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Contrariamente atrayente por ZAHAKI

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Notas del capitulo:

Bueno, creo que no tengo excusas para justificar mi tardanza. En mi defensa, sólo me limitaré a decir que salió un viaje de trabajo inesperado y literalmente no tuve vida esta semana. Fue horrible con todas sus letras.

Bueno, ya me dejo de contarles mis desdichas. Disfruten el capítulo y perdonen de antemano cualquier error. Juro que lo leí pero hay varias partes que me chocan un poco, pero si no lo publicaba no podía seguir con mi vida(?

Contrariamente atrayente


-Codicia-


Dégel, una vez más, no sabía qué pensar; no obstante le correspondía admitir que en ese momento su juicio no estaba en las mejores condiciones para hacer conclusiones.


La brisa de la madrugada se plantó frente a él a la salida del local como una pared invisible. Era fresca y alentadora, pero reflejaba una ominosa soledad que provocó una incomodidad poco propia de él a pesar del leve entumecimiento de sus sentidos por el catalizador etílico. Lanzando una rápida mirada, ubicó a su acompañante verificando concienzudamente su estado, y no hizo falta más que una breve ojeada para determinar que cualquier rastro de lucidez se quedó en la mesa dentro del bar.


Fuertes trompicones estamparon a Kardia contra el barandal de la entrada logrando que –no sobra decir que milagrosamente- se mantuviera en pie, aunque de una manera bastante precaria a opinión del francés, quien no reprimió la expresión de vergüenza ajena que causaba aquel espectáculo. Más fastidiado que compadecido, le ayudó a bajar los cinco escalones que dividían el establecimiento del nivel de la calle.


— ¿Hacia qué parte vives?


Dégel parpadeó rápidamente, impresionado de que el griego aún pudiera armar una oración coherente aunque la misma estuviera compuesta de pocas palabras.


—Al sur…—respondió volviendo poco a poco en sí. ¿Kardia no estaría pensando en…?— No es necesario que me lleves—se adelantó a la pregunta que su pensamiento no se atrevió a completar—. De hecho, no me parece que estés en condiciones de conducir.


Kardia dejó escapar una risa seca tintada en una altanería que no concordaba con su evidente embriaguez y, apoyándose en el auto que reconoció de Manigoldo, el griego comenzó a hacer esfuerzos para ubicar las llaves del mismo dentro de sus bolsillos. Las llaves bailaron juguetonas en los torpes dedos de Kardia, haciéndole soltar algunos gruñidos inentendibles y no fue hasta después de varias maldiciones que éste presionó el botón que desactivaba la seguridad del vehículo para decepción del francés que deseaba fervientemente que nunca hubiera abierto.


No era como si Dégel no tuviera la opción de salir a la avenida principal y buscar un taxi, pero la parte aún operativa de su cerebro le plantó frente al otro. Dejar a Kardia en ese estado-y más después de que los vieran salir juntos-, no le parecía la mejor manera de actuar después de que habían tenido la amabilidad de celebrar su ingreso aunque el mismo pareciera una mera excusa para salir de copas. Por supuesto, su compañero no se escapaba del título de irresponsable, no podía tener otro al comprobar la manera en la que bebió a sabiendas que conduciría.


Las llaves volvieron a burlarse de la capacidad motriz de Kardia, que respondió lanzando una atípica variedad de juramentos cuando intentó introducirlas en la abertura de encendido. Harto, somnoliento y no estaba de más decir que peligrosamente irritado a pesar de que sus facciones se mantuvieron estoicas, decidió intervenir. Con absurda facilidad, movió a su acompañante al asiento de copiloto y aunque las quejas no tardaron en hacerse presentes, una mirada bastó para que el otro pasara saliva y le dejara asumir el control. Hubiera deseado regocijarse en la sensación de victoria que aquella nimia reacción provocó, pero no tenía los ánimos ni la paciencia para posponer un necesario descanso.


La voz de Albafica irrumpió en su cabeza como un relámpago: "Alguien tiene que cuidar a los niños". Tenía sentido pero, ¿por qué él?


Con una inclinación de su muñeca, el auto ronroneó unos instantes para que a una orden de velocidad se pusiera en marcha y saliera del estacionamiento, el cual para su suerte ya se encontraba bastante despejado. A Dégel le tomó un par de minutos orientarse en la zona para trazar mentalmente la ruta de salida hacia alguna vía reconocible sin necesidad de usar el GPS.


— ¿Hacia dónde voy? —preguntó con la mirada puesta al frente.


