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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Pagué al repartidor con un billete y le pedí que se quedara con el cambio. Estaba de buen humor. Quién lo diría..., mi amante acababa de echarme el polvo más corto y decepcionante de mi vida. ¿Y por qué estaba de tan buen humor? Pues porque él tenía razón cuando decía que aquellas cosas que demuestran que el otro no es perfecto son las que más nos hacen quererlo.

Al menos cuando todo es perfectamente sano y normal. Cuando me giré, Jongin me miraba desde el sofá con cara de pedo. Me eché a reír otra vez.

 

—Si sigues riéndote no sé qué voy a hacer con la poca virilidad que me queda. Dejaré que me hagas trenzas y me depiles las piernas —se burló.

 

—Es que tendrías que verte la cara. Joder, ¡que no pasa nada!

 

—No sé qué es peor, que intentes colarme la mentira de que no pasa nada o que vayas a hacerme comer esa mierda para cenar.

 

—Esta mierda es la mejor mierda del mundo —le respondí señalándole con el dedo—. El dim sum es Dios hecho comida.

 

—Joder, para rezar en los aviones eres bastante blasfemo.

 

Me senté a su lado y abrí la bolsa aceitosa con la boca hecha agua.

 

—Estoy incómodo —se quejó como un crío—. Y me voy a manchar los pantalones del traje.

 

—Pues quítatelos. Si quieres, puedo dejarte unos pantalones de pijama o algo. Tengo unas mallas de leopardo monísimas.

 

Me fulminó con la mirada y se levantó.

 

—¡Era broma! —le grité viendo cómo se dirigía hacia la puerta.

 

—Ahora vuelvo. Capullo.

 

Me imaginé que iba a su casa a coger algo de ropa, pero no me expliqué cómo se justificaría delante de Sehun. Eso sí, se llevó la americana y el abrigo con él, supongo que para disimular. Tardó diez minutos, no más, y yo ya me había comido parte del aceitoso arroz tres delicias. Venía con una bolsa de mano pequeña, que me enseñó. Se metió en mi dormitorio y salió poco después con el pijama y una expresión mucho más serena.

 

—¿Estaba Sehun en casa? —pregunté, con miedo de nombrarlo.

 

—Sí. Joder..., ¿esta charca de aceite es la cena?

 

—¿Y qué te ha dicho cuando te ha visto llenar una bolsa con ropa?

 

—No es que nos pidamos muchas explicaciones, ¿sabes?

 

Mastiqué mirando hacia la televisión. Estaban poniendo capítulos de Big Bang Theory, pero no estaba enterándome de nada.

 

—Algo le debiste decir —insistí.

 

—Le dije que no iba a dormir en casa. —Se encogió de hombros y se metió un tenedor lleno de comida en la boca. Hizo una mueca.

 

Dejé el plato sobre la mesa de centro y me giré hacia él.

 

—Vamos a ver. Y perdona que insista..., le dices a tu compañero de piso, examante nuestro, exnovio mío que hace nada seguía peleando por recuperar el triángulo amoroso que tuvimos, que no vas a dormir en casa y... ¿se queda tan pancho?

 

—¿Tenemos que hablar de esto ahora? —contestó de mal humor—. Menuda noche, joder.

 

—¿Qué le pasa a la noche?

 

Dejó el plato y se volvió hacia mí.

 

—Eyaculo dos minutos después de empezar a follar contigo. Me haces cenar comida china de dudosa calidad y...

 

—¿Y?

 

—No me hagas pensar en esto ahora. En serio, KyungSoo.

 

Se rascó nervioso la barba, cogió el plato de nuevo y clavó los ojos en la pantalla. Apagué el televisor y chasqueó la lengua contra el paladar.

 

—Le he dicho que estoy con alguien. Que tengo un lío con una chica. Ya está —añadió seco—. ¿Qué quieres sacar de todo esto?

 

—Jongin. No es normal y lo sabes.

 

—¿Qué no es normal?

