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Sombras del pasado. por Seiken

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— Tygus.

Un susurro anhelante, emocionado y jubiloso lo despertó de su ensoñación para toparse con unos ojos azules, tan hermosos como el cielo e igual de imponentes.

— Leo…

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— Leo…

Pronuncio Tygus, sentándose en una incómoda caja de metal que antes protegía balas de plasma, pero ahora solo funcionaba como un asiento improvisado, Tykus fumaba con las piernas cruzadas sobre una tubería tan vieja como esa nave, observándolo de reojo, había escuchado en más de una ocasión que su hijo adoptivo visitaba muy seguido al comandante, que habían compartido la cama pero no sus cuerpos.

— No me digas que te estas enamorando de nuestro joven comandante.

Tygus no encontró graciosas esas palabras, cruzando sus brazos delante de su pecho, esa reunión estaba ocurriendo a las espaldas de Panthera, ella cada día parecia un poco más enamorada de su futuro compañero, por lo cual, no podían seguir confiando en ella, sabían que le daría la espalda en cuanto pudiera o Leo se lo ordenara.

— No, Leo hizo llamar a Shen y creo que pronto tratara de charlar con Akbar o con ustedes dos.

Tykus fumaba un puro, no cualquier clase de tabaco, sino uno que estaba condimentado, pero sólo lo fumaba cuando le dolían los viejos huesos de su cuerpo, o eso decía el felino que le educo, el capitán creía que solo se trataba de una mentira, pero al menos, se mantenía fuera del alcance de cualquiera.

— ¿Nosotros dos?

Tykus arqueo una ceja, notando como llevaba una mano a su cintura, desviando la mirada, el problema era que esa era la actitud que el cachorro tomaba cuando le estaba ocultando algo y hasta donde sabía, Panthera comía de la mano de Leo, lo que le hacía preguntarse la razón de aquella frase en plural.

— ¿Quién es el segundo?

Tygus aún no estaba listo para presentarle a Bengalí, porque sabía que Tykus le tacharía de una carga o un espía, por lo cual sirviéndose un poco de una bebida marrón, tan caliente que podía agujerear su tráquea y que sabía parecido a una suela de zapato, trato de ignorar la pregunta de su maestro.

— ¿Torr?

Pregunto el antiguo director, quien se sirvió un trozo de carne muerta, un jugoso pedazo que mordió aun atravesado por su daga dentada, ofreciéndole un poco a Tygus, quien acepto el bocado, pensando que aquello era vida, no los pomposos lujos del comandante.

— El muchacho no sabe nada útil, no deberías preocuparte por él, eso le agrega presión a tus hombros y con Leo acosándote todo el tiempo ya tienes suficiente, o tal vez comiences a disfrutar de su atención.

Tygus negó aquello, las atenciones de Leo no le eran agradables, era demasiado parecido a la criatura como para aceptarlas, mucho más con la simpleza con la cual manejaba a todos a su alrededor, con él no podía estar seguro si su afecto era verdadero, era real, o solo una actuación que le haría perder la cabeza, literalmente.

— Ese león me hace pensar si fue una buena idea salvar su pellejo en el pasado, de no hacerlo, no lo tendría respirando sobre mi cuello todo el tiempo, sus ojos espiándome o a sus aliados pendientes de cada uno de mis actos y lo peor de todo es que no sé si sea sincero, o si solo me está engañando.

Aquello recibió una risa del mayor, que se cruzó de brazos recordando el torpe intento de Claudius, el padre del joven comandante, para apoderarse de la madre de su protegido, quien era unos tres años mayor que ella cuando le dio a luz, una historia muy triste, que le hizo el felino que era en esos momentos.

— ¿Estás hablando en serio cachorro?

Tygus lo hacía, deseaba creer que Leo solo estaba jugando y que buscaría a otro compañero, una hembra de su especie para que le hiciera compañía, no un tigre macho unos años mayor que él.

— Esta bien que te usara para librarse de su madrasta y de sus hermanos, se ve que te dolió cachorro, pero los mato, de no hablar en serio seguramente les habría ayudado a matarte, un triste accidente del que no era responsable.

El humo del puro en sus labios era denso y esa sección en particular era muy fría, de no ser tigres podían decir que calaba sus huesos, pero al ser de una raza que tenía problemas para regular su temperatura corporal, era justo el clima ideal para ellos.