No hubo respuesta.


Con la tensión tirando poco a poco de sus sienes, lo vio. Sus sospechas fueron confirmadas con una fugaz mirada hacia el asiento adyacente. El bufido exasperado abandonó sonoramente su garganta antes de que el pensamiento de irascibilidad se asentara por completo en su cabeza. Los intentos por obtener información sustancial por parte de Kardia no fueron algo más que inútiles, pues éste se dedicaba a pegar la cabeza contra la ventana y seguir dormitando ajeno a lo que sucedía a su alrededor.


Tras preguntarle en varias ocasiones la dirección y teniendo como resultados balbuceos inentendibles que no le daban ni siquiera una idea de la ubicación solicitada, decidió que lo mejor era ir a un lugar conocido en vez de vagar por la ciudad desierta quién sabe por cuánto tiempo. Por supuesto que Dégel pudo haber llamado a alguno de los compañeros para preguntar por la residencia de Kardia y dejarlo allá junto al carro prestado, pero una inspección a su reloj de pulsera desechó sus intenciones de inmediato a la imagen de la manecilla corta en dirección a un tres cursivo y dorado. Lo que menos quería era importunar.


Luego de casi media hora de indecisión improductiva, hizo lo que a su juicio era mejor: Condujo a su departamento y debido a que él tenía más sentidos en funcionamiento, le tocó asumir a Kardia y llevarlo consigo.


La tarea resultó ser más complicada de lo que había imaginado. No era simplemente andar por la ciudad con un auto que no era suyo y hacer los esfuerzos necesarios para identificarse en la seguridad del conjunto residencial en el que habitaba. A todo lo anterior se le había sumado la más incómoda de las situaciones: el difícil traslado del griego a su apartamento. Kardia no representaba más que un peso muerto a causa de la borrachera y por ende, llevarlo a costa resultó ser una labor titánica, además de tener que soportar los repentinos despliegues de euforia que provocaron más de un tambaleo innecesario que removió el licor en su organismo.


Para el momento, había perdido la cuenta de todas las pausas que tuvo que hacer cuando sentía que sus pensamientos se removían y las paredes se difuminaban con los tenues resplandores de las luces de los pasillos. Respiraba profundamente, parpadeaba y continuaba cuando sentía que todo volvía a asentarse en el lugar que debería estar aunque al instante volvieran a removerse con los esfuerzos de Kardia por payasear.


El idiota mencionado despertaba repentinamente, reía, hacía comentarios (que por Dios esperaba que un sueño profundo provocado por el adormecimiento etílico borrara de sus recuerdos para siempre) y para esas alturas Dégel comenzaba a tener fuertes sospechas de que estaba siendo víctima de una broma de muy mal gusto. Por momentos se reprendía de paranoico, pero las anécdotas de Albafica lograron un efecto de alarma que no dimitía con ningún pensamiento racional que pudiera evocar.


Mientras esperaba a que el ascensor llegara a su piso y mantenía a Kardia apoyado contra sí, éste pareció despertar de uno de sus sueños de no-quería-saber y estudió el lugar con más curiosidad que atención. Lo ignoró por completo, de cualquier modo hacía mucho que se había rendido a la posibilidad de llevarlo a su casa aunque reuniera la capacidad lingüística necesaria para dar una dirección decente, no ahora que comenzaba a resentir con mucha más fuerza el cansancio y alcanzaba punto crítico debido al estrés mental.


—Si sigues oliéndome el cuello dormirás en el pasillo—amenazó, aunque algo le dijo que eso era un esfuerzo inútil, el otro no parecía entender lo que decía o en todo caso se fingió ignorante. Por algún motivo la segunda opción no se le hacía paranoica.


Ingresó a su departamento tardándose más de lo normal a causa de la nula colaboración de Kardia por mantenerse de pie y cerró la puerta empujándola con el cuerpo para evitar perder dominio sobre el del otro que llevaba a cuestas. La oscuridad le recibió en el eco de su hogar, pero nunca había sido un problema sabiendo de memoria la ubicación exacta de cada una de sus pertenencias, que a groso modo consistía en un mueble de dos espacios monopolizando el centro de su sala, un par de muebles individuales a cada lado y entre ellos destacaba una sobria figura femenina con un manto a medio poner que cubría un hombro y un seno, y terminaba enrollándose en su cadera; descansando sobre una mesita de patas cortas.