 

—Ayer llega aquí, ve que estoy con alguien y deduce mágicamente que estoy con una tercera persona que no tiene nada que ver con vosotros. Hoy tú le dices que estás con alguien y... ¿no dice nada?

 

Se humedeció los labios. Oh, oh.

 

—Vale, KyungSoo. Le he dicho que me iba a pasar la noche con Tiffany. No es la primera vez que lo hago, no tiene de qué extrañarse. ¿Contento?

 

—Sí —asentí como si fuera una obviedad—. Claro que sí, joder. ¿Crees que me voy a volver loco por saber que tienes un pasado sexual que, además, ya conozco?

 

—Yo qué sé. Hoy no me está saliendo nada a derechas.

 

Me acerqué, me senté sobre los talones y le acaricié el pelo de la sien.

 

—Jongin...

 

—¿Qué? —contestó.

 

—Mírame.

 

Suspiró y me miró. Sus bonitos ojos marrones oscuros se centraron en mi cara.

 

—Te quiero.

 

La tensión de su ceño se relajó y pestañeó.

 

—Y yo. No es eso..., es que... no sé. Imaginé que nuestro...«reencuentro» —dibujó las comillas con los dedos— sería más especial.

 

—¿Crees que necesito pétalos de rosa?

 

—No. —Sonrió y puso los ojos en blanco—. Te he visto abrir un jodido botellín de cerveza con los dientes. Sé que los pétalos de rosa te harían vomitar.

 

—Sí —le di la razón—. Me halaga gustarte tanto que no puedas contenerte. Me gusta lo que significa que estar dentro de mí te supere. ¿No lo entiendes? No hagas de esto un problema que no existe.

 

Asintió. Hasta yo supe que no era eso lo que le angustiaba. Le angustiaba saber que Sehun se había tragado sin preguntas el cuento de que se iba con Tiffany. Sehun lo sabía, me jugaba la mano derecha. Y que nadie me malinterprete: yo entendía las razones que empujaban a Sehun a hacerse el ciego, el sordo y el tonto. Imaginaos que toda la vida que habéis planeado se resquebraja en cuestión de dos meses. Tu novio decide romper y sabes que es porque siente demasiado por su expareja, que es tu mejor amigo, con el que vives, trabajas y tienes un negocio. Si esas dos personas finalmente dan un paso..., ¿en qué situación quedas tú? ¿Qué debes hacer? Quizá otra persona hubiera aprovechado el brete para presionar a Jongin para que abriera los ojos a la situación, pero hacía algún tiempo que me había dado cuenta de que ya había hecho los movimientos pertinentes y debía esperar a que ellos tomaran conciencia del papel que tenían. Así que cenamos y después nos metimos en la cama. Sin más. Ni menos. Dormir de nuevo con Jongin fue una sensación mucho mejor que la de un polvo largo y romántico como el que él había imaginado para nuestra primera vez después de tanto tiempo. Apoyarme en su pecho, que me rodeara con su brazo y olerle..., eso y el calor que emanaba su cuerpo en la cama. Me sentí en casa.

 

Tenía muy claro que Jongin era el hombre de mi vida. Al menos lo sería si todo iba bien. Dormir con él fue... especial. Sentir cómo la fuerza con la que me agarraba iba haciéndose cada vez más débil. Escuchar su respiración sosegada. Mirarle y ver que sus párpados pesaban demasiado como para mantener los ojos abiertos. Verle dormir en mi cama. Saber que el sexo solo era una parte de aquello que nos unía a pesar de conocernos tan poco.




El despertador sonó a las cinco y media. El despertador de Jongin, claro. Yo me levantaba a las seis y cuarto como muy pronto. Abrí un ojo, vi cómo se incorporaba y volví a acurrucarme. Dejé de escuchar sus movimientos y volví a abrir los ojos hinchados.

 

—Cinco minutos.

 

—Duerme. Tranquilo.

 

Y me miraba con una sonrisa..., se levantó y salió de la habitación. Me pareció escucharle hablar; seguro que estaba soñando. Me llegó el olor a café. No escuché la ducha. Eso debió extrañarme, pero tenía demasiado sueño. La luz entró en la habitación gris y perezosa, como el día. El cielo estaba cubierto de nubes espesas de un color ceniciento y me desperecé abrigado por el grueso cobertor de plumas.

