Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Jongin entró en mi casa y dejó las llaves sobre la barra.

 

—Tengo la nevera vacía —le anuncié desde el dormitorio—. Seas quien seas.

 

—Soy yo —dijo—. Yo tampoco pasé por el supermercado.

 

—¿Pedimos algo?

 

—Ni pizza ni chino ni kebab ni...

 

—¿Sushi?

 

—Ayer cenamos sushi.

 

—Eso nos deja como opción..., ¿«tele-ensalada»?

 

—¿Eso existe?

 

—Ojalá. Vas a tener que claudicar. ¿Chino? —Salí con el pijama puesto y me miró con el morro torcido—. ¿Qué pasa?

 

—Hace cuatro días que no te veo vestido con nada que no sea... eso.

 

—¿Es una queja?

 

—No. Supongo.

 

Puse los ojos en blanco.

 

—Hace muchos más días que tampoco me ves desnudo y no te he oído reclamar por ello.

 

—Parece que ya lo estás haciendo tú.

 

Me quedé mirándolo, plantado en mitad del salón.

 

—Hemos empezado bastante mal la noche.

 

—Espera...

 

Cogió la americana, se la puso y salió por la puerta. Cuando ya me preguntaba qué narices estaba haciendo volvió a entrar.

 

—Hola, piernas. ¿Qué tal el día? —Se acercó y me besó en los labios.

 

—Bueno..., bien. ¿Y tú?

 

—Bien. ¿Quieres que cenemos comida tailandesa?

 

—Vale. Pero... mientras tú preparas dos copas de vino yo te espero en la ducha.

 

Jongin sonrió y fue hacia la cocina a la vez que yo me encaminaba al baño. Cinco minutos más tarde abría la mampara de la ducha totalmente desnudo.

 

—Hum... —murmuró poniendo morritos—. Mucho mejor.

 

Deslizó un brazo por detrás de mi espalda y me apretó contra su cuerpo. Algo presionó mi vientre, hinchándose e irguiéndose. Me mordí el labio inferior y metí la mano justo a la altura de ese punto de su cuerpo. Cerró los ojos cuando lo acaricié.

 

—Hoy estoy magnánimo..., ¿qué te apetece?

 

—¿Además de dormir?

 

Lo miré con cara de horror. Yo proponiéndole todo tipo de actos depravados y él hablando de usar la cama para dormir..., ¿qué era eso?

 

—Estoy de broma. —Sonrió—. ¿Por qué no te pones de rodillas?

 

Pero... no estaba de broma. Una erección a media asta y... nada más. Ojos cansados. Expresión hastiada. Desmejorado. Harto. Fingiendo.

 

—Jongin..., ¿estamos bien?

 

—¿Por qué no íbamos a estarlo?

 

—Porque no lo estamos.

 

Se apartó dando un paso hacia atrás y cogió el gel de ducha. Por su cuerpo empezaron a resbalar volutas de espuma blanca cuando se frotó la piel.

 

—Estás evitando darme una respuesta.

 

—No es eso. Es que no hay respuesta.

 

Salí de la ducha. Cogí una toalla y me enrollé con ella. Con otra me froté el pelo. Él salió poco después y se secó con mis ojos clavados en su expresión.

 

—¿Has conocido a otro? —le pregunté.

 

—¿Cómo?

 

—Te estoy preguntando si estás con otra persona, si has tenido un desliz debajo de alguna falda o si piensas en alguien que no soy yo.

 

—No hay otra persona —contestó conciso y algo borde—. Esa pregunta está de más. Si quisiera follar con otros, lo haría.

 

—Vale, machote. Creo que va a ser mejor que bajes a tu casa. Yo voy a ponerme el pijama, cenar y dormir. No tengo ganas de estas cosas; ha sido un día muy largo.

 

—Bien.

 

Salí del baño y me metí en el dormitorio. Cerré la puerta y me volví a colocar el pijama. Esperé sentado en la cama a que entrara a disculparse. Esperé hasta que la calefacción casi había secado mi pelo. Cuando por fin salí, ni rastro de él. En la cocina, dos copas de vino llenas, sin dueño. Un rato después bajé a su casa, dispuesto a pedirle perdón por algo en lo que no creía haber fallado, pero no lo encontré allí. Todo estaba a oscuras y en silencio, y la cama, perfectamente hecha. Hasta allí nos perseguía la ausencia de Sehun. Hasta las mismas entrañas, hasta los cimientos de algo que quisimos construir juntos.

