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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Jongin está nervioso. No puede esconderlo. Lleva dos horas ahuecando cojines como una maruja. Él no lo sabe, pero lleva todo el día tomando café descafeinado. Prefiero no averiguar si es capaz de recitar el Cantar del Mio Cid en la lengua de Mordor. Mira continuamente el reloj y después disimula pasando las páginas de otra revista. Ha desperdigado todas las que hay en casa y es bastante cómico verlo tan concentrado entre las páginas del último Cosmopolitan, con los ojos clavados en un artículo sobre qué posturas queman más calorías.

 

—¿Interesante? —le pregunto plantándome delante.

 

—Oh, sí. Las mujeres son un pozo sin fin de sabiduría calórica.

 

—¿Ah, pero lo estás leyendo?

 

—Así, así. ¿Tú sabías que esto era una postura sexual? —Me enseña la página—. Yo pensaba que esto era una prueba de Humor Amarillo.

 

Me río y estoy a punto de decirle que tiene que calmarse cuando suena el timbre. Se levanta como si hubiera un muelle en el sofá conectado con el telefonillo.

 

—Yo voy —le digo.

 

Él arregla nervioso las revistas y las vuelve a dejar en su sitio, en el revistero. Después se plancha sin descanso la ropa con las manos. Lleva un jersey gris que..., ¿qué puedo decir además de que me apetece deshilacharlo con los dientes y después seguir mordiéndolo despacio a él? Abro el portal y espero tras la puerta. Intento disimular, pero yo también

estoy nervioso. Más por lo de esta noche que por lo de pasado mañana. ¿Quién me lo iba a decir? Qué cosas tiene la mente humana. O las prioridades. Alguien llama al timbre y oigo a Jongin acercarse por detrás.

 

Abro sin más ceremonia. Me recibe la mirada de un chico precioso. Es tan guapo que no sé si saludarle o postrarme a sus pies. A su lado soy flacucho y enano..., sonríe y sus ojillos se rasgan.

 

—Hola —dice con un acento indescriptible—. ¿Qué tal?

 

—Hola —me oigo decir, pero estoy muy concentrado en odiarle por ser tan lindo.

 

Detrás de él aparece un chico alto, castaño oscuro, con el pelo algo revuelto. Lleva una sudadera gris oscura, unos vaqueros y barbita de bastante más de tres días. Levanta la mirada y en un pestañeo me atraviesa. Sonríe. Sonríe como solo sonríe a las personas que significan no solo gente...

 

—Hola —saluda.

 

En sus brazos lleva una pequeña que demanda su atención. Es como de juguete..., tan bonita que da miedo hasta mirarla. Pelo negro brillante como brillantes son también sus ojos almendrados como una gacela. Debe tener unos seis meses.

 

—Pasad, pasad.

 

Me giro y descubro a Jongin quieto, rígido, como si no supiera qué decir. Sehun y él se miran con cautela. Yo cierro la puerta y le doy la mano al compañero de Sehun.

 

—Soy LuHan —se presenta.

 

—Yo KyungSoo. Hablas muy bien coreano.

 

—No tan bien. Pero lo estudié. —Sonríe—. Sehun, let me...

 

Sehun le da a la niña, que en sus brazos parece un bebé gigante.

 

—¿Cómo se llama? —le pregunto.

 

—Haneul.

 

—Hola, Haneul...

 

—¿Quieres tú..., cómo se dice..., tomarla?

 

—¿Cogerla?

 

—Sí —asiente con una sonrisa.

 

Miro de reojo a Jongin y Sehun, que siguen a unos cuatro pasos de distancia, sin saber qué hacer.

 

—Es preciosa —le dice Jongin.

 

—¿Mi esposo o mi hija?

 

—Si contesto creo que esta noche duermo en el sofá.

 

Los dos sonríen y Sehun se acerca a nosotros. Yo sostengo a su hija entre mis brazos. Es rechonchita. ¿Cómo habrá podido salir de un hombre tan delgado?

 

—¿Qué queréis beber?

 

—Cerveza —dice él—. LuHan...

 

—Yo entendí. —Sonríe—. Agua está bien.

 

—¿No quieres una copa de vino? —le pregunto.

 

—Ah, no. Estoy..., ¿cómo se dice, Sehun?

 

—Aún se está recuperando de los síntomas—me explica él—. No puede beber alcohol.

