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Estrellas fugaces y problemas de colores por Adriana Sebastiana

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Notas del capitulo:

Hola :3

Espero que les guste el capítulo de hoy.

Vuelven estos loquillos con sus planes descabellados... ¿será que obtienen los resultados esperados?

Tratándose de Akashi, del Emperador de emperadores, del Absoluto... seguramente sí. ¿Será?

 

TODOS LOS PERSONAJES DE KUROKO NO BASKET SON PROPIEDAD INTELECTUAL DE TADATOSHI FUJIMAKI-SENSEI.

Capítulo XIII

 

—Kuro-chin~ ¿Qué quisieras jugar primero? —cuestionaba el infante a su protector, mientras este se secaba el cabello con una toalla blanca.

 

—Lo que tú quieras, no sé mucho sobre juegos de video.

 

—¿Lo que yo quiera? ¡Está bien! —replicaba, alegre. —Entonces será Resident Evil 2.

 

Murasakibara esperaba que su amado peli celeste se aferrara a él y le pidiera que durmieran juntos. ¿Por qué? Pues un ataque zombie daba mucho miedo, sobre todo si es en pantalla gigante. ¿No?

 

—Pero antes, sécate bien el cabello. No quiero que te resfríes.

 

—Kuro-chin es muy lindo conmigo~ Kuro-chin es el chico ideal~ —sonreía de oreja a oreja. Le encantaba que su “dulcecito” le prestara tanta tención. —¿Tienes dulces? —solo eso podría mejorar su tarde.

 

—No tengo dulces, Murasakibara-kun. —respondía indolente el de orbes celestes.

 

—¿Eh? Pero vi algunos por allá. —resoplaba, mientras indicaba el lugar con su manita.

 

—¿Dulces? —Kuroko estaba sorprendido… ¿cuándo pasó eso? —¿En dónde dices que los viste? ¿De verdad eran dulces?

 

—¡Claro que sí lo eran! —insistía el menor — Estaban en la mesa de la entrada, cerca de unos libros.

 

Kuroko caminó en esa dirección, y en efecto, una preciosa canasta cubierta con una tela delgada de color verde claro con lazos lilas llena de golosinas estaba sobre el mueble de nogal pulido. No recordaba haberla visto, era tan extraño. Se acercó más y vio una pequeña nota en la parte superior.

 

Para Murasakibara Atsushi.

 

—¡Oh! Pero si son para mí~ —sonreía de nuevo, como el infante que era; y de vez en cuando observaba al 11 de Seirin con los ojitos brillantes.

 

—Esto es muy sospechoso. Te recomiendo que no te los comas, Murasakibara-kun. —respondía, cauteloso, ante el entusiasmo del niño.

 

¿Por qué apareció una canasta llena de dulces en su cabaña? ¡Y la nota! Era claro que la persona tras eso sabía de sus planes para aquella tarde… pero ¿por qué? ¡AISHH! Era un dolor de cabeza.

 

—Sería un desperdicio no comerlos, Kuro-chin. ¡Oh! Mira, son de mi marca favorita~

 

—De verdad, esto es muy extraño. ¿No tendrán algo dentro? —miraba inquisitivo al maibu de uva que el pequeño quería llevarse a la boca. —¿Huele raro? —el peli morado olfateó por un rato.

 

—No, nada. Está tan bueno como siempre. —y sin prestar atención a las advertencias del ahora más alto, se lo comió de un solo tirón. Llenando sus mejillas como una tierna ardilla.

 

—Si pasa algo malo, no quiero que me culpes. —los mismos ojos inexpresivos de siempre. Estaba preocupado, claro, pero cuando su amigo se ponía en esa posición, era muy difícil tratar con él. Y sinceramente, no quería gastar energías innecesariamente. A final de cuentas, ¿qué era lo pero que podía pasar?

