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Estrellas fugaces y problemas de colores por Adriana Sebastiana

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Notas del capitulo:

Buenas noches a todo el mundo.

Como lo había anunciado desde antes. Éste será el último capítulo de Estrellas fugaces y problemas de colores. Espero que lo hayan disfrutado.

Disculpen los pequeños errores a lo largo de la historia, este fue mi primer trabajo, y por fin lo concluí. Creo que los otros son mejores.

Para julio, aún no sé la fecha, voy a escribir un AkaKuro. Espero que les guste. Quiero tomar riesgos con el estilo y temática, espero que lo lean y me den su apoyo.

Muchas, muchas gracias por todo. Ha sido una gran experiencia.

Han pasado cerca de nueve meses desde que empecé con esto.

 

Todos los personajes de Kuroko no basket son propiedad intelectual de Tadatoshi Fujimaki-sensei.

Capítulo XX

 


[EPÍLOGO]


 


—¡Waa! ¡Volví a la normalidad! —chilló con emoción el rubio antes de levantarse como un resorte y correr a la cabaña de Kuroko, la tercera. —¡Kurokocchi~!


 


Tocó la puerta del menor y esperó a que le abriera. Estaba ansioso por verle.


 


—Kurokocchi~ —llamó de nuevo tras la puerta.


 


Los sonidos de pasos acercándose eran claros, y aumentaron la emoción del As de Kaijô. ¡Pronto le abriría! En 3… 2… 1…


 


—¡Buenos días!


 


¡Boom!


Un impacto directo en el estómago de Kise.


 


—No tienes por qué ser tan pesado, Kise-kun. —replicó el peli-celeste con una cara sombría y el cabello despeinado como siempre a esas horas de la mañana. —Ya que no hay más remedio, pasa.


 


—Gr-gracias… —repuso, recuperando el aliento. —¿Estabas dormido?


 


—No… —dijo con ironía. —Estaba tratando de conquistar al mundo.


 


—No me lo esperaba de tu parte, Kurokocchi. —respondió confundido. Claramente no había captado las intenciones del contrario.


 


—¿Qué hora es?


 


—Son las cinco de la mañana, más o menos.


 


—¿Eh? ¿Y vienes a despertarme a esta hora? —refunfuñó antes de lanzarse sobre sus cobijas y tratar de conciliar el sueño. —Nos vamos antes del mediodía… así que… es muy temprano… Kise-kun… —articuló entre bostezos antes de quedarse dormido. Ayer había perdido demasiadas energías.


 


—Kurokocchi~ vamos, solo quería mostrarte que estoy bien. Que he vuelto a ser el súper sensual modelo de siempre. —dijo sin prestarle atención realmente. —¿Kurokocchi? —cuestionó, y se percató de lo inevitable: el menor estaba dormido.


 


Una idea un poco loca entró en su cabeza. ¿Sería capaz de arriesgarse tanto? Sí, ¿no? ¡Aish! Pero… Kurokocchi estaba tan lindo, tan a su merced. Sería un pecado no aprovechar la situación.


Se acercó de nuevo y comprobó que Kuroko estaba durmiendo profundamente. No tanto como una roca, pero sí lo suficiente como para llevar a cabo su plan.


¡Bien!


 


—Solo será por hoy. —dijo en un murmullo para sí y acomodó al peli-celeste en la cama, haciéndose un lugarcito para él también.


 


El pequeño se movió entre sus brazos, percibiendo la invasión y, aun así, sintiéndose seguro. De todos modos, Kise no era alguien peligroso. ¿O sí?


¡Para nada! Puede que el rubio tenga las hormonas alocadas, pero no se atrevería a intentar algo más osado. No sin el consentimiento de Tetsuya, por supuesto.


 


Kise abrazó a Kuroko por la espalda y acercó su nariz a la nuca contraria, aspirando ese dulce olor de vainilla que le caracterizaba. Apretó al menor un poco más y cayó rendido en la dimensión de los sueños.


 



 


—¡Oi, Kuroko! —habló Kagami al otro lado de la puerta. —Abre la puerta. —golpeó un par de veces, pero no hubo respuesta. —Ya es muy tarde, Kuroko.


 


—Ya va… ya va… —era la voz somnolienta de cierto intruso.


