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Eros Farnese por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Aquí estoy con el segundo capítulo de esta historia.


Aquí ya nos vamos de lleno a lo primordial del fic, así que espero que sea de su agrado y se entiendan los motivos de cada uno para sucumbir ante la tentación.

 

IV —

 

—¿Cómo conseguiste reservaciones? —le preguntó Aomine cuando vio la fachada del edificio en el que acababan de aparcar—. Antes de llegar a Japón traté de conseguir una invitación, pero aún para mí fue imposible. ¡Supongo que no tengo tanto dinero como creía! —Una sonrisa enorme se instaló en sus labios generosos, pero de un momento a otro arrugó el ceño y miró a Kagami con expresión dura—. Por favor, no me digas que hice el papel de idiota y en realidad me vas a llevar a un stripper enfrente.

Kagami soltó una carcajada, tan espontánea y fuerte, que se quedó sin aire a los segundos. No recordaba la última vez que había reído así.

—Tranquilo —dijo entre risas—, es aquí.

Se encaminó a la entrada con Aomine pisándole los talones. Como era viernes, la penosa cola de gente que pretendía entrar —pero que nunca lo conseguiría— era más grande que el miércoles pasado. En la entrada estaba el mismo guardia, cuando vio a Kagami y el pequeño sobre dorado que llevaba entre sus manos, hizo una reverencia con la cabeza y les abrió la puerta.

Estaba experimentando de primera mano la sensación de pertenecer a la única minoría de la que valía la pena ser parte; el club de los poderosos. Y debía reconocer que no se sentía nada mal. Oyó los murmullos alrededor y sintió cómo la multitud les abría el paso; a pesar de la exagerada normalidad de ambos, extraña en ese club. La gente los miraba como seres pertenecientes a otra esfera.

«Son un puñado de idiotas —pensó Kagami—. Sólo tengo que soportar este espectáculo una noche. Sólo una noche.»

Atravesaron las puertas y dejaron atrás los murmullos y las miraditas de admiración y envida.

—Buenas noches, señor Kagami. —Una elegante mujer de unos treinta años, los recibió en el vestíbulo. Aomine sólo alzó una ceja al no oírse nombrar—. Yo soy Sayu, seré su anfitriona esta noche. —El tono de voz de la mujer era suave y educado, lo miró a los ojos mientras hablaba—. Por favor sígame.

Sayu se dio media vuelta y se encaminó escalera arriba, su largo vestido de terciopelo azul rey susurraba sobre la alfombra al ritmo suave de sus pasos. Kagami vio de reojo cómo Aomine miraba embelesado el caminar cadencioso de la mujer. Kise tenía razón, para la mañana siguiente podría decir sin dudas que tendría un nuevo socio.

—¿Y me vas a decir o no? —Aomine le habló sin despegar la vista del amplio escote de la espalda de Sayu. Kagami lo miró sin entender—. ¿Cómo conseguiste una entrada aquí? Eros Farnese está catalogado dentro del ranking de los VIP a nivel mundial… Si tú pudiste conseguir nuestra entrada aquí y yo no, tal vez no necesitas de ningún socio.

—¡¿Qué?! —Kagami soltó un grito de espanto que lo dejó en total ridículo—. No, no es eso… es que conozco a alguien aquí que me debía un favor, eso es todo —dijo tratando de relajarse—. Además… No sabía que este lugar fuera tan conocido. Quiero decir, ¿es famoso hasta en el extranjero?

—¡Claro que sí! Tío, ¿en qué mundo vives?

Kagami no tuvo tiempo de replicar; habían llegado al tercer piso, a un salón de proporciones gigantescas, sólo para ellos dos. Los ventanales altos y delgados tenían las cortinas cerradas, así que la única luz provenía de las lámparas y las numerosas velas aromáticas dispuestas de manera estratégica en todo el salón. De las paredes colgaban réplicas de pinturas renacentistas famosas, en todas ellas había imágenes que evocaban los placeres carnales. En la esquina derecha había un piano de cola que en esos momentos era tocado por un hombre vestido de traje oscuro, el sujeto estaba concentrado en la melodía de Wagner que tocaba y no les prestó la más mínima atención; era como una estatua con dedos móviles.

