Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

POV JONGIN



No conoces a alguien hasta que no le ves en las mejores y las peores circunstancias de la vida. Es estúpido pensar que lo conoces de verdad si no le has visto tocar fondo y también rozar el cielo. En esos dos momentos es cuando alguien puede de verdad destrozarte.

 

Sehun había tocado fondo años atrás; al menos a su manera. Las personas nos enfrentamos como podemos a lo que la vida nos trae; a veces rozará lo insoportable para terminar demostrándonos cuánto estamos preparados a superar y otras nosotros mismos nos hundiremos sin remedio. Sehun se pasó en una ocasión más de una semana sin salir de su habitación. Cuando encontré el ánimo suficiente para preguntarle, él me dijo que se había dado cuenta de que su vida carecía de sentido, que el mundo no giraba gracias a nada de lo que hiciera él. Me hizo sonreír. Ese era su peor pecado..., pensar demasiado. Sehun era de esos hombres que si alzaban la mirada a las estrellas no era con esperanza sino con la sensación de ser insignificante. Aquello le superó durante semanas a los veinticinco, hasta que le hice entender que esa frase tan manida que dice que aunque no seas nadie para el mundo para alguien puedes ser el mundo, a veces era cierta. Él era la fuerza gravitacional que me mantenía cuerdo. El punto de apoyo que movía mi mundo. Y me sentí horriblemente imbécil al hacer una declaración como aquella, aunque no lo expresé con estas palabras. Yo era un chico de veintitantos que jamás había dicho te quiero. Mis padres murieron sin escuchármelo decir porque creí que era una estupidez verbalizarlo. Ellos lo sabían. El reventón de una rueda en la autopista me cambió la manera de ver las cosas, al menos en parte. Ahora me sentía con el ánimo suficiente para decir todas aquellas cosas que nadie tenía por qué imaginar; eso no significaba que me costara menos.

 

Las grandes cosas de la vida cuestan esfuerzo, dicen. Las peores nos vienen sin más. Tocar el cielo lo hicimos juntos. KyungSoo nos había devuelto una suerte de esperanza..., ese tipo de esperanza que la vida nos va quitando. No hablo de las grandes tragedias, sino de la rutina, las pequeñas decepciones y terminar por darnos cuenta de que nuestras expectativas para con la vida no se ajustan a la realidad. KyungSoo no era sexo, era catarsis. Y cuando después de corrernos dentro de él alargábamos la mano y acariciábamos al otro lo hacíamos tangible. Era una manera de sentirnos físicamente mientras estábamos inmersos en una vorágine de cosas que nosotros creímos extintas. Y allí tocamos el cielo, creyendo que la vida nos sonreía y que no teníamos por qué adecuarnos a nada de lo que la sociedad dictara. Nosotros nos creímos dioses de nuestra propia existencia poniendo las normas y tachando la palabra «normal» de los diccionarios y de nuestra cabeza. Yo conocía a Sehun. Lo conocía casi mejor que a mí mismo. En sus bajezas y su plenitud. En sus depresiones adolescentes buscando su espacio en el mundo y en la grandeza de hacerse cargo de otra persona por encima de sí mismo. Por eso... no puedo decir que me sorprendiera. Sé que no quiso hacerme daño. Lo sé. Un hermano a veces hace cosas que duelen sin pararse a pensar que dolerán. Sehun actuaba creyendo que los demás sentiríamos y entenderíamos comulgando con su criterio. Y algo debo halagarle: consiguió que me sintiera como él..., totalmente fuera de lugar. De pronto se cayó el cascarón que me había envuelto en los últimos años, ese que KyungSoo empezó a romper en el mismo instante en el que sus enormes ojos se cruzaron con los míos en el metro. Él se acarició el pelo y yo pensé: «Dios..., es precioso». Y lo metí en mi cama, en mis pulmones, en mi vida y... en la suya. Y allí estábamos los dos, porque yo no fui lo suficientemente valiente como para enfrentarme a mis relaciones solo. Quise compartirlo todo con él porque si algo no era mío, si no me hacía cargo del cien por cien de las sensaciones, nada podría hacerme daño. Pero ahora ya nada de aquello tenía sentido. Habíamos crecido y no necesitábamos lo mismo. Necesitábamos volar. Volar solos.

