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A tu lado por MissLouder

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Notas del capitulo:

Notas:

¿Sorprendidos? Jaja, sé que dije que actualizaría éste fic después que culminara Noche de Tragos, pero en una noche (ayer) la inspiración llegó a la ventana de mi cabeza y no pude ahuyentarla.

Advertencias:

Si la especifico les diría parte principal de la idea de éste cap x’D Así que, sólo tengan la idea clara; hay una advertencia escondida en las próximas líneas que leerán.

Dedicación:

Este capítulo va dedicado en honor a cinco hermosas personillas que han hecho mi viaje espléndido y bastante alocado, como autora en FF. Desde dedicaciones con ilustraciones de escenas de los fic que he publicado, como apoyo en moral e invisible de sus opiniones que me han dejado sonriente. Algunas ya me han mandado al carajo por los finales trágicos, pero según ellas, amar es destruir (¿?) jaja ok, no.

Gracias, Kary, Zahaki, Stephie, Annie y Mili.

Este capítulo va para ustedes.

—MissLouder.

"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que caminábamos para encontrarnos"

—Anónimo.


[A TU LADO]

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Capítulo 1.

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Bienvenidos al Infierno

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Retrasado por su vuelo, Albafica, santo del signo de Piscis anteriormente de Italia y, actual de Londres, se encontró escoltando sus propios pasos fuera del avión privado una vez que éste había tocado tierra firme. Asomándose en la salida, la brisa de un mar calmo le persiguió desde las costas, totalmente griego que le golpeó el rostro, le hizo danzar los cabellos y los rayos de sol que despuntaron desde lo alto; trazaron en líneas oblicuas totalmente doradas las que se dibujaban en toda su faz.

Descendió con aire autoritario, y fue recibido por una comisión de protocolo del Santuario que le dio una bienvenida por su atención inmediata en el llamado. Varias de las doncellas que relucían su joyería de oro, y sus pálidas pieles que irradiaban bajo sus túnicas, le sonreían con insinuación inocente que pasó por alto.

Muchas lucieron deslumbradas con su apariencia, recibiendo esa atención única de ser unos de los preferidos —por el género femenino—, por simple contexto físico. Suyo era el encanto que confería una belleza que sólo los antiguos mármoles griegos conservaban y que, por parte personal de Albafica, la traía sin cuidado.

La tierra griega se sintió bajo sus pies, latiente a las pasiones que en ella se contaban. No intercambió demasiadas palabras con uno de los santos que lucía su rango en la placa de plata de su pecho, y con el símbolo de un centauro tallándose con brillos extenuados al reflejo del sol, éste hizo una reverencia ante él.

—Bienvenido, señor Albafica de Piscis, soy Babel de Centauro y soy el encargado de escoltarlo hasta el Santuario. Es todo un placer.

Inclinando la cabeza, Albafica observó unos instantes la mano que tendían antes de estrecharla con formalidad.

—El placer es mío, Babel.

Se subió al vehículo que esperaba de puertas abiertas para él, y con la compañía del santo de plata a su lado que no reveló intenciones de interrumpir su silencio, se cruzó de brazos observando los diferentes pasajes que se deslizaban por su ventana. Con el cambio de imágenes, su mente, a pesar de no haber descansado lo suficiente en el viaje por tener maquinando infinitas respuestas para el porqué de esa llamada tan repentina a la academia de santos, se encontró recordando su último encuentro con el hombre con el cual compartía un lugar en la cama.

Hacía más de una semana atrás, cuando había sido participe en los miembros que habían tenido como objetivo leer los exhaustivos estudios para ampliar los conocimientos históricos que remontaron su gloria, cuatro siglos atrás. Un fuego había incinerado cada palmo de su ser, repantigando en el proceso, quemaduras de cansancio. Desconocía como logró sacar energía para quitarse el uniforme y resbalarse entre las sábanas para poder conseguir el descanso que no tuvo en días.

Ya sus ojos estaban por cerrarse, perpetuando entre las sombras de su mente, una imagen tangible del caso que habían estado trabajando y que no sugería ser más que un asesino en serie, muy diferente a los verdaderos que ellos estaban buscando incansablemente. Pero más que la investigación, el no haberse puesto en contacto con su compañero, era algo que lo dejó en una encrucijada enfrentándose al vestigio del recuerdo de algunos besos y unas palabras entrecortadas llenas de patetismo que entre ellos entendían perfectamente.

Había girado casi con esfuerzo mordaz su cuerpo ensamblado con plomo, extendiendo su brazo buscándolo en el mar de frazadas que había sobre la cama, encontrándose con el frío sazón de la decepción. No sabía en qué momento había caminado en línea recta hacia el túnel del sueño, para cuando sintió la calidez de un brazo rodearle la cintura. Sonrió un poco, no demasiado por estar ebrio de cansancio, pero sentía claramente como ese calor buscaba amoldarse a su cuerpo.

Quiso despertarse para saludarlo, y fueron sus intenciones más que sus acciones. Sólo había logrado acondicionarse lo suficiente para entrelazar sus dedos con los de él. Le pareció escuchar un: «Hola, Alba-chan», en ese tono que había perdido entre sus notas las vivarachas palabras que jugaban entre el acento europeo y las cantarinas pronunciaciones que lo hacían único. Desamparando toda rutina y rociar un regaliz dulce en el diminutivo de su nombre. Concibió el roce de algo contra su mejilla, en un suave deslice que había sido como surfear entre la seda.

«¿Acaso no piensas despertarte?», había escuchado.

En su mente le había replicado que podían hablar en la mañana, pero los hechos que siempre rondaban, apuntaban a otras direcciones que desviaban sus declaraciones.

«Manigoldo... », había logrado que ese nombre saliera de su garganta, antes de sucumbir totalmente al sueño.