—Me recuerda a ese viejo y gordo león que trataba de seducir a tu madre, ella era hermosa, toda una belleza, sus ojos eran iguales a los tuyos, tenían ese brillo ingenuo que a veces utilizas cuando crees que te estas saliendo con la tuya, antes de que pueda patear tu trasero.

Tygus gruño al escucharle, bebiendo un poco más de su bebida caliente, espesa y demasiado sazonada, esta vez Tykus había utilizado demasiadas especias, tal vez hasta frutas de azúcar, debía ser un día especial, por lo que no le interrumpió.

— Pero a mí me gustaba más tu padre, era astuto y avaricioso, tal vez demasiado.

Aquello lo dijo con una mueca de dolor en su rostro, sus ojos fijos en algún punto en particular, recordando como su amante le dijo que su cachorro sería su sustituto, que había matado a la bella Kairi para que no pudiera hacer nada, estaba tentada en aceptar la ayuda del padre de Leo, se preguntaba si de llegar antes esos dos hubieran sido hermanos, o el cachorro de otro macho habría perecido como eran sus costumbres.

— Yo diría que tienes el color de sus ojos y su pelaje, las mismas rayas, aun tu rostro es parecido al suyo, pero también tienes rasgos de ella, el color de tu pelaje, lo expresivo de tu rostro, podría jurar que portas tu alma, si esa cosa existe, en ellos.

Tygus se terminó la bebida caliente para servirse un poco más, escuchando como Tykus se levantaba de su asiento, para recargarse en su hombro, recordando la cacería de la cual fue presa su madre, seguro que Leo no estaba jugando y que debía advertirle a su protegido, para que pudieran encontrar una forma de marcharse antes de que Leo le hiciera cumplir con su palabra.

— Los leones son muy serios en su búsqueda de compañía, tienen muchas parejas, pero solo una de ellas es la verdadera, las otras las usan para propagar sus genes, la otra es su compañera, o compañero, en tu caso.

Tygus comenzaba a preguntarse que debía hacer, como escapar de Leo, sin embargo, Tykus sostuvo su mentón para observarle fijamente con una sonrisa afectuosa, él ya estaba planeando la forma de irse, nadie podría detenerlos, ni siquiera ese león que parecia ver más allá de lo evidente.

—Los quise mucho a los dos y lo único que me dejaron los muy ingratos fue un fuerte dolor de cabeza, pero aunque a veces te conviertas en un fastidio, te ayudare a salir de esta cachorro, no me esforcé tanto para liberarte de las manos de esa cosa para que otro llegue y tome su lugar.

Tygus sonrió, pero suponía que de alguna forma el terminaría cumpliendo la promesa hecha a Leo con demasiada premura, una vez que comprendía que su compañero hablaba en serio, era la cereza del único pastel que deseaba, uno que abarcaba el mundo entero.

— No te preocupes, saldremos de esta.

Le prometió el mayor, pegando su frente a la suya, para después alejarse y beber su extraño té con especias, el que sabía mal, pero los hacía sentir mucho mejor.

— Pero tendrás que soportarlo un poco más.

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— Ahora, la espada Leo.

Leo soltó a Tygus al escuchar las ordenes de la criatura, ladeando un poco la cabeza, estaba el asunto de la espada y las piedras, estas no sabía dónde estaban, la espada por el contrario, sí conocía su paradero.

— ¿La espada?

Pregunto con la misma actitud casi infantil que utilizaba cuando trataba un asunto que le aburría, como si le divirtiera, pero Tygus lo conocía mejor, él estaba molesto, furioso por tener que cumplir su promesa, si es que la cumplía del todo.

— Verás…

Pumyra y Grune, aunque estaban a lado de la criatura cuando cayó Thundera, en este momento, parecían demasiado tranquilos, no estaban sorprendidos por la respuesta de Leo, en sí, ella portaba una bolsa a su espalda, la que lanzo en su dirección con un rápido movimiento, el felino de hirsuta melena solo se cruzó de brazos, apretando los dientes.

— Parece que le agrado a la espada de Plun-Darr, porque esta me acepta como su señor, Lord Mumm-Ra.

Leo cachó la espada con demasiada facilidad para después colocarse el guantelete, sintiendo la familiar energía de la muerte recorrerlo, esta solo tenía una piedra, la de la tecnología que fue robada a las aves, pero aun así era poderosa y lo escuchaba a él, lo protegía vistiéndolo con una armadura morada que asemejaba el esqueleto de un felino.