 

Murasakibara siguió comiendo todo lo que se le presentó, no importaba el sabor, todos eran deliciosos. Kuroko le miraba sorprendido, y de vez en cuando le limpiaba los restos de comida con un pañito húmedo. ¡De verdad era un niño pequeño! Jugaron por dos horas, quizás más, hasta que el sueño hizo presa del de orbes violáceos.

 

—Murasakibara-kun, ¿quieres dormir un poco?

 

—No, Kuro-chin~ Quiero pasar más tiempo contigo~ —suspiró el menor, con los ojos casi cerrados. Los párpados le pesaban demasiado. —Estoy algo mareado… —replicaba, con un todo afligido.

 

—Espera un momento, creo que traje un termómetro conmigo. —¡Sí, una precaución extra, cortesía de la madre de Kuroko! Buscó en su mochila, y ¡bingo! —Abre la boca.

 

Nuestro tierno niño hizo lo que se le solicitó y con su pequeña lengua cubrió el aparatito.

 

—Está frío~ —habló entre dientes, para evitar que se le cayera de la boca. Kuroko apenas sonrió.

 

¿Será que sirvo de niñero?

 

Pasaron un par de minutos, y el peli celeste tomó el termómetro en sus manos y con gesto aliviado vio que su temperatura era normal. ¿Y ahora qué podría hacer para calmar un mareo?

 

—Seguro es porque comiste demasiadas golosinas, Murasakibara-kun.

 

—¡No es eso! Siempre como algo así, o más… mucho más. —replicaba el aludido, a medida que iba bajando el timbre de su voz.

 

—Creo que deberías acostarte, le diré a Akashi-kun que nos ayude. —miró su teléfono celular, y nada, estaba muerto. —Ya no llueve mucho, regresaré enseguida.

 

—No quiero que Kuro-chin me deje solito~ —resoplaba a modo de capricho.

 

—Solo será un momento. No quiero que te enfermes.

 

—Prométeme que regresaras pronto, a cuidarme. —sus ojitos se cerraban con suavidad. Su hora estaba por llegar, pronto caería dormido… o en una especie de estado de coma.

 

—Sí, sí… vendré pronto.

 

Kuroko salió de su cabaña con un paraguas negro, y fue con algo de prisa a la de Akashi. No le daba buena espina, Murasakibara es muy sano, demasiado… ¿por qué se sentía mal de pronto? Y encima de eso, la canasta sorpresa… ¡Todo eso pintaba mal! Seguramente ambas cosas tenían relación. Pero ahora, eso no era lo más importante… tenía que ayudar a su amigo, sí o sí, y el único en quién podía confiar era en su excapitán, Akashi Seijûrô.

 

 

—Akashi, voy a regresar a mi cabaña. Hace mucho frío ~nanodayo. —insistía de repente el As de Shutoku.

 

—No te muevas de aquí, Shintarô. Falta poco. —respondía con autoridad el enano de ojos ámbar y carmín.

 

Las voces de Murasakibara y Kuroko se notaban un tanto alarmadas. Era cuestión de tiempo para que tuvieran luz verde en la ejecución del Plan C: “Secuestro del pequeño titán”. Pasaron otros minutos más, y se escuchó el golpe de la puerta al cerrarse. Tetsuya había salido. ¡Era ahora o nunca!

 

—Andando, Shintarô. —proclamaba el heterocromo. Tenían que actuar rápido, o serían descubiertos.

 

Pero, ¿en qué consistía semejante plan?

 

La respuesta es simple. Antes de que Kuroko y Murasakibara llegaran a la cabaña, uno de los guardaespaldas de Akashi tenía preparada una canasta con golosinas rellenas con “Dulces Sueños”. Lastimosamente, ese par de jovenzuelos eran rápidos, y llegaron antes de colocar la trampa en la entrada. Sin embargo, las esperanzas no estaban perdidas. Con algunos refuerzos vigilándolos, pudieron abrir la puerta con cuidado y depositar el preciado obsequio sobre el mueble de madera. Por esa razón, Kuroko no la había visto; mientras que el peli morado estaba recorriendo el lugar cuando su niñero se encontraba en el baño, y encontró los dulces tiempo después. Nadie sospechaba nada. ¡Era perfecto! Bueno, salvo por la intuición muy acertada del peli celeste, pero tampoco impedía el desarrollo del plan.

