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Juego final [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Notas del capitulo:

LO SIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEENTO LOVELYS!! Tengo explicaciones pero dejemos las explicaciones en otro momento; aqui les dejo el capítulo 8. Asi que disfruten! <3

Lunes. Me despedí de Sehun en el ascensor. No hubo beso, solo un guiño, pero tuve que convencerlo de que no era buena idea que me acompañara a mi nuevo despacho. No quería suscitar más habladurías. Hacía unas semanas no me hubiera importado decir que Sehun y yo salíamos, pero ahora de pronto era mucho más proclive a mantenerlo en la intimidad.



El sábado había ido de compras. Compras serias, de señor ejecutivo. Le pregunté a Jongin si le apetecía venir conmigo, pero me dijo que tenía cosas que hacer. Cosas inexistentes que hacer, para más señas. Iba a molestarme por la negativa cuando me di cuenta de lo absurdo que era pedirle que me acompañara a comprar trajes. No, KyungSoo. Menos mal que él aún era una persona cuerda.



Y allí estaba yo, con un traje negro de Massimo Dutti y camisa de Klein y unos zapatos de cuero carísimos que hubieran arrancado gritos de horror a mi madre. Conjunto con el maletín, que me hacían sentir más seguro de mí mismo. Al final me dolerían los pies a morir, lo sabía, pero necesitaba la fuerza que me proporcionaba escuchar el sonido que arrancaban mis pasos al brillante suelo de la planta noble. Me sentía un poco inseguro. No quería ser un lastre para el trabajo de Jongin; quería ser de ayuda, sentirme realizado y útil. Unos zapatos y un traje caro pueden parecer una cosa absurda, no eran un casco de superpoderes a lo profesor Xavier de X-Men... pero a mí me servían.



Entré de espaldas, empujando la puerta con el trasero porque llevaba el abrigo doblado en un brazo, el maletín y dos cafés. No me quedaban manos.

 

Escuché el sonido repetitivo de los dedos de Jongin sobre el teclado del ordenador y me sentí mal por llegar a las nueve en punto. Me giré para disculparme por llegar tan justo de tiempo cuando descubrí la repisa de mi ventana repleta de macetas preciosas con flores de colores. Por poco no se me cayeron las cosas al suelo. Dejé los cafés, colgué el abrigo, tiré el maletín sobre la silla y respirando hondo volví a tomar los vasos humeantes y entré en su despacho, no sin antes dar un par de golpecitos a la pared a modo de aviso.

 

—Buenos días —dijo Jongin sonriendo—. ¿Preparado?

 

Dejé el enorme recipiente de café caliente delante de él. No me salían las palabras y le hice reír. Debía tener una cara de imbécil de impresión.

 

—¿Te comió la lengua el gato, piernas?

 

—Son unas flores preciosas —conseguí decir.

 

—Sí, lo son. —Desvió la mirada hacia su mesa y movió un par de carpetas.

 

—No tenías por qué.

 

—No sé de qué me hablas. Un tipo las dejó aquí esta mañana.

 

—Un tipo... ¿alto, moreno, guapo, así como muy elegante..., un pelín bruto?

 

—Ehm... —fingió que estaba reflexionando—, no. Era un mensajero de La Ponsetia.

 

—Ajá. ¿Llevan tarjeta?

 

—Ni idea. No cotilleo entre las cosas que te mandan.

 

—Muy considerado.

 

Empecé a pensar que quizá habría sido Sehun, pero no le pegaba nada aquel detalle. Sehun era más de mandarme una canción al mail personal y escribir un parrafazo sobre sentimientos. Creo que el pobre tenía la creencia de que aquello era lo que yo esperaba de él, como si tuviera que devanarse los sesos para averiguar qué me haría feliz. Jongin me pasó una carpeta y me dijo que era un briefing y unos perfiles personales.

 

—Sé que te dejé mucha documentación que repasar, pero este es el más importante. Es el que veremos el miércoles, ¿vale? Si tienes dudas pásate por aquí. Avísame cuando termines, porque estaría bien que pusiéramos en común las conclusiones y preparásemos algo de material. —Asentí. Estaba muy perdido—. No te preocupes, ¿vale? Una cosa detrás de otra. Y gracias por el café.

 

Salí hacia mi mesa. La salita estaba preciosa con todas aquellas plantas y flores. Me acerqué y las olí, dándome un momento de calma antes de ponerme en marcha. Sobre mi mesa había un paquete en el que no había deparado cuando llegué. Era una cajita de cartón negra, muy fina, que contenía un pequeño jardín japonés. Me entró la risa. Tenía una tarjeta.



