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A tu lado por MissLouder

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Notas del capitulo:

Notas: Ok, tengo que explicar primero antes que me salten y me digan: ¡¿Cuándo carajos vas a actualizar NDT?! En mi defensa, puedo decir que tener tantos drabbles y oneshot, incompletos me obstruyen la inspiración en ese cap (¿?) Estoy en 3312 cuando me llegan ideas para todo menos para Noche de tragos. Debo decir que éste fic, se escribe prácticamente solo, y que esto es en realidad lo que había cortado del primer capítulo que fanfiction tiene como 2. Porque recuerden que el primer cap, fue el prólogo.

De hecho, volví a cortar porque para el punto que quería llegar, me extendí y bueno, volví a mochar jaja. Ya saben como soy de charlera. No sé cuándo llegara NDT, pero llegará, no se preocupen. Y si no, tendrán otros fic que leer, ¿sí? Es un buen trato.

También quería complacer a Daena, ¡sorpresa!, que me exigía saber respuestas del capítulo anterior. Aquí tienes, dulce mujer, ahora debes darme el mío owo

Advertencias: Deben ser meticulosos, y estar muy atentos a la lectura para que nada se les pase por alto.

 


"El valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad de la persona que la expone."

Oscar Wilde.


[A TU LADO]

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Capítulo 2.

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Persiguiendo las huellas

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Abrió los ojos pesadamente, sintiendo como su mente regresaba a su cuerpo y, las cosas que lo rodeaban, vinieran a él. Se encontró en su cama, con la gabardina abierta y el móvil a su lado. Aún con el cerebro empañado por el efecto del sueño, fue evocando el mundo de marionetas espasmódicas, cuyos hilos eran manejados por la confusión; hasta que la realidad trasvoló a su cabeza, rememorando su pasaje por la cabaña.

Se incorporó con ayuda de un codo y se cubrió los párpados con los dedos, como si tratara de aprisionar en su cerebro aquellas palabras que surcaron en su subconsciente y despertaron espectros que ya había tratado de exorcizar.

Su mano se deslizó sobre el colchón, encontrando su teléfono para enterarse del tiempo que se había olvidado de él. Leyó la hora y no pasaban más de las tres de la madrugada cuando se convirtieron en un susurro lejano que construyeron fragmentos de un personaje que aborrecía.

Ignoró los mensajes que tenía en el buzón, buscando el nombre que se había perdido en su memoria. Como supuso, había uno de interés que se despedía y que grabó sus ronquidos por medio de diez minutos.

Ese insignificante mensaje, hizo que el universo se pausara para él.

Sonrió, porque era un gesto que ya no le causaba dolor, que ya no le hacía sentir hipócrita cuando ese italiano se la producía. Le hacía olvidar la ironía de los hechos, la sujeción de su pasado, las heridas de su presente, el desbarajuste de la vida anómala de donde procedía, todo, lo hacía olvidar.

Su última llamada había finalizado a las dos, diciéndole obviamente que se había quedado dormido…

Con ese recordatorio, su mirada se afiló con la siguiente pregunta que llegó tras una fracción de segundos, breve e incesante, porque era una que ya se había hecho a sí mismo antes de despertar: ¿Qué clase de sueño había sido ese? ¿Lo habría sido realmente? ¿Había sido una advertencia? ¿O era su obsesión que lo estaba llevando tan lejos?

Bloqueó la pantalla del aparato olvidándolo en la mesa que yacía adyacente a él, en tanto se resignaba a caer nuevamente sobre la almohada cubriendo sus párpados con el antebrazo. No podía creer que no podía encontrar el descanso ni en sus sueños…

Tener a ese hombre de invasor en los espejismos concurrentes de su cabeza era una idea que su paladar rechazaba con arcadas revoloteando por todo su estómago. Era algo que su cuerpo reconocía, era un nombre que había tenido que tragarse, teniendo una respuesta frenética cuando la indignación empezaba ascender poco a poco por la garganta.

Se incorporó de nuevo, con cuidado, haciendo que la cascada de su cabello cayera en su hombro dejando corrientes en su pecho. Memorizó todas las sombras a medida que se alargaban en la penumbra y midió cada sonido cuando sus oídos captaron el susurro de la silenciosa lluvia que golpeteaba su techo. Giró la cabeza hacia la ventana que reposaba junto a la pared, verificando con la vista, como del cristal gotas se resbalaban con calmosa longitud.

Enarcó una ceja subrayando ese hecho; recordaba, claramente, haberla dejado abierta. Sabía que tras haberse recostado, en ningún momento le dio interés a cerrarla cuando la lluvia aún permanecía refugiada en el cúmulo de nubes.