 

La casa estaba horriblemente vacía y a la vez asquerosamente llena. Llena de recuerdos y vacía de ganas de seguir acumulando experiencias con él. Me quité el abrigo, la chaqueta y la corbata y lo dejé todo amontonado sobre un taburete de la barra que conectaba el salón con la cocina. Me ahogaba. Y recordé a dos chiquillos que ni siquiera habían cumplido la veintena haciéndose cargo de la situación más dura de sus vidas. Uno que lo había perdido todo y otro que se hacía cargo de parte de una pérdida que no era suya para que no pesase tanto. Esos niños fuimos nosotros. Yo perdí la infancia y la esperanza la misma tarde que Sehun me regaló la posibilidad de compartirlo todo. Todo. Miserias, penas, chicas, años y familia. Y nos convertimos en hermanos sin saberlo. Pero hasta para la familia hay límites que no se pueden tolerar. Y yo quería tener algo solo para mí una vez en la vida. Y ese algo era la relación que me unía con KyungSoo. Quería equivocarme y enmendarme. Quería crecer y envejecer. Quería desaparecer en sus brazos y volver a encontrarme en las gotas de sudor que recorrieran su espalda. No era propiedad. KyungSoo no era mío. No es de eso de lo que estoy hablando. Las cosas que elegimos valen mucho más que aquellas que nos vienen impuestas. Esa es la única verdad.

 

Di vueltas como un animal enjaulado. Sobre el sofá del salón, Sehun y yo habíamos follado con muchas chicas y chicos. Y ellos gemían mientras nosotros nos sonreíamos con expresión lobuna. Él me dijo una vez, después de que una de ellas se marchara de vuelta a su piso, que un día alguien nos destrozaría la vida. Lo tomé por loco.

 

—Hay alguien ahí fuera que es la horma de nuestro zapato. Quiera Dios que no nos crucemos con él o ella —musitó mirando al techo.

 

A KyungSoo no le había hecho falta jugar con nosotros. Solo ser él mismo. Descubrirse poco a poco entre nuestros brazos. Esa sensación de que se iba desprendiendo poco a poco de capas de piel inútiles que le impedían sentir de verdad nos enloqueció. Y verle por fin desnudo un día, no sin ropa, sino sin pretextos, resurgiendo, brillando..., nos hizo adorarle de rodillas, como dos devotos de su propia religión.

 

Sehun había rozado mi límite. Y ya no podía más. No había sido ese sobre. Yo ya sabía que

reaccionaría como un animal, a dentelladas. Yo ya esperaba algo así. Pero me sentía colmado de cosas; demasiado como para poder pasarlo por alto. Años de ser la mitad de algo. Años de no estar entero. De no ser libre porque no me salió de los cojones serlo. Me dejé caer en el sofá y me froté la cara. Gruñí. Maldije. Golpeé los cojines.

 

Sehun me había llevado a casa de sus padres por primera vez las Navidades siguientes a la muerte de los míos. Pensé que todo el mundo me miraría como al pobre huérfano y que me sentiría como la buena obra de una familia que daría gracias por no ser como yo en cuanto me hubiera ido. Pero su madre me quitó la lluvia del abrigo a manotazos, me mandó tomar algo caliente y me tocó la frente sin protocolo ninguno.

 

—Tú estás incubando algo —me dijo con los ojos entornados.

 

Después me dio un maldito paracetamol y me puso a pelar patatas para la cena, reparando algo dentro de mí que ni siquiera había sentido que estaba tan roto. El padre de Sehun casi nunca hablaba. Solo miraba a su alrededor y sonreía con orgullo. Allí se encontraba un ruidoso enjambre de hijos y nietos entre los que pronto me sentí uno más. Y nadie me preguntó si yo quería volver en Año Nuevo..., solo pusieron un cubierto más. Aquel año Sehun me regaló una familia y un vinilo de los Smiths que estaba agotado en todas partes. Lo encargó a una tiendecita de Londres. Su madre me tejió una bufanda y unas jodidas manoplas. ¿Qué tío de veinte años en su sano juicio lleva manoplas? Sus hermanas se metieron conmigo en cuanto me obligó a probármelas y aunque me sentí ridículo fue como..., como estar en casa. Y en el fondo me sentía un egoísta que se ha cansado de no serlo. Estaba agradecido pero... ¿dónde empieza y termina nuestra obligación de devolver lo que otros nos dan? ¿Dónde terminaba Sehun y empezaba yo?

