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El precio de la venganza por Kheslya

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El Precio de la Venganza. Capítulo 14: Nuevo curso.
 
 
 
Unos insistentes toques en la puerta los interrumpieron. Ángel no terminaba de tener muy claro si eso lo alegró, pues sabía que su jefe no habría dudado en tomarlo aun en su estado físico actual, o si lo decepcionó, ya que una parte de él mismo también deseaba un encuentro entre el cuerpo del alemán y el suyo.
 
— Adelante, Richard. —Eberhard no se molestó en alejarse de él, ni cuando el nombrado entró en el despacho, y cuando habló, su aliento volvió a chocar contra la nuca de Ángel, perturbándolo de una muy agradable manera.
 
— Eberhard. —El alemán se apartó entonces de Ángel, y regresó a su sillón con una sonrisa que cambió al instante a una mueca interrogativa al mirar a su mano derecha, Richard, que le devolvía la mirada, observando también de vez en cuando al chico, porque para Richard él todavía y a pesar de sus casi 30 años era más un chico que un hombre, que se sentaba con la espalda recta frente a su jefe y que no se había ni tan siquiera girado para mirarlo. Parecía que el recién llegado estuviese evaluando si era seguro y podía hablar libremente frente a él. El juez asintió.— Todo solucionado.
 
Richard Brehme, había sido y era la mano derecha y persona de confianza de Eberhard Nachnamen prácticamente desde sus días de universidad, donde ambos habían estudiado y se graduaron juntos. Lo sabía absolutamente todo sobre él, los temas más turbios y escamosos en los que estaba o había estado involucrado, y era lo más cercano a un amigo que el alemán tenía, porque después de todo, Eberhard no podía confiar ni en su misma sombra, pero Richard parecía tener un puesto mucho más elevado en su vida.
 
Aunque su estatura no era tanta como la de su jefe, que superaba el metro noventa, era bastante alto. Eso, sumado a sus ojos casi totalmente negros, de mirada dura, y cabello castaño oscuro, casi negro, lo hacían lucir lo suficientemente intimidante como para que el resto de trabajadores de su bufete, e incluso los de otros bufetes, solo se atreviesen a observarlo desde lejos, al igual que a Eberhard, a una distancia de seguridad.
 
Como siempre decía el alemán, un buen abogado no solo tenía que parecer duro y temible, sino también parecerlo. Y en ese aspecto, tanto Richard, como Eberhard, estaba muy bien servidos.
 
Era simple: en ese mundo, o comías, o te comían. Ni más, ni menos. Y en su defecto, si no podías ser de los que comían, de los cazadores, más te valía ser subordinado de los que sí lo eran.
 
— ¿Absolutamente todo? —preguntó el alemán inquisitivamente, con los brazos apoyados sobre la mesa y los hombros ligeramente echados hacia delante. No era necesario fijarse demasiado para poder notar la tensión en sus músculos mientras esperaba una respuesta que sabía lo enfadaría.
 
— Todavía queda ese pequeño detalle —admitió entonces Richard pausadamente, pero con el tono de voz bastante tranquilo y sereno. Ángel no pudo evitar preguntarse si el hombre no sentía algo de temor, aunque solo fuese un poco, hacia el alemán, ya que su tono de voz no demostraba temor alguno, y estaba seguro que, aunque se girase para poder examinar detenidamente su rostro y la expresión de este, seguiría sin encontrar rastro de miedo. Ese pensamiento lo perturbó de algún modo, y sonrió disimuladamente ante lo hipócrita que podía ser al analizar a la gente y clasificarla con pequeñas y grandes etiquetas, «temible», «blando», «duro», «frío», «valiente»..., cuando, por más que la buscase, no encontraba etiqueta alguna que encajase en su propio comportamiento.
 
Eberhard observó extrañado durante unos segundos la pequeña sonrisa mal disimulada en los labios de Ángel, preguntándose qué sería lo que pasaba ahora por aquella mente tan... curiosa, por llamarla de algún modo, antes de volver su mirada a Richard, entrecerrando sus ojos azules que relampaguearon en una muda advertencia.
 
— Si no se presenta al juicio, corremos el riesgo, aunque es poco probable, de que lo aplacen. No quiero aplazamientos —advirtió—. Encárgate de que no haya nadie a quien esperar para que testifique.
 