Se levantó, y sus articulaciones traquetearon dentro de su piel como si no hubiese previsto su movimiento, cuando caminó hasta el extremo de la habitación, con peligrosa lentitud. Examinando su propio terreno y para mejor estudio, encendió la luz dispersando las sombras.

Al hacerlo, sus ojos no controlaron la sorpresa.

Había agua bajo el marco, una humedad que aún goteaba dejando como regurgitación; un charco bajo ella. Se apoyó en sus talones, rectificando cada imagen que vislumbraba, atónito, siendo obvia la idea de que parecían huellas de que alguien estuvo allí.

El agua parecía extenderse en un camino cristalino y cuando siguió cada palmo, notó como ésta se había escurrido como la babosa de una serpiente, hasta un lado de su cama donde había un segundo charco.

¿Sueño o realidad?

¿Cómo podía ser eso posible?

Dejó caer su frente en el vidrio, antes de rechinar entre sus dientes y atrapar en su lengua una maldición. Trató de coger aire a bocanadas y de racionalizar lo que acababa de ocurrir:

Minos. Minos había estado allí, mofándose de él nuevamente.

.

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Había deseado salir corriendo a las afueras de su viñedo y perseguir aún el lívido rastro que ese hombre se osó en dejarle. Sin embargo, apilando todo aquello gracias al ámbito metódico y criminalístico que había aprendido; era lógico y fácil de predecir que ese era el fin de Minos. Éste quería que le persiguiera, que saliera de su casa y se posicionara en el blanco de cualquier idiota que empuñara un arma. Aunque sabía que habían mejores de matar, y ya había conocido la primera.

Observó el marco de la ventana, sospesando si cabría la posibilidad que hubiera huellas en el cristal o alguna pista que les diera la luz verde que ellos necesitaban. Dejaría esa habitación intacta y llamaría a la base de inteligencia para que se hicieran cargo. Tendría que haber dejado algo, un indicio, un error, un punto en alguna parte de su mapa mental que le guiará hasta él.

Debía ser paciente, esa ahora era su arma a pesar que quería buscarlo y atravesarlo con su Demon Rose. Tomó todo el aire que necesitó para comprimir sus emociones y someterlas bajo la calma del oxígeno. Le fue sencillo en cierto aspecto, gracias al santo que tenía como parabatai, quien aún en ese presente le hacía salir con rugidos de sus casillas. Dándole como enseñanza el control de resguardarse bajo el espesor de un impávido semblante, transparente, impidiendo que alguien notara como se quemaba por dentro. Era una estrategia que había aprendido, y descubierto: El enemigo odia ser ignorado, odia equivocarse.

Y, sobre todo, odia no prever los efectos que creen que sus acciones surtirán.

Aplicaba mucho con Manigoldo cuando quería provocarlo con alguna de sus estupideces. Estiró ligeramente el borde de su labio con el pensamiento, la única ventaja de las emociones era que conducían por el mal camino, y en esa actualidad; la ventaja de su oficio, era que excluía la emoción.

No tenía los recursos para hacer la limpieza en la ventana y, sin los utensilios adecuados, podía dañar la única evidencia que podrían conducirlos hasta la secta de Hades. Si conseguían la mínima prueba que los posicionara en una línea que tuviera un destino, abandonarían el título de perseguidos para convertirse en los perseguidores. Eran como difuntos persiguiendo fantasmas. Porque un nombre, no era una persona, no era una pista, sólo era la huella que alguien usó para recorrer ese mundo con pasos invisibles en sus bases de datos.

Soltó un suspiro, y la siguiente frase la profirió como un pensamiento en voz alta, la dijo con perfecto desinterés, comenzando a alejarse de la escena:

—No me pondré de nuevo los hilos, Minos. No caeré en tu juego.

Abandonó la habitación y se dispuso en ir a la contigua cavilando toda la situación. El simple hecho que hubiese estado a unos milímetros de él, y que no lo hubiera percibido era algo que no podía permitir dejar pasar. No quería llamarlo arrogancia, pero uno de los santos más sensoriales era él. O mejor dicho, los de su constelación.

Confraternizar con esa imagen, abrió paso a otras, y sin amargura, levantó los bordes de sus labios en una ácida sonrisa, porque no encontraba otro modo de expresar su amargura. Recordó ese cuento para niños de Rudyard Kipling, sobre una mangosta que dirigía a una cobra al interior de su agujero.

Plantando la única moraleja: libra tus batallas en tu propio terreno, no en el del enemigo. Si puedes. Había que crear la brecha, el escenario, la estrategia, para que ese puedes, fuera posible.

«Los depredadores suelen mostrarse cuando están listo para atacar, no antes —pensó—. Algo deben tener planeado»

Y la prueba de ello era esa que le acaban de mostrar; pasar invisible ante sus ojos.

