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El precio de la venganza por Kheslya

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El Precio de la Venganza. Capítulo 12: El Chico Que Amó los Hospitales (III).        

 

 

Agotado por la reciente actividad física, Joel se dejó caer por completo sobre Marcus, todavía sin salir de su interior.  

—Ha sido... —empezó Joel—. Joder, ha sido increíble.— Marcus gimió bajo su cuerpo y él se apresuró a quitarse de encima del chico, acostándose a su lado sin cubrir su desnudez.— ¿Cómo te encuentras? ¿Está bien tu cuerpo? —preguntó algo preocupado.  

Marcus lo miró confundido mientras cubría su cuerpo con las sábanas. Mientras habían estado haciéndolo, el calor del momento le había impedido sentir frío, pero ahora que habían terminado y aunque su cuerpo estaba cansado y agitado, podía sentir con claridad la temperatura.  

— ¿Mi cuerpo? Estoy cansado.  

— No hablo de eso..., sino de si estás bien...  

— ¿Si me ha gustado? —preguntó.— Sí.  

— ¡No! Quiero decir... —tosió un poco, llevándose una mano a la boca, intentando ocultar el sonrojo en su rostro—, que si te duele... Ya sabes, era tu primera vez y es normal que duela... —las últimas frases no fueron más que susurros que se iban apagando cada vez más hasta que casi ni él mismo fue capaz de escuchar su propia voz.   

Pero Marcus lo oyó perfectamente y se medio incorporó en la camilla, acto que hizo que las sábanas que cubrían su cuerpo se deslizasen hasta su cintura, dejando ver su torso y brazos desnudos.  

— Graham, no era mi primera vez. —y volvió a acostarse sin dar más explicaciones, cubriendo de nuevo su cuerpo con las sábanas hasta su barbilla, esta vez dando la espalda al castaño que lo observaba contrariado.  

— Marcus... —lo llamó, pero como no obtuvo respuesta, volvió a hacerlo.— Marc...  

— ¿Qué? —espetó molesto el menor sin siquiera darse la vuelta para mirarlo.  

— Deberíamos darnos una ducha, ya sabes, estamos...  

— No, tengo sueño. Ve tú.  

Joel tensó los labios y bajó su mirada, levantándose para vestirse y salir de la habitación. Podía notar que el ambiente se habían tensado considerablemente y que de momento, era mejor dejar las cosas como estaban y no forzar en nada al rubio. Lo dejaría que pensase solo durante algunos días, se dijo. A él también le vendría bien ese tiempo para pensar las cosas en frío.                            

 

 

••••••••♠••••••••  

 

 

Tres semanas. Era el tiempo que había transcurrido desde que sus hormonas tomaron el control de sus partes bajas y después del resto de su cuerpo incitándolo a mantener relaciones sexuales con Marcus. Tres semanas desde la última vez que puso un pie en el hospital, y por ende, tres semanas desde que había visto al rubio por última vez.  

No se arrepentía de haberse acostado con él, desde luego que no, había sido una de las mejores experiencias que había tenido hasta ese momento y no iba a negarlo o a hacerse el desentendido como si nada. Pero necesitaba ese tiempo alejado del menor para poder pensar con claridad, y es que la última conversación con él, justo después de haberse acostado juntos, una conversación que se supone tendría que haber sido amena y quizá hasta divertida, lo había dejado demasiado removido en lo más profundo de su ser.  