— Tú no tienes el poder para portarla, Leo.

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Leo había sospechado la posibilidad de hablar con Tykus o con el anciano elefante, Akbar, no obstante, decidió que no valía la pena charlar con el tigre decrepito, mucho menos con el elefante, la única visión que tuvo fue tan devastadora que pensaba su destino se modificó de formas que nunca podría comprender.

Era poderoso, temible, la mano derecha de Lord Mumm-Ra, el verdadero poder detrás de su esquelética figura, había comprado a Panthera y conseguido que le facilitara una cita con Tygus, para poder reclamar su hermoso pelaje para él.

La reunión fue diferente a lo que hubiera anticipado, no fue romántica sino salvaje, pero el resultado fue lo esperado, Tygus ya sabía que debía ser suyo, el problema radicaba en que no podía mostrarle a los demás que se trataba de su compañero, ni siquiera a la competencia, como ese chacal de pelaje gris.

Frente a él estaba uno de sus espías, sus ojos azules y pelaje blanco contrastaban con la oscuridad de la habitación de interrogatorios, en donde Leo gustaba de comer sus alimentos, compartiéndolos con sus prisioneros, pero este no era uno de ellos, así que antes de probar bocado hizo que una rata se sirviera un poco, solo por si algún felino quería verlo muerto.

— Así que la familia para Tygus es importante… podría decirse sagrada, o tú como lo ves, ya que eres su hermano y todo eso.

Bengalí al principio pensó que sería fácil traicionar a Tygus, pero muy complicado ganarse su lealtad, sin embargo, desde que supo que se trataba de su sangre se había encargado de su seguridad, lo había puesto bajo de su mando y los otros tigres casi como si se los hubiera ordenado habían detenido su acoso, aun los ancianos parecían olvidar sus visibles deficiencias genéticas.

— Sus seres queridos, su clan, es indispensable para él.

Lo que comenzaba a parecerle muy difícil era el tener que traicionarlo, porque era sin duda la única persona que había sido amable con él, que no lo veía como una deshonra y comenzaba a compartir parte de su pasado, de su cariño por el que se hacía llamar su padre, el director Tykus.

— ¿Qué hay de Tykus?

Pregunto cortando uno de los trozos de carne con rapidez para devorarlo, una vez que la rata había sobrevivido el ingerirlo, señalando el plato de Bengalí, quien no estaba tan seguro de su inocuidad, porque ese plato no fue probado por la rata.

— ¿Qué puedes decirme de ese anciano?

La forma de comer de Leo era como todo lo que hacía, rapaz, violenta y rápida, no parecia disfrutar de su alimento, sólo consumirlo, usando modales que muchos pensarían desagradables, se preguntaba si se había entrenado con los caninos o en su clan, cuando era un niño pequeño, aun el comer le era una tarea titánica.

— Es su padre, es uno de los ancianos, el más importante de hecho.

Respondió, comenzando a comer un poco de su plato, diciéndose que si Leo quisiera matarlo no lo habría puesto a vigilar a su compañero, aunque estaba seguro que con el comandante nada podía estar seguro, mucho menos la vida de un insignificante tigre blanco.

— Ha cuidado de Tygus toda su vida, le ha enseñado todo lo que sabe y sus habilidades son una clara muestra de ello.

Leo no encontraba nada de eso nuevo, ni siquiera interesante, era como si Bengalí no quisiera realizar su trabajo con la seriedad que ameritaba aquella misión, comenzaba a preguntarse si un agente de las fuerzas especiales era en realidad útil o sólo un espejismo, un ser de ficción.

— Aunque es algo grande para ser un tigre, es muy ágil, demasiado sigiloso, es lo que un miembro de nuestro clan aspira a ser cuando se convierte en un soldado.

Bengalí pronuncio aquellas palabras con delicadeza, casi suspirando, haciendo que Leo se riera de su expresión, parecia que ese albino estaba enamorado de aquel anciano, o al menos tenía una ligera fijación por él.

— Lo dices como si fueras una joven cadete Bengalí, no sabía que te gustaran tan mayores.

El tigre albino negó aquello con un movimiento de su cabeza, sin recibir ninguna orden de Leo, quien por el contrario fue mandado llamar por la criatura, su comunicador parpadeando, fastidiado por la repentina llamada, aunque suponía que se debía a la explosión de la galaxia.

