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El precio de la venganza por Kheslya

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Notas del capitulo:

Súper súper cortito e insustancial, pero mañana subiré el capítulo 3. Lo subiría ya, pero me pillais a nada de irme. Espero que os vaya gustando la novela. Saludoooos.

El precio de la venganza. Capítulo 2: Idiota.
 
Alphonse observaba sentado tranquilamente desde la cama cómo su esposa caminaba con nerviosismo de un lado a otro de la habitación, hablando en pequeños susurros que ni él mismo llegaba a entender.
Marcus avisó antes de salir que volvería antes de la media noche. Eran las tres de la madrugada y hacía tan solo media hora que el chico se había dignado a devolverle las llamadas y decirle que ya no tardaría en llegar a casa.
Alphonse suspiró pesadamente. En lo que a él respectaba, le daba exactamente igual la hora a la que el chico llegase, tanto entre semana como los fines de semana. Marcus era ya maryorcito para saber lo que hacía. Pero Helen no opinaba igual. Para Helen, Marcus siempre sería su pequeño niño al que debía cuidar, vigilar y proteger, a pesar de que "el niño" ya había cumplido los veintidós años, y en unos meses cumpliría los veintitrés.
 
Desde que Marcus... "regresó" —por llamarlo de algún modo—, su esposa se había comportado con él mucho más protectora de lo que jamás lo fue. Como si supiera que podían arrebatarle a su hijo en cualquier momento. Como si supiese algo. Quizá el famoso sexto sentido de las mujeres, no fuese solo un mito para aterrorizar al género masculino después de todo.
 
La puerta de casa hizo un desagradable chirrido que sacó a Alphonse de sus pensamientos e hizo a Helen tensarse por completo, alerta.
La mujer pareció suspirar como si hubiese mantenido la respiración durante horas y, con el rostro más tranquilo, dejó de patrullar por la habitación y fue hasta la cama donde su marido la miraba expectante. Apartó la fina sábana color beige con motivos florales y se deslizó dentro junto a él.
 
Como si le hubiesen quitado un gran peso de encima, Helen se durmió casi al instante.
 
                  ••••••••♦••••••••
 
Marcus, al llegar a casa se había encaminado hacia su habitación sin molestarse en ir hacia la que el matrimonio compartía. Las charlas de Helen podían esperar hasta la mañana siguiente, además, seguramente la mujer cayó dormida en el momento en el que él por fin regresó. 
 
Fue hasta su propio cuarto de baño —solo él usaba ese baño—, dejando un rastro de ropa tirada tras de sí. Ya la recogería mañana.
 
El baño era de tamaño medio, —ni excesivamente grande, ni excesivamente pequeño— con un lavabo bajo un gran espejo, un bidé, y  el plato de ducha.
 
Abrió la llave de la ducha sin llegar a meterse, esperando que el agua fría se tornase tibia y finalmente caliente.
Mientras esperaba, la figura que se reflejaba en el único espejo que adornaba el baño le devolvió la mirada. Una mirada verde, tan afilada como cansada. Tenía la sensación que los últimos años el color de sus ojos se había ido tornando más oscuro, pasando de un alegre tono manzana a un apagado y frío color oliva. De alguna manera, el color de sus ojos, aunque ligeramente diferente, era lo único que le quedaba de su verdadero yo.
Porque el chico de cabellos negros como el carbón  que lo escrutaba con asco y decepción no era él.
Era Marcus Dawson. Su antiguo yo, ya no existía.
Cerró los ojos, dejándose envolver por el tranquilizador sonido del agua golpeando el suelo de la ducha.
 
Tras quitarse sus bóxer —la última prenda que lo cubría—, miró con el ceño fruncido varias marcas pequeñas y moradas en su zona inglinar. Tras fijarse un poco más detenidamente, también vio que aquel no era el único lugar marcado, sino que muslos y hasta una pequeña parte de su trasero también lo estaban.
Mataría a Joel en cuanto lo volviese a ver.
Se duchó sin entretenerse demasiado y después de haber secado su cuerpo y cabello con una toalla, salió del baño sin nada que lo cubriese.
Se arrojó de boca sobre la cama mientras extendía los brazos a los lados y un gruñido de cansancio y a la vez satisfacción se abrió paso en su garganta.
Su móvil vibró, y tuvo que obligarse a arrastrarse hasta la mesita de noche para ver qué clase de imbécil lo molestaba a las cuatro de la madrugada.
Un mensaje. De Joel.
Rodó los ojos y abrió el mensaje para ver qué quería el chico. Hacía poco más de una hora que se habían visto, ¿qué demonios podía querer Joel de él?
 
"¿Estás ya en casa? Yo no consigo dormir..."
 
Ese idiota...
Tecleó deprisa una respuesta, con la diminuta esperanza de que aquella insustancial conversación terminase pronto y pudiese dejarse mecer en los brazos de morfeo.
 
"Hace rato."
 
"¿Qué hace mi chico favorito?"
 
"Pretende dormir, pero una mosca cojonera parece querer mantenerlo despierto toda la noche."
 
"Si hubieses dormido aquí, si que te habría mantenido despierto T O D A la noche..."
 
"Entonces ya no se llamaría dormir."
 
"¿Qué más da? Lo que importa es que mañana no habrías podido mantenerte en pie."
 
"Ahá, ¿tú y cuántos más?"
 
"¿Quieres que hagamos una orgía? O.o"
 
"¡Yo no he dicho eso, idiota!"
 
"Vale, vale, tranquilidad...
 
...¿Qué llevas puesto?"
 
Marcus parpadeó varias veces, releyendo el último mensaje de Joel y mirando su cuerpo desnudo.
 
"Llevo un pijama polar de cuello alto y encima un batín." 
 
"Qué sexy..."
 
"Lo sé."
 
"¿Marcus?"
 
"¿Sí?"
 
"Estás desnudo, ¿verdad?"
 
"..."
 
"Me pone imaginarte... Estaba recordando el 'favor' que me hiciste antes de irte, y bueno..."
 
"Si se te ocurre tocarte pensando en mí, te la arranco, Joel."
 
"Ups..."
 
"¿Qué?"
 
"Tarde."
 
"Que te jodan."
 
"Si eres tú quien lo hace, hasta me lo pienso."
 
Con un sonido parecido a un gruñido reprobatorio arrojó el teléfono contra la silla rebosante de ropa que se hallaba al otro extremo de la habitación. Joel a veces podía ser insufrible para Marcus.

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