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Contrariamente atrayente por ZAHAKI

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo.

Quería publicar esto cuanto antes. La universidad comenzó esta semana y me han bombardeado de trabajos, libros, ensayos y más cosas. Es una puta locura que tras un paro quieran recargar en los estudiantes la negligencia gubernamental al no otorgar el respectivo presupuesto a tiempo, pero ni modo, es lo que nos toca: llevar, aguantar, llorar y aceptar que veremos el contenido de seis meses en dos.

En fin, con este capítulo tuve ciertas dudas de cómo hacer para que se aclimatara al pecado capital que estaba trabajando, pero creo que de alguna manera lo logré. No hay demasiado qué decir, sólo es Kardia teniendo flojera de ponerse a hacer su parte del trabajo, así como estaré yo a partir de lunes después de unas vacaciones de un mes. (No quiere volver al trabajo).

En fin, ya me dejo de joder. Espero que les guste

Contrariamente atrayente


-Pereza-


 


El fin de semana pasó rápido.


Tan rápido que Kardia no tuvo la oportunidad de tan siquiera aburrirse entre dormir y rascarse el vientre, ignorando las ganas que sentía de descender aún más sus manos y estirar un poco los vellos en su zona genital antes de comenzar a halar su falo. Conocía esas sensaciones pero al fin había logrado rezagarlas en un rincón de su cabeza, al igual que la imagen de cierto francés en el espejo.


Dando un bostezo que indicaba toda la somnolencia de la que en ese momento era víctima, extrajo de la guantera una pequeña llave tipo sensor que introdujo en un orificio para acceder a un conjunto de edificios, que a pesar de ser ostentoso, no eran los de mayor categoría de la ciudad. La persona a la que iba a buscar, por supuesto, podía pagarse algo de mayor categoría y tanto a él como a la mayoría de sus compañeros, les tocó aceptar todas las convenientes razones que expuso Manigoldo cuando decidió rentar en ese sitio, el cual quedaba a pocos minutos del centro.


Lo que el italiano llamaba con orgullo “zona estratégica”. Una zona que casualmente quedaba cerca de donde residía cierto compañero de ambos.


En breves instantes, estuvo en el bloque doce y dando un vistazo a la hora, comprobó que aún tenía el tiempo holgado para la marcada hora de ingreso. El cómo Kardia había logrado madrugar después de pasar la noche dando vueltas y más vueltas en su cama, para él seguía siendo un misterio, no obstante le correspondía admitir que eso no garantizaba que se mantuviera despierto si descendían sus niveles de actividad durante el día.


Ágilmente, aparcó en el lugar habitual y se introdujo al complejo dedicándole un asentimiento de cabeza como saludo al vigilante, puesto que era conocido en el lugar, ya no era necesario que presentara identificación de ninguna especie.


Kardia hundió una mano en su bolsillo para obtener otro sensor parecido al anterior, llamó al ascensor y presionó el número hacia el piso cuatro una vez estuvo dentro. Cuando estuvo frente al departamento, dio dos golpes y seguido de un “Ya voy”, se abrió la puerta, dejando ver a alguien que acababa de salir del baño e intentaba hacer milagros con su cabello.


— ¿Madrugaste?—preguntó extrañado Manigoldo, quien se encontraba vestido sólo con un pantalón a medio poner y una toalla en los hombros que recogía la humedad de los desordenados mechones. Acto seguido, el italiano le cedió el paso a Kardia para que ingresara.


—Se me quitó el sueño temprano—respondió mientras dejaba ir un bostezo que enfatizaba el riesgo que esto implicaba para su actividad laboral aún no iniciada—. Pero ahora no sé cómo carajos hacer para mantenerme despierto—y mientras hablaba sus pupilas se desviaron hasta el pómulo izquierdo de Manigoldo, dejando entrever una curiosidad poco disimulable.


— Ah, ¿esto? —Comprendió el italiano de inmediato y se acarició con un gesto de molestia la mancha oscura en la zona señalada— Alba-chan tiene un gancho derecho envidiable.