 

Mientras Akashi y su “querido Shintarô” entraban como espías a la habitación del peli celeste, una pregunta extraña se formuló en la cabecita del segundo… ¡Más tarde tendría tiempo de despejar sus dudas! Ahora, la prioridad era Murasakibara, tendrían que llevárselo con sumo cuidado. Aunque, parecía dormir como una roca. Ambos sonrieron, cómplices, y lo subieron a la espalda del más alto. Al salir, Akashi tomó el paraguas que los aguardaba, y juntos, se escondieron tras los arbustos, pues los pasos de Kuroko se escuchaban cada vez más cercanos.

 

—Oi, Akashi… ¿puedo preguntarte algo? —cuestionaba en un susurro el peli verde.

 

—Por supuesto. —respondió el pelirrojo a media voz.

 

—¿Pusiste ese… polvo… a todos los dulces?

 

—Bueno, ese “polvo”, como tú le llamas, es un sedante. Haz de cuenta que son pastillas para dormir, pero trituradas. Y como dices, todos los dulces tenían una pequeña cantidad de “eso” en su interior.

 

—Ya veo —respondió el de anteojos, para nada convencido —… y volviendo a la pregunta, ¿sabías que Kuroko no iba a comerlos?

 

—Lo sabía. Ya te lo he dicho, Shintarô. Soy la certeza. Y para asegurarme, no puse sus dulces favoritos. ¿Contento?

 

—¿Y qué hubiese pasado si se los hubiera comido de todos modos?

 

—Nada, no pasaba nada. Solo lo tendríamos durmiendo, junto a Atsushi… —y tras haber pronunciado esas palabras, un aura demoníaca emanó de su cuerpo. Celos, seguramente. Poco a poco se fue menguando, conforme la silueta de Kuroko se acercaba a su propia puerta para abrirla. —… pero, de todos modos, nos lo llevaríamos… —y miró al menor de reojo. —Es hora de irnos. Después responderé todo lo que quieras… aún te falta mucho por aprender.

 

—… —se sentía incómodo. A veces tenía miedo de descubrir lo que Akashi pensaba. Era un buen tipo, pero estaba medio loco. Y a pesar de eso eran grandes amigos… ¿es que a él también se le estaban pegando esas mañas?

 

Se alejaron de las cabañas y fueron al otro extremo del resort. Parecía todo tan desolado. Hasta la lluvia estaba cesando, y unos rayos de luz se despedían de la bóveda grisácea.

 

—Shintarô, déjalo en la primera habitación. Cúbrelo, no quiero lidiar con él mañana.

 

—¡Tsk! —“¿Es que acaso soy tu empleado?” se moría de ganas por decirlo, pero prefirió morderse la lengua. Y con un poco de torpeza, hizo lo solicitado por el más bajo. ¡Cuánta falta le hacían sus preciados anteojos!

 

Tras haber dejado al “bello durmiente” en sus nuevos aposentos. Ese par acordaron ciertos detalles; mejor dicho, Akashi planificaba todo, mientras que Midorima le secundaba y negaba de vez en cuando.

 

—¿Y qué haremos con Kuroko? Seguramente debe estar buscándolo.

 

—No haremos nada, estoy bastante cansado, y supongo que también lo estás. Ve a tu cabaña, más tarde iré a dejarte tus anteojos. Se nota que sufres bastante por esta situación. —y sin querer, soltó una pequeña risita. ¡Era muy gracioso ver los descuidos de tan galante joven!

 

—Está bien, Akashi. Entonces, nos vemos luego.

 

—Hasta pronto, Shintarô. Fue un placer hacer negocios contigo. —añadió el pelirrojo antes de perderse.

 

—Ni que lo digas, Akashi. —suspiraba el peli verde, antes de hacer lo mismo, pero en dirección contraria. Debía aceptar que, a pesar de los malos ratos, le había resultado muy entretenido… una experiencia inolvidable.