Kagami se sorprendió al descubrir un jarrón de vidrio con rosas amarillas en la mesita de centro, completamente fuera de lugar; no tenía nada que ver con el resto de la decoración.

—Este lugar es un verdadero sueño —dijo Aomine dando una vuelta por el cuarto. Se detuvo largo rato a contemplar una réplica de Narciso de Caravaggio—. ¿Y tú te preguntas cómo es que hasta en el extranjero se conoce este club?

—Caballeros, ¿desean algo de beber? —preguntó Sayu.

—Un gin tónica —respondió Aomine al instante—. Sin tónica.

—Yo sólo quiero agua, por favor.

—¡Claro que no! —protestó Aomine mientras se dejaba caer sobre un mullido sofá—. Esta noche vinimos a celebrar nuestro futuro trato, así que vas a tomar. Que sean dos los ginebras —le dijo esta vez a Sayu.

Kagami vio cómo la mujer les esbozaba una sonrisa dulce antes de salir de la habitación, no pudo ocultar cierto grado de desesperación en la mirada al ver cómo la puerta se cerraba detrás de ella. Ahora se tenía que quedar a solas con su prospecto de nuevo socio que parecía ser un verdadero desquiciado. Incluso llegó a preguntarse si valía la pena el negocio familiar. Aomine presentaba todas las señales de ser un ninfómano en potencia.

—¡Vamos Kagami! Siéntate y relájate un rato. —Al parecer su estado de nervios no le pasó desapercibido—. Tenemos la fortuna de estar en un lugar privilegiado y al menos yo, lo pienso disfrutar —dijo mientras apoyaba de manera casual y relajada su tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha—. Además, ya te lo había dicho ¡Tengo demasiadas ganas de follarme a una preciosura japonesa! ¿Cuándo se supone que llegan las chicas?

—No lo sé… No sé si eso estaba en el pedido —respondió en un susurro, audible sólo para sí mismo—. Yo sólo pedí pase libre para entrar aquí.

Se maldijo internamente por lo idiota que había sido. Kise debía estarse partiendo de la risa en ese momento; había pedido entrar, pero no había pedido ninguna de las atenciones por las que era famoso el club. Aomine lo iba a matar cuando se diera cuenta.

Caminó hasta dejarse caer en uno de los sillones. Su mirada estaba fija en las rosas amarillas de la mesita. Le recordaban tanto a Kise…

—¿Crees que si salimos a dar una vuelta podamos ver a ese tal Eros? —La pregunta fue tan sorpresiva, que Kagami dio un pequeño salto en su asiento—. Ese tío debe ser una pasada… Tiene el mundo a sus pies. Reconozco que le tengo cierta envidia.

—No creo que podamos verlo. —Y era verdad, Kagami no veía el motivo por el cual se cruzaran con Kise, él sólo le había prometido un salón, con eso se sentía más que sobrado—. Supongo que es un tipo súper ocupado con todos esos admiradores. Además, él trabaja en las noches, ¿no?

—¡No seas idiota, Kagami! Ese tal Eros no es la zorrita de turno aquí, es quien administra el lugar… Algo así como la madame —explicó con una voz grave y segura, sonriente. Parecía ser todo un experto en la materia—.  Y como todos saben, la madame no atiende clientes.

—Yo no lo sé.

—¡Claro que no! Tú eres idiota… —Aomine habló con una sonrisa ladina surcándole el rostro—. Bueno, la cosa es que dicen que el tal Eros es el tipo más sensual del mundo. Que tanto hombres como mujeres se derriten por él ante su sola presencia. Que sus admiradores millonarios le han ofrecido bajarle la luna a sus pies por el placer de pasar una sola noche con él. Pero que él los rechaza siempre y que en su enorme cama dorada, duerme solo.

—Su cama no es dorada, es una cama normal… y blanca —dijo Kagami en un murmullo inaudible, igual Aomine no le prestaba atención.