 

Otro como Yixing... y cuando escucho esas cosas sigo preguntándome si de verdad quiero tener niños. Se me estará pasando el arroz, pero no será porque no intento mantenerlo en buen estado de conservación nadando en alcohol.

 

Sehun y su esposo pasan hacia el salón y yo me encuentro en brazos con una niña que no es mía. Y quiero servir las bebidas. Miro a Jongin, le hago un gesto para que se acerque y le dejo la niña en los brazos. La agarra y la sienta en un ademán. Que él tenga esta gracia con los niños y yo no tenga ninguna me inquieta un poco. Cuando llegó al salón con las bebidas Sehun está diciendo que la casa está muy cambiada.

 

—Mete a ese hombre en casa —explica Jongin refiriéndose a mi. Está haciéndose el gracioso porque está nervioso, así que paso de contestarle alguna sandez. Aunque si apunta hacia la evidencia de que el esposo de Sehun está muy bueno le mataré.

 

—No fue afán de cambiarlo todo y marcar territorio —digo—. Es que el sofá se rompió y el que nos gustaba no combinaba con las cortinas.

 

—Ni la alfombra.

 

—Es que a la alfombra le pasó una cosa —añade Jongin vagamente.

 

—No quiero saberlo.

 

—Mejor.

 

Nos quedamos callados.

 

—Os hemos preparado la habitación de arriba, en el otro piso. Un amigo mío me ha dejado una minicuna plegable.

 

—Genial. Muchas gracias —me contesta Sehun.

 

—Como no sabíamos si hacéis colecho o...

 

—A veces. —La niña le está tocando la nariz a Jongin con la manita regordeta y Sehun la mira con una sonrisa—. Parece que hacéis migas. Si quieres os la dejamos esta noche para que practiquéis.

 

—Quita, quita —digo enseguida.

 

Siento todas las miradas puestas en mí.

 

—Hombre..., que yo encantado. Que me encantan los niños y eso...

 

—No se siente muy seguro con los niños —aclara Jongin.

 

—Hasta que tengáis uno.

 

Hago una mueca. Ahora está todo el mundo con la misma historia. Y no es que no quiera tenerlos nunca..., es que... Me veo en la obligación de aclararlo.

 

—Bueno..., es que nosotros...

 

—KyungSoo tuvo un aborto hace cosa de ocho meses —aclara Jongin con sencillez.

 

—Lo siento —dice Sehun.

 

—No te preocupes. Estaba de semanas. Pero ahora queremos esperar un poco.

 

—Claro.

 

El esposo de Sehun nos mira y creo que no se está enterando de nada. Bebe un sorbito de agua. Otro silencio.

 

—¿Qué tal el trabajo? —pregunta Sehun, como si recordase lo mucho que me molestan esos momentos de tensión.

 

—A Jongin lo han hecho socio —apunto rápido con una sonrisa de orgullo.

 

—¡¿Sí?! ¡Enhorabuena!

 

—Gracias. Es mucho trabajo, pero estoy contento.

 

—Tú ya no trabajas con él, ¿no? —me pregunta.

 

—No. Yo he cambiado de trabajo como de... ropa interior. —Evito decir bóxers por no quedar como un bobo delante de esta belleza oriental delicado como la flor del loto—. Ahora trabajo en una revista de fotografía. —Sehun sonríe espléndidamente—. Y claro..., ya sé que a ti te va muy bien.

 

—No me puedo quejar —añade.

 

—¿A qué te dedicas tú, Lu...?

 

—LuHan —dice Sehun.

 

—Hago modelaje.

 

Sehun se ríe mirándole.

 

—¿Modelaje? Tu coreano aún...

 

—Tienes que charlarme más en coreano.

 

—Hablarte más en coreano.

 

—Sí —asiente.

 

—Es modelo —nos aclara él.

 

Miro de reojo a Jongin, que le admira con disimulo. Sí, hombre, tú no te cortes.

 

—¿Cómo os conocisteis?

 

—Pues estaba en Beijing con un amigo fotógrafo y le surgió un imprevisto. Me pidió que le sustituyera en una sesión y... él era el modelo.—Se miran. Hay magia cuando lo hacen—. Nos casamos dos meses más tarde.

 

Locos del coño. Pero qué romántico.

 

—La niña vino mucho más tarde —añade el—. Primero conocerse. Después bebés.