—Y tú de masoquista que lo provocas—replicó haciendo notorios los signos de pereza.


Manigoldo rio un poco. Kardia no le encontraba y dudaba que algún día pudiera encontrarle sentido al humor que le causaba las violentas reacciones de Albafica, pero él no sería el que le comentaría lo patético que en ocasiones se veía. Si su amigo estaba feliz con eso, ¿a él qué le importaba a fin de cuentas? Por algo volvía a molestar al otro hombre, reiterando prácticas que eran de público conocimiento que le airaban. En realidad, comprendía la molestia reacciones de Albafica ante la exasperante actitud de Manigoldo en ocasiones.


Manigoldo retomó la labor de arreglarse. Procedió a colocarse una camisa manga larga oscura que abotonó hasta la mitad de su pecho al tiempo que iba de un lado a otro con evidente desorientación. Kardia observó los objetos personales desperdigados por el apartamento. Una corbata usada que casi se perdía tras el sofá, un reloj de pulsera en la mesita que estaba junto al ventanal, un cinturón negro enrollado en un esquinero, la billetera a punto de ser tragada por los cojines del mueble individual. Él reconocía que no era amo del orden, de hecho, era tan o más desordenado que su amigo, pero siempre sabía dónde dejaba sus cosas sin necesidad de hacer un tour por toda su casa para ubicarlas.


—Aún queda café.


Kardia sin hacerse de rogar, fue a la cocina a servirse una taza y agregó dos cucharadas de azúcar aunque ya sabía que tenía. Necesitaba energía, se instó al tiempo que agregaba otra, cerciorándose de que su sistema recibiera suficiente glucosa para mantenerse en movimiento varios minutos.


— ¿Me esperabas?—exclamó casual notando que había más del narcótico líquido del que el residente solía preparar.


De algún lugar del apartamento, Manigoldo contestó: —Tenías que venir a buscarme sino querías perder el derecho sobre mi auto.


Kardia siguió removiendo la azúcar en su café y un zumbido atrajo su atención. Escaneó rápidamente la cocina y fue a dar con el causante que parpadeaba y vibraba con intensidad en el mesón que dividía el recibo del comedor. Kardia se acercó con tranquilidad para tomar el aparato cuya pantalla revelaba varias llamadas perdidas y un mensaje de texto.


—Tienes varias llamadas perdidas. Alguien debe necesitar tu trasero—comentó Kardia dejando el móvil en el mismo lugar—. Por lo general, conmigo insisten sólo un par de veces.


—Eso es porque nadie te necesita—replicó Manigoldo—. Además, no estamos en horario laboral.


Kardia se encogió de hombros restándole importancia. Si era llamada de trabajo o no, no era su asunto, pero una docena de ellas, incluso a él, le parecía inquietante. Despejó su cabeza de ese asunto y condujo sus pasos hasta el baño, dónde encontró a su compañero librando una batalla; de antemano perdida, con su alborotado cabello. Kardia sonrió con la mitad de la boca, apoyándose en el umbral.


—Ya ríndete, bastardo. Tus genes te torturarán hasta el día de tu muerte—con lo increíble que el viejo Sage tenía la melena, Kardia nunca alcanzaría a entender cómo carajo Manigoldo había obtenido un cabello tan rebelde y sin forma aparente.


Manigoldo estudió una vez más su aspecto frente al espejo y suspiró con desgano. Tendría que desistir de la idea de domarlo alguna vez, así que sonrió restándole importancia para proceder a abrochar los botones restantes de su camisa.


—Déjalo ser que es mi mayor encanto.


A Kardia le quedaban serias dudas al respecto. En definitiva su idea de encanto difería en demasía de la de su amigo o éste tenía gran autoestima, no sabría decirlo con certeza. Decidió dejarlo correr mientras le daba paso al otro para que terminara de ubicar sus pertenencias, tomando por último el teléfono antes de dirigirse a la puerta. Las cejas del griego se enarcaron con extrañeza al ver que Manigoldo se quedó repentinamente estático cuando vio la pantalla, pero no le hizo falta pensar demasiado para imaginar lo que había pasado.


