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El precio de la venganza por Kheslya

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Notas del capitulo:

Dije que iba a publicar este capítulo ayer en recompensa por lo corto que fue el del viernes (que este no es que sea mucho más largo... pero bueno), pero al final entre prácticas todo el día y después que me tocó quedarme con mi prima y todo el lío... Pues eso, que un día tarde. ¡Pero aquí está!

El precio de la venganza. Capítulo 8: Mirando al pasado - El chico que odiaba los hospitales.
 
 
 
 
 
 
— Mi padre dice que hace meses que no vas a verle. —Joel había entrado sin llamar en el cuarto de Marcus y lo miraba de manera acusadora y con reproche junto a la puerta, con el ceño fruncido y la preocupación pintada en su rostro.
 
— No seguiré yendo —sentenció con firmeza—. Díselo de mi parte.
 
— Marcus, está preocupado por ti... —Dio un par de firmes pasos hasta llegar junto al moreno y le acarició la mejilla con el dorso de la mano— ... estoy preocupado por ti.
 
Marcus suspiró sin intención de hacer nada por alejar la mano de Joel, que continuaba acariciando su mejilla con ternura. Pero si había algo que Marcus detestaba, eran sin duda sus visitas al neurólogo.
 
Joel comprendió que en aquel momento no lograría nada intentando forzar a Marcus a hacer algo que no quería, y formuló una pregunta que Marcus había temido que hiciese durante mucho, mucho tiempo.
 
— ¿Cómo ocurrió? Nunca me lo has contado, y tampoco voy a obligarte a que lo hagas, pero me gustaría conocer la historia...
 
— ¿Cómo ocurrió qué?
 
Joel entrecerró los ojos y llevó la mano con la que había estado acariciando la mejilla de Marcus un poco más arriba, deslizándola por la pálida piel, retirando con ella un par de mechones negros como el carbón que siempre caían cubriendo la frente del menor, dejando con ese gesto una fea cicatriz redondeada a la vista. Pasó las yemas de sus dedos por aquel lugar marcando, acariciando lentamente la cicatriz. Ya no era tan evidente como años atrás, pero para Joel, que ya sabía de su existencia, nunca podría dejar de localizarla. A veces, en mitad de la noche y tras hacer el amor, casi sin percatarse se encontraba acariciando la antigua cicatriz a un adormilado Marcus, y volvía a preguntarse en silencio mil y una cosas que quizá, nunca le serían respondidas.
 
Un escalofrío recorrió a Marcus de pies a cabeza en el instante en el que los dedos del mayor rozaron aquel punto que él tan desesperadamente intentaba esconder siempre. Sentir el tacto cálido de la piel de otro ser humano allí desencadenaba demasiados recuerdos que desearía poder sellar para siempre.
 
— ¿Cómo acaba un niño de doce años con un tiro en la cabeza?
 
Marcus tragó saliva y se apartó al instante del cuerpo de Joel como si el tacto de este le quemase. Sus mechones volvieron a cubrir la cicatriz al no seguir sujetos por la mano del mayor y éste sonrió, dolido por el silencio del moreno. Tendría que haberse acostumbrado a la forma de ser de Marcus después de casi diez años a su lado, pero, aunque fingía lo contrario, muchas veces le dolía que se guardase todo para sí, que no confiase en él y no le dijese qué era lo que lo atormentaba aquellos primeros años en los que lo veía despertar sobresaltado, completamente aterrorizado y mirando hacia todos lados, como si esperase que algo o alguien fuese a por él. Joel sabía que actualmente Marcus seguía teniendo las mismas pesadillas, al principio el chico consiguió engañarlo cuando le dijo que ya no las tenía, pero eran muchas las noches que ambos chicos habían compartido lecho, y Joel terminó por darse cuanta, pero cuando volvió a preguntar al menor sobre sus sueños, éste solo hizo como si no supiese de qué hablaba el castaño. Y como siempre, Joel decidió no presionarlo, y esperar a que él mismo Marcus se abriese algún día a él, pero algunos días como ese, se preguntaba si llegaría alguna vez a orillas tan lejanas.
 