—Así que al final el Eros ese sólo baja a saludar a sus clientes y esas mierdas ¡Un mero anfitrión! —concluyó. Kagami lo miró con el ceño apretado; no se terminaba de creer nada de esa absurda historia, no parecían más que habladurías fantasiosas—. Pero aún así me gustaría verlo.

—¿Para qué?

—¡Para ver si es tan irresistible como todos dicen que es! Estoy seguro que yo soy mucho mejor partido que él —dijo Aomine mientras se acomodaba la chaqueta; el tipo era sexy y lo sabía—. Tal vez debería montar mi propio negocio. ¡Me iría la mar de bien con la facha que tengo!

Una risa suave, pero vivaz, se escuchó en la puerta. Kagami aún sin verlo, reconoció el tono de voz de Kise y tuvo que girar el cuello para mirarlo; su presencia le resultaba hipnótica. Esa noche iba con un atuendo casual, aunque sin perder su elegancia característica, con un pantalón de tela y un blazer negros, pero con una camiseta blanca con el estampado de un lobo gris en el costado derecho. Su cabello estaba peinado hacia la izquierda y por decoración llevaba unos anteojos sin prescripción médica de marcos gruesos. Se alzaba majestuoso, como un verdadero dios de la seducción.

En cuanto traspasó el umbral, Kagami ya no pudo apartar la mirada de él, aunque no fue el único en caer bajo su hechizo.

—Lo primero que debes hacer es ponerle un buen nombre —dijo mientras se acercaba en medio de un caminar lento hasta ellos—. Aunque nadie lo crea, el nombre del club es muy importante. Si quieres, puedo darte algunos consejos si de verdad estás pensando en poner ese negocio.

—Tú debes ser Eros. —Aomine se puso de pie al instante, inspeccionó a Kise de arriba abajo con una mirada seria, evaluadora—. Y ahora veo por qué te dicen así.

—¿En serio? —comentó éste en tono muy casual, pero no exento de una coquetería que le parecía ser innata—. Yo la verdad no lo comprendo… Creo que me veo mejor que el sujeto de esa escultura tan antigua. Y además… estoy mejor dotado —aseguró guiñándole un ojo.

—Veo que tú y yo nos vamos a entender la mar de bien —dijo Aomine esbozando una sonrisa medida y seductora. Kagami también lo creyó así; habían congeniado de inmediato.

Kise volvió a reír. La luz de las velas que los rodeaban sacaba destellos como de oro líquido a su cabello.

—Puedes llamarme Eros. ¿Y yo cómo debo llamarte?

—Yo soy Aomine Daiki y éste es mi socio, Kagami.

—Un gusto en conocerte, Aomine. Déjenme presentarles a mis acompañantes. —Sólo en ese instante, tanto Aomine como Kagami repararon en el par de chicas que acompañaban esa noche a Kise—. Ellas son Ivanka e Iryna —dijo apuntando a dos rubias despampanantes que tenían toda la cara de ser de Europa del Este.

Kagami parpadeó sorprendido. No se esperaba nada de eso. ¡Para empezar no se esperaba la presencia de Kise! Estaba siendo demasiado amable gratuitamente, así que no quería pensar en qué podía llegar a pedirle a cambio. Las personas como él no entendían el concepto de la buena voluntad.  

—No sabía que el dueño del club se tomara la molestia de recibir a un par de clientes tan normales como nosotros —le dijo ocultando sus nervios bajo una máscara de frialdad. ¿Por qué él era el único que se sentía nervioso? ¿Por qué Kise no sentía nada?

—Ya sabes. No hay mejor negocio que uno atendido por sus propios dueños.

Kise estaba sonriente, espléndido, desenvolviéndose con soltura dentro de su ambiente. Demasiado relajado para el gusto de Kagami, que quería —al menos por una vez— verlo afectado, verlo sentir algo. Como lo poco que había alcanzado a vislumbrar el miércoles por la noche.

Fueron interrumpidos por la aparición de Sayu. La mujer hizo una delicada inclinación ante Kise y luego dejó las bebidas sobre la mesita de madera tallada, antes de retirarse en silencio. Pero su presencia, aunque fugaz, fue como un recordatorio para Kise.