Merda!—exclamó en italiano al tiempo que presionaba rápidamente un par de veces sobre la pantalla y estampaba el móvil contra su oreja. Un evidente nerviosismo se apoderaba de los dedos de Manigoldo que apretaban y movían las llaves de departamento una y otra vez— ¡Alba-chan! —Exclamó— ¿Que si lo olvidé…? Claro que no… ya iba en camino, pero ya sabes que el estúpido tenía mi auto…


Kardia alzó una ceja. ¡Qué ganas de dejarlo en evidencia! Manigoldo quien sintió su mirada lo miró rápidamente sobre el hombro y su expresión de oveja que se dirige resignada al matadero hizo que Kardia se encogiera de hombros articulando mudamente un “haz lo que quieras”.


— Eh… sí, claro—continuó el italiano con un leve tembleque en la voz que denotaba que estaba perdiendo la batalla contra Albafica—. ¡Por supuesto que no! Digo…, no mi vida. No te respondí antes porque el celular estaba en la chaqueta y no la tenía puesta… ¿Que si estoy en la calle? ¡Claro! ¡Pero si ya voy en camino! ¿Por quién me tomas?


Kardia se hartó de la pelea y se dirigió hacia la puerta seguido de Manigoldo, quien continuaba conversando por el móvil con expresión frustrada.


—Ya sé que tu auto está en el taller. Sí, sí y ya sé que prometí que te llevaría al correo para que le enviaras el paquete a tu papá. No necesitas recordarlo, Alba-chan…—más suspiros frustrados amenizaban la espera del ascensor— ¡Maldición, dame cinco putos minutos y estoy allá! No te enojes... Te quiero.


Kardia rodó los ojos e ingresó al elevador. Dudaba que Albafica se haya despedido con un «Te quiero» también y la verdad, le cedía razón si no lo hacía.


Manigoldo le dirigió una mirada a Kardia y éste entendió sin esfuerzo.


—Diré que me quedé dormido, pero te aseguro que no te saldrá barato.


 


Después de todo aquel drama matutino, quien condujo hasta el trabajo fue Manigoldo al reparar en la somnolencia de Kardia. No tenía intenciones de abandonar el mundo antes de que viera su gloria por culpa de un estúpido accidente a manos del idiota. Ambos tuvieron que forjar una historia bastante elaborada para que Albafica dejara de aplicarle la ley de la indiferencia al italiano, en otras palabras, Kardia asumió la responsabilidad en plenitud.


Los sacrificios que debe hacer un amigo…


—Más te vale que Albita no se enoje conmigo, soy adicto a su té vespertino—reclamó el griego descendiendo del auto.


—Deja la payasada—respondió el otro con calma. Kardia lo observó con indignación. No parecía ser la misma persona del perro faldero que hace minutos había restregado la mejilla en la mano de su pareja, rogando por su perdón—. Alba-chan no es rencoroso.


—Habla la voz de la experiencia—refunfuñó.


De cualquier modo, comprobó que Manigoldo no exageraba cuando decía que Albafica era particularmente histérico en cuanto a los asuntos de su padre se refería. Si el paquete que iba enviar a quién sabe qué parte del mundo no era suficiente prueba, no sabía qué más lo sería. No quería ni preguntar qué carajo le enviaba al tal Lugonis.


Para cuando ambos ingresaron en las instalaciones de la compañía, saludaron como de costumbre, hicieron comentarios hoscos a Sísifo que llevaba más y más expedientes, seguido de El Cid y su imperturbable seriedad. Aspros salió al paso también, sorprendiéndose de lo inusual de la hora de llegada de los recién llegados, eso pudieron saberlo por cómo los observó y verificó en su reloj de pulsera sin disimulo a pesar de que se guardó cualquier comentario al respecto.


