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Eros Farnese por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Primero que todo, pido disculpas de todo corazón por atrasarme tanto en concluir esta historia, a pesar de haber dicho que actualizaría semanalmente.


Aclaración: Muchas me preguntaron el porqué de la decisión de Aomine de no cerrar el trato con Kagami. Bueno, lo expliqué dentro de la historia misma, pero para ser absolutamente clara y que no haya malos entendidos, se los digo aquí también:


Una de las reglas básicas de todo trío, es que se recomienda descartar de tajo a los amigos de la pareja.  Puede pensarse en algún conocido, pero debe ser alguien que no comprometa espacios de trabajo o de relación directa con alguno de los dos.


Sin mas, los dejo con el final de esta historia~

 

VII —

 

Miró las Jordan por varios segundos antes de decidirse a calzarlas. Era extraño ponerse los zapatos de otra persona, no sólo físicamente hablando, sino que implicaba un acto de reconocer y aceptar al otro de una forma más profunda, pensar por ejemplo, en qué habría llevado a Aomine a vivir la vida que vivía, el porqué detrás de su decisión de retractarse del trato cuando todo parecía cerrado, o simplemente de su paradero en esos instantes.

Sin embargo, no tenía ganas de abrumarse pensando en alguien como Aomine, sobre todo porque ahora lo que ocupaba casi todos sus pensamientos coherentes y los no tanto, era Kise Ryota. Así que terminó calzándose las Jordan de Aomine, principalmente porque si no las usaba, se quedaría descalzo.

Abrió la puerta, y caminó a grandes zancadas por todo lo largo del pasillo del tercer piso. No sabía con exactitud a dónde debía dirigirse, no tenía idea de dónde podría estar Kise, así que caminó buscando encontrarse con alguien. Y no tardó mucho en hacerlo.

Lo primero que oyó fue el trajín de unos muebles en la habitación que acababa de dejar atrás. Era como si alguien hubiera chocado con el mobiliario y derribado la fina vajilla que podía imaginarse a la perfección, dejando que ésta se hiciera añicos en el suelo, porque el alfombrado no fue suficiente para ahogar el ruido de los cristales rotos. Luego sintió las voces, amortiguadas por las gruesas paredes de mampostería, como de alguien refunfuñando, maldiciendo en un idioma que aunque era japonés, le resultaba inentendible. 

Kagami se dio la vuelta y justo detrás de él vio salir a un hombre avanzado en edad, sostenido por un hombre joven vestido de negro; personal de seguridad del club. Lo reconoció al instante, a pesar de verse muy diferente a como salía en las cámaras de televisión junto a su perfecta y distinguida familia: se trataba de un diplomático del estado japonés.

El sujeto en cuestión llevaba la corbata floja, la camisa mal abrochada y el saco descorrido. Apenas se sostenía en pie solo, y aún con la ayuda del guardia, trastabillaba; estaba más que ebrio y su hálito alcohólico podía sentirse a la distancia de cinco pasos en la que él se encontraba.

—Con permiso —le dijo el guardia cuando se toparon de frente. Se veía serio mientras trataba de hacer su trabajo con el mayor recato posible, sosteniendo al hombre que prácticamente colgaba de su brazo derecho—. Estimado cliente, le ruego su discreción, por favor —le pidió antes de bajar por un ascensor bien camuflado como un cuadro en una de las paredes del fondo.

Kagami permaneció mirándolos atónito, mientras la puerta del elevador se cerraba con lentitud.

Después de esa escena, volvió a mirar el palazzo con otros ojos. Se dio cuenta que todo lo que durante la noche parecía refinado y espléndido, ahora, a la luz del sol, mostraba su lado más decadente: hombres perdidos, deprimidos, vacíos y superfluos que lo único que poseían era dinero y poder, y todo lo que éstos podían comprarles.

Con la luz del sol Eros Farnese mostraba su verdadera cara, la de la destrucción. Pero… ¿Cómo era          que Kise llegó a involucrarse en un mundo como ese? ¿Y cómo era que a pesar del mundo corrompido en que vivía, parecía no haber perdido su inocencia? ¿Era acaso una máscara más que añadir a la larga colección?

Sacudió la cabeza. No sabía si quería descubrir la respuesta a aquellas preguntas. Kise lo hechizaba, lo aturdía… Pero tenía miedo de descubrir la verdad que se ocultaba detrás de su mirada diáfana y su sonrisa eterna. Kise poseía un encanto que mezclaba en partes iguales misterio y peligro.

Siguió su camino, bajando por la escalera con paso medido. Aún no estaba seguro si buscar a Kise sería un acierto o su perdición.

