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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Ha llegado el día. Y no sé si quiero morirme de vergüenza o reírme a carcajadas. No podríamos haberlo hecho en vaqueros en un juzgado. No, no. Tuvimos que montar este circo tan de risa, tan acorde a lo que nosotros sentimos en relación al matrimonio. Tan... de cuento de hadas.

 

Mientras me arreglan el pelo repaso mis votos. Sí, mis votos. Es una historia muy larga. Digamos que me hice tanto el difícil que al final mi truco se me volvió en contra cuando Jongin dijo que lo haríamos como a mí me diera la gana. Y yo llevaba tiempo diciéndole que un cuento de hadas debe terminar con una boda a la americana. Le enseñaba fotos de Pinterest pensando que se echaría atrás y me dejaría estar, pero... sorpresa, sorpresa.

 

Lo que son capaces de hacer los hombres hoy en día por salirse con la suya. Eso o que me cuesta confesar que al final esto nos hace más ilusión de lo que queremos admitir.

 

Mi hermano lleva ya tres peinados desde que han venido a arreglarnos; dice que con todos parece un conejito y que quiere ser más bien Darth Vader. ¿Qué hago con él? Para que las fotos salieran bien, decidimos que todas esas cosas que un novio tiene que hacer y deshacer antes de ponerse el traje, las haría en el que fue mi piso, en el séptimo. Mis amigos, a modo de damas de honor, y yo correteamos por todo el piso y mi madre nos mira horrorizada.

 

Me he hecho unas fotos preciosas en bata, con el peinado a medio hacer y maquillado. Mi bata de raso es blanca y detrás lleva bordado «novio». Los demás lo llevan igual en negra con «caballero de honor» decorando su espalda. No conseguí vestirlos igual como era mi intención, pero Yixing, Jongdae y Tao llevan sus trajes del mismo color berenjena. Mi hermano y Hyuna, sin embargo, van de negro para diferenciarse; ellos son testigos además.

 

Cuando me pongo el traje (el secreto mejor guardado de esta boda), todos se ríen con ganas. He sido tradicional en casi todo. Es un traje de novio, sí, y es blanco, aunque mis abuelas ya han expresado su inconformidad porque no me lo merezco después de dos años viviendo con

Jongin. Mi virtud, dicen, se quedó por el camino. Si ellas supieran...

 

Entonces, ¿por qué se ríen al verme vestido de novio? Pues porque... ¿cómo podía yo negarle a mi marido lo que más le gusta de mí? Es un traje todo blanco perlado precioso. La camisa va a la cintura ceñida con un fajín de seda blanco y el pantalón es también bastante más ceñido de lo que dictaría la norma. A los pies un par de zapatos de cuero negro de Massimo Dutti que mi aún prometido me regaló para hacer oficial que nos casábamos. Él cree que me los pondré para salir de la cena de camino a nuestra casa, como si fuera a cambiarme. Yo este traje lo amortizo sí o sí. ¡Y que no me lo ponga para ir a trabajar!




Cuando mi madre me da el ramo de novio rojo, y me miro en el espejo, sonrío. Soy el novio más típico/atípico del mundo. Llevo el pelo engominado hacia atrás, con volumen.

 

El coche de mis caballeros de honor y los testigos aparca en la puerta justo antes que el mío. Mi padre me ayuda a salir. Se escucha un poco de música dentro. Sonrío a mi padre, que me devuelve el gesto con su bigote peinado para la ocasión.

 

—Mira que te gusta hacer las cosas a tu manera.

 

—No hay otra manera.

 

Mi madre entra en el jardín donde nos casaremos en unos minutos. Y me sorprende estar tan poco nervioso. Siempre pensé que si algún día hacía algo así vomitaría encima de alguien de la histeria. Pero... no. Dentro se ha hecho el silencio. Es el momento. Ahora vamos nosotros. Jongdae y Tao entran primero, pisando los pétalos de flores que dibujan una alfombra degradada, del rojo sangre al blanco más puro pasando por los rosas, y los corales. Ha quedado tan bonito y tan moñas que no sé si horrorizarme o emocionarme. Detrás de ellos caminan tontamente ilusionados Baek y Hyuna, sujetando ramilletes. Detrás, Yixing con su niña, que aprendió a andar justo a tiempo de llevar la pizarrita en la que pone: «Ahí viene el novio». Ojalá hubiera podido convencer a Bora de participar en la ceremonia, pero me amenazó con prenderle fuego a mi traje si le obligaba.