— El viejo saco de huesos me mandó llamar, nos vemos después Bengalí, ordenes son órdenes.

Aquello lo pronuncio para él, de eso estaba seguro Bengalí, quien comenzaba a dudar si debía cumplir con sus órdenes, pero Leo creía que el tigre blanco no le traicionaría, no tenía las agallas para eso.

— La próxima vez quiero que me digas algo importante, Bengalí, cuento con ello.

Leo se levantó con fastidio, después de cumplir con sus órdenes visitaría a su compañero y le diría que deseaba charlar con los líderes de la rebelión, ya era tiempo de que conocieran quien mandaba, solo por si las cosas se salían de control no quisieran matarlo al ser un león, la mano derecha de la bestia.

— Lord Mumm-Ra.

Quien lo esperaba con los brazos detrás de la espalda observando el espacio, él estaba detrás de la computadora, ingresando los códigos, sin importarle realmente lo que significaban en ese momento, incontables vidas se perderían, pero le traerían orden a la galaxia, se lo hizo saber a Panthera, quien trato de convencer a su señor de no disparar, recibiendo un merecido castigo por su insubordinación.

La destrucción de la galaxia y de todas esas vidas careció de la importancia que un acto como ese merecía, Leo llevo al herrero, un jaguar que por un momento parecia poseído por la fuerza de aquel material, llamando la atención del comandante al comprender la clase de poder que blandía esa primitiva arma, un guantelete con una espada.

Lord Mumm-Ra esperaba que le llevaran su espada y por un segundo, en contra de todos sus instintos, los que le pedían que no la tocara, cayó en la tentación de hacerlo, sintiendo de pronto como la energía de todas esas vidas lo recorría, quemando su cuerpo, a punto de hacerle perder el sentido, pero se mantuvo de pie, alejándose de esa cosa cuando su señor se acercó para portarla.

Era energía de muerte, alimentada por las almas de todos esos planetas, la que casi le hace caer al suelo, logrando que su señor riera antes de blandir la espada, colocando las tres piedras de guerra, las que se fundieron con su guantelete.

Leo se recuperó demasiado rápido de aquella sensación y observo que muchos pedazos estaban regados en esa cámara, los que no eran más que basura, o eso parecia ya que la criatura no les prestó atención.

Debía recuperarlos, de alguna forma lograría forjar su propia espada para contrarrestar la que usaría Lord Mumm-Ra, robar las piedras de guerra, pero primero debía obtener la última antes que su señor, Tygus tendría que dársela, unir a los animales y derrotar a la criatura, era pan comido.

— Lord Mumm-Ra…

Escucho de pronto, parecia que Tygus había sido convocado por la criatura, sin que le informaran al respecto, el capitán se agacho primero, mirándolos de reojo, para después obedecer a la criatura que le hacía un ademan para que se acercara a él.

— Ven Tygus.

Tygus no dejo de caminar hasta que se detuvo a lado de la criatura, sus ojos fijos en donde anteriormente se encontraba esa galaxia, respirando hondo, para después voltear en dirección de la espada, como si pudiera ver algo que Leo no veía, mucho menos Panthera.

— Déjenos a solas.

Ordeno la criatura, mostrándole su guantelete a su compañero, el que lo toco sin hacer preguntas, recorriéndolo con delicadeza, con demasiada lentitud, comprendiendo que aquello estaba alimentado por la vida de billones de seres inocentes.

— Sí, Lord Mumm-Ra.

Tygus al ver que Leo se retiraba y que lo dejaban solo, le sonrió a su amo, tocando su guantelete con mayor seguridad, como si estuviera maravillado por esa pieza de un metal morado, la que se llamaba Espada de Plun-Darr.

— Es hermosa Lord Mumm-Ra, digna de usted, sin duda, un arma poderosa para el futuro amo de todo el universo.

Leo se detuvo lo suficiente para ver que la criatura recorría la mejilla de Tygus con una sonrisa, aparentemente orgulloso de la reacción que tuvo el tigre, cuyo don le hacía ver lo mismo que la criatura.

— Sabía que te gustaría, Tygus, ya solo me falta encontrar la última piedra de guerra y juntos traeremos orden al universo, aunque me hubiera gustado que mi compañero fuera tu padre.

Tygus asintió de nuevo, observando a Leo, restregando su mejilla en contra de la ofensiva mano de la criatura, al mismo tiempo que los susurros comenzaban a escucharse, primero como una distorsión, una ligera interferencia que apenas si notaba el comandante que destruyo la galaxia.