 

—Oh, Dios..., todo mi reino por pasarme la mañana en la cama.

 

—Pues es tu día de suerte.

 

Miré a Jongin, que aún llevaba puesto el pijama y después le eché un vistazo al despertador. Eran las ocho. Ya estábamos llegando tarde.

 

—¡¿Qué haces sin vestir?! —Me incorporé con prisas—. Dios santo. Es tardísimo.

 

Jongin se acercó y volvió a taparme.

 

—Calma.

 

—Es viernes y hay que ir a currar. ¿Te acuerdas?

 

—He llamado al trabajo. He dicho que estoy con gripe. —Me guiñó un ojo—. Tú me llamaste hace dos horas para decirme que tienes fiebre y que no puedes moverte. Esto de compartir despacho, los virus, el invierno..., un desastre. —Se encogió de hombros.

 

—¡¡Estás loco!! —Me reí.

 

—¿Qué, es un día? No es nada.

 

—¿Y Sehun?

 

—Le mandé un mensaje y le dije que voy a hacer pellas.

 

—¿Y yo?

 

—Tú..., ¿no me habías pedido el día libre para organizar el cumpleaños de tu hermano? —Me guiñó un ojo.

 

—Eres un liante, ¿lo sabes?

 

—Llevas meses diciéndomelo. —Sonrió—. Ahora...

 

Se giró y cogió de encima de la mesa en la que tenía el ordenador una bandeja con el desayuno. Café, zumo y tostadas francesas. Le besé.

 

—Pétalos de rosa no..., pero ¡cómo sé que para conquistarte hay que empezar por tu estómago!

 

Dormimos un poco más después de desayunar. Nos abrazamos bajo la colcha esponjosa y nos dimos un par de besos con sabor a café. Cuando Jongin ya dormía y antes de que yo también cayera, me planteé cuánto tiempo más podría Sehun sostener su postura, porque aquel movimiento había sido muy descarado por parte de Jongin. Parecía que tenía ganas de que el telón cayera de una puñetera vez y Sehun no pudiera fingir más. Pero eso supondría que Jongin aceptara que era justo lo que estaba pasando. Quizá ya lo había interiorizado pero seguía sin querer reconocerlo. Al final... todo iba a terminar cayendo por su propio peso... o en el peor de los casos explotándonos en la cara.

 

Jongin me despertó colocándose encima de mí. Juguetón.

 

—Piernas..., ¿quieres que juguemos a una cosa?

 

—Según —murmuré adormilado—. ¿A qué?

 

Se inclinó dejando parte de su peso sobre mí y susurró en mi oído:

 

—¿Y si hoy pasamos el día en Nueva York?

 

—Estás loco. Ve cogiendo los vuelos de ida y vuelta en el día y ya me despiertas a la hora de embarcar.

 

—Ya estamos allí. Son las diez y cuarto. Hemos desayunado en aquella cafetería tan mona en Greenwich Avenue y hemos vuelto al hotel a seguir durmiendo.

 

—Ajá. —Me espabilé un poco—. ¿Y qué haremos el resto del día?

 

—Pasear por la Quinta Avenida, entrar en Swarovski, comernos una hamburguesa con patatas, un trozo de tarta de queso y volver a pasear. Ah..., y hacer el amor. Como dos locos.

 

—¿Cuando regresemos a Seúl vas a volver a dejarme? —le pregunté triste por los recuerdos que todo aquello desencadenaba.

 

—No voy a volver a dejarte jamás. Preferiría estar muerto.

 

Nos besamos de modo dulce, nada escandaloso. No se le había olvidado besarme sin prisas. No se le había olvidado que, de vez en cuando, su hambre y la demanda de sus labios debía dejar paso a otro gesto, a algo tranquilo, porque al fin y al cabo, aquello que no tiene prisa dura más.