A la mañana siguiente, Manigoldo no estaba.

Era irónico, como en las dos únicas relaciones que había tenido en su vida; una lo había convertido en granito destruyendo su identidad, y la otra, se había encargado de armarlo de nuevo. Nunca fue personaje de hablar demasiado con otros, convivir en las salidas y gustos de adolecentes a temprana edad, eran trivialidades que en un tiempo le parecieron absurdas.

En sus primaveras se había considerado una persona íntegra, serena, que se encontraba cómodo en la soledad. O eso quería meterse en la cabeza, después de las enseñanzas dictadas por su maestro. Y su mayor aflicción era que, él no era así. Se sintió solo un tiempo, y temió que aquel vacío interior pudiera expandirse. Esa puerta abierta, había dejado entrar a un lobo disfrazado de oveja y lo había devorado en silencio, sin que él se hubiera percatado hasta que se vio los huesos entre tanta piel rasgada.

Por culpa del deseo de tener una presencia a su lado, que unos dedos rozaran ligeramente su nuca y una voz que se uniera a la suya en la oscuridad, era lo que lo había conllevado a ser el plato principal de alguien en una cena de carnívoros. Y, después ser despojado de su virginidad y su pureza, el odio y el rencor reemplazaron los papeles que ya se habían perdido al viento. Ya los pensamientos de que alguien le esperara con un paraguas bajo la lluvia, le cumpliera sus promesas, conociera sus secretos, y creara un pequeño universo allí donde se encontrara, sólo con abrazos, susurros y confianza; había muerto en los dedos de un maestro de obra.

No fue hasta que coronaron a ese italiano como su pareja de grupo, sus anteriores sueños cobraron el sentido nuevamente. Había vuelto a ver la luz, después de conocer la cara de la oscuridad y que ésta le abofeteara. Y a pesar de haber vivido grandes años con Manigoldo después de su graduación y desde que vivió aquella traición; esa herida había imposible de sanar mientras el veneno siguiera latiente. Su orgullo dictaba que si deseaba ser feliz con aquel italiano, debía cerrar esa puerta para abrir la otra.

«Algún día, me las pagarás», crispó los dedos cerniéndolos entre sus propios brazos. Babel se refugió en su puesto al ver la irritación de su superior que se traslucía de tal manera en la mirada que olvidó lo que iba a decir. Mientras que en la cabeza de Albafica, sobrecogido por ese juramento, decidió echar todo lo que le afligía hacia un baúl donde su mente no pudiese alcanzarlo.

Llegaron finalmente al Santuario y su real fachada nunca dejaba de sorprenderlo en como esa estructura se había alzado de las cenizas, convirtiendo el escombro en paredes de grandiosidad estelar.

Se había despedido de Babel que lo condujo hasta donde su pase era permitido, cuando uno de los guardias intentó detenerlo por la espalda y le hizo volverse. Encajó una sonrisa tenue, viendo el reconocimiento de su uniforme y posteriormente la placa dorada. El guardia se reprendió a sí mismo frente a él, disculpándose. Le había restado importancia y procedió en su camino al laboratorio, siendo recibido por las puertas automáticas que se abrieron en par, dando vista a un pasillo enderezado por paredes ilustradas totalmente de blanco. Sus pasos resonaron contra el silencio, hasta que unas segundas puertas se mostraron al final del corredor.

Se descubrió la muñeca, rodándola por el lector digital y éste leyera el chip que había en su pulsera de oro con su identificación. Con un pitido, el lector mostró una luz verde permitiendo la entrada con una voz voluble que le daba la bienvenida a su presencia.

Bajó otro par de escaleras con las manos en los bolsillos y ya lo que parecían voces entremezcladas, alcanzó sus oídos. Doblando la esquina, el laboratorio central de los santos de Athena apareció ante él. Habían pantallas incrustadas en las paredes, sonidos de diferentes monitores chillando resultados, mesas metálicas con utensilios médicos encima, puertas de cristales contenían a científicos luchando con sus cálculos, centenares de prototipos de inventos yacían por todo el lugar, unos siendo a pruebas, otros echados a la basura. Y al final de ese salón, una gran pared de vidrio sólido protegía el aro dorado parecido a un reloj, donde se conservaban las armaduras de Athena.

Ya se había atiborrado de historia, de leyendas que contaban que cada una había tenido un poder inimaginable, que desde el rango de bronce hasta el de oro; los milagros que habían pasado por las manos de los portadores, aún fábulas que inspiraban a los niños. Sin embargo, la diferencia caía que en esa realidad, todas las armaduras se habían desprovisto de color y yacían dormidas como piedras.

Divisó a su jefe general frente a ellas, con las manos cruzadas detrás de su espalda, visualizando detrás del cristal las armaduras solidificadas, e inclinándose un poco, se acercó hacia él.

—Albafica de Piscis se anuncia, señor.

—Oh, Albafica —Sage, patriarca y dirigente general de todas las ramas que conllevaban el título por Athena, le sonrió amablemente—. Bienvenido, gracias por venir tan rápido.

El santo inclinó su cabeza, y adoptado una posición firme, se atrevió a preguntar:

—¿Ha habido avances, señor?

Sage negó con la cabeza en un gesto cansado.

—No conseguimos nada para despertar a las armaduras. Ya son años de investigaciones, buscando el método de volver a activarlas, y todos los caminos terminan en callejones sin salida.

Albafica meditó esa contestación, considerando su siguiente respuesta:

—Ya es definitivo que sin cosmos, es imposible —concluyó, repentinamente decepcionado—. Como ha ordenado, con la ayuda del santo de Acuario de mi división, hemos hurgado en los historiales antiguos de nuestros antepasados, buscando otras vías para accionar el cosmos.

—¿Tuvieron algún descubrimiento?

