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No-Hero por sleeping god

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Notas del capitulo:

Ya no estoy muy seguro de cuanto tiempo es mucho o poco en esta cuestion. Senti que actualice pronto pero creo que es una percepcion mia por estarlo trabajando varios dias.

El fin, nos relajamos un poco antes de entrar en el ultimo acto de la historia.

“Piensa en flores, gatitos o en la risa de los niños. ¡En cosas alegres!”

 

Starfire. The Teen Titans

 

Sobre el cielo conquistado por nubles esponjosas y blancas, siempre se abre un hueco a los rayos del sol.

Una mancha azul en el blanco.

Llamémoslo, seamos amables, y dejará que le nombremos felicidad.

 

Felicidad, no podía ser eso. Era imposible. Esto era… terrible.

-¡Ahh! Más despacio…—pidió sin atinar a por que cumplirían con su pedido.

Esa escena era endemonia y estúpida; cogiendo como adolescentes en uno de los probadores de una tienda de ropa. Su pantalón reposaba en sus tobillos, la camisa estaba abierta  y sus piernas aprisionando la cintura de un noble que lejos de hacerle caso daba con más fuerza contra la pared.

Lo más ridículo era el local y la música.

Symphaty for the Devil

El maligno era difuso en esa posición. Quién arrastraba a quien al infierno; quién hacia un juego que no podían comprender; quién deseaba ser llamado por su nombre.

Ulquiorra: tramposo, calenturiento, frio y calculador. O Byakuya: inteligente, reservado, analítico y molesto.

Maldita música y bendita música. Sin ella todo se escucharía, con ella ambos pensaban en lo odiosa que era y veían al otro con simpatía.

Hace sólo 30 minutos todo era muy diferente cuando un radiante día soleado se cubrió de nubes y la luz de una vida que creyó ayudarle en realidad lo jodió.

-¡Ya lo tengo!—finalmente alegó la chica con completa felicidad—Iré con Byakuya-san y le diré que fue un accidente.

Sólo con esa parte estuvo de acuerdo Ciffer.

-Le explicaré que se vio mal pero no lo es. Después de todo tu tomaste mis medidas para el traje que me diseñaron y agarraste más esa vez. También me vigilabas si tenía que ir al baño o mientras me duchaba. Será fácil que considere natural el acto si le hablo de todo el tiempo que pasamos juntos, de lo que hablamos y ¿te acuerdas cuando tuve una pesadilla y te quedaste dormido en mi cuarto? Fue una linda pijamada.

-Orihime—cortó su idea “brillante”—Tienes razón—inventó—Lo mejor es que le diga a Byakuya la verdad.

-¡Eso será fantástico!

-Solo—marcó un alto.

-Claro, será un momento intimo—accedió, despidiéndose de él, nuevamente apretujando su cuerpo contra el suyo. Conocía las objeciones del murciélago pero no tenía nada de malo querer a un amigo como aquel, tan frio que necesitaba que se invadiera su espacio personas y se le presionara a sentir algo.

 

Le dio alcance al noble que caminaba casi arrastrando los pies, murmurando insultos y rechinando los dientes. Parecía verse en sus ojos casi negros repetirse la escena de esa nalgada.

-Byakuya—le llamó con voz seria aunque manteniendo una distancia de un metro.

-No hacía falta que vinieras, puedes quedarte con Orihime… Orihime, mierda, la llama por su nombre—susurró lo último, sin siquiera observar al murciélago.

-Fue un mal entendido—no se atrevió a explicar la relación, le daba miedo ponerse nervioso y comenzar a meter en su discurso lo que Inoue manejaba con tanta calma.

-No hay nada que explicar.

-Byakuya, detente—ordenó.

El noble giró sobre sus talones con expresión molesta.

Estaban frente a un local de ropa para adolescentes y la música no lograba que la situación tuviera un aire de discusión.

Maldijo a Eddie Vedder. No pudo seguir mirándolo, entró a la tienda en un reflejo de huir, tocando la ropa, como analizándola sin realmente importarle.

-¿De verdad te vas a comportar como un crio?

-Fuiste tú quien salió huyendo por la mañana. Pues bien, ahora yo no quiero hablar—se defendió, tomando cualquier camisa y pidiéndole al empleado pasar a un probador para quedarse ahí hasta que el murciélago se hartara y se fuera con su zorra.

