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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Soy una de esas personas a las que los cambios les son incómodos. Hay quien se repone inmediatamente y se da cuenta de que tiene que aprender a mimetizarse. Yo no soy así. Yo me quedo como un bobo mirando cómo todo a mi alrededor se transforma, buscando las fuerzas necesarias para dar el primer paso. Sin embargo... entonces fue diferente.

 

Al día siguiente a que aquel sobre lleno de fotos aterrizara encima de la mesa del despacho de Jongin, todo se había precipitado. Jongin no me contó mucho. Ni siquiera me miró demasiado a la cara. Estaba ojeroso y llevaba el mismo traje que la tarde anterior.

 

—Se va —me dijo.

 

—¿Cómo? —pregunté alarmado.

 

—Sehun se va. Vendemos El Club. —Se frotó la barba sin desviar los ojos de los papeles que tenía sobre la mesa—. Y tú deberías empezar a buscar trabajo. Es lo más lógico.

 

—Pero...

 

Todas las preguntas que tenía entonces desaparecieron. Me di cuenta de que, sencillamente, no era el momento. No iba a encontrar respuestas. Iba a hacerle sufrir. Mastiqué los interrogantes y los tragué.

 

Llamé a mis amigos y les pedí que, por favor, se pusieran en contacto conmigo si sabían de algún puesto de trabajo que quedara vacante. Dos días después el señor Lee, el primer cliente al que Jongin y yo fuimos a ver como equipo, me llamó personalmente para ofrecerme un puesto junior en su departamento de comunicación. A Osito Feliz parecía habérsele pasado un poco la decepción y... lo arregló todo, aunque solo fuera un apaño. ¿Qué hacía yo en el departamento de comunicación de una empresa que fabricaba envases de plástico? ¿Qué tipo de trabajo me esperaba? No tenía ni idea, pero ya había aprendido que así es la vida y que uno, al final, se sobrepone a ese tipo de cambios. Me sentí entonces como si fuéramos personajes de una teleserie y alguien hubiera pulsado en un mando a distancia la tecla de «avance rápido». Todo sucedió a una velocidad de vértigo, pero ahora que lo pienso, debo agradecer que fuera así. No era un buen trago. Y si tengo que dar gracias por algo más fue que, una vez tomadas las decisiones, me mantuvieran tan al margen de esa especie de «ruptura».

 

El mismo día en el que yo recibí la nueva oferta de empleo, Sehun me mandó un mensaje para pedirme que nos viéramos. «Será la última vez que te lo pida, te lo prometo». Durante un buen rato dudé si sería correcto quedar con él y hablar, pero... ¿qué más daba a esas alturas lo que fuera correcto? Nos encontramos en mi casa, aprovechando que Jongin estaba en El Club ultimando detalles. Cuando lo vi entrar no supe cómo saludarle. Estaba... destrozado. No sé definirlo con otra palabra.

 

—Sehun... —murmuré.

 

—No digas nada —me pidió, carraspeó, como para hacer marchar aquel nudo que se adivinaba en su garganta y siguió—. Vengo a despedirme.

 

—No tienes por qué. Encontraremos la forma de hacerlo posible. Si alguien puede, somos nosotros.

 

—No —negó—. No va a ser posible, KyungSoo. Me voy.

 

—¿Dónde?

 

—Aún no lo sé. Pero lejos.

 

—No tienes que...

 

—Sí tengo que... Ahora mismo no puedo ni... —balbuceó—, da igual. No tiene sentido darle vueltas. Quería que supieras por mí que me voy. Y quiero que...

 

—Pero... ¿y el trabajo?

 

—He tramitado mi baja voluntaria. Me iré en quince días.

 

Me senté en el sofá y me quedé mirándole sin saber qué decir.

 

—No te culpo —añadió—. Ni te odio.

 

—Yo...

 

—Pero no me pidas que lo entienda ni que me alegre por vosotros.

 

—¿Sabe él que te vas?

 

—No. —Se encogió de hombros—. Supongo que no.

 

—Tienes que decírselo.

 

—Tengo la esperanza de que tú sabrás despedirte por mí mejor de lo que lo haría yo.

 

Me mordí el labio inferior, que empezaba a temblarme.

 

—Sehun... —supliqué—. No te vayas.

 

—Si no me voy..., ¿qué sentido tiene?

 

Y tenía tanta razón... Miró a nuestro alrededor y sonrió con tristeza.

 

—Fuimos felices, ¿verdad?

 

Asentí intentando no derramar ninguna lágrima. Si hablaba, me derrumbaría y no quería hacerlo.

