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Colores primarios por blendpekoe

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Esperé inquieto el regreso de Santiago, saliendo de su trabajo buscaría a Iris como todos los viernes pero ese viernes se reuniría también Julieta. Su pedido llegó la misma semana que su visita, no se había demorado en lo absoluto. Podía imaginarme a Iris feliz por estar con sus padres con una necesidad apabullante por retenerlos y deseaba que ese fuera el motivo por el cual se demoraba tanto en regresar. La culpa que Santiago sentía ante Julieta daba vueltas en mi mente porque hasta que él no lo mencionó no se me ocurrió que pudiera existir tal posibilidad. Pero al escucharlo me sonó natural y lógico viniendo de él. Y me sorprendía cómo hacía para no volverse loco al convivir con tantos pensamientos y tantas emociones.


Se hizo de noche cuando llegaron. Santiago cargaba a Iris con una felicidad que delataba las buenas noticias que recibió pero yo tenía que fingir sorpresa. Se detuvo cerca de mí, aún con su hija en brazos, sin planes de bajarla.


—Dile a Dani la nueva noticia —pidió con complicidad.


Ella lo pensó, un poco haciéndose la misteriosa.


—¿Que puedo quedarme hasta el domingo?


—Ajá —respondió a la vez que asentía.


Después del acto me miró con una alegría a la que le faltaba la risa que contenía.


—¿Y la otra noticia?


Pensó una vez más.


—¡Que Navidad es con mamá y Año Nuevo es con papá! —recordó de repente.


—¿Y qué más?


La respuesta a esa pregunta se le complicó a diferencia de las otras, así que Santiago le murmuró una ayuda al oído.


—Cuando papá tenga vacaciones puedo quedarme más días.


Eran muchas noticias y no tuve que fingir sorpresa.


El nuevo acuerdo dejaba a Iris tres días con su padre semana de por medio, el domingo era un día muy anhelado por lo que se repartiría de esa manera. Comenzaba a tener un tinte más justo pero lo que más influía era la tranquilidad de que Julieta no tenía intenciones de guardar rencor, más allá de todo lo que pudiera sentir. A mí se me contagiaba esa tranquilidad, me quitaba un peso de encima saber que mi presencia en la vida de Santiago no sería usada como excusa para un conflicto.


Por otro lado, la idea de que ella estuviera con nosotros en las vacaciones, al menos gran parte, me hizo reconsiderar la propuesta de mi hermano. Quedarnos encerrados tantos días en un departamento no era opción, además de no ser divertido corríamos el riesgo de terminar fastidiados. Una playa daba más posibilidades de compartir buenos momentos que una minúscula sala. Le di luz verde a Gabriel para que arreglara su extraño plan y pudiera, como siempre, hacer lo que quería. Santiago, que no tenía esperanzas de viaje, aceptó la propuesta sin dudarlo.


Tal vez eran muchas emociones para él pero también accedió en acompañarme a la fiesta de fin de año de mi trabajo, sin haberlo pensado mucho, impulsado por la rapidez con que surgían las cosas.


***


La fiesta de fin de año era algo sacado de manual, donde se repetía el mismo formato que la mayoría de las empresas aplicaban para no fallar con la expectativa. En nuestro caso se nos ofrecía la experiencia de una cena lujosa, en un salón de un hotel también lujoso, con más de una banda pasando por un escenario para entretenernos, un presentador conduciendo el evento, entre otras cosas. No se necesitaba hacer una investigación para notar que había gente ajena a la clínica, personas invitadas a modo de atención por parte de la directora, con mesas reservadas para que no se mezclaran con el resto.


Santiago estaba tenso pero lo negaba. Le ofrecí varias veces no ir porque no podía disimular su ansiedad pero su terquedad era más grande y él insistía en que todo estaba bien. Por si acaso, fui preparado para regresarnos mucho antes de lo planeado. Llegamos para una pequeña recepción donde se nos invitaba a beber champagne y hacer tiempo saludándonos hasta que la directora dio un discurso muy ensayado, de esos llenos de palabras emotivas pero que decían muy poco. Saludé a los mismos que veía todos los días, algunos acompañados, otros no, ninguno sorprendido de que asistiera con un hombre. Así funcionaban las cosas en los trabajos, nada era un secreto nunca. El único incómodo era Santiago, cuya copa se vació muy rápido. No hacía mucho más que devolver saludos y responder alguna pregunta, pero con una actitud seria que no encajaba con el ambiente festivo. Antes de que pasáramos al salón donde cenaríamos y se llevaría a cabo todo el evento en sí, conseguí otra copa y se la di.


—No quiero emborracharme —se quejó.


—No estar borracho no te está sirviendo —aseguré.


