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Sentimientos cautivos por PrincessIce

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El hotel de retiro quedaba a un par de horas de la ciudad, tal como sigmund prometió hicieron una parada antes de llegar para comprar algunas cosas básicas para su estancia en el campo, por su parte Mime parecía perdido observando la carretera , guardando sus manos en los bolsillos de la sudadera, parecía triste pues su respirar en varias ocasiones estuvo acompañado de suspiros nostálgicos.

 

Hasta el momento en que el automóvil se encarriló a la angosta entrada en forma de túnel  y salir hacia la hermosa entrada empedrada frente a una edificación tipo colonial, el muchacho pelirrojo no se incorpora en su asiento, mirando maravillado ese mágico lugar.

 

– ¿ te gusta este lugar? – detiene la marcha de su auto, y observa con ternura el par de ojitos rubí que miraban curioso tanto colorido verde de los jardines. Un mozo se acerca a abrirles la puerta del auto, en cuanto ambos salen del vehículo aspiran el aire fresco llenando sus pulmones de un agradable aroma.

 

–Es muy lindo… esto es demasiado – murmura la última frase por lo bajo – Sigmund no debiste – da media vuelta intentando volverse al auto y pedirle regresar a la ciudad, pero en esos momentos él botones ya cargaba el ligero equipaje que habían comprado unos kilómetros antes de llegar, y él valet parking ya se llevaba el coche al estacionamiento un poco más retirado del edificio.

 

– Nada de eso jovencito, usted se merece unos días de tranquilidad y ¿porque no?, yo también… he tenido días muy pesados en el trabajo así que vamos a desestresarnos un poco – se acerca a acariciar su mejilla robando ese tono carmín que tanto disfruta.

 

Las horas transcurrieron desde que se instalaron en la suite de dos recamaras, se disponían a dar un paseo por los jardines, era cierto que ese lugar le daba una tranquilidad al menor, el trineo de las aves daban el toque perfecto de libertad entre la naturaleza, que le hacía de momentos olvidar tantas angustias pasadas.

 

Caminaron hasta llegar a un laguito, donde los patos chapoteaban felices en parvada, alrededor de ese manto acuífero estaban unas bancas rústicas de troncos de tejos, bajo un gran árbol del mismo tipo – Este árbol nos dará bastante sombra – sugiere Sigmund tomándolo de la mano para guiarlo debajo de él. – Me recuerda mucho a Yggdrasil – sonríe rememorando en su mente aquel libro de la mitología que tanto le gustaba de adolescente.

 

–¿ el árbol de la vida?– pregunta curioso Mime, esperando no haberse equivocado, aunque él jamás fue un chico ignorante y conocía bien sobre los mitos del norte de Europa.

 

– Asi es mi Ángel …–   y tal como lo recuerda fresco en su mente recita un fragmento que ha quedado muy grabado en su memoria –  “Mientras que la calma firmeza del árbol y el ruido monótono del viento a través de sus hojas invitan al espíritu a reposar, la incesante actividad de las diferentes especies de animales que se alimentan de sus ramas nos recuerda la Naturaleza, que jamás reposa y jamás se fatiga. El árbol suspira y muge bajo su peso; los animales se mueven en él y a su alrededor, cada especie tiene su sitio y su destino,  y mientras todas están activamente ocupadas, las gotas de rocío caen para refrescar la tierra y el corazón del hombre.” –  para ese momento, Mime se encontraba con la cabeza ladeada sobre su pecho, disfrutando de la voz varonil del doctor que relataba parte del significado del árbol, cerrando los ojos lentamente, sintiéndose protegido se deja llevar por los brazos de Morpheo. Para cuando Sigmund termina de explicarle los nueve reinos representados en él árbol, su amado Ángel ya no respondía, al verlo completamente dormido evita despertarlo, viéndose en la necesidad de llevarlo en brazos a su habitación que quedaba algo retirada, sin embargo, no era una carga pesada por lo menudo que era él muchacho a pesar del embarazo.

 

La noche teñía de oscuridad el hotel de campo, Sigmund daba vueltas a los canales de la televisión en su habitación, al parecer su pequeño ángel había caído rendido el resto de la tarde y no despertaría hasta el siguiente día.