 

—Lo echaré de menos. —La voz le falló al final de aquella frase y se frotó los ojos—. Te echaré de menos, pero supongo que entiendes que no voy a llamarte. Probablemente ni siquiera volvamos a vernos. Así es mejor.

 

—Un día no dolerá.

 

—Ahora mismo lo dudo mucho, pero si llega ese día seré el primero en abrazarte.

 

Sonrió con tanta tristeza que difícilmente puedo describir aquel gesto. Dentro de este había melancolía, recuerdos y toda una vida. Una vida a la que se daba la espalda y que terminaba. Su expresión contenía años de vivencias, de experiencias, de amistad. Sehun estaba diciendo adiós, no hasta luego. Se marchaba sabiendo que se dejaba parte de sí mismo allí..., una parte que no recuperaría nunca y sin la que tendría que aprender a vivir.

 

—Yo... —Se acercó y yo me puse en pie—. Tengo que pedirte una cosa. Sé que no tengo derecho a hacerlo, pero no se lo digas aún. Espera a que me haya ido, ¿vale? Y cuando lo hagas dile que nadie más que nosotros lo sabe, que mis padres seguirán esperando que vaya a verles, que mis hermanas lo tratarán del mismo modo y que su familia sigue allí. Esto es... entre él y yo. No quiero robarle algo que por derecho es suyo. Sabremos cómo evitar encontrarnos, pero si desaparece hará daño a mamá y... es mayor.

 

Me tapé la cara y sollocé.

 

—Tienes que prometérmelo, KyungSoo. Sé que tú lo harás bien, porque me entiendes. Sé que me quieres lo suficiente como para hacerlo.

 

—Sí —dije asintiendo—. Nunca quise que terminara así.

 

—Ya lo sé.

 

Miró al techo y resopló.

 

—Adiós, KyungSoo. Sed muy felices.

 

Sehun dio un paso hacia atrás, pero lo sujeté de la mano. Miró sus dedos y los movió, acariciando los míos. Le supliqué. Sé que lo hice, pero no recuerdo qué le pedí. Supongo que lo evidente: que no se fuera. Él solo sonrió de nuevo y encontré en ese gesto algo del Sehun que parecía contener la verdad sobre alguna pregunta que aún no me había hecho. Nos abrazamos. Después... se fue.







Jongin y yo estuvimos algunos días extrañamente distantes el uno con el otro, como si en el fondo fuéramos dos personas casi desconocidas que debían aprehenderse de nuevo. Saber que Sehun se marchaba y no poder decírselo me rompió un poco por dentro. Un poco de esa parte ingenua que todos conservamos se me fue entonces. Entender por qué dos personas que habían compartido todo lo que eran debían separarse me hizo un poco más adulto, duro..., real.

 

Jongin y Sehun se vieron una última vez a finales de aquella semana para firmar todos los papeles del negocio que vendían. Tampoco entonces me contó demasiado del encuentro.

 

—Firmamos, nos dimos la mano y nada más —me dijo sentado en el sofá de mi casa. Se encogió de hombros—. Había poco que añadir.

 

Y yo sabía que aquella sería la última vez que se verían, pero no pude decirle en aquel momento que se acababa de despedir de su hermano con un solo apretón de manos.

Jongin jugó un poco conmigo, pero entiendo por qué. Me dijo que se marcharía en dos semanas, pero no fue así. Una semana más tarde en su mesa del trabajo no quedaba más que el eco de alguien que la había ocupado durante ocho años. Sé que todos se preguntaban qué había pasado y que mucha gente me miró con la sospecha de que yo había sido el culpable. Me dio igual entonces; había aprendido mucho en los últimos nueve meses de mi vida..., lo suficiente como para abandonar aquella empresa sin mirar atrás, lo que no quiere decir que lo hiciera sin pena. Dentro de sus paredes me dejé a la persona que fui y la esperanza de que las cosas funcionaran por el solo deseo de que lo hicieran. Con esto quiero decir que hace tiempo que sé que algunas cosas no se hacen realidad por mucho que uno lo desee pero... si no se intenta, ¿cómo vamos a saberlo?

 

El día que recogí mis cosas de allí dentro, Bora lloró. Eso me sorprendió. Era una chica dura, de las que no llora en las despedidas. Pero entonces entendí que habíamos llegado a la vida del otro en el momento justo, que nos necesitamos antes incluso de conocernos. No era un adiós, le dije en la puerta, mientras ella consumía, con los ojos rojos e hinchados, un cigarrillo.

 

—Prepárate para los maratones de cerveza.

 

—No me jodas, que ya no tengo edad —bromeó.

 

Jongin nos vio darnos el último abrazo como compañeros de trabajo y el primer beso como amigos. Después me rodeó el brazo con la cintura y besó mi sien.