 

La puerta se abrió y Sehun entró en silencio. Nos miramos. Él ya sabía que su sobre había llegado a mi jefe y que mi jefe había venido a buscarme. Él ya sabía que fuera lo que fuera lo que nos esperaba, estaba allí. No había más tiempo para mirar a otra parte. Ya no podríamos hacerlo más. Nunca más.

 

—Hola —dijo.

 

—¿Cómo has podido hacerlo? —le pregunté—. Llevo toda la tarde preguntándome cómo es posible que te haya sido más fácil hacer esto que hablar conmigo.

 

—Hablar contigo no habría servido de nada. —Se quitó la chaqueta y la dejó tirada sobre la barra de la cocina—. No ha sido maldad.

 

—Eso ya lo sé, Sehun. Pero no logro entenderlo. No puedo.

 

—Hay muchas otras cosas que yo no logro entender de ti. Del Jongin de ahora. Cosas que el Jongin que conozco no habría hecho.

 

—¿Y cómo tendría que haber hecho las cosas según tú, hermano?

 

Tragó saliva. «Hermano». Le golpeó como una puñalada en el estómago.

 

—Éramos tres y de pronto... ya no me necesitáis.

 

—Es que así es querer a alguien. Quererlo de verdad, no jugar a que se quiere. Tú vives una fantasía. Tú no eres consciente de lo que yo lo quiero, lo que lo necesito y me necesito a mí mismo cuando estoy con él. ¡¡Tú no has pensado una mierda en nada que no hayas sido tú!! ¿¿Es contigo o contra ti, Sehun?? ¡¡Dímelo, porque no lo entiendo!!

 

Sehun no contestó. Miró al suelo.

 

—Tú habrías hecho lo mismo.

 

—¿¡Yo!? —grité—. ¿¡Yo!? ¿¡El mismo «yo» que dejó a la persona a la que quería por no tener que elegir entre él y tú!?

 

—El mismo que ha terminado eligiéndolo a él.

 

—¡¡Me he elegido a mí, joder!! —Me levanté.

 

—¿Desde cuándo eso no me incluye, Jongin?

 

—Desde que me he dado cuenta de que llevamos años viviendo a través del otro. ¿De qué coño tenemos miedo? ¡¡Yo ya no puedo hacerlo de ese modo!! ¡¡Yo ya no puedo desdoblarme y dividirme!!

 

—Siempre lo supe, ¿sabes? —me dijo triste—. Siempre supe que él nos separaría.

 

—Él no nos ha separado. KyungSoo no es el problema. Es lo que aún no has entendido. KyungSoo es la puta solución. Porque llevas años arrastrándote, conformándote con ser alguien que no eres pero que no arriesga nada. Tú no vives, Sehun. ¡¡Tú sobrevives!! La vida es para vivirla, no para ver cómo le pasa a los demás.

 

—Tú y yo vivíamos...

 

—¡¡Tú y yo malvivíamos!! Creíamos que por follar como lo hacíamos la vida era más intensa,

pero éramos imbéciles, Sehun. Yo ya no quiero más de eso.

 

—Nos quisimos los tres. Dime por qué no podemos volver a hacerlo posible.

 

—Porque no quiero. Porque no tiene sentido. Porque no puedo compartirle, ni compartirme más.

 

—Él no es tu propiedad y no lo va a ser nunca.

 

—¿Crees que quiero aislarle? ¿Crees de verdad que quiero que sea solo mío? No me vale de nada imponerle que me quiera, entiéndelo de una puta vez, Sehun. Lo único que vale la pena es que lo elija. Y que se elija a él primero. Lo contrario es no quererle. Y tú no le quieres; tú le codicias.

 

Abrió la boca para contestarme pero no supo qué decir hasta pasados unos segundos.

 

—Terminarás dándote cuenta de que lo he hecho por vosotros.

 

—No, Sehun. —Le di la espalda. No podía ni mirarlo—. Lo que has hecho no es por nosotros, es por ti, pero aún no lo has descubierto. Y tardarás años en verlo.

 

—Yo...

 

—Tú no tienes ni puta idea de nada.

 

—No puedes estar eternamente enfadado. Se te pasará —dijo convencido.

 

No. No podría estarlo eternamente. Y una mañana me despertaría y se me habría pasado. Para entonces él podría haberme convencido de nuevo. Y ninguno de los dos crecería. KyungSoo se iría cuando se evidenciara que no funcionaba. Volveríamos a ser nosotros dos; dos tíos solos que se convencen a sí mismos de que no necesitan nada más. Y yo ya no quería más de aquello.