 


—¿Kise? —fue la respuesta de Kagami al ver al rubio salir de la habitación de Kuroko. —Pero… ¿qué?


 


—Buenos días, Kagami-kun. —saludó el peli-celeste a un par de metros de distancia. —Kise-kun.


 


—¡Buenos días, Kurokocchi! —dijo el rubio, quien para ese entonces estaba siendo zarandeado por el As de Seirin de un lado al otro. —¿Cómo amaneciste?


 


—Mmm ¿por qué están en mi cabaña? —replicó, y después bostezó como un lindo gatito.


 


—Oi, Kuroko… ¿por qué Kise estaba contigo? ¿Durmieron juntos? —cuestionó, mirándole con irritación.


 


—¿Eh? —No recordaba haber dormido con Kise…


 


—No me digas que esta rubia tinturada se metió a tu cuarto a hurtadillas a hacerte quién sabe qué cosas. —Para ese entonces, Kagami había soltado a su víctima, y se había acercado a Kuroko, pues su sentido de “madre” quería verificar que todo estuviese bien con su “pequeño”.


 


—¡Yo no le hice nada malo! —chilló el rubio para defenderse. No le gustaba que le cataloguen de esa manera tan ruin. —¡Y mi rubio es natural, Bakagami!


 


—¿Dormimos juntos? —replicó Kuroko, mucho más despierto que antes. —Ahora que lo recuerdo…


 


—¿No me digas que…? —dijo el pelirrojo antes de tragar duro.


 


—Kise-kun, ¿tú eras ese zorro bobo de mis sueños? —ladeó la cabeza, recordando su extraño sueño de la madrugada. Recordaba la visita del rubio, y luego, solo se vio en un paisaje campestre de animales parlantes.


 


—¡Eres cruel, Kurokocchi! Y yo que solo quería darte amor.


 


—¿Quién le iba a dar amor a Tetsuya?


 


—Buenos días, Akashi-kun. —saludó tranquilamente la sombra. Kise estaba aterrado, había escuchado la peor parte. ¡Claro que sabía que se podía malentender eso! Kagami por su cuenta, seguía mirando a Kuroko y la ‘escena del crimen’. Bien, el rubio decía la verdad. Solo durmieron un rato.


 



 


—Bien, con esto dejarás de ser mi sirviente personal. —exclamó con una leve sonrisa. Kagami solo refunfuñó y cerró la cajuela del vehículo negro.


 


—Voy a extrañar este lugar~ Tenían muy buena comida… —replicó el peli-morado desde el interior mientras abría una bolsa de papitas fritas. —¿Podemos volver, Aka-chin?


 


—Claro, cuando gusten. —sonrió, y le ordenó al chofer que arrancara. —¿Está bien que los deje en la estación de trenes?


 


—Está bien, Akashi. Gracias. —comentó Midorima antes de acomodarse mejor en su asiento. Debía reconocer que luchar en el agua con los salvajes de sus amigos era más agotador que un partido de baloncesto.


 


—Claro, entonces vamos hacia allá. —repuso —Aunque, Ryôta… contigo quiero hablar un poco.


 


El rubio bajó la mirada y sonrió nervioso. Sabía que no se iba a librar de un buen sermón, o quizás algo peor. ¿Por qué ese enano pelirrojo daba tanto miedo? Ni siquiera era su capitán, pero aún le hacía caso. Era natural.


 


Tras varios minutos, llegaron a la estación de trenes de Kioto. El aire era fresco, y para su buena suerte, el sol cálido se filtraba por las delgadísimas nubes de un cielo despejado.


El chofer esperó en su lugar, y Akashi abrió la puerta como todo un caballero. La primera en salir fue Momoi, seguida de Aomine, Murasakibara, Midorima, Kuroko y Kagami. Kise estaba a punto de seguirles, pero una mirada gélida del heterocromo le detuvo en seco.


 


—Pero quiero despedirme… —soltó al aire con los ojitos brillantes, siendo ignorado por completo. La puerta se cerró de nuevo con él dentro.


 


—Fue muy relajante. —expresó Aomine con una ligera sonrisa. —Bueno, aquí nos separamos. Vamos Satsuki. Nos vemos, chicos. Fue una buena semana. —miró de reojo a Kuroko y le guiñó el ojo. El menor se sorprendió, pero no hizo nada. —Akashi, dile adiós de mi parte a Kise. —el heterocromo solo asintió.


