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Y si tú quieres… yo también quiero por Marbius

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4.- Complicación.

 

Exactamente dos días después, Georg bajó del plató en zancadas y enfiló directo al camerino doble que le había sido asignado en la televisora para su entrevista. Gustav le siguió de cerca, pero Georg no fue consciente de ello hasta que cerró la puerta y se encontró con que no estaba solo.

—¿Qué demonios fue eso de ahí afuera? —Exigió saber apenas pudo recobrar el habla—. Porque francamente, Gus… Dios santo…

—Fue una corazonada de que funcionaría, y ya ves que sí… Anda, que ha trabajado a nuestro favor. Ya los escuchaste, récords en audiencia y llamadas para felicitarnos por el bebé —enfatizó el plural que estaba de más considerando la mentira gorda con la que Gustav se había explayado en televisión.

Y es que si cerraba los ojos, Georg todavía era capaz de escuchar la voz de Gustav confirmando para televisión nacional que ellos dos iban a tener un bebé y estaban juntos. Juntos. ¡Juntos, por todo lo sagrado! Con una implicación indiscutible de que era como pareja y revelando que vivían bajo el mismo techo, compartiendo facturas y haciendo sus tres comidas al día tomados de la mano. Toda una estampa de cotidianidad que era cierta al cien por ciento, minus el importante factor de que no eran pareja. Detalle que no eran tan pequeño, y en su lugar sí era crucial.

—Te juro que te quiero matar —rechinó Georg los dientes, no por el atrevimiento de Gustav en describir para la audiencia la fantasía que tenía de ellos dos en formalizar lo que sea que tuvieran con un compromiso claro, sino porque al hacerlo le había roto el corazón. Era casi como si Gustav supiera lo que Georg sentía por él, y en lugar de dejarle conservar su último gramo de dignidad, se lo pisoteara con esa táctica tan cruel y con un público masivo de por medio que presenciara el momento exacto en que sus esperanzas habían caído en saco roto—. ¿Cómo pudiste hacerme eso, Gus?

—Yo… —Este abrió los brazos, y en contra de lo que le dictaba la razón, Georg apoyó la frente en su pecho y se dejó rodear en un abrazo tanto como su barriga se los permitía—. ¿Tanto te desagrada que piensen que estamos juntos en una relación?

Georg se negó a responder, y en su lugar se sorbió la nariz contra la camiseta de Gustav.

—No llores, joder —le suplicó éste, dibujando círculos en su espalda y a pesar de que eso podría hacerle ganador de un puñetazo en el estómago, aspirando la fragancia del cabello de Georg—. De haber sabido que reaccionarías así, no le habría hecho caso a Tom, caray…

—¿A Tom? —Alzó Georg la cabeza, y Gustav apreció que sus pestañas rezumaban humedad—. ¿Fue ese idiota cabeza hueca el que te convenció con esa idea estúpida?

—Uhm, algo así… Pero no la tomes contra él. Fui yo quien la cagó en grande. No es culpa de Tom, sino mía por no prever que te enojarías.

—Pero-…

Georg se quedó con las palabras en la boca cuando alguien tocó a la puerta de su camerino, y sin darles tiempo apenas de separarse, Bill y Tom entraron como tromba a compartir con ellos dos las excelentes cifras de audiencia que había tenido el programa especial.

—¡Rompió récords de audiencia!

—¡Y la transmisión por internet ha sido insuperable!

—¡Twitter ya hizo un hashtag con tu nombre!

—Oh sí, de hecho son dos, miren —sacó Bill su teléfono y les mostró con orgullo.

Uno era en exclusiva para Georg, “#CongratulationsGeorgListingAndBaby” y el otro los incluía a los dos con “GxGLoveStrikesAgain”, ambos incomprensibles para el bajista, quien se estaba limpiando los ojos porque el texto le resultaba borroso a través de las lágrimas.

—Wow —murmuró Gustav asomándose por un resquicio entre Georg y Bill, y aprovechando para preguntarle a éste último qué más se decía de ellos en internet.