 

—Ya está, piernas. A partir de ahora la vida es bella.

 

Y sé que se lo decía a sí mismo, tratando de convencerse. Si se dio cuenta de la ausencia de Sehun antes, se lo calló. Tres días después de su marcha, fingiendo que no le importaba más que cualquier otra cosa, me preguntó si sabía algo de él.

 

—Se ha ido, Jongin.

 

Me miró fijamente y frunció el ceño.

 

—¿Cómo que se ha ido?

 

—Que se marchó.

 

Intenté trasladar cada palabra de Sehun con todo el tacto del que era capaz, pero no había una manera correcta de decir algo así. Y allí... vi por primera vez desmoronarse de verdad al hombre que quería. Y me mató por dentro. Ya lo he dicho en alguna ocasión..., no sé reaccionar a las lágrimas de otro hombre. Me quedo paralizado, como si la habitación fuera haciéndose cada vez más pequeña y más frágil. Pero entonces sí supe hacerlo. Acaricié el

pelo del Jongin que sollozaba agarrado a mis rodillas y traté de calmarle diciendo algo que él ya sabía.

 

—Así es mejor —le dije—. Por fin podréis hacerlo bien.

 

Y aunque siempre recordaríamos que Sehun vivió allí, aunque el eco de sus recuerdos siempre llenaría aquella casa, las huellas de su presencia fueron borrándose con el tiempo. Y pasaron los días, las semanas, los meses... y solo quedó la esperanza de que Sehun, por fin, se hubiera encontrado entre todas aquellas cosas que había superpuesto en su interior. Seguramente estaría en el fondo de alguna fotografía preciosa. Al menos así era en mi imaginación.

 

Evidentemente no fue así de fácil. No... y no sé si agradecer que no lo fuera o desear que lo hubiera sido. Por una parte el dolor y la melancolía hicieron algo más tangibles los recuerdos. Si lo añorábamos, si nos dolía, era porque lo que habíamos vivido había sido muy intenso y de verdad.

 

Pero... fue duro.

 

Se juntó todo, como tantas otras veces pasa en la vida. Mi nuevo trabajo, una casa vacía, la ausencia, un nuevo ayudante, el cambio de planteamiento. Todo. Y de pronto me di cuenta de que Jongin se estaba aislando. O alejándome. No lo sé. El día que lo encontré en la terraza de su casa con la mirada perdida y un pitillo encendido entre los dedos..., fue el colmo. ¿Quién era esa persona y qué había hecho con quien yo imaginaba que iba a tener a partir de que Sehun se marchara? Mec. Error. ¿Quién era yo para pedirle que respondiera a mis expectativas?

 

—¿Estás fumando? —le pregunté extrañado.

 

Miró el pitillo y le dio una calada.

 

—A veces piensas..., ¿por qué dejé de hacer algo? Y cuando no te acuerdas o no le ves sentido..., ¿qué más da volver a hacerlo?

 

Cogí el cigarrillo y lo apagué en el cenicero improvisado que había hecho con un vaso chato y un dedo de agua.

 

—Mírame. —Los ojos de Jongin se fijaron en los míos algo vacilantes—. No te pierdas buscando cosas que ya no están.

 

Creo a pies juntillas aún hoy en lo que le dije, pero debí entender el proceso por el que pasamos entonces. El hecho de que Jongin fuera una persona tan hermética no ayudó, claro. En aquella ocasión no contestó y tuve que imaginar qué era lo que estaba pasándole por la cabeza. Lo añoré, cada día. Entrar en una nueva oficina en la que no estaba él y trabajar con personas con bastante menos paciencia que él en un trabajo muchísimo más monótono. Escribir notas de prensa y redactar la memoria de responsabilidad corporativa de una empresa de fabricación de envases...no motivaba demasiado. En compensación me encontré como en casa en un departamento de cinco personas, todas chicas. Una señora de cincuenta que nos tejía bufandas, dos chicas con bebés que llenaban sus mesas con fotos de sus hijos sonrosados y una compañera a la que le pirraba la moda. No estaba nada mal. Pero... ¿y Jongin?

 

El despertador cada mañana a las siete menos cuarto. Las comidas en un tupper recalentado. Las llamadas en las que no se dice nada. Las noche de sexo que ni siquiera recordaban lo que fuimos. Las miradas perdidas. La pena reptando por todas partes. Un trabajo que no llena. Una ausencia que lo llena todo, hasta los pulmones, recordando en cada respiración al que no está...

 

Todo cambió durante una época. Todo. Hasta nosotros. Hasta el sexo. Y es que tratamos de seguir con nuestras vidas como si nada hubiera cambiado, sin comprender que todo había cambiado. Aquel fue nuestro error.


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