Iba doblando el recodo de la escalera en la segunda planta, cuando se topó con dos muchachas que parecían trabajar en el lugar. Ellas le hicieron una reverencia con la cabeza al reconocerlo como un cliente, y bajaron a paso calmado detrás de él. Iban vestidas de una manera tan extravagante, que escandalizó la poca moral que aún le quedaba intacta a Kagami, con un traje de lencería que se reducía sólo a las terminaciones, porque no dejaban absolutamente nada a la imaginación. 

—¿Cómo estuvo el negocio anoche? —preguntó una de las chicas. Su voz se oía cansada y murmuraba muy suave, probablemente para no importunar a Kagami.

—Bien, bien… Digamos que no llueve pero gotea —respondió la otra mujer antes de encender el cigarrillo que llevaba en las manos—. Aunque tendré que pedir libre varios días de la próxima semana.

—Semana de exámenes, ¿no?

—Sí —asintió la mujer antes de exhalar todo el humo contenido junto con un suspiro hondo—. Así es estar en último año de química farmacéutica.

—Te creo… Lo que yo no entiendo es cómo lo hace Hikari, que estudia arquitectura. ¡Y esos si que no tienen vida!

—Por eso ella sólo trabaja dos días a la semana. Pero al parecer le alcanza muy bien para pagar su alquiler, carrera y gastos.

—La suertuda esa tiene muy buenos clientes… 

—Sí —aseguró la mujer con voz dura—. En cuanto tenga un poco más de tiempo aquí, hablaré con Eros y le pediré mejores clientes también.

Kagami dejó de caminar; estaba perplejo. Había escuchado historias de que en Europa era común que las chicas se pagaran los estudios a través de la prostitución, incluso sabía que había mujeres que la tenían por una profesión con buenos ingresos que les permitía mantener a su familia, pero jamás se le cruzó por la mente pensar en Eros Farnese como en un lugar así. Nunca quiso ver más allá de sus prejuicios. Tal vez Kise tenía razón al decirle que él había sido quien lo hirió. Tal vez Kise no era tan descorazonado como llegó a creer. Tal vez ambos se habían hecho la misma cantidad de daño.

—Eh… disculpen. —Kagami se dio la vuelta lentamente y le habló a las dos mujeres—. ¿Alguna de ustedes sabe dónde está Kise?

—Cariño, no tenemos idea de quien será ese tal Kise.

—Si se te perdió tu compañero de juerga, intenta llamarlo al cel —propuso la primera mujer encogiéndose de hombros—. Nosotras estamos demasiado cansadas como para ayudarte en tu búsqueda.

—Algunas personas trabajamos de noche, corazón —corroboró la otra mientras le ponía una mano en el hombro. 

Kagami las miró atónito mientras intentaban pasarle por el costado y seguir su camino. Lo que había oído no podía ser cierto, se negaba a aceptarlo. ¿Acaso era posible que —como le había confesado Kise— él era uno de los pocos privilegiados en conocer su verdadero nombre? ¿Quién era realmente Kise Ryota?

Tarde, un año tarde, Kagami se dio cuenta de la dualidad que existía en el dueño de casa. Eros y Kise no eran la misma persona. El palazzo era la morada de Eros, un espléndido y encantador joven especializado en vender los más exquisitos placeres que la carne pudiera disfrutar. El joven que conoció en el parque jugando basquetbol y que vivía en la sencilla azotea, era Kise.

—¿Trabajan aquí y no saben quién es Kise? ¿Kise Ryota? —preguntó de manera mecánica, ante lo cual, las dos mujeres volvieron a darse la vuelta para mirarlo interrogantes—. Estoy hablando de Eros.

—Oh —exclamó la primera mujer pestañeando sorprendida—. No sabía que ese era su nombre.

—Puedes encontrar a Eros en el primer piso, en el fondo —dijo la otra chica, casi tan perpleja como su compañera—. Ahí tiene su oficina. A esta hora ya debe estar trabajando.

—Gracias.

Supo que estaba en el lugar correcto cuando al adentrarse por el largo pasillo pintado de blanco que daba a las habitaciones posteriores del palazzo, pudo escuchar a la distancia la voz de Kise.

Tenía un tono de voz muy particular, era una voz grave y masculina, pero con una infinidad de matices. Aunque lo que más caracterizaba su voz era la forma en que arrastraba las S de forma inconsciente cada vez que se emocionaba. En ese instante, sin embargo, su voz denotaba una frialdad y desapego que no le había escuchado nunca; hablaba totalmente serio. Kagami se detuvo en seco ante el umbral de la puerta y esperó.

—Debemos encontrar el lugar ideal para realizar este tipo de fiestas si es que queremos hacerlas de forma permanente. —Oyó a Kise decir con voz cansada—. No podemos hacerlas aquí, porque sería demasiado público y si bien contamos con subterráneos y servicio de limusinas que permiten una entrada completamente privada, hay cierto tipo de clientes que no se pueden permitir el error de ser reconocidos por algún paparazzi o periodista.

