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Todo tiene un precio por Chibi-Chan

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Notas del capitulo:

¡Buenos días, criaturitas de la creación! n3n

Perdonen que haya tardado tanto, tuve asuntos personales por ahí y no había podido usar una computadora con acceso a internet -.-

Pero bueno, hablando de temas más alegres, dejo con ustedes el 4to capítulo :3

PD.  No olvides dejar tu review, regalo galletas n3n <3

Había estado vagando por los alrededores. Aunque era un entorno bastante sucio y maloliente, él estaba como recién bañado.

Había pasado tres días fuera, y no había podido averiguar el porqué del extraño comportamiento que los humanos tenían últimamente.

A veces se transformaba en un perro, se echaba o sentaba junto a los bares o los parques. En otras ocasiones en un niño pequeño, y, jugando con otros niños escuchaba las pláticas de las madres preocupadas por la situación.

Y así se la pasaba, pero no pudo escuchar ningún dato de interés.

Al tercer día, en su forma gatuna y acostado plácidamente sobre el techo de una pequeña cantina escuchó debajo de sí a tres hombres tomando bebidas frías debido al calor, y aprovechaban la sombra que daba el diminuto techo.

Vieron a una mujer pasar con dos cubetas de agua, uno en cada mano, en el bolsillo de su mandil llevaba 3 pares de tijeras vendadas.

-¡Esa debe de tener hijos!-Exclamó uno mientras la apuntaba con su bebida.

-¿Y qué vas a saber tú?-Preguntó otro.

-Lleva tijeras con ella.-

-¿y eso qué?-

Poco a poco, Itachi se fue interesando en la conversación de los hombres.

-¿Que no sabes que tienes que poner tijeras debajo de las cunas de los niños?-Preguntó asombrado.- Es para protegerlos de las brujas.-

El moreno se había interesado por completo al escuchar la palabra "brujas".

-¡Dime! ¡¿Tú estás loco o sólo ebrio?!-Preguntó el hombre a carcajadas.

-No está loco.-Dijo el tercero.

-No han habido brujas desde hace mucho tiempo. A lo mejor es costurera esa mujer.-

-¿No has escuchado las noticias?-Preguntó el primero.-Desde hace días la gente se ha estado preparando con agua bendita y kilos, no, toneladas de sal.-

El demonio agudizó más sus sentidos, pues era la información más valiosa que había encontrado hasta el momento.

-Han habido ataques en los pueblos cercanos. Son un grupo pequeño. Son 4 brujas al parecer, y han arrasado con todo a su paso. Por allá las llaman las “brujas vagabundas”.-

-Eso explica por qué todos están protegiendo sus hogares.-

-Sí, pero ya estuvo de más el wirirí y warará, parecen damas chismosas, vamos a beber.-

-¡Cantinero, otra ronda!-

Eso dio por terminado el tema. Itachi fue saltando de techo en techo, buscando el techo de Deidara. Había peligro, si eran quienes creía podía poner a su aprendiz en un aprieto, pues sería una lucha bastante desigual.

Tenía que enseñarle lo más posible, antes de que llegaran esos cuatro al pueblo.

Nunca se había sentido tan nervioso por alguien, su corazón latía desbocado con la posibilidad de perderlo.

¡¿Qué estaba diciendo?!

Se frenó al estar en un techo de color rojo cenizo. Sus uñas rasgaron unas cuantas tejas y quitó otras a su paso.

Comenzó a dar vueltas preocupado por su actitud. No podía concebir la idea. Nunca se había preocupado por nadie, sólo se preocupaba de recibir el pago por los poderes ofrecidos.

Nunca, desde que fue concebido y bajado del cielo a las profundidades del infierno, se había preocupado por nadie, ni por los demonios bajo su poder y mucho menos por los mortales. ¿Entonces por qué?

