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Baloncesto callejero por Fullbuster

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Notas del capitulo:

Aviso: Por motivos de las fiestas Navideñas, este fic se va a detener las actualizaciones hasta enero. El resto de fics continuarán con sus actualizaciones previstas. Disculpad las molestias, un saludo a todos.


Atte: Kaoru Himura y Fullbuster

Desde que su detective de confianza, Kurata Akira, le había comunicado la terrible noticia de que la antigua pareja de su hijo había dado a luz un niño que llevaba la sangre de los Akashi por sus venas, había estado más irritado y malhumorado de lo normal. No podía creerse que ese aspirante a jugador de baloncesto se hubiese atrevido a no tomar ningún tipo de precaución cuando mantenía relaciones sexuales con su hijo sabiendo que podía concebir.


La primera vez que le contaron la noticia no se lo creyó, pensó que era alguna estratagema de su hijo para que aceptara finalmente su relación con un hombre. Era imposible que eso fuese verdad pero conforme fue descubriendo que había más hombres que tenían esa predisposición genética a poder quedarse embarazados, no le quedó más remedio que creerles. Incluso así, se siguió oponiendo a la relación que Seijuuro mantenía con ese don nadie.


Jamás intervino directamente en su noviazgo con la intención de que rompieran porque sabía que su hijo se hubiese puesto de parte de Aomine y perdería su poder y control sobre él, pese a que podía manipularle en casi todo. Hubiese perdido ante las hormonas y el buen sexo que le debía proporcionar ese chico a Seijuuro para que su hijo creyese estar enamorado y estuviese tan enganchado a él.


La verdad es que cuando prácticamente le ordenó conseguir la plaza en la NBA, no lo hizo con un propósito oculto ni pretendía que aquello causase la ruptura entre ellos. Él fue el primero en sorprenderse cuando se percató de las jugadas que realizaba su hijo contra su propia pareja. No se esperó que sus palabras le hubiesen calado tanto como para que fuese capaz de ir a por la persona que decía amar y había defendido tantas veces ante su presencia. Pero no se iba a quejar, había matado dos pájaros de un tiro: su hijo consiguió el puesto en un equipo de la NBA y se libró del incordio que era Aomine.


Cuando ese chico apareció a las puertas de su casa proclamando que llevaba en su interior un hijo de Seijuuro, no se lo creyó. Estaba convencido de que lo hacía por venganza, como su hijo le había arrebatado la oportunidad de ganar un contrato multimillonario arruinando sus planes de ser rico, pensaría que de esa forma conseguiría el dinero que deseaba. Pero ese plan también se le fue al traste porque Masaomi no iba a caer en un truco tan viejo, seguramente ni siquiera estaba embarazado o eso fue lo que pensó en aquel momento.


No pudo ser más feliz cuando vio que se largaba de allí sin tener éxito en su estafa gritando que no le buscasen ni a él ni a su hijo nunca, que ese crío era solamente suyo desde ese momento. Había estado muy tranquilo y alegre todos esos años sin tener noticias de él pensando que nunca más estaría relacionado con su familia... hasta ahora.


Enterarse de que todo lo que dijo la última vez que le vio era cierto había sido la peor noticia que había recibido en años. No podía arriesgarse a que Seijuuro se enterara, si lo hacía trataría de darle su apellido a ese crío, de hacerle un miembro legítimo de la familia Akashi. Pero él no estaba dispuesto a tal ofensa y vergüenza, sus negocios podrían resentirse por culpa de los cotilleos e incluso un compañero podría echarse hacia atrás en el trato que había pactado a espaldas de Seijuuro para prometerlo con su primogénita. Unirse a esa familia era muy rentable ya que tenía empresas muy importantes a nivel mundial y si se casaban, podrían fusionar una de ellas con alguna de su propiedad sacando grandes beneficios.


Debía librarse de esa amenaza que suponía Aomine y su hijo antes de que el daño fuera irreparable así que en cuanto salió de la sede central de una de sus empresas, ordenó a su chófer que condujera hasta la casa de Aomine indicándole la dirección que aparecía en la carpeta que le había dado Kurata y que sostenía en ese preciso instante entre sus manos.


Conforme se fueron alejando del barrio financiero adentrándose en los barrios de clase más baja a la suya, su cara se iba contrayendo en una mueca de disgusto. Mientras miraba por la ventana pensaba cómo era posible que su hijo hubiese sido capaz de preferir vivir en un lugar así cuando aún mantenía su relación con Aomine que en el residencial de alto estatus donde tenía su mansión.


