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Colores primarios por blendpekoe

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No entendí qué sucedía, volví a mirar a nuestro alrededor pero solo pude confirmar que estaba sola y la extraña situación me dejó desconcertado. Guardé silencio esperando que aclarara su presencia aunque ella tampoco estaba cómoda, lo veía en sus ojos inquietos y en su angustia. Pensé que su intención era gritarme, o algo parecido, y que perdió el coraje en el último momento. No se me ocurría otra razón para buscarme, pero incluso si había otra razón tampoco podría ser buena. Con eso en mente comencé a preguntarme cómo pudo haber encontrado mi casa y cómo pudo reconocerme.

—Hasta ahora no parecía real —habló con gravedad—, que Santiago estuviera... contigo.

A mí no me parecía real que ella estuviera allí. Me costaba crear un vínculo entre la persona que tenía delante de mí con la vida de Santiago.

Siguió mirándome, parecía estudiarme y me ponía nervioso que lo hiciera.

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunté inseguro.

Entonces se dio cuenta que me observaba con demasiada atención y volteó hacia otro lado, lo que fue un alivio. Volvió a acomodarse el pelo antes de responder.

—Supe que Santiago quiere mudarse contigo.

No detalló nada más luego de decir eso, se puso a observar la calle, como si hubiera explicado todo. Me sorprendía que estuviera tan calmada aunque no había razones para que estuviera enojada o gritando como esperaba. En realidad, no había motivos para que estuviera parada en el lobby de mi edificio.

—A mí me costó mucho esto —comentó de repente.

Sospeché que se refería a su separación y a Santiago dejándolo todo por un hombre, otra cosa no la podía haber llevado hasta allí.

—Pero ya no puedo seguir llorando por lo que pasó. Tengo que seguir adelante —agregó.

Se dio vuelta para mirarme con firmeza.

—Me gustaría ver tu casa. Quiero saber cómo es porque no puedo prohibirle a Santiago que traiga a Iris.

Mi sorpresa se dejó ver, supuse que eso último fue una aclaración para demostrar que en realidad no estaba de acuerdo con la mudanza. Pero era mejor que fuera directa y sincera. Me miraba esperando una respuesta y, aunque yo no quería estar en esa situación, se me ocurrió que si no accedía podría complicar las cosas para Santiago.

—Está bien.

Hice una seña para que me siguiera al ascensor. Adentro mantuve la vista al frente sin poder creer lo que sucedía, no me atrevía ni a mirarla de reojo. No quería arriesgarme a dar lugar a que me dijera cosas incómodas que pudieran terminar en un conflicto. Fue agonizante y pareció una eternidad llegar a mi piso. En un momento sentí mi celular vibrar y me imaginé que era Santiago escribiéndome como siempre lo hacía pero tuve que ignorarlo.

Al llegar a mi departamento Julieta entró con timidez sin que cruzáramos palabra. A tan solo unos pasos de la puerta observó todo con atención.

—No era lo que yo esperaba —concluyó después de un rato.

Miré mi propio departamento, grande y un poco minimalista, sin muchas cosas, tratando de detectar si algo podía dar una mala impresión. Entonces reaccioné y dejé los libros que no había soltado a causa de la tensión, al darme cuenta que estaba actuando como si no fuera mi propia casa, como si estuviera intimidado, más allá de que sí me sentía un poco de esa manera. No estaba haciendo nada malo y nada malo tenía mi casa para mostrarme amenazado.

—Allá está la cocina —señalé invitándola, tratando de sonar relajado.

No se movió, ni siquiera se vio interesada en explorar más la casa. Me di cuenta que tenía su mente en otra cosa, lejos de mi departamento. Me dio curiosidad saber qué era lo que había esperado encontrar, pero no dije nada, no me entusiasmaba platicar con ella, prefería que se fuera.

—Siempre supe que había algo raro en Santiago —comentó—. Pero nunca pensé en algo como esto.

No me miró, seguía concentrada en lo que sea que sus pensamientos demandaban. De seguro ella aún buscaba una manera de entender y darle sentido a su nueva realidad. Pude notar un parecido con Iris, en su pelo y sus labios. Incluso su expresión en ese momento se parecía a la de su hija cuando estaba enojada, una expresión que conocía muy bien. 