Cuando Kuchiki escapó por el pasillo de los probadores le hirvió la sangre. Nunca antes había tenido una discusión, no sabía cómo llevarlas, por lo cual el rechazo le castraba. Agarró cualquier playera, pidió también pasar y dio rápidamente con el vestidor en el que el noble miraba con admiración lo enojado que su rostro podía tornarse.

El empleado, un chico joven que estudiaba la carrera de diseño gráfico, sólo cambió la página de su revista de autos cuando escuchó como abrían una de las puertas de los vestidores a la fuerza. Esa sería la quinta vez que una pareja peleaba en el local y la tercera que cogían en uno de los cubículos. Le daba igual.

-Sal de aquí—ordenó Byakuya, sin siquiera dejar de observar su reflejo. Por segundos dio con que la camisa que llevó era de Metallica; no le gustaba esa música.

-No. Si vas a comportarte como un necio yo también lo haré. Estás exagerando las cosas a una escena que lució peor de lo que fue.

-Anoche también fue una escena más grave de lo que pareció.

El murciélago aguantó mostrar lo que fuera, aunque su corazón diera un brinco en el pecho. No era vergüenza, fue enojo. Lo de anoche, el sexo, no lo que ocurrió por la mañana… maldijo a sus adentros.

“No hablas en serio. Estás enojado. Orihime es una amiga algo tonta, nada más. La verdad es que hui en la mañana porque tenía miedo de decirte que te quiero”. Eso debió decir y todo acabaría. Pero no, en su lugar salió otra cosa.

-Tienes razón. Fue poca cosa lo que pasó ¿entiendes? Poca cosa—remarcó, bajando la mirada a la entrepierna de Kuchiki.

Hasta la boca se le abrió de lo incrédulo que quedó. Nunca nadie le había mostrado tanta falta de respeto y le había insultado de aquella manera.

-¿Poca cosa? No parecía que pensaras eso cuando me pediste que parara, que ya no podías—escupía odio, quería hacerlo sentir mal, triste, enojado, confundido… lo quería.

-Fue para que no te sintieras mal, me daba lastima—continuaba mientras pensaba que eso no era lo que deseaba decirle, se recriminaba continuar envenado a Byakuya y a si mismo.

-Eres una zorra—exclamó desde lo más profundo—Si lo que te gusta es complacer a otros por lastima, por mí está perfecto.

Tanto lo quería que lo odiaba. Tanto deseaba abrazarlo que lo metió al cubículo, cerró la puerta y le bajó los pantalones de un jalón. Tenía tanto cariño dentro de si que lo penetró sin ninguna preparación. Tanto amor le estaba matando por dentro.

Así llegó a eso, con esa canción cantada por el diablo.

 

-Byakuya—exclamó, consiguiendo el nombre.

-Ulquiorra—correspondió el noble, colocando su cabeza en el cuello pálido del chico. Aun ninguno se corría y la maldad del acto inicial, los gritos que pegó Ulquiorra mientras se insertaba en él a la fuerza, le abría la camisa y pellizcaba los pezones y le tomaba la cara para que lo viera a la cara, desapareció.

El ojiverde supo que era lo peor que pudo hacer, obligar a Byakuya a odiarlo para después recriminarse. Era el peor. Le abrazó por los hombros, enredó bien las piernas a la cintura del noble y dio suficiente impulso para poder subir  y bajar en el miembro de este. No sabía decir perdón más podía demostrar que no cogerían con odio.

-Ah… Byakuya…—gimió en lo bajo, esperando ver esa cara sorprendida del noble que no daba crédito a que Ciffer continuara. Después se dijo que fue un estúpido, era imposible que violara al murciélago que tenía un gigai capaz de expresar toda su fuerza mientras él era un simple humano en ese cuerpo; entonces Ulquiorra era un estúpido también que molestaba para no expresar sus sentimientos.

Tenía miedo, al igual que él. Miedo ya no del rechazo, sino de ser querido.

Agarró la barbilla del chico y depositó un beso nada erótico, era más bien una disculpa impresa aunque no quisiera pedir perdón.

Aun así le gustó, le encantó que nuevamente hubiera una sonrisa en el rostro de Kuchiki. Se recriminó no comprar la tarjeta con el perrito.