 

Mi padre y yo echamos a andar y me da la risa tonta. Mi padre aprieta mi brazo, que tiene cogido firmemente con el suyo, para que mantenga la compostura. Veo a Jongdae, Tao, Yixing y su hija sentarse en el banco que tienen asignado y entonces... suena la canción señalada para que vaya avanzando.

 

Baek y Hyuna se quedan frente al atrio, mirando mi entrada. Y la canción es Dear future husband, de Meghan Treinor, que es tan bonita como irónica, interpretada por dos chicas del conservatorio de música acompañadas de dos compañeros que tocan guitarras españolas. Voy mirando por dónde piso, tratando de no reírme, pero levanto la mirada y me encuentro con los ojos de Jongin, que sonríe tanto como yo y coge aire. Leo en sus labios: «Dios..., piernas». Y todo vale la pena.

 

Los invitados, apenas treinta, me miran con una sonrisa. Junto a Jongin, Sehun de riguroso traje pero sin corbata y otro de sus amigos, con el que se ha unido mucho en los últimos años. Cuando llego a su lado, mi padre posa mi mano en la de Jongin y le da la bienvenida a la familia al puro estilo «Do».

 

—No se admiten devoluciones.

 

Jongin se echa a reír, coge mi mano y me ayuda a subir el escalón en el que los dos nos miramos. Después nos giramos para que «el maestro de ceremonias», medio político de un ayuntamiento, medio showman, empiece con nuestra boda. Habla sobre el compromiso, sobre el amor, sobre ser fiel a lo que uno quiere aunque el viento nos venga en contra. Casi ni le oigo. Esto es como siempre soñé. Esto es como si fuera a despertarme de pronto.

 

—Y ahora los novios leerán los votos que han preparado para la ocasión. Jongin..., cuando quieras.

 

Suelta mi mano y busca en el bolsillo interior de la chaqueta de su esmoquin una cartulina donde lo tiene todo anotado, aunque me dijo anoche que casi lo había memorizado de tanto leerlo. Uno de los chicos canta entonces su versión de Tenerife’s Sea, de Ed Sheeran. Jongin carraspea y sonríe:

 

—La primera vez que te pedí que te casaras conmigo hacía dos meses que nos conocíamos. Me arrodillé en el mirador del Rockefeller Center con un anillo que compré un par de días antes en Swarovski's. Y allí, de rodillas, te prometí que te daría ese cuento de hadas que siempre habías deseado en el fondo de tu corazón. Y... no me reconocí. Porque, KyungSoo, piernas, pequeño, mi vida... me volviste loco. Y cuando digo la primera vez es porque aún me hiciste sufrir como para pedírtelo tres veces más. La segunda fue en ese restaurante de Ilsan que tanto te gusta. Te eché un discurso de doce minutos sobre lo importante que había sido para mí encontrarte en la vida y tú arqueaste una ceja y me preguntaste si la proposición iba acompañada de otro anillo. Cuando te dije que no, me mandaste a freír espárragos. No te valió la promesa de uno más grande, más caro, más brillante, porque en realidad, me confesaste mientras me besabas bajo las estrellas, no era nuestro momento.

»A la tercera, me dije, va la vencida. Y tampoco. No te valió que me arrodillara en el puñetero Retiro con todo el mundo mirando. Me abrazaste, fingiste aceptar y me susurraste al oído: “Ni de coña, mamón”. Y me di cuenta de por qué te quiero tanto. En la cuarta ocasión habíamos cenado sushi a domicilio porque la nevera estaba vacía y habíamos bebido un poco de vino de más. Estábamos sentados en la terraza, en las hamacas. Te miré y te dije: “Piernas, ¿y si nos casamos por el rito del tribú hawaiano?”. “Si quieres que me case contigo quiero una boda como las de las películas, tan ridícula que pasemos años riéndonos de nosotros mismos”. Y entonces te pregunté si eso era un sí. Y sí..., lo fue.