Pero su cara se descompuso cuando finalmente llegaron a la zona donde vivía Aomine ahora y vio la destartalada cancha de baloncesto. Si esa parte del barrio estaba en esas condiciones, no quería ni imaginarse cómo sería el resto. Si el ayuntamiento tenía pensado invertir una parte de la partida de sus presupuestos en renovar ese lugar, les diría que sería un mal negocio, lo mejor que podían hacer era echarlo abajo y construir algo que le proporcionase beneficios en su lugar.


Salió de sus pensamientos cuando sintió que el coche se detenía frente a un edificio de apartamentos cerca de esa cancha. Pensó que realmente ese chico había tenido que elegir el peor sitio para vivir de toda la ciudad. Salió del vehículo cuando su chófer le abrió la puerta y buscó en los archivos el número del apartamento de Aomine para después ir hasta él.


Cuando estuvo frente a la puerta, dio unos ligeros golpes en la puerta con cara de asco para después sacar un pañuelo de tela de su bolsillo y limpiarse los nudillos que habían entrado en contacto con la madera. Mientras lo hacía, escuchó que unos pasos se acercaban al otro lado hasta oyó cómo alguien descorría los cerrojos y abría la puerta dejando ver a la persona que Masaomi menos soportaba en ese momento.


A Aomine le cambió la cara al ver quién se había presentado quedándose petrificado al reconocer a la persona que estaba frente a él. ¿Qué hacía el padre de Akashi allí? Seguramente no sería para nada bueno, por eso su sorpresa se transformó en enfado casi al instante.


- ¿Qué os ha dado a los miembros de tu familia por hacerme visitas inesperadas? Ni una tarjeta navideña en todos estos años y ahora aparecéis en mi casa o en mi trabajo para molestarme – le soltó sarcástico.


- Te puedo asegurar que no es una visita de placer, créeme. Preferiría estar en cualquier otro lugar antes que… en esta… pocilga– le contestó inspeccionando el lugar con desagrado - ¿Vas a tener la educación de dejarme pasar o es que no te enseñaron tus padres a ser cortés con tus invitados?


- Me lo enseñaron muy bien pero es que tú no eres mi invitado – le contestó malhumorado – Cómo han cambiado las tornas, recuerdo que la última vez que hablamos, estábamos en la situación del otro y me dejaste en la calle como a un perro así que creo que estás muy bien donde estás ahora mismo.


Masaomi apretó los labios furioso pero se contuvo para no soltarle una grosería, no iba a rebajarse a su nivel.


- ¿Vas a decirme a qué has venido o me vas a hacer perder el tiempo? Tengo cosas más interesantes que hacer que aguantarte – le dijo Aomine sacando de quicio a Masaomi.


- Bien, iré directo al grano aunque hubiese preferido hacerlo resguardado de miradas indiscretas – decía mientras sacaba del interior de su chaqueta un pequeño papel rectangular y se lo extendía a Aomine – Toma, por fin vas a tener lo que siempre has buscado. Toma este dinero y lárgate lo más lejos de la ciudad y de Seijuuro con el crío ese que tienes.


La ira comenzó a recorrer su cuerpo cuando entendió que le estaba sobornando pero lo que más le cabreó fue el tono despectivo que había usado para hablar de su hijo. Eso no se lo iba a tolerar. Cogió el cheque y se lo estampó en la cara provocando que Masaomi perdiera el equilibrio cayendo de nalgas al suelo.


- No te atrevas a venir a mi casa después de la forma en que me trataste la última vez para insultarme con tu asqueroso dinero. Jamás lo quise y mucho menos lo voy a querer ahora así que mejor se lo das a tu hijo para que se vuelva a Estados Unidos y nos deje en paz a mí y a mi hijo. Tuvisteis vuestra oportunidad de formar parte de nuestras vidas y la pisoteasteis así que no tengáis ahora la cara dura de venir a alterarlas a vuestro antojo – le gritó furioso – No os atreváis a acercaros a nosotros – le dijo con tono amenazante antes de cerrar la puerta de un portazo.


Era increíble, nueve años sin saber nada de esa familia y aparecían todos ahora. Aomine se metió hacia el interior de la casa escuchando por enésima vez el ruido de su teléfono sonando. Estaba tan cansado de recibir esas molestas llamadas.


- Papá, siguen llamándote – dijo Daisuke mirando el teléfono vibrar sobre la mesa.


- Deja que suene.


- ¿Y si es alguien importante?


- Yo no conozco a nadie importante – le dijo Aomine – Venga, termina de comerte eso que llegarás tarde a jugar con Tetsu.


- ¿Sabes que hoy viene el tío Kise a jugar?


- ¿En serio? – le preguntó Aomine con dudas – Increíble. Creía que estaba en Bruselas en ese desfile de modelos.


- Ya ha vuelto – le dijo sonriendo – y va a enseñarme a driblar, así ganaré a Kagami por fin – comentó contento y Aomine sonrió.


- Seguro que sí, Kise es muy rápido en sus movimientos. Te enseñará bien.