— ¡Ah, Plagio!—llamó Manigoldo adelantándose varios pasos para darle alcance.


—La copia es el otro, idiota—corrigió Kardia—. Éste es el original.


—Da igual, son idénticos.


Aspros resopló, impaciente— ¿Me llamabas para verificar cuál de los dos éramos?


—No. Sólo quería decirte que tú y tu duplicado nos hicieron falta el viernes.


El aludido sonrió con la mitad de la boca sin molestarse en ocultar su escepticismo—Conociéndolos, dudo que tan siquiera se acordaran de que Defteros y yo existíamos a la tercera copa.


— ¡Hombre de poca fe!—exclamó Kardia con drama al tiempo que el trío se internaba en el ascensor— Al menos considera que fue a la quinta.


—Eso sería conveniente—continuó Aspros mientras revisaba rápidamente los documentos de una carpeta que llevaba, verificando que estuviera la cantidad que requería—. Sería de muy mal gusto que con tan solo un par de copas se hayan metido en pleitos de cantina.


Los otros dos movieron la cabeza sin comprender, al menos no de inmediato, la insinuación de Aspros, pero pronto Kardia lo captó y se vio en la imperiosa necesidad de explicar lo acontecido como la novedad de la semana.


— ¿Esto?—dio un par de cachetadas amistosas donde aún destacaba el golpe en la morena piel de Manigoldo.


— ¡Maldito que todavía me duele!—se quejó, pero Kardia siguió ignorándole para dar memoria y cuenta al otro. Después de todo, no sería ni el primero ni el último en relatar el emotivo y afectuoso encuentro de los amantes en el bar.


—Esto es a lo que se llama violencia doméstica—explicó—. Peleas maritales de la linda parejita, lo de siempre.


Aspros ensanchó la sonrisa, ahora dirigiendo toda su atención a Manigoldo, que enfurruñado se tocaba con los dedos la zona previamente agredida.


— ¿Volviste a pisar el jardín de Albafica cuando estabas borracho?


Oh, eso nunca lo olvidarían. Había sido la comedia del mes. Hasta los de las sucursales del resto de la ciudad se habían enterado de aquello y fue cuando la relación entre esos dos fue confirmada aunque ninguno lo dijera abiertamente. Sólo vivían a su manera sin dar cuenta de su privacidad a pesar de que en ocasiones se escaparan ciertos gestos y miradas frente a sus compañeros.


—Lo llamó “hermoso”—informó Kardia y Aspros abrió los ojos con sorpresa, parecía no decidir si mirar a Kardia o Manigoldo para comprobar que efectivamente había escuchado bien.


— ¿Cómo es que sigues vivo?—preguntó preso de una sincera impresión.


—Mejor pregúntale cuánto tiempo piensan dejarlo en abstinencia por eso.


— ¡¿Ya quieren dejar de joder?!


 


Cuando llegó a su escritorio, dejó caer el maletín sobre éste y no pudo evitar que la confusión le empañara por unos momentos las facciones. Los documentos que se deslizaron fuera de la protección de cuero comenzaron a identificarse en su cabeza tan sólo tras varios segundos de reconocimiento.


Recordó que al subir al auto de Manigoldo a tempranas horas, había guardado la famosa carpeta de Dégel en su maletín por temor a olvidarla, sin embargo, esto no fue lo único que atrajo su atención.


La propuesta del francés resaltó sobre la suya, opacándola por completo en cuanto a pulcritud y enfoque. Al tipo sin duda le gustaba ir por presas grandes, aunque de una manera mucho menos agresiva que a la que él estaba acostumbrado. Ahora que su cabeza se había despejado un poco y comenzaba a sentir una ligera empatía –que nada tenía que ver con la pálida figura que se seguía quemando en su cabeza-, podía ver mejor las intenciones del analista.


