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Y si tú quieres… yo también quiero por Marbius

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5.- Ceremonia.

 

Un par de días antes de Navidad, Georg se presentó en el departamento de los gemelos con dos paquetes de Corona Light, dos de cigarrillos de la marca que fumaban los gemelos, y una paleta de nieve y chocolate para sí mismo con la que planeaba consolarse ya que los dos primeros artículos de la lista le estaban vedados.

Tom le abrió la puerta en pijamas, y se hizo a un lado en cuanto Georg le puso los cartones en las manos y se ahorró la invitación a pasar.

—¿Georg? —Se sorprendió Bill desde la cocina—. ¿A qué debemos el honor de tu visita tan temprano?

—Son las cuatro de la tarde y ya no podía esperar más —dijo Georg pasándose la mano por el cabello y al borde de un colapso—. Necesito de su ayuda…

A trompicones Georg les narró la escena de días antes con Gustav, y conforme se explayaba, los gemelos bebieron los primeros sorbos de la cerveza que el bajista les había comprado, aunque por respeto al bebé se guardaron bien de no fumar en presencia de Georg.

—… y luego de que dice ‘aún’, como en ‘todavía’ porque es algo que no ha ocurrido y está en un futuro incierto, se da el lujo de decirme que no cambiaría por nada del mundo lo que ya tenemos. ¿Y eso qué significa, por Dios santo? ¿Qué se supone que haga con eso?

Tom intercambió una mirada con su gemelo. —Pues…

Bill tomó el mando, más sabio que Tom, quien ya se estaba haciendo un lío mental por un problema que no era para nada suyo por mucho que le despertara el interés.

—Exactamente lo que te dijo. Gustav no es de los que esconden significados ocultos en sus palabras. Y si hizo mención de estar feliz y contento con lo que tienen, no es porque te rechace como novio o como amigo, sino que deja claro que sin importar títulos, él no lo cambiaría por nada.

—Eso es confuso para mí —gruñó Georg, pasando a sentarse en uno de los sillones de la sala, que luego de ir de aquí a allá en la habitación estaba a poco de marcarle un surco al piso.

—Al contrario, es bastante simple —prosiguió Bill—. Gustav no es de complicarse si la situación no lo amerita.

—Ah, ya —exclamó de pronto Tom como si una bombilla se hubiera encendido sobre su cabeza—. Como nosotros, de hecho… Si no está roto, ¿para qué arreglarlo, no?

—Precisamente, has dado en el clavo —asintió Bill—. Es que Gustav también es virgo como Tom y yo…

—Y aquí vamos —se recargó Georg en el respaldo del sofá y puso los ojos en blanco, porque desde que vivían en Los Ángeles, a Bill le había dado por la vida esotérica y desde entonces justificaba cada virtud o defecto suyo bajo el pretexto de que era virgo y que al parecer su signo zodiacal le encajaba a la perfección a su personalidad detallista, maniática y proclive al perfeccionismo.

—Vale, que puedes burlarte todo lo que quieras, pero nosotros tres somos de una manera que embona bien con el resto porque tenemos la paciencia, y tú eres un signo de fuego que a ratos choca con nosotros. Todo tiene una explicación racional si lo observas bajo ese ángulo, porque-...

—Bill —le puso Tom la mano en la pierna a su gemelo—, no te vayas por la tangente… Además, suenas a chiflado de la nueva era y hasta a mí me da vergüenza ser tu pariente.

—Ok —accedió éste—. Astrología o no, la cuestión es que de Gustav no va a salir esa declaración de amor que esperas con ansias porque entonces dejaría de ser el Gustav que conocemos y con el que nos hemos encariñado, así que si quieres tener un novio al que gritarle cuando te empiecen los dolores de parto, es el momento indicado para que lo confrontes y seas tú quien le ponga los puntos a las íes.