No tardó demasiado en juntar las piezas del puzzle en su cabeza y atar cabos. Marcus era poco más que un pre-adolescente cuando llegó al hospital, a penas tenía 12 años cuando lo hizo y, aunque debía de reconocer que actualmente los jóvenes solían darse prisa en deshacerse de ese lastre llamado virginidad, tanta precocidad le parecía demasiada.   Recordó cuando Marcus al despertar se alteraba solo con ser rozado, y como había perdido los nervios cuando él mismo lo había agarrado. Lo que vio en sus ojos en esas ocasiones, no era otra cosa sino terror. A Marcus lo aterraba, al menos en ese momento, que lo tocasen, sobretodo cuando quien lo tocaba era un hombre.   Y también estaban las pesadillas. Joel, desde hacía bastantes meses, había empezado a quedarse a dormir en el hospital junto a su amigo todos los fines de semana. Llegaba Viernes en la tarde, después de haber pasado por casa a coger ropa, y no regresaba a su casa hasta casi la madrugada del Domingo. Fue en uno de esos fines de semana allí, cuando se había dado cuenta de los terrones nocturnos del menor. Chillaba contra la almohada como si no pudiese evitarlo pero a la vez supiese que no debía de hacer demasiado ruido, y apretaba las sábanas de la camilla hasta que sus nudillos perdían su color y se volvían blancos. Con el pasar de las semanas, Joel se dio cuenta que las pesadillas eran constantes y que Marcus, por culpa de estas, mantenía un horario de sueño demasiado escaso y desorganizado. Una noche de sábado, después de rechazar por teléfono la tercera invitación para salir al día siguiente, entró al cuarto de Marcus, que empezaba a agitarse en la camilla en mitad de su sueño, y sin saber qué más hacer, se metió bajo las sábanas junto a él y lo abrazó con fuerza cuando comenzó a gritar. El rubio al principio forcejeó, pero acabó calmándose entre sus brazos. Desde esa noche, Joel empezó a clamar los terrores nocturnos de Marcus de aquella manera, al menos cuando pasaba la noche a su lado.  

Ingresó con 12 años; tenía miedo a ser tocado, sobretodo por hombres; y había afirmado que ya había mantenido relaciones sexuales con anterioridad.   De alguna manera un nudo se formó en su garganta y tuvo ganas de vomitar cuando su cerebro llegó a la horrible verdad.    Rompió todo cuanto encontró a su paso hasta que terminó medio sollozando, sentado en el suelo y rodeado del caos en el que se había transformado su cuarto después de su ataque de rabia.  

 

 

Dio un par de respiraciones profundas, y se levantó, caminando hasta la salida con una tranquilidad que nadie hubiese podido creer ver en alguien que acaba de destrozar una habitación.   Si para algo le habían servido esas tres semanas de reflexión alejado del rubio, a parte de para darse cuenta de todo, era para una cosa: quería, necesitaba ver a Marcus.                                

 

 

••••••••♦••••••••  

 

 

Murmullos y cuchicheos, cuchicheos y murmullos, fueron los que lo recibieron nada más poner un pie en el hospital. No supo si fue por su ropa aún más desaliñada de lo normal, por su expresión apurada, por el hecho de haber llegado corriendo como si lo estuviesen persiguiendo, o simplemente por el tiempo que llevaba sin dejarse ver por allí. Supuso que cada cosa había puesto su granito de arena en que las enfermeras y algunos pacientes lo mirasen como mirarían a un paciente fugado del área psiquiátrica. Incluso su padre, que lo miraba desde encima de sus gafas y negaba con la cabeza, preguntándose por qué no le habría regalado alguna mascota a su esposa cuando dijo que quería un tercer miembro en la familia.  

Joel pasó delante de Gael haciendo un leve movimiento de cabeza a modo de saludo, y siguió corriendo hasta que estuvo frente a la puerta de Marcus, pero no la abrió.   Las enfermeras de nuevo cuchicheaban a sus espaldas y más de una vez estuvo a punto de darse la vuelta para encararlas y gritarles que se metiesen en sus aburridas vidas y regresasen a sus respectivos trabajos. Pero no lo hizo.   Siguió mirando la puerta como si esta fuera a revelarle los secretos del universo y por primera vez se preguntó si había hecho bien en ir. Cuando empezó a correr hacia allí lo único que lo había movido eran los deseos por ver a Marcus, pero ahora que estaba frente a su puerta, se daba cuenta que no sabía cómo enfrentarlo después de haberse enterado de todo, o al menos de una parte de todo, ya que todavía no sabía quién ni por qué había disparado al rubio, aunque sospechaba que estaba conectado con su... miedo a ser tocado.  