Brehme solo asintió en silencio antes de regresar por donde minutos antes había llegado, cerrando la puerta del despacho de su jefe con tanto cuidado, que Ángel solo supo que se había marchado por el débil "click" que hizo la puerta al cerrarse por completo. Cuando se quiso dar cuenta, Eberhard ya volvía a estar tras él, respirando contra su adolorido cuello y paseando las manos allá por donde quería, enviando pequeñas descargas de placer en Ángel que desembocaron justo en su entrepierna.
 
— Hum... Bien, ¿dónde era que lo habíamos dejado antes...? —la voz del alemán sonó ronca y seductora en sus oídos, demasiado seductora para su autocontrol.
 
Y a Ángel le dieron igual las heridas y moretones demasiado recientes de su cuerpo, así como la advertencia del médico de no hacer movimientos bruscos y acelerados. Sus pequeñas y, en su opinión, secundarias heridas, podrían soportarlo.
 
 
                          ••••••••♦••••••••
 
 
Por lo general, a todo el mundo, o al menos a la gran mayoría, solía darle pereza el primer día de clases después de unas largas vacaciones, donde se había hecho de todo, salvo estudiar. Coger libros que no fuesen de lectura personal durante ese periodo, era solo una tortura reservada a aquellos que no se habían aplicado lo suficiente el resto del año, suspendiendo así una o varias asignaturas. Por suerte, ni Erika ni él entraban en ese desafortunado grupo de estudiantes.
 
Sin embargo, y por primera vez desde que se había matriculado en esa universidad, Johann experimentaba dos sentimientos demasiado distintos y contradictorios entre sí. Por un lado, sentía la molestia de saber que, de nuevo, regresaría a esas largas y tediosas noches de dormir mucho menos de lo que realmente su cuerpo necesitaba, y estudiar hasta que las letras bailaban antes sus ojos; y por otro, estaba ese molesto cosquilleo en su interior, como si estuviese realmente emocionado ese año de empezar el nuevo curso, su penúltimo curso si todo salía bien. O al menos él se repetía mentalmente que era por eso, por la ilusión de concluir por fin su carrera, y que la presencia de alguien nuevo no tenía absolutamente nada que ver.
 
Los primeros días de universidad después de las vacaciones podían ser dispensables para la gran mayoría, aunque pocos se arriesgaban a no ir, pero sí eran muy importantes para poder tantear a los nuevos maestros que les tocasen y las nuevas materias, y ver de qué pie cojeaban, ver sin con determinado profesor podrían aprobar la materia con notas mediocres y nada sobresalientes, o si por el contrario era uno de esos colegiados de la vieja escuela que lo quería todo al dedillo y perfecto. Esos últimos eran sin duda los peores, Johann había tenido uno así en su segundo año, un hombrecillo de constante ceño fruncido y cejas extremadamente pobladas, blancas por la edad al igual que su escaso cabello, enseñaba Derecho Penal, y casi logró que suspendiese la materia. El hombre se había jubilado al año siguiente, y Johann no podía estar más feliz por ello. Ese profesor siempre le recordó demasiado a su padre. No lo echaría de menos, eso desde luego.
 
Movió hacia un lado y hacia otro la cabeza un par de veces, no queriendo recordar a aquel profesor que fue el protagonista de sus dolores de cabeza durante dos semestres completos.
 
La entrada a la universidad estaba abarrotada por alumnos de distintas carreras, Historia, Magisterio, Bellas Artes, Periodismo, Arquitectura, Medicina, Derecho..., entre otras tantas. La universidad privada Saint Mary France, que debía su nombre a otra antigua leyenda de principios del siglo XX. Era una de las más grandes y prestigiosas de todo el mundo, y se dividía en secciones según la carrera que se estudiase. Justo en lo que se consideraba el centro de toda la universidad, había una enorme fuente de mármol, y sobre ella, una escultura de una hermosa mujer desnuda, una náyade, ninfa de aguas dulces. Algún alumno había esparcido el rumor bastantes años atrás de que, si en época de exámenes, bebías el agua de la fuente, aprobarías sin ninguna clase de problema. Con el tiempo, la gente, desesperada por tener algo a lo que agarrarse para hacerse la vana ilusión de que podrían aprobar los exámenes, había terminado por creérselo, pero en vez de beber de la fuente antes de un examen, había surgido la costumbre de bañarse en ella a modo de celebración tras haberlos terminado. A Johann le parecía algo estúpido, nunca se había metido en esa fuente, ni lo haría, si aprobaba sus exámenes y sacaba el curso, sería única y exclusivamente por sus esfuerzos, y no por la ayuda de una inexistente deidad menor que el fundador del lugar había colocado allí por un capricho suyo.
 
