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El Cielo en tus Ojos por Syarehn

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola! 

Les cuento que hoy Sya está doblemente emocionada. Primero porque les traigo un cap extra de esta historia (les dije que esperaran la sorpresa ¿nop?); Y segundo porque ¡HOY ES EL CONCIERTO DE VAMPS EN MÉXICO! Veré a Hyde -amor de mi vida- Takarai y eso me pone eufórica, :3 así que si alguien más va a ir ¡Nos vemos allá! 

 

Capítulo Extra

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“Nuestros sentidos se entrelazan y veo mi vida desvanecerse en tus ojos.”

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Zero de VAMPS

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—¿Qué? —preguntó Daiki molesto, sintiendo el molesto sudor bajando por su frente. Taiga no pudo evitar soltar una carcajada—. ¡Deja de reírte y vámonos ya, Bakagami! —le reprendió mientras se alejaba de la barda en la que estaba recargado y comenzaba a avanzar.

El pelirrojo no paró de reír pero si apresuró un poco el paso para alcanzar a su enojado novio aunque no lo alcanzó hasta llegar a la parada del bus.

—Para ser una sorpresa no te ves muy seguro de querer ir —comentó Taiga al ver la molestia e incomodidad dibujadas en el semblante moreno.

Daiki le había dicho que ese día lo esperaría al salir del trabajo y que tenía una sorpresa para él. La idea realmente le encantaba, sin embargo, también era obvio lo mucho que incomodaba al moreno tener que ocultar sus alas. De hecho, justo en ese instante, estando a casi 37 grados, Daiki debía llevar una larga y gruesa gabardina que las camuflara.

—¿Y cómo te fue? —cuestionó Daiki mirando por la ventanilla.

—Bien. Hoy Sakurai parecía más adaptado a su situación —comentó tranquilamente, recordando lo difícil que era adaptarse a la oscuridad y lo terrible que debía ser permanecer así por siempre.

—No pensé que tomaras el rol de cuidador —dijo Daiki mirándolo de nuevo. Quería decirle que estaba orgulloso de él pero su ego de macho se lo impedía, por ello simplemente le sonrió de esa forma sarcástica en que solía hacerlo.

—Me gusta ayudarlos a adaptarse. Es reconfortante tanto para ellos como para mí —reconoció Taiga—. Sé que me habría hundido en la depresión de no haber tenido a alguien que me guiara —admitió sonrojándose de inmediato—. Sin el apoyo adecuado, la sensación de ser relegado e inútil es peor que la ceguera misma. 

Daiki sonrió; a final de cuentas la voluntad de Taiga había librado las pruebas del destino, y éste, según su experiencia, siempre consigue lo que quiere y en este caso, el rumbo que había deparado para Taiga había resultado más benéfico de lo esperado.

Su mirada cobalto volvió a posarse en el paisaje pero su mano se acercó a tomar la de Kagami en un gesto que podría pasar como accidental de no ser porque entrelazó sus dedos.

Para cuando llegaron a la playa, el Sol ya estaba poniéndose y después de devorar mariscos como náufragos recién rescatados comenzaron a caminar por la orilla hasta que la noche los sorprendió y la gente comenzó a retirarse.

—…y el cabello y las alas de Satsuki permanecieron naranjas por un mes —dijo Daiki entre carcajadas—. Si hubieras visto el alboroto que armó ¡Incluso se negaba a volar! Y si algo compartimos esa molesta chica y yo es justamente la pasión por el vuelo.

Kagami rio con fuerza también, pero su risa se apagó poco a poco.

—¿No lo extrañas? —preguntó Taiga inseguro.

—¿Qué?

—Estar con tus amigos…, volar.

—Después de tantos siglos, un descanso de esos idiotas es la gloria —le aseguró Daiki con su despreocupado tono de broma. Luego se dio cuenta de que nadie más estaba en esa zona de la playa y comenzó a quitarse tanto la gabardina como la camisa, dejando libres el par de suaves extremidades que poseía.