 
 
10 años antes.
 
 
¿Por qué tenía que estar allí? No había cosa que odiase más que los hospitales, y por encima de todo, ese hospital en concreto. Y aun a sabiendas de ese detalle, su padre seguía insistiendo en que fuese al hospital a verlo, que visitase las instalaciones, se relacionase con el resto de trabajadores del lugar y que, con algo de suerte, se interesase por estudiar una futura carrera universitaria que, si bien no era exactamente la misma que la de él, que al menos tuviese que ver con la medicina. Pero él tenía claro que lo último que haría en su vida, sería estudiar medicina, y menos aún convertirse en un neurocirujano.
 
Silenciosamente se deslizó en el interior de una las habitaciones, buscando un lugar donde poder dormir con tranquilidad hasta que su padre le permitiese marcharse y se librase de aquel martirio que era para él el hospital. Había elegido aquella planta del hospital en concreto porque sus anteriores visitas, todas ellas forzadas, por supuesto, le habían permitido darse cuenta de que era la menos concurrida en lo que a pacientes se refería, así que cuando se giró suspirando y miró el interior de la habitación, lo último que esperó fue toparse con un paciente que, para su suerte, parecía completamente dormido, o al menos no se movía para hacerle creer lo contrario.
Con cuidado y suma lentitud para asegurarse de no pisar ningún cable y arruinar alguno de la infinidad de aparatos médicos, se acercó hasta la cama, movido por la curiosidad de saber qué clase de persona ocupaba aquella habitación.
Parecía ser un pre-adolescente menor que él, de unos diez u once años quizá, que se asemejaba más un niño que nada. Su pálido estaba ligeramente amoratado y toda su cabeza estaba perfectamente vendada al igual que su pecho y uno de sus hombros. También estaba conectado a un respirador... ¿Qué le habría pasado a ese chico?, ¿un accidente de coche, quizá? No se le ocurría otra razón para dejar así a un niño.
 
Las voces de su padre y un par de enfermeras acercándose lo sobresaltaron y en un alarde estupidez máxima terminó por esconderse bajo la camilla que ocupaba el chico desconocido, rezando para que a nadie se le ocurriese la brillante —horrible— idea de mover la camilla y dejarlo sin escondite provisional.
 
Cuando llevaba cerca de media hora acostado en el suelo, mirando hacia arriba, se dio cuenta que realmente no tenía una razón lógica para estar allí abajo escondido como una comadreja, él solo había hecho lo que hacía siempre que su padre lo arrastraba al hospital; buscar un lugar donde pasar el rato hasta que se cansase y lo llevasen a casa. Encontrarse a aquel niño había sido solo una casualidad que él no había pedido.
 
 
Pasaron dos semanas desde el incidente y se descubrió a sí mismo esperando el momento en el que su padre volviera a ofrecerle ir al hospital. No pasó hasta otras dos semanas después.
 
De nuevo, volvió a caminar accidentalmente, o eso se dijo, hasta la habitación del niño, y durante horas se quedó allí, mirando al chico al que ya casi no se le notaban los moretones del rostro, y preguntándose cuál sería su historia. Porque todos, absolutamente todos, tenían su historia, unas mejores y otras peores, por supuesto, pero ninguna perfecta.
 
Para sorpresa, extrañeza y finalmente alegría de su padre, sus visitas al hospital habían aumentado considerablemente. De ir como máximo una vez cada tres meses, había pasado a ir al menos una vez por semana. Su padre, evidentemente, en cierto momento se había dado cuenta de las frecuentes visitas de su hijo al chico que permanecía en coma tras varios meses después de haber sido operado pero, en vez de molestarse o exigirle que dejara de verlo, hizo lo que el adolescente quería desde un principio; le contó pequeños retazos de la historia del chico rubio y, aunque eso lo alegró, también lo entristeció y le hizo tener aun más ganas de poder preguntarle directamente al chico por la razón de sus heridas.
 