Cerró los ojos, suspirando por las malas noticias que debía transportar.

—Nada de lo que ya no sepamos, señor. Las conclusiones arrojaron que sólo eran emociones, pensamientos, impulsos que despertaban "el universo interior" —citó bibliográficamente—. Fuera de eso, desde la generación XV, XVIII y XX, ese método era la única vía para tocar el poder vital que brindó la diosa Athena. Actualmente, carecemos de la bendición para redimirlo. El cosmos simplemente se ha ido, señor. No podemos despertar algo que no está.

Un silencio se hizo presente, antes que Sage suspirara.

—Si algún dios llegase a despertar —Su voz estaba cargada de aflicción—, estaremos en serios problemas. Y, más, cuando aún no tenemos la explicación porque la diosa Athena decidió dividir su alma en dos personas tan diferentes como lo son Saori y Sasha.

—Me gustaría creer que si la diosa Athena del siglo XX, fue capaz de derrotar al dios del inframundo, y con ello sellar el cosmos, deberíamos ser capaces de verlo como el fin de la guerra entre dioses y humanos. —añadió Albafica—. Aunque eso no explique porque nuestra diosa decidió reencarnar nuevamente.

Asintiendo con gesto sombrío, el Patriarca dio un último vistazo a las armaduras antes de volverse hacia él. Era un hombre reservado y, aunque vivía en el pasado, casi nunca lo mencionaba. Luchando entre el mal sabor del fracaso desplazándose por su cabeza, el líder masivo de la organización zodiacal, caminó entre las mesas donde se repatriaban científicos que se mantenían encarcelados entre sus ansiedades.

—Ya tenemos el porqué de ello —suspiró—. Las cartas han cambiado su estrategia en la mesa, y es por eso que te he llamado, Albafica.

El santo se tragó una exhalación, asintiendo. Recogió los pasos del anciano que lo conducía fuera del laboratorio subterráneo, dejando atrás los sonidos mecánicos, computadoras con códigos binarios en sus pantallas y expertos lidiando con sus propios análisis.

Sumergiéndose entre los entresijos de aquel laberinto de pasillos, y corredores de perfecta relación balística, lograron dirigirse a una gran sala circular que en sus paredes honorificaba a todos los santos de Oros actuales de las doce divisiones que se repartían en el mundo. Localizó su rostro en uno de los grandes marcos que yacían cerca de la oficina patriacal, y más allá, el de su hermano menor, Afrodita, del cual había perdido contacto hacía tanto tiempo.

Las grandes puertas de mármol blanco con sinfines enmarcaciones en dorado, se abrieron para ellos, adentrándose en silencio manteniendo la distancia y aristocracia que su posición exigía.

La oficina tan deslumbrante como la había recordado, tomó forma ante sus ojos. El escritorio central intachablemente ordenado con sus libros apilados y montañas de papeles, el gran mundo que se incrustaba en el piso con señaladores que indicaban donde se habían topado con actividades irregulares, ventanas acristaladas que formaban una pared completa a su derecha y los retratos de todos los anteriores patriarcas detrás del escritorio.

—Albafica —lo llamó el Patriarca dándole un ligero respingo—, hemos confirmado la actividad impropia de los seguidores de la secta de Hades.

Para sorpresa del santo, se encontró con semblante endeble y carente de expresión, cuando se situó frente al mundo, en espera de la respuesta que deseaba oír.

—Unos santos nos han informado que en Italia, unas extrañas masas oscuras se han estado moviendo en las noches después del ataque a nuestra base. Es un hecho que su primer paso para declararnos la guerra, fue haber intentado acabar con la división que protege a la diosa Sasha.

Un agujero empezó a arremolinarse dentro de Albafica con el vano recuerdo delos muros viniéndose sobre ellos, y como todos los subordinados que yacían en el subsuelo entrenando, habían perdido la vida en el terrorismo de aquella infernal banda.

—Hace dos días, la base de Japón fue atacada —La información se desplazó con palabras estoicas, distante y en su controlado volumen de voz, se percibían las astillas de hielo—. Tu hermano está bien, antes que lo preguntes —Luego de un segundo, corrigió—: Si es que lo haces. —Una sonrisa se vislumbró por primera vez en el rostro de ambos residentes—. Pero algunos están heridos de gravedad, y uno de ellos ha sido secuestrado.

Otra mala jugada, que le revolvió el estómago. Albafica repasó esa información recibida, ciertamente nunca tuvo apegue hacia su hermano menor y su relación siempre había sido dramática por los ideales y conceptos de bellezas que diferían tanto de opinión. Cuando Afrodita los abandonó en busca de su propio destino, había sabido como desechar a su propia sangre sin darle el grano de importancia que su hermano creía que podría. Y a pesar de tantos contras; tampoco quería ver al chico muerto.

Su análisis despidió conclusiones rápidas, lo que conllevó que preguntara el segundo punto que había sido resaltado:

—¿Y quién ha sido secuestrado, señor?

—Aioros de Sagitario. —reveló Sage, recostándose en su propio escritorio—. Copias fidedignas, confirman que hubo un traidor que ofreció su vida, pero varios alegan que es una incriminación.

El santo inspiró profundamente y soltó el aire de gota a gota, para concluir:

—¿Desea que la división XVIII se haga cargo de confirmar esa sospecha?

Su propia pregunta le causó cierta incomodidad. Saber que iba a toparse con su hermano después de tantos años sin saber de él, más que una sola foto que habitaba detrás de la puerta de la oficina donde se encontraba, era lo único figurativo que tenía para saber que estaba con vida.