La mesa compartida terminó de convencerlo para apurar la segunda copa. Alfredo llegó justo a tiempo para ocupar un lugar en nuestra mesa, junto con nuestro chef y su esposa, un enfermero y una enfermera con su novio. Todos teníamos en común nuestra afinidad con el chef que nos favorecía fuera de los horarios de las comidas. Pero no era una reunión llena de confianza por lo que Santiago tuvo más paz de la que esperaba. Las charlas, como era de esperarse, se centraron en nuestro trabajo y él recibió preguntas de la misma índole. Aun así, su timidez seguía notándose. Sin importar cuánto quisiera, yo no podía convencerlo de que nadie lo increparía, acusaría o cuestionaría por su orientación, y de suceder, que no pasaría de ser un mal momento aislado. Solo podía acompañarlo y ser su apoyo.


—Menos mal viniste con tu novio —declaró Alfredo


La cena ya estaba más avanzada y las personas a nuestro alrededor más distraídas cuando soltó semejante frase a mi lado. Santiago escuchó el comentario y volteó a mi par.


—¿De qué estás hablando?


—Porque fue muy difícil sacarte información y había gente que creía que lo estaba inventado.


No había manera de que me molestara con él por llevar y traer cosas, porque sabía que eso hacía y sabía que eso haría cuando confirmé que tenía novio.


—Entonces salvé tu dignidad.


—Y rompiste el corazón de una enfermera... pero no voy a darte el nombre.


Empezó a reírse solo pero se calmó cuando confundió la expresión de desconcierto de Santiago con alguna otra cosa.


—Te aseguro —dijo Alfredo dirigiéndose a él— que se porta bien.


De respuesta recibió un leve movimiento de cabeza que también interpretó como algo malo. Miré a Santiago sonriendo.


—Ahora van a pensar que tengo un novio celoso.


—No es cierto —se apuró en aclarar ruborizándose— no soy así.


Mi compañero volvió a reír aliviado.


El resto de la cena siguió sin inconvenientes, le contaba a Santiago quien era cada uno, comentando detalles sin mucha importancia, intentando entretenerlo con la charla casual para que se relajara. Aunque el alcohol fue lo que mejor hizo efecto, animándolo y disminuyendo la cautela que no lo dejaba ser él mismo.


El salón se ponía más ruidoso y comenzaba a haber más movimiento a medida que las personas terminaban de comer. La directora se tomó la molestia de pasar a saludar mesa por mesa en la búsqueda de esa calidez que nunca lograba obtener ni brindar, las luces bajaron mientras que el volumen de la música aumentaba y la bebida llegaba de a montones. Ante la falsa privacidad que brindaban las luces bajas, Santiago ya no estaba tan tenso y cuando me miraba sonreía contento.


Me acerqué a él para hablarle en confidencia.


—Sobreviviste —felicité.


Asintió con falso pesar y, sin nada que perder, bebió un poco más.


Después de otro rato acordamos irnos, era demasiado bullicio para nuestro gusto. En especial para él, que preferiría estar en el medio de la nada mirando las estrellas a estar en un lugar como ese que nada tenía para ofrecerle.


Se recostó en el asiento del auto con una expresión de satisfacción.


—No fue tan terrible —reconoció, luego volteó para verme—. Nadie nos miró raro —comentó un poco empujado por el alcohol.


Estiré mi mano y con un dedo toqué un par de veces su cabeza haciéndolo reír. Durante el regreso se quedó recostado con la ventanilla baja tomando todo el aire fresco que podía, agotado y pensativo. Cada vez que tenía oportunidad de mirarlo a causa de un semáforo, él seguía en su mundo, atendiendo algún pensamiento urgente en su mente. Cuando lo veía en ese estado me nacía una necesidad de besarlo, acariciarlo y dedicarle palabras hermosas de las que lo apenaban. Al costear el río me pidió detener. Hice caso de inmediato pensando que se sentía mal y que podría vomitar, pero se bajó del auto sin problemas, haciéndome señas para que lo siguiera.


—No podemos parar en este lugar —avisé mientras me acercaba a él.


—Es un momento. —Sacó su celular y se puso a mi lado—. Quiero una foto.


Con el deseo que había resistido mientras manejaba, lo abracé para que sacara la foto y luego besé su mejilla para que también sacara foto de eso, acto que imitó con la misma finalidad. Perdí todo el apuro por volver al auto. Con risas de por medio, guardó su celular para poder devolverme el abrazo, pero el suyo fue un abrazo fuerte que exigía la misma intensidad en respuesta. Luego se separó un poco para mirarme, con una sonrisa que no lo abandonaba, y acarició suavemente mi rostro mientras me contemplaba complacido.


—No estoy borracho —aclaró sin ningún motivo.


—Eso es lo que diría un borracho. —Le di un pequeño beso en los labios—. Pero no dejas de ser lindo.


Volvió a reforzar el abrazo.


—Tengo que decirte algo que va a molestarte —advirtió con buen humor.


—¿Qué?


—Gracias por no avergonzarte de mí. —Hizo un pequeña pausa—. Solamente quería decírtelo.


Más que molestarme, me dolía cuando lo escuchaba hablar de esa forma aunque no lo dijera con tristeza.


—Es imposible. Eres una persona increíble.

Notas finales:

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