En un momento fugaz, el rostro de Deidara llegó a los pensamientos de Itachi. Sus bellos y profundos ojos, su cabello rubio y perfecto, sus labios que recordaban a la más fina seda, sus pómulos que se sonrojaban con cualquier cosa.

Un leve sonrojo surcó sus mejillas.

-No... no puede ser.-

De una patada tiró la parte exterior de una chimenea de hierro. Estaba totalmente furioso con él y al mismo tiempo con Deidara.

No sabía qué hacer al respecto, sólo no volver a relacionarse con ningún humano después de que terminara con el rubio.

Con sus patas traseras, dio un fuerte y gran salto, y así repetidas veces. De un salto, lograba pasar casas enteras. Algo difícil de lograr para un gato común.

"No te necesito" Se repetía muchas veces.

Al distinguir el techo se lanzó sobre él, haciendo un agujero muy grande y cayendo al piso con total elegancia aunque estuviera envuelto en una pequeña pila de escombros.

-¡¿Por qué entraste así?!-Exclamó Deidara.- ¡Has hecho un hoyo en el techo! Ahora podrá caer toda la lluvia que quiera. Genial.-

-Si quisieras...-Dijo lentamente sacudiéndose los escombros.-Ya lo hubieras arreglado con tus propios poderes.-Espetó.

Deidara no dudó en tomarle la palabra. Aunque debía de admitir que era algo tosco después de haber estado poco más de tres días fuera. Bueno, ¿qué más daba? Ya era común en él. Aunque eso sí, parecía más furioso que en días anteriores y sin haber cometido ningún error hasta el momento.

Con ambas manos, recogió todo lo que se había caído al suelo los lanzó en dirección al agujero. Éste se reparó casi de inmediato, quedando algunos agujeros que arreglo con arcilla recién modelada.

-Tendrás competencia muy pronto.-Dijo de pronto el ojicarmín desconcertando al rubio.-Así que mantente alerta, y se muy cuidadoso y si vas a salir, ve con cautela.-

-¿Competencia? ¿Qué me quieres decir con todo esto?-

-Que estás en peligro, apenas eres un principiante, así que entiendo que no lo contemples bien, pero allá.-Empezó a decir mientras apuntaba más allá del bosque con seriedad.-Allá afuera hay más brujas que estarían encantados con destrozar a alguien con tus poderes, y más si se enteran de que eres un principiante. Te comerán vivo, eso es seguro.-

Deidara se quedó callado, mirando hacia abajo, ocultando su sonrojo, pues era una leve muestra de preocupación por él. Desde que su abuelo murió nadie se preocupó por él, así que su corazón lo agradecía con sinceridad.

-Vámonos.-

-¿A… a dónde?-

-Tú no preguntes, sólo obedece.-

Ambos salieron por la ventana contraria a la calle, internándose en el bosque.

Itachi había tomado a Deidara fuertemente por la muñeca, haciendo que soltarse de ese agarre fuera imposible.

-Espera, ¿a dónde vamos?-Preguntaba mientras ramas y hojas se sacudían contra su rostro.

-A donde yo quiera que vayamos y ya cállate de una buena vez.-

Siguieron caminando hasta llegar al otro lado del bosque. Deidara reconoció inmediatamente el lugar.

-Quiero regresar.-Dijo bajito mientras daba media vuelta, pero un apretón en su muñeca lo detuvo.

-Quiero que veas esto.-Contestó.

Siguieron caminando un par de calles hasta que se encontraron con la casa que Deidara había tratado de olvidar por hace más de dos años.

Desde una distancia segura y discreta podían observarlo todo. En el patio de atrás se encontraban varias personas, en su mayoría criadas y mayordomos. En el centro del patio había una mesa con un blanco y fino mantel. Estaba lleno de comida, y lo que más relucía era un pastel de dos niveles.