-Duele—informó el murciélago con la espada adolorida de ser golpeada contra la pared.

-Discúlpame—analizó el cubículo y atino por sentarse. Guardó una sonrisa porque el murciélago se avergonzó de que ni para cambiando de posición le soltara o sacara el miembro de él—Aquí está mejor.

-Eso dices porque yo voy arriba.

-¿Quieres que yo haga el trabajo?

-Cállate—ordenó pues la pregunta fue sincera. Se acomodó sobre las piernas del noble, sacándose el pantalón y tirándolo al piso. Estaba listo para cabalgarlo pero antes recargó su frente en la clavícula del otro—Cállate—dijo nuevamente, sin desear que le preguntaran qué tenía. Deseaba estar así, algo incomodos, evitando que sus manos temblaran y sus ojos se humedecieran por pensar natural todo eso. Era aterrador pensar en una relación.

-No lo diré—dijo algo que le pareció sólo tendría sentido para ellos dos, tan asustados de la palabra amar que preferían no escucharla aunque la desearan.

-Gracias—sonrió sin que le miraran. Supo que Grimmjow jamás entendería algo así… nadie jamás entendería, sólo Byakuya.

-Ulquiorra—le llamó, levantándole la cara para depositar un beso suave sobre el labio superior, jalándolo un poco para volver a hacerlo, introduciendo su lengua y aceptando la del murciélago—Yo haré el trabajo—intervino el beso para decir eso, ya no soportaba estar dentro sin moverse. Lo alzó y recostó en la silla, empujándola a la pared, dobló las rodillas para estar en una posición perfecta para entrar y salir.

Fue Ulquiorra el que enredó una de sus manos contra la del otro mientras respiraba con fuerza, siempre aguantando mostrarse lascivo, comportándose puro aún en el sexo.

Le masturbó, cosa que impresionó al ojiverde pues no quería que lo tocaran de más. No podía obedecerlo en esos momentos; lo besaría con los labios y la lengua, lo masturbaría, acariciaría desde la mandíbula hasta esa deliciosa clavícula, mordería sus hombros y los pezones, se aprendería las montañas que eran su columna, lo mataría de cosquillas cuando delineara las costillas y pasaría una y otra vez sus palmas por la suave piel desde los tobillos hasta las nalgas. Y por otro lado, soportaría todas sus dudas y miedos, pesados en su pecho, ignorando las voces que tantas veces, desde esa mujer que amó, le pidieron detenerse antes de que su corazón latiera.

Se cobró la violación de todo su cuerpo retirando la camisa del noble. Lo jaló a él y mordió el lóbulo de su oreja, después lamió la sangre. Kuchiki no se quejó, dio una risa divertida, como reconociendo que se lo merecía, repasó con sus manos los omoplatos cubiertos por músculos, los hombros amplios brillando por el sudor, los pectorales, sin dejar de molestarlo pues apretó uno de los pezones, haciendo gruñir al capitán que se vengó clavándose más en su trasero. Sin embargo, volvió a atraerlo hacia él, moldeado con sus dedos los músculos abdominales, esos le gustaron, permaneció en ellos, extasiado, excitado aún más, hasta que tuvo que abrazarle al volver a ser tocado ahí, ese lugar que le hacía perder la cordura y, por deliciosos segundos, las ganas de llorar.

-¡Byakuya!—fue un regaño, no un grito de gusto. No estaba dispuesto a ponerse a tal grado en ese lugar—idiota…—suspiró, cerrando los ojos, abriendo más las piernas y acariciándole la piel de la espalda como escribiendo que continuara.

-Te gusta, no tiene nada de malo—comentó divertido, calmando su voz pues también estaba gozando que su pene estuviera metido hasta los testículos y siendo apretado cada vez que tocaba ese punto, siendo incluso difícil retroceder para volverse a clavar.

-Te… odio…—formuló de tal forma que Byakuya lo abrazó con fuerza y continuó. Sonreía y temblaba.

Quería cogérselo con mucha más fuerza pero también sacar su pene y pedirle su mano en matrimonio. Le dio miedo escuchar ese te odio que nunca fue tan parecido a un te quiero.

-Yo también—respondió.