Kardia frunció el ceño, mientras mordía la única uña larga que usaba para tocar la guitarra. Podía ver que en efecto, las cifras con un trabajo organizado en algún momento terminarían volviéndose a su favor en ganancias netas que los harían monopolizar gran parte del mercado internacional. Sin duda, era tentadora la propuesta, pero para él seguía pareciendo que dos años de inversión era excesivo para una empresa con fuertes gastos administrativos.


La idea de Dégel no terminaba de convencerle, pero admitía que si lograba persuadir sus dudas en cuanto al tiempo, presentaría un plan que el viejo Sage no dudaría en tomar. Sabía además que si quería buscarle el revés, debía poner toda su atención en ello, pero en sus condiciones, dudaba que fuese capaz de elaborar un plan que cubriera sus expectativas.


Se masajeó el entrecejo unos momentos, sintiendo que toda su somnolencia se intensificaba con las líneas rojas que resaltaban en su proyecto como si quisieran hipnotizarle. Definitivamente así no podría hacer absolutamente nada y mucho menos si cada vez que pensaba en las intenciones laborales de Dégel, sus pensamientos terminaban llevándole al recuerdo de éste semidesnudo o a la insinuante voz que se deslizaba a través de su auricular.


Kardia enterró todos los dedos de su mano izquierda en el cabello y lo apretó con fuerza tratando de instalar una concentración aceptable, mas tan pronto como lograba reunir algo de compostura, la resolución se escurría como agua entre los dedos.


Era inútil, todo perdía sentido frente a los vividos recuerdos de un orgasmo solitario que le dejó atontado y pensativo durante casi toda la noche.


—Cualquiera que te viera, diría que en verdad estás trabajando—el recién llegado se dejó caer frente a él. No levantó la cabeza, pero movió las pupilas en su dirección y luego volvió la mirada hacia los papeles que tenía dispuestos en su mesa. Manigoldo rio perezosamente echándose un poco hacia adelante, colocando la barbilla en el dorso de su mano— Oh, ¿en serio lo estás estudiando?—observó con un atisbo de sorpresa.


En respuesta, Kardia asintió—No es del todo una locura, pero es un dolor de bolas ejecutar todo esto para ganancias lejanas.


Se notaba la inconformidad en su voz, de cualquier manera, Manigoldo ya sabía lo que le molestaba a su amigo de este tipo de proyectos a largo plazo. Todos lo sabían en realidad. La ansiedad de esperar para ver resultados le ponía de un humor insoportable.


—Acciones contundentes, ganancias rápidas—completó Manigoldo—. Así trabajas tú, como un maldito ludópata. Lo que no deja de sorprenderme es que lo estés tan siquiera considerando.


Kardia aún de cara al documento dejó entrever una sonrisa enigmática—Dime Mani, ¿realmente crees que sólo trabajo por ganancias rápidas?


El mencionado dejó su rostro estático por unos momentos hasta que una sonrisa juguetona comenzó a dibujarse en sus labios. El negociador de su empresa sin duda iba por peces grandes, pero el pez que al parecer representaba un reto para Kardia, no se basaba en los números que sin dudar, incrementarían el capital de la empresa, sino en la persona que le acompañaría en semejante travesía. Para ser sincero, no se esperaba un cambio tan serio en las intenciones de su amigo, pero suponía que le vendría bien agregarle algo de adrenalina a sus proyectos además de las utilidades correspondientes.


—Eres un maldito pillo—dijo finalmente con la sonrisa cómplice bailándole en el rostro.


Kardia siguió sonriendo, firmando un pacto consigo mismo de elaborar algo que le dejara satisfecho y a su vez, siguiera las recomendaciones de Dégel, pero ese no sería el día en el que se dedicara a ello. Todavía estaba a tiempo de presentar su propuesta a la junta directiva como para ponerse a improvisar planes con su nula concentración.


— ¿Yo?—respondió al cabo de algunos segundos— Sólo soy alguien que se preocupa de hacer bien su trabajo.