Bajo la sombra de un árbol, había un par de sillas mecedoras. En uno estaba una bella dama de vestido largo en color avellana, su sombrero del mismo color contrastaba delicadamente con su cabello rosa y sus enormes ojos verdes. En la otra, estaba un hombre imponente, de traje en color gris y su corbata en azul rey. Tenía una expresión aburrida mientras miraba a su hijo correr de un lado a otro con una réplica de un uniforme inglés, como el que usaban los soldados de la armada real británica.

El pequeño no paraba de jugar con un caballo de juguete, pues parecía fascinado con la idea de ser un general muy importante del ejército.

Su madre estaba encantada, ya que era su primer año, no podía estar más fascinada. En cambio, su esposo quería que no todo fuera tan formal. Lo único que parecía reconfortarlo era la idea de que el heredero de su vasta fortuna, sería ese pequeño pelirrojo que paseaba por el patio.

-Vámonos de aquí.-Suplicó el rubio. No soportaba ver la familia que Sasori había formado a costa suya.

Quería retorcerle el cuello, pero su amor antiguo no lo dejaba. Maldijo a su roto corazón por no dejarlo odiar al pelirrojo.

-Te encargarás del mocoso.-

-¿Qué quieres decir con que me encargaré del niño?-

-Te enseñaré cómo. Te dije que tenía un plan para que hicieras sufrir a ese tipejo.-Su cara estaba en llena de seriedad. No bromeaba para nada, y eso Deidara lo sabía.-Cuando veas el ejemplo tú seguirás con el espectáculo.-

-¿Espectáculo?-

Sin dar espacio a tiempo ni explicaciones, detrás de un arbusto salió un borrego bastante grande y de lana en color negro. Tenía una cuerda atada al cuello. Corrió por el patio, causando que el niño pisara la estela de la cuerda y se quedara enganchado, logrando ser arrastrado por el feroz animal.

La madre del pequeño gritaba mientras lo perseguía junto con su esposo y la servidumbre. El niño lloraba sin control mientras era arrastrado. El borrego lo conducía por las partes del patio donde había más tierra que pasto, raspando su cara y su espalda, así como sus brazos.

Itachi no podía reír más alto y fuerte. Estaba dispuesto a conducir al niño hacia la calle donde podría sufrir heridas aún peores, y así lo hizo.

El borrego sorteaba a las carretas, caballos, mulas y carruajes. Como el camino era muy empedrado sus padres temían que se fuera a desmayar de un golpe en la cabeza.

-Es tu turno.-Dijo el moreno.-Tú contrólalo.-

El borrego corría sin rumbo hasta que Deidara tomó el control, quería pararlo, así que buscó rápidamente una callejuela para poner a salvo al niño. Hizo que el animal frenara de repente frente a una herrería, pero el pequeño heredero tuvo la mala suerte de que, a la puerta de la herrería, hubiera una pila de lanzas de hierro que iban a ser colocadas en una valla. Las lanzas atravesaron su pequeño cuerpo, matándolo casi al instante.

Deidara no podía creer lo que veía. Había matado a un niño que no tenía la culpa. Mientras tanto, Itachi pasó del asombro a reír como desquiciado al ver la reacción de Sakura y Sasori al ver a su pequeño empalado. Una que otra sirvienta se desmayó al ver la escena.

-Es lo más impresionante que te he visto hacer hasta ahora, aprendiz.- Decía mientras reía fuerte y claro.- Yo planeaba dejarlo con un brazo roto, pero has superado mi expectativa.-

Deidara no paraba de llorar. Sus mejillas estaban blancas por la nieve que caía de sus ojos, el día se volvió gris y una espesa niebla lo cubrió todo en un instante.

-Ey, cálmate. Ni siquiera vivió mucho.-

-¡Por eso!-Gritó el ojiazul.-Le arrebaté a ese niño a posibilidad de recorrer su experiencia de la vida. Le arrebaté el alma y lo maté de una manera demasiado cruel.-

La nieve cayó de su mejilla izquierda al recibir una bofetada de parte del demonio. Dejó una quemadura en su lugar.