La silla crujió. Ambos sabían que no resistiría más pero continuaron, leyéndose con los ojos hasta terminar, ya con la silla casi a punto de despedazar sus patas de plástico. Byakuya estaba cada vez más arriba de Ulquiorra y finalmente se corrieron, tapándose mutuamente la boca porque fue justo en el momento que terminó una canción y comenzó otra.

Tras las manos, sintieron una sonrisa.

La silla se quebró, Ulquiorra se pegó en la cabeza y Byakuya fue cortado en la pierna por una de las patas plásticas.

-¿Estás bien?—preguntó Kuchiki, viendo al murciélago sobarse la cabeza.

-Sí. Tú estás sangrando—le advirtió, viendo un corte de 10 centímetros en la pantorrilla—Déjame ayudarte—propuso, aunque quedándose quieto—Ya puedes salir—le pidió desviando la vista. Que estúpido y ridículo se sentía por haber cogido en un lugar tan público. Más con el sonido sucio que hicieron al dejarle libre y el líquido blanco que brotaba desde dentro de él. El capitán no perdió ni un segundo de eso, casi sonrojándose, hasta que lo regañaron—¡Que haces con esa cara! ¡No me mires!

-Lo siento—se disculpó sin girar siquiera la cara—Eso fue muy erótico.

Tomó la pata rota de la silla y colocó la punta filosa contra la garganta del noble.

-¿Qué dijiste?

-Yo no dije nada—repuso sin borrar su sonrisa. Ahora deseaba hacerle el amor al murciélago en su cuerpo espiritual, así podría darle como se merecía una escena como aquella.

-Pervertido—insultó una última vez, levantándose para vestir y después limpiar con la camisa de Metallica la sangre que dejó de emanar en unos minutos—Ya vístete—ordenó y se dio la vuelta, no resultando pues estaba frente al espejo.

-Si quieres ver no hay problema.

-Cómo eres molesto—cerró los ojos y eso bastó para que el otro le diera un beso en la mejilla. No los abrió, no lo haría, no quería verse sonrojado.

No le dio igual al universitario, se ocultó tras la revista pues era la primera vez que los sonidos eran tan claros y explícitos. Lograron excitarlo, imaginarlo. Él no era gay pero quiso intentarlo alguna vez.

-Toma. Por las molestias—pagó Byakuya una cantidad que consideró sería suficiente.

El empleado renunciaría ese mismo día para tomar unas largas vacaciones con la exorbitante cantidad de dinero.

 

Caminaban en silencio, no sabrían decir si cómodo o incomodo, así que Ulquiorra se atrevió a decir algo.

-Grimmjow no ha vuelto.

-No, tampoco puedo localizarlo. Temo que esté haciendo una estupidez.

-Te preocupas por él. Eres una persona extraña—sonó como un insulto pero dio a entender que era raro que alguien, más un shinigami, viera en los hollows a un amigo y a… lo que sea que fueran.

-Es imposible no preocuparse. Ya no me obedece y eso…  me preocupa—dijo sinceramente, viendo al frente como si apreciara al héroe haciéndose independiente frente a él.

-No creo que haga algo demasiado estúpido.

-Tu confías en él—indicó sin celos, haciendo hincapié en eso.

Suspiró. Con que resaltaba admiración su voz.

-Sí, fue bastante impresionante. No me importa para nada su misión o los humanos, pero nunca vi a Grimmjow tan comprometido con un ideal.

-Los ideales pueden ser engañosos.

-¿Cómo?

-Volverá pronto, estoy seguro. Ya le dará hambre—bromeó como lo haría si Grimmjow fuera un gato mascota.

-Creo que tienes razón—contestó a ambas cosas. Los ideales solían romperse y se transformaban… en otras personas.

Una mano tibia tomó la suya, giró y, antes de ver bien ese cabello largo anaranjado, ya estaban enganchándolo a la de Byakuya. La de él estaba fría.

-Me pareció que necesitaban ayuda—explicó con una sonrisa boba pero que la encontraba bonita.

-¡Orihime!—regañó, zafándose de ese agarre—Te dije que no me siguieras. ¿Hace cuánto lo haces?

-Desde el inicio.

-Desde el inicio—lo analizó y se sonrojó violentamente, dando por sentado de que esa chica estaba en el local de ropa.

