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Contrariamente atrayente por ZAHAKI

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Notas del capitulo:

¡Hola!

En vista de que tuve algunos días libres, decidí sentarme con seriedad a editar este capitulo final antes de que mi vida vuelva a absorberme y no me permita nada. Me da algo de nostalgia, pero creo que ya era tiempo de finiquitar a este bebé que fue mi primer proyecto en este fandom y el cual creo que le tendré mucho cariño por un buen tiempo, de cualquier modo, es hora de arrancar con nuevas ideas.

La verdad no tengo mucho para comentar y no quiero hacerles perder el tiempo leyendo mis divagaciones.

Sin más, enjoy!

Contrariamente atrayente

-Orgullo-

 

—Un año.

Estaría de más decir que Dégel no había visto venir eso, para el momento, se encontraban fuera de las instalaciones de la oficina, oferta que por demás le había parecido absurda. Él no había querido perder el tiempo en una conversación que tarde o temprano iba a tener que llevarse a cabo con carácter de obligatoriedad, así que no veía el porqué del cambio de escenario planteado por su acompañante. No obstante, accedió a almorzar con él y discutir la propuesta, pero que aquello no tuviera ni pies ni cabeza comenzaba a parecerle irritante en un modo difícil de controlar.

— ¿Disculpa?—fue su inteligente respuesta.

Kardia no tardó en rodar los ojos, haciendo epítome de su característica impaciencia.

—Te digo que acepto tus correcciones siempre y cuando elaboremos este plan para el plazo máximo de un año.

Respiró.

Su rostro de porcelana no se movió en lo absoluto, pero era evidente que había una tensión en su mandíbula que le impedía mantener su expresión neutral. Respiró nuevamente, invocando la calma que ese hombre lograba arrebatarle con tan ridícula facilidad. No podía permitirse perder la compostura aunque ese personaje frente a él le hiciera la labor ridículamente difícil.

— ¿Por qué?—inquirió tras varios segundos de silencio.

—Porque así trabajo y no me siento cómodo al esperar tanto por resultados.

Una respuesta sencilla y curiosamente esperada de alguien tan terco, ni siquiera debió haberse tomado la molestia de preguntar. Dégel no sabía qué pensar. La tensión en su rostro comenzaba a doler, ese tipo podía llegar a ser irritante cuando se lo proponía. El único movimiento en sus facciones fue una ligera estrechez en sus ojos.

—Eso no es suficiente motivo para presionarse—intentó hacerle razonar mientras empujaba el marco de sus lentes, dejando la mano atravesada por unos momentos para ocultar su descontento—. Todo plan debe tener una contingencia y lo que tú propones es demasiado agresivo y arriesgado. No tenemos solidez para una propuesta de esa magnitud en tan poco tiempo.

—Y este paso es el que nos dará la solidez a futuro—insistió Kardia.

—Es demasiado pronto—dijo con la tensión haciendo pesadas sus palabras.

— ¿Ya decidieron su orden, caballeros?

Dégel apenas fue capaz de reconocer que estaban en un restaurant francés. El protocolo exhibido por el mesonero, el acento que terminaba en un tenue vibrato y ciertos detalles le hicieron caer en cuenta de ese hecho. Reponiéndose del impacto que le produjo saberse en un lugar de su dominio, dirigió una rápida mirada hacia Kardia, entendiendo al instante por su ancha sonrisa, que aquello formaba parte de unos planes a los que él no le encontraba sentido.

—Esperaba que pudieras recomendarme algo, cariño.

El galo volvió a empujar sus lentes mientras con la otra mano recibía el menú y no pudo evitar preguntarse si su acompañante tenía el morboso placer de provocarle justamente cuando había personas a su alrededor. Pasó saliva con disimulo, llevándose cualquier aspereza que pudiera haberse acumulado. ¿Algún día podría acostumbrarse a que le tratara de esa manera?

—No recuerdo haberte dado permiso para llamarme con esa confianza—espetó al sentirse repuesto, dejando entrever un notorio pero bien controlado tinte de irritación. Bajó la mirada a la carta y no se tardó mucho en decidir qué comer, pidiendo dos platillos iguales antes de despedir al mesonero, quien tuvo la suficiente cortesía de hacer oídos sordos a las provocaciones que  Kardia le prodigaba.

—Si quieres podemos dejarlo para después de la comida.

La propuesta tenía sentido para él, pero no quería darle oportunidad a ese hombre de generar más incertidumbres en su vida. Kardia era un huracán que desordenaba todo y se iba sin siquiera ser consciente de la revolución que causaba, y eso era algo que no estaba dispuesto a permitirle. Él tenía un límite para los acercamientos y no los necesitaba de alguien que parecía aprovecharse de su brillante encanto para cerrar los negocios y encandilar sus sentidos con el objeto de salir favorecido en los análisis.

Dégel negó con suavidad, respondiendo a la propuesta emitida por su acompañante segundos antes.

—En lo absoluto—dijo con tono desdeñoso a pesar de que sus facciones seguían permaneciendo inamovibles—. Me interesa saber cómo piensas lograr semejante hazaña.

—No es tan difícil si lo ves desde un sentido práctico. Oh bueno—se interrumpió a sí mismo Kardia al reparar en la magnitud de sus palabras—, sí es algo difícil, pero es un reto que estoy dispuesto a asumir.

— ¿Crees que esto es alguna clase de competencia?—Dégel no pudo seguir condescendiendo semejante tranquilidad y muestra de inmadurez— Te recuerdo que esto no es un juego, Kardia.