-Eso es precisamente por lo que no hubiera pasado. ¿Crees que un matrimonio arreglado podría hacer feliz a un niño? Piénsalo, lo has salvado de algo peor. Además…-Dijo entre dientes.-Ese niño estaba bautizado.-

-¿Y eso qué?-

-Se fue al cielo. Voló como el angelito que era.-

Deidara sonrió ante esto, por lo menos ese pequeño fue a un lugar mejor.

Las nubes y la bruma se disiparon, haciendo el ambiente más cálido. Cuando miraron otra vez la escena, había policías en la escena al igual que varios doctores, una desconsolada madre, un padre atónito, un puñado de servidumbre llorando y varios mirones horrorizados.

-Es hora de irnos.-Anunció el mayor, a lo que el rubio lo siguió sin protestar.

Sonrió todo el camino. Itachi sentía calentito en su interior. Le gustaba ver su sonrisa.

Aunque era el maestro supremo de la mentira y el engaño, no podía evitar sentirte ligeramente culpable por haberle mentido. Lo había notado cuando el niño murió y su entrada al infierno. Al parecer ese chiquillo iba a ser bautizado cuando cumpliera los 3 años. No sentía lástima por el niño, si no por haberle provocado a Deidara un falso escape que llevaría con él toda la vida.

 

 

-¿Ya llegamos?-

La pregunta se perdió en el aire por séptima vez.

Habían estado caminando mucho tiempo, debido a que a cierta persona de le había estropeado el sentido de la orientación, haciendo que llegaran con todos sus esfuerzos a Ripon, al norte de Inglaterra, el lado contrario a New Forest.

-Si dejaras de preguntar llegaríamos más rápido.- Respondió el chico castaño hasta en frente de la fila.

-¿Cómo es que pudimos confiar en ti?-Se preguntó la muchacha de grandes pechos.-Ya hemos pasado por esto varias veces y aún no aprendemos.-

-Cálmate, Hinata. Todos tenemos la culpa.-Comentó la rubia.

No había dicho nada en todo el viaje, pero ya se había cansado de los reclamos de la morena.

-Además de que nos sirvió para saber qué dicen de nosotros.-

-Tienes razón, Temari nee-chan.-Gritó el rubio a punto de abrazarla, pero una sombra oscura salió de la espalda de la chica.

-Tócala y te mato, mocoso.-Era un chico más grande que él, tenía marcas pintadas en la cara en color morado y amenazaba al rubio con una de sus muchas marionetas.

-Atrévete, Kankuro, veremos quién gana.-Dijo una voz prepotente desde el interior del rubio, saliendo como un chico de cabellera negra y un cómodo traje holgado.

-¡Kankuro! ¡Sasuke! ¡Cálmense de una buena vez, demonios insolentes!-Gritó la morena antes de darles un golpe en la cabeza a cada uno, haciendo que les saliera un prominente chichón.

Ambos miraron molestos a la morena. Kankuro sacó infantilmente su lengua haciendo una expresión de enfado. Sasuke respondió mostrándole su dedo medio levantado mientras se burlaba. Cada uno volvió al cuerpo de su respectivo portador.

-Me ponen los nervios de punta.- Contestó enojada la ojiperla.

-Déjalos ser, así se llevan.- Respondió el castaño sin parar de caminar-Aún quedan un par de pueblos, pero tenemos que tener cuidado. Las mujeres chismosas y la santa inquisición son un gran problema.-

Todos asintieron a lo que Shikamaru había dicho. No se distrajeron más durante un tiempo hasta que Naruto preguntó por octava vez “¿Ya llegamos?”-

 

 

Una mujer lloraba desconsolada en el salón de su casa. Con su cara tapada por sus manos y múltiples pañuelos lloraba como si se le fuera a ir el alma en eso. Su esposo, el señor de la casa, estaba atónito sentado en un gran sillón. Su mirada no reflejaba ningún sentimiento. No había tristeza, no había odio, no había alegría, ni pesar por la reciente muerte de su primer hijo. Pensaba que en cualquier momento su hijo vendría a abrazarle las piernas, balbucearía un par de cosas y se sentaría en su regazo. Creía que su pérdida era una mentira.