—Deseo que tanto tú como Manigoldo, sean los primeros en llenar los huecos que habitan en nuestro historial. —Rodeó el inmobiliario y se sentó en frente extendiendo una pantalla donde se conservaban todos los ataques con detalles específicos—. Necesitamos descubrir cómo pueden destruirnos desde adentro, cuál es su vía, su modo de pasar invisible ante nuestras cámaras. Porque ya tenemos una certeza clara de quiénes son, o al menos los responsables, que se mantienen fuera de nuestro alcance.

—¿Sabe quiénes nos…?

—Albafica —El tono se elevó en una nota que sonó tan firme como para darle el equilibrio que necesitaría en el momento que ultimara—. Minos ha regresado. Y fue él, quien dirigió el ataque a nuestra base en Italia y, estoy seguro que también es el responsable de la irrupción en Japón.

Albafica contuvo la respiración que recién había botado.

.

.

La rabia que había estallado en su pecho, esparciéndose por todas sus venas. Una vez más, ese hombre hacía de las suyas con la vida de sus allegados, fue algo que le produjo una congoja tan agría que la única manera de librarse de ella fue que asar el puño contra unos de los pilares de aquel palacio.

El coraje que lo habían embargado hacía apenas unos minutos, se fue mitigando en el tiempo que el dolor físico que ahora se culebreaba en sus nudillos había sido suficiente para el nuevo control en su interior. Al principio había sido incapaz de diferenciar un dolor de otro, y parecía un ejemplo de violencia doméstica, pero bastó para calmarle las ideas.

Primero él, ahora su hermano. No es que tuviera un afecto profundo hacia a Afrodita, porque no, era todo lo contrario, le tenía cierto desdén por su narcisista personalidad; pero, para su desgracia, había jurado cuando eran bebés protegerlo de cualquier daño. Y aunque cada uno había tomado diferentes caminos, distanciándose y odiándose en el proceso, mantenía su palabra aunque todos les dieran la espalda. Incluso su propio hermano.

Suspiró cansadamente, la madurez le había enseñado a mantener la calma y conservarse recto sobre cualquier situación. Se había preparado psicológicamente para ese momento, y ahora, debía poner en práctica todo el dominio de su autocontrol.

Aprovechando que estaba en Grecia, para recibir esa noticia que pareció arrancarle la piel, decidió visitar su antigua casa, abandonada en las laderas de las montañas. Aquel lugar donde había crecido y aprendido a ser un santo sin estar en la academia. Pensó en llamar a Manigoldo y contarle como el infeliz que había jugado con sus vidas, finalmente volvió al tablero. Aunque sabía que si para él, Minos era una artimaña, para Manigoldo era un cabo que quería cortarle la cabeza y colgarlo de los testículos.

Había sido una herida que los había atormentado en sus años de relación.

Llegó a su habitad familiar, y no le sorprendió que las rosas estuviesen domando el terreno como si fuera suyo, consumiendo cada tramo libre de su pequeña granja. Se familiarizó con el entorno rápidamente, siendo llenado por la súbita nostalgia. Hacía años que no se paseaba por el hogar que había sondado sus raíces y alimentado sus sueños. Ser parte de la división XVIII de Londres, era un puesto que le había situado al otro lado del mundo; lejos de su hogar.

No es que se hubiera olvidado de todo aquello, no podía cubrirse toda la vida los ojos con una cinta y fingir que los mayores cambios en su vida; fueron hechas en ese lugar. Desde la muerte de su maestro, la traición de Minos y su relación con Manigoldo.

Circular por esa lustrosa cabaña, era convivir con muertos en el interior de sus tumbas. Enfrentarse a las heridas que supuestamente ya estaban sanadas y sus historias que lo martirizaban sin piedad por tener que luchar contra el porqué de tantas muertes que había tenido que pasar. Sin embargo, después de su oficio, todo eso había pasado a ser una cuestión irrelevante e intrascendente por los frecuentes y comunes en las que se convirtieron.

Se tragó una bocanada de aire. Ya no valía la pena mirar atrás.

Después de atravesar el camino espinoso y los arbustos que parecían proteger su territorio, logró visualizar la estructura cuyas paredes habían sido tapizadas por las enredaderas de las rosas; desde el pórtico hasta la segunda planta.

Avanzó entre el camino de tierra y pétalos, para llegar hasta los escalones que conllevaban al interior del cobertizo, escrutando cada pedazo de esa corpórea masa de su pasado. Posó su mano en la manilla de la puerta cubierta de espinas, y sin importar que éstas atravesaran la tela de su guante para rozar su piel, la giró lentamente después de jugar con la llave. El chirrido que zumbó en el aire, le recibió con el "bienvenido a casa", en el segundo que una nube de polvo cobró consistencia sobre su cabeza. Se cubrió la boca, obstruyendo el estornudo que le hizo arrugar la nariz.

Entró a la sala y el olor del tiempo guardado de los objetos, le dio una cálida sensación acogedora. Tenía gran parte de la mueblería cubierta por sábanas y algunas estanterías para proteger a los libros que conservaba de las garras del polvo.

Tenía algunos de sus títulos colgando de las paredes, sólo para salpicarlas de color. También había pegado un póster de película, sugerencia de Shion, porque decía que transmitía a todo quien que llegara una sensación de acción. Era consiente que a menudo su vida le parecía demasiado reposada, seguramente demasiado gris y, no estaba seguro de cómo cambiarla sin romper sus ideologías que, a esas alturas, estaban demasiado firmes como para torcerlas.

Sus pasos sobre la madera fueron escoltados por sonidos agrietados por los ancianos clavos que ya exigían jubilación. En esa sala arcaica, un televisor reposaba en la pared que quizás por ser tan antiguo y desprovisto de la nueva tecnología, el vandalismo no había tomado interés en él.

Dirigió sus pasos hacia la escalera, pasando sus dedos lentamente por el pasamano, llevándose el polvo entre los guantes, mientras ascendía los escalones con aire retraído a las memorias que revivían poco a poco. Al pisar la segunda planta, las tres habitaciones desfilaron en el pequeño pasillo cubierto de polvo y más pétalos que se habían colado por la ventana del fondo.