—¿¡Q-qué haces, idiota!? —cuestionó Taiga cohibido y sorprendido por la inesperada acción —. ¿¡Por qué te desvistes!? —dijo, recogiendo las prendas que el otro tiraba en la arena.

Daiki le dedicó una intensa mirada tan cargada de sentimientos que le quitó el habla. Sus ojos eran demasiado profundos y expresivos, llenos de pasión y confianza. Eran más que el cielo nocturno, más bien era como perderse en la infinidad y magnificencia del universo mismo.

Y así, perdido como estaba, no fue consciente del momento en el que los firmes brazos morenos habían aferrado su cintura ni cuándo los suyos se enredaron en su cuello por instinto. Sus labios se buscaron intuitivamente y para el instante en que la necesidad de aire se hizo presente Kagami tardó un momento en ser consciente de la situación.

—¿¡Pero qué…?! ¡Oh, my fucking God! —gritó alterado, haciendo reír a Daiki.

—¿Miedo a las alturas? —se burló el moreno cuando sintió a Taiga aferrarse a él con fuerza y mirar al suelo incrédulo.

—¡Idiota! ¡Deja de elevarte!

Pero Daiki, con las alas completamente abiertas y en movimiento, ascendía cada vez más entre carcajadas.

—No voy a dejarte caer —le aseguró—. Disfruta la vista.

Taiga se mordió los labios y aspiró profundo. Saberse lejos de una superficie sólida lo abrumaba y emocionaba a partes iguales; ¡Estaba flotando! ¡Volando! Se sentía extrañamente ligero y ajeno a la atracción de la gravedad aunque en realidad no era así. 

El viento y el frío aumentaban conforme subían y apenas si podía mantener los ojos abiertos, de hecho, desde su posición sólo veía el par de alas blancas moviéndose con elegancia y fuerza. Eran realmente hermosas y por la sonrisa de Daiki, notó que volar definitivamente era lo más le gustaba.

Recargó la cabeza contra el hombro de Daiki, controlando su miedo y sustituyéndolo por la confianza que depositaba en ese irreverente ángel y sonrió al sentir la calidez que le brindaba el pecho moreno descubierto, así como la firmeza con la que sus manos le aferraban la cintura.

Miró hacia el cielo y extendió una mano cuando pasaron cerca de una nube. Ésta era sólo gas frío pero el simple hecho de poder tocarla y verla de cerca era ya demasiado maravilloso. Observó también las estrellas y aunque unos metros no cambiaban nada, para él, las estrellas estaban más cerca, más a su alcance.

—Mira el mar —le susurró Daiki al oído, logrando un estremecimiento de velado deseo en el pelirrojo, que tras unos segundos de duda miró hacia abajo.

Un jadeo escapó de su boca. Decir que estaba impresionado era nada comparado con lo que sentía al verse entre dos cielos: el impresionante firmamento y su reflejo en la masa de agua helada y en ese momento la Tierra tuvo dos Lunas y el doble de estrellas. Luego escuchó el parsimonioso ruido del oleaje tras el sonido de tela que producían las alas de Daiki al batirse contra el viento y la combinación de sonidos le pareció la melodía perfecta.

Observó las luces de la costa hacerse pequeñas y lejanas, tanto que asemejaban luciérnagas hasta que éstas se extinguieron. No sabía cuánto avanzaban o en qué dirección lo hacían, ni siquiera tenía idea del tiempo que trascurría, es más, para él, el mundo había dejado de moverse. Sólo estaban él y Daiki flotando en el confín del universo.

Sonrió inconscientemente y buscó de nuevo los labios ajenos sintiéndose pleno al hacer contacto.  

Sus labios se separaron sólo cuando sintió en sus pies la movediza superficie de la arena. Taiga miró la costa a la que habían arribado, era bellísima. La arena era tan blanca y el mar tan azul, coronado con la Luna brillando intensamente sobre sus cabezas.

—¿Dónde estamos? —preguntó Taiga embelesado.

—En una playa oculta de Yoronjima —le aclaró. Habían salido de la isla principal de Japón y ahora estaban en una considerablemente alejada—. Esta sección está inundada casi todo el año, pero la marea baja de esta época permite que podamos estar aquí.  