-¿Señor, se encuentra bien?-Preguntó una sirvienta tocando el hombro de su amo para que reaccionara. Éste lo hizo, pero no de la manera más esperada.

Tomó a la joven del cuello con fuerza, estampándola contra uno de los pilares de la mansión. Las demás sirvientas veían aterrorizadas al tiempo que Sakura levantaba la vista y se podían ver sus ojos hinchados y rojos por haber llorado tanto.

-¿Acaso te parece que estoy bien?-Preguntó el pelirrojo levantándola hasta que sus pies estuvieron suspendidos del suelo.

La joven se esforzaba porque pasara aire por su garganta, sosteniéndose inútilmente de las manos de su amo.

-¡¿Qué haces, Sasori?! ¡Suéltala!-Gritó la pelirrosa.

Su rostro estaba tornándose color morado y cuando creyó que iba a morir, él la soltó.

Se alejó de poco a poco. Las demás sirvientas vieron la oportunidad perfecta para ayudar a la joven que se había caído al suelo por completo y no podía hablar debido al dolor incesante de garganta y a que se había mareado lo suficiente como para caer desmayada.

La Haruno lo miró con asombro mientras se alejaba. No sabía que su esposo pudiera  tener una faceta tan violenta escondida. Tuvo miedo, pero al mismo tiempo ella confiaba en que no podría hacerle nada, porque confiaba en el amor que él le tenía.

-Lla-llamen a un médico, de inmediato.-Dijo balbuceante.

-Enseguida, señora.-Dijo una sirvienta levantándose rápido y saliendo por la puerta de la cocina hacia la calle.

Una vez las sirvientas levantaron a la joven para recostarla en un lugar más cómodo, Sakura pudo ver las marcas en su cuello. Eran fuertes, marcadas, estaban al rojo vivo. Era la mano de su esposo estampada en el cuello de una de sus sirvientas. No podía estar más horrorizada. Pero mantendría la compostura. Rápidamente llegó la muchacha por la puerta de enfrente, llevaba al doctor con ella. Éste la revisó y dictaminó que se encontraba bien, sólo necesitaba aire fresco y descansar. Todas las sirvientas y Sakura se sintieron aliviadas al escuchar eso. Pero era definitivo que ninguna joven se le iba a volver a acercar a su amo en un estado así.

Por instinto, Sakura dio un abrazo al aire y dijo “Todo estará bien”, cuando se dio cuenta, no abrazaba a su hijo, sino a una almohada mullida. No pudo soportarlo mucho y unas pesadas lágrimas cayeron de sus ojos verdes.  No sabía si podría lidiar con la muerte de su primer hijo sin su esposo. Pensaba en darle más herederos, claro está, pero al recordar lo mucho que le costó quedar embarazada y la sangre que perdió esa vez apretaba con rabia sus dientes y caían más lágrimas, humedeciendo por completo la almohada.

Pensaba en que el destino era cruel. Arrebatarle tan de repente un hijo en su primer año de vida. Era un niño feliz y alegre, a lo mejor ella había hecho algo muy malo como para que un animal de granja suelto le haya quitado a su hijo.

Ahora que recordaba la escena, uno de los mayordomos había mencionado que su esposo había ordenado sacrificar al animal. No sabía si lo habían hecho. No quería saber nada de ese horrible animal. Las sirvientas lloraban la pérdida de su joven amo también, pues era muy gentil y cordial para un niño de su edad. Literalmente, era la alegría de aquella mansión tan gris.