 


—¡Adiós! Gracias por todo, Akashi-kun. —hizo un par de reverencias y se acercó a Tetsuya. —Cuídate mucho, Tetsu-kun. —y le abrazó, sacándole un suspiro por la falta de aire. —¡Oops! Lo siento… ¡Wah! ¡Espérame, Dai-chan!


 


Salió corriendo tras el moreno que le había tomado ventaja. Regresó la vista, y se despidió con un exagerado movimiento de manos.


 


—¡Oh! No me gustan las despedidas. —dijo con pereza el de orbes amatistas. —Me voy por ese lado. —movió sus manos indicando el lugar, pero antes de moverse, sacó un dulce, de esos que le encantaban a Kuroko, y se lo puso en sus manitas. Miró al heterocromo de reojo y sonrió—Gracias, Aka-chin.


 


Se marchó a paso lento, y se perdió de la vista de los demás.


 


—Creo que me encargaré de dejar a Ryôta en su casa. —dijo el Emperador. —Y vuelvan cuando quieran. Nos vemos, Shintarô, Taiga, y Tetsuya. —se acercó al peli-celeste y depositó un dulce beso en su mejilla derecha antes de darse la vuelta y marcharse con elegancia hacia la salida de la estación.


 


Kagami y Midorima estaban en shock, pero no dijeron nada.


 


—Nosotros debemos tomar el mismo tren. —acotó Midorima para romper el tenso ambiente que había dejado Akashi después de irse. 


 


—¡Uhm! Claro… —replicó Kagami y miró de soslayo a Kuroko.


 


El tren apareció en menos de cinco minutos, y subieron sin prisa, arrastrando su equipaje. Se sentaron con Kuroko en el medio.


Después de cuarenta minutos, aproximadamente, el conductor anunciaba la parada en la que se quedaba el peli-verde.


 


—Nos vemos. —dijo sin más, antes de ponerse de pie y arreglar sus anteojos como siempre. —Este es tu Lucky Item de hoy. —dijo con simpleza y depositó una canica celeste con verde en la mano abierta de Kuroko.


 


El tren se detuvo, Midorima bajó con elegancia y no regresó su vista ni una sola vez.


 


—Todos son muy amables. —comentó Tetsuya, recordando la semana que acababa de culminar.


 


«Eso es porque te quieren, Kuroko», pensó Kagami, pero no dijo nada, y solo miró la canica que le había dado ese loco de los horóscopos a su sombra. Bien, siquiera ahora estaban los dos solos.


 


A dos paradas más, ambos se pusieron de pie y esperaron a que el tren se detuviera.


 


—Kagami-kun, esta no es tu parada.


 


—Lo sé, solo quiero acompañarte a casa. Eso se ve muy pesado. —miró de reojo a la maleta su mejor amigo y Kuroko comprendió a qué se refería.


 


—No hace falta que lo hagas, Kagami-kun.


 


—No te preocupes, es algo que quiero hacer.


 


—Bueno, en ese caso… muchas gracias.


 


Las puertas se abrieron de par en par y ambos bajaron con sus cargas. Caminaron a paso lento al menos diez minutos y la casa de Kuroko se veía a lo lejos.


Entraron por la valla metálica al jardín, y como se lo esperaba el menor, no había nadie.


 


—¡Oh! Cierto, no les avisé que iba a regresar un día antes.


 


—¿Qué? No me digas que no tienes las llaves de tu propia casa. —cuestionó con asombro el tigre.  Kuroko solo negó con la cabeza dándole la razón. —Aunque me sorprende que dejen el cerramiento sin protección.


 


—Me dijeron que iban a estar aquí cuando regresara y que no las necesitaba. Ya he perdido varias veces las llaves de mi casa… así que lo comprendo. —sonrió levemente, con nerviosismo. —El barrio es muy tranquilo, además, la estación de policía está a una cuadra a la derecha.


 


—Será mejor que los llames. —exclamó un preocupado Kagami Taiga.


 


—Sí, eso creo. —Buscó su teléfono celular pero el condenado no tenía batería. —¿Kagami-kun?


 


—¿Qué sucede? —Kuroko le mostró su teléfono muerto, y supo a qué se refería. —Olvídalo, mejor vamos a mi casa. A veces eres muy descuidado, Kuroko.