—Bueno, van a tener que disculparme —dijo antes de acomodarse el cuello del blazer y pasarse la mano por el pelo—. Esta noche tengo como invitado especial a Tiësto, aprovechando que está en Tokio para un show en AgeHa. —Su comentario sonó pretencioso en exceso. Aunque Kagami no terminó de entender lo que dijo, Aomine sí lo hizo; parecía manejarse demasiado bien en ese mundo.

—Tal vez nosotros no tengamos la importancia de Tiësto —dijo Aomine de pronto—, pero te aseguro que con nosotros lo pasarás mucho mejor.

Kise lo miró a los ojos por varios segundos antes de dejar que las líneas de su boca se curvaran hacia arriba en medio de una sonrisa casual. Kagami creyó leer desconcierto en el conjunto de sus gestos.

—Espero que Ivanka e Iryna sean de su agrado —dijo Kise desviando el tema de forma nada sutil—. Yo ya me tengo que retirar, pero los dejo en buenas manos. Ustedes pueden decidir quién prefieren que les haga compañía. 

—Kagami que se quede con las gemelas. —Fue una burla descarada de Aomine: las chicas no eran ni hermanas siquiera—. Yo prefiero tú compañía.

Aomine le pasó un brazo por la cintura e intentó hacer que se sentara junto a él, pero Kise se plantó firme contra el suelo y fue imposible moverlo; miraba a Aomine desconcertado.  

—No, yo no estoy incluido en el paquete. —Kise se quitó la mano de la cintura de un movimiento demasiado fuerte, casi violento, considerando que se trataba de un cliente—. Te estás equivocando conmigo. —Su ceño estaba arrugado y su voz destilaba molestia.

Kagami no supo qué pensar. Se puso de pie de inmediato, pero sin saber qué hacer exactamente, se sentía confundido. Por un lado, no le gustaba ver que alguien más tocaba a Kise, pero después de todo ese era su trabajo, no entendía por qué el escándalo. Y por otro lado estaba su futuro inversionista, el hombre al que debía satisfacer a toda costa. Porque de lo contrario, se quedaba sin futuro.

—Calmémonos un poco, ¿si? —sugirió levantando las manos en son de paz.

—Parece que aquí hay algo que ustedes no están entendiendo —dijo Kise con una voz tan dura, que Kagami nunca le había escuchado antes—. Yo soy probablemente la única persona dentro de este lugar que aún no se ha puesto un precio, lo que significa que no importa cuánto dinero tengas, tú no puedes comprarme.

—Tranquilo, no es eso lo que te estoy pidiendo —respondió Aomine con calma. Era un tipo arrebatado, pero seguro de sí mismo—. Me refiero a una compañía de amigos. Algo me dice que eres mucho más interesante que las gemelas rusas.

—Ellas son escandinavas.

—Lo que sea. —Aomine no podía estar menos interesado en esas mujeres. Ni siquiera las había mirado—. ¿Te quedas o no?

Kise miró a Kagami antes de aceptar la invitación, no vio aprobación ni rechazo en sus ojos, sólo vio el miedo de perder su inversionista. Kise lo entendió con una sola mirada, le sonrió y tomó asiento junto a Aomine.

—Sólo los acompañaré un rato. Tengo trabajo que hacer.

—¡Lo imagino! Por eso me alegro que hayas decidido quedarte.

Los demás imitaron a Kise y se sentaron. Las gemelas se sentaron a cada lado de Kagami, aunque se les notaba a kilómetros que en realidad no querían estar ahí, se habían dado cuenta desde un principio que en esa habitación nadie reparaba en ellas, no si estaba Eros presente.

—¿Sabes qué, Aomine? —comentó Kagami de pronto, tratando de distender el ambiente cargado de mala vibra—. Desde el primer momento en que te vi, te detesto.

—¿Ah?

Kise lo miró alzando una ceja, impresionado, mientras que Aomine se veía entre fastidiado e indignado. Al menos había conseguido su objetivo y había desviado la atención del conflicto que pareció surgir entre ambos.