Yendo a su habitación con cierta ansiedad de saber en qué estado permanecía después de tanto tiempo, sus movimientos eran seguidos por los crujidos levanta muertos. Era la única puerta al fondo que estaba en paralela a las otras dos, se acercó, abriéndola perezosamente. Su niñez asaltó su mente, al ver como todas sus pertenencias le saludaron desde el interior.

Cruzó el marco y entrevió su cama individual en el medio, una repisa cerca de la ventana con muchos libros apretujados desordenadamente que yacía a su derecha. Su closet al otro lado, permanecía de puertas cerradas y un portarretrato sobre un buró a un lado de su cama, era lo único que le identificaba.

Abrió la ventana para que el aire ambientara su recinto, y éste despidiera al polvo que al parecer había sido el único residente en ese tiempo de ausencia. Salió de nuevo, recargándose en el umbral de la puerta cuando su teléfono, al fondo de su gabardina, vibró. Lo extrajo sin mucho ánimo, leyendo los números que parpadeaban en la ventana, con ello, su expresión mágicamente cambió.

Deslizó la pantalla y contestó.

—Pensé que no hablaría contigo sino hasta la reunión del viernes —Sonrió sutilmente, en el momento que esa voz aturdió a las bocinas de su móvil—. Estoy en Grecia, ¿dónde estás tú?

Oyendo la ubicación de esa persona, el corazón pareció perder fuerza en sus latidos y todo reflexión que había priorizado, se había ido por el caño.

—¿Cómo que estás en Italia? —la pregunta resultó delatadora en su evidente inquietud—. Manigoldo, desde el ataque de los seguidores de Hades esa zona es altamente peligrosa. Los gases de la explosión podrían…

La interrupción con la respuesta del por qué estaba allí, sólo le hizo afrontar una lluvia de preguntas en los propósitos de las reencarnaciones de las diosas que veneraban. Y, por supuesto, explicaba porque habían sido designados precisamente ellos a esa tarea.

—¿Buscando las minas? —repitió, escéptico—. Tener el arma con el cual destruyeron nuestra base no nos dará la dirección hacia ellos, Manigoldo. Muchas veces hemos intentando hacerlo y sus proveedores parecen fantasmas. Si fuera tan sencillo, ya habríamos dado con ellos.

Y a pesar de sus contradicciones, su compañero sólo le había respondido: "No me preocupo por detalles menores, órdenes son órdenes, Alba-chan".

Un suspiro abandonó sus labios con aquellas palabras; cuanta veracidad había en ellas. Sólo quedaba confiar en los ideales de las diosas, aunque su instinto dictara que no prodigara su total entrega a la que respondía al nombre de Saori. Había un aura en ella, que desacreditaba su autoridad; siendo muy diferente a Sasha.

Una nueva pregunta le llegó a los oídos, despertándolo de sus cavilaciones, que contestó torpemente:

—Sí…, estoy bien —su voz salió casi como un hálito de viento—. El Patriarca me llamó y me pidió que viniera para… —"Darme la noticia que Minos regresó", no, no le iba a decir eso—, preguntarme sobre los avances para revindicar el poder del cosmos.

Cruzó un brazo en su pecho mientras dejaba que la voz de quien categorizaba como su pareja íntima, le envolvía como si estuviera ahí y lo estuviera amparando entre sus brazos. Entrecerró los ojos en una débil sonrisa Manigoldo le contaba a diestra y siniestra, lo que había pasado en esas semanas de no verse. Cambiándole el tema de seriedad radicalmente a otro que hizo un gran trabajo en cambiarle la expresión que casi nunca mostraba.

—Déjame ver si entendí —recapituló los hechos contados—, ¿perdiste una apuesta con Kardia?

El sólo pensar en cómo el santo de Escorpio podría jugárselas al veterano italiano, era algo que en un principio le torturaba. Gracias a los años, logró aprender a controlarlas, teniendo en cuenta la astucia de aquel santo que sabía cómo voltear las piezas a su favor.

—Cuídate las espaldas —advirtió, tras las líneas que decía que "Ese imbécil de no hará nada, aún"—. Y sí, me quedaré unos días aquí en Grecia, el Patriarca podría necesitar otra cosa. —informó invariablemente—. No quise dormir en la academia y preferí atender un poco la cabaña de mi maestro.

Se despegó del umbral para descender a la primera planta con el móvil pegado a su oreja, con la intención de ahora visitar la cocina. Se rió un poco con las ocurrencias de esa tormenta, mientras revisaba los almacenes y registraba su interior.

Una pausa se detuvo entre ellos, haciendo que Manigoldo diera indicios de despedirse, diciendo que le echaba de menos, y que esperaba verlo pronto. Todo lo anterior, fue un sentimiento de ansiedad el que se disparó en su pecho.

El "yo también te extraño", se le extravió en uno de los pasillos de su garganta, en la línea que su silencio fue extenso para que su compañero terminara despidiéndose.

—Espera, Manigoldo —atajó antes que la línea se cortara. El italiano le preguntó qué pasaba; su deseo en decirle que no quería dejar de escuchar su voz, se le atoró en la telaraña cuyo orgullo había hecho de las suyas para restringirlo en muchas acciones y palabras que se habían atascado entre sus redes. Afortunadamente, encontró la fuerza para dejar ir su pretensión, para finalmente decir—: Cuéntame algo —improvisó y cuando la pregunta desconcertada llegó, sonrió un poco, recargándose en el borde la mesa—. No sé, lo que quieras. Conversa conmigo.

Por favor, que alguien alcanzara a donde quiera que se había ido su orgullo.