No tardó más de tres segundos en ubicarse, así que cuando tuvo el otro cuerpo seguro con sus manos asidas a los costados, comenzó a caminar dirigiéndose a un pasillo en el extremo derecho, justo detrás de uno de los muebles individuales. Kardia volvió a reaccionar levantando la cabeza y mirando a su alrededor con algo parecido a la extrañeza. Dégel no se molestó en explicar, sabía que eso sólo iría a parar a tierra estéril en los recuerdos de un ebrio. En la mañana daría memoria y cuenta de los hechos si los mismos eran solicitados.


—Bonito lugar…—halagó Kardia portando una sonrisa tonta y resoplando risillas. Dégel respondió con un insonoro resoplido— ¿Dejarás que me quede aquí?


— ¿Tengo otra opción?


Kardia resopló otra risa baja, entibiándole la mejilla antes de volver a esconder el rostro en el hueco del cuello de Dégel. Seguía sin encontrarle la gracia al asunto, pero la lejana voz de sus pensamientos le recordó que entender a ese hombre era una causa perdida.


 


En el momento en el que abrió los ojos, ocurrió algo curioso. Tuvo dos pensamientos.


El primero era con respecto a la hora al notar que el día había comenzado hacía varias horas antes, como mínimo. Y el segundo: ¿En dónde carajos se encontraba?


A medida que todos sus sentidos comenzaban a desperezarse una idea acudía arrollando a su mente tras otra, sin siquiera darle la oportunidad de asimilarlas por separado. Le tomó varios parpadeos acostumbrarse y que los rayos solares no le cegaran, y para esos interminables segundos de adaptación se permitió calmarse y reparar en lo que le rodeaba para dilucidar alguna idea de su desconocida ubicación.


Le saludó una pulcra habitación tapizada de colores verdosos en diferentes tonos, sobria, en aparente desuso por el ligero olor a polvillo y guardado. Palmeando bajo él, logró captar la suavidad de las sábanas, quizás cambiadas para su pernocta además del olor a nuevo del colchón en el que descansaba, indicando su nulo o en su defecto, poco uso. La primera impresión comenzaba a instalarse en él con una atípica tranquilidad aunque el ruido de sus pensamientos se empeñaba en revolotear incansables junto al zumbido agudo que martillaba en sus orejas y latía en sus sienes como si la sangre arremetiera en sus venas clamando por alguna vía de escape.


Respiró hondo, pero eso sólo acrecentó su ansiedad. ¿De dónde coño sacaba Asmita que eso ayudaba a relajarse? Para Kardia eso sería un misterio que lo perseguiría hasta después de la muerte, de eso estaba seguro. Lentamente, volvió a abrir los ojos, reuniendo toda su fortaleza para ubicarse y trazar el curso de acontecimientos hasta llegar a ese momento, donde todo era una película que se hacía borrosa y luego no había nada. La juerga del viernes estaba completa y sin contratiempos hasta cierto karaoke ochentero patrocinado por Dohko, pero por lo demás sencillamente no podía estar seguro si formaba parte de sus memorias o en definitiva eran los efectos de las alucinaciones etílicas.


El griego se permitió soltar el aire retenido, en la habitación no había señales de sexo, así que podía irse tranquilizando y despidiendo de la idea del momento incómodo de preguntar a quién sea dueño del lugar por su nombre. Porque seguro estaba de que ese departamento no era propiedad ni del idiota acosador ni del chino, quienes eran los únicos que le permitían quedarse en su casa. No había dolor, así que podía decir que su dignidad y sus órganos estaban intactos.


"Rompiste tu record, Kardia" se halagó intentando hacer cuenta de en cuántas casas ajenas había amanecido ya (contando incluso de las que había sido vetado).


Un par de titánicos intentos le tomó el incorporarse. No era la peor de todas las resacas que había tenido, pero demás estaría decir que la zorra le había atacado sin clemencia.


Al momento en el que sus pies hicieron contacto con el frío suelo, su cuerpo sufrió una fuerte contracción que le obligó a retraerse y pensar varias veces antes de volver a intentarlo. ¿A qué temperatura estaba el aire acondicionado? El titiritar de su cuerpo se mantuvo otros tantos segundos al igual que el cosquilleo de su piel erizada que se arrastraba por su espalda y que terminó despertándole por completo. Esto sólo reafirmó su necesidad de orientación.


