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El precio de la venganza por Kheslya

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El precio de la venganza. Capítulo 20: Cuando una montaña se derrumba (III).

 

Cogió aire y su cuerpo se sumergió bajo el agua por completo en un vano intento por despejar su mente embotada y alejar de sí todos sus pensamientos y recuerdos. Cuando sus pulmones necesitaron de aire, y solo entonces, sacó la cabeza para tomarlo, de golpe, salpicando las baldosas del suelo.
No lograba recordar mucho más de la noche anterior. Una copa había ido sustituyendo a la anterior hasta que el propio camarero había empezado a parecer reticente de servirle las que siguieron, aunque de igual manera lo hizo. 
Había despachado de las peores formas a toda fémina que intentase seducirlo como quien espantaba moscas. Podía adorar el sexo con todo su ser, era muy consciente de ello, lo reconocía y era más, se sentía bien siendo así... ¿Qué tenía ello de malo? Pero esa noche, la sola imagen de los labios carnosos, los muslos torneados, los pechos voluminosos y las sinuosas caderas femeninas balanceándose sobre su cuerpo (o bajo él), se le había hecho de lo más desagradables. Podría haber ido en pos del trasero de algún atractivo chico lo bastante borracho como para tener sexo con un hombre desconocido, pero tampoco era eso lo que quería, mucho menos lo que necesitaba.
Necesitó hundirse en lo más profundo para después alcanzar de nuevo la superficie, tomar aire y regresar a su vida cotidiana. A sus risas, sus bromas pervertidas y sus noches de sexo. Marcus había sido para él un soplo de aire fresco. A la fuerza, como quien asedia y conquista un castillo y a todos sus habitantes tras derrocar al anterior rey, lo había hecho terminar de hundirse para después ser él mismo quien lo sacase a flote.
A veces Joel se preguntaba, muy a su pesar, si Marcus era siquiera mínimamente consciente de lo que significaba para él en su vida, y terminaba por llegar a la fatal incógnita de qué sería de él si un día el moreno lo abandonaba como ocurrió con su madre. No creía ser capaz de superar el perderlo a él también. No a él.
Le había hecho tantísima falta en los meses que sucedieron a la muerte de su madre... Pero tampoco podía culparlo, nunca supo el por qué, y aún hoy todavía se lo preguntaba, pero el padre del más joven no lo dejaba regresar hasta haber finalizado sus estudios. Durante ese tiempo, Joel dejó los suyos estancados sin preocuparse por su futuro, en esos momentos tan solo deseaba hundirse en su mundo oscuro de dolor y auto-compasión, errando por su casa como un alma en pena. Observaba las fotografías donde ella aparecía, tan guapa, tan feliz y con esas sonrisas suyas de ojos risueños que el mismo Joel había heredado. Rebecca siempre había sido la clase de madre que todos querrían tener. Le aconsejaba cuando algo se le escapaba de las manos, siempre lo animaba antes de echarle la bronca del siglo (después de todo seguía siendo una madre), e incluso cuando juntó toda su valentía y se atrevió a confesar que quizá, no tenía las mismas inclinaciones que otros chicos, ella le sonrió con la cara más conmovida que Joel jamás le vería, y le repitió una y mil veces que una orientación sexual no cambiaba a su hijo y que siempre lo amaría tal y como era. ¡Incluso le hizo prometerle que un día le presentaría a Marcus! Y parecía realmente ilusionada con la idea de conocer en persona al chico que traía completamente loco a su único hijo. Claro que al final, Becca jamás llegó a conocerlo.
La relación con su padre se había desmoronado como una inestable construcción de naipes; habían caído contra el suelo esparcidos por un débil soplo (quizá el último soplo de vida de Becca, ese último soplo que Joel jamás vio), cada uno en direcciones opuestas seguían llamándose el uno al otro padre e hijo, pero ya nada fue igual. Gael cada vez se refugió más en su trabajo, en su hospital y en sus pacientes, y Joel, al no soportar seguir viviendo bajo el mismo techo en el que una vez fue feliz junto a sus padres, no tardó mucho más en recoger todo aquello necesario y echar a volar lejos de allí. La extraña manera en que su padre había empezado a mirar a Marcus las veces que regresó, todas ellas bastante breves para su propio gusto, tampoco ayudaron. Sabía que Gael, más que reprocharle el no haber estado durante los últimos instantes de vida de su madre, se lo reprochaba a Marcus. Sabía también que mentía descaradamente al moreno cada vez que le suplicaba porque acudiese a sus revisiones, alegando que Gael se preocupaba por él. Tampoco podía culparlo, él solo deseaba poder culpar a alguien más que no fuese su hijo, a alguien más que no compartiese su sangre, y Marcus resultó ser la mejor opción. Cuando estamos heridos, cuando nos derrumban y desgarran, necesitamos desesperadamente algo o alguien hacia quien enfocar todo ese dolor que nos consume lentamente. Joel lo sabía, pero al contrario de Gael, que lo enfocó en Marcus, Joel lo enfocó en sí mismo.

El agua casi se había tornado de nuevo fría cuando la puerta del baño se abrió con lentitud dejando ver una cabellera negra como la noche y tan desordenada como su propia mente. Tras el cuerpo del moreno podía divisar las ventanas cerradas del salón, pero una vez más le fue imposible determinar la hora aproximada. Marcus caminó hacia él tapando su visión del salón, se fijó entonces que llevaba una taza entre ambas manos y caminaba con cuidado para no derramar el contenido, se sentó al borde de la bañera y lo observó.

— Toma. —Marcus extendió la taza hacia él. Joel la tomó con una mirada interrogante.— Es leche con miel.

— Marc, sabes que no me gus...