 

En la habitación contigua, Mime se removía entre las sábanas, asustado por ver ese rostro aterrador, que corría tras él dispuesto a cercenar los demás dedos, la voz ronca del oji esmeralda gritaba de improperios contra el pelirrojo que corre con todas sus fuerzas por calles empedradas, que a cada segundo se volvían más estrechas como si fuesen a tragarselo.

 

– ¡No! – el grito desgarrador de Mime alerta al psiquiatra que ni tardo ni perezoso corre a ver que sucede con el menor. Al entrar en la habitación, encuentra al muchacho envuelto en lágrimas, tembloroso, en cuanto Sigmund se acerca no repara en abrazarlo fuerte.

 

– Tranquilo… aquí estoy – apenas lograba escuchar sus palabras pues su corazón palpitaba acelerado, no podía articular palabra, su respiración se agitaba al sentir que el oxígeno no llega a sus pulmones del todo – Ángel… ¡ángel mírame!  – lo llama sosteniendo sus mejillas al darse cuenta que ya hiperventila.

 

– Viene tras de mí, viene tras de mí – logra articular con un rostro que refleja completo pánico, Sigmund acaricia su cabello comprendiendo que esta siendo presa de un ataque de ansiedad producido por la persecución de los ladrones que entraron a su casa el día anterior.

 

– Solo estoy yo aquí, no te va pasar nada… fue una pesadilla – habló suavemente al oído depositando un pequeño beso en la mejilla del menor, logrando captar su atención, lo que comenzaba a relajarse del estado de shock. – Respira profundo… eso es – seguía las instrucciones el finés para normalizar su respiración.

 

– Me duele el pecho – susurra aun asustado pensando que le daría un ataque al corazón.

– No pienses eso… solo estás nervioso por él sueño, ven acá –  lo toma del brazo para llevarlo al pie de la ventana – ¿ ves eso?, la luna está hermosa esta noche ¿no crees? – lo abraza por la espalda después de abrir la ventana para recibir el sereno de la noche.

 

Las palpitaciones disminuían hasta normalizarse, los brazos rodeando su cintura desde la espalda, lo colmaban de seguridad y cariño – ¿ ya ves que no era nada? – lo gira para verlo a la cara, rozando lentamente su pulgar por sus labios, el sonrojo recibido le arranca una pequeña sonrisa al mayor.

 

– Te ves tan tierno así sonrojado – acorta poco a poco la distancia hasta invadir esos carnosos labios  que no se negaban al recibimiento de la boca ajena, corto y dulce beso que los mantuvo unidos por un instante después recargando sus frentes – ¿ quieres que me quede acompañandote ?–

 

Tampoco quería que pensara que era un aprovechado, pero le preocupaba que a mitad de la noche tuviera otro cuadro de ataque de ansiedad como momentos antes.

 

– Si… no quiero estar solo – recibe un beso en la frente, con cuidado lo acompaña a la cama donde Mime espera que se meta bajo las sábanas el doctor, para posteriormente acomodarse en su pecho. – Debes estar harto de estar soportándome –  menciona apenado el menor, aquellas palabras le descolocan en demasía a Sigmund, se giró para encararlo y detener esa autoflagelación que se promovía hacia sí.

 

– Jamás he dicho o he manifestado fastidio hacia ti, te empeñas en hacerte daño pensando esas cosas – lo toma del mentón y lo mira fijamente – Ángel, quiero que entiendas de una vez por todas, que lo único que quiero es que te sientas bien, que dejes esos temores aun lado, si en verdad logro llenarte de seguridad y de tranquilidad… nada me cuesta dormir a tu lado para velar tus sueños – pasa lentamente el pulgar por su boca – nada me hace más feliz que cuidarte, que me dejes estar así cerca de ti… ángel desde que te vi me cautivaste, sientelo una vez más … – coge su mano y la coloca en su corazón que parecía salirse de su pecho – estoy enamorado de ti… como jamás lo había estado – una reacción similar ocurre en el cuerpo de Mime, ahí estaba una vez más declarándole sus intenciones hacia su persona, eso que no terminaba de creerlo, ¿cómo era posible que ese hombre maduro pusiera sus ojos en algo tan poca cosa como el?