Cuando se unía al pasillo pasándole por un lado a una mesa con un florero sin nada que relucir, mientras pasaba de un análisis y lo enlazaba con otro. No quería preguntarse cómo había podido sumergirse en su mente e hincarle su podrida dentadura a los hilos de sus sueños, sacándolo del sopor sin descanso en el cual había caído. No había fin de morder, había fin de marcar, en decir; yo estuve ahí. Estuve frente a ti, y no me reconociste.

Si habían conseguido una fuente de energía para implementar sus planes, estaban en serios problemas. Y lo peor era que ellos seguían caminando a tientas en un laberinto que no los conducía a ninguna parte, cuando sus investigaciones sobre el cosmos terminaban en los callejones de las cuatro letras; Nada. El punto de donde habían partido.

Pensó en su propio poder, y recordó sus palabras dichas al patriarca anteriormente, cuando detuvo en la entrada de la habitación de Lugonis, su anterior maestro.

"No podemos despertar algo que no está", eso había salido por el frustrante fracaso de cada uno de los soldados que se alistaban a la orden. Sabía que el cosmos existió, que caballeros los portaron en sus cuerpos, que estallaron en sus interiores el poder del universo, pero que ahora lo tenían tan lejano que no podían alcanzarlo.

Si lograban conseguirlo, esa era su única arma para contraatacar a la secta enemiga y tener el voto de la victoria a su favor. Sin embargo, todo eso ya era un sueño huidizo que estaba cansado de perseguir. Cuando sus antepasados encontraron el báculo de Athena en las ruinas del antiguo santuario, descubrieron que aún albergaba el cosmos de la diosa, convirtiéndose éste en la materia prima para sus herramientas. Al principio había sido renuente ante la idea, pero los encantamientos, hechizos y "el gran potencial del ser humano" fueron los primeros pilares para la estructura de sus armas.

Ese báculo era la única prueba corpórea que les decía que el cosmos existía, a pesar que los científicos dijeran que lo que contenía era una energía radioactiva que era imposible que seres humanos la poseyeran.

Albafica creía en la posibilidad de que ese era el poder que sus anteriores sucesores buscaban despertar, gracias a la certeza de que quizás, ese báculo un día se apagara y todas sus armas cayeran muertas igual que las antiguas armaduras. Si su diosa dejó su mando dorado atrás, ese era el primer paso donde debían arrancar.

¿Por qué el báculo era el único que conservó el poder del cosmos? ¿Por qué Athena permitió que sus hombres extrajeran ese poder y rociarlo en las raíces de sus instrumentos?

Si deseó convertirlo en un núcleo, ¿por qué? ¿Era algo para que la humanidad se defendiera cuando no apareció durante cuatro siglos?

Había estudiado los registros de las antiguas guerras santas, sorprendiéndose al leer su nombre en el caballero de la constelación Piscis del siglo XVIII. Y a pesar que Dégel había dicho que los santos de Athena solían reencarnar para apoyarla en sus múltiples pasajes de vidas, no se sentía familiarizado con el personaje que vivió hacía más de setecientos años.

Él creía que era otra persona, quizás con otras aspiraciones, y puede que su única esencia era tener los mismos ideales; servir a la diosa bajo la misma estela. Athena era la diosa de la guerra que reencarnaba cuando se le necesitaba, no ellos. Sólo habían sido humanos que se permitieron formar parte del tablero de las batallas entre dioses, al igual que muchos anteriores.

Al fin se decidió abrir la puerta de la habitación pensando en qué hacer, mientras esperaba la llegada del amanecer. Era irrazonable plantearse la idea de dormir, ni siquiera se molestó en considerarlo cuando había hecho un esfuerzo apocalíptico en controlarse.

Se sumergió en la frágil penumbra encendiendo la bombilla desnuda que se guindaba del techo. La alcoba no era muy diferente a la suya, pétalos repantigándose por todos los rincones, paredes desnudas al color que era el de la necesidad, sin el gusto del placer. Un closet a su izquierda, una repisa a su derecha, una ventana al fondo y pequeños muebles que flanqueaban la cama de doble anchura que la suya.

Una gota de nostalgia le humedeció los sentidos, ahora ese lugar, formaba parte de una memoria lejana, cuando había donado la mayoría de los recuerdos de su maestro. Una punzante decisión que soportó gracias a la diferencia entre el tener y deber. Una calzada que debió afrontar, dejándole como resultado el anonimato de que no quedaba nada que le hiciera evocar el nombre de Lugonis entre esas pertenecías. Como si nadie hubiese dormido en aquella cama por largos años. Lo único que quedaba de aquel hombre, era un álbum de fotos resguardado en un cajón en su alcoba, como prueba que corroboraba que Lugonis de Piscis si existió.