Decidido a enfrentar la realidad sabatina post-juerga, vagó perezoso y tambaleante hacia la salida de la habitación. Los retumbes estremecían su cabeza con cada pisada, su garganta escocía flameante ante la necesidad de ser hidratada y el golpe gravitatorio que experimentaban sus fluidos revueltos le hicieron maldecir entre dientes. Sabía que se había vuelto a exceder y aunque pronunciara injurias y promesas de moribundo de no volver a hacerlo, sabía también que el lamentable episodio terminaría olvidado una vez se sintiera recuperado.


Kardia se encontró a sí mismo frente a la primera encrucijada del día. Parpadeó una vez y tras mirar alrededor intentando ubicarse fallidamente, volvió a posar la vista en dos puertas frente a la habitación donde había dormido. Si bien no destacaba por su innato uso del sentido común, él no necesitaba ser Albafica o Shion para saber que tras una de esas dos debía encontrarse el baño, así que obedeciendo gustosamente a los instintos y la primaria necesidad de vaciar su vejiga, optó por la que tenía más próxima.


Su vista se posó sobre un espejo, un espejo que además de mostrarlo a él, exponía celoso y petulante el reflejo de alguien a medio vestir.


La mirada de Kardia se deslizó con absurda lentitud desde las pupilas violáceas hasta una extensión pálida, a los pequeños sombreados que se difuminaban entre los pliegues de los cuadritos de un abdomen bien definido que nacían de un vientre plano y trabajado. Su escrutinio mal disimulado siguió el recorrido de un escasísimo tejido de vello oscuro que brotaba de un ombligo pequeño y que trazaba un camino que se incrementaba a medida que descendía y bordeaba celosamente los límites de un pantalón de liga blanco e impoluto.


Al fin pudo ser capaz de exhalar el aire, percatándose –más segundos de los necesarios más tarde- que su actitud podría dejar mucho qué desear.


Para cuando las frecuencias cardiacas habían tomado un ritmo normal -cosa difícil a decir verdad-, comprobó no sin breve pasmo que Dégel no pareció afectado por su extraña irrupción. El francés se había tomado unos segundos, viéndole a través del reflejo que el espejo le brindaba y sin girarse. Kardia no sabía si éste había reparado en su actitud o se lo atribuyó a la impresión o la resaca; no obstante la sensación de sentirse atrapado despertó en él un nerviosismo poco habitual. El otro prosiguió sin cambiar de expresión y pasó los brazos por las mangas de una camisa, dejando que el efecto de la gravedad hiciera el trabajo por sí mismo y cubriera su media desnudez.


Kardia sintió el irreprimible impulso de explicarse ahora que su voz podía coordinar una frase entendible.


—Creí que era el baño—la sed se hizo más evidente y molesta haciéndole mostrar una mueca de incomodidad. La voz se había escuchado áspera y débil, y su garganta lo resintió obligándole a pasar saliva sin que esto provocara verdadero alivio.


El otro aún frente al espejo se dedicó a extraer la larga cabellera que había quedado atrapada en la camisa con una agitación que rompió el breve silencio al chocar contra el aire.


—No te preocupes—el tono no indicaba molestia, sino una indiferencia que a Kardia le inquietó—. Es la siguiente puerta. Dejé tu ropa sobre la lavadora.


Experimentando un nuevo shock y obedeciendo al impulso que provocó la última frase, descendió la mirada sobre su propio cuerpo reparando que efectivamente sólo llevaba puesto el bóxer.


— ¿Me desvestiste? —preguntó sin haberlo pensado siquiera.


—No quería que la habitación apestara a licor y vómito—cortó de inmediato ahora girándose mientras recogía un desorden imaginario, cambiaba de lugar algunas prendas y corregía posiciones de objetos que Kardia no lograba identificar un uso verdaderamente útil.


Los recuerdos del griego con respecto al resto de la noche eran confusos. Tan sólo esperaba no haber hecho nada que le costara una reparación de mucho dinero, tenía varios antecedentes al respecto y por los mismos tenía prohibidas las visitas a ciertos compañeros en alegre estado, entiéndase bebido.


— ¿Cuáles son los daños?—preguntó intentando mojarse los labios con saliva, pero su lengua estaba tan seca y áspera que dicha acción resultó inútil. Dégel no pareció entender su pregunta en el momento porque se limitó a enarcar una ceja interrogativo— ¿No arruiné nada? Dijiste que vomité.


—No—respondió Dégel con un atisbo de diversión tan rápido que Kardia pensó que lo había imaginado—. Logré llevarte al baño a tiempo.


