boca. Su lengua trepó por toda mi longitud hasta mi entrada, saboreándome y acompañó el movimiento con sus dedos que se hundieron dentro de mí. El cuerpo se me tensó en una sacudida brutal.

 

—Me correría solo con comerte —susurró.

 

—Hazlo —le pedí.

 

Volvió a meterse entre mis piernas y a succionar con avidez. Sus dedos corazón y anular me penetraron de nuevo.

 

—Así —gemí—. No dejes de hacerlo.

 

Cuando miré hacia abajo, intuí una sonrisa en su boca. Una sonrisa cómplice, sensual, del que sabe que va a hacer volar a la otra persona por el simple placer de verla correrse. Todo se aceleró a mi alrededor, dando vueltas, dejándome caer en una espiral de placer dentro de la cual lo único que podía hacer era tratar de llevar oxígeno a mis pulmones respirando de

manera irregular. Su boca se centró en mi miembro y sus dedos empapados siguieron follándome hasta casi levantarme del sofá.

 

—Estoy cerca... —gemí—. Estoy a punto de correrme.

 

Con sus dedos enterrados en mi interior se acercó para besarme. Sus labios sabían a sexo, estaban calientes y hambrientos. Aquel beso me excitó; el sabor de mi excitación y su saliva eran narcóticos y antes de que pudiera avisarle mi interior se tensó alrededor de sus dedos y empecé a correrme.

 

Me noté muy excitado y grité con un latigazo de placer que no había sentido jamás. Jongin separó los labios de mi boca al escuchar mi gemido y desvió la mirada hacia su mano. Todo se había contraído con placer en torno a sus dedos.

 

—Te has corrido —me dijo antes de morderse el labio.

 

Su mano estaba húmeda y yo temblaba de pies a cabeza. Pero... ¿qué había sido eso?

 

—Dios, piernas..., nada en el mundo puede excitarme como tú.

 

Jongin se incorporó y me incliné hacia él para volver a lamerle. Estaba tan duro..., mucho. Como nunca lo había notado sobre mi lengua. Duro y húmedo. Casi preparado. Comerme, lamerme, hacer que me corriera podía llevarle al borde del orgasmo. De modo que no hizo falta mucho para que palpitara, avisando que estaba a punto de terminar.

 

—Cielo..., en la boca. En tu boca, cielo.

 

Apreté mis labios alrededor de su erección y succioné. El primer latigazo de su semen me llegó directamente a la garganta. El segundo al paladar y el tercero a mis labios, donde se entretuvo, penetrándolos con cuidado, despacio, para terminar de descargar en el interior. Poco después se derrumbó encima de mí con un gemido.





Cenamos bastante tarde. Él se aseó como pudo y terminó de cocinar mientras yo me daba otra ducha. Nos comimos la pizza en el sofá, viendo un concurso de cocina sin demasiado interés, muy pegados. Jongin se inclinaba continuamente hacia mí para besar mi cuello, mis hombros, el ángulo de mi mandíbula o para acariciarme el pelo y volver a besarnos. Como una pareja normal. Como un Jongin y un KyungSoo enamorados y sin motivos para no arriesgarse. Una noche tranquila y placentera..., ¿verdad?




Cuando sonó el timbre, los dos nos pusimos en tensión. Jongin se levantó en un ademán rápido y recogió su corbata y su jersey de camino a la puerta. Después de echar un vistazo por la mirilla se giró hacia mí. Sin duda quien esperaba a que abriéramos era Sehun. Le pedí con gestos que se metiera en mi habitación y cuando cerró la puerta del dormitorio, yo abrí la de casa.

 

Sehun me miraba con sus bonitos ojos azules.

 

—Hola, cielo. —Sonrió.

 

—Hola —respondí—. Dime.

 

—Vaya..., al grano, ¿no?

 

—Perdona, Sehun.

 

—¿Puedo pasar?

 

Cogí aire y él dio unos pasos hacia el interior. Sobre la mesa de centro había dos platos con sobras de comida y dos copas de vino.

 

—¿Estás con... Baek? —me preguntó dubitativo.

 

Me froté la cara.

 

—No, Sehun. Yo... no quería que..., bueno, que te enteraras así —musité—. Perdona...

 

Sehun se quedó parado un segundo, sin decir nada. Y a mí no es que me salieran las palabras con mucha fluidez. Despegó la mirada de la vajilla y me miró.