Georg suspiró. —En primera, será una cesárea temprana, así que cero contracciones, pero gracias por esa imagen mental que me trauma y me asquea a la vez. Y en segundo… Ok, supongamos que soy yo quien da ese gran paso y me estrello contra un rotundo no. Porque el que Gustav se sienta cómodo con nuestra situación actual no tiene por qué significar que me corresponda… Yo estoy cómodo con algunos de mis camisetas que tienen agujeros de tanto uso, y no las tiro porque soy convenientes para tareas como lavar el automóvil o limpiar el desván, no porque les tenga un afecto particular. Y con Gustav podría tratarse de lo mismo: Soy su camiseta vieja con la que la pasa bien y a la que no le ve sentido cambiar por otra mientras éste ahí. Y además la banda…

—Imposible —dijo Tom—. Yo conozco bien a Gustav, y lo que siente por ti no es sólo amistad.

—Pero… —Hizo Georg amagos de replicar que el mayor de los gemelos no aceptó que le rebatieran.

Tom se inclinó con los codos sobre sus rodillas, y el tono de su voz se cargó de certeza. —Sólo analízalo un poco. Yo podría estar muriendo de dolor y Gustav se limitaría a llamar a una ambulancia, lo mismo con Bill, pero tratándose de ti… Seguro se las arregla para llevarte él mismo en su automóvil, o rentar un helicóptero en tiempo récord. Qué sé yo, pero tranquilo no estaría al respecto.

—Es porque estoy embarazado de su bebé. Me lo tengo que repetir seguido, porque si no… —Georg se acarició la barriga, que cercana a los nueve meses, hacía ya rato que había acabado con los abdominales marcados que tanto tiempo le costó conseguir—. Si no me engañaría con ilusiones estúpidas.

—¿Y qué han hablado de planes para después del parto? —Preguntó Bill—. Porque ahí podrías tener una pista de lo que Gustav tiene contemplado a futuro contigo y la criatura.

—No gran cosa… Prometió ayudarme mientras sea necesario y estar para mí y el bebé mientras encontramos una rutina para los tres, pero si por mí fuera lo necesitaría a mi lado hasta que el bebé vaya a la universidad. Y sigue sin contar —se apresuró a aclarar ya que ambos gemelos habían abierto la boca para replicar—, porque es Gustav en su relación con el bebé, y no me incluyen. Él hace lo que es correcto, pero yo no entro en esa ecuación porque el bebé es nuestro signo de ‘igual a’ y debo aceptarlo.

Bill se pasó un mechón de cabello por detrás de la oreja, mientras que Tom se tironeó de la barba, ambos sumidos en su laguna personal de pensamientos, y Georg se cuestionó si no estarían intercambiando mensajes telepáticos, porque no dudaba que una vez que llegaran a una conclusión, ésta fuera la misma y lo hicieran al mismo tiempo.

Él por su parte consideró muy en serio el sólo… resignarse. Aceptar lo que tenía y no pedir más porque eso sería avaricia, y el destino vería con malos ojos su codicia y lo castigaría. Fatalista y para nada racional, pero Georg ya había cruzado esa línea tiempo atrás y ahora todo lo que pedía para sí era la seguridad de amar y saberse amado por igual.

En esa tendencia de pensamiento estaba cuando su teléfono móvil vibró sobre la mesa de centro, y le bastó una mirada para corroborar que se trataba de Gustav. Sin más deslizó el dedo sobre el botón rojo y lo mandó directo a buzón. Más tarde que tuviera fuerzas y estabilidad mental lidiaría con él.

Pero al parecer Gustav tenía otros planes, y apenas diez segundos después, fue el turno del teléfono de Tom en repiquetear dentro de sus pantalones al ritmo de Sammy Deluxe, un gusto adquirido años atrás y que se mantenía fuerte a pesar del extraño vínculo que ahora lo unía a su artista favorito por medio de Ria.

—Oh, ¿le contesto?