El teléfono volvió a sonar justo cuando tocaban a la puerta. ¿Qué ocurría hoy? ¿Todo el mundo se había puesto de acuerdo para buscarle? Aomine cansado fue hasta la puerta y miró por la mirilla primero por si acaso volvía a ser el padre de su ex novio. Al ver a Kise al otro lado sonrió y abrió la puerta.


- Vaya… ¿A quién tengo en mi puerta? Al modelo más cotizado del mercado – sonrió Aomine y Kise sonrió también.


- Deja las bromas, Aomine – sonrió - ¿Dónde está el enano? Tenía una cita conmigo, voy a enseñarle cómo vencer a Kagami.


- Aún te queda mucho para ganarle – comentó Aomine sonriendo.


Kise entró por la casa saludando con efusividad a Daisuke que se comió todo enseguida para poder irse a jugar con ese rubio que acababa de aparecer. Aunque les habría gustado hablar sobre el tema de Akashi, con su hijo delante Aomine prefirió callarse y Kise no mencionó nada, ya hablarían en otro momento.


Kise se llevó enseguida a Daisuke y Aomine cogió finalmente la llamada de su jefe. Siempre era demasiado insistente. Descolgó colocando el teléfono en la oreja.


- Dime.


- Por fin contestas.


- Lo siento, estaba ocupado.


- Te estoy esperando desde hace más de una hora.


- Enseguida iré.


- Te espero donde siempre. Entra cuando llegues.


Aomine se cambió de ropa con rapidez y cogiendo las llaves, salió de su apartamento cerrando. Odiaba cuando quedaba con su jefe, pero no le quedaba más remedio, tenía trabajo gracias a él y cobraba bastante bien para poder mantener la casa. Su jefe… antiguo entrenador de Slamball y ahora su jefe en ese bar donde iban la mayoría de los deportistas de la ciudad.


Tuvo que coger el metro y se dirigió hacia el centro de Tokyo. Pocas veces iba al centro, únicamente cuando tenía que trabajar. El metro iba lleno de gente  pero al menos no tenía que ir muy lejos. Al bajar caminó durante unos quince minutos hasta llegar a un lujoso hotel donde el recepcionista al verle acercarse le sacó una de las tarjetas.


La cogió resbalándola por la mesa y se fue hacia el ascensor mirando la tarjeta de la habitación. Presionó al último piso una vez dentro del ascensor y subió prácticamente solo hasta la suite. Debía admitir que su jefe tenía mucha suerte en la vida y mucho dinero que aprovechar. Tal y como le dijo, no tocó a la puerta y entró con la tarjeta encontrándose a su jefe allí tumbado en una camilla mientras una chica le masajeaba la espalda.


- Por fin llegas, Daiki – le llamó con mucha confianza – podéis retiraos.


La chica se marchó y también se fue el camarero que había estado por allí sirviendo el vino. Takumi se levantó de la camilla cogiendo ambas copas de vino y dándole una a Aomine que dudó si cogerla o no. Finalmente lo hizo aunque no bebió, no le gustaba el vino y le recordaba demasiado a Akashi. En las fiestas universitarias él siempre pedía vino mientras Aomine era de cervezas.


- Vamos, sígueme – comentó Takumi caminando hacia el cuarto.


Aomine dejó su copa sin probar encima de la mesa y entró hacia el cuarto quitándose la chaqueta que llevaba y lanzando posteriormente la camiseta al suelo dirigiéndose a la cama.


- Tan rápido como siempre, Aomine.


- Ya sabes que no me gusta perder el tiempo – comentó tirándose en la cama - ¿Acabamos ya?


Takumi se tumbó a su lado en la cama y le tocó la mejilla con delicadeza intentando sonreír. Tantos años tratando de acercarse a ese indomable chico y ahora que lo tenía, seguía deseando más de él, algo que él jamás le daría, su corazón. Había puesto esa barrera helada en sus emociones e impedía a cualquiera entrar en ella.


- De acuerdo, acataré tus reglas – comentó Takumi.


La verdad es que aún tenía esperanzas de que ese chico fuera completamente suyo pero por ahora, tan sólo podía disfrutar de lo que él le dejaba, su cuerpo. Era un chico difícil y aunque le habían dicho que había estado de cinco a seis años con Akashi, el mejor jugador de la NBA, seguía sin entender cómo aquel chico pelirrojo y bajito había conseguido domar a alguien como Aomine.


Takumi se desabrochó su cara camisa blanca y desanudó la corbata quitándoselo todo dejándolo con sumo cuidado encima de una de las sillas. Aomine le miraba intrigado, su jefe siempre había sido muy quisquilloso con cómo trataba su ropa, no le gustaban las arrugas en ella.