«Las guirnaldas de colores mejor las dejamos para cuando celebremos el Mardi Gras. Bienvenido, piernas. Bienvenido al primer día del resto de mi vida».



Cogí aire. «Bienvenido al primer día del resto de mi vida». De la suya. Su vida. Céntrate, KyungSoo. Estuve hasta las once enfrascado en el papeleo. Cifras, índices de colaboración entre nuestra empresa y la del cliente, códigos de expediente, campañas anteriores, servicios que aún no prestábamos..., tenía la cabeza como un bombo. Cuando terminé, pasé al despacho de Jongin y los dos repasamos punto por punto toda la información. Él fue indicándome cómo enfocar la estrategia, usando para ello las cifras de negocio del cliente

para apuntar hacia necesidades que nosotros podríamos cubrir. Me sentía muy torpe, pero Jongin era un gran maestro y me animaba a sacar mis propias conclusiones, aunque al principio fueran muy superficiales.

 

—Irás viéndolo tú solo.

 

Después nos centramos en los perfiles personales de las personas con las que nos reuniríamos. Por cuestiones relacionadas con la ley de protección de datos no podíamos archivar esa documentación, sino que debíamos memorizarla. Cosas tan tontas como dónde estudió, cuántos años llevaba en el puesto, cuáles habían sido los problemas con los que se había encontrado, si estaba casado o casada o si le gustaba el golf.




A la hora de comer mi cabeza era un hervidero de datos inconexos. Bora y yo almorzamos juntos en el office, aunque estuve ausente buena parte de la hora. Sólo desperté un poco cuando salimos a tomar café fuera de la oficina, así ella pudo fumar como una chimenea y yo atendí a sus nervios ante la próxima visita de su novio, al que hacía dos meses y medio que no veía en persona. Me consta que había mucho Skype con contenido erótico por las noches. Al volver al despacho, Jongin tenía puesta música.

 

—¿Te molesta? —dijo, y a continuación señaló el equipo de música.

 

—No. —Entré en su sala—. ¿Qué es?

 

—Tracy Chapman. Talkin’bout a revolution.

 

—Me gusta. La vida es mejor con buena música.

 

—Sí. —Sonrió—. La vida es mejor.

 

Jongin apoyado en su mesa, con un jersey de color azul marino, con camisa azul cielo y corbata a rayas azules. Jongin con la mirada clavada en mi cara, repasándome entero con los ojos. Volví a mi mesa. Suficiente.




Sehun se pasó mis recomendaciones por el forro de los cojones y a las seis subió a por mí. Dijo que quería ver dónde íbamos a trabajar y se burló de nosotros en tono jocoso, porque todo era bonito y lujoso y hasta teníamos plantas. Los dos nos miramos pero ninguno dijo nada. Sehun y yo nos fuimos a tomar algo. Jongin se quedó un rato más...



Y por la noche, después de cenar, cuando Sehun intentó meter su mano debajo de mi pijama, le dije que tenía que descansar que me encontraba mal. Una mentira a medias, para lo a medias que me encontraba yo. La seguridad con la que Sehun había apuntado la otra noche que yo echaba de menos a Jongin en la cama con nosotros, no me había hecho sentir bien. Necesitaba... calma. Pensar. ¿Por qué? Porque yo quería mucho a Sehun, pero él estaba en lo cierto. Y no es que añorara tiempos en los que dos tíos como dos armarios me empotraban en cualquier superficie; yo lo que echaba de menos era el olor de Jongin, la presión de sus dedos en mi carne cuando se corría o la sonrisa que le iluminaba la expresión después.

Entre la conversación con los chicos y su comentario, yo había llegado a la conclusión de que quizá necesitaba una temporada sin sexo para saber diferenciar si lo que tenía con Sehun era una relación de amor de verdad o una amistad con cama. Así que cuando mi novio se fue..., me costó bastante conciliar el sueño. Y me toqué bastante..., en general.





Martes. Traje gris con camisa blanca. Zapatos negros. Llegué diez minutos tarde. y pelo hacia atrás. Jongin me recibió de pie en el vano de la puerta que separaba nuestros espacios. No me dijo nada sobre el retraso, pero la mirada me valió como aviso. La confianza, dicen, a veces da asco. Y el que daba asco era yo, que conste. Yo nunca llegaba tarde. Daba igual que ahora formara parte del equipo de mi casero, amigo, examante y vecino. No podía remolonear entre las sábanas cuando sonara el despertador o me buscaría problemas.