La voz del francés se sintió como un látigo helado en la espalda del griego, quien repentinamente se sintió desencajado ante la muralla tan sólida con la que se encontró. En su cabeza esa reunión se iba a desenvolver de una forma un tanto más relajada, sin embargo seguiría manteniendo su posición y no se amedrentaría a la frialdad que Dégel le dedicaba y de la cual no se sentía merecedor.

—No cambiaré mi modo de pensar y mucho menos me conformaré con seguir tus planes al pie de la letra. Tengo mis criterios.

— ¿“Criterios”? ¿Realmente puedes considerarlo criterios cuando evidentemente lo único que deseas es llevarme la contraria?

— ¿Qué…? ¿De dónde demonios sacas eso, Dégel?

Dégel se permitió una sonrisa prepotente antes de contestar. Si hubiera tratado un poco menos con Kardia tal vez hubiera creído esa expresión de desconcierto, pero en tal punto, ya era imposible que cayera con eso.

—Conozco a los de tu clase. Se creen el rey de la selva y cuando sienten su posición amenazada prefieren lanzar zarpazos ciegos y morir llevándose a cualquiera consigo antes de perder su posición. No eres difícil de leer.

Uno, dos, tres… Dégel se mantuvo a la espera de la explosión de una rabieta o algo por el estilo.

— ¿Eso es lo que verdaderamente crees?

Confundido ante la inesperada reserva de Kardia, la máscara fría en el rostro de Dégel se descongeló mostrando verdadera confusión a pesar de que tan pronto como sus emociones fueron develadas, las vistió con un vaho de lacerante seriedad.

—Sí.

 El plato de su orden cayó delante de él al mismo tiempo que la de Kardia. Ninguno de los dos hizo caso a las recomendaciones que dictaba el mesonero en cuanto a la carta de bebidas que disponía la casa.

—Entonces no hay nada que discutir—Kardia rodó la silla tras de él y se levantó con completa calma dejando pagas ambas comidas. Dégel, por supuesto, intentó objetar pero la manera en que respondió el griego le hizo desistir de inmediato—. Yo fui el que te invitó así que no te molestes. Disfruta la comida, yo perdí el apetito.

Lo único que pudo hacer fue observar la ancha espalda de Kardia alejarse mientras en su estómago se formaba un desagradable nudo que le obligó a dejar el plato intacto, tal cual como lo había dejado el que acababa de retirarse.

.

.

En los días sucesivos al evento en el restaurant, no conversaron ni siquiera para un saludo.

Kardia no se había manifestado y los comentarios fuera de lugar habían cesado por completo. Bajo otras circunstancias, hubiera asegurado que aquello era una sorprendente e inequívoca muestra de inmadurez, no obstante, otra parte de su cerebro atizonaba con tenues recovecos de las palabras que escupió sin freno. A Dégel le tocó, muy a su pesar y con gran esfuerzo, reconocer que no había sido precisamente sutil a soltar la imagen que tenía del negociador.

Respiró con la intención de focalizarse, decidido al fin; o al menos intentando, que aquel hecho no tomaría la trascendencia requerida para arrebatarle la tranquilidad, como cualquier cosa que no tuviera que ver con su trabajo. Se dispuso a erradicar los recuerdos tan pronto como su espalda se enderezó apoyándose contra la curveada forma de la silla, e irguiendo su postura con resuelta calma, dictó órdenes a su cabeza para calmar la inquietud que le producía aquel fenómeno conocido como remordimiento. El hecho de que no haya medido sus palabras en aquella disputa no significaba que no pensara eso de Kardia, de cualquier modo dudaba mucho que su imagen fuese a cambiar a esas alturas.

Encendió su computador como de costumbre, ignorando el hecho de que le tomó más minutos de los necesarios organizar la agenda mental que se había establecido de camino a la jornada, la cual ahora juzgaba bastante insignificante pero con acciones que a final de cuentas serían significativas tras sumarse a otras. Decidido a ignorar su descuido, fue a la primera actividad, mentalizado en que la misma daría paso a otras tantas inherentes que al menos lo mantendrían ocupado el resto del día sin distracciones. Su primera víctima fueron los flujos globales desde lo macro a lo micro y la relación e incidencia con el estado actual de la compañía, las tasas de interés y las proyecciones económicas en los distintos sectores económicos relacionados a la actividad comercial.

Nada de lo que acontecía era un distractor significativo para su fría cabeza. O al menos eso quería creer.

Poco menos de un cuarto de hora se dedicó a su trabajo con innata dedicación cuando se dejó escuchar la estridente y anormalmente alta voz de Kardia alrededor, situación que una vez más había terminado tomándole por sorpresa y que para cuando quiso ignorar su presencia, reparó en que ya era demasiado tarde y sus ojos se habían deslizado de manera mecánica desde la pantalla de su ordenador a aquel ser de facciones toscas y discordantes, cuyos movimientos exagerados parecían querer representar algo que estaba lejos de su entendimiento a un sonriente Dohko y un muy interesado Aldebarán.

Con alarmante velocidad, los números en su pantalla acompañados de las diferentes flechas ascendentes y descendentes perdieron sentido para Dégel, quien ahora se encontraba con la mirada dispuesta a los anchos hombros y las bamboleantes manos que competían a las de un artista cómico, sin embargo hubo algo que terminó por desatar una amarga sensación que le hizo estremecer los delgados labios que había entreabierto sin darse cuenta.

Ni una sola vez obtuvo tan siquiera una mirada por error.