»Siempre pensé que moriría solo. Bueno, no solo, sino con una enfermera de veintidós años rubia con dos buenos... títulos en cuidados geriátricos. —La gente se ríe—. Y cuanto más lo pensaba más me llamaba la atención que algo no terminaba de encajar. Porque me faltaba la pieza principal..., tú. No creo en el destino, pequeño, pero sí en las señales. Y sentarme frente a ti aquella mañana en el metro ha sido lo mejor que he hecho en mi vida, aunque a ratos se haya hecho tan difícil.

»Así que, siendo realista, no puedo prometerte no hacerte llorar jamás, porque soy un poco bruto. Ni siquiera puedo jurarte una vida de cuento, porque la realidad no es siempre como nos gustaría. Pero sí te prometo quererte hasta que me muera, envejecer a tu lado, hacerte madre si quieres serlo, viajar y llenar un hogar con nuestros recuerdos. Te prometo todo aquello que quieras de mí por imposible que parezca, piernas, porque he nacido para complacerte. Y ahora... prométeme tú, porque me quieres, que si mueres antes que yo, una joven nórdica velará junto a mi cama, esperando a que lo que sea que haya después nos junte de nuevo.

 

Abro la boca para decir algo, pero me acuerdo de dónde estoy y que no puedo llamarle «marrano». A pesar de eso, se lo susurro aunque un poco alto porque todo el mundo se echa a reír. El maestro de ceremonias sonríe de oreja a oreja. No creo que nunca haya estado en una boda como esta. Me da paso en un gesto y yo busco a mi hermano, que saca de su bolsito mis notas. Me lanza un beso y yo le guiño un ojo. Los chicos cantan ahora Thinking out loud, de Ed Sheeran. Pronto todos vomitaremos conejitos de angora.

 

—Me he esforzado mucho, Jongin, por intentar averiguar cuál fue el momento en el que me di cuenta de que eras el hombre de mi vida, pero por más que lo he pensado, no logro identificarlo. Quizá fue en aquel mirador, en Nueva York, viéndote arrodillado con un anillo en tu mano porque nunca te consideraste nadie para quitarme de la cabeza ninguna idea. Es posible que fuera bailando en aquel restaurante a la orilla del Hudson, o cuando llenaste de flores el despacho que compartimos en la oficina. Quizá fue aquel domingo en la cocina, cuando me preparaste tortitas a las seis de la mañana porque me levanté con antojo. O es posible que la prueba definitiva fuera que construyeras un vestidor en la habitación de invitados para verme sonreír. Pero si no lo sé es porque, desde que te conozco, cada cosa que vivimos fue una señal que apuntaba a que Jongin y KyungSoo eran una realidad. ¿Cómo si no iba a sonar en un local oscuro y pequeño de Christopher Street nuestra canción? El cosmos ya debía estar planteándose mandar a los cuatro jinetes del Apocalipsis para que nos diéramos por enterados. —Todos ríen y yo suspiro—. Sé que te vuelvo algo loco. Sé que a veces consigo sacarte de esa casilla de gentleman que tan bien te queda. Sé también que nunca aprenderé a cocinar y que soy probablemente la persona menos indicada para lavar tus camisas. Gasto mucho dinero en mis conjuntos que siempre te parecen el mismo y no me gusta ser como los demás esperan que sea. Alguien podría pensar que esto terminará siendo un problema, pero... me encanta volverte loco y ver cómo me sigues con la mirada esforzándote para no sonreír porque intentas enfadarte conmigo. No sabes cuánto me gusta verte perder los papeles, poner los ojos en blanco y mesarte el pelo, porque no quieres gritar, aunque me encante hacer las paces... Siempre me ha gustado que cocines para mí y sé que a ti también. Luego, cuando vamos a la cama, hueles a casa, a mí, a hogar y me haces sentir que allá donde estés, yo estaré bien. ¿Y sabes algo más? Nos encanta que mi taza de café terminen manchando tus camisas y tracen un mapa de los rincones de tu piel en los que me moriría. Sé que nunca esperarás de mí nada que yo no quiera dar, sé que puedo ser siempre la princesa de un cuento de hadas en el que no creíste hasta conocerme y... con eso basta.