Parte de la mañana estuve en Babia, esa es la verdad. Con la mirada perdida en el vacío, sin poder leer ni palabra de lo que ponían los dosieres. Las letras saltaban de aquí a allá y era imposible para mí entender qué cojones quería decir todo aquello. En lugar de preguntar me dejé llevar por el agobio y... me empané. Así, dicho mal y pronto. Jongin me llamó para que pusiéramos en común algunas cosas de cara a la presentación, pero lo único que pude aportar fueron balbuceos, «nolosés» y encogimiento de hombros. No había que ser especialista en lenguaje no verbal para saber que a Jongin mi reacción no le estaba haciendo ni pizca de gracia.

 

—Tienes que concentrarte, KyungSoo, o no podré llevarte a la reunión.

 

—Siempre puedo ir... y escuchar. Estoy aprendiendo.

 

Clavó los ojos en mi cara y arqueó las cejas.

 

—Aquí no hay periodo de adaptación. Los demás no nos amoldamos a tus necesidades; eres tú el que debes hacer un esfuerzo por seguir el ritmo. Y eso no va a cambiar. Mañana no solo tienes que venir a la reunión, tienes que participar y demostrarle al cliente que le respalda un equipo de profesionales en el que puede y debe confiar sus necesidades. Me da la sensación de que has invertido más tiempo en estar tan arreglado que en prepararte y yo no quiero un modelo de Giorgio Armani.

 

Eso me dolió. No era lo que yo pretendía.

 

—Estás siendo injusto.

 

—No. Estoy siendo duro. Esperamos mucho de ti, así que no nos decepciones.

 

Dicho esto se levantó de su propio escritorio y se fue, supongo que a airearse. Me sentí como cuando mi padre se enfadó conmigo por haberme pasado una tarde entera probando mi nueva consola y dejé para el último momento el trabajo de Física que tenía que entregar. Y cuando pasó aquello tenía quince años...

 

Magistral. El tío consiguió lo que pretendía. Me pasé el resto del día esforzándome al máximo. Comí y volví a mi mesa a seguir repasando y revisándolo todo. Me hice esquemas. Había tantas cosas que no entendía..., ¡como para pretender participar en una reunión como aquella! Imprimí la presentación y la memoricé como un papagayo, pero los clientes sabrían leer..., esperarían una aportación con más valor...

 

Jongin no se mostró enfadado, pero estuvo bastante distante durante toda la tarde. A las seis le mandé un mensaje a Bora para decirle que no podía ir a clase de yoga, porque tenía cosas que hacer y ella me echó la bronca por inconstante, aunque después me mandó besitos y me dijo que entendía que quisiera ser responsable con mi nuevo puesto. Jongin, sorpresa sorpresa, sí se marchó a las seis y cuarto. Al verme enfrascado entre carpetas y papeles se quedó parado al lado de mi mesa.

 

—¿No te vas a casa?

 

—Ehm..., no, voy a quedarme un rato. ¿Puedes decírselo a Sehun?

 

Pensé que se quitaría la chaqueta, que se sentaría a mi lado y me ayudaría, pero solo miró su reloj y asintió.

 

—Vale, yo se lo digo. Hasta mañana.

 

Me dejó con dos pares de narices. A las nueve de la noche estaba a punto de llorar, lo juro. No entendía nada. Tenía en el ordenador doscientas pantallas abiertas sobre importaciones, exportaciones e información sobre el sector de la fabricación de envases plásticos. Que alguien me matara. Estaba seguro de que aquello me venía grande. Yo servía para escribir, joder, no para convencer a alguien que conocía su negocio al dedillo de lo que necesitaba o no. El aire casi no me entraba en el pecho. Iba a quedar como un cretino y todo el mundo sabría que estaba en aquel puesto porque el aprecio personal que Jongin sentía por mí había mediado en el ascenso.



Toda la planta estaba en silencio y a oscuras. Hacía rato que se habían marchado hasta las señoras de la limpieza. Y yo seguía allí, con la única luz de mi escritorio encendida. Me dolían los ojos y me escocían las lágrimas de impotencia que empujaban para salir. Entonces, entre todo el silencio sepulcral de la planta, se escuchó el pitido de una tarjeta de acceso abriendo la puerta principal. Genial. Ahora alguien vería que el palurdo seguía allí, como un mal estudiante que ve que la coge el toro, pero solo la noche anterior al examen. Se escucharon pasos amortiguados y se encendió una luz de sensor en el pasillo. Levanté los ojos del escritorio cuando alguien dio un par de golpes en la puerta entreabierta.