—Tus Jordan… —dijo señalándolas con un movimiento de cabeza—. Llevo ahorrando por meses para poder comprármelas y de la nada las veo puestas en un sujeto como tú.

Aomine lo miró atónito por varios segundos antes de soltar una carcajada y relajarse por fin. Kise imitó su gesto, y sólo en ese instante Kagami volvió a respirar en paz. Ahora esa reunión ya no auguraba ser un completo desastre.

—¡Idiota! Éstas Jordan tienen demasiado estilo para andar con un tipo como tú.

—¡Hey!

—Y dime, Aomine… —los interrumpió Kise. Había tomado una copa de champagne de la que bebía con cuidado— ¿Juegas básquet o las zapatillas son por moda?

—Juego como pasatiempos, pero no hablemos de mí, no tengo nada interesante que contar —reconoció rascándose la nuca antes de tomar un trago largo a su vaso de gin—. Mejor hablemos de ti.

—No soy un tipo tan interesante como todos creen —dijo Kise sonriendo—. A veces me da miedo las expectativas que la gente se hace mí. En realidad soy un tipo bastante aburrido y no soy tan sexy como dicen.

—¡La mentira más grande que he oído! Yo no estoy de acuerdo con nada de lo que dijiste —lo contradijo Aomine. Volvía a estar sonriente y relajado—. ¿Tú qué dices, Kagami?

—¡¿Y yo qué voy a saber?!

—Vamos, hombre… Una opinión tendrás.

—¡Me encantaría saber tú opinión! —dijo Kise con una sonrisa, una sonrisa que Kagami ya conocía demasiado bien como para saber que auguraba lo peor—. ¿Crees que soy sexy? Mucha gente me dice que soy un bombón, pero yo no lo creo… ¿Tú qué piensas?

—No lo sé.

—Yo creo que eres súper caliente.

Kise soltó una carcajada, se veía divertidísimo con Aomine. En realidad se complementaban muy bien. Kagami pensó que de haberse conocido en otras circunstancias, los tres podrían haber llegado a ser grandes amigos. Pero la vida había tenido otros planes.

—Y dime, Eros… —Aomine continuó luego de tomarse todo el contenido de su vaso de un solo trago; estaba encendido—. ¿Te dicen así porque al igual que el dios ese, te enamoraste de una humana?

—No puedo contarte eso. Este tipo de negocio no puede sobrevivir sin su dosis de misterio. No se puede romper la fantasía.

Kagami tragó duro y lo miró sorprendido por su declaración. Nunca se imaginó la vida de Kise de esa forma, en realidad nunca se tomó el tiempo de pensar en los motivos de Kise para mentirle, sólo lo juzgó de acuerdo al peso de sus acciones.

—¡Vamos, estamos aquí como amigos! —insistió Aomine—. Supongo que un sujeto como tú, que lleva una vida tan irreal como ésta, es prácticamente un dios… Así que, de quien quiera que te enamores, será como un simple humano: normal, corriente y aburrido —concluyó. Kagami se dio cuenta en ese instante que las palabras de Aomine habían descrito a la perfección su relación con Kise—. ¿Y qué pasó? Con tu humano…

—¿Mi humano? —repitió Kise sonriendo suave—. Es una historia complicada.

—Tenemos toda la noche.

Kise suspiró hondo y se acomodó en el sillón, tomó un trago largo de licor y se dispuso a contar una historia que las personas como él no tenían el lujo de permitirse.

—Érase una vez un dios que estaba aburrido del paraíso —empezó. Tenía la mirada perdida, concentrada en el pasado—. Hubo un momento en que se sentía el rey del mundo, pero terminó dándose cuenta que estaba solo e incomprendido. En el paraíso estaba rodeado de amigos; ángeles que le sonreían en todo momento, que le cumplían todos sus caprichos y que se deslumbraban con todo lo que hacía. Pero el dios se daba cuenta de lo falsos que eran todos en ese paraíso.  

