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El precio de la venganza por Kheslya

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El precio de la venganza. Capítulo 17: El borracho y el buen samaritano.

 

Johann sujetó con fuerza y algo de desagrado el cuerpo del chico de cabellos castaños para evitar así que éste volviese a caer por quinta vez al suelo, aunque no le faltaban ganas de dejarlo allí para que muriese ahogado en su propio vómito.

— Maldito borracho —masculló enervado.

Cuidar de un estúpido que no sabía cuándo debía dejar de beber no era su idea de cómo terminar la madrugada de un sábado. Él mismo debía reconocer que había bebido un par de copas e iba con ese puntillo especial, pero al contrario que el castaño, que luchaba por librarse de él y volver a tirarse al suelo, no estaba borracho.
No sabía por qué lo estaba haciendo, tenía muy claro que odiaba a Joel, y que seguramente montaría una perfecta coreografía para bailar sobre su tumba cuando muriese de alguna enfermedad venérea, pero, sin embargo, ahí estaba ayudándolo..., por Marcus. Sí, cuando vio el cuerpo de Joel prácticamente tirado en un callejón como un mendigo alcoholizado, a un par de kilómetros de su casa, realmente le importó poco saber si respiraba siquiera. Pero entonces a su mente llegó el pálido rostro del moreno, con sus grandes ojos verdes. Y algo parecido a una embargante sensación de culpabilidad lo azotó cuando, en un alarde de máxima imaginación (pues el mismo y aún sin  casi conocerlo era incapaz de creer realmente que así ocurriría) visualizó a Marcus con esos mismos ojos que tanto llamaban su atención anegados en lágrimas por Joel.

Y allí estaba ahora, metiendo, o al menos intentándolo, el cuerpo medio inconsciente del castaño en su todoterreno, advirtiéndole, a pesar de que no parecía escuchar sus amenazas, que lo mataría si se le ocurría vomitar dentro del vehículo.

La parte fácil —aunque de fácil había tenido más bien poco—, que era lograr meter el cuerpo de Joel en su coche, ya estaba hecha, pero ahora tenía un problema aún mayor. ¿Qué debía hacer ahora con él? No pensaba llevarlo a su casa, eso estaba claro, además, no estaba por la labor de tener que dar explicaciones a sus padres y hermanos de porqué había un borracho en uno de los cuartos destinados a las visitas. Tampoco sabía dónde vivía Joel, pues jamás pensó necesitar dicha información. Sentado en el coche y golpeando el volante con ambas manos, con un Joel más ausente mentalmente que presente, pensó en dejarlo abandonado a su suerte en la primera estación de servicio que encontrase, total, Joel seguramente no se percataría de nada. Podría arrojarlo al mar y el más alto seguiría en ese estado de letargo inducido. Pero de nuevo volvió a él Marcus, y desistió en sus malas intenciones.
Solo se le ocurría una opción más, y no le agradaba lo más mínimo, ya que estaría echándole encima el problema a otra persona. Persona que tal vez estaría durmiendo tranquilo en su cama, ajeno a sus problemas. Pero quedaría bien con él, ya que ayudar al mejor amigo de alguien en un mal momento, siempre sumaba puntos, ¿no?

— Eh, ¿Joel? —lo llamó un poco inseguro, sin saber si el chico podía escucharlo. Al no obtener respuesta, sacudió el cuerpo a su lado un par de veces, obteniendo un gruñido como única respuesta. Joel se había quedado dormido—. Joder... Luego no digas que no te avisé. Te voy a coger el móvil, ¿va?

Decir que se sentía estúpido por hablar con alguien que claramente no lo escuchaba, era decir poco. Con algo de delicadeza —toda la que era capaz de profesar a alguien como Joel, que no era mucha— bajó la cremallera de la cazadora del castaño, con la intención de encontrar el teléfono móvil. Al no encontrar el aparato ni en los bolsillos interiores ni en los exteriores, pasó a buscar en los de los pantalones. Mientras buscaba, con la mayoría del cuerpo suspendido sobre el de el contrario y su mano libre sosteniéndolo con precariedad asida a su propio asiento, pudo sentir un gruñido ronco en sus oídos y el aliento alcoholizado impregnando el escaso espacio. Las manos de Joel casi lo hacen caer de bruces sobre éste cuando el castaño las introdujo donde no debía —bajo su camisa para ser precisos—, e intentaban llegar a sitios todavía más privados. De un empujón demasiado fuerte, y sin embargo algo débil para lo que en su opinión merecía, separó su cuerpo del de Joel, que impactó contra el asiento. Con el móvil en una mano y el corazón en otra por haber pasado lo que decidió clasificar como el momento más terrorífico de toda su vida —y un Joel que dormía de nuevo como si nada hubiese pasado—, desbloqueó el teléfono y buscó en las llamadas más recientes.