Atendiendo a su pedido, las siguientes horas permanecieron hablando y eso fue lo que complació a Albafica, quien se había recostado en su cama con la gabardina de su uniforme abierta y las botas tiradas en el piso. Más de una vez quiso decirle a Manigoldo las nuevas noticias, pero su momento de charla había sido tan reconfortante que no quería dañarla.

—No, no he comido —El tema había salido de golpe, comentándole sobre las nuevas recetas que había leído en el aeropuerto—. No tengo hambre y tampoco que haya algo vigente en los almacenes. Si mi estadía aquí se extiende tendré que comprar, supongo.

—Lo imaginé —Salió una respuesta de la ventana de su habitación con acento barítono, dándole un respingo.

Se incorporó de golpe, con la velocidad que su instinto dictaba, para luego relajarse y agradecer no haber hecho aparecer su arma. Siguiendo el rastro del sonido que aún tintineaba en el aire, advirtió como una cabeza atravesaba el marco de la ventana. Esa imagen le arrancó al ser más huraño de la división, después de Capricornio; una sonrisa que lentamente se extendió en sus labios. Terminó por bajarse de la cama, advirtiendo como esa persona luchaba con su cuerpo para traspasar el pequeño hueco en la pared, lanzando maldiciones, como tantas veces en sus días de estudiantes había hecho.

Se acercó, dejando el móvil en la cama y su admirable cabellera otorgó unas cuantas ondulaciones gráciles en su espalda.

—¿Si sabes que existe el timbre, verdad? —lanzó la primera pregunta para arrojar la siguiente—: ¿Por qué no puedes entrar a una casa como la persona normales? —Mantuvo la sonrisa llegando al fin hasta la ventana y terminó de ayudar Manigoldo en su entrada vandálica—. Y supongo que debo interpretar que tu viaje a Italia era una mentira.

—Antes de tus sermones, debes darme un beso de recibimiento —Y viéndole la dobladura de cejas, terminó añadiendo—: Y serás un insensible —Le sonrió Manigoldo después de caer de bruces en la madera y erguirse para limpiarse las rodillas de la tierra que se le había adherido.

—Lo haría, pero eso te lo haría sencillo —contestó, quitándole del cabello algunos pétalos que osaron a esconderse allí—. Y creo que lo "sencillo", no cabe en nuestro diccionario de relación.

—Alguien se la ha pasado mucho tiempo con la ratilla de biblioteca —Manigoldo dejó que una sonrisa le curveara los labios, al tiempo que arrojaba su teléfono a uno de los bolsillos de su uniforme el cual no era disparejo al suyo en detalles artísticos; pantalones de cuero con cinturones en los muslos, botas que cubrían sus pantorrillas, gabardina negra que caía hasta las rodillas y, tanto como sus botones, bordes en las mangas, cuello y accesorios en los hombros; eran de oro, especificando a la brigada a la cual pertenecían. En sus pechos difería la diferencia; presentando en el lado izquierdo sus placas especificaban qué signo los regía—. ¿Aprenderé las idiotas teorías del porqué la gallina cruzó la calle?

Con el comentario, Albafica se encontró agrandando las líneas de sus comisuras.

—No hables así de él. —defendió. Ciertamente, Dégel y él compartían un bien en común; les gustaba henchirse de conocimiento que nadie creía que era importante. Había aprendido a apreciar la lectura gracias a aquel francés quien le había enseñado la fantasía de mundos paralelos, teorías que nunca habían sido consideradas hechos, argumentos, poesías y demás letras congregadas en un vals que le parecieron antojosas a su sed de curiosidad; por los muros invisibles que lo aislaron del mundo—. ¿Y bien? —recapituló la pregunta—. ¿Italia o Grecia?

—Las dos —afirmó, guiñándole el ojo—. Llegue hace una hora, estaba en Italia.

Las cejas de Albafica se alzaron y una sonrisa espaciosa —si es que podía extenderse más—, cubrió los labios de Manigoldo.

—El mocoso de Shion lo logró —prosiguió, tomándolo sorpresivamente de las caderas y lo alzó del suelo debiéndose entre la cercanía de un palmo—. ¡Las teletransportaciones finalmente están listas! —le bramó a todo pulmón, y si su oído ya no estuviera acostumbrado, mínimo un pitido le hubiera dejado.

Asintió quedamente aún anonadado, compartiendo silenciosamente la victoria de aquel descubrimiento. Habían pasado por mucho para llegar finalmente al éxito de ese medio de transporte; desde los primeros estudios planteados por los ancianos de la orden, hasta los nuevos descubrimientos de sus discípulos. El momento se alargó un poco más, con la penumbra dando un brillo singular al cristal de sus labios, ambos se encontraron acercándose en un gesto que ya se había hecho esperar lo suficiente.

La cercanía fue eliminada, y cuando coincidieron en la vaga idea de saborear la intimidad indefinida, que ascendía desde lo profundo de sus corazones en las horas malas, y acrecentaba aún más la ansiedad turbulenta cuando la búsqueda enloquecida de un goce singular, sólo era proporcionando por ellos.

—No me digas que andas con tu humor de perro —susurró Manigoldo, sin apartarse de sus labios permitiéndole sentir la sonrisa sobre la suya, regresándolo a madera firme—. ¿Estás bien?

La acotación le hizo despertar del poder adormecedor que le inducía, y sorteando algunas respuestas, permaneció sin responder varios segundos. No le agradaba la idea de romper sus hechizos, no cuando sus tormentos le saludaban desde en un rincón. Prefirió desistir de la idea, ya con sus pies en tierra, negando con la cabeza ofreciendo un cansado semblante. No es que ser levantado fuera uno de sus actos amorosos favoritos, y la línea que subrayaba "yo no soy una mujer", habían sido fuertes peso para inclinar la balanza hacia otro lado. Sin embargo, si era precisamente con esa persona, podría no molestarle, al menos.