Envolvió con un silencio a todos sus pensamientos, a todas sus reminiscencias cuando un relámpago azotó el cielo y los ventanales gimieron de miedo. La lluvia seguía en su pasional decadencia, sacudiendo los cristales y todo lo que habitaba afuera.

Deslizándose la gabardina de los hombros, las joyas tintinaron suavemente cuando la depositó en una silla junto al espejo de la habitación. Había preferido no encender las luces. En penumbras, el tiempo se transformaba en un asunto personal entre él y los latidos de su corazón. Se acercó a la ventana al fondo para que el aire se llevara el polvo en suspensión cuando descorrió el seguro y abrió las puertas recibiendo el soplo de aire que se coló por el orificio.

Quedándose frente al cristal vio como las rosas se cristalizaban como cuarzos gracias al agua, tan brillantes como espejos, mientras le frescura del ambiente desfavorecía al letargo que consumía su cuerpo y le aliviaba el pesar que le trancaba la garganta.

Más allá, todo parecía hecho de sombras, intentó buscar movimientos en ellas, pero gastó esfuerzo innecesario cuando saboreó la decepción. Abrió los botones de su camisa, descubriendo su torso y su pálida piel hizo juego con los rayos que se abrían en el cielo.

—Punto límite, desvanecer… —susurró con la mirada perdida entre las aberturas que se escondían los rosales.

Al momento, su piel centelló en el reflejo del claro de luna cuando una ráfaga de luz descubrió desde la cabeza a los pies; heridas que permanecieron ocultas tras una de las habilidades especiales que se añadían a su brazalete de oro, al suplantar los tejidos dañados de sus pieles por cierto tiempo. Cuando la técnica se disipó, se revelaron las secuelas producto de una misión anterior que tuvo con Manigoldo en Venecia.

Repetidos rasguños se trazaron en su piel, varios hematomas se repartieron en su cuerpo, y un corte en su pelvis ya traslúcido por la cicatrización se desdibujaba bajo una gasa. Decidió cerrar las puertas de cristal cuando la dirección de la lluvia amenazaba con adentrarse a la alcoba. Vio su propio reflejo, observando como la tensión parecía haber dejado huellas en todas sus líneas y ángulos, cuando el cultivo de su cólera reprimida echaba frutos en su corazón.

¿No era la venganza limitarse a aceptar las deudas de uno y pagarlas de otro modo?, las secuelas sólo conllevaba decisiones tácitas; unas que debía reprimir bajo las uñas de su orgullo, honor y deber.

Desconocía si tenía miedo, ansiedad, temor que algo más pasara y que no pudiera evitar las sarnas de un enemigo que estaba dispuesto a pagar un alto precio para obtener tan poco. El temor era un enigma que se manifestaba de modos externos, pero ninguno de ellos era tan poderoso como el acero que atravesaba el corazón, el estómago o la corriente que recorre la imaginación.

Si las asquerosas manos de ese juez jugaron con su vida, con las de sus subordinados, y ahora con la de su distante hermano, ¿quién venía ahora?

« Es sintetizado que ningún santo se pregunte nada cuya respuesta no sepa de antemano», pensó, considerando que fueron heridas colaterales sin mucho daño —o al menos la de su Afrodita lo era— pero pensar en una interna como creía…

Tocó el cristal con sus dedos marcando un camino en la condensación; el mejor juego era ese el que no te dabas cuenta que estabas jugando. Y si ponía sus pies en el tablero y bosquejaba cuál era el objetivo del ajedrez, el dictamen era sencillo:

Hacer a un lado a los peones de la peor forma que se le parezca, para así capturar a la reina y matar al rey.

—No permitiré que te acerques a Manigoldo —sentenció para sí mismo y a todos los espectros que pudiesen oírlo. Y como si sus propias palabras hubiesen escarbado en una tumba en busca de una fortuna que desconocía, ésta reavivó a sus sentidos cuando de un parpadeo a otro; el escenario donde estaba, cambió.

Una pausa súbita e indescifrable, en el cronómetro de tiempo para cuando advirtió como los dedos que rozaban la ventana se vieron provistos de sangre. Sus ojos se abrieron en par, cuando sus manos, su rostro, su ropa, todo se vio cubierto de ese espeso líquido escarlata, resaltando con estela en su nívea piel.

Se apartó de golpe, como si un martillo le hubiese arrancado el estómago de cuajo, cuando unas imágenes empezaron a correr por su mente como si por fin alcanzaran un destino que no habían tocado. Empezó a ver un campo de rosas, hombres luchando, todos vistiendo armaduras… Una era dorada, las otras parecían ennegrecida de todo color, como si hubiesen sido creadas en la oscuridad.