— ¿Qué coño haces ahí plantado? —la puerta se había abierto frente a él y un Marcus con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho lo miraba desde abajo. — ¿Has perdido la neurona que te quedaba? —él mismo se hacía esa pregunta demasiadas veces al día desde que su interés se había visto captado por un pequeño y malhumorado rubio de grandes ojos verdes.  

De improvisto, Joel empujó al rubio de nuevo hasta el interior de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y abrazó con fuerza el cuerpo del menor contra el suyo.  

— Lo siento. —susurró. Podía notar como el corazón de Marcus golpeaba con fuerza y supo que lo había asustado. Se reprendió a si mismo por haberlo abrazado tan bruscamente, pero en ningún momento lo soltó.— Lo siento. —el menor se fue tranquilizando en sus brazos y ahora era su propio corazón el que palpitaba con fuerza.— Lo siento. —murmuró una vez más, encorvándose  escondiendo su rostro en el cuello de Marcus que también lo rodeó con sus brazos.— Soy un idiota.  

— Un gran idiota. —corroboró Marcus.   

El menor no necesitó preguntarle al mayor el por qué de esa escena, después de la última conversación que habían tenido, se hacía una idea de lo que rondaba la mente del castaño. Separó un poco el cuerpo del castaño del suyo, lo justo para ponerse de puntillas y juntar sus labios con los suyos. Joel lo apretó con todavía más fuerza contra él y mordisqueó juguetonamente sus labios antes de apartarse.  

— ¿No odias hacer esto, Marc?   

Marcus bufó por la estupidez del más alto y lo atrapó de la sudadera, tirando de ella hacia abajo para volver a juntar ambos labios.  

— ¿Te parece que lo odio? Que no te confunda cualquier cosa que pudo pasar o no antes de ingresar aquí, me acosté contigo porque ambos queríamos.  

Joel no pudo esconder la enorme sonrisa que se formó en su rostro ante las palabras del más bajo, y lo tomó de la mano para sentarse junto a él en la camilla.  

— No te enfades, pero ojalá tu primera vez hubiese sido conmigo... —murmuró el castaño mirando hacia otro lado. No era que sintiese que Marcus valiese menos por estar "usado", como algunas personas habrían dicho, pero le hubiese gustado que su primera vez no hubiese sido así... aunque realmente no sabía los detalles, y tampoco estaba muy seguro de querer saberlos.  

— Ojalá. —contestó él.  

— ¿De veras?  

— Pero sí fue mi primer beso.—confesó.— No mentí.  

— Entonces... de alguna manera puedo afirma que fui tu primero. —rió bromeando.  

— De alguna manera.  

— Marcus, ¿cuál es tu comida favorita? —preguntó, ganándose una mirada confundida de parte del menor por el cambio tan drástico de tema de conversación.  

— Pues... el helado.  

— Marcus.  

— ¿Sí?  

— Vayamos a comer helado cuando te den el alta.  

Marcus asintió.                              

 

 

••••••••♣•••••••• 

 

 

Joel veía embarcar a través de los enormes cristales a un menudo chico moreno y de ojos verdes. No quería que se fuese, pero había sido decisión del padre de Marcus que el chico fuese a estudiar a un prestigioso internado en Irlanda, que a su vez estaba ligado a una también muy prestigiosa universidad.  

Ni siquiera había tenido tiempo llevar a Marcus a comer ese helado que prometió un par de meses más atrás. El mismo día que Gael había avisado que Marcus podía irse, Alphonse había irrumpido con un par de maletas, diciendo que el vuelo saldría en ocho horas y que era conveniente estar en el aeropuerto dos horas antes para facturar.