Sin saber cómo reaccionar, terminó asintiendo a pesar de que Dégel decidió enfocar su atención en otros objetos de su habitación. Anteriormente, se había quedado en casa de Manigoldo, pero él era casi como de la familia del italiano y podía desplazarse en la residencia a placer. Una extraña sensación de cohibición lo abrumó un momento, confundiéndolo; y en reacción se limitó a salir y cerrar la puerta con un ruido sordo. Dando un rápido vistazo alrededor, pudo notar que efectivamente sus ropas se encontraban perfectamente dobladas –incluyendo líneas de planchado- en el sitio que indicó su anfitrión.


Una vez que hubo entrado al baño, lo primero que notó fue que su aspecto no era el mejor de todos y le tocó reconocerlo cuando se vio frente al espejo. Eso nunca había sido algo a lo que hubiera dado especial atención anteriormente; sin embargo una voz en su cabeza le recordó que pocas personas le habían visto en tan deplorable estado. El agua fría frotándose contra su rostro fue un buen aliciente para comenzar a colocar las cosas en su sitio, entre esas, bajarse el sopor de saberse en el departamento del analista sin que su cabeza pudiera crear una secuencia natural que condujera a ese presente.


Desfachatadamente despejado mientras vaciaba el líquido innecesario de su sistema en el inodoro con un sonido satisfecho que brotó de su garganta, se permitió dar un vistazo un poco más largo a su alrededor, descubriendo en el proceso diferentes artículos de higiene. La pulcritud del baño y lo que había dispuesto en él se le antojaba verdaderamente conveniente para quitarse la sensación pestilente de ebriedad que estaba seguro que destilaba, aunque su sentido olfativo estuviera imposibilitado de apreciarlo. De cualquier modo, dudaba que Dégel se molestara si hacía uso pleno de ese lugar.


Midiendo el área de la ducha y acomodándose para no salpicar la ropa limpia que había llevado consigo, probó suerte con la primera llave incitando que su garganta se abriera en exhalar sin medida una fuerte maldición, la cual fue suficiente para que segundos después Dégel tocara la puerta.


— ¿Todo bien?


A pesar de que aquel sonido era amortiguado por la madera que dividía la estancia y el chorro helado de agua que le latigueaba la piel, Kardia notó sin esfuerzo que la voz del francés era igual de impersonal que cuando se reunieron. No era posible que no pudiera afectarle un posible desastre en su baño o él estaba siendo especialmente paranoico al recordar como Albafica andaba tras de Manigoldo para evitar daños irreparables en su residencia.


—Mierda Dégel—gruñó a mandíbula apretada removiéndose incómodamente para alcanzar la ducha y sellar el paso de agua. Lo cierto era que había sido suficiente castigo—. ¿Cómo te bañas con esta temperatura? Creo que mi pene acaba de desaparecer.


Del otro lado de la puerta, el francés se burló suavemente causándole una pequeña satisfacción—Encenderé el calentador, yo por lo general no lo uso.


Kardia no demasiado dispuesto a quedarse sin el miembro del que tanto se enorgullecía, esperó; la propuesta era para él bastante atractiva. Dégel tocó un par de veces anunciando su entrada y él respondió con un gruñido desganado y sin importancia. La puerta se abrió suavemente y quien se coló fue Dégel con toalla en brazos.


—Dejaré esto por aquí—anunció antes que procediera a inclinarse hacia una puerta deslizable que mostraba el aparato en cuestión —. Ya está encendido, debes abrir ambas llaves para regular la temperatura si no quieres quemarte.


Kardia deslizó un poco la puerta que separaba el área de ducha del resto del baño, asomando medio cuerpo—Nah, así está bien—respondió despreocupado—. Mi cuerpo soporta altas temperaturas.


Dégel se giró a verle en ese momento sin pretender extender más de lo necesario su estadía. La figura goteante de Kardia y su piel tostada se veía erizada por los efectos del agua fría, los músculos tensos bajo una gruesa capa de piel morena escurría gotitas que sonaban al impactarse contra la baldosa. Haciendo acopio de sí mismo e ignorando un poco la ligera vergüenza de la tranquilidad con la que Kardia le observaba con embobado agradecimiento, giró la cabeza en dirección a la puerta.


—Espero que no me hagas lidiar con quemaduras de ninguna especie—sentenció y se aproximó a la puerta recargándose contra ella cuando salió del baño.


Tenía calor.

Notas finales:

Con respecto al final, tenía pensado agregarle otra escena pero luego de varios intentos e inconformidades decidí suprimirla. Espero sepan disculparme si el cierre se siente muy abrupto.


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