—Mejor no —dijo Bill, y apenas Tom rechazó la llamada, fue el turno del menor de los gemelos en mostrar sobre la pantalla de su teléfono el nombre de Gustav—. Mira nada más quién tiene urgencia por comunicarse con alguno de nosotros…

Georg se mordió el labio inferior. —No, mejor contesta y averigua qué quiere. Si pregunta por mí, inventa que estoy en el baño o algo.

—Vale. —Deslizando el icono verde, Bill saludó a Gustav con un jovial ‘hola’—. ¿Qué pasa?... Ah, ya veo… Sí, se encuentra aquí —reveló la ubicación de Georg apenas éste le dio permiso de hacerlo moviendo los labios sin hacer ningún ruido—. Oh, es que está en el baño, y dejó su teléfono en la mesa… Mmm, claro, yo le paso tu mensaje. Nos vemos.

Apenas finalizó la llamada, Georg lo interrogó al respecto. —¿Qué quería?

—Pues qué más —chasqueó Bill la lengua—, saber dónde estabas, que aparentemente desapareciste hace horas con una nota de ‘vuelvo más tarde’ sin más explicaciones y no sabía de tu paradero. Al parecer llegó al límite de su paciencia, así que viene para acá a buscarte.

—Genial…

—¿Es que no cuenta como demostración de su afecto? —Preguntó Tom—. Si no le importaras, ni siquiera habría llamado, mucho menos conduciría hasta aquí. Tú sabes lo mucho que odia el tráfico.

—Lo dudo, que estamos a diez minutos de distancia y se preocupa por el bebé, no por mí.

Bill torció la boca. —Va, ya entiendo, que lo que te apetece es sentirte mal con respecto a Gustav para no tener que confrontarlo directamente y resignarte a su rechazo.

—¡Hasta que me comprendes, idiota! —Bufó Georg con las manos alzadas al aire y hechas puño—. Porque la idea del rechazo es… terrible, como mínimo. Sería un golpe durísimo a mi ego.

—Pero sobrevivirías —agregó Tom—, que de entre los cuatro eres quien más ha tenido parejas, noviazgos y relaciones amorosas fallidas. Si ya superaste eso, Gustav será pan comido.

—Porque es Gustav de quien hablamos es que me resulta tan… violenta la posibilidad de abrir mi corazón y que él… que yo no sea… que las cosas cambien para mal… —Georg bajó el mentón y su mirada se nubló.

Bill y Tom compartieron una señal, y después fue el mayor de los gemelos quien hizo la proposición.

—¿Y si alguno de nosotros interviniera? Ya sabes, soltando pistas aquí o allá, o directamente confrontando a Gustav y ya está, asunto arreglado.

—No, mejor no —dijo Georg, rechazándolo en el acto. Por salud mental y cuidado a sus nervios, prefería que ese par no se inmiscuyera—. Prefiero el limbo a… lo otro.

—Vale, pero si cambias de opinión —empezó Bill—, y Georg denegó con la cabeza.

—Es un problema mío que yo mismo debo de solucionar, y uhm, mejor cambiemos de tema, porque Gustav no tardará en llegar y no quiero que se huela algo raro en el ambiente. Hasta él que es un denso lo notaría en menos de un segundo.

Una mentira tácita para los tres, porque Gustav no era nada despistado para captar antes que nadie los cambios y matices que se daban en su entorno, sólo desinteresado a morir, porque si en lo directo no se veía él afectado, el resto le importaba poco.

Y fue así que cuando Gustav tocó a la puerta, ya estaban los gemelos y Georg en mejores condiciones para recibirlo y en una charla insignificante acerca de un festival de música que se iba a celebrar en Berlín para fin de año. Uno al que habían sido invitados desde casi seis meses atrás pero al que habían cancelado su asistencia porque el imprevisto embarazado de Georg y su fecha de parto coincidían con las fechas del festival y ninguna de las dos partes estaba dispuesta a correr semejante riesgo.