 

Al día siguiente encontré un ambiente muy festivo en la oficina; las chicas revoloteaban alrededor de mi mesa con sonrisitas y algarabía. Al apartarse para que pudiera sentarme, descubrí una disculpa en forma de bouquet de rosas de colores.

 

—¡Tu novio te ha mandado las flores más bonitas del mundo, KyungSoo! —canturreó una—. ¿Por qué al mío no se le ocurren estas cosas?

 

—Porque el tuyo no tendrá motivos para pedir perdón —rumié.

 

—Ohm.

 

Todas me miraron con cara de circunstancias.

 

—Córtasela —dijo la que tenía el niño de cinco años—. Con ella te haces un collar y arreglado.

 

—Oye..., si se la cortas a un tío teniéndola dura, ¿se queda con ese tamaño o vuelve a hacerse pequeñita?

 

Nuestra «mamá del trabajo» se santiguó de broma con una sonrisa. Me pregunté cómo narices habíamos llegado a hablar de penes cercenados a las ocho de la mañana de un viernes y cómo podía estar riéndome de tan buena gana sabiendo, como sabía, que las cosas no iban bien. Saqué la nota del sobre pegado al ramo y leí para mí: «He reservado mesa para las tres y cuarto en ese tailandés que hay en Goyang. Sé cuánto te gusta y cuánto necesitamos un día para nosotros». Bufé.

 

—¿Problemas?

 

—Eso te pasa por buscarte uno tan guapo. Mira mi Nick, que es todo «sí, bwana». Su ombligo genera más pelusa que mi jersey de lana, pero es más bueno el pobre...

 

—Está pasando un mal momento —respondí sin quitar los ojos de la cartulina—. Y yo estoy en medio.

 

—¿En medio de qué?

 

—De todo.

 

Suspiré, las miré con una sonrisa resignada y fui a buscar algún recipiente donde pudiera poner las flores. Me hubiera gustado pasar por casa para cambiarme y ponerme un poco más cómodo, pero no tuve tiempo. A las tres y veinticinco entré en Café Saigón; Jongin estaba en una de las mesas cercanas a la ventana jugueteando con una copa de vino tinto. Me senté delante de él y sonreí.

 

—Hola, piernas.

 

—Hola, cariño.

 

—Estás muy guapo.

 

—Gracias. Tú también.

 

—Echo de menos cuando te ponías esos conjuntos para alegrarme la vida en la oficina.

 

—Ahora te la alegra tu otro ayudante.

 

—Mi ayudante es un paquete. Hoy se ha atragantado comiéndose un donut en mi despacho. No mastica. Engulle como los pavos. —Puso los ojos en blanco.

 

—¿Ha tosido y desperdigado migas baboseadas por tu mesa?

 

—Si hubiera pasado eso, ahora mismo yo llevaría un traje de protección nuclear.

 

—Estarías muy mono.

 

—No tienen bragueta. Poco prácticos.

 

Sonreí y él me pasó la carta.

 

—Ya sé lo que quiero.

 

—Déjame adivinar..., dim sum de pollo y espinacas y fideos transparentes con verdura.

 

—Amén. —Le guiñé un ojo—. Y una copa de vino.

 

—¿Y me quieres a mí?

 

Le miré con el ceño fruncido, extrañado por esa pregunta. Jongin no era de esos que se ponían mimosos y suplicaban un te quiero de aquella manera. Los suyos valían su peso en oro y... no era amigo de desgastar esa expresión.

 

—Claro —contesté—. Pero... ¿a qué viene esa pregunta?

 

|solo? ¿Por qué ya no hacemos el amor y cuando lo hacemos es tan rápido?

 

Él pidió el rape salteado y una botella del mismo vino que llenaba ya su copa. Después... silencio. Jugueteó con su servilleta, con su reloj, con los cubiertos.

 

—Jongin...

 

—Dime. —Se pasó los dedos entre los mechones del pelo.

 

—¿Por qué no hablamos de ello? De él.

 

—Porque no quiero —aseveró. Después suavizó el gesto—. Quiero decir que... no tiene sentido. Tomamos las decisiones que tomamos y ahora...debemos ser consecuentes.

