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Colores primarios por blendpekoe

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Gabriel seguía acumulando cosas en el cuartito que ya no podía utilizar para trabajar. La mesa que tenía en la sala-comedor hacía de escritorio y nada había quedado para hacer de mesa. Ahí se sentaba con su computadora, libros abiertos, una tablet y cosas que seguramente no utilizaba.


—¿Por qué no llevas todo esto a casa de mamá?


Se dio vuelta a verme pensativo.


—No es mala idea.


A ese ritmo su casa iba a dejar de parecer una casa para parecerse un depósito. Volvió a ocuparse con su computadora, algo tenía que terminar me había dicho. Así que opté por preparar el café para ambos. Después de servirle su taza me percaté de un saco de mujer colgado cerca de la puerta. Me lo quedé mirando con tristeza mientras tomaba el café. Poco era lo que sabía de quien Gabriel reconocía como su novia. Él soltaba datos calculados para que fueran completamente inútiles, aparentando con eso que nada tenía para ocultar. Sabía su nombre, Fátima, sabía que estaba por comenzar a estudiar en la universidad, sabía que se habían conocido en la editorial donde ella practicaba una pasantía, y debí imaginarme que visitaba la casa de mi hermano. Esa prenda, allí colgada, se reía de mí por iluso, matando la esperanza de que él no había hecho nada por lo que mereciera ser atacado en el medio de la calle.


—Que cara de tragedia.


Me volteé hacia él. Me observaba con atención, adivinando mis pensamientos, esperando que hiciera un comentario negativo que él repelería con un golpe bajo. Así que no dije nada, aunque estuviera dispuesto a escucharme no haría caso. Tomé el café dejándole saber con esa acción que no haría comentarios.


—¿Piensas que soy un pervertido?


Su pregunta fue inesperada, por el contenido y la intención. Seguía mirándome atento, su pregunta no era retórica, era una pregunta real. Lo más probable era que estuve mirando ese saco mucho más tiempo del que merecía.


—No es la palabra que me gustaría usar. —Esperó a que me explayara—. No se puede negar que hiciste algo muy peligroso, en muchos sentidos.


Sin más, volvió a su trabajo en la computadora. Si mi respuesta lo molestó no lo dejó ver. Tal vez esperaba palabras entusiastas que transmitieran apoyo incondicional o confianza ciega por mi condición de hermano.


Cuando terminó, anunció contento que debíamos aprovechar las circunstancias que me tenían en su casa y salir, ya que había pasado tiempo desde la última vez. El intercambio producido por el saco parecía haber quedado olvidado. Acordamos cenar afuera, lo cual era muy conveniente al menos que quisiéramos cenar sentados en el sillón. Y a mí me servía cualquier cosa que me diera una oportunidad para distraerme y desconectarme de la realidad.


Me quedé pensando en las palabras de mi madre cuando me preguntó si yo me ponía en el lugar de Iris. Por lo que propuse que la primera noche que pasara en mi casa yo no estuviera para que Santiago pudiera charlar tranquilamente con ella. Él no estuvo de acuerdo con mi idea, no quería que me fuera de mi propia casa, pero la lógica de lo que planteé no tenía puntos débiles. Sabía que mi presencia haría que todo se volviera un desastre cuando Iris descubriera que tenía que hacerse a la idea de que ya no iría a la casa de sus abuelos y que su padre vivía con la persona que su familia detestaba.


Gabriel estaba de buen humor, así que salimos en su auto. Había abandonado la idea de las camionetas y me quise reír con amargura por lo oscuro de sus vidrios pero preferí no decir nada. Aún seguía sin saber qué pasó con su atacante. Si preguntaba algo, él aseguraba que todo estaba tranquilo pero no detallaba qué significaba eso. Tranquilo podía ser que la familia de la chica se había calmado y aceptado la existencia del novio como también podía significar que simplemente no intentaron matarlo otra vez.


Durante la cena intercambié mensajes con Santiago en los que me adelanté en asegurar que lo estaba pasando bien con Gabriel para evitarle alguna preocupación innecesaria. En realidad sentía que ese día me había "salvado" de tener que interactuar con Iris y sus reacciones incontrolables, aunque solo retrasé algo que la siguiente semana sería inevitable. Suspiré y pedí vino. Gabriel me miraba entre extrañado y divertido, y mientras bebía la primera copa con esperanzas de relajarme, soltó un pensamiento que me arruinaría el momento.


—Entonces... —habló demasiado animado— toda esta situación de Santiago y su hija, ¿te convertiría a ti en un padrastro?


Lo miré horrorizado.


—No lo puedo creer —me quejé—. Si no es mamá, eres tú.


—¿Me vas a decir que nunca te pusiste a pensar dónde te deja parado todo esto? —presionó.


Me serví una segunda copa que se ganó una expresión de sorpresa por parte de mi hermano.