Gustav llegó a tiempo para que entre los cuatro pidieran cena a domicilio y pasaran un rato juntos, pero el baterista declinó beber cualquier tipo de alcohol pretextando que sería él quien condujera de regreso a casa, y durante el resto de la velada se encargó de atender cualquier petición de Georg por ridícula que fuera. Esto último muy para disgusto de Georg, quien a cada rato tenía que soportar las señas que le hacían Bill o Tom y con las que pretendían venderle la noción de que sus sentimientos eran correspondidos.

Por último, ambos se despidieron en la entrada y bajaron al estacionamiento subterráneo donde se había aparcado Gustav y en donde se apresuró a abrirle la portezuela a Georg en un gesto amable que cada vez ocurría con mayor frecuencia.

—No estoy discapacitado, ¿sabes? Y puedo jalar la manija con mi dedo meñique, así que no necesito que lo hagas tú —le dijo a Gustav apenas éste se subió el asiento del conductor.

—Si lo hago, lo hago porque quiero, pero si te molesta…

—No me molesta —murmuró Georg, que se encontró de pronto sin aliento observando el perfil de Gustav a contraluz de la escasa iluminación del área.

Gustav fue víctima del mismo embrujo, que redujo el espacio entre los dos y lo besó con los labios.

—¿Listo para ir a casa?

Sin entrar en especificaciones de lo tuyo, lo mío o lo nuestro, de momento Georg se conformó con ese casa que con agridulce sabor también venía a ser su refugio temporal. Así fue como sin proponérselo, Georg puso como fecha límite el nacimiento del bebé para ya haber hablado con Gustav y dejar de una vez por todas claro si lo que hacían era jugar a la casita como mamá y papá o se trataba de algo más serio.

Por alguna extraña razón, ahora ya no podía esperar para obtener su respuesta.

 

Con nueve meses de embarazo cumplidos y una hinchazón insoportable en los pies, fue que Georg se negó a dar su brazo a torcer cuando Gustav sugirió que acudieran a la casa Schäfer el día veinticuatro para celebrar ahí Navidad en familia. Sin Robert y Melissa en Alemania, lo lógico habría sido decir que sí, y en cualquier otro año así se habrían desarrollado los hechos, pero no ése…

Para Georg, que recordaba de algunas asistencias suyas las orgías (en el sentido clásico de su significado) que se montaban ahí, con grandes excesos de comida, bebida, bailes exóticos, karaoke, drama familiar, peleas, reconciliaciones, palabrotas y música estruendosa que duraba hasta que el sol se colaba por las ventanas, la respuesta era no, y por ello rechazó en rotundo el asistir a la fiesta por ninguna otra razón más que el estar embarazado en término y sin ánimos de moverse.

Bastante le dolía tener que ser el malo del cuento, porque bien sabía que Gustav adoraba esas reuniones familiares para beber sin control y sufrir con resignación la consiguiente resaca que a la mañana siguiente paliaban con un desayuno copioso y abundante en grasa, pero él no estaba para sonrisas fingidas y mucho menos buscar ropa que no fuera parte de su nuevo repertorio de camisetas XXL que utilizaba en lo que recuperaba su cuerpo de antes. A su manera de racionalizarlo, no le veía sentido a asistir y arruinarles la diversión a los demás con su desgana, y así se lo hizo saber a Gustav con mucho remordimiento por ser un aguafiestas.

—Pero si tú quieres ir, eres libre de hacerlo sin sentir culpa por mí. Es tu familia después de todo —dijo por último, y cruzó los brazos por encima de su regazo, la vista clavada en el techo y a la espera de que Gustav, quien estaba recostado a su lado en la cama que compartían desde el primer día de mudanza a pesar de que cada uno tenía su cuarto separado del otro, estallara en cólera o intentara convencerlo de cambiar de opinión.

Sus teorías cayeron en saco roto cuando Gustav aceptó de buena gana.