Sus cuerpos seguían cerca debido a que Daiki no había soltado su agarre sobre la cintura ajena pese a que Taiga se había girado un poco para divisar mejor el insólito paisaje.

Sintió los labios de Daiki sobre su cuello, su legua juguetona y sus dientes marcándole la piel. Ladeó la cabeza para darle espacio mientras sentía la cara arder al tiempo que un jadeo salía de sus labios al sentir las manos frías de Daiki en su pecho, levantando de paso su playera.

—¿¡En qué momento me arrancaste una pluma!? —se quejó el moreno al sentir una atada al collar de Taiga, junto a su anillo.

—¡Tú la dejaste tirada en mi casa! —replicó.

Aquella pluma era la que había encontrado mientras aún estaba ciego. Cuando recuperó la vista la había sacado de su buró para saber qué era y sin razón aparente la conservó. Más tarde, cuando Daiki volvió, decidió llevarla consigo atándola al mismo collar en el que llevaba su anillo. Y aunque Daiki no le creyó ni una palabra sobre eso, aferrándose a que se la había arrancado, continuó con su línea de besos ascendentes desde la clavícula hasta la barbilla del pelirrojo.

Una de sus manos tomó uno de los pezones de Taiga, jalándolo y frotándolo entre sus dedos mientras la otra dibujaba círculos alrededor de su ombligo y jugaba con uno de sus dedos a simular penetraciones.

Aquellas sensuales caricias estaban nublando la mente de Taiga. Eran tan suaves pero a la vez tan excitantes que no podía evitar jadear y contener la respiración, más aún cuando los dígitos que se movían en su bajo abdomen comenzaron a descender hacia la erección que estaba formándose en sus pantalones hasta llegar a ella y apretarla con fuerza medida, arrancándole a Taiga el primer gemido de la noche.

Daiki siguió masajeándolo a un ritmo dispar hasta sentir cómo su mano se humedecía con el preseminal de Taiga, quien había recargado su cuerpo completamente sobre el suyo.

Con una sonrisa ladina, apretó la punta del ahora duro falo y dejó que sus dedos se mojaran más con la esencia del pelirrojo pero evitando que llegara al clímax, simplemente deseaba humedecerlos para luego dirigirlos a la entrada del pelirrojo. No obstante, antes de llegar a su meta se entretuvo acariciando con cierta rudeza los testículos sensibles de Taiga.

—¡Ah! ¡Esp…! —Pero toda frase e idea coherente desaparecieron de la mente del pelirrojo al notar un dedo travieso tanteando su entrada—. Ao-Aomine~

—Sólo relájate —le pidió el moreno adentrando sólo un poco su dedo en ese estrecho pasaje.

—Mm… se… siente extraño —murmuró Taiga con dificultad.

—Es porque no estamos en la posición adecuada —le susurró al oído, haciéndolo estremecer por el deseo que destilaba su voz. Y tras pasar suavemente su lengua por el lóbulo del pelirrojo se alejó de él.

Daiki acomodó sobre la arena blanca la gabardina que tantas molestias le había causado durante el día y, sentándose sobre ella, comenzó a desabrocharse el pantalón para poder acariciar su propia erección sin dejar de mirar a Taiga. Era una invitación y el pelirrojo no iba a rechazarla. Llevaba tiempo deseando ese momento y no iba a arruinarlo.

De un movimiento que a Daiki le pareció demasiado varonil y sensual, Taiga se quitó la playera y comenzó a caminar hasta quedar frente al moreno. Éste le sonrió autosuficiente y terminó de bajarle el pantalón ya desabrochado, acercando con su mano libre el cuerpo bronceado de Taiga mientras su boca tomaba la palpitante erección que tenía enfrente.

Los labios de Daiki aprisionaban por completo el miembro ajeno ante la atenta y deseosa mirada escarlata. Daiki continuó masturbándose mientras su otra mano se deslizaba hasta los glúteos firmes del pelirrojo, acariciándolos y pasando distraídamente sus dedos por el estrecho pasaje.