 

Jongin se levanta, deja a la niña en brazos de su padre y va a por más agua. Aún está nervioso. Lo conozco. Más silencio.

 

—Bueno..., entonces..., pasado mañana...

 

Cuando vuelve, se sienta cerca de mí.

 

—Pues pasado mañana vamos a hacer una de esas locuras pasadas de moda. —Me sonríe—. No te imaginas lo que me ha costado convencerle.

 

—Me daba pereza —confieso—. Estábamos muy bien así.

 

—Estas cosas no hay que pensarlas mucho.

 

Quizá, pero un poco más de dos meses. Me lo callo, claro.

 

—Me sorprendió mucho que..., que me llegara la invitación —y cuando lo dice, Sehun mira a su hija.

 

—En realidad..., dijimos que si tú no venías, no lo haríamos.

 

Nos mira a los dos y después de unos segundos eternos..., sonríe. El esposo de Sehun le da el biberón a la niña en nuestra habitación mientras nosotros preparamos la cena. Y si no supiera que han pasado años, creería que aquí dentro lo único que han cambiado son los muebles. Los tres juntos en la cocina, haciendo de pinches torpes para el chef Jongin. Pero ellos evitan mirarse a la cara y están tensos, como si hubiéramos hecho un viaje en el tiempo y lo único que pasara es que se han vuelto a mosquear por alguna tontería que se les pasará en cuanto se tomen un par de cervezas. Siento morriño..., una sensación a la vez plácida y vacía. Lo añoraba y no sabía cuánto lo hacía hasta que lo he visto. Experimento también algo mucho menos grato... y es que estoy celoso. No porque su esposo sea hermoso y modelo. Ni porque la niña tenga seis meses y él ya haya recuperado una figura que probablemente ni siquiera llegó a perder. Solo es que siento que me he perdido demasiadas cosas en la vida de Sehun, cosas que él o sus nuevos amigos habrán compartido con él. Y yo quisiera haber estado en Beijing aquella tarde que se casaron con solo diez invitados. Quisiera haber brindado con ellos; quisiera haber compartido con él el éxito de conseguir dedicarse a lo que le gusta. Viajar con él o al menos haber recibido una postal de cada una de las ciudades que visitara. Y sé que ha dado la vuelta al mundo, primero solo, después con amigos que fue haciendo y más tarde con él. ¿En qué lugar quedamos nosotros? Somos... antiguos amigos. Somos... una vida anterior, como si se hubiera reencarnado en alguien mucho más feliz. La vida ha seguido para todos.



Cenamos en la terraza. Hace una noche muy tranquila. Dentro del salón la niña duerme en el carrito. Unos entrantes y lubina con verduras. El vino blanco empaña las copas de los tres. Él sigue bebiendo agua. Me siento flacucho, enano... y alcohólico. Pero me da igual.

 

—Y, Jongin, ¿sabes algo de Tiffany?

 

—Mira, sí, me la crucé hace poco.

 

—¿Ah, sí? No me lo habías dicho —apunto.

 

—Sí, sí. Estuvimos retozando en un hotel del centro. Le hice de todo. Ya sabes que se deja por el culo.

 

El esposo de Sehun se atraganta, aunque gracias a Dios habrá entendido la mitad.

 

—Solo está bromeando —le aclara su marido—. Jongin es así. Habla...

 

—Sucio —añado yo.

 

—Iba a decir muy claro, pero sucio también vale.

 

—Entonces, ¿qué se contaba Tiffany? Además de su gusto por el sexo anal—pregunta Sehun mientras aparta las espinas de su plato de pescado.

 

Jongin pierde la mirada en lo que está haciendo. Recuerdo la primera cena que compartí con ellos en esta misma terraza. También había pescado y Jongin gritó a Sehun que parecía que estaba haciéndole la autopsia a la lubina en lugar de servirse. No soy el único que se ha acordado, claro.

 

—Pues está muy bien. Estaba currando de profesora de protocolo en una universidad privada. Ya sabes que era un coco.

 

—Sí. Era una chica muy inteligente.

 

—Y muy hábil —pongo la puntilla.

 

—En más de un sentido —me pincha Jongin—. Estaba saliendo con un abogado, me dijo. De los de traje de tres piezas y reloj de bolsillo.

 

—¿Por qué no tienes un traje de tres piezas y un reloj de bolsillo? Te pega todo.

