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Baloncesto callejero por Fullbuster

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Aomine no podía creerse aún que estuviera precisamente Akashi en su casa. Primero entraba su cara en una caja de cereales, tenía que aguantarle verle jugar por la televisión y ahora estaba allí, ya no sabía qué hacer para quitárselo de encima. Ese chico no se marcharía ni aunque le tirase agua hirviendo.


Desde el sofá donde Akashi le había dejado tumbado con el hielo en la rodilla, podía verle en el baño al final del pasillo buscando algo entre los cajones, seguramente algún antiinflamatorio o alguna crema que pudiera ponerle y bajar la hinchazón de su pierna. Su hijo más feliz que una perdiz, seguía a Akashi por toda la casa hablándole sobre baloncesto.


- Esto es un desorden – dijo Akashi mirando el pequeño armario metálico del baño - ¿Es que no sabes tener un cajón para las medicinas? Tienes todo desordenado.


- Lo pongo donde cabe – dijo Aomine.


- Como siempre. No has cambiado nada.


- Supongo que ya no vivo con un quisquilloso.


- Claro… ahora vives con el tigre Kagami que al parecer… es igual de desordenado que tú – le aclaró - ¿Dónde tienes los antiinflamatorios?


- En la balda más alta del armario – le dijo Aomine sonriendo y Akashi le lanzó una mirada de odio al ver que a esa balda, él no llegaba.


- ¿Va en serio?


- No es mi culpa que seas un tapón.


Akashi buscó con la mirada una banqueta a la que poder subirse mientras Aomine sonreía desde el sofá hasta que su hijo le llevó la banqueta a Akashi con una gran sonrisa. Era increíble que hasta su hijo se compinchase con aquel individuo. Resopló frustrado al ver que Akashi conseguía llegar y bajaba el antiinflamatorio.


- Dai… ¿No tienes que hacer deberes? – preguntó Aomine.


- Sólo quedan unos pocos, puedo hacerlos luego – dijo sin apartar la mirada de Akashi.


- Hazlos ya, Dai.


- Pero, papá… Es que está Akashi aquí y quiero aprovechar el tiempo con él. No siempre puedo estar con mi ídolo.


- A tu cuarto a acabar los deberes – le ordenó Aomine viendo la frustración de su hijo cuando torcía los labios.


- Si los acabas rápido, te llevaré a jugar al parque – le dijo Akashi sacándole una gran sonrisa al niño quien se marchó como un rayo a la habitación a terminar su tarea.


- ¿Ahora vas a enseñarme cómo educar a mi hijo o qué? – le preguntó Aomine.


- Sólo quería ayudar. Estás pagando tu cabreo con él y no es justo. Ambos sabemos que detestas que esté aquí, así que págalo conmigo. ¿Podemos hablar de lo que te molesta en realidad? – preguntó Akashi.


- Tú eres el que me molestas – le dijo Aomine con sinceridad – Te largas a Estados Unidos sin decir nada y ahora vuelves de la misma manera. Tengo que aguantarte en todos los lados. ¿Crees que me apetece verte después de lo que hiciste? Estabas muy bien en Estados Unidos, ya te había olvidado y ahora apareces aquí como si nada y no entiendes que no quiero saber nada de tu familia, ya me hicisteis bastante daño, no quiero más y desde luego no permitiré que se lo hagas a mi hijo. ¿Por qué narices has vuelto? ¿Qué buscas en Japón?


- He venido buscando tu perdón – dijo Akashi – sé que fui un capullo y lo lamento, pero déjame compensarte por todo el daño.


- No tienes ni idea del daño que hiciste cuando te marchaste – dijo Aomine con una mirada dura que Akashi jamás le había visto poner.


- Voy a preparar algo de comer – dijo Akashi marchándose hacia la cocina.


- No necesito que prepares nada, puedo hacerlo yo.


- Descansa la pierna.


Akashi se marchó a la cocina, quería prepararle algo delicioso a Aomine, alguna comida especial que sólo él supiera cocinar, algo que le recordase a cuando habían vivido juntos hacía ya tantos años atrás. Miró lo que había por la cocina y se decidió por preparar un estofado de carne. Sabía que siempre había sido uno de los platos favoritos de Aomine aunque le daba mucha pereza prepararlo, así que no habría comido en mucho tiempo. Además, el moreno siempre dijo que su estofado era el mejor que había comido jamás.