Su respiración empezó a hacerse reacia, tambaleándose con precario equilibrio cuando toda la sangre que lo bañaba, las escenas que veía, las sombras, las siluetas, se habían convertido en voces duras y precisas, cobrando más peso cuando se elevaron al aire:

"¿Por qué estando en medio de rosas demoníacas, tú estás cómodamente…?"

"No deben fiarse de su apariencia, él es como las rosas de éste maldito jardín; un contenedor de veneno."

Debatiéndose entre esa maraña de bramidos que reverberaban en su cabeza, empezó a sentir un dolor recorrerle todo el cuerpo, como si hilos le manipularan y lo estrangularan. Se dobló en dos, cayendo de bruces al piso como un títere roto cuando le pareció escuchar el crujido de sus huesos astillarse, mientras más imágenes lo seguían asaltando.

—¿Qué…? —intentó preguntarse, con las manos en su pecho tratando de calmar la algarabía que producía todo lo que veía, todo lo que sentía.

"Serás una espléndida marioneta, Albafica —reconoció la voz—. Aplastaré ese rostro que tanto te enorgullece."

—Enorgu… ¿qué…? —repitió, escéptico, una palabra sin gloria que, más que atención, sólo provocaba silencio. Tenía la frente pegada al piso, sintiendo el frío calarle la piel sufriendo espasmos por toda esa lluvia de dolor, memorias, alucinaciones que no podía creer, convirtiendo su tiempo aliado en un enemigo.

"Disculpas las molestias…, Shion. Yo me encargaré de él."

"Lastimas mi orgullo diciéndome hermoso, ¿quién te crees que eres para juzgarme de esa manera?"

"¡Señor Albafica!"

—Suficiente. —Se obligó a incorporarse, a pesar de opresor dolor que sentía en sus extremidades notando como la sangre había desaparecido. Concentró su basta determinación en un punto, sufrimiento todo lo que le estorbaba.

Todo pareció pestañar nuevamente, regresando a la realidad.

El dolor se esfumó.

Después una pausa, una voz que se suspendió en un susurro cuando unas últimas palabras que parecieron contener el sentido terminante de la despedida, el ilimitado valor del alivio, el significado inexorable de la soledad, se despidieron de él:

"Siempre estuve a lado de estas rosas venenosas pero, por primera vez… pienso que… son hermosas…"

Su mente se despejó. Su alma regresó a su cuerpo. Su corazón empezó a recuperar sus latidos.

La conmoción, el inesperado pánico le recorrieron el cuerpo como descargas eléctricas. No sólo le costó aclarar en su mente lo que había ocurrido, sino también lo que debía hacer a continuación. Tragó aire y combatió las ganas de vomitar.

No cobró conciencia de lo que había visto, pensaba que debía ser un choque a sus emociones debido a las horas insomnes, a las noticias desatadas, a los miedos ocultos bajo su piel. Le costó recuperar el aire que le habían encadenado a los pulmones, levantándose cuando el sudor le diluvió por la sien, y tan fuerte como aquel puñetazo de imágenes, sintió una nueva presencia en su espalda.

Su determinación no flaqueó ante la fluctuación de sus tumultos de anomalías, cuando se giró tan rápido que pudo desafiar a cualquier ley que lo definiera, haciendo aparecer finalmente su Demon rose y apuntarla en dirección a la puerta. El anillo en su muñeca brilló, restaurando su uniforme en su cuerpo volviendo a vestirse de gala y dorado.

—Basta de juegos —rugió, dirigiendo su filo al cuello que latía vertiginosamente bajo su espada.

—¿Y cuándo mierdas empezamos a jugar? —intentó saber esa aparición.

Albafica contuvo la sorpresa, otro paréntesis, otro punto y aparte. Necesitaba una pausa, un segundo para normalizar al fin su respiración, sintiendo que tantos sobresaltos acabarían con dejarlo inconsciente en ese frío suelo.

Realizó un reconocimiento rápido, que la penumbra fuera su aliada cuando siguió los contornos de aquella figura, desde las botas llenas de barro hasta la mata de cabello añil que goteaban agua en circunspección. Sus nervios aterrizaron a tierra y reconoció el perfil que se levantaba frente a él. No estaba seguro de la elección que tomó y que la percibía como una provocación al finalizar la afirmación que exigía una reacción.

Ya había pasado una vez, él no era hombre de cometer el mismo error dos veces. Menos de la misma forma.