Pasaron once meses en los que el adolescente siguió visitando al niño casi a diario, y hasta hablaba con él de cientos y cientos de temas, como si en vez de estar en coma fuese el mejor oyente del planeta. Como si solo durmiese (que realmente así era, no quería pensar en la posibilidad de que el chico jamás saliese del coma o peor aún, que sus padres, desesperanzados, decidiesen desconectar a su hijo y dejarlo marcha en lugar de retenerlo).
 
En ese momento, mientras admiraba detenidamente el rostro del niño de cabellos rubios ya sin ningún tipo de moretón, pero con heridas internas y sentimentales que lo acompañarían el resto de su vida, vio algo que le hizo levantarse precipitadamente de la cama y acercar aún más su rostro al de niño, casi quedando completamente pegados. ¡El chico parecía estar intentando abrir los ojos! ¡Por fin vería sus ojos! Era algo que deseaba desde hacía meses, algo que podía conseguir de cualquier otra persona en tan solo un segundo pero que aquel niño le había negado durante más de un año, y ahora podría verlos...
 
Tras varios intentos y minutos que fueron horas para él, el niño por fin abrió los ojos, mirando con confusión y miedo al rostro del chico castaño que sonreía de oreja a oreja pegado a él y casi subido sobre la cama. El castaño saltó fuera de la cama, llegando hasta la puerta de la habitación y abriéndola para asomar su cabeza al pasillo gritó olvidando por completo las reiteradas veces que su padre le había exigido guardar silencio o mantener un tono bajo dentro del hospital.
 
— ¡Papá, papá! ¡GAEL GRAHAM! —gritó sonriendo de manera que todo el personal del hospital que había cerca en ese momento se le quedaron mirando a la espera— PAPÁ, ESTÁ DESPIERTO, HA DESPERTADO.
 
      ••••••••♣••••••••
 
— Sigue la luz —habló el médico mientras colocaba una fina linterna frente a los ojos del chico que recién acababa de salir del estado comatoso, moviendo la linterna de un lado a otro para que el chico siguiese la luz. No lo hizo, el rubio se mantuvo mirando un punto fijo de la pared, más allá del médico y su hijo que lo observaban.
 
— ¿Entiendes lo que te digo? —El chico ni siquiera daba señales de poder oírlo, aún menos de entenderlo. Gael frunció el ceño con preocupación.
 
— Papá... ¿se podrá bien?
 
— ... No lo sé, Joel, no lo sé... Cuando se toca el cerebro, nunca se puede saber cómo va a reaccionar éste. Ya es un milagro que esté vivo...
 
Joel bajó la cabeza, había esperado mucho tiempo a que el niño despertase, y ahora que lo había hecho, parecía más una muñeca rota que una persona. No era justo, ¡tenía tantas preguntas que hacerle!
 
A pesar de que el niño no le hablaba y mucho menos lo miraba, Joel continuó con su rutina de visitarlo todos los días. Hasta que por fin vio en él una reacción, aunque no fue para nada lo el tipo de reacción que Joel hubiese querido ver en el chico. Tan solo había rozado la muñeca del rubio con una de sus manos, y éste, al instante, lo había mirado con terror, como si fuese un asesino y fuese a matarle, y se había puesto a chillar a pleno pulmón, paralizándolo.
 
Joel intentó verle el lado bueno al asunto cuando dos enfermeras lo sacaron a rastras de la habitación y otras tres se encargaban de sujetar al niño para sedarlo: el chico no debía de tener el cerebro del todo dañado, si podía chillar de aquella forma, también significaba que podía hablar, y no descansaría hasta oír su voz.

Notas finales:

¿Qué pensáis? ¿Os ha gustado el capítulo? ¿Reviews? :)


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