La tenue desazón que se instaló en su garganta pronto fue apagada por la repentina epifanía, por ese descubrimiento y desconocimiento a sus propias acciones, lo que le ayudó a colocarse de nuevo en frío balance. Siendo sincero, no se creía merecedor de tanta indiferencia y tal pensamiento le dio la resolución de dedicarse a responder de la misma manera, resistiéndose con fuerza a caer en el patético juego al que el otro (tal vez sin pretenderlo) quería hacerle partícipe. El francés no tenía intenciones de dar gusto de ningún tipo y mucho menos si Kardia pretendía incomodarle con el elevado volumen de su voz, la irracional historia que parodiaba o la manera en la que sus músculos en movimiento interrumpían todo para robarle segundos de atención.

Un suave movimiento de su cuello le concedió la firma a su anterior resolución, logrando así, acumular la concentración requerida para semejante empresa. Su asiento volvió quejarse con chirrido suave cuando éste se acomodó y de inmediato sus dedos comenzaron a teclear con sobrehumana velocidad la redacción de un análisis del trimestre; que a su experimentado juicio en el ramo y nada orgullosa escasa atención, había logrado identificar algunos puntos a mejorar. En una situación normal seguramente encontraría muchos más.

— ¡Y el idiota terminó manchando la alfombra de Albafica!

Una tecleada, particularmente fuerte, se hizo escuchar exaltando a la pobre muchacha que tenía como simple objetivo el cuidado de las ventanas que resguardaban la imagen del mar de rascacielos de la metrópolis exterior.

Que Dégel recordara, anteriormente no le había parecido nunca una voz tan irritante y molesta hasta ese día. Las frenéticas risas de Kardia y compañía, tenían su concentración en niveles críticos y tras un momento en el que le pareció escuchar el nombre del platillo que le recomendó el día de la exagerada catástrofe en el restaurant, tuvo que dejar todo de sí para no volver a desviar su mirada de las letras que saturaban el ordenador. Sabía ya el juego de ese molesto sujeto y no le regalaría su atención o al menos evidencia de ello.

Por un momento que se tornó más largo de lo deseado, se vio en la penosa necesidad de fingir que escribía a pesar de que lo único que lograba hacer era colocar letras al azar para volverlas a borrar al notar las crecientes líneas de incoherente discurso, uno que pondría su orgullo por el suelo como llegara a ojos de alguien. Baste con decir que aquello no le estaba resultando al galo. Tuvo que admitirlo con una imperceptible sacudida de hombros que sustituyó al necesario suspiro que su pecho estaba por liberar. Para él resultaba un completo misterio el cómo estaba afectando su entorno, el cómo aquella fútil situación llegaba al punto de no saber si estaba molesto con Kardia por su inmadurez y la manera en la que evidentemente se le insinuaba para aplacar su dureza en los análisis o consigo mismo por no poder superar ese evento e ir a decirle que se dedicaran únicamente al trabajo.

El aire acondicionado fue un breve paréntesis en su batalla interior y un eficiente distractor de la elaborada historia que cada vez parecía ganar más audiencia por un motivo que estaba tan ajeno a él como las costas de Marsella. El aparato seguía ronroneando y expulsando un gélido aire que no alcanzaba a calmarle y mantenerle distante, pero al echar una mirada sobre éste, comprendió que la temperatura no era precisamente baja como le gustaba.

—Señorita—llamó a la chica que ahora armada con un tupido plumero se entretenía con acentuado desgano a elevar un polvo inexistente de unas mesitas que resguardaban montones de archivos que tendría que revisar en algún momento—. ¿Podría bajarle un poco más a la temperatura?

Tras breves segundos para ella y suficientes para Dégel, respondió con una mirada –a percepción del analista- sorprendida y exagerada al reparar en los números que brillaban en el aparato que refrescaba la estancia.

—P-pero señor, está muy bajo…

Bueno, aquello no era algo que él no hubiera notado perfectamente cuando hizo la petición. Reservándose el sarcasmo para alguien merecedor del mismo -y desterrando la imagen de la persona que llegó a su cabeza al pensarlo-, se limitó a asentir con expresión neutral.

— Con dos grados menos será más que suficiente—presionó con un leve tono de impaciencia más que por la necesidad de una temperatura más acorde a su gusto, era por la injustificable renuencia de la chica. A fin de cuentas, quién pretendía congelarse el cerebro era él, el que pasaría el resto del día encerrado allí.

No muy convencida pero con menos ganas de discutir lo obvio, accedió y fue en busca del control remoto que comandaba los aparatos refrescantes de esa área. El ronroneo cobró algo de volumen opacando sólo un poco la historia de Kardia.

Sólo un poco.

.

La improvisada reunión había cesado para cuando Dégel logró terminar la primera de las tareas que se había asignado. Si había mostrado alivio o no, no fue consciente de ello hasta que Albafica mencionó que en la mañana había estado bastante disperso, a lo que se excusó con falta de sueño. El hombre de cabello celeste no pareció creerle, pero tuvo la suficiente delicadeza de fingir hacerlo. Después de todo no estaba acostumbrado a inventar excusas de esa índole.

Había notado no sin cierto auto-reproche que reaccionaba, quizás, más de lo normal. No es que siempre fuese indiferente a todo, sino que sus prioridades se sobreponían y terminaban llevándose cualquier epicentro de distracción o conflicto, rezagándolo a un rincón muy apartado de sus intereses, línea de acción que hasta ese día le había funcionado.

Ahora, sencillamente no podía  estar tan seguro de sí mismo y odiaba tanto como le frustraba ese hecho.

Un manojo de papeles iba refugiado bajo uno de sus brazos mientras se encaminaba al cuarto de copiado, que a su vez, era el de descanso, y no le sorprendió encontrar a Manigoldo en el lugar perdiendo el tiempo, por supuesto. Saludó apenas con un asentimiento, no queriendo interrumpir una charla que éste mantenía con una adolescente de cabellos violáceos, quien al notar su presencia comenzó a mirarle con curiosidad.