 

Como un magneto su boca fue atraída por la experta, dulce y lento por instantes, más los deseos carnales clamaban porque el arrebato llegara a sus cuerpos, la lengua recorría sin pudor la cavidad que respondía con la misma hambre de sensaciones, sus brazos apegaron el delgado cuerpo contra el suyo, tímidamente la pierna de Mime se enredaba contra los muslos de Sigmund disminuyendo el espacio entre sus caderas, justo al rozarse un claro suspiro emana de los tiernos labios del pelirrojo, excitando al médico que abandona su boca tan sólo para recorrer la piel de su cuello, a punto de perder el control, Mime pasa sus manos cubiertas por los guantes oscuros por la fuerte espalda – Para… ahhh Sigmund aún no – jadea extasiado por las caricias regaladas en su piel, en ese momento Sigmund reacciona de ese atrevimiento suyo, detiene sus manos en el viaje que iba directo a las caderas y tan solo lo envuelve en sus brazos protectores.

 

– No haré nada que tu no quieras… aunque quisiera hacerte el amor para curarte todas esas heridas de tu corazón, será cuando tu me aceptes completamente … cuando ya no haya dudas – besa la punta de su nariz, al menos ese “aun no” le daba esperanzas de estar entrando en su corazón, pues no hubo un rotundo no y eso lo hacía muy feliz.

 

– Sigmund… – confundido por toda esa revoltura de sentimientos, solo asiente ante las palabras del mayor – Es que… no se si sea correcto involucrarme contigo tan rápido, me gustas… me gustas mucho – se sonroja pues este le sonríe complacido – Y… saber que sientes todo eso por mi, me hace sentir extraño… como si se me revolviera el estómago, me encanta como me besas, tus caricias… tan solo toca mis mejillas – lleva las manos de Sigmund a su rostro para que note la elevadísima temperatura que provoca su cuerpo al contacto con el suyo.

 

– Bueno cada vez que tengas un ataque de ansiedad yo te daré un ataque de besos… veo que eso te cura, hace un rato estabas todo pálido… ahora estas todo rojito, pareces una cerecita – arranca una risita divertida en Mime por tal ocurrencia de su “amigovio”.

 

Se tapa el rostro para que ya no haga mofa de sus mejillas sonrojadas, pero Sigmund lo acorrala atacando a cosquillas en la cintura, logrando que el menor se retuerza en la cama – ¡Basta!... ¡ eres un tramposo! – con esfuerzo se libra de su agresor dando la voltereta dejándolo ahora a sigmund debajo suyo para picarle las costillas teniendolo como víctima, quedando de repente inmóvil Mime  al percatarse sentado en sus caderas y muy cerca de su amado doctor, este lo atrapa por la cintura.

 

–¡ te tengo! – recita meloso, alborotando el nido de hormonas del embarazado que se lanza desesperado a besarlo, en cuanto siente la entrepierna debajo suya completamente rígida, se aparta avergonzado – ahora el cara de tomate eres tu – susurra bajándose de sus caderas, se recuesta a su lado.

 

– Ya veo… te vengaste – suspira tratando de pensar en otra cosa para que la erección un tanto dolorosa se alivie un poco – Ángel… no provoques que me sacaras mi fiera interior – guiña el ojo bromeando por la situación – será mejor que descansemos o terminarás por darme un ataque al corazón con tanta emoción – de nuevo roba un sonrojo del menor que se echa la almohada encima para ocultarla.

 

Ambos terminan por relajarse del emocionante jugueteo que tuvieron en él colchón, quedándose dormidos en posición de cucharita después de un rato de plática amena durante un par de horas más.

 

Varios kilómetros a la lejanía de Noruega, despertaba angustiado Siegfried, con un presentimiento que algo no iba del todo bien, del cajón saca su teléfono móvil e intenta llamar a Mime, varios timbrazos y nada… eso era raro, más se queda viendo un instante el reloj – Debe estar durmiendo… seguro que todo está bien con el mocoso – susurra volviéndose a echar sobre la cama para intentar conciliar de  nueva cuenta el sueño.


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