Ya todo el personal sabía de la muerte del joven amo. Algunas lloraron, otras no expresaron sentimiento alguno, otras le dieron el pésame a su ama. Sentían tristeza de no tener a alguien a quién mimar ni nadie que llenara las habitaciones con risillas burlonas.

El problema ahora vendría en si el señor de la casa quisiera cooperar y aliviar el dolor de perder un hijo junto con su esposa.

El doctor estaba a punto de preguntarle directamente a Sakura cuál era su aflicción, pero un mayordomo lo detuvo y le explicó la situación. Se sorprendió bastante y pensaba en que pudiera comprender el dolor de un hijo siendo él mismo un padre entregado, pero el dolor de madre es distinto.

De su bolsillo sacó un pañuelo envolviendo un puñado de azafrán. “Sufro de los nervios, así que siempre traigo un poco conmigo” Dijo al ver la cara que hacía el mayordomo por llevar una especia con él. Mandó a que hirvieran un puñado y se lo dieran a Sakura en forma de té y que reposara mucho, si era posible hasta dormir.

Así pasaron las horas las mucamas, velando a su señora mientras dormía, aunque tenían un nuevo miedo por Sasori, pues nunca se había comportado de esa manera.

Bueno, era la reacción que alguien, como padre, pudiera tener.

En su oficina, Sasori miraba por la ventana. La lluvia comenzó a caer sobre New Forest. Parecía que reflejara los sentimientos de su corazón. Por segunda vez, su corazón se encogió más. No amaba a Sakura, apenas la quería, pero a su hijo, no había duda de que lo era todo para él, tanto como lo fue el rubio alguna vez.

Sintió un apretujón en el corazón. Le dolía bastante al pensar en Deidara, pero era lo mejor. Él no podía darle un futuro, además de que quedaría destituido si tenía a un plebeyo como compañero, y, por si fuera poco, uno que no le pudiera dar un hijo.

Su mente y su corazón estaban en una batalla constante entre la posición social y el amor hacia una persona. Creía que Deidara nunca lo perdonaría por lo que hizo, y estaba en lo correcto. Mira que ofrecerle dinero a cambio de su amor. Había fallado como amante, pero su mente decía que estaba bien, pues nunca hubiera llegado muy lejos, además de necesitar herederos. Pero, como acababa de observar, podría ser que necesitaría cuidar más a sus descendientes antes de morir sin ningún heredero.

Sin más, dejó que sus sentimientos fueran consumidos por la lluvia, para así no tener que sufrir a otro nivel. Y sin más, se perdió en sus pensamientos.

 

 

-Vamos al otro lado de la colina.-Decía el moreno mientras caminaba pasivamente a un lado del rubio.

El ojiazul lo seguía sin protestar, pues no le quedaba ninguna otra opción. Fueron más allá del bosque, más allá de los árboles podridos, más allá del límite de New Forest. Llegaron al pueblo vecino, Sherborne. Deidara se sorprendió, pues habían llegado bastante rápido a un pueblo que debería de estar muy alejado de New Forest. El lugar era hermoso, pues, al ser un pueblo de comerciantes, había demasiados turistas con sus vestimentas de colores, los olores también inundaban el ambiente con fragancias que nunca había percibido. También había lienzos pintamos por los artistas locales. No podía estar más maravillado. A la altura de su cadera escuchó la voz fuerte de Itachi interrumpiendo sus pensamientos. -Tienes que conseguir algunas cosas ya que estamos aquí.-

El moreno había asumido de nueva cuenta su forma canina. Miraba a Deidara con sus ojos en rojo vivo.

-Las necesitaremos pronto.-Sentenció.

-P-pero no tengo dinero.-Respondió balbuceante.- ¿Cómo se supone que voy a comprar lo que me pidas?-

-Mira y aprende.-Una sonrisa burlona se escapó de sus labios mientras comenzaba a caminar.