No pudo evitar sentirse un poco incómodo cuando dejó caer el fajo de papeles en la bandeja de copiado, pues sentía ambas miradas clavadas en su espalda. Buscando algo –cualquier cosa- en la que centrar su atención mientras la máquina hacía su trabajo, se fijó por primera vez en una cartelera que para su bendición, logró causar el efecto deseado y lo distrajo lo suficiente para ignorar a las otras dos personas aunque sus voces siguieran sonando claras a sus oídos.

Una fotografía del Presidente Sage con Manigoldo bajo su brazo y la chica con la que estaba hablando en ese momento bajo el otro, monopolizaban el tablón. El resto, parecían ser fotos al azar que no pertenecían a ningún evento en particular. Cenas en traje de gala, bailes, cumpleaños informales, presentaciones de productos, fiestas navideñas.

Una sonrisa que no llegó a florecer por completo, bailó disimuladamente en los labios de Dégel haciéndolos temblar cuando enfocó una imagen en la que Kardia mostraba una expresión de asombro ante la cámara. Vestía un esmoquin negro con un pañuelo rojo remplazando una corbata mientras su boca parecía estar llena con los trozos de una manzana con una gran mordida en uno de los extremos. A simple vista, la fotografía no tenía nada en sí, pero la expresión desconcertada del negociador le generó una diversión que no se permitió admitir en voz aunque una pequeña parte de sus dientes se asomó bajo los labios plegados a los lados.

—Hey, Dégel—su cuerpo reaccionó con un leve sobresaltó por el llamado familiar de Manigoldo y de inmediato acomodó sus facciones a un rictus gélido antes de girarse—. Eso tomará un tiempo, ¿por qué no nos acompañas con un café mientras tanto?

Dándole un rápido vistazo a los papeles en la bandeja de salida, confirmó que efectivamente le quedaba algo de tiempo de espera. No teniendo una excusa lo suficientemente sólida para negarse a la petición, fue en dirección al italiano tomando asiento frente a éste mientras la chica servía una taza para él.

—No era necesario que se molestara.

Ella negó con suavidad y siguió disfrutando su café sin mayor preámbulo.

— ¿Conoces a mi hermanita, Dégel?

La atención de Dégel recayó por completo en Manigoldo, quien daba un ruidoso sorbo a su café. La verdad es que la muchacha no parecía tener ningún parentesco con él, pero eso era una observación que no saldría de sus labios. Despejando ese pensamiento, volvió la mirada hacia ella, quien ya tenía la mano extendida.

—Mi nombre es Sasha y sí, somos hermanos aunque no lo parezcamos.

No sabía si su expresión había sido muy evidente o si ellos estaban acostumbrados al comentario, posiblemente era lo segundo. Ella era de finos contornos y refinados modales de señorita mientras que su hermano destacaba precisamente en todo lo contrario.

—Dégel—respondió con voz neutral al terminar su rápido análisis—. Es un placer.

—Tampoco hay que ser tan formales—intervino Manigoldo al parecer dispuesto a dirigir su conversación a rumbos que el galo no podía intuir de momento—. Le comentaba a Sasha que tú eres el actual analista del proyecto del bicho rastrero.

—Deja de llamar a Kardia así—regañó Sasha sin mostrarse verdaderamente molesta. Quedaba claro que no era la primera vez que hacía ese reclamo.

—No sé para qué le sigues defendiendo. Te recuerdo que sigue tratándote de mocosa.

De cualquier modo, no podía entender a donde quería llegar Manigoldo con la observación, pero en cualquier momento tendría que retirarse. Lanzó una mirada hacia atrás, donde la pila de documentos comenzaba a llegar a su fin y de nuevo la vista hacia el frente donde ya era acreedor de ambas miradas. Se recordó que no había contestado a lo dicho por el otro hombre.

—Eso si él no solicita que otro analista se encargue de su proyecto—contestó con naturalidad y llevó el resto del café con lentitud a sus labios, donde un regusto amargo le acarició la lengua. No había contemplado esa posibilidad y mucho menos que tal hecho en algún momento pudiera llegar a afectarle.

—Eso no ocurrirá—replicó Manigoldo logrando captar su atención e inquietud pese a sí mismo—. El bicho es terco, preferirá que tú te rehúses al proyecto antes de solicitar al vejete que le asigne otro analista. Su orgullo no se lo permitirá.

—No deberías decir esas cosas de alguien que no está presente—intervino Sasha antes de dar un pequeño sorbo a su café.

—Da igual, es la verdad y todos aquí lo sabemos.

Había algo particular en el tono de Manigoldo que le sugería a Dégel que no se refería precisamente a la decisión de cambiar o no de analista, pero no fue capaz de confirmarlo y tampoco estaba seguro de querer hacerlo a sabiendas de que aquellos dos mantenían una férrea amistad.

El ruido que producía la fotocopiadora cuando trabajaba había cesado y esa fue la alarma que el galo necesitaba para no postergar más su estadía en ese sitio. Despidiéndose de ambos, arrastró la silla y fue en busca de ambos fajos, el de la bandeja de copiado y la reproducción. Tenía la intención de dejar concluido esos expedientes para el final de la tarde.

O al menos esa era su intención.