Ella en realidad estaba en el probador de un lado, con sus ojos marrones completamente abiertos, tapándose la boca  y ahogando expresiones como “¡Por Dios, no puedo creer que dijeran eso!” o “¡Nunca creí que Byakuya-san fuera tan… tan… oh, no puedo creerlo!”.

Retiró la bufanda verde claro del noble y se la colocó hasta la nariz; no quería que le vieran así.

-Descuiden. Yo cuidaré que tengan una excelente cita.

-¿Qué experiencia puedes tener en esto?—criticó el murciélago.

-De acuerdo—accedió Byakuya con naturalidad. Todo era muy claro ahora, esa mujer quería que Ulquiorra delatara sus sentimientos e intentaba ayudar a un par de sujetos temerosos de ser queridos.

-Byakuya…

-Está bien, Ulquiorra—respondió al cuarto espada y luego se dirigió a la mujer—¿A dónde deberíamos ir?

-Eres un…

-Al parque—interrumpió Inoue el insulto de su amigo—Se toman de las manos—dijo, señalándoselas hasta que Kuchiki tomó la de Ulquiorra en contra de su voluntad—Y dan un paseo. Adelante.

Empezaron a caminar con la niña tras sus pasos, sólo adelantándose cuando cruzaban la calle, observando en que momento era adecuado cruzar, como si ellos no supieran como. Estaba entusiasmada tanto como Ulquiorra molesto con la situación.  A punto de decirle al pelinegro que se fueran a casa pero este tenía una placida sonrisa. También lo estaba disfrutando. Así que se encogió en la bufanda, notando el aroma a sakura que desprendía, y se relajó para dejar que su mano fuera guiada.

Las hojas de los árboles se estaban tornando naranjas, no todas. Apenas comenzaba a formarse el camino dorado que precedía al otoño. Por lo mismo el sonido de sus pisadas no era completamente opacado por la hierba seca.

Una briza movió la bufanda, descubriendo su rostro manchado en carmín. Se apresuró a volvérsela a enredar más el noble lo contuvo. No hizo falta que lo tocara para que se detuviera, fue únicamente una mirada terriblemente sincera que le dieron ganas de llorar.

-Déjame ayudarte—indicó, quitándola por completo y calentándola con su aliento.

Ulquiorra bajó el rostro, creyéndose incapaz de ser tan “cálido” como Byakuya. Pero si dolía no lograrlo, ¿no era una señal de quererlo más que su propia personalidad?

Se la acomodó el cuello, subiéndola lo suficiente para que tapara medio rostro. Estaba cálida y el aroma era más fuerte. Cerró los ojos con fuerza y jaló la mano de Kuchiki y no la soltó.

Quizá no podrían decirlo pronto, mas estaban seguros que se sentiría bien.

Muy pocas hojas caían hasta que la chica se dignó a sacudir los arboles a su paso, según su lento caminar.

-Esto es vergonzoso—enfatizò el murciélago, apenado por el comportamiento de su amiga.

-¿De verdad lo crees?—cuestionó en mofa.

-No te rías—pidió, viendo las hojas atorarse en el cabello negro del noble. No pudo recordar si antes lo había visto sonreír pero agradeció su habilidad de poder revivir las cosas como en una película, así la atesoraría por siempre.

-Tu tampoco—contradijo, sabiendo que tras su bufanda había esa misma mueca, más cuando le retiró una hoja del cabello.

-Vayan a la fuente—les dijo ella con un ligero carmín en las mejillas producto del esfuerzo que estaba haciendo.

Ciffer la miró y descendió el rostro. Ella lo enloquecía.

-No te gusta, ¿verdad?—se atrevió Kuchiki a preguntar—sólo quiero saberlo.

-Me está volviéndolo loco pero no de esa forma—respondió, ocultando que era Byakuya quien lo estaba desquiciando.

Llegaron a una fuente de agua helada y atacada por libélulas. Apartaron sus manos y miraron el parque. El cielo estaba totalmente encapotado y la brisa movía la bufanda verde sin atreverse a retirarla de su cuello.