 

—Echar de menos a alguien no es dejar de ser consecuente.

 

—No quiero hablar de ello, KyungSoo. Ya no es mi problema.

 

—Es nuestro problema. Te alejas. Estás huraño, raro, melancólico, irascible e inseguro.

 

—Yo no estoy inseguro.

 

—Sí lo estás. Y me lo haces estar a mí. ¿Te has arrepentido de haberme elegido a mí? Si es eso...

 

—No —contestó muy firmemente—. No es eso. Me he arrepentido de tener que elegir. Y ya está. No hablemos más de esto, por favor. Comamos, dediquémonos tiempo y... —Me cogió las manos por encima de la mesa—. Vamos a querernos. Es lo único que importa.

 

—Déjame decir una cosa más.

 

—No. —Me soltó las manos y arregló la servilleta en su regazo.

 

—Solo una. Y no te enfades.

 

—Si no quieres que me enfade, no la digas.

 

—No sé qué narices iba a arreglar yo callándomelo. —Puso los ojos en blanco y se frotó la frente—. Jongin..., estás deprimido. Deberías ir a hablar con alguien que pueda ayudarte.

 

Levantó las cejas.

 

—¿Perdona?

 

—Perdona nada. Estás deprimido y sin ganas. Ni siquiera tienes ganas de estar aquí sentado. Me juego la mano a que ahora mismo querrías estar tirado en tu cama a oscuras, sin pensar en nada.

 

—Preferiría estar aquí sentado, sin tener esta conversación. Y no, no necesito un loquero.

 

—No he dicho que necesites un loquero.

 

—Ponle el nombre que quieras, KyungSoo. Mi problema no se soluciona hablando con alguien que me cobre la hora a...

 

—Jongin —le interrumpí empezando a enfadarme—. Es una pérdida. Tienes que enfrentarte a ella, no darle la espalda. Tienes que llorar los recuerdos, echarlo de menos... y cada vez dolerá menos. Un día quizá incluso podáis...

 

—Calla —contestó—. Déjalo, piernas.

 

—Esto es como la muerte de tus padres.

 

—¿Y qué sabes tú de la muerte de mis padres?

 

Parpadeé por la bofetada verbal y doblé la servilleta en mi regazo, apartando los ojos de los de Jongin, que ahora brillaban con furia.

 

—Perdona. Perdóname, KyungSoo. —Se frotó la cara—. Es que... no quiero hablar de ello.

 

—Hasta que no puedas hacerlo, esforzarnos por sacar adelante esta relación no tiene sentido. Y ten en cuenta que un día me cansaré de tener que tirar solo de esto...

 

Asintió y sin mirarme, bebió vino. Le propuse después ir a su casa. Mi televisión era más pequeña y me apetecía hacer algo normal con él; algo como ver cine clásico y escuchar diálogos que nunca quedarían anticuados. Él accedió, aunque yo sabía que no le gustaba estar allí. Pero antes quise pasar por mi casa. Cuando estaba abriendo la puerta, sus labios se pegaron en mi cuello, aprovechando que se mantenía a mi espalda. Sus brazos me rodearon la cintura y sus manos se abrieron en mi vientre. Todo mi cuerpo reaccionó a él, a su olor, a su calor.

 

—Déjame entrar —susurró.

 

—Es tu casa.

 

—No me refería a eso. Me refería a ti...

 

Las palmas de sus manos bajaron por mis caderas y bajaron poco a poco el pantalón hasta que me los quité de una patada. Se pegó a mi culo con un gruñido.

 

—No quiero que hagas esto porque crees que es lo que necesito.

 

—Lo necesito yo —contestó.

 

Me giré entre sus brazos con la camisa medio enrollada en mi pecho y nos besamos. Sujeté entre mis manos su cara y sonreí con el tacto de su barba dura y corta contra la piel que rodeaba mis labios. Calma. Sosiego. Una tregua.