— Si vuelves a ponerme una mano encima te juro que te la corto. Y no hablo de la mano —murmuró a la nada. Cuando encontró el número que buscaba, suspiró un par de veces antes de presionar el botón de rellamada.

Tras tres intentos fallidos de ponerse en contacto con él, el teléfono por fin fue descolgado. Un bostezo intercalado por un gruñido de respuesta fue lo primero que oyó. Carraspeó preparándose para hablar, pero la otra persona se adelantó.

— ¿En qué hospital estás? Porque más te vale estar al borde de la muerte.

Silencio. Johann no sabía si reír por el trato que Marcus daba a Joel, o sorprenderse, ya que no  había imaginado al moreno hablando así. Claro que tampoco lo conocía demasiado si se paraba a pensar—. ¿Joel?

— No soy Joel... Soy Johann Nachnamen. No sé si me recordr...

— Sí, ya. —De nuevo silencio.

— Eh... ¿Marcus?

— ¿Está muy mal?

— Está como una cuba y no puedo llevarlo a mi casa. ¿Podrías decirme su dirección? Siento molestarte a estas horas, pero no se me ocurrió nadie más a quien preguntar.

Tras colgar, disculparse otras tres veces con Marcus por haberlo despertado y apuntar como pudo la dirección de la casa de Joel, condujo hasta allí, maldiciendo al notar que el edificio donde se ubicaba el apartamento de estaba a un par de calles de aquella heladería en la que pasó una tarde algo más que curiosa en compañía de su hermano, Joel y Marcus. Si se hubiese fijado bien ese día en lugar de huir despavorido en cuanto le fue posible, habría visto a Joel ir hacia su casa, y se habría ahorrado un par de horas de padecimientos.

Si lograr que un borracho entrase en un coche ya era complicado, intentar que éste te dijera dónde tenía las llaves de su casa ya era imposible. Y Johann se negaba a arriesgarse a que Joel volviese a tocarle de más. Mientras intentaba una vez más que el castaño le diese las llaves, la puerta se abrió por sí sola, dejando ver a Marcus tras ella. El moreno no llevaba pijama ni la típica ropa vieja para dormir, iba con lo que creyó era ropa de salir, y estaba arrugada, como si hubiese llegado a casa de Joel no hacía mucho y hubiese decidido que desvestirse antes de dormir era demasiado trabajoso. Su cabello negro, mucho más alborotado que de costumbre, cosa difícil de conseguir, solo contribuía a la hipótesis.
No fue hasta Marcus chasqueó los dedos ante su rostro, reclamando su atención, que se percató de que había estado sumido en sus pensamientos y cavilaciones seguramente durante algunos minutos, y que seguía ante la puerta todavía sin entrar y sujetando con fuerza el cuerpo de Joel para que éste no se fuese de bruces contra el suelo.

— Déjamelo, anda. —Marcus sujetó el brazo libre de Joel, aquel que no rodeaba los hombros de Johann, y lo pasó sobre los suyos para intentar dirigirlo hacia el interior del apartamento. El peso de Joel fue liberado por completo del cuerpo de Johann, y viendo cómo el moreno casi cargaba a rastras con él, no pudo evitar fijarse una vez más en la diferencia de alturas entre los dos chicos, así como de sus complexiones. Joel parecía una columna griega a punto de desplomarse junto a Marcus, y aún así, el chico lo arrastraba solo, sin más problemas de los que él mismo había padecido en su camino hasta allí.

— Deja que te eche una mano —murmuró por lo bajo al darse cuenta que de nuevo se había quedado en su mundo, solo observando.