Desde los árboles, Itachi se desplazó hasta el mercado. Había de todo, desde comida y víveres básicos, hasta ropa de alta costura.

Empezó a ver a los lados. Podía sentir cómo su aprendiz lo miraba con suma atención. Vio la presa de su objetivo, una carnicería al aire libre. Cerca de ahí, escupió una mota de pelo blanco, la cual rápidamente se convirtió en un gato.

-Crea distracción.-Ordenó, a lo que el gato saltó sobre los camarones de una pescadería, llevándose un salmón. El dueño rápidamente lo quiso atrapar corriendo, pero el animal escapó con los pescados en la boca. El pescadero hizo un drama al tiempo que gritaba que alguien parara al gato. Todo mundo miraba al pescador corriendo tras el minino, inclusive el carnicero. Sin apresurarse mucho debido a la distracción, el moreno caminó directo al corte de carne más grande y pesado que había. Lo tomó entre sus fauces y desapareció, al igual que el gato.

-¿Vef?-Dijo junto al rubio una vez apareció. Tenía el trozo de carne en su boca, así que no se le entendía con claridad algunas cosas.-Afí de fenfillo fuedes… un momento.-Soltó la carne y la dejó sobre unas hojas.-Así de sencillo puedes hacer que los humanos te regalen las cosas.-

-No te lo regalaron, ¡lo has robado!-

-Si no te ven no es robar, es negligencia del vendedor.-Contestó mientras tragaba entera la carne cruda.- ¿Y bien?-

-¿Y bien qué?-Respondió el ojiazul.

-Te toca ir a ti.-

-Ni sueñes que voy a hurtar lo que es de alguien más.-

-No hurtes.-Dijo calmado.-Sólo usa uno de tus trucos.

-¿Y qué robo?-

-¡Ah! Lo que tú                quieras, mientras el vendedor te mire a los ojos no hay problema. Puedes llevarte comida, ropas o incluso algo para mí. Eso sería un signo claro de rendición.-Rió a lo alto.

-Eres despreciable.-Comentó entre dientes.

-Me alagas, pero no estamos aquí para adorar mi existencia, sino para entrenarte.-Mostró todos sus dientes al sonreír.- Nunca has interactuado con otras personas y tus poderes. Esta es la oportunidad perfecta. Además de que todo mundo en tu pueblucho se está resguardando de las brujas.-Miró serio a la lejanía.

Deidara pudo ver la expresión seria de Itachi, pudo percibir una breve preocupación por él, pero no pasó a más.

-¿Qué esperas? ¿A que el Papa se muera? ¡Andando!-

A pesar de la orden, el ojiazul no se movía ni un ápice. Sólo miraba el mercado con lástima. Como si algo malo le fuera a suceder a todos los que andaban por ahí, tanto compradores como vendedores, gente mayor y niños pequeños.

-¡Ya sé! Es porque no te he tocado en estos días, ¿cierto?- La sonrisa del moreno se transformó en una siniestra mientras se relamía los labios.

-¡N-no puedes hacerlo en una zona tan concurrida!-Se quejó el ojiazul mientras daba pequeños pasos hacia atrás sin darse cuenta.

 -Eso es lo que tú crees.- Sonrió de medio lado.

La raíz de un arbusto había sobre salido de la tierra, provocando que Deidara se cayera de espaldas sobre las hojas secas que los árboles dejaban caer.

-¡Ey! ¡¿Pero qué…?!-Dijo antes de que el moreno lo amordazara con una piedra redonda que se encontró y tomara sus manos sobre su cabeza.

-¿Será eso por lo que andas de mal humor?-Comentó el moreno al tiempo que, delicadamente, lamía la oreja izquierda de Deidara.-Porque he de recordarte que si eres un criado nuevo, nunca le debes de faltar el respeto a tu amo. Y hoy me recibiste de una manera muy protestante.-

El rubio abrió los ojos sorprendido y asustado. No podía hablar ni moverse porque ambas cosas se proporcionaban cierto nivel de dolor.

