8
Viejos recuerdos
Ese apasionado beso era el comienzo de lo que, sin darse cuenta, sus cuerpos querían. Aún sin separarse de sus labios, Goku empezó a desabotonar la camisa de su pareja. Cuando dejó libre la parte de arriba de su torso, se separó únicamente para lamer las yemas de sus dedos y llevarlas al pecho del Saiyan, estimulándolo al tocar su pezón derecho, causando una ráfaga de sensaciones en el cuerpo de Vegeta.
El de cabellera en forma de flama se separó, para tomar un poco de aire. Goku no se detuvo con eso, sino que siguió con el movimiento en su pecho mientras se animaba a besar su cuello. Recorrió con su lengua su nuca, consiguiendo que soltara uno que otro gemidito que trataba de reprimir.
Ese simple contacto fue suficiente para que el más bajo se sintiera tan bien. Ese chico de cabellera alborotada estaba tocando puntos que erizaban su piel.
Un grito proveniente de la habitación de su hermano menor lo hizo separarse abruptamente, acomodar su ropa, y correr a su alcoba. Abrió la puerta e inmediatamente encendió la luz. Lo encontró sobresaltado y llorando.
—Tarble, ¿qué pasó? —le preguntó preocupado, mientras se sentaba en la orilla de la cama y le daba un abrazo.
—Tuve una pesadilla. ¡Había algo en el armario! —el Saiyan le acarició la cabella—. Me duele la espalda, me levanté rápido y me duele…
—Tranquilo, tranquilo…—comenzó a darle pequeñas caricias en la espalda, para tratar de aminorar el dolor en su cuerpo. Y es que, luego de aquel accidente, el pequeño sufría por las secuelas. Y, considerando que esa noche era fría y que no podía pagar la calefacción, el menor tenía más estragos.
Goku se asomó por el marco de la puerta, sonriendo enternecido de la imagen de los hermanos. Se acercó al armario y lo abrió, luego de darse cuenta de que el niño miraba insistentemente hacia la puerta en la pared. Lo abrió e iluminó con su celular.
—No hay nada aquí—se metió adentro—. Polvo, quizá. Pero no hay fantasmas—el menor seguía mirando hacia su dirección—. De verdad no hay nada. Fue sólo un sueño, Tarble.
—¿Ya te sientes más tranquilo? —preguntó el Saiyan mayor.
—Sí—asintió lentamente, acurrucándose todavía con él.
—¿Quieres leche para que puedas volver a dormir? —el menor hizo un sonido de afirmación—. Bien, iré a calentar un poco.
Se levantó, caminando hacia la puerta. Sin embargo, se detuvo al sentir una extraña sensación de un líquido interno corriendo desde su tabique hasta su fosa nasal, resultando como un goteo de sangre. Presionó su tabique, tratando de detener esa pequeña hemorragia.
—Tarble, ahorita lo preparo. Iré primero al baño—avisó, sin girarse al menor para que no notara aquel líquido carmín.
—¿Quieres que yo lo haga? —preguntó el Son, notando el inconveniente del más bajo.
—Por favor—respondió mientras iba a su habitación y usar el baño de ahí.
—Goku se acercó al pequeño y lo levantó en sus brazos. Lo llevó a la cocina y lo sentó en una silla. Tomó una taza de aluminio para verter la leche y encendió la estufa, para que aquel líquido se tibiara. Cuando estuvo listo, lo vació en una taza y se la entregó.
Se notaba en sus ojitos que estaba cansado, que el sueño lo estaba dominando y que, pese al susto anterior por un mal sueño, quería volver a su cama.
—Buaaaa—bostezó, estirando un poco sus brazos.
El mayor lo cargó, y el pequeño lo rodeó del cuello con sus brazos y de la cintura con sus piernas. Así lo estuvo sosteniendo por un rato, intentando mecerlo un poco para que se quedara dormido, como si fuera un bebé. Cuando cayó rendido, lo llevó a su alcoba y lo dejó en su cama. Lo cubrió con la cobija y, al cerciorarse de que ya estaba dormido, apagó la luz y cerró la puerta, para dirigirse a buscar al otro Saiyan.
De cierto modo recordó a cuando era pequeño y convivía con su hermano Turles, pero conforme crecieron ambos se había quedado con ganas de tener un hermano mucho más pequeño, con quien poder jugar. Sin embargo, no había sido posible. Por esa razón le gustaba estar con el pequeñín, y no le molestaba que los interrumpiera cuando estaban juntos.
Fue a buscarlo al baño, dándose cuenta de que se había quitado la camisa para evitar mancharla y que terminaba de lavarse el rostro. Se acercó y colocó sus manos en sus hombros. Sus miradas se encontraron en el reflejo del espejo.
—¿Te sientes bien? —preguntó el mayor con preocupación.
—Sí, sólo me siento un poco mareado.
—Será mejor que descanses—lo rodeó con su brazo y lo acompañó a su cama.
Cuando se recostó, lo arropó con esa cálida cobija, y se acomodó a su lado. Notó cómo cerraba los ojos, y su respiración era lenta. Se notaba agotado, como si las horas de sueño se le hubieran acumulado y en esos momentos le cobraran cuota.
—Tranquilo, Vegeta…—susurró, abrazándolo para transmitirle su calor—. Descansa…
***
En “El guerrero legendario”, el dueño del establecimiento sólo miraba con coraje hacia el techo. ¿Cómo era posible que su mina de oro se había largado? Vegeta era un chico bastante solicitado, había atraído las miradas de muchos de sus clientes. Su mirada penetrante, y su manera de actuar eran dos cosas que cautivaban a cualquiera que lo viera, ganándose el interés inmediato.
¿Qué pasaría con su local, ahora que se había ido ese chico tan codiciado? Incluso la simple idea de perderlos le causaba molestia. Eso iba a ser un golpe duro a su economía, y a la reputación de su lugar. ¿Y por qué no decir que todo se vendría abajo por la posible disminución de flujo de clientes?
¡¿Cómo permitir eso?! ¡Era una locura!
Se recargó contra su silla mientras miraba al techo, cruzando los brazos sobre su pecho. A su mente regresó el recuerdo del día en que lo volvió a ver. Una fría tarde de otoño…