 

 

—¡Hola, Akashi-kun! —preguntaba un alarmado Kuroko desde un lado de la línea. Había buscado un teléfono en la recepción del lugar. —¿Has visto a Murasakibara-kun? Lo he dejado solo y no lo encuentro. Estaba algo mareado.

 

—Tetsuya, es un placer escuchar tu voz… así. —Akashi sonreía al otro lado de la línea. Era hora de poner su última estratagema en acción. El Plan D: “Consolando a un niñero preocupado”. —Sí, lo llevé con un médico de la familia. Cuando caminaba por tu cabaña para charlar un rato, te vi salir apresurado, quería alcanzarte, pero me di cuenta de que él te iba siguiendo y se veía bastante desorientado, así que le ayudé.

 

—¿Cómo? Yo salí a buscarte a ti, de verdad que no te vi. Me hubiese dado cuenta. —replicaba Kuroko, algo contrariado. Esa historia sonaba extraña, pero si era Akashi quien se la contaba, estaría bien.

 

—¿Crees que miento?

 

—¡No! No es eso… quizás fui algo descuidado. Me disculpo por eso. ¿Y él está bien?

 

—Te preocupas demasiado por tus amigos, Tetsuya. Y en efecto, Atsushi está bien. Solo era cansancio. No le quise explicar al doctor “esa” situación, pero parece que se excedió un poco. —mintió sin un ápice de culpa. —Ahora tiene el cuerpo de un niño.

 

—¡Oh! Ya veo… pero pudiste avisarme antes, Akashi-kun. —dijo el de orbes celestes con monotonía. Había estado buscando al infante desde hace un rato.

 

—Él está bien ahora. Pierde cuidado…. Pero cambiando de tema, ¿quieres tomar algo conmigo? —jamás desperdiciaría una oportunidad como aquella. Y bueno, al fin y al cabo, de eso se trataba su último plan. ¡Claro que no podía compartirlo con Shintarô! Era su ganancia personal.

 

—Te lo agradezco, Akashi-kun. Y quizás tengas razón, lo importante es que se encuentre bien. —respondía Kuroko con agotamiento. No le gustaba darle la razón verbalmente, pero a veces coincidía en ese punto: últimamente velaba más por sus compañeros que por él mismo; y solía resultar muy estresante. —Y acepto tu invitación, no tengo nada más que hacer.

 

—Yo siempre tengo la razón, Tetsuya… —dijo con suficiencia el Emperador.

 

—¿De verdad? Quieres que te recuerde lo que pasó en la Wint... —reprochaba el Jugador Fantasma con la misma altivez de su excapitán.

 

—Te espero, no tardes. —y se cerró la línea.

 

Kuroko sonrió imperceptiblemente. ¡Cómo le gustaría recordárselo todos los días! Era una especie de satisfacción personal, le encantaba. Era un gusto sublime. Regresó a su cabaña por una bufanda, y fue directamente al lugar de su cita.

 

Akashi, por su lado, esperaba pacientemente a su Sexto Hombre. Miró por la puerta, haciéndose una imagen mental de su delicada silueta, y suspiró. Ese muchacho de nívea piel era indomable; y he ahí el motivo de su ardiente fascinación por él. Y es que nadie sería capaz de sublevarse tan altaneramente, nadie le diría que “no” con tanta fuerza, nadie, absolutamente nadie era merecedor del amor del Emperador… ¡Solo él!

 

Gracioso, ¿no?, pues Kuroko Tetsuya es sin lugar a dudas, la única criatura que no puede ser dominada por su Absolutismo. Sin embargo, habría que intentarlo.

 

—Duerme bien, Atsushi. —susurraba entre dientes, como una muestra de triunfo o algo por el estilo. Se levantó y atendió la puerta. ¡No había predicho aquello! ¡Rayos!

Notas finales:

Gracias por su lectura y sus preciosos reviews.

See you next time~! (^o^)7


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