 

Acaricié su pelo desordenado con placer mientras sus labios húmedos se deslizaban entre los míos y entre mis dientes. Mis manos fueron escapando hacia abajo hasta colarse por debajo de la tela de su camiseta. Tenía la piel caliente en contraste con la temperatura de la casa y no pude evitar la tentación de aventurarme debajo de su pantalón y apretar su trasero.

Ronroneó bajito y le bajé los pantalones como pude, con los pies. Él se quitó la parte de arriba del pijama y después me ayudó a desnudarme. Se colocó entre mis piernas y su erección entró sin resistencia dentro de mí a la primera, sin ayuda de nuestras manos. Me arqueé con una sonrisa y los ojos cerrados.

 

—La felicidad es esto —le dije.

 

—¿Tenerme dentro?

 

—Tenerte dentro. Un viernes en la cama. Tú.

 

Aspiró el olor de mi cuello y todo su cuerpo onduló para permitir otra penetración que recibí con placer. Apoyé los pies en sus caderas y volvió a embestir... despacio.

 

—Si lo haces tan despacio se me olvida que esto es sexo. —Me reí.

 

—Ese es el secreto. Despacio..., despacio..., hasta que te acuerdes de que esto es un cuento de hadas que va de amor. Después explotaremos los dos.

 

Clavé mis dientes sobre el labio inferior a la vez que sonreía. Sí. Aquel era mi cuento de hadas. No necesitaba carrozas ni flores. Tampoco la promesa de finales felices que no podíamos aventurar a adivinar. Yo quería intentarlo. Paso a paso. Nuestro «para siempre» se construía día a día, minuto a minuto, dándole valor a cada respiración. No era un cuento al fin y al cabo. Era una historia de amor, de las que azotan al mundo, lo hacen girar y le dan sentido. Sencilla a veces. Complicada otras. Como todas las demás.

 

Seguimos escalando el placer con calma, besándonos, dándole más valor a la proximidad que a la colisión entre nuestros sexos. Recuerdo la respiración honda de Jongin llenando de sonidos la habitación y el gozo que me producía escucharlo. Siempre me excitó más poder escucharle que verlo. El oído es un sentido tan erótico... Jongin empezó a jadear, rasgando su

garganta en cada tañido de su respiración. Poco a poco esos jadeos dieron forma a una letanía de sonidos.

 

—Ah..., ah... —repetía sin estridencias.

 

Y yo cerraba los ojos para disfrutar mucho más. Casi no nos dimos cuenta de haber alcanzado la cumbre de ese placer hasta que no nos vimos deslizándonos hacia abajo por su ladera. Suavemente. Abrí los ojos y entreabrí los labios también. Jongin me miraba, subiendo y bajando encima de mí, conteniéndose hasta que yo exploté. Fue goloso, húmedo, tranquilo..., y cuando él paró y me llenó, todo tuvo más sentido. Jongin bajó a por algunas cosas después de una ducha. Volvió en vaqueros, con un jersey azul marino y una camiseta blanca bajo este. Traía algo de comida para preparar unas hamburguesas a la hora de comer, DVD y su iPod. Quisimos seguir jugando. Aquel viernes mi casa era Nueva York.



Vimos Desayuno con diamantes, paseando mentalmente por la Quinta Avenida y soñando con volver a entrar en Swarovski y repetir las experiencias de aquel día en el que compró un anillo para mí. Como si añoráramos aquellos días, saqué ese regalo del cajón donde lo tenía escondido; cajón del que lo rescataba de vez en cuando por el simple placer de deslizarlo de

nuevo sobre mi dedo anular.