No respondió, mientras usaba el silencio como facultad para imaginar su pregunta y posteriormente su respuesta. Pero tenía otras inquietudes dejando puntos ondeantes en su conciencia: ¿Era real? ¿O era otra de sus ofuscaciones?, podía abrir la creencia en que estaba empezando a perder el hilo de su cabeza.

—¿Manigoldo…? —lo pronunció despacio, dejando que se deshiciera en sus labios.

Éste pareció sonreír ampliamente, empapado totalmente de agua, con las manos alzadas a la altura del rostro, cuando las mortíferas espinas aún amenazaban su garganta. Como siempre, sin mostrarle miedo a la muerte.

—Yo también estoy feliz de verte, cielito, ¿así es como recibes a todos? —ironizó con el fuerte acento que volvía cantarina su voz—. Ya veo porque nadie pasa por aquí.

Sus ojos no parecían engañarlos, sus oídos tampoco, su percepción le decía que… ¿era su parabatai quien tenía en frente?

No sabía si era verdaderamente y no otra ilusión de lo irreal, otra jugarreta de las sombras sin rostro de su cabeza. Estaba cansado de tener que cuidarse las espaldas, de que por culpa de uno, desconfiara de otros.

—¿Cómo sé que eres tú? —Las palabras se escaparon de su boca.

—¿Qué clase de bienvenida es ésta? —añadió esas pocas palabras que intentaban resolver su propia sorpresa—. ¿Ni un beso? ¿Cómo diablos no sabes si soy yo? ¿Acaso tienes otro macho similar a mí? —La repetición, la lluvia de preguntas, todas le parecieron sarcásticas.

La respuesta se perdió en algún ducto de su garganta cuando todo su cuerpo, su racionabilidad, su firme lógica, pendían de un abismo que parecía querer tragárselo. Su convicción le dictaba que para estar colgando, era mejor caer. Si quería poner a prueba la realidad, ha de verse en la cuerda floja, como estaba hora mismo, probándose si podía juzgar a las verdades acróbatas.

Sin embargo, un roce en su espada le hizo regresar a esa habitación advirtiendo como "Manigoldo" se acercó a él y que la hoja le fuera cortando la piel en un arrebato digno de cuya identidad quería creer. Quiso apartar el arma de golpe.

El cuestionamiento llegó tan rápido como su vacilación, ¿y si no era él?

Escuchó un suspiro, y lo vio mirarse la nueva sangre que le abría un brote en el cuello.

—¿Te sirve mi identificación? ¿Mi placa? Eh, ¿una llamada del viejo? —Se señaló el corte—. ¿Esta sangre que es mi ADN?

Ante esas preguntas, sacudió la cabeza, ocultando los secretos que permanecían bajo las nieblas emocionales de su ser. Jugó en el trapecio, saltando al siguiente movimiento cuando exigió la primera verdad.

—Deshaz el punto límite —ordenó con frialdad magnate, a pesar de sentir como las lágrimas que se le formaban con cada palabra. Se reprimió todo lo que pudo, como único modo de no hacer aquello que durante muchas noches había jurado que no volvería a hacer: llorar. Desde hacía varios años que no lo hacía, que se mostraba débil, que había transformado sus lágrimas en cromo sólido y las había ocultado en el mar de su orgullo.

—Maldito punto límite, regresa mis jodidas heridas infligidas por el salvaje que tengo como mi medio limón, alma gemela, esposito, ¡maltratador físico y psicológico! —enfatizó todas sus palabras señalándole con dedo acusador.

Pasaron segundos, y al igual como él había hecho anteriormente, la misma descarga de irradiación brilló en la piel del posible Manigoldo. No mostró nada diferente en su rostro, más que una barba reclamaba una línea en la mandíbula, y lo que quería ver, seguía escondido bajo el uniforme que lo vestía.

Descendió amenazadoramente la punta de Demon Rose por todo el pecho, y lo escuchó tragar grueso, cuando la tela empezó a dividirse descubriendo lo suficiente para encontrar la única certeza que recordaba: Un vendaje producto de una anterior herida.

El poder del brazalete era real.

Su arma resbaló de su mano incrustándose en la madera, siendo aplastado por el único sostén de su alivio ligado por el arrepentimiento. Su cuerpo perdió la fuerza de sostenerlo necesitando buscar apoyo en sus rodillas, cuando se miró las manos que nuevamente habían atentado contra la vida de su parabatai.

¿Cuántas veces más debía pasar por eso, a causa del mismo hombre?

—Lo siento… —No sabía si eso sería suficiente, se abrazó a sí mismo cansado de tener que luchar con la incertidumbre de saber a quién tenía en frente cuando una de sus funciones como líder de la brigada doce; era aquella—. Lo siento…, Manigoldo.