Manigoldo hizo una mueca despectiva, obviamente sin creerle el teatro. Nadie se lo creería en realidad. Kardia procedió a archivar toda la documentación en un folder nuevo y lo resguardó en la primera gaveta de su escritorio, la cual cerró bajo llave. Al instante recordó que tenía una excusa para darle una visita al analista, y que a su vez, reavivó el recuerdo de la llamada compartida la noche pasada. Sonrió de una manera extraña que no pasó desapercibida a los curiosos ojos de Manigoldo y tomando la carpeta contra sí, observó a su amigo.


—Vamos al departamento de análisis—pidió señalando la carpeta con la barbilla—, pero después de un café expreso—dijo con pereza, reprimiendo otro bostezo.


— ¿No será que sólo quieres saltarte el trabajo, malnacido?


Se encogió de hombros—Da igual. Estoy con el hijo del presidente ¿no?


—Aprovechado de mierda.


—Yo también te quiero.


 


Kardia no esperó a que Dégel lo volviera a citar.


Eran pasadas las once de la mañana cuando se dirigió a paso altivo y veloz a la zona de trabajo del francés, encontrándose con que él y Albafica sostenían una conversación aparentemente amena, la cual murió apenas notaron su presencia.


Por supuesto, fingió no reparar en ello.


— ¿Tiene tiempo, mi estimado francés? —Dijo a Dégel, quien mostró una breve estupefacción. Kardia la ignoró un momento para dirigirse al acompañante de éste— Albita, mi vida ¿cómo te tratan los borrachos destruye jardines?


Albafica resopló y Kardia comprendió sin esfuerzo que seguía enojado por lo de la mañana, cuando lo dejó en la empresa de correspondencia.


—Me tratan mejor que sus insolentes amigos, gracias—dijo con sarcasmo.


Albafica no sabía cuántas veces le diría a Kardia que no le llamara así, pero en cierto punto se había cansado de pedírselo, así que optó por aguantarlo o ignorarlo hasta que dijera su nombre correctamente. Cabía destacar que eso no siempre tenía éxito. El griego era molestamente insistente cuando se lo proponía.


Kardia satisfecho por al menos obtener una respuesta –aunque sea irónica-, dirigió su atención total a Dégel—Te tengo una propuesta, te juro que no es indecorosa así que… ¿tienes tiempo?


El aludido le observó en silencio unos instantes antes de responder. ¿Eran impresiones suyas o estaba más serio de lo habitual? Kardia divagó un momento pensando en qué había hecho para molestarle además de la conversación telefónica, que hasta donde recordaba, había sido completamente correspondida.


—Depende—contestó Dégel al fin. Estaba completamente neutral y disipando cualquier rastro de incomodidad en su rostro—. Sólo si es de trabajo y si te reservas cualquier adjetivo afectuoso.


Kardia expuso sus dientes con una amplia sonrisa, comprendiendo que era casi tan arisco como Albafica.


—Creí que nuestras diferencias se habían arreglado en tu apartamento.


Dégel desplegó los ojos para disfrute de Kardia, y al mismo tiempo, Albafica tosió incómodo notando que comenzaba a sobrar en la conversación, se retiró despidiéndose cortésmente de Dégel y rodándole los ojos a Kardia cuando dirigía sus pasos al pasillo que daba hacia su departamento.


—Deja el trabajo en el trabajo y lo demás en su lugar—respondió indemne Dégel al quedarse solos—. Uno no debe afectar el otro.


Auch—se fingió dolido llevándose una mano al corazón—. Cómo sea—continuó tomando el asiento que había abandonado Albafica momentos antes—, quería anunciarte que comenzaré a prepararme para la próxima ronda.


— ¿“Ronda”? —repitió no entendiendo en el momento a lo que se refería Kardia hasta que su mirada recayó en la carpeta que traía consigo. Era una copia de las correcciones que le había hecho en la reunión y que necesitaba para completar un esquema en el que llevaba una semana trabajando. Volvió la vista al griego, disminuyendo el tono y la actitud defensiva— Te recuerdo que no estamos peleando, Kardia. Sólo hago  mi trabajo.