—Por mí vale. No iremos y ya. Mañana le llamaré a mamá y ella lo entenderá, aunque insistirá en que acudamos al desayuno tradicional que hacen el veinticinco para abrir los regalos y todo eso. Creo que hasta envolvió algo para el bebé, aunque seguro son más pañales biodegradables y ropita con mensajes. —Todo en un tono de voz tan tranquilo y afable que a Georg le costó procesarlo.

—¿Estás seguro de que está bien si no vamos?

—Por supuesto —rodó el baterista hasta quedar pegado a Georg—. Te he visto sufrir subiendo las escaleras, no me atrevería a hacerte pasar por uno de esos bacanales que hacen en la casa de mis padres si tú no quieres. Ya habrá otros años para ir cuando no estés embarazado.

El plural alertó a Georg, lo mismo que la mención de una próxima Navidad que también lo incluía, pero se lo guardó para sí. —Gracias por comprenderlo.

—Según tengo entendido, los gemelos celebrarán por su cuenta en una fiesta exclusiva con unos amigos en Berlín, así que tú y yo podemos cenar algo e irnos temprano a dormir. ¿Qué tal suena? Uhm, y además… Tengo un regalo para ti.

—¿Un regalo?

—Ajá.

—¿Y no me darás pistas?

—Así no será divertido.

—¿Tamaño? ¿Color? ¿Para qué sirve? ¿Con qué letra empieza? Vamos, Gus —le chinchó Georg clavándole un dedo en las costillas, su única satisfacción porque estaba como ballena varada en la playa y le costaba lo suyo desprenderse del montón de almohadas en las que se encontraba apoyado.

—Tendrás que esperar —murmuró Gustav—, pero creo que te gustará. Al menos eso espero yo.

«Viniendo de ti, lo que sea, Gustav», pensó Georg acariciándose el vientre desnudo, y feliz por lo que ya tenía. Tal vez no a Gustav en el sentido literal de la palabra, pero sí una parte de él que en un par de días pasaría a ser parte permanente de su vida.

A medio camino sobre el ombligo, su mano se topó con la de Gustav, y juntos compartieron un instante silencioso en el que el bebé dio un par de patadas y después se tranquilizó.

Esa noche, los tres durmieron sin interrupciones.

 

La celebración del día veinticuatro se dio entre Gustav y Georg tal como éste último había visualizado que sería.

Gustav se encargó de la cena, y desde temprano se afanó frente al fogón para preparar el ganso que iba a hornearse a fuego lento por las siguientes horas. A la par también peló las papas para un puré, e hirvió el agua en la que se iban a coser las albóndigas rellenas con las que planeaba acompañar el platillo principal. Remató con verdura para una ensalada y aderezo con crema y queso del que más le gustaba. De parte de Franziska recibió desde temprano una bolsa con galletas que su hermana había horneado con antelación días antes, y como Georg insistió que no le apetecía ser un simple espectador, Gustav le delegó la tarea de preparar el Glühwein que sólo incluirían por costumbre y por el aroma, ya que como Georg no podía beber ni una gota de alcohol, Gustav planeaba unírsele en muestra de solidaridad.

A eso de las ocho, Gustav se encargó de poner la vajilla en la mesa del comedor, y Georg puso música que fuera del agrado de los dos, lo que resultó en un ambiente relajado que ellos se encargaron de plagar de sonrisas y charla animada.

—Esto huele increíble —aspiró Georg los vapores de su plato una vez que Gustav le sirvió una pierna del ganso y la bañó en la salsa que le acompañaba—. Los gemelos no saben de lo que se pierden con su supuesta vida vegetariana.

—Seh, que mira que dejar las carnes, las salchichas y los lácteos cuando eres alemán es una soberana tontería que tolero, pero no entiendo —se le unió Gustav, hincándole el tenedor a la otra pierna del ganso y disfrutando después de una apetitosa cena que bien valía el tiempo invertido en prepararla.