 

—¿Se puede?

 

No sé cómo no lloré. Y allí estaba, como un padre que considera que el castigo ya ha surtido efecto. Gemí y él se acercó, sonriendo. Jongin, de vuelta de todo. Se quitó la chaqueta y la dejó tirada sobre uno de los sillones. Se había cambiado y venía vestido de sport con unos chinos y un jersey grueso. Se metió en su despacho y salió arrastrando una silla que colocó a mi lado. Palmeó mi pierna cuando se sentó.

 

—Vamos a ver, piernas...

 

—Por favor, no me digas nada. —Me tapé la cara, muerto de vergüenza.

 

—No, no. Mírame. Es importante.

 

Apartó mis manos y me obligó a mirarle. Dos gotas gordas y brillantes me resbalaron por las mejillas, pero él no soltó mi cara.

 

—En la vida es tan importante querer aprender como ser capaz de pedir ayuda. He estado todo el día esperando que lo hicieras. Tienes que responsabilizarte tanto de tus capacidades y habilidades como yo tengo que hacerlo de tus lagunas. Porque tú puedes enseñarme cientos de cosas que no sé y yo puedo hacer lo mismo contigo. Somos un equipo y eso es lo que hacen los compañeros. Se llama sinergia. Tú y yo podemos ser los mejores, pero tienes que confiarme tus dudas. Yo te prometo que lo haré contigo.

 

Sollocé avergonzado y él secó con sus pulgares mis mejillas.

 

—Lo siento... —gimoteé.

 

—Yo también. Pero no llores. Sabes que no puedo soportarlo; me mata.

 

Me acerqué a él y apoyé mi cabeza en el tejido mimoso de su jersey; Jongin me acarició el pelo, tratando de calmarme.

 

—He venido porque soy tu amigo. Como «jefe» no lo hubiera hecho. Tienes que aprender de esto.

 

—Lo haré —le prometí—. Pero es que me daba vergüenza confesar que... no entiendo nada.

 

Volví a mi postura y dejé que mi espalda cayese pesadamente sobre el respaldo de mi silla. Él sonrió. A veces me daba la sensación de que sencillamente lo sabía todo de mí.

 

—KyungSoo, si estás aquí es porque pensamos que lo mereces y que puedes hacerlo. Eso no debe agobiarte, sino motivarte. No dejes que las opiniones de los demás te limiten o te paralicen.

 

—Pero tú no querías tenerme como ayudante —me quejé.

 

—¿Crees que dudaba de tu capacidad?

 

—No lo sé. Tendrías razones para dudar. Soy un paquete.

 

—No, KyungSoo. Piénsalo. ¿De verdad no sabes por qué no quería que estuvieras aquí?

 

—Porque crees que debería estar buscando trabajo fuera.

 

Nos miramos en silencio y él levantó las cejas además de sonreír con sarcasmo.

 

—¿De verdad? KyungSoo..., los dos lo sabemos.

 

—Das demasiadas cosas por sabidas. Yo no sé nada.

 

—¿Quieres que lo diga? Porque entonces es posible que todo se vuelva un poco incómodo. Y he venido con intención de quedarme y ayudarte con esto.

 

No contesté. Me giré hacia mi bolso y alcancé un kleenex con el que me limpié los chorretones de mis mejillas.

 

—Mierda, soy un llorón —dije, tratando de desviar el tema.

 

Jongin dio la vuelta a mi silla hacia él de nuevo. Se acercó tanto que quise morirme. Miró mis ojos.

 

—Te quiero —musitó—. Te quiero todos los días. Cuando él te tiene y cuando él no te alcanza. Te quiero cuando te ríes, cuando te equivocas, cuando tropiezas y cuando te levantas sin necesitar ayuda. Te quiero cuando lloras, porque hasta así estás hermoso. Te quiero porque no puedo evitar hacerlo. Puedo fingir con él, pero no contigo. Esa es la razón por la que no te quería sentado a cinco metros de mi mesa. Y sabía que esto terminaría pasando. —Abrí la boca para contestar, pero él negó con la cabeza y se levantó—. Voy a por algo de cena. Cuando vuelva, trabajaremos un rato. Luego iremos a casa y ninguno mencionará nunca nada sobre esto.

 


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