— Juro que si me da una oportunidad estaré a su altura.

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— ¿En serio crees que puedes derrotarme?

Le pregunto la criatura, elevando los brazos, convocando a los antiguos espíritus del mal, tomando su apariencia titánica, al mismo tiempo que los príncipes parecían confundidos, mucho más Lion-O que se preguntaba si ese hombre era en realidad Leo, el héroe de su pueblo, o se trataba de un impostor.

— Ya lo hice una vez, Lord Mumm-Ra.

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La que pensó se trataba de una extraña interferencia, pronto se volvieron voces que por más que lo intentaba no podía silenciar, ni siquiera con fármacos o el uso de la tecnología de la nave, haciendo que el comandante se encerrara en sus confines, en donde Panthera le observaba con preocupación, lo necesitaban para derrocar a Mumm-Ra.

Pero no sabía cómo hacerle volver en sí, Tygus comenzaba a impacientarse al no recibir respuestas del joven león, estaba a punto de salir de la nave, la criatura comenzaba a sospechar de la rebelión y lo enviarían a buscar algo a un planeta que pensaban les daría la información necesaria para encontrar la última piedra.

Necesitaba que Leo organizara su ofensiva, pero el comandante estaba perdido, fuera de los ojos de cualquiera, haciendo que comenzara a enojarse, no tenía derecho a quebrarse por la presión cuando apenas estaban acercándose a su siguiente objetivo.

Pero Leo no respondía a nadie, mucho menos a Panthera, por lo cual, Tygus bajo a las entrañas de la nave, aunque esa acción era sumamente peligrosa, debido al nuevo rastreador que habían implantado en sus uniformes, pensaba que Leo, él y algunos otros tenían señalamientos especiales.

Si no creyera que Torr podía desviar la atención de los soldados leales a Lord Mumm-Ra, no se atrevería a realizar semejante visita, encontrando a Leo completamente solo, sumido en la oscuridad, con las manos en sus oídos.

— Leo.

El león volteo a verle, su mirada estaba cargada de angustia, como si no pudiera moverse y al verlo acercarse, retrocedió algunos pasos, cerrando los ojos de nuevo, si Tygus no estuviera seguro pensaría que alguna clase de ruido estaba dañando al comandante.

— ¡Comandante!

Cuyas muñecas sostuvo con fuerza para que le prestara atención, pero como no lo hacía, de pronto le propino una fuerte bofetada, que casi le hizo volver en sí, sus ojos azules fijos en los suyos dorados, los del comandante casi comenzaban a volver en sí.

— ¿Qué demonios te pasa?

Pregunto cuando Leo por fin le hacía caso, intentando sonreírle, el comandante respiro hondo, las voces habían bajado su volumen de pronto, solo con la presencia de Tygus o tal vez con el deseo inconsciente de su compañero por que le prestara atención.

— ¿No las escuchas?

Tygus no las escuchaba, para él, el comportamiento de Leo no tenía sentido alguno, al menos que algo de aquella fuerza residiera en el comandante, pero era imposible, no había tocado la espada.

— Leo, dime una cosa…

A menos que si lo hubiera hecho y esto generara una momentánea abertura en el plano astral, dejando a Leo encerrado entre ambos planos, un acto demasiado estúpido, pero que al ser un león, una criatura carente de la habilidad necesaria para ver los planos, mucho menos caminar en ellos, era una carga que no podía soportar sin perder la razón.

— ¿Tocaste la espada cuando fue forjada?

Leo asintió, haciendo que Tygus abriera los ojos casi de manera desorbitada, su preocupación visible en su rostro, haciendo que el comandante sonriera ligeramente, mucho más al sentir que lo acariciaba a la altura de la frente, como nunca nadie jamás lo había hecho.

— Eres un estúpido Leo.

No le importaba lo que hubiera dicho con tal de que siguiera acariciándolo, mostrando gentileza con él, como siempre supo que su compañero haría, siendo el tigre de mayor edad su único consuelo cuando era un niño pequeño.

— Y si creo que escuches algo, pero no son voces, es el plano astral.