 

Entramos antes de que la cosa fuera a mayores y los vecinos nos descubrieran comiéndonos a besos en el rellano. Le quité la americana en mitad del pasillo y él me subió en brazos para traspasar el umbral de mi dormitorio. Nos desnudamos con manos calmadas, acariciando con los labios y con la nariz zonas sensibles y cálidas. Nos besamos mucho. Y cuando por fin estuve desnudo y abrí las piernas, me dio la vuelta y se colocó debajo. Me deslicé hacia abajo y cogiendo su erección con las dos manos la llevé hasta mis labios; la besé y después la lamí. Jongin gruñó y acariciando mi pelo llegó hasta el fondo de mi garganta. Siguió el ritmo de mi cabeza con la mano entre mis omoplatos y echó la cabeza hacia atrás, sosteniéndose con la mano derecha apoyada en la cama. Mis pezones se irguieron duros contra sus muslos. Palpó la mesita de noche y encendió la minicadena. Sonaba en aquel momento You’re the one that I want, de Lo Fang. Perfecta.

 

Se incorporó haciendo que yo cayera hacia atrás y abrió mis piernas a la vez que las encogía. Acaricié su pelo cuando su lengua se encontró frente a mi miembro. Gemí y me abrió para lamerme mejor, dedicándole caricias continuas y regulares a mi miembro endurecido.

 

—Cariño... —musité.

 

Me mordí fuerte el labio inferior y él me miró, entregado a lo que su lengua y sus labios hacían.

 

—Déjame hacer algo por ti —dijo.

 

—Quiero que hagas algo por mí. Pero quiero que te corras dentro..., quiero correrme contigo.

 

No se hizo esperar. Se colocó encima de mí y tanteó mi entrada antes de penetrarme enérgicamente. Los dos gemimos y él dejó caer sobre mí su peso de cintura hacia abajo. Agarró mi cara y sin dejar de mirarme inició el movimiento dentro de mí. Apoyó su nariz en la mía y cerró los ojos con alivio. Su mano izquierda resbaló de mi cara hasta mi cuello y de allí sobre mi pecho, que besó después, sin parar de empujar hacia mi interior. Enrosqué las piernas alrededor de su cadera y se pegó a mí, jadeando. Mi interior palpitó y apretó su erección arrancándole un gemido. Sus labios reptaron por mi cuello.

 

—Lo eres todo —susurró.

 

Me tensé, arqueándome. Su mano apretó mi pezón izquierdo con el vaivén de sus penetraciones cada vez más rápidas. El orgasmo fue creciendo en mi interior hasta lamerme todas las venas y hacer explotar algo en la parte baja de mi espalda, que ascendió hasta mi cabeza, turbándola. Jongin aceleró el movimiento entonces, gimiendo. Embistió mi boca con la suya en un beso brutal y sentí que palpitaba en mi interior. Se incorporó un poco y gritó con los dientes apretados mientras se desbordaba dentro de mí hasta quedar clavado, sin poder separarse. Los dos jadeábamos. Nos besamos.

 

—Te quiero —le dije—. Y nada lo va a cambiar.

 

Cerró con fuerza los ojos y apoyó la frente en mis labios mientras recuperaba el resuello. No contestó, solo besó la piel que le quedaba a su alcance. Salió de dentro de mí cuando empezó a bajar su erección. Se quedó tendido en la cama con los ojos cerrados y la respiración jadeante mientras yo me levanté de entre las sábanas para ir al baño. No medió palabra. Nada. Ni siquiera contestó a mi te quiero. Cuando salí de nuevo, Jongin miraba hacia la ventana, tapado por la sábana y la colcha.

 

—¿En qué piensas? —Y me coloqué una camiseta.

 

—En si alguien es capaz de acabar con algo que no quiere que desaparezca.

 

Y sentí que, poco a poco... lo perdía. Jongin se perdía. Yo me perdía. Daba igual lo que hiciera. Daba igual lo que dijera. Cuánto le besara. Cuánto le quisiera. Porque con la catarsis terminábamos disolviéndonos y cada vez volvía menos de nosotros tras el orgasmo. Nos arrastrábamos entre los escombros de la relación que habíamos intentado levantar.

 

Aquella noche mandé un mensaje a mi hermano. Nada esperanzador o dulce; algo así como la necesidad de compartir lo mucho que dolía, como si eso pudiera hacer algo por mitigarlo. «Se va. Y no hay nada que pueda hacer por evitarlo. Jongin se está yendo».

 

Así lo sentí. Irse poco a poco..., marcharse primero en suspiros para terminar ahogándonos en silencios. Los Jongin y KyungSoo que fuimos ya no existían. Éramos solo el recuerdo de algo que fuimos y que... voló.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).