La fuente era una especie de punto de encuentro común entre los estudiantes de todas las carreras del Saint Mary France, pues de ella salían mucho caminos hacia las distintas facultades, y junto a ella, estaba la cafetería, donde algún que otro alumno o alumna que no podía contar con sus padres para asumir los elevados gastos universitarios de su hijos, trabajaba.
 
Colocándose recta el asa de su bandolera, que parecía empeñada en descolgarse de su hombro constantemente, rodeó la fuente a paso ligero, aunque el campus seguía bastante atestado de estudiantes, él llevaba el tiempo justo por culpa de su hermana, como siempre, y si se entretenía demasiado, terminaría por llegar tarde el primer día, y la verdad, no le apetecía que ningún profesor le cogiese manía ya desde el principio, para eso ya tendrían todo el curso.
 
Dentro, en el interior del gran edificio destinado exclusivamente a las distintas materias que la carrera de Derecho pudiese ofrecer —a veces coincidían con las de otras carreras, lo que hacía frecuente ver por allí a algunos estudiantes de otras carreras, como Historia o Criminología—, los chicos y chicas ya eran bastantes menos. Johann no podía saberlo a ciencia cierta, pero estaba seguro que el área de Derecho era la mejor organizada de toda la universidad en cuanto a lo que puntualidad y alumnado se refería, no porque los alumnos fuesen mejores que los de otras carreras, todo lo contrario, la mayoría de los alumnos matriculados en Derecho eran hijos de papá que creían podían hacer todo lo que querían, sino porque era de sobra conocido, al menos de segundo año para arriba, lo muy estrictos que eran los profesores de las materias de Derecho en en el Saint Mary France, de hecho, Johann sabía muy bien que, incluso siendo el primer día, corrían peligro de que no les dejasen entrar a clase si el reloj marcaba un solo minuto más de la hora establecida para entrar. Johann había podido comprobar que a los maestros no les temblaba la voz a la hora de, con las mismas que entraban por la puerta de clase, echarlos fuera, sin gritar, pero con una mirada que les hacía entender que replicar no sería una buena idea.
 
Estaba algo nervioso, en su plan de estudios decía que su primera clase sería Derecho Procesal I, y los nervios no eran por otra cosa más que porque ese sería el primer año que estudiaría dicha materia y aún no sabía nada ni de ella ni del profesor que la impartaría. Los nervios fueron menos cuando a un par de metros vio a dos compañeros de carrera, tan nerviosos como él lo estaba, Johann aceleró el paso para alcanzarlos e ir con ellos a clase, pero quedó algo rezagado cuando vio algo que no esperaba ver allí.
 
En su campo de visión entró un chico de baja estatura, vestido con unos vaqueros algo ceñidos a sus caderas y una camisa negra de manga corta, con el cabello negro ligeramente despeinado, como si acabase de caerse de la cama y los brazos nuevamente cargados de libros y papeles, como la primera vez que lo había visto. Johann no pudo evitar que una sonrisa divertida se formase en su rostro al darse cuenta de lo perdido y desorientado que el moreno parecía. Miraba a un lado y a otro, como si buscase algo o a alguien, y, aunque sabía que no era así, le hizo ilusión imaginar que la persona a la que Marcus buscaba era él. Idea absurda por otra parte, ya que no eran muchas las veces que ambos habían compartido algún momento, y las pocas veces que había sido así, el moreno, o bien lo había ignorado descaradamente, o bien había estado más ocupado en otras cosas muy, muy importantes. Como dejar reluciente una tarrina que anteriormente había estado llena de helado.
 