Tygus era su amigo a distancia, le hablaba cuando estaba solo, a través de sus terminales, hasta que un día simplemente dejo de hacerlo, pero él seguía buscándolo, cuidando de su amado tigre, que pego su frente a la suya, otra caricia tierna, de la misma persona que siempre estaba allí para él, la única que le había tocado de aquella forma, por lo cual, debía salvarlo de ser devorado por la criatura ancestral.

— Te ayudare, pero debes hacer lo que yo te diga, me entiendes Leo.

Leo asintió, confiando ciegamente en Tygus, quien aún recordaba lo que Akbar hizo por el cuándo las mismas voces, la misma puerta al plano astral casi lo enloquece, sentando al comandante en el suelo, llevando sus manos a sus sienes, tratando de cerrar las aberturas en su psique poco preparada para ver lo que los tigres o los elefantes nacían comprendiendo.

— No tienes el don Leo, así que usare el mio para cerrar lo que abriste de forma descuidada, pero después necesito que vuelvas a ser tú, necesito que cumplas tu parte del trato.

Pero como el carecía del don, se dio cuenta que tendría que usar el suyo, no sabía si de alguna forma terminaría absorbiendo algunos de sus recuerdos o por momentos Leo podría ver los suyos, lo importante es que necesitaba del comandante sano, no podían dejar que la criatura se apoderara de la última piedra.

— No pongas resistencia Leo, déjame entrar…

Lo que no sabía era que estaba uniendo sus mentes de forma permanente, convirtiendo a Leo en su compañero a la usanza de los suyos, cuando el don aún seguía siendo fuerte, intercambiando sus recuerdos con el de su futuro compañero, una unión que solamente se utilizaba en las parejas destinadas a estar juntas, siendo los tigres monógamos de por vida, ya que aun después de la muerte, solo tenían una sola pareja.

— Déjame ser uno contigo…

Sin saberlo, ni comprenderlo, estaba convirtiéndose en la pareja de Leo, para quien muy lentamente, los gritos celestiales que lo perturbaban desde que destruyera la galaxia iban acallándose, al mismo tiempo que su tigre cerraba sus sentidos al plano astral, pero al mismo tiempo observaba a una velocidad confusa algunos de los recuerdos de Tygus, los que iban perdiéndose en su mente, hasta olvidarlos por completo.

— Sólo deja que fluya…

Susurro Tygus, quien comenzó a ver algunos de los recuerdos de Leo de la misma forma en que lo hacia el joven león, unos tan dolorosos que casi rompía el vínculo observando el odio de un león gigantesco que no movería una sola mano por él.

— Déjame cerrar las puertas…

Dejando abiertas las puertas de no mantener la compostura, pero se mantuvo firme, usando su don, hasta que por fin, rompió el ultimo hilo con un potente estallido psíquico que lo derrumbo sobre su compañero, quien seguía sentado, esta vez, siendo el quien rodeaba el cuerpo de su amado tigre, sólo por reflejo, porque de la misma forma que su amado, había perdido la consciencia.

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Tygra comenzaba a despertar, sosteniendo su cabeza, logrando que Tygus fijara su atención en el joven tigre, volviendo casi en sí pero no por completo, observando sus manos primero, tratando de comprender que era aquello que estaba pasando.

— ¡Tygra!

Lion-O casi grito sosteniendo el cuerpo de su hermano, rodeándolo con sus brazos, sin embargo Grune apretando los dientes, gruñendo por lo bajo decidió darle la espalda a la criatura, atacando al joven heredero para que no tocara a su amado príncipe de hermosas rayas negras.

Pumyra al ver que la joven realeza comenzaba a moverse, ignorando aquel extraño transe en el que parecia estar inmersa busco sus flechas para apuntarlos con ellas, pero se contuvo, cuando el intruso de la armadura morada rugió usando el poder de la espada de Plun-Darr, cortando parte del torso de la criatura inmortal.

Al mismo tiempo la espada del augurio estaba en las manos de Grune, quien al creerle inútil, no le utilizaba para atacar a Lion-O, en vez de eso usaba su maza dorada, disparándole al joven león, quien grito de pronto chocando contra algunos de los escombros de su monumento.

Tygra al ver que atacaban a su hermano se interpuso en el camino del arma de Grune con los brazos abiertos, estaba desarmado y nada más podía hacer que servirle de un escudo, para la sorpresa del otro tigre, el que apenas comprendía lo que estaba pasando, el dientes de sable dejo de atacar al joven león de melena recortada, heredero del trono de su padre porque este pereció, suponía, que en las manos de la criatura.

