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Colores primarios por blendpekoe

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Al día siguiente, en contra de toda queja hecha por Santiago, falté al trabajo. Solicité permiso por un día, aunque todo el mundo podía sufrir de algún imprevisto mucho más tiempo podía ser para problemas, el imprevisto no era directamente mío. No era anormal una ausencia por cuidar hijos, una esposa o esposo, ni era mal vista, pero cuando no había papeles de por medio, algo como un novio sonaba demasiado informal y transitorio para priorizarlo por sobre el trabajo. No estaba escrito en ningún lado pero la experiencia laboral me había mostrado que las miradas cambiaban cuando no existía un vínculo legal con la persona por quien se faltaba.

Santiago sentía una molestia al moverse que no era terrible, el problema era levantarse o acostarse, dos cosas que requerían esfuerzo y generaban dolor. Pero lo soportaba haciendo todo lo posible para no demostrar mucha incomodidad. Su mayor inconveniente era estar en esa situación, junto a todo lo sucedido, y no poder fumar. Los médicos insistieron en que no fumara mientras se recuperaba, además de darle el sermón de por qué debía dejarlo permanentemente, y se le complicaba esa petición. Se le notaba cierta ansiedad que ni siquiera podía compensarlo con comida que él consideraba rica, porque, además, tenía una dieta que cumplir. Su cara frente a la carne magra y las verduras hervidas era como la de un condenado, lo mismo ocurría con el desayuno y la merienda, que eran un té y un triste pan con mermelada, así lo llamaba.

Si bien habíamos hecho una compra importante días antes, con las nuevas restricciones teníamos cosas que no servían y nos faltaban las recomendadas por el médico. Fui a comprar todo lo que podíamos necesitar, luego comencé a cocinar varias comidas para dejárselas preparadas para el día siguiente. De esa manera solo tendría que ocuparse de meterlas en el microondas, también puse atención en que todo estuviera a su alcance y altura. Me daba culpa dejarlo solo por tener que ir a trabajar pero tampoco le haría bien que yo faltara generándole una innecesaria preocupación.

Por la noche, antes de dormir, le ofrecí, como algo dulce, gelatina o yogur y se me quedó mirando como si le hubiera hecho un mal chiste. Salí del cuarto y volví con un pequeño plato que puse frente a él.

—Tampoco sirve que estés sufriendo así.

Tomó el plato con una sonrisa feliz. Sabiendo que no consideraría mis opciones como postres, mientras cocinaba, improvisé una tarta de manzana, que era más manzana que tarta o cualquier otra cosa. Una mentira de manzana.

—Si pasa algo mientras no estoy, ¿vas a llamarme? —cuestioné preocupado.

—Sí, lo prometo.

Pensé en que podría sucederle algo lejos del teléfono y traté de idear cómo resolver ese problema.

—Voy a llamarte al mediodía, no te apartes del celular. Si no atiendes entonces voy a saber que pasó algo.

Dejó de comer confundido por mi indicación.

—Estás exagerando. No te preocupes, no va a pasar nada.

—¿Vas a responder cuando llame? —insistí.

—Sí, también te lo prometo.

Cuando terminó la tarta dejó el plato en la mesa de luz y se recostó despacio y con esfuerzo, tampoco quería que lo ayudara con eso. Tenía un par de almohadas para más comodidad.

Yo llevaba ropa que hacía de pijama y todo quedó preparado. Las cosas que pudiera necesitar o querer estaban cerca, la mesa de luz de su lado quedó vacía para que pudiera usarla de apoyo si lo necesitaba.

—Me miras como si fuera un inválido.

—En cierta medida lo eres.

—Solamente voy a estar sentado y aburrido.

No quiso que llevara el televisor al cuarto, por las cosas que pidió solo tenía música, un cuaderno y un par de libros.

—Y voy a estar extrañándote.

—No me digas eso —pedí con una triste sonrisa.

***

En todos esos días de reposo nada sucedió, mis llamados fueron respondidos, que ante la falta de urgencia, se convirtieron más en un mimo que en una corroboración. Al regresar del trabajo lo encontraba durmiendo o escuchando música. En uno de esos días, mientras dormía, encontré el cuaderno que me había pedido a su lado. Adentro, las hojas tenían dibujos de patrones sin sentido que se repetían completando varias páginas, la mayoría bastante pequeños y hechos con lápiz. Santiago se apenó cuando lo descubrí y se sonrojó como si hubiera encontrado algo terrible.

—Lo hago para calmar la ansiedad —admitió.

Pasé algunas hojas, era raro y era mucha ansiedad si eso representaban los dibujos.

—Antes los hacía todo el tiempo.

—¿Es por tus padres? —pregunté sin pensar.

Tenía decidido de no tocar el tema hasta que él estuviera bien pero no pude contenerme. Él no apartaba los ojos del cuaderno que yo sostenía.

—Todavía están lejos de aceptar todo esto. Fueron a decirme que estoy confundido y que estoy a tiempo de corregir mi error. Como siempre, ignoraron todo lo que yo decía.

—¿Los extrañas?

Levantó la mirada desconcertado por la pregunta.

—No lo sé. —Hizo una pequeña pausa—. Prefiero que no hablemos más de ellos.

No intenté seguir con el tema, no tenía sentido porque no había mucho para decir que él no supiera. La relación con sus padres era otra cosa en la que no podía involucrarme al menos que me lo pidiera.