Por un momento, Johann olvidó cualquier pensamiento anterior sobre llegar a tiempo a clase, y se concentró en él. Quiso acercarse, entablar una conversación con él, una verdadera conversación esta vez, pero no pudo. Eric, uno de los compañeros con los que caminaba a clase antes de haber visto a Marcus, se dio cuenta de su tardanza, y sin el menor cuidado y delicadeza, lo agarro de un brazo y lo arrastró hasta clase. Antes de entrar, Johann miró hacia donde había visto a Marcus, pero él ya no estaba.
 
Resignado, Johann siguió a sus amigos hasta uno de los bancos centrales de la clase, ni muy lejos, ni muy cerca del profesor, y empezó a sacar lo necesario para tomar los apuntes que seguramente le pedirían que tomase. Si no se equivocaba, y esperaba no hacerlo, Marcus también estudiaba Derecho.
 
Concentrándose en las palabras del profesor, o al menos intentándolo, Johann quiso alejar de su mente a Marcus y la extraña alegría que le proporcionaba su nuevo descubrimiento. No pudo.
 
 
                              ••••••••♣••••••••
 
 
La clase había durado dos horas, como todas, y había sido un verdadero desastre. Johann había sido incapaz de concentrarse en nada y se había sentido más perdido en aquella clase de lo que un alumno de primero lo hubiese estado. Para más inri, los "cabrones", como había decidido llamarlos ese día, de sus amigos se habían dedicado la mayoría del tiempo a molestarlo al ver lo muy distraído que estaba, logrando captar la atención del maestro y que Johann se convirtiese en la diana particular de aquel hombre, siendo objetivo de todas sus preguntas.
 
Salió del aula insultando por lo bajo tanto a aquel profesor como a sus amigos, y a sí mismo, incluso a Marcus por estudiar la misma carrera que él. Y como invocado, el moreno pasó justo ante sus narices, mirándolo solo un segundo y después ignorándolo mientras acomodaba los interminables papeles entre sus brazos. ¿Sabría acaso que existían las carpetas y archivadores?
 
— ¡Espera! —gritó Johann sujetando a Marcus del brazo, algo innecesario, pues estando a escasos metros, el moreno podría haberlo oírlo perfectamente sin necesidad de levantar la voz. El más bajo se detuvo debido al agarre y le dirigió una mirada neutra para después mirar el brazo con el que el rubio lo sujetaba. Johann se apresuró a soltarlo, disculpándose por su impulsividad—. Perdón. Es solo que... bueno, es tu primer año y pensé que igual necesitabas que alguien te echase un cable... —habló nervioso— Ya sabes, alguien que comparta tu carrera. —"alguien que no sea Joel", era lo que quería decir en realidad.
 
— ¿En qué año estás? —lo interrogó el moreno. ¿Por qué ese chico lo ponía tan nervioso?
 
— Tercero, ¡y es un lío! Te envidio, ojalá yo pudiese volver a primero...
 
— Ah. —¿Ah? Ya no es que solo lo pusiese nervioso cuando clavaba sus ojos verdes en él, sino que mantener una conversación decente con Marcus parecía una auténtica odisea. ¿Cómo demonios lo hacía Joel? Quizá el cabeza hueca después de todo merecía un pequeño reconocimiento, solo quizá.
 
Johann miró a un lado y a otro un tanto incómodo por el pesado silencio entre Marcus y él. Los pasillos volvían a estar casi desiertos pero al menos podía estar tranquilo respecto a su horario, ya que no tenía ninguna otra clase hasta media hora después. Volvió a mirar a Marcus, y descubrió que este lo miraba fijamente. Y de nuevo sus ojos... ¿Por qué eran tan verdes? Por primera vez, pudo verlos directamente, y estos lo fascinaron de una manera casi mágica. No es que fuesen verdes, es que eran totalmente verdes, tan diferentes de los de otras personas. Había conocido y conocía a otros con ojos verdes, pero entre tanto verdes, siempre hallaba pequeñas motas de marrón, e incluso azul y hasta gris. Pero los ojos de Marcus se le hicieron totalmente limpios, como si el muchacho en un principio hubiese sido un esbozo de un gran pintor y este hubiese dedicado horas a eliminar cualquier resto de otro color que no fuese el verde a sus ojos. Y algo en él se relajó, mientras su mente lo convencía de que eran esos ojos, y solo eso, lo que tanto le llamaba la atención de Marcus.

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