El que se acercó a su oficina cuando estaba organizando los juegos de archivos, fue Albafica armado con un folder bajo el brazo. Dégel consideró sospechosa su presencia a pesar de que en el poco tiempo que llevaban ahí era con el que mejor relaciones había forjado, pues era un tiempo en el cual había logrado intuir los horarios que éste usaba para desplazarse por las oficinas en la búsqueda de un té. El hecho de que llegara justo para invitarle uno no coordinaba a las horas habituales que se habían hecho costumbre para el analista.

Aun así, Dégel accedió considerando que el trabajo que hacía era más para sacudirse la incomodidad que por la prioridad de tener esos expedientes terminados.

— ¿Seguro que está todo bien?—preguntó su anfitrión al servirle el té de rosas por el que era tan solicitado en las tardes.

—Es la segunda vez que lo preguntas hoy—contestó sin saber exactamente a qué se refería su compañero o intentando hacerse el desentendido sin tener demasiado éxito—. Dudo que seas alguien que da rodeos Albafica, así que si quieres saber algo estás en tu derecho de preguntarlo.

El aludido no mostró reacción inmediata y se dedicó a observar lánguidamente por la ventana antes de responder. El galo por su parte, se limitó a escrutar sus facciones sin saber si aquel lo hacía para buscar las palabras o por el placer de dejarlo a la expectativa con ese aire solemne que expedía.

—En efecto, no acostumbro a inmiscuirme en asuntos de otros pero en vista de que muchos se han dado cuenta de que algo ocurre, prefiero intervenir—la naturalidad de la voz del otro hombre le hizo pensar que había escuchado mal y que conversaban sobre cualquier otra trivialidad a pesar de que una alarma en su cabeza le aseguró que el tema de conversación era su situación con Kardia—. ¿Hasta cuándo piensas potenciar la actitud infantil de Kardia ignorándole?

Bien, había pedido que Albafica fuera directo, pero aquello había sido un disparo a quemarropa. El otro al parecer se había cansado de contemplar la ruidosa ciudad para dirigir su mirada cobalto hacia él, Dégel tuvo la impresión de sentirse desarmado en todos los aspectos.

— ¿De qué manera puede potenciar mi actitud la de Kardia?—preguntó a la defensiva, sin cambiar el tranquilo tono de su voz.

—Dímelo tú—respondió Albafica librándose de cualquier rastro de sarcasmo, que aunque era algo habitual en su vocabulario, nunca lo había usado con él ni siquiera en esa oportunidad—. ¿Comportándote igual que él no es caer en su juego?

Touché!

No pudo producir una respuesta, de hecho su cabeza se desconectó por breves instantes ante el peso de la lógica. Sus argumentos habían sido desperdigados con facilidad, y por primera vez, comenzó a sentirse infinitamente desorientado. Viéndolo desde el punto de vista que exponía el otro hombre, era absurdo que siguiera manteniendo esa distancia cuando que para la próxima semana debían dar una respuesta a los directivos en la ruta de acción a tomar en lo referente al proyecto de Kardia. Sage tenía altas expectativas en el equipo que ellos conformaban. Dégel continuó sumido en sus cavilaciones el tiempo suficiente como para motivar a Albafica a ser un poco más directo en sus palabras. Cosa que en realidad, no necesitaba.

—Siendo su analista, es obvio que no podrán trabajar así—continuó—. Si realmente quieres desistir del proyecto, le diré a Manigoldo que hable con Sage para que te asignen a otro. Eso es mucho más fácil que lidiar con el temperamento de Kardia.

Era lo que necesitaba oír para reaccionar. Buscó la mirada de Albafica, intentando leer su expresión más solo encontró a alguien que esperaba su respuesta con completa seriedad. ¿En verdad desistiría de aquel novedoso proyecto por su incompatibilidad con el negociador? ¿Realmente buscaría a alguien que no fuese Kardia?

—Defteros es un excelente trabajador también—propuso Albafica con una naturalidad que a Dégel comenzó a parecerle agobiante. Sirviéndose más té para luego llenar nuevamente su taza, la cual apenas había probado; prosiguió—. Estoy seguro que se llevaría bien contigo aunque dudo que Aspros quiera cambiarlo por Kardia. Esos dos no pueden estar juntos durante mucho tiempo, pero creo que puedo arreglarlo.

El labio inferior de Dégel comenzó a experimentar una compulsión nerviosa, temblaba de manera incontenible, mas ningún sonido salvo el de una casi imperceptible respiración pesada salió de ahí. Albafica seguía observándole con esa firmeza que parecía develar cada uno de sus pensamientos, y en su momento, la imagen de él compartiendo horas y horas con alguien más cuando ya se había hecho la idea de que esa persona sería Kardia, de pronto se le hizo hilarante.

Inaceptable.

Se retiró los anteojos un instante y acarició su tabique ante de colocarlos de vuelta en su sitio. ¿Debía aceptar la propuesta de Albafica? ¿Por qué le era tan difícil si tenía la situación servida? ¿No era lo que quería? Era la oportunidad de evitar esos acercamientos que removían su perfecto equilibrio.

La suave risa del otro atrajo su atención y para cuando Dégel quiso identificar el motivo que le causaba tanta gracia, éste le extendía un folder. Albafica no esperó la pregunta y agregó de inmediato:

—Saldrá de viaje mañana a primera hora y la semana que viene no tendrán tiempo de estudiar el proyecto. Yo que tú aprovecharía de ir a llevarle esto ahora que está arreglando su equipaje.

