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Sentimientos cautivos por PrincessIce

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Notas del capitulo:

Este capítulo quise abordar un poco más sobre Sigmund, aunque más adelante se develará exactamente ese pasado que lo atormenta.

La tranquilidad había llegado al rostro de la eminencia en medicina, El Dr. Rize baja del auto entusiasmado al ser aparcado frente al tranquilo bar que en ocasiones frecuentaba, al sentir a su acompañante junto a él, toma su mano para animarlo a entrar aquel lugar.

 

– Así que este es el famoso bar, no está nada mal Andreas – el menor se deja guiar al interior donde tenía reservado una mesa justo cerca del escenario donde románticos trovadores llegaban amenizar la tarde, en cuanto se acomodan guiados por el mesero, es tomada su orden de bebidas, un par de martinis que no tardaron en llevar a la mesa.

 

– Te va encantar este lugar, tiene los mejores martinis, anda… prueba – la sonrisa coqueta del hombre maduro no pasaba desapercibida ante la mirada celeste de Sigmund, desde hace algunos años sospechaba del interés de Andreas hacia el, pero ultimamente las dudas de que si era producto de su imaginación estaban siendo disipadas, sin embargo, no se sentía preparado todavía para una relación seria.

Suspirando un poco para sacar esas ideas de su cabeza y solo disfrutar el momento de descanso junto a su amigo y mentor, decide dar el primer sorbo al martini, no era tan dulce pero tampoco era tan seco, para su paladar era la mezcla perfecta, Andreas pudo leer eso en la expresión del menor, por lo que su reacción fue alzar su copa y sonreirle.

 

– Te lo dije – aquella frase por parte de Rize, arranca una suave risa al menor.

 

Entre buena música y algunas copas más continuaron compartiendo esa bonita tarde, realmente eso había sacado de su cabeza de momento al chico afligido que estuvo a punto de atropellar unas horas antes, ya no estaba en sus manos pero hubiese estado mejor consigo haber podido ayudarle en lo que sea que le hubiese pasado, al final siempre su profesión dominaba sus acciones , pero quizá el destino no era cruzarselo en el camino y lo dejaría por la paz.

 

– te ves algo cansado Sig, tengo en casa unos relajantes buenísimos… vamos– Andreas aprieta un poco la mano de su compañero para tratar de convencerle – además ni loco te dejaré conducir así hasta tu departamento… parece que a alguien se le subieron las copas – prácticamente el mayor termina por arrebatarle las llaves del auto, sin darle tiempo a réplicas termina por aceptar.

 

– Estoy perfectamente, eres algo exagerado, si estuviera ebrio… sería como aquella vez de la fiesta de graduación ¿recuerdas? – Sigmund  hace la remembranza con las mejillas coloreadas por el efecto del alcohol, Andreas solo sacude la cabeza recordado aquella ocasión en la que termina llevando a su protegido con el a casa, pese a que su recién esposa odiaba a muerte al chico, al final terminó devolviendo el estómago en el tapete favorito de la mujer.

 

– Ya ni me recuerdes, tu no aguantaste a Fanny un mes reclamando su tapete – al final ambos terminan carcajeando hasta llegar al auto, Andreas se adueña del volante poniendo el coche en dirección a su casa, donde solo vivía con su gato, sobre aquel matrimonio con Fanny, tan solo duró tres años, ella se la vivió bajo la sombra del protegido de su marido, los celos la mataban cada que los veía juntos, lo odiaba a muerte pues le robaba la atención de su perfecto esposo.

Veinte minutos de recorrido hacia el hogar de Andreas, el tráfico estaba bastante fluído en ese anochecer, las luces de la entrada se encendieron por el sensor que detecta el movimiento, aparato instalado por Andreas pues esas llegadas nocturnas de la clínica ya le habían causado varios tropiezos que lo dejaban cojeando varios días. Así con aquella luz terminan los dos  por atravesar a pie el jardín bien cuidado, del bolsillo extrae las llaves para abrir rápidamente la puerta antes que su amigo se le escape como ha sucedido tantos años, sin poder llegar a su objetivo de seducirlo.

 

– Todo como lo recuerdo, aun conservas mi sillón – señala Sigmund el mueble rojo que ahora era ocupado por el gato que al verle ronronea – pero veo que ya tiene nuevo dueño, aquel sillón tenía su historia – de verdad sin ti estuviera aún en las calles, quien sabe que haciendo– Andreas le mira nostálgico por unos segundos antes de desaparecer por la loción relajante que había prometido.