—Deja de jugar —gruñó Kagami desesperado por correrse—. ¡A-ah! —gritó sin pudor alguno cuando el índice de Daiki lo penetró sin contemplaciones ni avisos.

Ardía. El contacto era por demás incómodo pero lo excitaba y después de un rato era él quien movía la cadera para sentir a plenitud ese dedo que jugaba en su interior.

Un segundo dedo ingresó y Taiga sintió la necesidad de aferrarse a algo para no terminar tan pronto, pero Daiki coordinó el ritmo de su boca con el de sus dígitos de manera enloquecedora y Kagami terminó vaciando su placer en los labios ajenos, gimiendo largo al ver al moreno tragar su semen.

—No quiero esperar más —dijo Daiki deteniendo su masturbación pero no así la dilatación del pelirrojo.

Taiga le sonrió satisfecho cuando el tercer dedo se hizo presente, rozando su próstata y haciéndolo gemir como nunca antes imaginó que pudiera llegar a hacerlo. No podía acallar sus jadeos y aunque se sentía avergonzado el placer le nublaba todo pensamiento que no tuviera que ver con maximizar las sensaciones.

—Te quiero dentro —musitó Taiga con un hilo de voz, haciendo reír a Daiki.

—Abre más las piernas —pidió antes de sacar sus dedos y jalarlo por la cintura hacia abajo, orillándolo a sentarse sobre su pene indiscutiblemente duro, frotándose descaradamente contra la dilatada entrada antes de comenzar a entrar.

Después de eso todo se volvió deseo y desenfreno. Sus pieles exigían más contacto. Daiki lo embestía con fuerza, llenándolo por completo y obligándolo a  aferrarse a su cuello.

—¡A-ah! ¡Sí, así~! —gemía Taiga a viva voz mientras se impulsaba con las piernas para que acelerar el compás de sus movimientos.

Una embestida más profunda hizo al pelirrojo jadear, ansioso y necesitado de más mientras las alas de Daiki se comenzaban a moverse involuntariamente, como si volaran pero sin hacerlo.

El moreno se inclinó para devorar entre besos y mordidas el cuello ajeno pero cuando los brazos del pelirrojo se aferraron a su espalda Aomine se tensó de inmediato e intentó detenerse, después de todo estaba acostumbrado a evitar que tocaran sus alas y a ocultarlas. Sin embargo, Kagami se dejó caer con fuerza para embestirse a sí mismo y buscó de nuevo la sedosa textura de las blancas alas que se desplegaban ante sus ojos.

—No hagas eso —gimió Daiki, enloquecido de placer.

—Se siente bien —susurró Taiga, pasando sus dedos por las tersas extremidades. Tanteó también la conexión entre éstas y la piel de la espalda Daiki y éste gimió roncamente—. ¿Te excita que las toque? —cuestionó divertido, deleitándose con la expresión de gozo en el moreno rostro—. Porque a mi excita saber que están ahí —confesó sintiéndose extrañamente desinhibido—. Me pone duro tocarlas, verlas… ¡Ah!

Sus palabas sólo encendieron más a Daiki y de un ágil movimiento lo dejó bajó su cuerpo. Sus alas seguían moviéndose, imitando el ritmo de las embestidas y Taiga no dejó de tocarlas ni siquiera cuando eyaculó por segunda vez, dejando al moreno llenar su interior  para luego juntar sus labios y perderse nuevamente entre las reminiscencias del orgasmo.

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Abrió los ojos sintiendo la brisa matinal en su rostro así como el cálido cuerpo de Daiki apresando el suyo. Sonrió satisfecho al recordar la noche anterior e instintivamente se apegó más a Daiki, aspirando su aroma y perdiéndose en él. Se abrazó a su espalda acariciándola cadenciosamente, riendo al escuchar los suaves gemidos del moreno ante su roce.

—¡¿Pero qué carajo!? —gritó Taiga y su voz así como el brusco movimiento al separase despertaron a Daiki.