— Mi madre decía que la miel es buena para los dolores de músculos. Johann dijo que perdió la cuenta de las veces que te chocaste contra cualquier cosa mientras te traía. Así que te la bebes —increpó el menor acercándole aún más la taza. Joel puso cara de asco, pero la cogió.

— ¿No tienes nada para la resaca? Va a estallarme la cabeza.

— No, te jodes por beber.

Joel hizo una mueca pero no dijo nada sabiendo que en el fondo lo único que estaba haciendo Marcus era preocuparse por él. Acercó la taza a sus labios y dio un sorbo corto para evitar vomitar. Marcus siguió observándolo hasta asegurarse de que terminase con todo el líquido, arrebató la taza vacía de sus manos y la dejó en el suelo. Después, se levantó para sacar una toalla del armario y regresar junto a él.

— Sal —ordenó. Con el tiempo Joel se había dado cuenta de que Marcus solía usar aquel tono imperativo casi sin darse cuenta. Para él no era una orden exactamente, sino que las conversaciones no eran su fuerte.— Te vas a helar.

Joel obedeció a Marcus saliendo con lentitud de la bañera, el agua lamió su morena piel, resbalando por ella las gotas hasta regresar de nuevo junto a sus compañeras. Marcus extendió la toalla con sus manos todo lo larga que era y secó primero sus cabellos castaños, que tenía que reconocerse a sí mismo, últimamente había dejado crecer demasiado a comparación de como solía llevarlos, y después la pasó por su cuerpo para después enrollarla en su cintura. Joel solo se dejó hacer, se sentía como un niño pequeño siendo cuidado por su madre, y era curioso, pues, aunque siempre acaba ocurriendo así en esas circunstancias, prefería ser él quien cuidaba de Marcus, aunque éste lo echase a estufones muchas veces de su lado, Joel era persistente, y sabía, estaba seguro, que Marcus lo permitía seguir a su lado por esa misma persistencia, por no rendirse con él. Aún con todo, ese día quería dejarse mimar, quería que Marcus lo consolase como la noche anterior, que le hiciese el amor tan cariñosamente como tan pocas veces hacía, que le preparase remedios caseros que odiaba... Que no lo dejase hundirse.

— Ayer dieron The Walking Dead. Te he grabado el capítulo. Aunque no entiendo por qué te gusta tanto si te da mie... —Joel se había adelantado hasta salvar toda distancia que lo separaba de Marcus para después rodear al menor con sus brazos sin que una sola palabra saliera de sus labios.

Siguieron abrazados durante largos minutos, en un total mutismo mientras el pijama de Marcus (que no era otra cosa más que una camiseta de Joel que en Marcus asemejaba más a un vestido, y unos sencillos pantalones de deporte. Joel siempre adoró y adoraría ver al más joven usando su ropa, era una fantasía muy recurrente para él) se iba humedeciendo a causa del contacto con el cuerpo de Joel, sin que a ninguno de los dos pareciese importarles. Finalmente Marcus puso fin al abrazo, pero en lugar de alejarse del castaño, le sujetó la cara con ambas manos, acariciando con los pulgares sus mejillas como lo habría hecho la propia Rebecca, después la atrajo hacia sí y, poniéndose de puntillas, pues estando ambos de pie de otra forma le hubiese sido imposible, juntó los labios con los suyos. Por primera vez en mucho tiempo, aquel beso no fue nada sexual. No expresó excitación ni atracción, Marcus tan solo juntó ambos labios tan fugazmente como lo habría hecho un niño al dar su primer beso, y Joel no pudo evitar compararlo con aquella primera desastrosa experiencia, y pensó que debió ser así, que el primer beso de ambos tendría que haber sido como ese; puro, limpio e inocente. Mas no cambiaría nada del pasado en que se conocieron. Quizá no fue perfecto, quizá no fue tan romántico como el de las películas y los libros que había leído, pero había sido su inicio. El de ambos.

Joel comprobó divertido que Marcus había preparado todo, él solo tuvo que sentarse en el sofá a la espera de que el menor trajese todo tipo de patatas, chucherías y otras muchas cosas muy poco saludables. Las luces del salón estaban apagadas y tan solo la luz del televisor puesto en pause y a lo lejos la de la cocina ofrecían algo de iluminación. Marcus se dejó caer a su lado empujando su cuerpo y los cubrió a ambos con una manta tras quitar el pause. Disparos y gemidos grotescos no tardaron en llenar el aire mientras la lluvia seguía azotando las ventanas, formas raquíticas y hambrientas ocupaban la pantalla, pero Joel tan solo observaba el infinito, más allá de la pantalla. Marcus abandonó su posición para deslizarse hasta quedar acostado con la cabeza sobre su regazo, mirando fijamente a Joel extendió uno de sus brazos hacia arriba para acariciar casi distraídamente los cabellos castaños. Si tuviese que elegir a un animal que representase a Marcus, ese sería sin duda alguna el gato; arisco la mayoría del tiempo, inteligente, y tremendamente demandante de atención, como en ese instante. Joel sonrió entendiendo la manera algo infantil de proceder de Marcus, era consciente de lo lejos que su mente seguía estando, e intentaba retenerlo junto a él demandando su atención.

Mientras en la pantalla del televisión los personajes se debatían entre confiar o no en un desconocido que juraba tener un lugar seguro y protegido a donde ir, Marcus seguía observando a Joel sin prestar demasiada atención. Faltaba poco más de un mes para el verdadero aniversario de la muerte de la madre de Joel y sin embargo éste se había hundido de la peor manera. Ahora parecía estar más estable, menos destrozado, pero no podía fiarse de si continuaría así. Tendría que vigilarlo de cerca para asegurarse que no volvería a desmoronarse, y si aún así lo hacía, levantarlo él mismo, así fuese a golpes y en contra de su voluntad.


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