Dégel parpadeó. De un momento a otro se sentía mucho más abrumado por el cambio de diálogo tan abrupto, impidiéndole coordinar pensamientos coherentes. Sin querer preguntar lo obvio, deslizó la carpeta para que estuviera más cerca de él y la abrió encontrándose con el proyecto entero con el que Kardia había estado trabajando. Como encabezado, se encontró con un resumen bien elaborado de los elementos de tiempo e inversión, en el que destacaba la fluctuación de inflación al plazo programado, el cual ahora que reparaba en eso, no lo había considerado siquiera. Kardia realmente había estudiado su propuesta e incluso agregó datos que él había pasado por alto. Volvió su mirada hacia Albafica quien portaba una muy pequeña sonrisa de victoria mientras extendía unas llaves.

—Te enviaré un mensaje de texto con su dirección. En donde vive reconocen mi coche, así que te abrirán las puertas de inmediato.

No entendía nada, aquella conversación estaba tomando un rumbo que jamás hubiera previsto, pero tampoco se sentía con la capacidad mental para descifrarla en ese momento. Decidió hacer lo que en ese momento estaba en sus capacidades. No necesitaba escuchar nada más para saber hacia dónde debía dirigir sus energías.

— ¿Podrías apagar mi ordenador?

—Descuida, dejaré todo organizado.

Y con esa respuesta, Dégel abandonó apresuradamente el recinto balbuceando un atropellado «Gracias».

Albafica se mantuvo con la mirada fija en el umbral hasta que decidió que la vista panorámica era mucho más interesante que un marco aparentemente solitario.

— ¿No te han dicho que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas?

No fueron necesarios muchos segundos para que por la puerta se asomara alguien de alborotado cabello azul oscuro. Observándole de re ojo, Albafica tomó su taza de té y siguió degustando de a pequeños sorbos.

—Juro que no estaba espiándote, Alba-chan—el mencionado bufó, pero como ya estaba cansado de corregir la manera en la que Manigoldo le llamaba siempre, simplemente decidió dejarlo correr. El recién llegado se acomodó con poca elegancia en la silla que había abandonado Dégel—. ¡Es verdad! Venía a echar una siesta pero cuando escuché que estaba ocupado me iba a ir a la oficina del viejo pero-

—Pero preferiste quedarte de cotilla en vez de buscar una actividad más productiva—la verdad ni siquiera le sorprendía.

Manigoldo se encogió de hombros rindiéndose, de cualquier modo ya le habían atrapado.

—Bueno, no es como si no me incumbiera después de todo—en respuesta, el otro le observó con la delgada ceja enarcada y Manigoldo se tomó su tiempo antes de responder sabiendo lo mucho que exasperaba eso a su pareja—. Nunca tuviste intenciones de pedirme que hablara con el vejete, ¿verdad?

Albafica sonrió con altivez y se incorporó para dirigirse a cumplir con la petición que Dégel había hecho antes de retirarse.

— ¿Realmente crees que Defteros trabajará con alguien más? No, mejor déjame corregir: ¿Crees que Aspros aceptará un cambio por Kardia?

No, aquello era imposible de pensar, concluyeron ambos.

.

Si lo hubiera pensado durante un minuto más, sabía con certeza que en esos momentos no estaría allí.

La voz robótica del GPS iba dando las pertinentes indicaciones que para ese momento, a Dégel le sobraban, su función había sido innecesaria desde el mismo instante en el que el francés revisó las indicaciones en su teléfono celular y supo el lugar. No obstante, sus advertencias de paradas, semáforos, cruces y demás, no le incomodaban teniendo un revoltijo de pensamientos en los que ocuparse; y más rápido de lo que hubiera deseado, se encontraba ingresando al conjunto residencial en el que habitaba el hombre que buscaba. El auto de Albafica no había dado problemas considerando que se lo habían entregado el día anterior del taller y Dégel, que no estaba acostumbrado a tomar ese tipo pertenencias prestadas, agradeció que el vehículo se comportara perfectamente en sus manos.

Como había dicho su compañero, el portón que resguardaba la urbanización se abrió cuando verificaron la placa del vehículo al mismo tiempo que el guardia de seguridad hizo un gesto con la mano a modo de saludo, tal vez pensando que era el dueño del auto. Una vez que hubo ingresado, contempló no sin cierta sorpresa que Kardia residía en un sitio con un ambiente muy familiar. A decir verdad, la imagen que tenía de él era la de un hombre que vivía en un desordenado apartamento de soltero.

Ubicó la manzana en la que estaba la residencia de Kardia, y en acto reflejo, sus dedos se tensaron en el volante hasta doler. Respiró hondamente y reduciendo la velocidad, estacionó en la calle frente a la casa. Debía ser esa, no cabía posibilidad de errores al estar todo tan bien enumerado.

Cuando descendió del vehículo, fue capaz de apreciar los arpegios que eran arrancados con maestría de una guitarra eléctrica y a él no le costó plantearse que alguien como Kardia es el tipo de persona que estaría escuchando instrumentales de ese tipo mientras hacía su maleta. Con la carpeta firmemente apretada bajo el brazo, comenzó a acercarse hacia el portal, reprimiendo sus pensamientos por completo para no dar paso a la inquietud y desaparecer mucho más rápido de lo que le había tomado tomar la resolución de ir hasta allí.

Tocó el timbre, toda música cesó. Y sólo ahí fue consciente de un nerviosismo absurdo que humedecía su nuca con sudor frío adhiriendo sus cabellos a la piel. Los segundos comenzaron a desenvolverse lentos y desesperantes; y cuando la posibilidad de retirarse se vislumbró en su cabeza, la voz de un « ¡Ya voy!» le congeló en el sitio imposibilitando la huida.