»No puedo prometerte una vida sin errores. No puedo prometerte no tropezar o no volver a discutir porque dejé mi plancha del pelo encendida en la pila del baño durante dieciocho horas. Pero puedo prometer que seré para ti tu esposo, tu mejor amigo, tu confidente, tu compañero, tu colega, tu amante, el que no lleva pijamas de felpa porque sabe cuánto los odias. Quiero que nuestro dormitorio sea tu lugar preferido y que cuando alguien te saque de tus casillas, pienses en ese rincón del mundo que es solo nuestro y bailes mentalmente conmigo nuestra canción. Porque si vale la pena volverse loco de amor por alguien, es por ti, como bien me dijiste hace ya tanto tiempo en Nueva York. Yo te prometo seguir a tu lado, acariciar tu pelo para que te duermas antes que yo y quererte con esa locura tan adolescente que se abre paso dentro de mí cuando te miro. Te prometo muchas cosas, pero olvídate de la veinteañera nórdica porque pienso pedir que me embalsamen y me sienten en mi lado de la cama. Te quiero.

 

Hay un momento de silencio y todos los invitados nos miran. Siento que hasta lo hacen sus padres desde las fotografías que dejamos en las dos primeras sillas de su lado, en unos marcos preciosos. Como si hubiera adivinado qué estoy pensando desliza sus ojos hasta allí y sonríe. Es el momento de intercambiar anillos. Suena No puedo vivir sin ti, de Coque Malla. Sehun rebusca en su bolsillo y le da el mío a Jongin, que lo desliza sin ceremonia en mi dedo anular. Mi hermano lleva el de Jongin y no puede evitar acercarse y darle un beso a su cuñado. Ya está llorando como un gilipollas y todo el eyeliner se le ha corrido. No sé si la peluquera habrá conseguido que parezca más Darth Vader que un conejito, pero ahora tiene un parecido asombroso con Batman. El anillo encaja a la perfección en su dedo anular y nos dan permiso para besarnos. Lo hacemos, envolviéndonos con los brazos y todo el mundo aplaude. «Just married».

 

Antes de que puedan acercarse a felicitarnos, bajo del escalón cogido de su mano y poso mi ramo de novio frente a la foto de su madre. A su padre le dedicaremos nuestro primer baile... Lágrimas negras, que aunque canta al desamor para nosotros ya es un himno. Saco una flor preciosa, grande, roja y voy hacia donde la madre de Sehun está sentada.

 

—Gracias —le decimos. No hay nada más que añadir y se la doy.

 

Ella nos besa las mejillas, llorando. Mi hermano se acerca a darme el otro ramo, el de rosas de todos los colores. Yo le arreglo la pajarita a Jongin y nos sonreímos. Me dice que me quiere y yo le contesto que ahora ya no tiene que camelarme.

 

—Ya me tienes —bromeo.

 

—Siempre nos tuvimos.

 

Después de los abrazos y los besos, nos hacemos las fotos pertinentes. Sehun está en un rincón, con su esposo y su hija, sonriendo como solo sonríe a personas que no somos gente. Aunque supongo que somos su gente. Cuando suena una personal versión del Cuando éramos reyes, de Quique González, ellos se miran con complicidad recordando y dejando atrás a la vez aquellos años en que ellos lo fueron.

 

Los invitados se han congregado en la otra parte del arco de madera y flores que daba la bienvenida a la ceremonia y cuando nosotros cruzamos ese umbral, recibimos la clásica lluvia de recién casados, pero no es arroz ni lentejas ni pétalos de rosa. Son ositos de gominola de colores, que caen por todas partes. Y bajo ese chaparrón de colores y dulces, Jongin me acerca a él y me besa. Y no hay nada que importe ya.

 

Así es como terminan los cuentos, ¿no? Con un fueron felices y comieron... ositos de azúcar, que no soy muy de perdices yo. «No puedo vivir sin ti..., no hay manera...».

Notas finales:

Y BIEN! Este es el final. espero que lo hayan disfrutado como yo lo hice. También decirles que gracias por el apoyo que me habéis dado. Espero poder actualizar los demás fanfics que he empezado pero por ahora esto será el final de esta adaptación. Las despedidas no me gustan porque no sé qué decir haha.

Hasta pronto, os quiero mucho. <3

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