—¿¡Qué?! ¿Qué pasó? —preguntó acelerado y preocupado sin saber qué había alterado tanto al pelirrojo.

—T-tu… tus… ¡Tus alas! —gritó de nuevo, obligando al moreno a girarse para poder verle mejor la espalda, comprobando con horror que las blancas extremidades ya no estaban ahí—. ¡No están! —reafirmó en pánico tocando su piel como si haciéndolo las alas fuesen a regresar—. ¿¡Por qué no están?!

Daiki se quitó al pelirrojo de encima y se rascó la cabeza.

—Las perdí —dijo como si nada.

—¿¡Qué quieres decir con eso, idiota?! ¡No puedes simplemente perderlas!

—Pero así fue —afirmó Daiki y Taiga abrió la boca ante la sorpresa, como si acabara de comprender el origen del mundo.

—¿Quieres decir que…?

—Que ya no tengo permitido regresar de donde vine —dijo Daiki—. Todo tiene consecuencias. —Se recostó nuevamente sobre la gabardina colocando sus brazos tras su cabeza. Taiga lo miró aún boquiabierto—. Los ángeles no pueden tener sexo y los humanos no pueden tener alas. Así de simple.

Taiga se incorporó alterado, mirándolo molesto y preocupado, sintiendo los ojos escociéndole.

—P-pero… ¡Idiota, no tenías por qué hacerlo! Yo… —El pelirrojo se quedó sin habla; Daiki acababa de perder sus alas por haberlo hecho con él. No sería más un ángel, no volvería a volar a pesar de que amaba hacerlo y todo era su culpa.

—Quita esa cara. Esto es lo que yo quería —Daiki lo atrajo hacia su cuerpo con suavidad antes de hablar de nuevo—. Anoche fue mi último vuelo pero quería hacerlo contigo. Y fue incluso mejor de lo que imaginé, valió la pena —le aseguró mostrándole una de sus sonrisas ladinas tan características.

—¡No tenías que dejarlas! —gritó Taiga molesto—. Tú… ¡Tú amas volar! ¿Y qué pasará con Momoi y el resto de tus conocidos, y…?

—No había otra manera de quedarme —le respondió el moreno con una seriedad impropia en él—. Cuando me alejé de ti hace dos meses me debatía entre lo que tengo y lo que quiero. Necesitaba saber que no estaba tomando una decisión apresurada, pero al final siempre llegaba a la misma conclusión: quiero estar a tu lado…  Aunque básicamente siempre he estado a tu lado —reflexionó sarcástico.

Taiga sintió sus mejillas enrojeciéndose por el inmenso significado de aquellas palabras así como de las propias acciones de Daiki.  

—No permitiré que te arrepientas de esta decisión, Ahomine. —Su tono era de amenaza pero era una promesa tanto para Daiki como para sí mismo—. Aunque jamás podré reemplazar lo que tenías —dijo refiriéndose a sus blancas y suaves extremidades. 

—No, pero esto es aún mejor —dijo mirando descaradamente la entrepierna del pelirrojo—. Además, siempre quedan los recuerdos —comentó acariciando la pluma en el cuello de Taiga, pero éste seguía cabizbajo—. Idiota, sé que contigo aprenderé a volar sin alas —le aseguró tratando de animarlo, consiguiendo de paso que el pelirrojo se sonrojara—. Pero si fuera tú estaría más preocupado por cómo regresar.

Taiga se separó de él para mirarlo incrédulo ¡Vaya forma de arruinar el momento!

Entonces recordó que habían llegado volando y que no podrían regresar de la misma manera.

—¿¡Y qué se supone que haremos ahora!? —preguntó Taiga mientras se incorporaba de golpe.

—¿Tener sexo hasta que llegue el ferri?

Las carcajadas de Daiki resonaron por todo el lugar, acompañadas por las maldiciones del pelirrojo. Sólo quedaba esperar a que llegara el ferri de turistas a la isla.

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“Quiero ahogarme en tus cielos.”

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Notas finales:

Ojala los haya entretenido un rato. 

¡Besos a todos! Y gracias por leer~


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