Contuvo la respiración cuando la puerta se abrió mostrando a un Kardia con unos precarios pantalones colgando de su cadera, algo que hacía el intento de franelilla agujereada por todos los flancos y un cabello más enmarañado y rebelde de lo habitual. Ambos se contemplaron durante un minuto entero, el cual a Dégel le pareció una hora o incluso más, y recordando que él era el que tenía que tomar la palabra, respiró hondo una vez más, reuniendo sus procesos mentales para posibilitar tal cometido.

—Espero no interrumpir, pero necesitamos hablar.

Diferente a lo que Dégel había estado imaginándose en el trayecto, Kardia simplemente parpadeó un poco y se apartó dándole paso.

—Claro, pasa.

No se hizo de rogar.

Lo primero que sus ojos captaron al ingresar, fue una guitarra celosamente acomodada en un paral. El notar que la misma estaba conectada a un amplificador de tamaño mediano, le indicó que los arpegios que había escuchado desde la calle eran producidos por los dedos de Kardia, lo que explicaba el largo de algunas de sus uñas. Había piezas de ropa  por los muebles, nada que en realidad fuese alarmante para cualquiera pero sí para Dégel que no queriendo ser imprudente, se obligó a desviar la mirada hacia su anfitrión, deteniéndose justo en el medio de la sala.

Kardia se había detenido justo detrás de él y su actitud desconcertada logró calmar sus nervios un poco, en cierto aspecto no pudo evitar que aquella imagen le pareciera inquietante y hasta adorable. Por su parte, el griego avergonzado por su apariencia, terminó ajustándose los pantalones y desapareciendo por un pasillo, Dégel le dio oportunidad fingiendo observar la colección de discos que destacaba en uno de los laterales de la casa. De hecho, éstos estaban tan bien organizados que el francés tuvo la impresión de que era el tesoro de Kardia. Al poco tiempo volvió presentable, con los cabellos más ordenados y vistiendo una camiseta negra y sin mangas que acentuaban mucho más los músculos que contorneaban sus anchos brazos.

— ¿Quieres beber algo?—ofreció Kardia con evidente inquietud, tocándose la nuca una y otra vez con incertidumbre.

Dégel negó suavemente— ¿Puedo sentarme?

El anfitrión se apresuró a afirmar torpemente, sintiéndose estúpido ante su falta de reacción, y es que aún se encontraba sorprendido de que justo la presencia que había echado de menos fuese hasta él.

—Sí, sí, claro—respondió atropelladamente y siguió al galo acomodándose en el mueble de una plaza justo al lado.

Se tomó unos momentos antes de comenzar reparando en el hecho de que ni siquiera se le había ocurrido qué decir cuando lo tuviera al frente y esto pareció afectar a Kardia quien no se molestaba en ocultar la incertidumbre con la inquieta mirada que le regalaba y el frenético movimiento de su pie al chocar contra el piso. Se tomó unos segundos más, llenándose de oxígeno disimuladamente justo en el momento que sus ojos se toparon con una maleta descansando al inicio del pasillo.

—Supe que mañana viajas.

No encontrando lógica en aquel comentario, Kardia reaccionó parpadeando para luego soltar un sonoro resoplido.

—Y supongo que no viniste a desearme buen viaje—el francés rodó los ojos, pero por algún motivo no le extrañó esa respuesta—. Seamos sinceros, Dégel. Llevas toda la semana sin dirigirme la palabra así que si tienes que decir algo, no es necesario que montes todo este protocolo. En serio, si quieres que te reasignen ni siquiera tenías que venir a mi casa a rendirme cuentas de nada.

Dégel le observó unos momentos antes de bajar la mirada a la carpeta y abrirla sobre sus piernas con total parsimonia. No había ido hasta allí para aguantar frases que a sus oídos se traducían a reclamos a pesar de que reconocía que se los merecía.

—Quizás tengas razón—respondió buscando el documento que requería, notando de inmediato como la atención de Kardia estaba completamente puesta en los papeles antes de volver a su rostro—, pero tampoco soy el único que ha jugado a la ley del hielo y aunque no te culpo, tú lo iniciaste y yo sólo te seguí— las cejas de Kardia se fruncieron en expresión de molestia. Dégel hizo caso omiso y apretó un poco los labios antes de continuar—. Te equivocas, Kardia. No he venido para decirte que quiero otro proyecto.

El griego parpadeó con velocidad, estupefacto—No te estoy entendiendo, Dégel…

—Es simple—dijo, pero a sí mismo no le resultaba tan fácil reconocer que se había equivocado. Apretó los labios una vez más y por la expresión de Kardia supo que no tuvo mucho éxito al disimular que eso le resultaba más difícil de lo que sus labios admitían—. Quería disculparme por haber dicho todas esas cosas sin siquiera haber revisado de nuevo tu propuesta.

Hubo silencio por parte de Kardia por unos momentos. Dégel le sostuvo la mirada en espera de una respuesta, a eso había ido.

— ¿Y eso es todo?—preguntó el griego— No sólo dudas de mi capacidad sino que vienes a una semana de la presentación de la propuesta para decir que sí-

—Créeme que lo sé—interrumpió—. No estoy aquí para escuchar las vicisitudes que nuestro comportamiento ha provocado. Sólo quería disculparme y decirte que estoy a la espera de una respuesta. Aquí está el proyecto—Dégel se puso de pie y dejó el folder en la mesa frente a Kardia—. Si aún tienes mi teléfono, esperaré esta noche tu respuesta ya sea para prepararme o para decirle a Albafica que me asigne a Defteros si tanto te incomoda seguir trabajando conmigo.