Tardó casi dos horas en preparar todo y más teniendo en cuenta que no conocía la cocina y que Aomine era un desastre para ordenar las cosas, siempre lo había sido. Sólo esperaba que su hijo no cogiera esa mala costumbre. Una vez lo tuvo todo preparado, empezó a colocar la mesa y cuando estaba por terminar, se dio cuenta de que las bolsas de la compra aún seguían en la entrada donde las habían dejado, así que las cogió y empezó a sacar las cosas para guardarlas.


En aquel momento, empezó a reírse como nunca antes había hecho al ver su cara en el cartón de los cereales. Aomine al escuchar aquella sonrisa que tan pocas veces se podía escuchar de Akashi, se giró a mirarle viendo cómo tenía entre sus manos la caja de los cereales.


- Deja eso – le dijo Aomine.


- No sabía que tenías tantas ganas de vivir conmigo – dijo colocando la cara dibujada en el cartón al lado de la suya.


- No hagas el idiota. Los ha cogido mi hijo, al parecer te admira y no sé el motivo por el que lo hace, sólo eres un imbécil – le dijo enfadado.


- Ya… escúdate en tu hijo siempre. ¿También me besaste por su culpa? – preguntó sonriendo haciendo sonrojar a Aomine.


- Quita eso de mi vista – se quejó Aomine.


- ¿El qué? ¿Mi cara? – sonrió Akashi colocando el cartón frente a su cara.


Aomine enfadado se levantó con rapidez tirando el trapo con la bolsa helada al suelo y trató de quitarle la caja de las manos cuando en el forcejeo, ambos perdieron el equilibrio cayendo al suelo. Akashi abrió los ojos para ver que había caído encima de Aomine quien tenía la caja en su mano y le miraba sonrojado, hacía años que no le veía sonrojarse.


- ¿Por qué me besaste ayer? – le preguntó Akashi.


- Me diste pena – comentó Aomine haciéndose el difícil y Akashi sonrió.


- No lo parecía, más bien parecías asustado.


- El asustado eras tú, te echaste a llorar como una niña.


- Sí, me asusté. Creí que te perdía y me lancé a por ti. Puedes llamarme idiota pero es lo que siento por ti, Daiki. Tú siempre fuiste el único chico que consiguió llegar a mi corazón, nadie veía nada bueno en mí excepto tú. Aún no sé qué es lo que viste, porque ni yo mismo me veo suficiente para alcanzarte a ti.


Aomine se había quedado mudo de la impresión con Akashi encima de él mirándole con dulzura, con esa ternura que Akashi tan sólo sacaba con él, al menos lo hacía cuando salían juntos. Sabía que debía apartarle antes de que sucediera algo de lo que pudiera arrepentirse después, pero su cuerpo parecía no estar dispuesto a obedecer, menos cuando Akashi fue acercando su rostro al suyo, estaban tan cerca que sus respiraciones se mezclaban y sus labios casi se rozaban. Aquel era el último momento que tenía para detenerle, si bajaba un poco más, ya no habría vuelta atrás.


Ya era la segunda vez desde que había vuelto a Japón que Akashi tenía a Aomine atrapado bajo su cuerpo, pero esa vez en unas circunstancias mejores que le permitían darse cuenta de lo mucho que había añorado tenerlo de esa manera. Por eso no desaprovechó la ocasión de disfrutar de la dulce fragancia que Aomine desprendía, del calor de su cuerpo, ni de admirar aquel par de ojos que habían conseguido desnudar su alma en tantas ocasiones y admirar con pasión su cuerpo.


Le entró la imperiosa necesidad de volver a apresar sus labios y saborearlos una vez más, así que tanteó el terreno inclinándose hacia Aomine para ver si éste le apartaba o no. Al ver que no oponía resistencia, acabó cerrando la distancia que había entre ambas bocas en un suave y tierno beso.


Akashi se perdió en el mar de sensaciones que le ocasionaban los labios de Aomine, pese a no ser el único beso que le había robado, ése sabía distinto. Tras la conversación con Daisuke y el beso del día anterior que inició Aomine, Akashi ahora sabía que el amor de su vida aún sentía algo por él, lo cual le empujaba a no tirar la toalla aún.


A veces,  Aomine no se entendía a él mismo, trataba de alejar a Akashi, de sacarlo de su vida pero ahí estaba, correspondiendo ese dulce beso y dejándose llevar por las emociones que creía olvidadas. ¿Cómo podía seguir amándolo tanto tras todo lo que había ocurrido entre ellos?