Byakuya vio a la chica acercase “sigilosamente” a su lado, poner una chamarra negra y retirarse. Ya que no lo comprendió,  la observò hasta que ella regresó y se acercó más, volviendo a meterse tras los árboles. Ahora entendía a qué se refería Ulquiorra con enloquecerlo, ella veía tan claramente los sentimientos en otros que sentía el deber de hacerlos salir.

-Toma. Hace frio—dijo Byakuya, colocando la chaqueta sobre los hombros del murciélago.

-Deberías ponértela. Yo tengo tu bufanda—murmuró avergonzado hasta recibir a su costado una cajetilla de cigarrillos y un encendedor.

-Yo no fumo.

-Yo tampoco.

-Hagan como que no estoy aquí—ordenó ella, empecinándose en que era romántico compartir un cigarrillo.

Ambos se preguntaron de dónde los había sacado.

Finalmente el murciélago puso uno en su boca y lo encendió. La primera calada le hizo toser, pero a la segundo logró sacar el humo por sus fosas nasales.

-Sabe terrible—indicó, pasándoselo.

Byakuya le imitó, también ahogándose a la primera pero mejorando a la segunda.

-Ya no sabe tan mal—comentó, pensando que los labios de Ulquiorra estuvieron en ese mismo filtro. Se lo devolvió.

-Tienes razón—correspondió, entendiendo a qué venía el comentario.

No necesitaron a Orihime para volver a juntar sus dedos.

El humo que salía de la boca de Kuchiki iba hacia él. Lejos de molestarle le hizo observarlo con detenimiento. Podía lucir demasiado bien ese hombre haciendo lo que los demás realizaban sin gracia. Incluso tenia frió pero con nobleza lo soportaba. Podía ser odioso.

Se sorprendió al perder el tacto de los dedos del murciélago y antes de poder ver qué ocurría, le pusieron la chaqueta en la cabeza y le quitaron el cigarro.

-Estás temblando, tonto—le dijo Ulquiorra—Recuerda que mi cuerpo es más resistente que el tuyo.

Se vio obligado a ponérsela y a arreglarse el cabello. Ulquiorra sostenía el tabaco casi sin aplastar el filtro y tampoco lo babeaba. Podía verse tan digno, incluso fumando.

-Si no tienes frio, ¿puedes devolverme la bufanda?—preguntó. No la quería devuelta, sólo esperaba una reacción en los ojos verdes que se escondieron tras el transito del humo.

-No quiero—respondió con dignidad y orgullo.

No quería, se repitió el noble. Esa respuesta bien podía calar hasta el corazón. Si hay egoísmo, dignidad, orgullo y miedo, se le podía nombrar amor… o por lo menos felicidad.

Terminado el tabaco les fue lanzado un paraguas de entre los arbustos. Y como por arte de magia empezó a llover.

Ella conectaba el cielo con la tierra, así como la lluvia entrelazaba las vidas de las personas. Parecía que un “gracias” no sería suficiente mientras caminaban bajo el mismo paraguas verde y compartían otro tabaco. Sólo así Byakuya podía ver esa casi inexistente sonrisa.

 

Hacía mucho tiempo que no visitaba ese lugar; lucia diferente. El pasto estaba reseco, crecían algunos dientes de león cerca del caudal y reposaba una lata de refresco de naranja peligrosamente cerca de caer al agua.

Lo recordaba verde y gris, con una lluvia torrencial y una niña de cabello negro y pálida peligrando en la orilla como esa lata. Recordaba el verde, el gris y el rojo. Su madre. El dolor. Tenía tintes negros.

Soltó el aire cansadamente. No tuvo mucho trabajo como shinigami pero permanecía como uno, de pie frente ese lugar que no deseaba frecuentar. Sus poderes se recuperaban con rapidez.

Su mente estaba divagando de una cosa a otra y su corazón temblaba. Era porque Grimmjow no regresaba aún que volvió a ese triste lugar.

Aceptó que se fuera y que era ese hollow mentiroso, engreído y violento. Ambas cosas parecieron tan sencillas mientras hacían el amor. Sin embargo, después de una semana, era difícil no repasar las cosas.

Que era Grimmjow; le daba igual. No se iba a poner a reclamarle a estas alturas, además si lo perdonó en ese momento no fue sólo por estar excitado, sino que sabía que quería a la persona bajo la máscara, no a una letra, un legado y una mueca de blancos ojos y sin sonrisa.