La clara desaprobatoria en su propia actitud, conllevó a Albafica a darle el placer a ese italiano de consentirlo.

—¿Estás cansado? —le preguntó, levantando sus manos para desabrocharle los botones y quitarle parte de la joyería de oro de su lugar; como lo era la cadenilla que colgaba del hombro izquierdo y se enganchaba al cuello de la casaca—. Podemos utilizar la recámara de mi maestro para dormir. Mi cama no tan amplia como para compartirla.

—Mientras más cerca mejor —señaló con una mirada divertida—. Ya sabes que no me molesta. —volvió a estudiarle con la mirada—. ¿En serio no ocurre nada, Alba-chan?

La insistencia le daba mala espina, o Manigoldo le gustaba hacerse con sus expresiones hasta que escupiera la sopa; o ya sabía lo que vendría y sólo quería que se lo confirmara.

—No es nada —mintió, acercándose como en un pasado había sido imposible, para rodearle el cuello—. Sólo es cansancio.

Juntó su frente con la de él, dejando que su aliento se ligara al suyo, que su calor le convenciera de que estaba allí… No fue mucho tiempo cuando sus labios se presionaron nuevamente, regresando a las nubes que lo hacía volar lejos de sus lamentos. Hundió sus dedos entre las hebras índigas, masajeando el cuero cabelludo y prodigar caricias ambarinas en la oscuridad, con el aire que le era arrancado en gotas de lluvias.

Apreció como un calor con dedos acogió sus caderas, creyendo que su deseo de estar con ese italiano era más sólido con el paso flemático de las agujas del reloj, decidió que ya se había contenido lo suficiente.

Se fue en cacería de los botones de la camisa blanca que se escondían detrás de la casaca, desajustar la corbata y abrir el camino hasta la piel que deseaba tocar. Los pectorales le saludaron con una insinuación tortuosa y cuando sus manos la palparon, su sangre empezó a latir. Le gustó la rapidez de su iniciativa, porque ya Manigoldo le seguía el juego, bajando la mano para recorrerle el cuerpo sin prisas, desde el cuello hasta la espalda mientras sus bocas preferían estar mejor juntas que alejadas. Le pasó por los brazos la gabardina que ya estaba abierta, deslizándose como una vertiginosa exhalación al caer al suelo.

No pasó mucho tiempo para en el instante el italiano le alzaba el muslo y le hacía rodearle la cadera con su pierna. Encerró su cuello entre sus brazos como respuesta, en busca de más soporte con la burbujeante aura que lo amenazaba con quemarse si se quedaba atrás. Segundos más tarde pasó lo que tenía que pasar, entre besos, llamarse entre susurros, acariciarse la piel descubierta; la cabeza de Albafica terminó tocando su propia almohada con su compañero entre sus piernas debatiéndose en quitarse la telaraña de cinturones que se cernían en sus cinturas.

Rió despacio con la pelea, y Manigoldo se carcajeaba al haber quitado el cinturón que no era, y en el letargo de la espera en su cabeza una imagen que recordaba demasiado bien, relampagueó con estruendo. Quizás porque estaba en el mismo lugar donde le había tomado, y las piezas semejantes creaban el puzle del recuerdo. La tortura de no haber podido decirle a quien compartía un lado en la cama después de tantas tormentas, le estaba matando.

Posó una mano en el pecho descubierto de Manigoldo, intentando aplacar unos segundos su aliento que destilaba los propios susurros, anhelos y sueños, que se tenían entre ellos.

—Manigoldo, espera… —intentó llamar, apartándolo—. Hay algo que quiero contarte…

No hubo respuestas.

Saboreó un silencio pesado, aplastante, antes que, una risa que no le había gustado ni un poco, se transformó en palabras:

—¿Y de qué se trata, mi rosa? —Una oscuridad se apoderó de él, al descifrar la voz que se transfiguró entre sus líneas, modulando el tono perturbador que tantas noches le había atormentado.

Ese término le crispó los nervios, porque sólo una persona le había llamado así y sin siquiera pensarlo de quién se trataba, con la fuerza descarnada que se escondían en sus puños, lo empujó fuera de él. Bastó un instante a la velocidad de la luz para que esa figura tomara su verdadera forma, dejando atrás la identidad del personaje que adoraba como los artistas amaban en silencio sus trazos.

—Minos. —escupió, pasándose el dorso de la mano por los labios, viéndolo incorporándose en el suelo. Su imagen iba cobrando permanencia, perdiendo la esencia del italiano que creía haber recibido esa noche.

Qué idiota había sido, ¿cómo podía haberlo creído así tan fácil?

Manigoldo estaba en Italia, y él estaba en Grecia. Era imposible que después de tantos años intentando que las teletransportaciones funcionaran, de un día para otro, éste se resolvería. Idiota, Albafica. Idiota.

—Nos volvemos a encontrar, Albafica —deletreó su nombre lentamente, y por un momento, Albafica creyó que iba a vomitar—. Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última vez.

«No dejes que la ira se apodere de ti, no permitas que tome el control», recordó su página de siente años atrás y comparándola con la del hoy; ya no era un mocoso, con el que dejase llevar por las emociones e ignorar las consecuencias.

—Sí, ha pasado bastante tiempo —respondió, sentándose en la cama con fingida parsimonia, empezando a abotonarse el uniforme abierto—. Quién diría que después de esconderte como las ratas, te apareces ante mí. Debo darte crédito por tus agallas.

La risa de Minos le taladró los oídos, pareciendo retorcer un instrumento cuando éste ejecutaba su música.

—Has mejorado, mi querida y marchita rosa —alejó—. O, al menos en la cama, en nuestra primera vez dabas pena. Ese mocoso debió entrenarte bien.

