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Baloncesto callejero por Fullbuster

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Akashi llegó a su mansión cruzando el gran comedor mientras se quitaba la chaqueta notablemente enfadado y la tiraba con fuerza contra el blanco sofá del otro extremo de la sala. Aún no podía quitarse de la cabeza cómo el jefe de Aomine le metía mano como quería mientras trabajaba y el muy idiota no decía nada.


Miró en todas direcciones del salón y caminó nervioso tratando de calmarse y no romper absolutamente nada después del cabreo que llevaba por lo que había presenciado esa noche. No podía entender cómo era posible que Aomine se dejase manosear de esa forma por un hombre que podía haber sido hasta su padre. Había momentos en que podía ver al Aomine de siempre, el chico fuerte y orgulloso, aquel del que se enamoró, aquel que se lanzó a una piscina sin agua cuando le robó su primer beso… pero en otros momentos… veía un Aomine sumiso, demasiado dócil y demasiado temeroso de meter la pata, empezaba a creer que ya no conocía al Aomine de siempre.


En ese mismo momento se dio cuenta de cuánto había cambiado su relación desde cuando empezaron a salir hasta ese instante. Se dejó caer en el sofá recostando su espalda contra el respaldo y echando la cabeza hacia atrás tapándose los ojos con su brazo derecho. No quería llorar y trataba de aguantar las lágrimas, pero en aquel instante… tan sólo un recuerdo le venía a la cabeza… la declaración de Aomine.


 


Flashback


La gente se marchaba del lugar refugiándose en sus negros paraguas, caminaban sobre los charcos alejándose de aquella tumba que acababan de cerrar y sepultar. Akashi se había quedado inmóvil en el lugar junto a su padre, refugiándose bajo el paraguas que Masaomi sujetaba con fuerza como si eso le permitiera seguir allí de pie, como si le diera la fuerza necesaria para seguir.


Akashi aguantó las lágrimas, su padre siempre le había dicho que un Akashi jamás lloraba y menos en público, así que aguantó todo lo que pudo. Masaomi miró hacia la lujosa limusina negra del fondo indicándole a su hijo de diecisiete años que era el momento de marcharse del cementerio y volver a su vida. Akashi ni siquiera sabía si su vida volvería a ser la misma después de aquel suceso, después de perder a su madre, la única persona que siempre le apoyaba y le sonreía en aquella solitaria y fría mansión.


Al levantar la cabeza para querer seguir a su padre, se dio cuenta de que al fondo, tras un árbol, se encontraba uno de sus compañeros de equipo, Aomine. Abrió los ojos al verle pero no pudo acercarse a él, su padre colocó las manos sobre sus hombros y le dirigió hacia la limusina obligándole a entrar en ella.


El luto en la casa no duró mucho tiempo, su padre, para no pensar en el suceso ni darse cuenta de lo solitaria que estaba la casa, había decidido volver a la empresa y seguir trabajando. Quizá era más fácil cuando no tenía que soportar ver aquella soledad, hacer como si nada hubiera ocurrido pero para Akashi, la casa ya no era la misma. Su padre nunca estaba, eso no había cambiado en absoluto, pero ahora tampoco estaba su madre, la casa ya no era fría, se había vuelto un infierno solitario en el que no quería estar. Intentó refugiarse un par de días en el cuarto de su madre, pero su padre no lo consintió, le mandó al instituto para que siguiera con su vida como debería de ser. No era tan fácil para Akashi fingir que nada había cambiado cuando todo su mundo lo había hecho.


En la cancha de baloncesto ni siquiera quería jugar, miraba la pelota en sus manos como si eso fuera a calmar la angustia que llevaba, como si jugar le impidiera llorar, pero era todo lo contrario. Recordaba a su madre cuando iba a ver los partidos, cómo le sonreía y animaba, en aquel momento dejó caer la pelota de sus manos al suelo marchándose de la pista con un lento caminar. Su entrenador le llamó varias veces para que volviera pero no parecía escuchar nada ni a nadie, sólo quería salir de allí. El baloncesto jamás sería lo mismo sin ella allí para observarle mejorar día a día. Su afición a ese deporte se estaba resquebrajando a pasos agigantados.


Un empujón lo sacó de nuevo a la realidad, el dolor cuando su espalda chocó contra aquella columna del patio trasero del instituto. Ni siquiera hizo el amago de quejarse, todo le daba igual pero entonces vio aquellos ojos orgullosos y prepotentes de su compañero de equipo, del mismo Aomine Daiki y se sorprendió que estuviera allí, que hubiera abandonado el pabellón por él.