Escuchó unos pasos avivar los sonidos de las grietas de la madera y no levantó la vista, cuando lo sintió agazaparse frente a él. El frío que destilaba su humedad le alertó la piel para cuando sintió un abrazo del santo cuyos ojos sólo mostraban tranquilidad.

—Alba-chan..., ¿qué mierdas es esto? —Lo atrajo hasta su cuerpo y no encontró resistencia alguna—. No es que sea la primera vez que me atacas  para que actúes así.

Y fue peor el remedio que la enfermedad, Albafica se vino abajo. No supo cuántas veces se disculpó, que le perdonara, que no volvería a pasar que, que por favor...

—¡Reacciona, por un demonio! —Esos brazos lo zarandearon con fuerza, con el frenesí agresivo que lo caracterizaba—. ¿Qué carajos te pasa? ¡Tú no eres así, mírame, maldita sea!

No hizo contacto visual, mientras todo dentro de él se sacudía en fuertes espasmos. Sintió como Manigoldo le llamaba, cuando su propio mar de angustias ya le dejaba sin aire: Minos, su pasado, aquel extraño momento de dolor y voces, y ahora… otro giro malabarista: Manigoldo estaba allí.

—Perdóname —suplicó a media a voz y el italiano afirmó su abrazo ocultando ambos la cara en la dulce curva de sus cuellos.

Se mantuvieron así por un corto tiempo, con el voto de silencio que habían jurado sus labios, fue Manigoldo quien rompió el contacto y le atenazó sutilmente la barbilla para alzarle el rostro.

—¿Desde cuándo el gran altruista y orgulloso Albafica se arrodilla ante alguien? —cuestionó—. Ni en nuestra declaración de matrimonio —nótese el sarcasmo—, te arrodillaste.

Eso le agrietó aún más el pecho.

—Desde que perdí la noción de mi presente —se resignó a confesar, hundiéndosele en el pecho, sin fuerzas—. Creo que estoy perdiendo la cabeza, Manigoldo. No puedo más.

No podía explicar las expresiones metafísicas del paraje lejano que vino hasta él, había una amenaza antigua ligándose a una situación que era de aspecto cotidiano, o eso creía. ¿O era que sufría de esquizofrenia? ¿Síndrome postraumático? ¿Tendría que abandonar su título para alistarse en un hospital para locos?

A cambio a todas sus cuestionamientos, a todos los "por qué", que no tenían respuesta pero aún se esforzaba por dárselas, Manigoldo le acarició el cabello con parsimonia.

—No serías el único que tiene esa certeza —consoló, a su manera. Lo apartó un poco, perforando la pared cristal de insondable azul que eran los ojos de Albafica, en tanto le barría la mejilla con la mano enguantada reconfortando cada palmo de quien la recibía—. El conejo loco se pregunta eso en la película de la mocosa que se pierde en el mundo ese donde los árboles juegan al té y las mariposas cogen en vuelo —La sonrisa que le brindó le inundó como una ola cálida, cuando reconoció la referencia en la adaptación del clásico Alicia en el país de las maravillas—. El secreto es, que los asesinos seriales lo están también. Así que no te preocupes.

Albafica, abstraído de su propia angustia, cerró los ojos cuando ese hombre pareció cerrar con atropello todo pasaje que lo torturaba. Cubrió la mano que estaba en su rostro, sintiendo la marea bajar y por fin recuperar el sentido de pertenencia con el cual se familiarizaba.

—La dice el padre de Alicia, no la liebre. —corrigió, sintiendo el aliento rozarle la nariz—. Y no es asesino serial, es: "las mejores personas lo están". ¿Qué clase de consuelo me estás dando?

Los segundos que normalmente se habrían agrupado en minutos en una progresión ordenada parecieron esparcirse como pétalos arrastrados por el viento, cuando Manigoldo estalló en una carcajada que lo obligó a alejarse sosteniéndose el estómago. Albafica le miró detenidamente, sin explicarse cómo era posible que a pesar de que cada uno parecía funcionar en una órbita exclusiva, bastara que le miraba para regresarlo a su respectiva rotación.

Cuando la vehemencia se esfumó, ya las palabras habían sido pronunciadas y todas las fuerzas evocadas e invocadas. Sólo necesitaba descansar… sólo lo necesitaba a él.

—Eres el peor consolador —añadió cuando lo vio recomponerse.

—Casi sonríes —le subrayó, sentándose frente a él luciendo esa sonrisa florentina, como si el gran mérito de provocarle ese gesto mereciera medallas a su nombre—. Puedo sobrevivir con ese título.

No consiguió refutar aquello.