»Verás, el paraíso no era tal, en realidad era todo un hechizo, una ilusión, porque el paraíso era en realidad una cárcel. Nadie quería al dios verdaderamente, porque nadie se había interesado nunca en ver su interior. Lo único que les importaba a todos era cuan bello era, cuan encantador resultada, cuan grata era su compañía… —terminó en un susurro. Hizo una pausa larga en donde sólo se oyó la música suave del pianista a sus espaldas—. Así que un día, aburrido de su vida, el dios decidió bajar a la tierra, pero bajó disfrazado de hombre, para que nadie pudiera reconocerlo.

»Y en la tierra conoció a la única persona que alguna vez lo miró realmente a él. Una persona que no se fijó en su rostro o en su físico o en su dinero, alguien que se enamoró de su alma. —Hizo una pausa para mirar directo a Kagami, sus ojos rojizos estaban encendidos, como brasas vivas—. Esos fueron los meses más felices que vivió el dios en toda su vida, eran momentos simples y cotidianos, pero maravillosos… Hasta que un día, mientras el dios exploraba el mundo junto a su humano, fue reconocido por uno de los ángeles que decían admirarlo y amarlo, un ángel de alas tan negras como su alma.

»Cuando su humano se dio cuenta que había sido engañado, cuando supo que en verdad era un dios, ya nunca más lo volvió a mirar igual, todo había cambiado. Y culpó y condenó al dios por su mentira… El dios volvió a la cárcel que tenía por paraíso, sabiendo que ahora estaba destinado a la soledad eterna. Porque ninguno de los ángeles que le rendían pleitesía cada noche, era capaz de mirarlo como lo había hecho un simple humano.

Cuando terminó de hablar, ya nadie prestaba atención a la desgarradora melodía de Tchaikovsky que tocaba el pianista. Kise seguía con la mirada perdida, mirando escenas que sólo pasaban en su mente; escenas del pasado.

Kagami estaba conmocionado, tenía la garganta apretada y sentía que le costaba respirar. Se negaba a mirar a Kise por temor a caer bajo su hechizo, pero se moría por tenerlo otra vez entre sus brazos. Para él, la mera existencia de Kise, era una contradicción sin remedio.

—¡Vaya mierda! —soltó Aomine de pronto—. El amor en realidad apesta… Nunca he podido entender por qué la gente se enamora.

—Supongo que nadie lo busca —dijo Kise encogiéndose de hombros, volviendo a la realidad—. Sólo se aparece en nuestras vidas y ya.

—El amor apesta.

—Estoy de acuerdo.

—Lo mejor para las penas de amor es el desquite.

—Salud por eso —dijo Kise levantando su copa.

—¡Por el desquite! —brindó Aomine imitando el gesto—. ¿Dónde está tu vaso, Kagami?

—Yo no tengo nada por lo que brindar.

—¡No seas aguafiestas, tío!  

Éste soltó un suspiro y se rindió. Tomó su vaso y dio un trago al seco antes de forzar una sonrisa. Sabía que no se estaba comportando como la mejor compañía para una noche de juerga, pero tenía la mente concentrada en otra cosa. Kise era el único que ocupaba sus pensamientos en ese instante. 

—¿La música es de su agrado? —preguntó Kise como por casualidad, parecía que quería desviar el tema—. ¿O prefieren algo diferente?

—Está bien… —respondió Kagami, aunque no hubiera reparado en la melodía de fondo hasta que Kise preguntó—. Pero la actitud del tipo es terrible, hace como si fuéramos de vidrio.

Kise rio divertido. Sacudió la cabeza y los reflejos de las velas bailaron en las hebras doradas de su pelo.

—Se llama privacidad. Es para dar a los clientes un ambiente de intimidad.

—Si los clientes quieren intimidad, entonces no debería haber nadie más aquí.

—Creo que no todos piensan con esa simpleza, Kagamicchi.

—¿Qué es eso del Kagamicchi? —preguntó Aomine levantando una ceja—. ¡Oye Kagami, idiota! No me digas que ese alguien que conocías aquí era el mismísimo Eros.