-Así que hoy te costará pagar el precio.-Su sonrisa de había ensanchado aún más, aumentando el miedo que sentía el ojiazul.

Itachi chasqueó los dedos y al instante una burbuja de transparente los cubrió a ambos.

Deidara lo miró con dudas, a lo que el moreno respondió rápidamente.

-¿Impresionado? De esta forma nadie podrá vernos ni escucharnos. Nada saldrá de esta burbuja, es como un camuflaje, y el único que estará aquí para escucharte seré yo mismo.-

Sin que diera tiempo para que el rubio lo analizara, el ojicarmín mordió su clavícula, clavó sus dientes profundamente en la carne, parecía que se le iba a colgar la piel si dejaba de morder. El rubio dio un grito fuerte, pero debido a la piedra que tenía en la boca se escuchaba sólo el resoplido que venía de su nariz.

Sin darse cuenta de cuándo, el moreno había elevado la cadera del rubio y bajado sus pantalones, al igual que había sacado ambos miembros y los frotaba con brusquedad.

-Y decir que no eres un masoquista.-Dijo entre risillas.

Una vez el rubio estuvo lo suficientemente duro, el demonio introdujo su propio miembro en la entrada de Deidara. Sus ojos dejaban caer copos de nieve por montones, y se convertían en agua al recorrer parte de sus mejillas.

“Te odio”.-Pensaba Deidara con cada estocada.

Itachi, al escuchar los pensamientos de su aprendiz, bajó la cabeza, pues había sentido una punzada en algún lugar de su cuerpo, un lugar que se asemejaba a un corazón humano. Sintió un fuerte dolor al escuchar esas palabras. Deidara pensó en que se iba a detener, pero en su lugar repartió estocadas más furiosas, más rápidas, más dolorosas, más profundas.

Deidara no podía hacer más que gemir y llorar entre el sudor y la sangre que emanaba de su cuerpo. Agradecía que el moreno había puesto esa burbuja, pues con sus gritos, hubiera parecido que mataban a alguien de una manera grotescamente cruel.

Y de pronto pasó lo que el rubio tanto temía. Sintió un desgarre cerca de su entrada, podía sentirlo extendiéndose gracias a las estocadas de Itachi. Se extendió tanto hacia arriba como hacia abajo. El desgarre llegó a estar entre sus testículos y hasta terminar la línea de sus glúteos. La sangre brotaba cada vez que Itachi entraba y salía y volvía a entrar.

El moreno no pudo evitar percibir el aroma a sangre, una sangre delicada y deliciosa, pero aun así no paró, al contrario, fue más rápido, terminando antes de que el rubio se desangrara por completo.

Susurró algo para sí y dio un gran salto que lo llevó hasta la copa de los árboles y se sentó en una rama a observar todo lo que pudiera. Mientras tanto, en el suelo, Deidara sentía un grave dolor. Por suerte la burbuja no se había desvanecido y así no involucraría a otras personas. Sus heridas se estaban tardando más en sanar de lo que esperaba, pero también se preocupó por el moreno, pues le había encomendado algo y de repente se fue como si nada. Había escuchado un leve susurro, pero no pudo escucharlo. Ya casi oscurecía, así que pensó que, si la burbuja lo protegía, podría pasar la noche ahí para que sus heridas sanaran.

Ya más calmado, Itachi se repetía que era un tonto. Se sentía el ser más desprotegido y débil del planeta, siendo que era el emperador del bajo mundo. Se golpeaba la frente con la palma de su mano preguntándose por qué lo había hecho.

-Como si me importara.-Susurró al viento y, por primera vez en varios milenios, una gota de aceite negro cayó desde su ojo a su mejilla, llevándose con él el sentimiento de no ser correspondido.

Notas finales:

¡Hasta la próxima!


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