 


—Sí, quizás… —miró a otro lado, evitando que sus mejillas se enrojecieran. —Regresemos a la estación.


 


—Cogeremos taxi. Solo bajemos un par de cuadras a la calle principal.


 


—¡Oh! Me gustaría que me adoptases… —dijo con simpleza. —Tienes mucho dinero.


 


—Oi, Kuroko… no empieces. Es necesario, ya que vivo solo en Japón.


 


Caminaron juntos de nuevo, y esperaron en la acera hasta que un taxi les hizo caso y se detuvo para hacerles la carrera. Kagami le dio la dirección, y llegaron sanos y salvos a su destino.


 


—Perdón… —replicó Kuroko antes de entrar a la casa y sacarse los zapatos.


 


—Sigue con confianza. —respondió, y acomodó el equipaje de ambos en un lugar libre de la sala. —No creí que nos demoráramos tanto.


 


—Yo tampoco… —aseguró el menor después de percatarse de la hora que marcaba el reloj de pared de la estancia. —Son más de las dos de la tarde.


 


Kuroko buscó un tomacorriente y conectó su teléfono celular. Kagami mientras tanto, se acostó boca arriba sobre su sofá. Respiró profundamente, y recordó el día en que el menor le dejó en la friendzone. Tristes y dolorosos recuerdos.


Pasaron un par de horas, y ambos apenas hablaron, hasta que un rugido por parte del pelirrojo rompió la burbuja en la que se encontraban inmersos.


 


—¿Tienes hambre, Kagami-kun? —cuestionó entre risillas.


 


—¡Cállate! —sus mejillas estaban sonrosadas. —Vamos a comer algo por ahí, me da pereza preparar algo decente.


 


—Ahora que lo dices, se me antoja un batido de vainilla.


 


—Andando, Kuroko. —salieron del departamento, y caminaron por la ruta de siempre hasta el Maji Burger. Hicieron sus pedidos habituales y se sentaron junto a la ventana.


 


—Creo que debo llamar a mis padres. ¿Puedo?


 


—Adelante —respondió el tigre antes de devorar su primera hamburguesa de queso. Tetsuya asintió y marcó el número de su madre.


 


—Hola, mamá. Sí… sí… ¿cómo están? …. ¡Oh! Ya veo. No, no hay problema… sí… estamos muy bien. Hasta mañana. Cuídate. —colgó la llamada y sus ojos miraron a Kagami de forma inusual, provocándole un escalofrío. —Kagami-kun… ¿puedo pedirte un favor? ¿Puedo quedarme en tu casa esta noche?


 


Es poco decir que al As de Seirin, esa pregunta (que más sonaba como propuesta) le había cogido desprevenido. ¿No se suponía que iba a hablar con sus padres para avisarles el inconveniente con el viaje?


 


—Pero… Kuroko… —dijo, con un evidente sonrojo por las millones de cosas que quería hacerle a solas, y que de la nada, habían inundado su cabeza.


 


—Tu cama es muy grande, alcanzamos muy bien los dos. —dijo sin más. —Piensa que será como una pijamada.


 


—Como quieras… —retiró la vista de aquellos cielos que el menor tenía por ojos y se rindió, con la grave sospecha de que sería peligroso. ¡Ah! Ese desgraciado de Kuroko, siempre sabía cómo tratarle para obtener lo que quisiera, y lo peor de todo, es que no sabía si era intencional.


 


—Muchas gracias, Kagami-kun —comentó con una sonrisa celestial.


 


Kagami Taiga, joven de 17 años en ese entonces, estaba tirado sobre la mesa del Maji Burger pensando en lo cruel y angelical que era ese chico frente a él. ¡Si era la tentación convertida en persona!


 


«Será una noche muy larga», pensó… tratando de disipar los acelerados latidos de su corazón, así como los cientos de maripositas traviesas que revoloteaban por todo su cuerpo. Sobre todo, en la tan preciada zona de su anatomía masculina.


 


Una estrella fugaz sobrevolaba en la atmósfera terrestre, su luz no se vio por los rayos solares aun presentes a esa hora de la tarde en Tokio, pero una ligerísima línea recta indicaba su camino, para desaparecer al instante.


 

Notas finales:

Muchas gracias por todo.

Os mando muchos besos y abrazos.

 


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