Se tumbó encima de Aomine y aunque éste le apartó la cara al verle tan cerca, Takumi la agarró con su mano obligándole a mirarle mientras acercaba sus labios a los suyos besándole con pasión, introduciendo su lengua en busca de la de Aomine. El moreno cerró los ojos y quiso estar muy lejos de todo aquello, trató de pensar en Akashi, sólo había sido de él.


Pensó cómo cambiaban las cosas en la vida mientras sentía las manos de su jefe recorrer su cuerpo, mientras sentía aquella lengua jugar con sus pezones y dejarle suaves besos por todo su pecho. Jamás pensó que acabaría en una situación así. Cuando empezó a salir con Akashi, creyó que él sería el único en su vida, al único al que dejaría entrar en él y ahora su orgullo estaba por los suelos, ya ni siquiera era la sombra de lo que una vez fue el altanero Aomine y todo porque la vida le había hecho madurar a pasos agigantados. Tenía que mantener a su hijo y por él haría lo que hiciera falta.


Aomine ni siquiera quería tocar a su jefe, simplemente se quedó allí tumbado dejándose manosear con los ojos cerrados para no verle, para poder imaginarse a Akashi. Escuchaba los jadeos de su jefe cuando entró en él, cuando se movía en su interior y le obligaba a abrir más las piernas para entrar más profundo. Quería que aquel chico gimiera, pero Aomine sólo se contenía como siempre, se mordía el labio y pensaba que estaba muy lejos de allí pese a que su cuerpo temblaba ligeramente por el placer.


Cuando su jefe acabó, Aomine abrió los ojos viendo cómo se quitaba el preservativo tirándolo a una papelera de la habitación. Se dio la vuelta en la cama mirando hacia un lateral tratando de acurrucarse. Aún no podía creerse hasta dónde había llegado y se sentía asqueado de sí mismo. Takumi se acercó a él rozando con el dorso de su mano la mejilla del moreno y tapándole con una manta.


- Siempre tan silencioso, Aomine. ¿Cuándo me regalarás tus gemidos?


- Ya te lo dije, no puedo ofrecerte nada, para mí el amor y el sexo son sólo palabras vacías – le dijo Aomine.


- Aomine… sigo esperando tu respuesta, no he cambiado de parecer. Cásate conmigo y arreglaré tus deudas, vivirás sin preocuparte por el dinero ni por el trabajo, yo pagaría lo que necesitaseis tú y tu hijo.


- No tengo aún una respuesta, lo siento – dijo Aomine sin mirarle.


- Piénsalo, Aomine. Soy la solución a todos tus problemas. Tengo que trabajar, quédate en la habitación, ya la he pagado. Puedes ducharte antes de marcharte. Te veré esta noche en el bar.


Takumi le besó por última vez antes de terminar de arreglarse y dejar un taco de billetes sobre el colchón frente a los ojos de Aomine. Salió de la habitación dejando a Aomine desnudo únicamente tapado con aquella colcha de la cama mirando los billetes. Se sentía tan sucio en aquel momento, se estaba vendiendo por unos billetes pero ya no sabía qué más hacer. Pensó seriamente si no sería mejor aceptar aquella propuesta porque él ya no creía en el amor, jamás volvería a sentir nada así y, al menos, casado con Takumi su hijo tendría posibilidades de llegar a ser alguien importante en la vida, jamás le faltaría nada y él… podría dejar de ser la puta de su jefe para ser su esposo, alguien respetable y no lo que ahora era en sus manos.


Se levantó para ducharse y se quedó durante largo tiempo bajo el agua frotándose con fuerza con una esponja hasta arañarse la piel, aún así seguía sintiéndose demasiado sucio. A veces se preguntaba qué le había ocurrido a aquel Aomine fuerte y arrogante que no se dejaba manipular, ese había desaparecido dejando en su lugar una imagen que no le gustaba. Salió mirándose en el espejo, ni siquiera se podía reconocer en él. Aquel día de la prueba de la NBA, Aomine desapareció dejando solamente a este chico solitario y perdido, este chico embarazado que haría lo que fuera por su hijo.


Salió de la habitación con la toalla enrollada en su cintura y caminó hasta la habitación cogiendo los billetes y mirándolos como si fuera el dinero más sucio de su vida. Cuando escuchó unas voces, se alarmó y salió hacia la zona del salón viendo que su jefe debía haber encendido la televisión y se le había olvidado apagarla. En las noticias estaba Akashi dando una entrevista, hablando sobre la NBA, sobre Estados Unidos y lo agradecido que estaba de aquella oportunidad. Le miró con cierta tristeza recostándose sobre el respaldo del sofá y miró los billetes en su mano.


- Al menos a uno de los dos le ha ido bien en la vida – susurró cogiendo el mando de la televisión y apagándola para ir a cambiarse.


 


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