—Me odia. Lo único que puedo pensar es que, si tengo suerte, en algún momento va a odiarme un poco menos. —Bebí todo el contenido de la copa—. ¿Podemos no hablar de esto ni de nada que se le parezca?


Soltó una carcajada a causa de mi petición.


Después de la cena Gabriel insistió que quería tomar café en el Starbucks cercano a su casa, después de haberse negado a tomar café en el restaurante. Nos sentamos en una esquina como era nuestra costumbre, en aparente tranquilidad para terminar la jornada.


—¿Estás bien?


Noté a Gabriel inquieto pero yo me sentía bien y estaba seguro que no había dicho o hecho nada que demostrara lo contrario.


—No tomé tanto —aclaré por si esa era su preocupación.


—Eso espero. No digas nada extraño —me indicó con urgencia.


Sus ojos se desviaron hacia el mostrador donde su novia se encontraba eligiendo café.


Sospeché que ese encuentro no tenía nada de casual.


—Yo no te hago estas cosas —fue lo único que llegué a murmurarle antes de que dejáramos de ser solo dos en ese espacio.


Fátima sonreía y se sentó al lado de Gabriel pero dejando espacio entre ellos.


—Por fin podemos conocernos de verdad —dijo ella con una emoción nerviosa—. Porque Gabi habla mucho de ti.


Por algún motivo me molestó el diminutivo que usó para referirse a mi hermano, nadie, jamás, lo había llamado así. Y también me molestaba la clara desventaja en la que me encontraba porque yo no sabía nada sobre ella, mucho menos qué era lo que ella sabía de mí. Pero eso era culpa de Gabriel. Disimulé mi malestar lo mejor que pude.


—Bueno... para mí es una sorpresa. Pero por fin se acabó la intriga.


Traté de sonar simpático y amistoso, de la misma manera que lo hacía en mi trabajo con los pacientes. Gabriel estaba en estado de alerta, a la expectativa de mis reacciones y palabras.


Quería matarlo.


—Yo entiendo que mucho no te agrada esto —ella hablaba con un tono suave a pesar de la incomodidad que le provocaban sus propias palabras—. Espero que en algún momento eso pueda cambiar. No tengo ninguna mala intención, tampoco quiero provocar problemas —bajó un poco la voz al decir eso último.


—No hace falta que le digas todo eso —Gabriel se apuró en asegurar— como si hubieras hecho algo malo.


Pero las palabras de mi hermano no causaron efecto en ella, no cambió su mirada, no cambió su actitud. No la contentaba ni lograba que le diera la razón en ninguna medida. Fue un momento pequeño pero me dejó la sensación de que tenía una personalidad fuerte sobre la que Gabriel tenía poca o ninguna influencia.


—No te preocupes tanto —me obligué a decir para mostrarme accesible.


Gabriel entendió que no diría nada que lo perjudicara y pudo relajarse. Estuvimos un rato allí, charlando un poco sobre el ingreso a la universidad de Fátima, el único tema de conversación seguro con el que podíamos esquivar todo lo demás y hacer de cuenta que nada en particular tenía esa improvisada reunión. Mi acto era forzado para encajar en la irrealidad de la conversación y facilitar el fin de la misma sin inconvenientes. Cuando se hizo tarde, mi hermano insistió en que debíamos acercarla a su casa y con una mirada quiso darme a entender que no corríamos ningún riesgo. Era difícil creerle pero me era imposible no querer ir con él ante la duda de que algo podría ocurrir. Después de un viaje corto y silencioso, nos detuvimos frente a un edificio donde no pude evitar ponerme nervioso y observar todo lo que ocurría en esa calle, aunque no había nadie. Nos quedamos en el auto esperando que Fátima entrara al edificio, Gabriel estaba tranquilo y acostumbrado.


Cuando arrancó el auto para irnos, volví a respirar y me acurruqué en el asiento cansado.


—Te odio —dije en voz baja.


Gabriel estaba animado.


—Estuviste bien.


—Fue una trampa.


—Y si te preguntaba, ¿ibas a decir que sí?


No respondí.


—Después de todo lo que pasó vienes voluntariamente hasta su casa —reclamé molesto.


—Solamente si es de noche. Y ya ves que no pasa nada.


Yo estaba perplejo.


Cuando llegamos a su departamento tomé algo de su ropa para dormir y sin más ceremonia me acosté, él demoró un poco más. Se mantuvo silencioso y de nuevo tuve la sensación de que esperaba de mí otra reacción. Me di vuelta a verlo, estaba sentado en su lado de la cama mirando su celular, más serio, sin nada de la energía que mostró ese día.


—Tienes razón.


Dejó de prestarle atención al celular y me miró.


—Si me preguntabas me iba a negar y yo no debería hacerte eso.


Sonrió recuperándose de la desilusión.


—Por eso hago lo que hago y te ahorro el problema.


Preferí no discutirle esa idea.

Notas finales:

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