- Papá, tengo hambre, ¿pedimos unas pizzas para comer? – se oyó la voz de Daisuke acercándose por el pasillo.


Aomine abrió los ojos de golpe asustado. La voz de su hijo le hizo salir del trance en el que había estado metido y tras volver a la realidad, apartó con brusquedad a Akashi y volvió al sillón justo cuando Daisuke llegaba al salón.


- La comida ya está hecha – le informó Akashi al pequeño con aparente normalidad para que no sospechara nada. No estaría bien que pensase que su padre mantenía una aventura con él.


- ¿Has cocinado tú? - le preguntó sorprendido y se emocionó al verle asentir con la cabeza. ¡Iba a comer comida preparada por su ídolo! - Ya verás qué rabia le dará a papá si está más buena que la suya.


- Seguro que está más buena que la que prepara Aomine – dijo mirando al nombrado con burla – recuerdo que no era muy buen cocinero.


- Sus comidas son comestibles pero me refería a las de Taiga, él cocina como todo un chef – comentó el pequeño.


Akashi se había olvidado por completo de Kagami y no le agradó saber que el pelirrojo le ganaba en algo más. Era lo que le faltaba para rematar su ego, saber que era mejor cocinero que él. Trató de borrar de su mente al maldito tigre para poder disfrutar del almuerzo con el hombre al que amaba y ese pequeño que tan bien le caía.


Tras almorzar, Akashi mantuvo una agradable charla con Daisuke mientras Aomine se mantenía al margen tratando de ignorar al antiguo jugador de la NBA y deseaba en silencio que se marchase de una vez. No quería tenerle más tiempo en su casa pero tampoco podía echarle de malas maneras, quizás tenía que buscarse una excusa con la que insinuarle que debía irse a su casa.


Cuando Daisuke se levantó un momento para ir a su cuarto dejando a los adultos en un incómodo silencio, Aomine miró la hora en su móvil y vio que le quedaba una hora para que empezase su turno en el bar. Una pequeña sonrisa se le escapó al encontrar al fin una excusa para no seguir viendo a Akashi durante ese día. No perdió el tiempo y se dispuso a levantarse del sillón, aún le molestaba la rodilla pero no era el mismo dolor que había sentido unas horas antes, podía mantenerse en pie por ahora.


- ¿Adónde crees que vas? - le preguntó Akashi acercándose con rapidez hasta él para volver a sentarle pero no lo consiguió.


- A trabajar – le respondió de forma seca caminando hacia el pasillo que conducía a su dormitorio.


- Deberías tomarte la noche libre, no puedes trabajar con la pierna así – le aconsejó Akashi siguiéndolo.


- Creía que no tenías que irte hasta dentro de un rato – comentó Daisuke extrañado al cruzarse con ambos en el pasillo.


- He pensado que es mejor que vaya andando en vez de coger el metro. Es mejor hacer un poco de calentamiento para evitar que me duela la rodilla durante el trabajo – se inventó.


- No debes forzar más la pierna, te pondrás peor, debes descansar – insistía Akashi.


- Estoy bien y me voy a ir a trabajar. No hay nada más que hablar – dio el tema por zanjado metiéndose en su habitación.


- ¿Y qué pasa con Daisuke? ¿Vas a dejarlo solo? - le preguntó Akashi a través de la puerta cerrada.


- No te preocupes por mí, Taiga me ha mandado un mensaje diciéndome que ya venía hacia aquí por si quería que nos encontrásemos en la cancha y lanzar unos cuantos tiros. ¿Quieres unirte a nosotros?


La puerta volvió a abrirse dejando ver a Aomine con la indumentaria que debía usar en el trabajo. Akashi resopló al darse cuenta de que no iba a hacerle cambiar de idea.


- Me temo que tengo que declinar tu oferta. Voy a acercar al cabezota de tu padre al trabajo y me quedaré con él para vigilarle – le dijo al pequeño.


Aomine se quejó pero Akashi le acalló con una simple frase.


- Es eso o te ato a la cama para que no vayas a ningún lado.


No pudo evitar sonrojarse al recordar cómo Akashi solía atarle a la cama en sus momentos de pasión.


- Vámonos – le dijo caminando todo lo rápido que podía para que no viera su sonrojo – Cierra con llave cuando te vayas, Dai – le ordenó a su hijo antes de marcharse junto a Akashi.