Pero dejarlo ir, de eso podía arrepentirse. Lo extrañaba, deseaba contarle por qué no le gustaba ese lugar, comentarle de la mujer que murió por él, preguntarle por qué aun tenia tintes negros ese recuerdo. Con él el dolor ranció podría volverse como el de Karin, Yuzu y su viejo; un dolor que da valor.

Iba a nombrar a su madre hasta que un viento sopló y le hizo mirar al cielo. Las nubes no dejaban ver la atmosfera azul.

Se estiró y sonrió. No podía permitirse estar melancólico todo el tiempo o Grimmjow se burlaría de él. Además, eso le demostraría que no confiaba en que se haría más fuerte y volvería a su lado.

 

Durante otra semana la noticia de la desaparición del héroe hizo eco en todos los rincones. Sin embargo, nadie podía creerlo, de verdad, nadie podía. El crimen no se incrementó, las ciudades no entraron en pánico ni hubo fluctuaciones grandes en la economía. Todo esperaba su regreso con calma.

Lo esperaba ya fuera en la soledad de su cuarto, en la compañía de sus compañeros o hasta en la amistad de Byakuya y Ulquiorra.

El cielo no quería cambiar mientras no estuviera, se decía, pues estuvo nublado toda la semana.

 

Hacia frio, usaba el gorro ruso que le regalaron y el vaho de su aliento subía al cielo gris. Quería ver un poco de azul.

Se prometió  nuevamente no ir a la Soul Society para buscarlo y tampoco que le pediría a Urahara que le llevara a Hueco Mundo.

Cada día, detestaba más y más su corazón temblando. Odiaba ese mal presentimiento.

Pasó por el parque lleno de color anaranjado y café, pensando que si Grimmjow fuera con él sería capaz de gustarle ese pasaje. Se sonrojò a si mismo metiéndose la idea de que le dirían que es linda esa fecha por ser como el color de su cabello.

-Maldita sea… me estoy comportando como una niña tonta—se dijo, patentado una hoja mientras recordaba que admiraría el cielo azul, si lo hubiera, para recordar al espada.

Pasó de largo un par de artistas callejeros, uno de ellos haciendo malabares con pelotas blancas y otro escondiendo una pequeña bola blanca tras unos vasos rojos. Un niño se acercó a este último y antes de elegir en cuál estaba, se recargo demasiado en la orilla de la mesa improvisada, logrando inclinarla a la izquierda y tirando todo, rodando la bola blanca hasta sus pies.

-Aquí tienes—le dijo al niño, dándosela y sintiendo un estremecimiento cuando el viento incrementò.

Las nubes se movían pero no revelaban lo que estaba tras ellas.

 

Un paraguas. Pensaba detenidamente en esta ante las nubes opacas, mas recordando donde la dejó, si es que la trajo y… que no le importaba la sombrilla.

Sonó la campana de salida, guardó sus cosas con rapidez y se despidió con un ademan de sus amigos. Casi podría haberles dicho que se fueran al diablo con la velocidad a la corría por los pasillos, mirando por la ventana un trocito de azul.

“Volvió, volvió, volvió”, se repetía como un loco, atorándose la mochila al hombro, empujando a un grupo y finalmente acercarse a la puerta de salida, a la que daba a la calle, al azul que emitía ese humo gris de entre sus labios que formaban una sonrisa.

La mochila resbalaba de su hombro así que la sujetó con la mano derecha, tomó impulso y la arrojó al rostro desconcertado de su novio.

-¡Maldito, te tardaste mucho!—maldijo, sonriendo con melancolía mientras ese peliazul se quejaba de que el objeto le arrebató el cigarrillo de la boca—Aquí no se puede fumar—agregó, acercándosele con un sonrojo en las mejillas. Lo había esperado algo que le pareció una eternidad.

-Lo siento—se disculpó, recogiendo la mochila—Ahora soy más fuerte—le informó, acariciando el rostro de Ichigo, deteniendo su mano en la barbilla para preparar un beso que interrumpió por las miradas de cientos de estudiantes ante la escena.

Kurosaki se acongojó hasta el borde encogerse y buscar privacidad tras el cuerpo de Grimmjow. Lo olvidó completamente, todo desapareció cuando pudo verle caminar a su escuela, enloqueció por estar cerca. Pero eso no significaba que hiciera semejante escena en la escuela.