—También debemos considerar el personal que trabajará ahí. —Kagami reconoció esa segunda voz casi de inmediato; era el hombre de negro que lo guió hasta Eros la primera noche que fue en su búsqueda. Por lo visto, ese sujeto era algo así como su mano derecha—. Necesitaremos gente que maneje la discreción más absoluta.

—¡Por supuesto que será nuestro personal de mayor confianza! —dijo Kise alzando el tono de voz—. Hazme una lista de los candidatos que consideres pertinentes y yo la revisaré, Kasamatsu.

—Claro. También había pensado que podríamos utilizar esa casona de campo que te regaló Toyo Ito una de las tantas veces que intentó acostarse contigo.

Una carcajada inundó la oficina y se esparció por el pasillo como una ola en ascenso, reverberando por las paredes de exquisita madera. Se trataba de la risa vivaz y coqueta de su Kise, la risa que oyó en innumerables ocasiones mientras ambos se conocían jugando un duelo en una cancha de basquetbol callejero, cuando sólo eran Kagami y Kise, y aún no existían mentiras que se interpusieran en la atracción magnética de sus miradas.

—No es mala idea… —Oyó decir a Kise con voz ahogada por la risa. Podía imaginárselo a la perfección, acariciándose la barbilla con la mano derecha mientras meditaba la proposición—. De hecho, ¡es una idea excelente!

—Nunca la has usado y es un lugar espléndido, como sólo podría ser la casona de un arquitecto de su renombre. Es una lástima que hasta ahora se haya estado perdiendo.

—Está decidido entonces, Kasamatsu. Encárgate de todos los preparativos. Yo ahora me iré a descansar, porque estoy muerto.

—¿Noche movida? —le preguntó su mano derecha con ironía evidente.

—Algo así…

—Me retiro —sentenció Kasamatsu mientras recogía varios documentos del escritorio de Kise—. Voy a hacer los pagos al personal. Tú antes de irte a dormir aprovecha de firmarme las invitaciones del próximo mes.

Kise no le respondió, permanecía recostado sobre el confortable sillón de su escritorio, con los ojos cerrados, masajeándose el puente de la nariz. Kasamatsu movió la cabeza en un gesto de reproche y salió con los documentos bajo el brazo. En el pasillo, se topó de frente con Kagami.

—Oye, Kise —anunció Kasamatsu alzando la voz—, aquí hay alguien que te busca.

Luego de anunciar su llegada, Kasamatsu, le hizo una reverencia mínima con la cabeza y se perdió por el largo pasillo. A Kagami no le quedó otra más que dar un paso al frente y enfrentar la realidad que lentamente se abría ante sus ojos. Atravesó el umbral y se paró frente al escritorio.  

—Aomine se fue —sentenció.

—Lo sé, cuando me desperté ya no estaba ahí —respondió Kise sin abrir los ojos aún. No se veía sorprendido por su presencia—. Aunque según lo que leí en la nota, te dejó un par de regalos: las Jordan que tanto querías y a mí.

—Si leíste la nota entonces sabes que perdí mi inversionista.

—¡Ups! —Kise soltó una risa suave en la que trató en vano de esconder su cansancio. Abrió los ojos y se enderezó—. No quieras culparme a mí, eso iba a terminar mal y todos lo sabíamos, aún así decidimos jugar —reconoció mientras tamborileaba con los dedos sobre la madera del escritorio—. La primera regla de todo trío es que el tercero siempre debe ser un desconocido.

—¿Qué…? —Kagami lo miró descolocado, no se esperaba un discurso sobre reglas de tríos ni nada por el estilo, para empezar, no tenía idea que los tríos tenían reglas. Soltó un suspiro y se recompuso, mostrando la mirada segura y llena de convicción que lo caracterizaba—. ¡Ah! No me importa. No me importa la inversión.

—¿Cómo?

—Digo que no me importaría perder la empresa si todo esto valió la pena —repitió, aunque ahora su declaración parecía haber perdido un poco de la fuerza inicial—. ¿Valió la pena, Kise?

—Lo que estás insinuando… No puede ser. —Esa negativa fue demasiado firme, hizo sentir una punzada de dolor en el corazón de Kagami.

—Hay algo que necesito saber. Una pregunta que viene a mi mente una y otra vez. Una duda de la que no me puedo deshacer… —Hizo una pausa para pasar saliva; los nervios se habían apoderado de él—. ¿Alguna vez me amaste?

—Con todo mi corazón.

—¡Qué lástima entonces que nunca funcionó!