 

—Estás muy graciosito esta noche. —Me mira con los ojos entrecerrados.

 

—Oye, KyungSoo..., ¿y tu hermano? —pregunta Sehun.

 

—Oh, por Dios —se descojona Jongin—. El bebé.

 

—Mi hermano es un cruce entre un grano en el culo y un hijo de adopción tardía. Duerme más aquí que en su casa. En el sofá, claro, porque aquí solo tenemos nuestra cama. Pero nada lo disuade. Es muy inteligente, pero aún no ha aprendido el significado de intimidad.

 

—Ya, ya recuerdo que las puertas cerradas no son impedimento para él—comenta Sehun con una sonrisa de lado.

 

Yo me pongo rojo como un tomate y después me echo a reír.

 

—Joder..., no me acordaba de eso.

 

—¿De qué? —pregunta Jongin.

 

—Una vez su hermano nos pilló... —Sehun hace un gesto con el brazo dando a entender qué estábamos haciendo cuando Baek entró.

 

—Ah, sí. Joder. —Jongin se limpia con la servilleta—. Si vino corriendo a casa lloriqueando.

 

El esposo de Sehun nos mira extrañado.

 

—KyungSoo y yo estuvimos saliendo juntos —le aclara—. Antes de que él y Jongin...

 

Jongin y yo cruzamos una mirada.

 

—¿Sí? ¿Novios?

 

—Sí, unos meses. ¿Cuatro?

 

—Más o menos.

 

Otro silencio. Esta vez mucho más violento. Tranquilo, LuHan, que Jongin también participaba de la fiesta la mayor parte de las veces.

 

—Entonces... ya no tenéis otro dormitorio —dice Sehun en un claro intento por cambiar de tema.

 

—No. Hicimos una habitación de invitados mucho más... «femenina» —contesta Jongin con sorna— para cuando viniera Baek y eso, pero...

 

—Cuando aborté Jongin me regaló un vestidor.

 

LuHan me mira con una sonrisa, como si quisiera decirme lo dulce que es ese gesto. Y lo sé. Tengo suerte de haberme cruzado en la vida con alguien como él, dispuesto a aprender junto con otra persona, compañero, amigo, amante...

 

Ellos dos empiezan a hablar de Hyuna a colación del tema del vestidor.

 

Al parecer ella quiso hacer algo similar a pequeña escala en el estudio en el que vive y terminó en el hospital con una brecha en la cabeza por creerse el presentador de Bricomanía. Esto es fácil, divertido y para toda la familia...

 

Y así se vacían platos y copas y parece que el ambiente se destensa un poco mientras suena XO en la versión de John Mayer. Han pasado dos años desde que se despidieron y no lo hicieron de la mejor forma posible. Pero dos años son muchos días..., alrededor de setecientos treinta días para calmarse, reponerse, vivir la pérdida de manera sana, saber decir adiós a alguien que será mejor que viva lejos de ti y añorarlo después. Dos años de hacerse adultos y entender. Simplemente entender. Espero que Sehun haya vivido el mismo proceso que Jongin. Aunque, si no lo hubiera hecho..., ¿qué hace aquí?

 

LuHan y yo estamos hablando de la pasarela de Beijing donde ha desfilado para diseñadores nacionales. Nos levantamos a recoger y aunque ellos intentan ayudarnos, insisto mucho en que no lo hagan. Jongin me mira como si me hubieran abducido porque normalmente tiene que tirar de mí y arrastrarme por el suelo hasta la cocina para que le ayude a recoger después de cenar. Pero hoy quiero que se queden solos...

 

Jongin ha preparado unos dulces que hay que calentar un puntito en el horno. No son los mismos que la primera noche en que me acosté con los dos, claro, eso hubiera sido demasiado. Son un experimento suyo de chocolate blanco y frambuesa. Una especie de pequeñas berlinas rellenas y caseras. Y allí nos apoyamos en la bancada a hablar como dos recién conocidas que tienen que caerse bien y que, por suerte, lo hacen. De paso, preparamos café. Y unas infusiones. Y le enseño algunas cosas que Hyuna nos trajo de su último viaje a Beijing, donde ellos vivían hasta hace cosa de un año. Le hemos seguido la pista a Sehun gracias a su familia. No puedo decir que no tenga suegra..., la tengo y cógete los machos, que es muy maja y muy dulce, pero Sehun tenía razón cuando me dijo, en nuestro viaje a Tailandia, que su señora progenitora opinaría muy pronto que soy muy de ciudad. Empeñadita en que aprenda a cocinar porque «no puedo depender de Jongin». Y no lo hago. Venden cosas precocinadas estupendas.

