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El precio de la venganza por Kheslya

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Notas del capitulo:  
 
El precio de la venganza. Capítulo 3: Chispa verde.
 
 
Los rayos de sol caían sofocantes reflejándose en su cabello dorado y cubriendo su piel bronceada de una fina capa de sudor. Era un día demasiado caluroso, pero el resto de estudiantes parecían tan enfrascados en entregar sus matrículas para el nuevo curso —que empezarían en cuestión de días—, que parecían ignorar ese hecho.
 
Johann maldijo entre dientes a su hermana mayor por dejar siempre las cosas para el último momento y acabar arrastrándolo después a él también.
 
¿Por qué tenía que estar también él allí?, pensó. Él ya había entregado su matrícula dos meses atrás, cuando se suponía que empezaba el plazo para hacerlo.
 
Y después estaba Erika, que aún sin haber suspendido ninguna asignatura, esperaba al último día -literalmente era el último día- para entregar la suya.
 
Se negaba en rotundo a querer creer que ambos compartiesen los mismos genes. Esa chica era demasiado desordenada y tardona como para tener su misma sangre.
 
—JOHANN. —parecía que su hermana se hubiese esforzado por poner el tono más chillón e irritante posible.
 
Johann alzó una mano para hacerle saber a su hermana dónde se encontraba, ya que esta iba revoloteando de un lado a otro, chillando su nombre una y otra vez, buscándolo.
 
—JOHANN —volvió a gritar Erika mientras se arrojaba sin cuidado alguno sobre su hermano pequeño—, que bien que no te fuiste y me abandonaste —decía estrechándose contra el pecho musculoso de Johann.
 
Johann solo intentaba apartarla de su pecho sin demasiado éxito, mientras miraba a todos lados, rezando mentalmente para que nadie estuviese viendo aquella escena de la que era protagonista por culpa de Erika, como siempre. Pero, como era de esperar, todos, absolutamente todos los estudiantes que había cerca en aquel momento, se habían detenido y habían aplazado sus conversaciones para observar a los hermanos Nachnamen y sus habituales muestras de afecto, tan conocidas ya por todos en el campus. 
 
Todos los estudiantes, exceptuando a uno, se fijó entonces Johann.
 
El chico era de estatura baja, supuso el rubio al ver la diferencia de alturas entre él y el otro chico con quien estaba. Tenía el cabello negro que le cubría la mayoría de la frente y parecía estar enfrascado en la montaña de papeles que traía entre sus pálidos brazos.
 
Johann podía jurar que jamás, en sus dos años en aquella universidad —aquel sería el tercero para él—, había visto a ese chico por allí, así que dio por hecho que sería alguno de los nuevos de los primeros años.
 
Pero sí reconoció al chico de alta estatura que lo acompañaba y reía cada vez que el pequeño intentaba organizar la selva de papeles entre sus brazos. Joel Graham, cabello castaño y ojos de igual color, único hijo del prestigioso neurocirujano Gael Graham y futuro cirujano como él.
 
Johann y Joel no eran precisamente los mejores amigos de la universidad. 
 
Cuando Johann entró a la universidad en su primer año, creía estar profundamente enamorado de Alexia, una chica de último curso de bellas artes, e incluso acabó saliendo con ella después de unos meses de tonteo . Todo era como un cuento de hadas, hasta que alguien le dijo que esa chica y Joel se acostaban juntos.
 
Y ahí terminó todo. Esperaba llorar, quizá, gritar o incluso querer golpearlos a ambos. Pero nada de aquello salió de él, y se dio cuenta que, de todo aquello, lo único que le había dolido había sido la traición de alguien en quien él confiaba. Jamás había estado realmente enamorado de la chica.
 
El chico moreno levantó por fin la vista de sus papeles y Johann dejó de pensar en cualquier dolor del pasado al ver aquellos grandes ojos verdes rodeados de espesas y oscuras largas pestañas.
 
—hann... ¡Johann! —Erika gritó su nombre justo en su oído, y el rubio tuvo que obligarse a apartar la mirada de aquellas hermosas y atrayentes orbes.
 
—¿Qué quieres? —preguntó de mala manera, consiguiendo por fin alejar el cuerpo de su hermana del suyo.
 
Erika miró también en la dirección donde todavía se hallaba aquel chico moreno —que ahora parecía estar discutiendo con el castaño—, y sonrió con malicia mirando de nuevo a su hermano pequeño. Johann sintió un escalofrío recorriéndole la columna vertebral ante aquella sonrisa y la mirada cómplice que la acompañaba.
 
—¿Qué estás tramando? —preguntó Johann, no muy seguro de querer saber la respuesta.
 
—Es mono, me gusta. —confesó.
 
—¡Venga ya! Acabas de conocerlo, no puede gustarte.
 
—¿Cuánto tiempo tardas tú desde que ves a una tía buena hasta que decides que te gusta o que te la quieres llevar a la cama, Jo? —preguntó Erika inquisitiva, con una ceja alzada, dejando al rubio sin contraataque alguno contra su pregunta.
 