 

Años atrás…

 

Era un enero bastante frío, esa noche había estado trabajando hasta tarde para un proyecto de la universidad en la que sus alumnos se presentarían en Estados Unidos dentro de un concurso, su estomago ya le reclamaba algo de comida, así que decide hacer una parada en una cafetería para no tener que llegar a prepararse nada a casa. Un late de vainilla muy caliente, una caja de rosquillas fueron su pedido, camina apresurado para no terminar como paleta en plena calle, al cruzar para ir al auto, observa una pequeña fogata en la esquina del puente, su alma caritativa le pide se acerque a tender la mano aquel ser humano  que puede morir de frío, mete las cosas al auto, del asiento trasero saca una cobija para regalar al pobre indigente que observó abrazarse así mismo, al llegar al sitio su sorpresa y preocupación fue mayor, el chico estaba herido, no parecía en su vestimenta ningún indigente… estaba llorando y temblando de frío.

 

–¿ Puedo ayudarte? – el rubio le miró confundido, más aquella mano tendida no la pudo rechazar, se sentía tan perdido que al percibir esa calidez de su mano fue como si la luz de esperanza iluminara su vida.

 

– ¿ cómo te llamas? – pregunta Andreas al muchachito que ya se encontraba sentado en el asiento trasero del auto, aun con las piernas hacia la banqueta mientras el mayor limpiaba la cortada en su ojo.

 

– Sigmund… ahh  la herida – la herida en contacto con el desinfectante le escoció un poco, más trataba de mantenerse quieto para no entorpecer la labor de curación – ¿ es usted un médico?–

 

– Sí… soy médico, déjame llevarte a mi casa, esto necesita unas puntadas ¿ una pelea callejera? – preguntó intrigado, imaginando que quizá el chico sea salido de alguna pandilla.

 

– Mi padre me echó de la casa  – esa respuesta le alarmó mucho más a Andreas Rize.

 

–¿ el te hizo esto? , dios… debemos ir a la policía – el rubio asustado intenta levantarse, si él acudía a la policía todo resultaría peor.

 

– Si fue el, no creo que sea buena idea … ya no quiero líos con el viejo, además mi madre no hizo nada por detenerlo, dijo que si volvía me mataría– su padre era además de violento alcohólico, era de cumplir su palabra, así que era mejor desaparecer de sus vidas, le cumpliría lo que deseaba su familia… hacer de cuenta que no existe.

 

– No te preocupes… todo estará bien – un repentino abrazo del médico, apaciguo el dolor del jovencito que se aferra a su salvador.

 

Actualidad…

 

– Hace años se veía peor – interrumpe los pensamientos de Sigmund que miraba la mesita de centro donde aún se conservaban algunas fotos de ellos juntos, su mano derecha se paseaba insistente en la herida del ojo hasta que su buen amigo aparece en la sala de nueva cuenta.

 

– Sí eso parece… eres un buen suturador, debiste ser sastre – bromea un poco Sigmund con el asunto de la herida.

 

– Bien, quítate la camisa y recuestate en el sillón – ordena Rize mientras destapa la loción que posteriormente vierte sobre la ancha espalda del más joven, unos suaves movimientos y la columna se acomodaba como engranes tronando levemente, el jadeo de satisfacción de su amigo provoca una sonrisa en sus labios – si que estabas todo descuadrado ¿ que tal se siente? –

 

– Eso parece… que rico, ya no siento molestia, no se si es tu loción o las buenas manos que tienes – Sigmund da por terminado el masaje y se recompone en el sofá, cosa que le pareció muy apresurado para Andreas que pretendía prolongar el masaje.

 

– Relajate… tu cuerpo aún está tenso  – susurra casi sobre sus labios, todo aquel calor que generó su cuerpo por el alcohol parecía golpear todo su ser, sin permiso previo la boca experta ya devora la del más joven,  su cuerpo ya era aprisionado por Andreas que con agilidad estaba sentado sobre sus caderas, ya despojado de la camisa, haciendo que Sigmund lo aprisione en sus brazos.

 

Cuando el oxígeno clama por llegar a los pulmones, aprovecha para excusarse ante su amigo pelirrojo – Andreas… espera… yo no me siento listo para una relación– en todos esos años había tenido cortos amoríos  propios de su edad que no tenían mucho avance después del episodio vivido en su casa, no sentía que era apto para poder entablar algo serio y duradero con nadie.