Lo odiaba. Odiaba admitir esa amarga sensación de derrota que le producía la renuente actitud de Kardia, odiaba ceder tan fácil y sobretodo, odiaba alentar el quiebre definitivo de un proyecto que ni siquiera pudo comenzar. No quiso saber nada más, tampoco era muy grave y a final de cuentas la propuesta le pertenecía al otro y él sólo había hecho las recomendaciones que creyó necesarias para fomentarlo, pero la esencia del mismo era netamente del griego. Se abrió paso hacia la salida, ignorando el leve estremecimiento de sus dedos que sostuvieron con fuerza el pomo cuando intentó abrir la puerta atrayéndola hacia sí, consiguiendo que sus esfuerzos fuesen frustrados por una fuerza mayor.

Estático en el sitio, pudo percibir la sombra de la figura de Kardia cerniéndose a su espalda, el roce del brazo con el que éste bloqueaba la puerta le acariciaba la mejilla y su pecho haciendo un efímero contacto con su espalda.

— ¿De verdad está bien?—preguntó a su espalda a voz baja, a voz grave.

Sentía que la consciencia se diluía de sus pensamientos. Recuerdos que se asomaban ganando inminente espacio en sus imágenes mentales, las sensaciones que le producía la simple presencia de Kardia, esas mismas sensaciones que desde días atrás avivaban sus emociones más primitivas, el olor de su piel que provocaba una cuasi ebriedad, la conmoción estremecedora que le incitaban los desordenados mechones de cabello azulado que caían sobre él cuando sintió al otro aproximarse un poco más, el cálido aliento rozándole la oreja.

No podía soportarlo y lo odiaba aún más por eso.

Lo odiaba por hacerlo tambalearse de su firme y frío balance. Dégel respiró llamándose a una compostura que a esas alturas se le hacía imposible de recuperar.

Lo odiaba tanto como lo deseaba.

—El proyecto es tuyo—respondió con un leve tembleque en la voz que le fue imposible disimular, no obstante, a esas alturas ya todo le daba igual—. Tú decides con quién quieres trabajar.

La risilla de Kardia le erizó la piel. Su capacidad de reacción quedó reducida a cero absoluto cuando el otro le obligó a girarse, apoyándolo contra la puerta que no pudo abrir momentos antes. Quizás debía agradecer ese hecho considerando que se le facilitaba la estabilidad que el aliento ajeno desplazándose por su rostro le robaba.

—Y con respecto a la cita…—Kardia dejó la frase suspendida durante un momento, acercándose para dejar con actitud desfachatada los labios al nivel de los de Dégel— ¿qué respondes?

A pesar de las sombras que se apoderaban del rostro de Kardia, pudo reconocer el brillo atrayente de su mirada convertido en deseo, y mentiría si dijera que no la deseaba, que no sentía una incontrolable inquietud y ansias de querer descubrir cómo desembocarían ambas corrientes si le diera rienda suelta al suyo. Si bien a Kardia le correspondía decidir si trabajaría junto a él, a cambio dejaba en sus manos la decisión de desmembrar lo más bajo de sí mismo, embutiéndose de las sensaciones sofocantes que le habían atormentado con esa sed que no se saciaba ni se conformaba con los supuestos que su mente proyectaba.

—Que tu orden de cortejo está invertido—una comisura se estiró apenas al responder, en una expresión cómplice—. Deberías darme algo de espacio antes de saber mi respuesta.

Era un espacio que no deseaba, por supuesto.

—Si te niegas te daré espacio, pero no te ilusiones que no dejaré de insistir hasta que me digas que sí.

No le hizo falta escuchar más. Estirando apenas el cuello, decidió aplacar la sed al chocarse contra los labios cercanos por breves instantes. Las manos de Kardia no se hicieron esperar enroscándose con fiereza en su espalda hasta hacer fuertes arrugas en su ropa y él le imitó aferrándose a los nudos de su cabello hasta conseguir entre toda esa masa añil, la superficie de su cabeza, a donde se aferró mientras bebía vivazmente de su boca, viciándose con el agridulce gusto que su lengua esparcía como un narcótico adictivo en la suya.

—Esa cita tendrá que posponerse hasta que regreses de viaje—susurró dejando que sus dientes rasparan el labio inferior del otro, temblando un poco al hablar y sin molestarse en ocultar lo ansioso que estaba por apropiarse más de aquel sabor.

La cabeza de Kardia, aún embotada por los efervescentes deseos encendidos por el beso y por la insinuante voz de Dégel que le invitaba a desquitar sus más corruptas fantasías, confabuló otro plan.

—O podríamos tenerla ahora mismo.

Sobraba decir que el proyecto permaneció intacto en la mesilla donde fue olvidado hasta el día siguiente.

.

.

.

Fin.

Notas finales:

Sigo pensando que el final fue bastante soso, pero no encontré la razón necesaria para extenderlo a un lemon que obviamente quedaría fuera de lugar desde mi punto de vista (excusas, simplemente no le gusta escribir porno). Gracias a todos los que me han seguido hasta acá y a aquellos anónimos (hasta el momento sólo hay uno) que tuvieron el detalle de dejarme comentario. En verdad que lo aprecio muchísimo.

Aparte de esto, había pensado en un extra, pero mi cabeza no da para eso en este momento y es algo que dejaré en un rinconsito de mi mente para traerlo en forma de drabble. Tal vez(? Por otra parte, tengo una noticia y es que ya está casi listo el fic para San Valentín. Sí, Zaha se dedicó a sus nenes en estos días de pseudo-vacaciones. Hay muchas ideas desarrollándose pero de momento no puedo dar fecha exacta en las que verán la luz porque depende demasiado de mi tiempo y energías, pues este semestre será muy complicado para mí y creo que eso ya lo he comentado.

Gracias de nuevo. Hasta la próxima.


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