 

—Vete —escupí sin mirarlo.

 

—Será lo mejor. Dejarte unos días para que te calmes y...

 

—No me has entendido. —Tragué saliva y me giré a mirarlo—. Quiero que te vayas, que recojas todas tus cosas y te marches, pero para no volver. En unos días habré vendido mi parte de El Club. Puedes vender tu parte o quedártela, pero si aún aceptas un consejo, vende y lárgate a encontrarte.

 

—¿Qué coño estás diciendo?

 

—Que se ha terminado. Que no quiero nada de lo que compartíamos.

 

—¿Cómo me voy a ir? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Es que no entiendes que las cosas no son así? ¡¡Llevo diez años aquí, contigo!!

 

Recordé el día que Sehun se instaló. Cuando terminó de meter sus cosas en la habitación, nos sentamos sobre una mesa de centro que no tenía nada que ver con la que había ahora y nos fumamos un cigarrillo. Le rodeé con el brazo y le dije:

 

—Bienvenido.

 

Desvié la mirada hacia el suelo. No podía mirarle si no quería echarme atrás. Abrazarle, llorar

juntos el nudo de asco y de nervios que nos atascaba la garganta, decirnos que no pasaba nada y que lo arreglaríamos..., ¿hasta cuándo? ¿Cuándo volvería a estropearse?

 

—Vete, Sehun. No quiero saber nada más. Ni adónde vas ni qué harás con el dinero. Solo quiero que te vayas.

 

—Mírame a la cara para decírmelo —escupió con rabia.

 

Levanté los ojos de nuevo hacia él. Le temblaba la barbilla y los ojos se le habían humedecido. Nunca jamás había visto llorar a Sehun. Nunca. Y no sabía si podría soportarlo. Las cosas que más le duelen a uno suelen ser las que lo hacen finalmente humano. Tragué saliva.

 

—Quiero te vayas.

 

—Te he dado diez años de mi vida. Te he tratado como un hermano. ¿Esta es tu manera de agradecérmelo?

 

—Sí, pero aún no lo ves. Llegará un día en que sencillamente te darás cuenta de lo mucho que te quise para tomar esta decisión.

 

Me froté la cara, cogí las llaves de encima de la barra y fui hacia la puerta. Detrás de mí, él se miraba las manos, como si no quisiera creerse que fuera real, que estaba allí y que estaba escuchándome decir aquello.

 

—Tienes hasta mañana por la tarde para sacar tus cosas. Lo que pase a partir de entonces no es cosa mía.

 

Cerré sin mirar atrás y fui hacia el garaje. Tenía que ir al Club y decirle a Tiffany que íbamos a iniciar los trámites para la venta. Tenía derecho a saberlo por mí. La parte racional de mi cabeza se hizo cargo de los movimientos y me encontré a mí mismo dentro del coche. Pero hasta allí llegué.

 

Cuando cerré la puerta lo único que pude hacer fue golpear el volante y llorar como un jodido crío. El final. Nuestro final. Adiós, hermano.

 

 

 

 

 

POV SEHUN



Ya no habría más. Nada. Se terminaba. Adiós a las esperanzas. Adiós a aquello conocido. Adiós a sentirse en casa. Quizá lo subestimé. O quizá le di demasiado valor. Pero ya no importaba, porque no existía. Ya no habría más. Hasta allí habíamos llegado de tanto tirar. Creí que me moriría. De verdad que lo creí. Jongin tuvo razón en algunas de las cosas que me dijo. Otras sé que le obligó a escupirlas la ira y por eso no quise guardármelas. Sin embargo... no pude evitar odiar cada uno de los recuerdos desde mis dieciocho años hasta entonces. Ojalá hubiera podido abrir mi cabeza, rebuscar en mi cerebro y extirpar todo lo que me hubiese recordado a él. No sé si fue odio, pero se le pareció. Desarraigo. O no..., mejor dicho..., vacío. Un vacío que me comía por entero y cuando me di cuenta solo había una puerta abierta. En realidad había dos, pero una era inviable porque ya conocía qué pasaba cuando te quedas inmóvil y esperas que sea la vida la que lo solucione. No pasa nada. Y tú terminas, como una fotografía vieja de ti mismo, muerto en vida. Adiós. No había nada más que decir y... el resto de palabras se me olvidaron por momentos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).