Joel no entendía nada, Marcus no le había dicho que se iría a estudiar fuera, pero prefirió no enfadarse con él ni echárselo en cara en ese momento. Si le quedaban menos de seis horas para estar junto a Marcus, las aprovecharía.  

La mitad del tiempo que les quedaba hasta que Marcus tuviera que ir al aeropuerto, lo pasaron encerrados en la que había sido durante años la habitación del rubio, y que los últimos meses había sido testigo mudo de los besos, caricias y gemidos de ambos chicos, llenando esa habitación de gemidos por última vez. Joel aún no entendía cómo nadie los había descubierto los ultimos meses, pues ninguno de los dos era precisamente discreto o silencioso cuando se acostaban. Seguramente lo sabían, pero preferían callarse.  

Las siguientes horas, las últimas, las pasaron conversando de qué iban a hacer al terminar el instituto o el bachillerato, aunque, como siempre, el que hablaba casi todo el tiempo era él, que había decidido que tomaría un año o dos de descanso cuando terminase bachillerato y ya después entraría en la universidad, y estudiaría medicina para en un futuro especializarse en neurocirugía.  

— Creía que odiabas los hospitales, y aún más trabajar en uno. —habló Marcus cuando a penas quedaba un cuarto de hora para que se fuese rumbo al aeropuerto.  

— Los odiaba. —contestó sonriendo.  

— ¿Entonces, por qué ese cambio?  

— ¿No nos conocimos en un hospital?  

Y vio a su pequeño amigo rubio, ahora moreno, reír. No fue una risa escandalosa, tampoco sarcástica, fue una risa que denotaba que, de algún modo, lo entendía y quizá, hasta compartía ese sentimiento.   Una vez en el aeropuerto, al que había ido ignorando las negativas tanto de su padre como las del padre del moreno, vio el momento de despedirse de Marcus. Su corazón bombeó con fuerza cuando Marcus sujetó su mano y entrelazó los dedos con suyos a modo de despedida, y estuvo seriamente tentado de armar cualquier tipo de escena para alargar la partida aunque tan solo fuesen un par de minutos.  

La voz perfectamente ensayada de una mujer se oyó en todo el aeropuerto, indicando que los ocupantes del vuelo en que debía irse el menor tenían que embarcar, y la mano de Marcus se separó de la suya.  

— Adiós. —murmuró el moreno encaminándose hasta la fila de embarque. Pero Joel corrió tras él, y antes de que cruzase por el control de seguridad, lo sujetó de su chaqueta, impidiéndole seguir avanzando.  

— ¿Adiós? Venga ya, ¿y mi beso de despedida?  

Marcus lo miró un momento con sorpresa en su rostro, seguramente porque no esperaba que le pidiese algo así en mitad de un lugar tan concurrido, después negó con la cabeza, y finalmente besó a Joel, rozando los labios con los suyos. Joel rodeó la cadera del menor con una de sus manos y lo besó con ternura, separándose para después susurrarle:  

— Hasta pronto, Marc. —y volvió a juntar sus labios con los ajenos, esta vez en un inocente pico.— Tendrás que hacerme un hueco en tu cama, porque pienso ir a verte en cuanto tenga un solo segundo libre.  

Marcus asintió para después perderse entre las puertas de embarque que ya estaban prácticamente vacías. Debía de haber sido el último pasajero del vuelo en  embarcar.  

Desde los cristales, Joel no pudo evitar preguntarse qué haría ahora. Los últimos años de su vida habían girado prácticamente alrededor de alguien que ahora se iba fuera de su alcance durante quién sabía cuanto tiempo. Tendría que acostumbrase, aunque la idea de que Marcus pudiese acostumbrarse a que otro que no fuera él lo calmase en mitad de sus peores noches, le resultaba muy poco agradable.  

 

Notas finales:

Bueno, está sin corregir ni nada, ya me tomaré mañana el tiempo para corregirlo.

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