Mientras tanto, Georg haló a Tom de la manga de su chaqueta y bajo el pretexto de necesitar ayuda con algo, lo llevó al otro lado del camerino para exigirle que le diera una explicación razonable de por qué le había sugerido a Gustav que dijera que eran pareja en televisión.

En su cabeza Georg se imaginó frío y racional, un epítome de cordura y mente sagaz que no se dejaba llevar por sus emociones, pero apenas se aseguraron de tener un mínimo de privacidad, le soltó un puñetazo en el brazo que hizo a Tom quejarse de dolor.

—¡Ough, joderrr! ¿Por qué me pegas?

—¿Y todavía tienes el descaro de preguntarme por qué, Tom? —Le siseó Georg, indeciso si lo volvía a golpear o le sacaba la información, que por cuestiones de falta de tiempo, resultó ser lo segundo—. ¿Por qué le dijiste a Gustav que hablara de un nosotros en la entrevista? Tú sabes que no es así.

—Ya, pero… —El mayor de los gemelos frunció el ceño—. Si fue él quien aceptó a la primera. Yo sólo le sugerí que después podrían ‘romper’ más adelante de manera discreta, y asunto arreglado —remarcó con comillas en el aire usando sus dedos índice como auxiliares—. Tampoco lo obligué a nada. Si lo quieres interpretar así, yo puse la bala, pero Gustav fue quien jaló del gatillo.

—Pues muchas gracias, idiota —le fulminó Georg con una mirada cargada de pesar—, porque…

—Ya no finjas más, que es obvio que estás enamorado de Gustav y no encuentras tan horrible que medio mundo crea que ustedes dos son pareja, ¿a que no?

—No se trata de eso —farfulló Georg—. Sino que ahora tendremos que explicarles a nuestras familias que se trata de un truco publicitario, y-…

—Georg —le interrumpió Tom poniendo sus manos sobre los hombros del bajista—, él siente lo mismo que tú. Tendrías que ser ciego para no percatarte, y a estas alturas sospecho que así es.

—¿Uh?

Tom inhaló todo lo que sus pulmones de fumador empedernido le dieron capacidad. —Tú conoces a Gustav mejor que nadie, y él no se haría cargo de ningún bebé por mucho que fuera suyo a menos que en verdad quisiera ser parte de su vida. Mandaría cheques de pensión, le daría su apellido, cumpliría con las visitas reglamentarias, y jamás permitiría que le faltara nada, pero no estaría ahí para su nacimiento, cumpleaños y otras grandes fechas. Lo sabes mejor que nadie. Gustav no fingiría sentimientos, él no es de esa clase de personas. Y en cambio contigo… ¿Qué acaso no te sentó la semana pasada a ver cunas online? Ha estado a tu lado en cada paso de este embarazo, y eso tiene que significar algo.

—Él sólo está siendo amable —murmuró Georg, decidido a no ilusionarse con las palabras de Tom porque corría el riesgo quemarse con el sol si se atrevía a volar muy alto—. ¿Y qué si lo hace? Es por nuestra amistad, no porque en verdad me quiera de… esa manera.

—¡Y un cuerno! —Tom miró por encima de su hombro, porque tenían los segundos contados y Bill y Gustav no tardarían a percatarse de que ellos dos se encontraban en medio de una disputa—. Mira, no puedo decirte más sin comprometerme o Gustav me cortará las bolas, pero confía en mí cuando te digo que es mutuo. Sólo abre los ojos, y no sé, date cuenta que Gustav tan sólo espera una señal tuya para lanzarse. No vayas a perder tu oportunidad, eh.

Pasmado, Georg apenas si tuvo tiempo para recomponerse antes de que Bill y Gustav se les acercaran, y el menor de los gemelos captara en el acto que el ambiente entre él y Tom se respiraba denso.

—Uhm, ¿te puedo ayudar con tu maleta? —Señaló Gustav las pertenencias de Georg, y éste asintió, por demás prudente de no revelar su consternación. ¿Lo hacía porque estaba embarazado, porque quería ganarse su perdón o porque en verdad quería hacerlo?