Nada más aparcar, Aomine salió del coche sin esperar al pelirrojo y se metió por la puerta de servicio del bar. Akashi no podía creerse que de nuevo estuviese huyendo de él pero no le importó, no se iba a rendir sólo por eso, al contrario, eso le animaba a seguir adelante porque ese comportamiento le demostraba que Aomine aún sentía algo por él.


Entró al bar y se sentó en un hueco libre en la barra. Pidió una cerveza al camarero y se dedicó a observar a ese testarudo que le había robado el corazón hacía tantos años. Aomine salió de detrás de la barra con una bandeja en una mano y se aproximó hasta una de las mesas para dejar el pedido. Mientras se dirigía de vuelta a la barra, un hombre castaño vestido con unos vaqueros y una americana de color gris oscura le abordó por un lateral cogiéndolo por la cintura.


A Akashi no le gustó que aquel hombre se acercara tanto a Aomine ni que le hablara tan cerca de su rostro mientras le acariciaba la mejilla. ¿Quién demonios era ese hombre y por qué Aomine le dejaba tocarle de esa manera? Vio que al fin ese hombre se apartaba de él dejando que volviera al trabajo. El pelirrojo se levantó de su sitio y se sentó cerca de donde estaba Aomine para tratar de hablar con él pero no logró su objetivo, la antigua estrella de la Generación de los Milagros se refugiaba en su trabajo para esquivarle.


Akashi tuvo que aguantar ver cómo ese hombre misterioso se acercaba en varias ocasiones a Aomine invadiendo demasiado su espacio personal. No soportaba ver las confianzas que se tomaba con él, incluso en una ocasión vio que la mano de ese tipo bajó hasta el trasero de Aomine y la dejó ahí sin que éste opusiera resistencia. El pelirrojo no soportó más y en un descuido, arrastró a su ex novio hasta un rincón.


- ¿Qué cojones pasa contigo? No necesito una niñera, puedes largarte de aquí.


- No voy a irme, estoy preocupado y voy a asegurarme de que estás bien, después de todo es mi culpa que te hicieras daño cuando te aparté de la carretera.


Aomine se removió incómodo, sí que era cierto que el golpe había causado que su antigua lesión le doliera de nuevo pero él no tuvo la culpa de que se la hiciera en un primer lugar. Además, le había salvado la vida, no podía recriminárselo.


- No te preocupes más, estoy bien, el descanso de esta tarde me ha venido bien. Ya puedes volver a casa.


Trató de irse pero Akashi le retuvo de nuevo.


- ¿Quién es ese hombre que no ha parado de merodearte en toda la noche? No le tratas igual que a los demás – dejó entrever que se había percatado de su comportamiento.


- No es que sea asunto tuyo pero si no te lo digo, no me vas a dejar en paz. Es mi jefe y más te vale mantenerte apartado de él – le advirtió.


Aprovechó que Akashi había aflojado su agarre para soltarse y seguir con su trabajo. Ahora entendía la antigua estrella de la NBA la razón por la que Aomine no le paraba los pies como al resto de hombres que se acercaban a él flirteando, era su jefe y temía que pudiera despedirle. Pues él no se iba a quedar de brazos cruzados, quizás no podía poner en su sitio a ese cretino que se aprovechaba de su posición para manosear a sus empleados porque Aomine se lo había avisado, pero sí que podía ayudarle a encontrar otro trabajo en que no tuviera que aguantar ese acoso. Aomine tenía muy buenas cualidades, estaba seguro que no le costaría encontrarle un trabajo en el que las explotase al máximo y se sintiera realizado.


Estaba pensando dónde podía recomendarle cuando una conversación cerca de su posición le llamó la atención.


- Ya te he dicho que estoy bien, no hace falta que vengas cada cinco minutos a controlarme – escuchó decir a Aomine molesto y se giró para localizarlo. Lo vio junto a su jefe.


- Me tienes preocupado, ¿crees que no te he visto cojear y apoyarte en algún sitio en cuanto tenías la más mínima oportunidad? - le dijo Takumi – Creía que tu lesión había dejado de dolerte.


El pelirrojo se sorprendió ante aquel descubrimiento. ¿Lesión? ¿Cuándo se había lesionado Aomine y cómo? ¿Habría sido jugando al baloncesto? No podía ser, él le había dicho que le había dejado de gustar... ¿acaso era mentira? ¿Qué había estado haciendo Aomine durante todos los años en los que habían estado separados? No lo sabía ni entendía qué estaba pasando ahí, pero lo que tenía claro era que ese cabezota le debía muchas explicaciones.


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