Por otro lado, Iris llamaba todos los días a su padre, aunque ella lo hacía por medio de videollamadas porque en ningún momento olvidaba que su papá estaba enfermo y quería verlo. Y todos los días le preguntaba cuánto le faltaba para curarse. Esa semana Santiago estuvo a punto de cancelar la visita de su hija, hasta que insistí en que no debía hacerlo. Yo podía estar pendiente de ella mientras él seguía con su reposo. En realidad, para ese día, podía deambular mucho más y casi no tenía dolor pero no podía hacer algo como levantar a su hija o reaccionar con rapidez en su cuidado. Apreció la propuesta y accedió sin dudarlo, para él significaba mucho estar a su lado y también significaba mucho que yo me acercara más a ella.

Fuimos a buscarla y, para mi sorpresa, ella no recordaba mi traición en el hospital. Tenía que admitir que no dejaba de impresionarme cuán acertadas eran las palabras de mi madre, todo se basaba en rutina y acostumbramiento, un tropiezo como el que tuvimos sería fácil de dejar atrás. Se comportó con mucho cuidado sabiendo que su padre todavía no se sentía bien, con deseos de cuidarlo más que de ser cuidada. Claro que muchos de sus cuidados incluían darme órdenes a mí. Le ofrecía cosas a su padre, con las intenciones más honestas y puras, para luego mandarme a hacer o conseguir esas cosas. Santiago se limitaba a reír ante eso y aceptaba muchas de sus atenciones por el gusto de vernos pelear. Podría decirse que le perdí parte del miedo después de lo que pasamos en el hospital.

Esa noche se nos complicó de forma inesperada. Iris exigió dormir con su padre y no entraba en razón, él no estaba en condiciones para acompañarla en su cama. Cuando dormía con ella, dormía muy mal, si es que no terminaba en el piso. Esa noche su devoción no llegaba a tanto. Para resolver el conflicto propuse lo que él no se permitía proponer, que durmieran en nuestra cama y yo dormiría en su cuarto. Pude escuchar la voz de mi madre en mi mente diciendo que era para problemas. Así que cuando ellos se fueron a dormir, pasé de largo el cuarto de Iris y dormí en el sillón.

Por la mañana Santiago me descubrió en contra de mi plan original.

—¿Por qué dormiste aquí?

—Es... difícil de explicar.

Lo era y no quería hacerlo, pero él sospechó la respuesta. Iris no tenía nada malo para decir sobre mí pero era pequeña por lo que mucho de lo que explicaba no era con claridad, generando confusiones, y yo no quería ser parte de una confusión. Se agachó con dificultad y se arrodilló en el suelo quedando su rostro próximo al mío, creí que me recordaría que no debía hacer cosas que requerían algún sacrificio o suponía molestia. Pero me sonrió. Se apoyó con los brazos en el sillón mirándome con simpatía y el sermón no llegó.

—¿Vas a mirarme y nada más?

—Sí.

Me refregué los ojos riendo, me alegraba que no me dijera que no debía hacer cosas.

—¿Hasta qué hora?

—Toda la vida.

Aparté mis manos, cuando me hablaba así me volvía loco, sus expresiones de cariño que sucedían de forma espontánea, acompañada de una sonrisa inocente y una mirada expectante, nunca dejaban de llenarme el alma. Me preguntaba si él se daba cuenta que cada vez le era más fácil.

Se recostó sobre mi estómago, mirándome

—Estuve pensando en muchas cosas estos días —empezó a contar—. Voy a cambiar de trabajo después de las vacaciones.

No me esperaba semejante resolución y no pude encontrarle sentido.

—¿Sucedió algo en tu trabajo?

—Sucede que allí me conocen.

Hablaba de compañeros y jefes que de él tenían la imagen de un hombre casado con una mujer. Aunque no mantenía vínculos con ninguno de ellos y contarles de su vida era innecesario, esa imagen era un fantasma. Incluso entendiendo su necesidad seguía siendo inesperada la decisión.

—Me parece bien entonces.

En realidad, me parecía increíble pero no quería hacerlo sonar como algo en lo que se había demorado en reflexionar. Luego dudó un momento antes de volver a hablar.

—También decidí hacer un poco de terapia.

Observó con mucha atención mi reacción que también fue de sorpresa, no porque pensara que estuviera mal, sino porque nunca imaginé que tomaría un paso como ese. Por algún motivo lo relacioné con la aparición de sus padres.

—Me parece bien también.

Eran dos decisiones muy grandes que representaban la urgencia que tenía por resolver las cosas que lo angustiaban. Me intrigaba saber qué pensamientos estuvieron pasando por su mente esos días, después del fatídico encuentro sumándose a sus otras preocupaciones. No dejaba de ser admirable la determinación con la que decidía hacer cambios en su vida desde el momento que se había separado, con un miedo que intentaba disimular pero nunca mirando hacia atrás, esforzándose en lograr todo lo que pudiera solo.

Más tranquilo, siguió recostado en mí hasta que Iris interrumpió sorprendiéndonos.

—No, no, no —reclamó tirando de su padre—. Estás enfermo y tienes que quedarte en cama.

Su actitud era defensiva, en un evidente ataque de celos. Santiago la abrazó, estando en el piso quedaba casi a su altura, y ella devolvió el abrazo. Aún tenía sueño.

—Dani va a quedarse solo.

—Él está ocupado. Tiene que hacer el desayuno.

No lo soltaba así que siguió abrazándola, sonriendo porque era la manera en que ella le decía que lo quería. Me levanté del sillón dejando caer el edredón que me cubría y ayudé a Santiago a pararse. En lugar de volver al cuarto se quedaron haciéndome compañía en la cocina, Iris ayudó, dentro de lo poco que pudo, para complacer a su padre. Al sentarse a desayunar, también se ocupó de ponerle mermelada a las tostadas que eran para él, un acto desastroso pero bien intencionado.

Notas finales:

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