A escondidas de Bill, Tom movió los labios hasta formar una frase: “Te lo dije”, seguido de la seña universal de ‘pon más atención’, y Georg tuvo que controlarse para no adquirir el color de la grana.

Cauteloso, porque odiaría ser un Ícaro que juega con fuego y acaba precipitándose a su muerte, Georg se prometió indagar al respecto.

 

Ya que Georg se encontraba cada vez más cerca de llegar al término de su tercer trimestre y era entonces cuando más cuidado debía de tener con su salud, se acordó que la promoción del nuevo disco se realizaría exclusivamente dentro de Alemania, y los demás países se visitarían al siguiente año, una vez que el bajista se encontrara repuesto de la cesárea y listo para abordar cuantos aviones le fuera necesario.

Hasta entonces, los gemelos tendrían que conformarse con Georg viajando a su lado en una camioneta rentada expresamente para circular en el circuito de las ciudades más grandes en Alemania, y eso hicieron durante las últimas semanas de octubre cuando lanzaron el disco a la venta, y hasta mediados de noviembre cuando por fin terminaron con la etapa inicial de promoción y llegó el momento de regresar a Magdeburgo.

En vista de que Simone y Gordon iban a pasar Navidad con la familia, los gemelos también decidieron quedarse de visita hasta pasado enero, y fue así como la banda disfrutó de un tiempo extra que en circunstancias normales estaría empleado al trabajo, y que en su lugar lo ocuparon para ponerse al día, relajarse y disfrutar de su mutua compañía.

Los gemelos rentaron un espacioso departamento a escasos quince minutos de la casa de Georg y Gustav, y éstos les regalaron un juego de llaves para que se pasaran de visita cuando les viniera en gana, por lo que no era nada extraño bajar a la cocina temprano en la mañana y descubrir que aquellos dos se habían pasado la noche en vela y querían que alguien les cocinara un desayuno grasoso antes de irse a dormir.

Bajo ese arreglo de convivencia que les trajo nostalgia por el tiempo que vivieron en Hamburg en aquel diminuto y maloliente departamento cuando todavía preparaban la salida de su primer disco de estudio, los cuatro redescubrieron pronto una rutina que resultó beneficiosa para todos, pero sobre todo a Georg, quien conforme se acercaba a los ocho meses de embarazo, cada vez veía más limitada su libertad de movimientos y habilidad para ponerse en pie sin ayuda.

—Es como si de pronto mi centro de gravedad hubiera desaparecido y tan sólo me hubiera convertido en una pelota mal diseñada que se va al frente al menor desequilibrio —se lamentó de ello Georg una tarde en que llevó a Maxi de paseo y acabó trastabillando con sus propios pies. Y ahí habría terminado su historia de torpeza de no ser porque lo costó quince minutos cronometrados ponerse de vuelta en vertical sin ayuda, y regresó a la casa con el ego dañado y un leve malhumor contagioso.

Después de escucharlo y cerciorarse de que no le había pasado nada más que unos cuantos rasguños en la palma de las manos, Gustav le preparó una taza de chocolate caliente y le hizo prometer que no volvería a sacar a Maxi a pasear él solo.

—Puedes llamarme a mí a los gemelos, pero por favor no vuelvas a salir sin compañía. Es peligroso.

—Vamos, Gus —gruñó Georg, quien rechazaba cualquier alusión a que por estar embarazado era un inválido sin poder de tomar sus propias decisiones—. Que no fue nada, apenas un traspié en la acera, y sólo porque anoche cayó aguanieve y estaba resbaladizo.

—Ya, pero te duele la cintura y has regresado de pésimo carácter, así que supongo que no fue una caída tan inofensiva como quieres hacérmelo creer. Ni una queja más, va en serio. O sales acompañado o no sales de casa. Es por tu bien, y también del bebé.

Georg puso los ojos en blanco. —Ok, tú mandas, papá.