¿Qué estás haciendo, Akashi? – preguntó Aomine con un toque de nostalgia en su voz.


No quiero jugar al baloncesto – comentó Akashi – voy a dejarlo.


No puedes hacerme esto, entré al equipo por ti, para ganarte, para superarte, no puedes abandonar ahora sin más. Lamento lo que te ha ocurrido pero no voy a permitir que tires la toalla.


Ya no me importa este deporte.


Es mentira, es el deporte que tu madre amaba, es el deporte que tú amas. Juega de nuevo, mejora para demostrármelo a mí. Tu madre no querría que abandonases algo que te hace feliz, esto es lo único que te hace feliz.


No sabes nada de mí, Aomine.


Sé lo suficiente. Sé que tu vida es una parodia, que tu padre controla todo lo que haces, que no puedes elegir nada por ti mismo, que eres una marioneta sin más de la gran influencia y expectativas que tienen sobre el apellido Akashi pero te equivocas… sí puedes elegir, puedes elegir abandonar o puedes elegir seguir haciendo algo que adoras. Tienes opciones, Akashi.


No soporto el dolor – dijo Akashi tratando de no llorar.


Entonces compártelo conmigo, yo seré tu paño de lágrimas – le dijo de forma romántica antes de que le robase el primer beso de su vida, antes de sentir aquel aliento a menta, aquella lengua juguetona buscando la suya y no pudo hacer otra cosa que dejar derramar las lágrimas que no pudo en el entierro, dejar que Aomine tratase de llevarse parte de su dolor.


Fin del flashback


Akashi tocó sus labios con dos dedos recordando aquel primer beso. Aomine jamás había sido nada romántico, al menos eso decía la gente. Todos comentaban que era egocéntrico y prepotente pero se equivocaban, era un auténtico amigo que siempre estaba en los momentos difíciles, que se arriesgaba por la gente y que demostraba ser tierno y dulce con la gente a la que amaba. Aquel día, Akashi entendió todo lo que Aomine se había guardado durante meses, aquel sentimiento cuando le robó el beso.


- ¿Qué ha pasado con ese chico, Aomine? – Se preguntó derramando una lágrima que resbaló por su mejilla izquierda – Sólo dos veces he llorado y dos veces estabas allí para besarme y llevarte mi dolor. Te necesito, Aomine, te necesito a mi lado – susurró dejando que las lágrimas salieran de nuevo con más fuerza que antes.


Akashi intentó limpiarse las lágrimas con la manga de su camiseta y cogió el teléfono para llamar a su entrenador aquí en Japón. Iba a sacar a Aomine de ese antro de mala muerte, le alejaría de ese jefe y le conseguiría un trabajo nuevo, era lo único que podía hacer ahora mismo por él.


Su entrenador respondió y mantuvieron una larga charla sobre las ventajas, desventajas y los favores que iban a deberse por darle un trabajo a Aomine de ayudante del entrenador. Finalmente, el entrenador le comentó que por la mañana le diría algo tras intentar convencerle Akashi de que Aomine era uno de los mejores jugadores y estrategas que había tenido el placer de conocer. Ahora sólo le quedaba esperar al día siguiente para saber si realmente les interesaría contar con él para poder ir a ofrecerle el puesto a Aomine.


Tras agradecerle por el favor y pedirle disculpas por la hora a la que le había llamado, colgó el teléfono y decidió irse a la cama. Intentaría dormir aunque sabía que iba a ser prácticamente imposible conseguirlo, sólo esperaba que no repercutiese demasiado en el entrenamiento. Se metió en la cama en cuanto se puso una camiseta y un pantalón cómodo y cerró los ojos tratando de conciliar el sueño.


Unas horas más tarde, se despertó por culpa de su teléfono sonando. Abrió los ojos con pesadez y buscó a tientas el maldito aparato que le estaba taladrando el tímpano hasta que lo encontró. Apagó la alarma en cuanto lo tuvo entre las manos y después se fijó en la hora... tan sólo había dormido cuatro horas. No sabía si hubiese sido mejor mantenerse despierto y ya dormir cuando hubiese regresado del entrenamiento porque dormir tan pocas horas no le había sentado demasiado bien, se sentía más agotado que cuando se fue a la cama. Pero ya no había nada que pudiera hacer así que se levantó y se dio una ducha para despejarse, aunque se prepararía un café bien cargado para poder mantener el ritmo esa mañana. Después de vestirse y desayunar, cogió las llaves del Aston Martin, su coche preferido, y se fue hasta la ciudad a entrenar con el equipo de baloncesto.