 

—Perdóname a mí. No tenía por qué haber entrado. Es evidente que..., que has conocido a alguien. No es que esperara que..., bueno..., da igual.

 

Me quedé boqueando de sorpresa cuando me dio la espalda y fue hacia la puerta. ¿«Es evidente que has conocido a alguien»? Lo que era más que evidente era que el que esperaba dentro era Jongin.

 

—Sehun...

 

—Da igual. Tienes derecho a..., bueno, ya sabes. Nosotros somos un problema al fin y al cabo. Has hecho bien. Buenas noches.

 

Cuando cerró la puerta, Jongin se asomó y me miró con el ceño fruncido.

 

—¿Te ha dicho que...?

 

—Sí —le interrumpí.

 

—No puede ser —me dijo muy seguro—. Va a llamarme. Va a llamarme para preguntar dónde estoy. Lo sospecha.

 

Me quedé mirándole como si acabara de bajar de una nave espacial. ¿Cómo que lo sospechaba? ¡¡Sehun no era ningún imbécil!! Sehun lo sabía. Lo sabía. Pero estaba interpretando muy bien su papel.

 

—Jongin... —dije calmado, tras respirar hondo—. Sehun no lo sospecha. Sehun lo sabe.

 

—Si lo supiera...

 

—Si lo supiera tendría que posicionarse, ¿no? Hacer algo. No iba a quedarse tal cual, viviendo contigo, trabajando con los dos. Jongin, abre los ojos..., Sehun no quiere hacer nada.

 

—¿Me quieres decir que la persona que más insiste para que volvamos los tres sabe que tú y yo estamos juntos y va a hacer como si nada por no tener que tomar una decisión sobre esto?

 

—Sí —asentí.

 

—Debes estar loco —dijo con tranquilidad—. No conoces a Sehun. Es imposible, ¿me oyes? Imposible, que eso pudiera pasar.

 

—Jongin..., Sehun lo sabe.

 

—Llamará. Verás cómo llama.

 

Sacó su teléfono del bolsillo del pantalón y se quedó mirándolo. Pasaron los segundos y los dos despegamos los ojos de la pantalla que... no se encendía.

 

—No va a llamar. No quiere saber nada más. ¿Es que no lo entiendes?

 

—No. —Negó también con la cabeza. Dejó caer el móvil sobre la mesa y se frotó la cara—. Lo que pasa es que no puede creerse que su mejor amigo le esté haciendo esto.

 

Cogí el teléfono y se lo devolví.

 

—Vete a tu casa —le pedí en tono rudo.

 

—¿Y ahora a ti qué te pasa? —contestó levantando el tono.

 

—Que odio a la gente que no quiere ver las cosas aunque las tenga delante de su jodida cara. Vete.

 

—KyungSoo, abre un poco las miras. No te obceques. Sehun debe haber pensado que...

 

—¡¡Sehun debe haber pensado que estabas en mi jodida habitación esperando a que se fuera!! Pero no quiere tener que decidir cuando se destape el pastel. A no ser que opte por boicotearlo y hacerte sentir mal, para no tener que hacerlo jamás.

 

Jongin se me quedó mirando y su expresión fue mutando de la sorpresa a la amargura.

 

—Eso que estás diciendo es horrible. ¿Te das cuenta?

 

—¿Te das cuenta tú de que es verdad?

 

—Claro que no. ¡¡Claro que no!! ¡¡¿Crees que no conozco a la persona con la que vivo desde hace diez años?!!

 

—Sí. Eso es justo lo que te estoy diciendo.

 

—Es tan retorcido que voy a olvidarlo, KyungSoo. —Y se levantó el cuello de la camisa para ponerse la corbata. Evidentemente estaba preparándose para irse.

 

—No lo olvides, Jongin. Te va a hacer falta acordarte de esto para cuando tengas que hacer algo.

 

—¿Algo?

 

—Algo adulto. Una elección.

 

—Creí que habías dicho que no querías que eligiera.

 

—No. Dije que yo ya he hecho la mía. Ahora te toca a ti.


Jongin se puso el jersey y fue hacia la salida entre airado y disgustado. No dio un portazo, pero me sentó igual de mal. ¿Estábamos de verdad preparados para lo que venía?


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