Aunque en circunstancias normales Georg habría aborrecido que se le tratara como si en él no residiera ni una pizca de autoridad, lo cierto es que seguido se sorprendía reflexionando que Gustav no le daba órdenes con intención de mandar en su vida, sino que lo hacía para asegurarse de que no le pasara nada malo. Como la semana pasada cuando por fin arribó la cuna que habían pedido por internet y rechazó de él cualquier ayuda para ensamblarla. Para ello reclutó a los gemelos, que a falta de un mejor talento acabaron Bill como lector oficial del instructivo y Tom el ayudante que le pasaba tornillos y herramientas, por lo que Georg exigió cuál iba a ser su contribución y se tomó a mal cuando Gustav le pidió que tomara asiento y esperara a que ellos terminaran, lo que ocasionó una pelea entre los dos que sólo llegó a buen fin una vez que Georg pudo aceptar el razonamiento de Gustav en que él no tenía la misma flexibilidad de antes y le sería complicado participar sin acabar con dolores innecesarios.

Ejemplos como ése tenía Georg a montones, pero después de un mes completo desde aquella entrevista y posterior charla con Tom, seguía sin decidirse si todas aquellas atenciones de Gustav eran porque lo trataba como un amigo en tiempos de crisis, o como amante con posibilidades de más…

Seguido Tom le chinchaba al respecto cuando estaban sólo ellos dos y se daban licencia de jugar en alguna consola, y tanto Bill como Gustav se dedicaban a otros pasatiempos más acordes a su personalidad, pero Georg no daba con una conclusión que lo dejara satisfecho del todo.

A favor de su causa tenía los cuidados que Gustav ponía en él, la innumerable cantidad de visitas con la doctora Dörfler a las que lo había acompañado sin fallar a ninguna, al hecho de que a pesar que de por medio se les interponía la barriga de Georg aun así se las arreglaban para hacer el amor seguido, y… una larga lista más de razones por las que Georg se inclinaba a creer que tal vez sí Gustav lo consideraba más que un amigo con derechos al que por error había dejado en un embarazoso estado, pero que a la menor duda salían volando por la ventana más cercana y acababan desperdigados por el viento.

Georg no quería hacerse ilusiones, porque a pesar de que él era del tipo ‘sufrir cinco minutos y superarlo en otros cinco’, con Gustav era diferente. No era como si después pudieran hacer borrón y cuenta nueva, fingir que nadie había ocurrido, porque de por medio estaba el bebé, y eso sería incómodo de sobrellevar como mínimo. Cualquiera que fuera su táctica, tenía que tomar a consideración que les esperaban mínimo dieciocho años de convivencia forzada y le era forzoso pensar en su futuro.

Tanto se sumió Georg en reflexiones similares, que Gustav acabó por darse cuenta, y con toda la delicadeza que Georg le exigía en su estado, así se lo hizo saber.

—¿Te preocupa algo?

—¿Algo? —Salió Georg de su trance con el ceño levemente fruncido—. ¿Algo como qué?

—No sé… Es que te siento tan distante, y Tom es de la misma opinión.

«Te voy a matar, Tom Kaulitz», pensó Georg con rabia, molesto porque el mayor de los gemelos se estaba inmiscuyendo en asuntos que no eran suyos, y eso a pesar de la explícita petición de Georg en no hacerlo. Sin lugar a dudas, lo iba a hacer pagar caro por su intromisión.

—No es nada serio —mintió Georg a medias—. Es esta barriga que no me da ni una pizca de tranquilidad. Cada vez son menos las posturas en las que me siento a gusto para descansar, y presiento que a este ritmo me voy a quedar sin una posición decente para dormir en paz desde antes de que llegue la fecha de la cesárea.

—Igual podría darte un masaje —sugirió Gustav, quien en los últimos meses lo venía haciendo más y más.

Georg no habría esperado que detrás de esas manos gruesas, regordetas y callosas por el uso de la batería existiría un talento innato para disolver nudos por estrés y relajar los músculos. Ya fuera un simple masaje en la espalda, en los pies o hasta en la barriga cuando el bebé se divertía pateándole el páncreas y nada más lograba serenarlo, Gustav conseguía ponerlo en un estado zen de relax y confort que seguido, aunque cada vez menos por lo voluminoso que se estaba poniendo, derivaba en sexo tierno…

—A mí no me engañas, ya sé cuál es tu plan detrás de tan buenas intenciones.