Con aquel recordatorio, la olla empezó a hervir, sintiendo que se le encendía el rostro; la furia que había enterrado en sepulcros de una calma mucho más provechosa, afloraba a la superficie revelando el resentimiento que le hacía sentir capaz de aplastarle el cráneo entre las manos.

—No te atrevas a pronunciar su nombre con tu asquerosa boca —Se levantó, y el aro de oro que se cernía en su muñeca brilló, suspirando un halo de luz entre sus manos hasta que su espada Demon rose se sintió entre sus dedos—. Y no te arrancaré la lengua.

Minos, con las manos metidas en los bolsillos en su traje de esmoquin, le sonrió con petulancia siniestra. Ignorando el filo rabioso que dejaba escapar su aliento venenoso pudriendo cualquier cosa adyacente a su poder.

—No vine a dar un acto hoy, Albafica —anticipó, levantando las manos a la altura de su pecho—. Sólo he venido a ver cómo estabas personalmente.

Un bufido se escapó de los labios del santo de Piscis.

—Vaya, qué cordialidad —su respuesta salió tan venenosa como su espada—. No me hagas reír, Minos.

La carcajada siguiente intensificó su volumen, saliendo a grandes estribos que aturdieron a las paredes.

—La falsa caballerosidad fue mi primera mentira —destacó, con los labios torcidos en una sonrisa guasona—. Y ya que, por lo que veo aprendiste a no creerlas, iré directo al grano. —Entrecerró los ojos unos instantes—. Vine a advertirte que te mantengas lejos, Albafica. No deseo arruinar tu belleza —aconsejó y su imagen empezó a difuminarse cuando se empezó a acercar a la ventana—. Mi señor Hades pronto regresará, y no necesito concentrarme en verificar si tengo espinas en mi zapato.

Manteniendo su frustración a la raya, Albafica sonrió con arrogancia.

—Oh, estas patéticas espinas deben ser muy molestas, ya que has dejado tu madriguera para encontrarte con ellas.

—No juegues con fuego, muñequito —La mirada de Minos se encendió—. Te dejé con vida, porque si así se me dio el placer; porque así pude marcarte. Puedo matarte si quiero, pero eso sería aburrido, ¿no crees?

—Me encargaré de que te arrepientas de haberlo hecho —Albafica blandió su espalda sin moverse de su sitio y, de ésta, sinfines de espinas venenosas se arrojaron hacia la silueta del juez.

Por su parte, Minos no esquivó ninguna al minuto que todas lo atravesaron como si hubiesen pasado por agua, destruyendo la pared que tenía detrás, dejando impreso un enorme agujero en ella.

Albafica quiso sorprenderse, pero conocía a la perfección ese truco, maldijo internamente. El juez nunca había estado allí. Al menos, no físicamente.

—Estoy seguro que puedes hacerlo mejor —iba finalizando Minos, desertando ecos ensordecedores en la habitación—. Guarda tu odio para después, estoy seguro que disfrutaré en ver cómo te pudre por dentro. —Le dio una última sonrisa antes de desaparecer por completo—. SayonaraAlbafica.

Y después de eso, el silencio lo envolvió.

Despertó.

Continuará.

Notas finales:

N/A: Muchos se preguntarán, ¿por qué Albafica está tan rencoroso?Y subrayando que ese personaje lo define la palabra orgullo, que se lo pisen, como ha sido acá; debe ser como aquellos espartanos que gritan ¡Qué arda troya! Jaja

Chicas, espero que le hayas gustado. El capítulo había abarcado  11k+ palabras, pero decidí cortarlo, porque en ésta historia tengo la meta de no hacer capítulos tan largos como lo son en NDT que superan las 10k+palabras.

Aclaraciones: Como se darán cuenta, en ésta historia el señor cosmos está dormido desde la guerra XX, que fue donde Seiya asesinó a Hades, acabando finalmente con las  disputas entre humanos y dioses.

Y, como siempre Kuramada, Toei, Shiori se las fuman para crear tramas cuando todos creemos que ya todo acabó; aquí tienen ésta.

Más adelante explicaré con detalles el ataque a la base de Italia.

¿Por qué Italia fue la primera? Sencillo, si vamos al animé/manga de TLC, cuando Alone despertó como Hades, su primer ataque fue en el país de los romanticones donde hizo su castillo. Ya les revelé un secreto fundamental (¿?) No se extrañen si se topan con más detalles así con el avance de la trama, esa es la idea. O supongo que eso es lo divertido de hacer la adaptación jajaja

Debido a las circunstancias, la sección XVIII (supongo que es obvio porqué el xviii, ya que Albafica y su orden son de ese siglo) debió trasladarse a otro país que, asemejando con las costumbres antiguas de nuestros bebés TLC, Londres o Inglaterra eran las primeras opciones; ya que incluso en la actualidad la aristocracia juega un papel fundamental en sus personalidades (a algunos, por lo menos xD). Y tirando la moneda al aire, ésta apuntó al país de las hermosas lluvias.

Babel de Centauro, es uno de los santos de platas que aparece en el SS clásico, y  su última aparición fue cuando se enfrentó a Hyoga en Siberia.

Otro punto a explicar, es que habrá relaciones (hermanos, primos, conocidos, etcétera) entre la división XVIII y XX, como es la hermandad que habrá entre Albafica y Afrodita. No esperen que se lleven bien, pero como siempre he encontrado ese sentido paternal y protector en Albafica, puede que si todo va bien con el transcurso de la historia haya enlaces, aunque son estipulaciones porque hasta ahora eso no está escrito.

La próxima actualización no tengo fecha (nunca las tengo) de cuando será, porque ya tengo una horda de lectores exigiendo otra actualización… x’D

Es todo por hoy, damas y caballeros (si es que los hay), gracias por leer.


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