— Quítate del camino Tygra, no quiero lastimarte.

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Tygus despertó en el regazo de Leo, quien parecia fresco, como si no hubiera tratado de esconderse en las entrañas de la nave presa de los fantasmas de aquella galaxia, los gritos espectrales del plano astral, mirándolo con ternura y deseo.

— Me salvaste, de nuevo.

Tygus trato de levantarse pero Leo no se lo permitió, en vez de eso le beso con ternura, recorriendo su mejilla, restregando su frente contra la suya, un movimiento íntimo, que fue seguido por un ronroneo profundo.

— Siempre puedo contar contigo mi compañero.

Tygus intento soltarse de nuevo, pero Leo seguía aferrándose a su cuerpo, ronroneando, escondiendo su rostro en el hueco de su hombro, recorriendo su espalda de manera posesiva.

— No quiero hacerlo… bueno, si deseo hacerlo, pero solo cuando seamos libres de Lord Mumm-Ra.

Leo no lo dejaba ir, sus caricias volviéndose cada vez más posesivas y un tanto más atrevidas, hasta que Tygus logro soltarse, apuntándolo con su arma, haciendo que su compañero regresara en sí.

— Lo siento…

Tygus se levantó, sus ojos fijos en Leo, recordando algunas de sus memorias, preguntándose si por eso se aferraba a él de aquella forma, porque había sido la única persona que alguna vez fue amable con el comandante, convirtiéndolo en el único ser digno de aquella nave, a quien deseaba salvar, pero al mismo tiempo no deseaba dejar libre, porque en ese momento, estaría solo de nuevo.

— Debo irme…

Le dijo de pronto, guardando su arma en su cinto, escuchando como Leo se levantaba de su incomodo puesto en el suelo, sacudiendo su uniforme, sus ojos azules fijos en su cuerpo, con hambre y lujuria, deseoso de hacerlo suyo, pero conteniéndose sólo porque pensaba que dentro de pronto saldría victorioso, que tendría su premio.

— Eso es lo mejor.

Tygus le dio la espalda y se alejó, comprendiendo que lo que le decía Tykus era cierto, nunca lo dejaría ir, porque era lo único que consideraba digno de su compañía, la única alma buena de esa nave, tal vez del universo entero, ante los ojos azules de ese pobre león que había sufrido demasiado en las manos que debían protegerlo.

— Te estaré esperando.

Por quien era capaz de borrar una galaxia del universo, traicionar a la criatura, a su familia, aun convertirse en su amo para mantenerlo seguro y de pronto, Leo, el joven comandante se convertía en un peligro mucho peor que la criatura.

— Para que comencemos nuestra vida juntos.

Porque aquella cosa solo deseaba devorarlo, Leo deseaba atarlo a él por toda la eternidad y más allá de eso.

— No me decepciones…

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Tygus podía ver la misma clase de brillo que Leo tenía antes de hacerlo suyo en el hombre mayor, pero el cachorro solo era un muchacho, con una vida fácil, en cambio él conocía las penurias del campo de batalla, estaba seguro que no soportaría la lujuria de ese viejo general sin quebrarse o resultar gravemente dañado.

Tygra negó aquella orden con un movimiento de su cabeza, al mismo tiempo que la Clérigo atendía las heridas de Lion-O, ayudándolo a levantarse, Leo peleaba con la criatura y parecia estar ganándole.

La puma solo se limitaba a observar la batalla, la población reuniéndose poco a poco alrededor de ellos, asombrada, observando justo lo que Leo esperaba que vieran, su victoria frente al enemigo sin nombre que mato al rey Claudius y como los príncipes de alguna forma también estaban colaborando con esa gran batalla.

Todo estaba resultando como lo esperaba y dentro de pronto Tygus reaccionaria para brindarle ayuda, el gobernaría a su lado el tiempo que Lion-O tardara en aprender el oficio y cuando su heredero, el hijo de ese testarudo león que ansiaba la paz, se sentara en el trono junto a su Tyaty, ellos partirían a sus territorios.

El orden regresaría a ese planeta salvaje, bajo la mano de hierro de los felinos, justo como debería ser, como fue en el pasado y volvería a serlo, sí Lion-O tenía la educación indicada, se dijo Leo, seguro de su victoria.

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Este capítulo está dedicado a todas las hermosas personas que me han dejado algún comentario, ustedes me animan a seguir escribiendo estas locuras.


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