Gustav le guiñó un ojo. —Es un trato sin compromisos. ¿Qué dices, no te tienta ni un poco?

Georg sonrió, y porque las piernas las sentía pesadas y de paso le vendría de mil maravillas un orgasmo o dos, acabó por acceder.

—Vale, pero no pierdas tiempo… —Y ante la mirada extrañada de Gustav se explicó mejor—. Olvida esos aceites esenciales para masajes, trae el lubricante de coco…

El chasquido de la lengua de Gustav fue el preludio de aquella tarde de retozo y gozo.

 

Luego de varios fallidos intentos de averiguar el sexo del bebé, Georg soltó un par de palabrotas y se dirigió a su abultado vientre.

—Muy bien, ¿quieres hacerlo difícil para todos?, ¡pues perfecto! Pintaré tu habitación del más feo amarillo canario y entonces sabrás a qué estamos jugando tú y yo.

La doctora Dörfler permaneció impávida mientras le limpiaba los restos de gel del estómago, no así Gustav que no se aguantó una carcajada.

—¿Amarillo?

—Es el color más horripilante que puedo imaginar ahora mismo. A menos que sea marrón… o naranja…

—El verde es otro color neutral, excelente para casos como éste —acotó su obstetra, y Gustav la consideró mejor opción.

—Sí, oye… verde. Un color verde menta que va bien tanto si es niño como niña, ¿o te gusta un tono más oscuro?

Atento a que Georg se había cruzado de brazos y tenía un pequeño puchero, Gustav le apretó la mano con la que ya lo sujetaba.

—Hey…

—Es tan injusto —murmuró Georg—. Ya casi es momento de que nazca y seguimos sin poder tener una imagen clara del sexo del bebé. Es como si se escondiera de nosotros y quisiera ser una sabandija traviesa antes incluso de respirar por su propia cuenta. Y lo peor es que por eso no hemos sido capaces de elegir un nombre…

—Ya se nos ocurrirá algo. Hasta entonces, quita esa cara de tristeza y deja que te lleve a cenar para que pases este mal trago.

—¿A dónde yo quiera? —Musitó Georg con una vocecita de lo más dulce.

—Exacto. Tienes carta libre.

—Uhm —los interrumpió Sandra sin tanto formalismo, tirando las toallas de papel empapadas de gel al bote de basura—. Habría jurado que mantenían su pantalla de no-pareja frente a terceros, pero esta semana parecen haberlo olvidado.

—Nosotros… Uh, no somos… Gus y yo no… —Balbuceó Georg, pero con cada excusa se le drenaban las fuerzas y no estaba para sufrir por nada—. Gus, ayúdame, por favor.

El baterista suspiró. —Es complicado.

—Oh, pues vaya… Perdón por ser una cotilla, yo sólo pensé… En fin, anotaré su siguiente consulta en la agenda, y ya que será en diciembre, es el mejor momento de ir eligiendo una fecha para la cesárea. Sugeriría que sea programada durante los primeros diez días de enero, pero todavía sería mejor en los primeros cinco.

—¿Y qué tal un bebé de Año Nuevo? —Propuso Gustav, y Georg arqueó una ceja.

—Pero la fiesta de fin de año… —Luego una larga pausa donde Georg recordó que ni su madre ni su padre iban a estar con él en Alemania para celebrarlo, así que en realidad estaba libre de compromisos, y la perspectiva de iniciar el nuevo año con un bebé en brazos le hizo sentir hormigueos.

Como si fuera crucial su participación para decidirse, el bebé empezó a patearlo fuerte bajo las costillas, y Georg dio por buena la fecha.

—Ouch, vale… El primero de enero suena genial, pero basta. Basta ya —se acarició el vientre hasta que el movimiento remitió.