No tardó demasiado en llegar encontrándose en el interior de la cancha a todos sus compañeros y al resto del equipo técnico. Saludó con cordialidad a todos y se metió en el vestuario para cambiarse la ropa. Al salir, vio al entrenador hablando con su ayudante y se acercó hasta él, quería preguntarle si ya había tomado una decisión sobre Aomine. Nada más llegar a él, la ayudante le saludó algo nerviosa con una pequeña sonrisa que parecía esconder una gran alegría y de inmediato se marchó.


Le pareció ver un ligero sonrojo antes de que se diera la vuelta, eso le desconcertó ya que, en el poco tiempo que llevaba entrenando, la chica nunca se había comportado de esa manera delante de él y no entendía por qué de repente actuaba así. Decidió no darle importancia y centrarse en lo importante en ese momento: el trabajo de Aomine.


- Saito – llamó a su entrenador que estaba revisando sus notas.


- ¿Pasa algo, Akashi? - le preguntó levantando la vista de los papeles.


- No, solamente quería saber si ya ha pensado lo que le pedí anoche.


- Se lo he transmitido a los de arriba por si están dispuestos a pagar a alguien más y me han dicho que por ellos no hay problema, que ya depende de mí – le comunicó – pero aún estoy considerándolo, ya tenemos una ayudante que hace muy bien su trabajo, no veo la necesidad de contratar a alguien más.


- Le aseguro que le traerá grandes beneficios al equipo, después de todo, Aomine formó parte de la Generación de los Milagros, no es un cualquiera – trató de convencerle al verle un poco reticente.


- No hace falta que me lo sigas vendiendo más – bromeó – aún no he dicho que no. Después del entrenamiento te daré mi respuesta final, ¿de acuerdo? - le dijo y vio al pelirrojo asentir – Ahora ve a calentar junto a los demás.


- Gracias – le agradeció Akashi antes de irse junto a sus compañeros de equipo.


Bien entrada la tarde, el entrenamiento terminó y Akashi fue a sentarse al banquillo a descansar. Mientras le daba un buen trago a una bebida isotónica, Saito se acercó hasta él.


- Has estado excepcional como siempre, no esperaba menos de ti – le felicitó – Si todos los que pertenecieron a la Generación de los Milagros son como tú, la victoria estaría asegurada, así que... dile a tu amigo que tiene el trabajo – le informó antes de darle una palmada en el hombro y alejarse para hablar con otro jugador.


- Muchas gracias – le dijo haciendo una reverencia aunque su entrenador estuviera de espaldas y no le viera.


Akashi estaba muy feliz, por fin Aomine podría tener un trabajo con mejores condiciones y por supuesto con mejores jefes que no le meterían mano. Estaba deseando decírselo, iría esa noche al bar a contárselo, sería una buena ofrenda de paz tras la discusión de anoche. Se dirigió a los vestuarios para quitarse todo el sudor con una buena ducha y, tras hacerlo, se vistió y se fue a casa. Descansaría unas horas antes de ir a ver a Aomine.


Pero no todo iba a salir según lo planeado. Nada más cruzar el umbral de su mansión, recibió una llamada en su móvil. Akashi lo sacó del bolsillo y miró la pantalla para ver quién le estaba llamando, extrañándose al ver que se trataba de su padre.


- ¿Qué quieres? Pensaba que no ibas a hablar conmigo hasta que, según tú, entrase en razón – le dijo nada más descolgar.


- Creía que después de estas semanas sin hablar, lo habrías hecho – le contestó Masaomi al otro lado.


- Pues sigo pensando lo mismo que te dije, supongo que no he entrado en razón – le soltó sarcástico – Si no tienes nada más que decir, colgaré. Estoy cansado y no me apetece escuchar tus sermones.


- Quiero que esta noche cenemos y hablemos de lo ocurrido.


- No hay nada de qué hablar y como he dicho, estoy cansado.


Akashi iba a colgar cuando dos simples palabras le impidieron hacerlo.


- Por favor – escuchó por el altavoz del teléfono.