 

Cuando la película terminó fuimos a la cocina a preparar la comida, pero antes hicimos una lista de canciones sobre Nueva York en nuestro Spotify. En su lista Lenny Kravitz, The Wombats o Steve Martin convivían con Spoon, Ella Fitzgerald, Hello o Sinatra. La sensualidad, la seguridad en sí mismo, la tradición y el empolvado encanto de cosas pasadas de moda, todo mezclado. Mi lista nos hizo reír a carcajadas. Regina Spektor, Cat Power, Passenger y Paloma Faith, haciendo migas con Alicia Keys y Jay Z o Among Savage. Él me acusaba entre carcajadas de ser un ñoño y un moderno, y mientras le besaba con las manos manchadas de especias y carne picada me reía y me catapultaba a las sensaciones de sentirnos el centro y el motor que hicieron especial a la Gran Manzana, como si no lo fuera ya por sí misma. Y por si fuera poco... Jongin cocinó una tarta de queso al estilo neoyorquino, con caramelo salado por encima. Comimos en el sofá, chorreando kétchup y viendo Días de radio, una de las pocas películas de Woody Allen que siguen gustándome. Y con ella paseamos por un Nueva York que jamás conseguiríamos conocer, extinguido muchas décadas atrás, pero del que conservaba cierto brillo. Nos vestimos de gala y nos trasladamos a los años cuarenta para convertirnos en una de esas parejas pegadas a la radio, disfrutando con nostalgia de la ciudad en una época irrepetible.

 

Le siguió La semilla del diablo en una especie de maratón de Mia Farrow. Y con ella recorrimos los rincones del emblemático edificio Dakota, frente a cuya fachada Jongin y yo teníamos una fotografía. Hablamos de sus supuestas maldiciones y de todos los personajes famosos que habían vivido entre sus paredes. Hablamos incluso del famoso peinado que acuñó Vidal Sassoon en los años sesenta. Pusimos de nuevo nuestras canciones sobre Nueva York y comimos tarta, dándonosla a ratos con las manos y terminando pringados y sudorosos sobre la alfombra del salón. Si no fuera por el sexo, rápido e intenso, nos hubiéramos quedado helados. Pero entramos en calor, además, con una ducha caliente.

 

Nos metimos en la cama después y bajo la colcha vimos Los Cazafantasmas, que Jongin alquiló desde el iPad. Y me reí a carcajadas frente a la mirada divertida de Jongin. El famoso cuadro de la película nunca dejará de inquietarme.

 

A las nueve salimos de la cama y Jongin preparó unos Manhattan en unas impecables copas en las que ni siquiera había deparado. Los bebimos en la terraza, abrigados por una manta y sentados en el frío sillón del rincón. Nuestras respiraciones crearon vaho y hablamos sobre el skyline desde el bar de nuestro hotel en Nueva York. Allí, en aquella ocasión, nos bebimos

unos gintonics y nos besamos para decirnos sin hablar tantas cosas...

 

Ya volvíamos adentro cuando Jongin me paró junto al gran ventanal que daba al salón y con una sonrisa volvió a hincar rodilla en el suelo y a sacar la caja de mi anillo de su bolsillo.

 

—Hoy no hay factor sorpresa —dijo mirándome desde allí abajo— y muchas cosas han cambiado desde entonces. Incluso nosotros lo hemos hecho en algún sentido. A pesar de todo, repetiría lo que te dije cien veces más. Y más. Las que hicieran falta.

 

—¿Recuerdas lo que dijiste?

 

—Te dije que te quiero de una manera que no entiendo. Dije que no soy nadie para decirte cuáles deben ser tus sueños y aspiraciones. La vida es corta y debemos aprovecharla como si mañana no estuviéramos aquí. Entonces no me importaba que nos llamaran locos y hoy sigue sin hacerlo. Me da igual que no nos entiendan, porque a veces vale la pena ser un loco. Este anillo era una promesa; una promesa loca. Te hice prometerme que si un día decidías casarte de la manera que fuera, lo hicieras conmigo, porque quiero hacer realidad todo lo que desees, hasta aquellas cosas en las que no creía pero que ahora tienen sentido. Si vale la pena perder la cabeza por alguien, ese alguien eres tú, piernas.


Y como aquella noche en lo alto del Rockefeller Center, al levantarse volvimos a besarnos como si nada más que nosotros importara. Y aquel día se convirtió en el eje y los engranajes se movieron y dieron esperanzas a todos los planes de futuro que nunca tuve pero que quería cumplir.


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