Se dio vuelta para salir del departamento y no pude evitar salir tras ella para acompañarla. La incomodidad no se iba pero volví a subir al ascensor para otro eterno momento de silencio y agonía. Deseé poder decirle que nunca existió una mala intención en las decisiones de Santiago, así como tampoco la hubo de mi parte, pero cualquier cosa que dijera sería inadecuado y hasta ofensivo. Solamente podía ser amable acompañándola hasta la puerta de la calle. Se fue dedicándome una pequeña mirada a modo de despedida y me quedé en mi propio lobby confundido e intranquilo por lo que fuera que había ocurrido.

***

Fui a trabajar y no mencioné el suceso a Santiago, quien por sus mensajes parecía ignorar la decisión de Julieta de visitarme por su cuenta. Pensando demasiado las cosas, comencé a tener dudas en si había hecho bien o mal en dejarla entrar en mi casa. Jamás supe el propósito de su visita. Ni siquiera sabía en qué términos estaba con Santiago. Era consciente de que tenía que contárselo pero no quería sumarle una nueva preocupación. En ese caso, una muy grande. Tampoco quería arriesgarme a generar un conflicto entre ellos.

Mientras esperaba las consecuencias pasaron días sin cambio alguno. Todo seguía normal y comencé a creer que así se mantendría. Estuve muy atento a todo lo que Santiago decía y, sin darme cuenta, intenté llevarlo a que me hablara de Julieta. Pero fracasaba en eso porque enseguida me ponía paranoico temiendo hacer muy obvio que algo había sucedido, por lo que yo mismo volvía a desviar la conversación. Hasta que una noche, sin planearlo, saqué el tema de la nada preguntándole cómo se llevaba con ella. Y cuando digo de la nada hablo de él durmiendo mientras que el insomnio me mantenía a mí despierto. La culpa por mantener en secreto la visita de Julieta me comía y esa noche el silencio, la oscuridad y mi insomnio, se sumaron en complot para hacerme hablar.

Tiré de su ropa sin que fuera suficiente para sacarlo de su sueño, luego intenté empujando su brazo, quería que se sintiera accidental pero al despertar Santiago se dio cuenta que yo era el responsable de su incomodidad. Me miró confundido desde la almohada, con el sueño amenazando su lucidez.

—¿Pasó algo?

Negué con la cabeza arrepentido. Él estiró su mano con pesadez para acariciar mi pierna y me arrepentí de arrepentirme. Vi como ventaja que estuviera medio dormido, eso le restaría seriedad a mi pregunta y evitaría una charla.

—¿Cómo te llevas con Julieta?

Sonaba inocente pero para Santiago sonó como lo que era: una pregunta muy específica. Para mi desgracia, se despabiló un poco y decidió sentarse dándole más importancia de la que yo pretendía.

No respondió enseguida, se quedó pensando con dificultad a causa de la hora y el sueño.

—Me habla lo necesario pero cada vez con menos rencor —respondió aún pensativo—. Creo que de todos, ella es la única que no quiere que la situación empeore.

Luego me miró con curiosidad esperando que agregara algo pero puse falsa atención al libro que tenía en mi regazo, sorprendido porque no creí que respondería con tanta soltura. Pero eso era algo que comenzaba a suceder, Santiago estaba menos inhibido al momento de hablar. Aunque se ponía incómodo si sentía que se exponía mucho a sí mismo porque seguía con esa necesidad de no involucrarme en sus problemas.

—¿La querías mucho?

Me sentí tonto haciendo esa pregunta porque era una respuesta obvia. Solo quería hacer que me hablara de ella.

—Sí —contestó con simpleza.

Demasiada simpleza, poco cooperativo y nada elaborado. Posiblemente no estaba tocando su tema favorito de conversación. Ni siquiera a mí me gustaba estar haciendo esas preguntas.

Siguió mirándome con curiosidad pero más serio. Me di cuenta que él esperaba ver qué era lo que yo quería saber pero no supe cómo seguir y descarté la idea de contarle lo ocurrido, al menos por ese día.

—Perdón por despertarte —me disculpé con intenciones de terminar la conversación.

Se sorprendió pero luego empezó a reírse y se acercó a mí.

—No digas eso. Puedes despertarme a la hora que quieras, todas las veces que quieras, con las preguntas que quieras.

—Seguro te parezco un loco —acusé asumiendo mi propia demencia.

Asintió mientras trataba de no reírse de mí y terminó sacándome una sonrisa. Me gustaba verlo de buen humor por lo que me pareció bien no contarle nada.

Notas finales:

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