Su padre jamás le había pedido algo de esa manera, él siempre mandaba esperando que se acatasen sus órdenes, esas dos palabras no existían en su vocabulario. Se extrañó y pensó que quizás había oído mal.


- ¿Cómo has dicho? - murmuró perplejo.


- Por favor – volvió a repetir Masomi sorprendiendo aún más a su hijo – ven esta noche al restaurante del hotel Kaijo.


Akashi estaba demasiado asombrado, no estaba acostumbrado a que su padre casi le suplicara que cenara con él, era toda una novedad y no sabía cómo tomárselo pero su lado bondadoso hizo aparición y decidió acceder a verle.


- Está bien. ¿A qué hora? - le preguntó.


Tras acordar la hora a la que se verían, Akashi colgó y se fue hacia al dormitorio desorientado y confundido, no sabía qué podía esperarse esa noche de su padre por esa actitud tan extraña pero supuso que ya lo averiguaría en unas pocas horas. Puso la alarma del teléfono y se tumbó en su cama para dormir aunque fuesen un par de horas.


Como había pasado esa mañana, la alarma le despertó y tras abrir los ojos con pereza, la apagó. Se levantó de la cama y fue derecho hacia el baño para refrescarse la cara y vaciar la vejiga. Después, se acercó a su armario sacando ropa algo más formal y se vistió para luego coger las llaves del coche y salir de su casa.


Condujo hasta el hotel Kaijo y cuando llegó, le dejó las llaves al aparcacoches, quien le dio una pequeña tarjeta, y entró por la puerta del restaurante. En cuanto vio a la recepcionista, le dijo que tenía una reserva a nombre de Akashi y ésta mandó a un camarero a que le acompañara hasta su mesa, la cual se encontraba vacía. Akashi tomó asiento y cogió la carta que le dio el camarero para echarle un vistazo mientras esperaba a que apareciera su padre.


A los pocos minutos, un suave carraspeo llamó su atención. Apartó la carta pensando que se trataba de una camarera que venía a tomarle la orden pero se llevó una gran sorpresa al ver frente a él a la ayudante del entrenador de su equipo vestida con un elegante vestido y un ligero rubor en sus mejillas.


- ¿Momoi? - preguntó desconcertado.


No sabía qué hacía allí, quizás tenía una cita y al verle, había decidido saludarle para no ser descortés.


- Estás muy guapo – le dijo esperando que él también le dijera algún cumplido pero Akashi se quedó con la boca abierta sin saber qué contestar – Me alegré mucho al saber que no te oponías a la idea de tener una cita juntos pese a avisarte con tan poco tiempo y más siendo idea de nuestros padres.


En ese momento, Akashi se dio cuenta de que toda esa cena había sido una encerrona por parte de su padre, lo cual le puso de muy mal humor. No sabía qué pretendía con todo eso, al menos no con exactitud, pero se imaginaba por dónde iban los tiros ya que Momoi, aparte de ser parte de la ayudante del entrenador, era la hija del dueño del equipo en el que él jugaba. Si su padre pretendía llegar a alguna clase de acuerdo con el padre de la chica, no iba a conseguirlo, él estaba enamorado de Daiki, no tenía ojos para nadie más y nada iba a cambiarlo.


No quería darle el gusto a su padre de pasar la noche con Momoi pero le supo mal marcharse de allí al verla tan nerviosa y emocionada. Ahora entendía su extraño comportamiento de esa tarde, no tenía ni idea de que estuviese interesada en él. ¿Cómo iba a decirle que había ido allí engañado y dejarla ahí plantada? No quería hacerle daño, ella no tenía la culpa de que la hubiesen involucrado en aquella estratagema así que decidió quedarse, aunque después le diría que pese a haber sido una agradable velada, prefería no mezclar placer con negocios.


Akashi pasó la cena tratando de ser lo más cordial posible a la vez que intentaba no alentar a la chica, no quería darle esperanzas pero en el momento de tomar el postre, Momoi le pilló desprevenido.


- Toma, prueba este trozo de tarta, está buenísimo – le dijo la chica metiendo una cucharada de su postre en la boca del pelirrojo sin que a éste le diera tiempo a reaccionar.


 


Akashi se sacó la cucharilla sorprendido pero se sorprendió aún más cuando la chica aprovechó su desconcierto para plantarle un beso en los labios, sin saber que esa escena había sido observada por un par de ojos azules. Aomine había presenciado aquel momento meloso y no le había sentado nada bien.


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