 

Le pregunto a LuHan cómo es vivir en Estocolmo y en qué hablan Sehun y él en casa. Me dice pasándose al inglés, con el que está más cómodo, que intenta aprender más coreano pero que se han acostumbrado a hablar entre ellos en inglés y que es difícil quitarse ese tipo de costumbres. A la niña le hablan en inglés, chino y coreano. Esperan que aprenda también sueco, idioma que se les está resistiendo un poco a ellos. Alucino con su vida. Cuando nos damos cuenta, los bollitos están más morenos de lo que planeábamos y el café está frío, así que tenemos que volver a calentarlo. Y si Jongin se entera hará infusiones conmigo, porque odia el café recalentado. Me dirá eso de... «Pero ¿por qué no lo has tirado y has hecho más?».

 

Cuando llegamos al salón y LuHan se asoma a vigilar que todo va bien en el sueño de su hija, se escucha el rumor de una conversación entre Jongin y Sehun. Se adivina a través de la cortina que están de pie, apoyados en la barandilla, mirando hacia fuera.

 

—Fue duro..., no voy a decirte lo contrario porque sería mentir. —Oigo decir a Sehun.

 

—Por aquí no fue mejor.

 

—Lo sé. Y a día de hoy siento no haber podido hacerlo todo más fácil.

 

—Yo también pienso muy a menudo en ello.

 

LuHan se acerca con intención de salir, pero le paro a él y a la bandeja donde lleva el postre y pegándome el dedo índice a los labios, le pido un segundo de silencio.

 

—¿Has llegado a alguna conclusión? —pregunta Sehun.

 

—Sí. Que nunca volverá a ser lo que fue.

 

—No. No volverá pero... ¿para qué querríamos que lo fuera? Lo que quiero decir es que... en realidad no teníamos nada. Ni siquiera nos teníamos el uno al otro porque estábamos aquí por motivos equivocados. Creo en el destino. A mí me tocaba estar en aquella puñetera sesión de fotos para conocer a LuHan, para que Haneul naciera... y si no me hubiera marchado nada sería así. ¿Sabes cómo sería? Yo seguiría poniéndome traje para ir a trabajar, tú seguirías amargado regentando un negocio que te pone enfermo y KyungSoo habría volado lejos.

 

—Sí..., bueno, ya sabes que yo no creo en el destino.

 

—Pues a ratos deberías. —Y sin verlo sé que Sehun está sonriendo—. Quizá es que ser padre me ha cambiado. Voy a ser sincero, Jongin, no se me pasó hasta hace relativamente poco. No podía ni mencionar mi vida aquí sin ponerme enfermo. Me sentía... traicionado. Que me echaras de aquí seguía siendo para mí una puñalada que, al menos, siempre agradecí que me dieras de cara.

 

—¿Entonces?

 

—Entonces nació Haneul. Y todo se volvió relativo. Menos ella, que es ella en absoluto. Y yo su padre y LuHan su madre. Un microuniverso de creación propia. Me cambió el prisma. Fue como haber estado ciego media vida. Cuando seas padre me entenderás. Relativicé tantas cosas entonces... y entonces mis padres viajaron a conocerla y me trajeron tu invitación. Quizá no es el destino, pero hay cierta intención en la oportunidad que rige el cosmos, no jodas.

 

Oigo a Jongin reírse a media voz.

 

—Déjame decirte algo, Jongin..., he estado muy enfadado, muy dolido..., mucho.

 

—Lo sé.

 

—Espera..., he estado muerto de rabia, pero nunca dejé de sentir que aquí me quedaba un hermano.

 

Siento un nudo en la garganta. LuHan sonríe y susurra:

 

—Por fin. Odio el orgullo.

 

Le contesto al gesto y cuando vuelvo a mirar, el que en dos días será mi marido y su hermano se abrazan. Dejo la bandeja que llevo en mis manos en la mesa de centro e insto a LuHan a hacer lo mismo. Necesitan unos minutos. Y yo les daría la vida entera por seguir sintiendo esta placidez.


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