—¿Era el bebé? —Preguntó Gustav, que desde el día uno hasta el momento actual, seguía sorprendido e interesado por cada pequeña manifestación que hacía su hijo o hija incluso desde el interior de su placenta.

—Hemos quedado tres a cero en la elección de fecha, así que veámoslo como una señal divina de que es lo correcto.

Gustav se inclinó sobre Georg y lo besó discreto en los labios. —Contigo siempre es lo correcto para mí.

Arrobado por la sinceridad en sus ojos al decirlo, Gustav se quedó pasmado y sobrecogido por la emoción hasta que la doctora Dörfler carraspeó y los sacó de su burbuja.

—Ok, el día primero entonces…

Sin ser consciente de ello (o de que Gustav hacía lo mismo), Georg empezó una cuenta regresiva para conocer a su futuro bebé.

 

Complicado.

La palabra rodó sobre su lengua hasta convertirse en un sabor amargo, también dulce, que decía poco y a la vez mucho. Como en una dualidad que podía definirse bajo la dicotomía de Bueno vs. Malo con una toque extra que era el ‘pero’ tácito de la explicación.

El por qué Gustav había elegido ese adjetivo dentro de otros tantos disponibles dentro del lenguaje alemán era una incógnita que le quitó el sueño a Georg sin que por ello éste sintiera el cansancio.

Las semanas previas al nacimiento del bebé, Georg se ocupó de pintar la habitación y decorarla con ayuda de Gustav, quien apenas se percató de sus intenciones le impidió subirse a una escalera para darle los retoques al techo, por lo que Georg se tuvo que contentar con seleccionar por internet el mobiliario del cuarto, entre las piezas faltantes, un anaquel en el cual guardar la ropita y los pañales, y que en la parte superior cumplía funciones de mesa de cambiado. También una silla mecedora sobre la que ya se fantaseaba sentado y alimentando al bebé con biberón, y por supuesto, un móvil musical que Gustav se comprometió a tener montado sobre la cuna lo antes posible.

Los gemelos también se les unieron, y ayudaron en la aburrida labor de doblar los pañales de tela que ya le habían regalado a Georg en un baby-shower de la familia Schäfer, y de paso acomodar en bultos los diferentes regalos que también le habían dado ese día.

Por tratarse del primer nieto en ambas familias, su bebé ya tenía todo y más de lo que Georg había anotado en una lista al inicio del embarazo, y el bajista se preguntó si con tantos mamelucos tendría para no poner una carga en la lavadora durante un mes completo.

—Argh —resopló Tom de pronto—. Malditos calcetines miniatura. Son casi imposibles de doblar.

—Pues mientras sean ‘casi’, tú dedícate a hacerlo —dijo Bill, entretenido en la labor de pintar un pequeño mural en la esquina del cuarto y con la punta de la lengua sobresaliendo de sus labios fruncidos.

Georg había estado reluctante de si concederle el permiso, no fuera a ser que Bill decidiera pintar una calavera con llamas en las cuencas y rodeada en fuego, cadenas y espinas, pero al parecer esa etapa de su vida ya había quedado en el pasado, y en su lugar estaba haciendo un buen trabajo en retratar a Maxi, a Pumba, Rosco, y Lukas, éste último propiedad de Gustav e inquilino permanente en su casa desde apenas días atrás cuando Bianca le llamó a Gustav para devolverle el perro que entre los dos habían adoptado años atrás y que durante el divorcio ella se aferró a quedarse alegando a que lo quería como un hijo propio. Gustav, quien había llorado amargamente la pérdida del perro, no había necesitado de más para subirse al automóvil y conducir hasta el departamento de Bianca, previo aviso a Georg quien le dio el visto bueno de ampliar su familia con un miembro más, y en tiempo récord ya estaba de regreso con el labrador color chocolate que Georg recordaba bien y a quien no había visto en meses, pero que le reconoció a él y a la barriga y desde entonces no se les desprendía a más de dos metros de distancia.