Victorioso, cuando un nuevo silencio bastó para darle el voto de la razón al italiano, éste estiró sus manos rodeando el rostro de su compañero. Creando una nueva cercanía, sin dejar de extraviarse en los ojos que develaban la lejanía que se abría detrás de sus pupilas. Manigoldo se encaminó a palpar esos labios con los suyos en un tacto que era como lo recordaba, etéreo al principio, dictatorial al final.

Envolviendo la mano húmeda que acariciaba su rostro, Albafica correspondió los únicos besos que le quemaban la boca, que le entibiaba los párpados y su calor le enardecía la piel. Había llamado a la memoria para reconstruirlo. Envió a su alma a buscarlo, y su alma volvió con él, con la respuesta verdadera que quien ahora se desvivía sobre su rostro; era al único que confió su corazón como refugio.

El frío había inundado la habitación en un segundo que los santos se olvidaron de los títulos y ensimismamientos cuando se besaban bajo la inconsistente oscuridad. Se distanciaron cuando no podían extenderse más en el contacto, respirando vaho de nube por la baja y repentina temperatura.

—¿No me preguntarás cómo llegué tan rápido? —indagó Cáncer a un palmo de distancia.

Albafica sintió eso como déjà vu.

—Déjame adivinar —anticipó, aún cerca de sus labios—. Shion logró unificar al fin el campo de las teletransportaciones.

La respuesta condicionó las cejas del italiano en una sorpresa abrupta.

—¿Cómo mierdas lo sabes? —quiso saber, atrapado entre el asombro y el escepticismo.

Entrecerrando los ojos, un suspiro lento desvaneció la sonrisa que recién le había producido esa nueva calidez.

—Adiviné.

—No sabía que la adivinanza pertenecía a los dotes de los santos de Piscis —bromeó Manigoldo.

—Hasta yo podría sorprenderme —fue su respuesta y decidió no pensar más, cuando la esencia de lo real le volvía a acariciar los labios, bajando por su cuello rozando su piel.

Deseó sentirlo, deseó abrazarlo, deseó estar con él. Sin embargo, por ese momento debía posponer ese capricho propio y levantar la cabeza nuevamente.

—Manigoldo, hay algo que debo decirte. —asaltó aquel tema de sopetón—. Quiero que lo oigas de mi boca, antes de oírlo de otro.

Una ceja se enarcó en respuesta.

—¿Me dirás "amorcito", "cielito", "cariño" o "macho de mi vida"? —intentó adivinar, sacándole un tic en la ceja a Albafica. Era impresionante como ese hombre multifacético lo obligaba a salir de las casillas de la seriedad—. Si es así, déjame prepararme psicológicamente o llamar al maldito bicho para que venga a rescatarme.

Negando con la cabeza, Albafica respiró lentamente, trazando una vía meteorológica de lo que estaba a punto de desatar.

Amor —se obligó a decir, casi haciendo un esfuerzo férreo que Manigoldo obviamente notó y se lo saboreó prensando los labios. Pero eso no duraría mucho cuando sabía que ni con eso, aliviaría la nueva ruptura que se abriría—: Minos ha regresado y, estuvo aquí.

La nube de romance se pinchó.

Continuará.

 

 

Notas finales:

 ¿Es todo por hoy, sigan la sintonía de MissLouder en la próxima edición? x'D En este capítulo, Manigoldo apareció para hacerme feliz, porque mi mente necesitaba leerlo jaja, así que sí, ese último Manigoldo si era el real. Ya les despejé las dudas que tenían, y ahora podrán volver a sentarse a esperar por la actualización de acá x'D

Aclaraciones: Las escenas que Albafica ve, son efectivamente del manga y obviamente son de enfrentamiento con Minos. Más adelante sabrán más sobre esto, pero sobre todo, estos nenes usarán esos choques de memorias como base para sus propósitos.

La parte sensorial de Alba-chan, la tomé por dos razones:

1) Como había dicho anteriormente, el poder sensorial de Afrodita gracias a las plantas fue de ptm es SOG.

2) Cuando Albafica habla con Manigoldo en su gaiden, y fue el primero en darse cuenta de la presencia de Gioca.

Obviamente la referencia de "Las mejores personas lo están", es de la película de Tim Burton de Alicia en el país de las maravillas, que no sé porque se me ocurrió cuando la cosa venía destilando sangre XD!

Espero que les haya gustado a todos; en especial a Banne (ya te hice feliz, espero que hayas disfrutado de las feas uñas de tu titiritero(¿?) y Daena, amor, Manigoldo hará muy feliz a Alba y tendrán hijos (? XD ahora ya puedo responder el rol y cumplí con tus 2 exigencias x'D

¡Gracias nuevamente a los lectores mencionados anteriormente y a los invisibles que pasan por aquí que igual les agradezco que se molesten en cliquear en la historia!


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