Kardia no pudo evitar pensar en lo bien que se escuchaba su nombre con la voz contraria, lo que le dejó en jaque durante algunos segundos donde su mirada se perdía en las delgadas facciones que enmarcaban el atractivo rostro de Dégel.


Pasó saliva, recuperándose de su embobamiento—Intenta no verlo todo con tanta frialdad…—pidió con expresión tranquila y mucho más recuperado. Dégel se mantuvo inmune a tan despreocupada aproximación y tamborileó con sus dedos en el escritorio en un tenue gesto de impaciencia—. De acuerdo, de acuerdo. ¿Cuándo podríamos reunirnos nuevamente?


Dégel parpadeó y una contracción en su labio inferior pareció una sonrisa que no tuvo el valor de mostrarse. Kardia lo observó con algo de ansiedad, comenzando a mover la pierna con insistencia, queriendo hacerse con más de aquellos atisbos de sorpresa, que había buscado sin ser verdaderamente consciente de ello. Los dedos del francés habían dejado de entonar la melodía del fastidio y ahora se entretenían deslizándose por el borde del teclado como si no pudieran quedarse quietos repentinamente.


—Cuando estés listo, aquí estaré…


Kardia le dedicó una amplia y despreocupada sonrisa al tiempo que dejaba sobre la mesa el folder por el que había llamado Dégel la noche anterior.


—Entonces, será una cita—cercenó, acercando la carpeta hacia la mano del francés hasta que sus dedos hicieron un suave contacto.


—Una cita de negocios—recalcó con poca convicción. Dégel retrajo los dedos en acto reflejo y tomó la carpeta acercándola a sí mismo.


Evocó la conversación telefónica y sintió que la respiración le pesaba al pensar en la profundidad de la otra voz, las figuras de su abdomen, las formas pronunciadas de sus anchos hombros húmedos. Fingió enfocar su atención en los documentos, sintiéndose inesperadamente ansioso. No recordaba haber experimentado con tanta fuerza un nerviosismo tal, no obstante, tuvo suficiente dominio para no dejar muestras de ello.


O eso quería pensar.


Una aroma, específicamente, una colonia que no le pertenecía, inundó sus sentidos. Ahogándole, viciándole. No se sentía con valor alguno para alzar la mirada y comprobar sus suposiciones, pero a esas alturas sería bastante absurdo querer negar lo que sucedía a su alrededor, negar que su vida estaba siendo tambaleada sin permiso dejando en frágiles bases toda su perfecta construcción.


—Puede ser simplemente una cita si me dejas…


Dégel estuvo a nada de saltar en su asiento cuando la voz de Kardia golpeó su oreja. Tenía la impresión de sentir en sus oídos el galopar desbocado de su corazón apretándose en su pecho al punto de aturdirle los pensamientos. Hundido en su asiento, elevó la mirada queriendo buscar un significado que pudiera despejar sus dudas, que diera forma a los extraños pensamientos que martirizaban sus sueños, un significado a esa abrupta ansiedad de ser atizado en un vendaval de emociones; pero cuando lo hizo, Kardia se encontraba abandonando el espacio sin mirar hacia atrás.

Notas finales:

Sí, yo tampoco sé qué pasó. No me lo explico, estaba drogada(?

Cómo sea, ya sólo queda un capítulo y me siento ligeramente ansiosa. Hacía mucho que no escribía algo de varios capítulos y no sé si he logrado recuperar la elasticidad en eventos que antes me caracterizaba. Me he vuelto una inconformista de mierda con mis escritos, pero confieso que me ha encantado hacer cositas de este fandom. Igual gracias a mi esposa (Para ella es su esposa aunque siga diciendo que la ignora por jugar RPG's), que me motivó a participar en este fandom.

Te quiero, nena

Bueno, nos vemos en el capi final.


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