Maxi lo había acogido bastante bien, y el mismo caso aplicó para Pumba y Rosco a quienes les bastó una simple olfateada en el trasero para invitarlo a sus juegos en el jardín. Así que sin tanto planearlo, resultó que los cuatro perros se llevaban tan bien como lo hacían los cuatro amigos, y de ahí que Bill sacara la inspiración para su mural, justificando que de esa manera recordarían para siempre lo bien que lo pasaron juntos esos meses antes del nacimiento del bebé, y sus mascotas serían la prueba irrefutable.

A media tarde Georg se disculpó para irse a recostar un rato, que tenía los pies hinchados y apenas se le mantenían los ojos abiertos, por lo que se retiró, y horas después al despertar se encontró con que los gemelos ya habían terminado y se habían retirado sin avisar para no molestarlo, mientras que Gustav estaba en la cocina y le preparaba un tazón de avena con fruta para la cena.

—Hey —se posicionó Georg a su lado y apoyó el mentón sobre el hombro de Gustav—. Huele bien.

—Es una receta de la Nana Schäfer. Hace rato me mandó las instrucciones por whatsapp, dice que es bueno para tus niveles de hierro, y no soy quien para rebatirla. Después de todo tuvo cinco hijos saludables en una época donde se morían la mitad antes de cumplir los cinco años, y ella sabe muy bien cómo imponerse con los hombres de la familia.

—¿Nana usando whatsapp? —Preguntó Georg, divertido porque a pesar de sus más de ochenta años, la Nana Schäfer se mantenía más al día que él mismo con la tecnología. Sin ir más lejos, hacía poco que eran mutuos seguidores tanto de Facebook como de Instagram y seguido le dejaba comentarios de gran cariño fraternal, por lo que la tenía en su lista de miembros del clan Schäfer favoritos.

—También, bueno… —Gustav continuó revolviendo el cazo donde preparaba la avena—. Nana aprovechó para sermonearme acerca de nosotros.

—¿Nosotros? —Georg tuvo que hacer acopio de desinterés para no romper a sudar de nervios.

—Ya sabes, que debería hacer lo correcto contigo y no andarme tanto por las ramas. Que como ahora vamos a tener un bebé deberíamos de formalizar nuestra unión y ponerle fecha a la boda. Luego fue ella quien se desvió y acabo diciendo lo bella que sería una ceremonia en primavera y que conoce el lugar perfecto porque ahí se casó una ahijada suya hace veinte años. Así que tal vez el lugar ya ni exista, pero… Uhm, eso no es lo importante.

—Vaya… Pues… —Georg se separó del costado de Gustav y fingió interés por la avena que ya estaba hirviendo en el cazo—. ¿Y qué le respondiste?

—Que no teníamos ese tipo de relación aún, y que me lo pensaría. Tampoco tengo el corazón tan frío para romperle sus ilusiones tan de pronto. Ella ya está anciana, y bastante tolerancia tiene para mi carrera, estilo de vida, los tatuajes, mi divorcio, haber embarazado a alguien antes del matrimonio, y que además ese alguien sea un hombre, como para rematarla con un último clavo, ¿no crees? —Gustav suspiró—. Así que me zafé diciendo que la pensaría. Una mentira piadosa no tiene por qué ser siempre mala.

«¡¿Aún?!», se aferró Georg a la única palabra de todo lo que había dicho Gustav que para él tenía algo de valor. Era ahora o nunca.

—Gus… ¿Y si…?

—Además —pasó por alto Gustav el susurro con el que Georg se había expresado—, lo que pase entre tú y yo es muy nuestro asunto, ¿no? Y así estamos bien, que es lo que importa al final del día.

—Uhm… —Georg sintió el pecho contraérsele cuando Gustav le pasó el brazo por los hombros en un gesto que iba más hacia el lado de la camaradería que del romance y le besó la sien.

—Que sepas que no cambiaría por nada lo que tenemos ahora mismo —concluyó Gustav, y aunque Georg asintió, por dentro estaba dolido.

¿Qué carajos le quedaba por hacer?

 

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Notas finales:

No se preocupen, uno más y llegamos al final (feliz) que espero les guste ;'D


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