Entre ambos fue mucho más fácil llevar a un semi-inconsciente Joel hasta lo que Johann pensó debía ser su habitación. Dejaron que el cuerpo del castaño cayese sin demasiado cuidado sobre el lecho y dieron un par de bocanadas profundas por el esfuerzo de haberlo cargado. Mientras él observaba con algo de curiosidad la estancia, no pudiendo evitar reparar en un par de fotografías de Marcus y Joel juntos a distintas edades, el moreno se dedicó a quitarle los zapatos a Joel y empujarlo hacia el centro de la cama para evitar que rodase acabase en el suelo una vez más. Una vez que estuvieron seguros de que Joel no se caería, ambos salieron de habitación y cerraron la puerta.
Marcus se giró una vez cerró, haciéndole señas para que le siguiese. No encontró motivos para negarse, así que siguió sus pasos hasta la cocina.

— ¿Te apetece un café? —Le preguntó Marcus revolviendo entre los armarios de la cocina. Sacó dos tazas y encendió la cafetera sin esperar una respuesta. Johann solo emitió un débil «sí», convencido de que aunque hubiese dado una repuesta negativa, el chico le habría hecho tomarse igualmente el café. Además, aunque él no estaba tan borracho ni de lejos como Joel, había consumido bastante como para sentir la cabeza ligeramente embotada, y una inyección de cafeína le iba a venir muy buen a sus sentidos.
Marcus se desenvolvía en la cocina como cualquier persona lo haría en la propia, sabía donde estaba el azúcar y las cucharas, sabía donde encontrar el café de máquina y cómo funcionaba ésta. Si en algún momento había tenido dudas desde que había llegado, estas se fueron en aquel instante. Marcus vivía con Joel, y parecía que llevaban así algún tiempo. Lejos de apesadumbrarse por ello —era evidente que a esas altura, Joel ya habría malinfluenciado a Marcus—, su mente viajó a temas que todavía no lograba entender.

— Es raro —expuso al fin, logrando captar la atención de Marcus, que se giró hacia él.

— ¿Hum?

— No voy a fingir que Joel me cae bien, me cae fatal y todos lo saben. Me parece un imbécil, pero no lo veo como alguien tan estúpido como para emborracharse hasta acabar tirado en un callejón sin más.

Y esa era la duda. Johann no entendía ni se había tomado jamás la molestia antes de intentar entender a Joel, pero hasta para el más estúpido era evidente que algo le ocurría. Los ojos verdes de Marcus, desprendieron un brillo extraño en el momento que hicieron contacto con los suyos, pero el chico siguió callado, como si su mente le  diese vueltas a la idea. De nuevo Johann sintió la necesidad de huir de allí. No de Joel ni de su casa, no de aquella situación que nada tenía que ver con su persona. De lo que quería huir, eran de los ojos que lo observaban como si pudiesen ver a través de él, su mente y conciencia. De esos silencios que a Johann se le antojaban incorrectos. Conocía esa mirada verde, la conocía tanto que dolía no poder recordar el dónde o el cuándo.

— Estará bien pronto —contestó al fin Marcus, todavía con la vista fija en la suya. ¿Parpadeaba alguna vez, o acaso estaba tan ensimismado que ni se percataba de cuándo ocurría?

— Sí tú lo dices... —respondió, no muy convencido y cada vez más incómodo por estar allí a solas con él. La cocina cada vez se le hacía más pequeña y la puerta de salida más lejana. Cambió el peso de un pie al otro, por nerviosismo o por costumbre tal vez —. Oye, Marcus, lo siento por el café, pero va a ser mejor que me vaya. Si te soy sincero yo también he bebido un poco y el café me sienta fatal cuando bebo —mintió. No solía hacerlo, de hecho odiaba las mentiras, pero salir de allí en ese momento le pereció más importante que una pequeña e inocente mentira que no hería a nadie.

— No te preocupes. Haré que se lo tome el otro idiota. —Johann evitó reír por el insulto muy merecido en su opinión a Joel, pero sí sonrió.

— Bueno... —se llevó una de las manos a la cabeza, inseguro.— ya nos veremos por la universidad y en clase. —Habían llegado a la puerta para despedirse, pero cuando estaba por salir, recordó algo— ¡Ah, Marcus!

— ¿Sí?

— Muchas gracias por los apuntes.

— De nada. Nos vemos.

 

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