-Vámonos—ordenó, llevándose al hollow de tal manera que no vieran el rostro de fresa que tenía.

Grimmjow sonreía por eso y se guardaba un “te extrañe” para más tarde, cuando lloviera, o después, según pasara ese día al ritmo de las nubes en el cielo.

-¿Qué tienes?—preguntó Ichigo por la apacible cara del héroe, el suave respirar y la presión delicada que aplicaba a su mano.

La respuesta fue una amplia sonrisa.

Estoy feliz, pensó Ichigo al verlo así. Bajó la guardia y el espada le robó un beso a mitad de la banqueta, frente a un local de autopartes y siendo vistos por la familia Matsuda que salía a hacer las compras, John T. que venía por trabajo a Japón y el conductor Mikami junto con su pasajero, de nombre desconocido, que se dirigía al aeropuerto y que no se había atrevido a decir que no traía cambio.

Kurosaki lo alejó del pecho y a punto de soltar un insulto, no pudo, esa felicidad en la persona que amaba no debía ser agredida. Se le comprimía el corazón saber aquello, que Grimmjow estuviera tan contento por verlo después de un par de semanas. Su rostro ardía, recibir ese dulce sentimiento le llevaría ablandarse hasta aceptar… lo que fuera, siempre y cuando viniera acompañado de esa sonrisa de dientes blancos y filosos.

-No te enojes. Te extrañe mucho—agregó la última palabra mientras bajaba la cara para ver el rostro avergonzado de su novio.

Comprimió los dedos, atrapando la playera del espada, apretando los dientes pensando que también ansió su regreso y, además, su mente y cuerpo ardían por demostrarlo, por saberse querido. Ese tonto espada, maldijo, no tiene idea como duele ser querido por él.

-No estoy enojado… Grimmjow—fue doblando los brazos hasta ser envuelto en un abrazo. Ya no importaba la familia Matsuda, el trabajador del extranjero ni el conductor y su pasajero, así como que no tuviera cambio; lo único en ese momento era alegrarse ante un día nublado.

-Ichigo—le llamó.

-¿Sí?

-Quiero hacerte el amor.

Una bofetada hizo que se opacara el ruido de los motores de los autos.

-¡¿Por qué me golpeaste?!—regañó Grimmjow con la marca de la mano en su mejilla.

-¡No te pongas a decir esas cosas con tanta calma, idiota!

-¡No me llames idiota, estúpida! ¡Además sólo te dije que…!

-¡Cállate! ¡No lo digas! ¡Estúpido, baboso, idiota, pervertido!

La vergüenza se extendía desde la punta de la nariz, cruzaba bajo los ojos y llegaba hasta las orejas. Ichigo, su novio, era extraño. Le recriminaba arruinar el momento pero también le causaba gracia que se negaba cuando podía verlo en esos ojos marrones acuosos, en los labios rojos y los dedos que se movían nerviosos, trazando estrellas. Lo deseaba y, al mismo tiempo, quería decirle algo lindo o romántico, no estaba seguro. Sin embargo, el sí lo estaba, quería hacerle el amor por horas y decir dos palabras antes de que se durmiera: “Te amo”.

 

-No me digas. Yo me quedó con las ganas porque ya escribiste a Byakuya y Ulquiorra cogiendo. Siempre es lo mismo contigo.

No sé de qué te quejas si te dedico casi 10 hojas.

-En este capítulo apenas si salí.

Es un puente, algo de calma antes de todo.

-¿Antes de que…?

No lo digas, lo tengo todo preparado.

-Al menos un adelanto o van a irse a leer cualquier mediocridad.

No seas ofensivo. Pero está bien. Aunque hay que advertir que comenzamos a ponernos serios.

 

¿Cuántas oportunidades se le pueden dar a un amigo? No se sentía preparado para cargar con esa responsabilidad pero no había de otra, su rango así lo indicaba. Debía empezar a actuar.

El batir de unas delicadas alas negras cambiaría el rumbo de todo, hasta de las estrellas en el cielo despejado.

El cielo se abriría. 

Notas finales:

Muchas gracias por leer-¿Que les digo? Estoy muy feliz del rumbo que esta tomando esto-


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