—Aamm… Sí, Kagamicchi y yo nos conocemos hace un tiempo —reconoció Kise mientras se encogía de hombros—. Solíamos jugar básquet en un parque… ¡Claro que él no sabía que yo era el dueño de este lugar!

—Ya entiendo… —Aomine miró alternadamente desde la sonrisa de Kise al ceño fruncido de Kagami, luego de evaluarlos por un buen rato, sonrió de lado—. ¡Tengo una idea! Ya no necesitaremos al músico.

—¿Estás seguro?

—Sí, que se vaya junto a estas dos —dijo indicando con un movimiento de cabeza a las gemelas.

Aomine se puso de pie para sacar a la fuerza al hombre del piano, en un gesto por completo arrebatado. Kise lo miró con cierta preocupación, Kagami lo vio tragar seco antes de hacer un gesto con la mano a las gemelas, después del cual ambas salieron en silencio, seguidas del músico. Aomine dio un fuerte portazo y pasó el seguro a la puerta.

—¿Qué tienes en mente, Aomine? —preguntó Kise. Trató de parecer seguro y relajado, se puso de pie y caminó con las manos en los bolcillos hasta el piano, donde cerró la tapa—. ¿Por qué fue todo esto?

—No necesitamos de más gente para armar una fiesta, nos basta con nosotros tres.

Kise se dio la vuelta y entrecerró los ojos. Su frente descubierta, se contrajo en medio de unas imperceptibles arrugas de vacilación cuando sus ojos se conectaron con la dominante mirada azul de Aomine que caminaba directo hacia él. Cuando llegó a su lado, lo tomó de la cintura sin previo aviso y lo alzó hasta dejarlo sentado sobre la tapa del piano, colándose entre sus piernas abiertas. Kise seguía mirándolo con aquel signo de perplejidad tiñendo sus transparentes ojos dorados. No reaccionó.

—¡Oye, Aomine! ¿Qué crees que estás haciendo? —Kagami gritó, y bastaron un par de zancadas para que recortara la distancia que lo separaba de los otros dos.

Su grito hizo reaccionar a Kise, que agitó la cabeza como queriendo despejar sus ideas. Aomine, sin embargo, no se tomó la molestia de mirar a Kagami. De hecho, no se inmutó por su indignación, incluso era probable que ni lo hubiera oído. Todos sus sentidos estaban concentrados en el rostro que rayaba en la perfección de Kise.

—¿Qué dices si esta noche los tres nos perdemos en una experiencia de pecado y lujuria? —preguntó sin romper el contacto visual con el rubio.

A Kagami le pareció que habló de tres por cortesía, porque era evidente que Aomine sólo tenía ojos para Kise, para su Kise. Los celos lo cegaron en ese momento y olvidó toda la importancia que podría tener Aomine en su futuro negocio; lo único que quería era partirle la cara de un puñetazo y mantenerlo como mínimo a un kilómetro de distancia de Kise.

—¡Estás demente! —gritó tomándolo del brazo y arrastrándolo a la fuerza hacia atrás—. No te atrevas a tocarlo.

—¿Por qué no? —Aomine se encogió de hombros en un gesto desinteresado. Parecía ser que no entendía el enojo de su futuro socio—. Sólo propongo pasar una noche divertida. No me vas a decir que no te gustaría, Kagami.

—Fue un error venir a este lugar. Es mejor que nos vayamos.

—¿En serio quieres desaprovechar la oportunidad de pasar una noche con tu dios?

—¿Mi dios? —Kagami lo miró entrecerrando los ojos. Sí era su dios personal, pero no estaba entre sus planes admitirlo en voz alta—. ¡No me jodas! Que te quede claro que yo no busco volver a enredarme con este tipo.

—¡Entonces eres más idiota de lo que pareces!

Kise se había mantenido al margen de toda aquella pelea, demasiado atónito para reaccionar. Con sólo ver a Aomine se podía notar que el tipo era posesivo y dominante, pero nunca se había esperado que tuviera esas agallas. Y ahora, pudo ver con claridad la oportunidad que se le estaba presentando: un último desfogue con Kagami, una oportunidad de cerrar el ciclo. Esta era su oportunidad de decir adiós. La oportunidad que no habían tenido un año atrás. 