 

– Shuusshh , nadie habla de casarnos… tómalo como un relajante… un desestres sin compromisos, por favor déjame ayudarte a sacar la tensión – con las palabras atoradas en la garganta termina cediendo ante las caricias de Andreas, ¿ en qué momento llegaron a la habitación? , ni él mismo supo, pero ahora sus manos se aferraban a las caderas de Andreas que jadeante echaba las caderas hacia atrás para sentirlo más en su interior, mordía sus labios para reprimir sonoros gemidos pero era prácticamente imposible, sus manos empuñaban las sábanas arremolinadas debajo suyo – Ahhh Sig...mund – era el vivo fuego que se ondeaba en su vientre amenazando por consumirlo, era tan excitante después de tantos años deseando ese momento, al fin hacen el amor… o al menos eso era para Andreas, un paso muy grande para tenerlo a su lado, desde que lo conoció esa vez debajo del puente su corazón había caído  flechado por completo y de ahí sus fracasos amorosos y matrimonial.

 

Ese acto no debía pasar, se repetía una y otra vez en su mente Sigmund, él era como un hermano mayor… – no no puedo – ese tipo de pensamientos le hizo viajar al pasado y recordar a su familia.

 

– Sigmund…  – bastante agitado se voltea a verlo preocupado – Mirame… soy yo, no pienses en nada… aqui estamos tu  y yo – le tomo de las mejillas para volverlo a la realidad, tratando de embriagarlo de nuevo en su sabor… un suave movimiento y lo recuesta colocándose encima suyo, sus caderas se oscilaron en cuanto se autopenetró, buscando de todas las maneras posibles hacerlo explotar de placer.

 

En otro punto de la ciudad…

 

La  puerta de la habitación volvió a cerrarse con llave, dejando a un Mime sin ataduras sobre la cama, desnudo y desconcertado por el corto beso recibido por parte de Alpha, más su cansancio por aquella carrera durante el día en la calle lo tenía acabado, su delgado cuerpo desnudo se introduce bajo las sábanas cayendo en un profundo sueño.

 

Los días posteriores al escape, la actitud de Mime se había suavizado, hacia todo lo que el mayor le indicaba, la reprimenda que había recibido había sido muy efectiva o al menos eso era lo que Siegfried pensaba.

 

–Pequeño, te traje un regalo … te has portado muy bien, quizá pronto no haya necesidad de tenerte bajo llave – a acerca al menor dejando una caricia en la mejilla, estás se encienden levemente siendo notado por el mayor al instante, cosa que le levantaba el ego, pues ese chiquillo estaba cayendo en sus redes al fin.

 

Sin atreverse a preguntar nada sin el permiso de su captor, lo mira atento a la espera que le autorice abrir la caja que estaba sobre la mesa y se suponía era el mentado regalo.

 

– Vamos que esperas… ¿o es que acaso despreciaras mi obsequio? – pregunta en un tono ligeramente ofendido.

 

– No… disculpa – se acerca el Finlandés a deslizar el  listón azul sobre la caja, al ser liberado levanta la caja, un delicioso pastel de zanahoria que enseguida le hizo agua la boca.

 

– Pastel … lo vi y me recordó tu cabello – dice en tono de broma, sacando una pequeña sonrisa al menor – hey… no te había visto sonreír, que linda sonrisa – las adulaciones encendieron más el juvenil rostro de Mime.

– Gracias… – responde Mime con gesto amable, muerde su labio inferior con nervios, aquella acción enciende los instintos de Siegfried al ver tanta inocencia en el chico que termina por despertar a su amigo entre las piernas, con paciencia se acerca por la espalda del menor, para rodear su cintura y hacerlo que corte una rebanada, trocea con una cuchara y acerca el alimento al menor para que deguste el postre, simplemente ese rostro denotaba tanta satisfacción al comer el pastel, las manos traviesas de Siefried se pasean por la cintura del menor, sus labios dejando pequeños besos en su cuello lechoso, el menor se aparta del pastel y voltea asustado al sentirse aprisionado.

 

– Pensé que ya habíamos hecho las paces… creo que … buscaré quien si quiera complacerme como se debe – con fingido ofensa se aparta del menor dispuesto a “marcharse” a buscar alguna meretriz, sin embargo, Mime lo detiene del brazo, satisfecho sonríe para sus adentros el Alpha, la playera larga que lo cubría hasta casi la mitad de los muslos cae al piso, unos cortos boxers lo vestían aún.

– Yo lo haré – con mucha vergüenza gira su rostro con total carmín marcado en las mejillas, solo eso bastó para que el rechinido del colchón de Siegfried resonara en la habitación, era la primera vez que no tenían sexo fuera de  la habitación que estaba destinada para Mime, su mano con mutilaciones cubrían sus labios intentando ocultar los jadeos emitían sus labios.

– aaahh… Mime… vamos… gime, por odín… que deliciosos estás – las piernas del menor fueron separadas más intentando que las penetraciones lleguen  a lo más profundo de su ser, en tan poco tiempo una droga más se incluía a su lista de adicciones de Siegfried, una droga tan exquisita que no pensó conservarla tanto…”Mime”.


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