—Supongo que es una lástima, o tal vez no… Tal vez fue lo mejor. —Kise esbozó una sonrisa amarga, se puso de pie y caminó hasta quedar mirando de frente a Kagami—. Los únicos amores que nunca mueren, son los amores imposibles, los que nunca funcionaron. Porque son ellos los que viven en nuestra memoria por siempre. Son idílicos…

—Supongo que ahora lo sé… Amarte fue la más exquisita forma de autodestrucción.

Kise le respondió con una mala imitación de sonrisa. Tenía la fuerza suficiente para mantenerle la mirada, pero no para fingir indiferencia. Kagami creía conocerlo lo suficiente ahora, como para poder leer uno que otro gesto de sinceridad en su rostro. Estaba triste, la nostalgia teñía el dorado transparente de sus ojos, y Kagami entendía el porqué. Cuando se rompe una relación, cuando se logra por fin dar vuelta la página, se sufre. No tanto por todo lo que pasó, como por lo que nunca llegó a ser. Son las expectativas que nunca se cumplieron las que causan el mayor daño.

Aún no lograba entenderlo del todo, Kise parecía estar rodeado por un halo de secretos más espesos de lo que imaginó, pero sí se dio cuenta que este era el adiós definitivo. 

Kise estiró la mano y le acarició la mandíbula con mucha suavidad, casi con ternura; no había ningún signo de duda en el conjunto de sus movimientos. Kagami se dejó llevar y cerró los ojos, tratando de guardar ese momento en su memoria, atesorando cada gesto, cada sensación, hasta que Kise cerró la distancia que los separaba y colocó su boca cerrada sobre sus labios. Su cuerpo estaba frío, pero eso no le quitaba la suavidad impalpable de sus labios, y antes de que se alejara, una gota húmeda y salada se coló entre sus bocas, justo cuando Kagami abrió los ojos para comprobar que estaba llorando.

Kagami trató en vano de convencerse a sí mismo que fue el cambio de temperatura lo que ocasionó la corriente eléctrica que le subió por la espalda y nada más.

—Debo irme —susurró retrocediendo un paso. Suspiró hondo y se obligó a ser fuerte; esta no sería la primera desilusión en su vida, de eso estaba seguro—. Aún debo encontrar un inversionista.

—Estoy seguro que lo harás. —Kise le sonrió, una sonrisa tan radiante y tan falsa, que hacía dudar de la sinceridad de las lágrimas recién derramadas—. Adiós, Kagamicchi.

—Adiós, Kise.

 

VIII —

 

Tras exactos cuatro minutos después de que viera a través de las cámaras de seguridad a Kagami salir del palazzo, Kasamatsu entró a la habitación personal de Kise y lo encontró sumergiendo una vieja fotografía en un vaso de whisky.  

—¿Estás seguro de lo que hiciste?

—¿Acaso estás consciente de lo que me estás preguntando? —inquirió Kise sin darse la vuelta, miraba hipnotizado la foto que se iba tiñendo de colores sepia—. Yo no puedo… ¡No puedo!

—Pero lo amas, eso es evidente —sentenció Kasamatsu. Su voz era dura e impersonal, pero sus grandes ojos celestes reflejaban la preocupación del cielo antes de formarse una tormenta—. Estás sufriendo.

—Yo nunca debí haberlo conocido en primer lugar. El amor y esa clase de lujos no están permitidos en una vida como la mía. Sabes que él no lo permitiría. Sabes que no trabajo solo. Sabes todos los peligros a los que nos exponemos. Sabes que no hay salida.

—Tengo todo eso muy claro, Kise —dijo Kasamatsu mucho más tranquilo—. Sólo quería asegurarme que después de esto vas a poder seguir adelante como siempre.

Kise se tomó de un sorbo todo el contenido de su vaso, se quedó mirando la fotografía unos segundos, antes de dejar caer un fosforo encendido y ver cómo se reducía a cenizas; igual que su única historia de amor.

—¿Quién crees que soy? Soy Eros Farnese —dijo dándose la vuelta. Kasamatsu pudo ver que sonreía despreocupado— ¡Por supuesto que estaré bien! Mi máscara es capaz de esconder cualquier dolor. Pásame la lista de invitados de mañana, tenemos mucho trabajo que hacer. El show debe continuar.

 

 

F I N —

 

 

Notas finales:

Pues nada~ Sé que no es el final que muchas esperaban. De hecho, yo misma estuve pensando en una forma de dejarlos juntos, porque me bajó lo melosa estos últimos días, pero no encontré argumentos lógicos suficientes que soportaran un final así.


Le agradezco a todas las personas que se tomaron el trabajo de hacerme llegar sus impresiones de la historia. Han sido muy valiosas para mí.


Nos leemos por ahí~


¡Besos!


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