Su mirada se enserió y se bajó de un salto del piano. Sus ojos de lince tenían el brillo de la determinación; como los de un depredador instantes antes de lanzarse sobre su presa.

—Kagamicchi, no te vayas —susurró dando dos pasos al frente, aventurándose a estirar la mano derecha para posarla sobre el pecho de Kagami, justo sobre su corazón—. Quédate conmigo esta noche.

—¿Qué dices? —Kagami lo miró atónito.

—Bésame toda la noche… Y más…

Kagami tragó duro, pero ningún líquido traspasó su garganta; tenía la boca seca. Y Kise, al percibir el más mínimo signo de duda en su mirada rojiza como las llamas, se abalanzó a su boca, enredando ambos brazos alrededor de su cuello.

El contacto fue caliente y húmedo, brusco por su impetuosidad; por las ansias que ocultaba. Deseos reprimidos por meses que se vieron liberados de un momento a otro. La lengua de Kise se metió en su boca con fuerza, reclamándolo como suyo, y Kagami no pudo más que abrirle paso y rendirse ante sus exigencias, correspondiéndolo. Le tomó del pelo con fuerza, pasándole una mano por la nuca para levantarle el mentón, y le dejó la boca a su merced.

—¿Quieres que te toque? —preguntó rozándole con los labios la comisura de la boca entreabierta.

—Sí, tócame… Tómame por entero.

Ante su petición, Kagami volvió a besarlo, cerrando los ojos a la vez que se dejaba perder en la dulce boca de su dios.

Aomine, que se había mantenido al margen, satisfaciendo sus instintos más voyeristas, estiró la boca en una sonrisa sádica y se acarició el labio inferior con el pulgar. El panorama que tenía ente sus ojos era interesante, pero las perspectivas que se abrían en su mente, lo eran más aún. Se acercó a la espalda de Kise y le apretó la cintura con las dos manos. Su cuerpo era atlético, pero delgado; elástico. Su cintura era estrecha, con una cualidad seductora que pocas veces había experimentado en el cuerpo de otro hombre.

—¿Supongo que no se habrán olvidado de mí? —preguntó con voz ronca mientras succionaba la delicada piel del cuello de Kise. Éste soltó un gemido húmedo que logró que sintiera una punzada directo en su miembro.

Kagami rompió el beso y miró a Aomine por sobre el hombro de Kise. La mirada azul se conectó con la suya en un gesto pícaro, seductor, caliente. Kagami no supo cómo reaccionar… Todo aquello le parecía amoral, en contra de todos sus principios, pero le era terriblemente tentador. Por más que quisiera no podía negar que se había puesto duro al instante.

La idea de compartir a Kise con alguien más no era de su agrado. Pero se obligó a recordar que en realidad nunca había sido suyo, la única diferencia ahora era que él sería consciente de quién lo tomaba, y podrían disfrutar juntos de la experiencia. Tal vez su error había sido tratar a Kise como a una persona ordinaria, cuando siempre había sido Eros, la tentación y el pecado personificados.

Esa noche enmendaría ese error del pasado. 

 

Notas finales:

Como dije arriba, aquí cada uno de ellos cae bajo la tentación, pero cada uno tiene sus propios motivos:


Aomine, porque es un pervertido. A él, le gusta el sexo y experimentar cosas nuevas. Es una persona con mucha experiencia y alguien que tiene muy claros sus gustos y sus límites.


Kise accede porque esa es la forma que tiene para estar una última vez con Kagami. En el fondo es como su manera de decir adiós.


Kagami lo hace para demostrar a los demás y a él mismo que Kise no significa nada para él; es sólo un objeto de deseo. Es una forma inconsciente de exteriorizar la rabia que siente hacia Kise por el dolor que éste le causó.


Espero que no esté siendo todo muy confuso.


Muchas gracias por leer. Agradecería seguir recibiendo sus impresiones sobre la historia.


¡Besos!


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