Johann bufó.
 
—Haz lo que te dé la gana. Solo procura no llegar un día a casa embarazada, o papá nos matará. No, olvida eso, me matará a mí y a ti te meterá a monja ¿Y sabes lo peor de todo? Que el pequeño psicópata de Alger aprovechará para destrozar mis cómics y arrancar las cabezas a tus muñecas.
 
El rostro de Erika mudó en una mueca de disgusto al imaginar a su hermano pequeño arrancando las cabezas de sus preciadas y caras muñecas de importación, una tras otra, sin compasión. ¡Sus pobres niñas no podían acabar de aquella manera tan horrible!
 
—Lo mato.
 
—Como sea. ¿Has solucionado ya todo el lío de la matrícula? —Erika asintió.— Pues vamos, odio este maldito calor.
 
Erika se adelantó, dando pequeños saltitos en dirección al todoterreno azul marino de su hermano. Johann, antes de seguirla, volvió a mirar hacia aquel chico cuya mirada lo había fascinado tanto. Y el chico a su vez miró en su dirección completamente serio, haciendo contacto directo entre sus miradas.
 
Johann sintió como si le apretasen los pulmones, impidiéndole coger aire, y al darse cuenta que ninguno apartaba la vista del otro, se obligó a sonreír, aunque en realidad, de lo que tenía realmente ganas era de echar a correr hacia su coche, lejos de la oscura mirada verde que parecía atravesarlo.
 
El chico no solo no le devolvió aquella sonrisa forzada, sino que dejó de mirarlo al instante, poniendo toda su atención en su compañero de cabellos castaños.
 
Johann frunció el ceño y sintió como una parte de él volvía a odiar a Joel.
 
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—Erika y Johann Nachnamen... o algo así —dijo Joel esforzándose por pronunciar bien aquel apellido mientras ambos hermanos salían del recinto universitario—. ¿Por qué, te interesan acaso? —Marcus solo se encogió de hombros. Había sentido las miradas de ambos hermanos sobre él desde el primer momento. 
 
—Ese chico te ha mirado como si quisiese desintegrarte con la mirada.
 
A Joel se le escapó una pequeña risilla nerviosa.
 
—Bueno... digamos que hemos tenido nuestras diferencias... —Marcus arqueó ambas cejas, incitándolo a continuar— había una chica, Alexia, ella... —pero Marcus lo cortó.
 
—Comprendo.
 
—No, no, no, no es lo que estás pensando, es...
 
—Era su novia y te la tiraste. Y como nunca has sido el ser más discreto del mundo, él se acabó enterando.
 
—... Pues sí. Sí que era lo que estabas pensando.
 
—Un día te darán una paliza. —le advirtió el menor.
 
—Merecerá la pena si eres tú quien cura mis heridas —Joel acarició el mentón del moreno, llegando hasta sus labios entreabiertos—. ¿Sabes que la saliva tiene propiedades desinfectantes y cicatrizantes? —preguntó de forma insinuante, importándole poco o nada el hecho de que ambos seguían en medio del campus.
 
—¿Curar tus heridas? Tendrás suerte si no estoy al otro lado animando para que te dejen k.o. —mordió el dedo de Joel cuando este pretendía introducirlo en su boca, haciendo al castaño retirarla la mano con rapidez.
 
Joel hizo un puchero.
 
—Con lo que yo te quiero...
 
—Ahá.
 
—Deja de decir "ahá" todo el tiempo —se quejó el castaño—. Un cactus tiene más conversación que tú.
 
—Hmnn.
 
—¡Marcus!
 
El chico cargó la mitad de su montaña de papeles sobre los brazos del mayor y echó a andar con una sonrisa de medio lado mal disimulada.
 
— Vamos, quisiera entregar la matrícula para este siglo, a ser posible.
 
—Marcus. —lo llamó Joel sin echar a andar tras él.
 
—¿Sí? 
 
—Vas en dirección contraria...
 
—Ya lo sabía. —muy digno, Marcus giró sobre sus talones, pasando junto a Joel.
 
—Claro, y yo soy la reina de Inglaterra... —Joel intentaba aguantar la risa, pero no pudo evitar que se le escapasen un par de carcajadas.
 
—¿Qué has dicho? —preguntó el moreno con aire amenazante.
 
—Nada, nada.
 
—Mueva el culo, su excelentísima alteza, reina de Inglaterra.
 
••••••••♠••••••••
 
Aquella noche Johann no pudo pegar ojo en toda la noche, pues una oscura, fría y afilada mirada felina verde asaltaba sus pensamientos cada vez que lo intentaba. Había algo en ese chico, a parte de sus ojos, que había captado por completo su atención. Algo extrañamente familiar para él.
 
No fue hasta bien entrada la mañana, que Johann cayó rendido por el cansancio, abandonándose por completo al sueño.
 
Notas finales:

¿Os gusta?

El capítulo 4 ya para el próximo fin de semana. ¡Saludos!


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