Al terminar, Georg hizo amagos de llevar los trastes al fregadero, pero Gustav insistió en ocuparse él de esos menesteres, y de paso le recordó que todavía no habían terminado, que faltaba el postre.

—¿Compraste algo? No recuerdo que cocinaras postre —comentó Georg con curiosidad, y ésta le fue satisfecha cuando Gustav volvió de la cocina con una pequeña copa repleta de mousse de mandarina y decorado con una pizca de crema batida y azúcar glas—. Oh, Gustav…

El baterista depositó la copa sobre la mesa, y Georg utilizó la diminuta cuchara que hasta entonces no había encontrado de utilidad durante la cena. El primer bocado le supo a gloria.

—Sabía cuántas ganas tenías de comer esto. Te oí mencionarlo al teléfono hace un par de semanas, así que quise sorprenderte.

—Mmm… —Paladeó Georg la dulzura de la mandarina y la textura fina del mousse—. Está increíble, pero ¿cómo conseguiste mandarinas? Este año fue imposible comprarlas en los supermercados.

—Seh, fue algo difícil, pero no imposible. Así que las mandé comprar en España e hice que las enviaran por paquetería exprés. Temía que no llegaran para hoy, pero esta mañana mi suerte fue tan buena que estabas en la ducha cuando pasaron a entregarlas. El resto fue sólo seguir una receta que encontré en internet y voilá.

Georg recordaba el timbre, y también el repentino aumento de satisfacción en el rostro de Gustav que había atribuido a las festividades, pero no habría sido capaz de relacionar ambos hechos hasta que fue demasiado tarde para sospecharlo.

—Es el mejor regalo que me pudiste haber dado —murmuró Georg, conmovido hasta la médula por la dedicación de Gustav en satisfacer hasta su más ridículo capricho.

—Uhm… —Gustav carraspeó—. La verdad es que… ese no es tu regalo. Es decir, sí, pero no…

Georg alzó las cejas. —No entiendo. ¿Es o no es mi regalo?

—Tú… sigue comiendo. No es que esté ahí. Uhm, así lo había planeado, pero luego me resultó cliché, y erm, asqueroso, por no hablar del peligro que resultaría ser si te lo tragabas y acababa por lastimarte a ti o al bebé, y… Lo que quiero decir en realidad es… —Gustav aspiró todo el aire que sus pulmones aceptaron en capacidad—. Mi verdadero regalo es… éste —posó la mano sobre la mesa, y debajo de ésta apareció una simple caja negra de terciopelo que lo vino a resumir todo.

Por inercia, Georg tragó saliva, pero con la boca repleta de mousse de mandarina y la cuchara, acabó por ahogarse y Gustav tuvo que intervenir con unas palmadas en la espalda.

—¿E-Es lo qu-que creo que e-es? —Preguntó Georg a duras penas entre espasmos y con los ojos llorosos por más de una razón.

—Espero que sea eso, que estemos en sincronía, porque si no… —Gustav se pasó la mano por el cabello y se lo dejó de punta—. Créeme cuando digo que no era mi elección escoger Navidad como fecha para declarar mis sentimientos por ti, pero con el parto a la vuelta de una semana y todo eso, era ahora o nunca. Si espero un día más, acabaré por estallar, y la Nana Schäfer no me perdonará jamás el no haber hecho de ti un hombre respetable antes de tener a nuestro primer retoño.

—Wow…

—¿No vas a abrir la caja?

Trémulo de dedos, Georg la levantó de su sitio, y con reverencial delicadeza abrió la tapa. En el centro de un cojín recubierto en más terciopelo, se destacaba una sencilla argolla en oro blanco del grosor y ancho con el que había fantaseado todos los últimos meses de su vida. Era perfecto.

—Gusti…

—¿Puedo ponértelo?

Georg asintió, y Gustav pasó a arrodillarse frente a él. De la caja extrajo el anillo, y Georg como buen alemán extendió su mano derecha donde Gustav colocó la banda alrededor de su dedo anular.

—¿Es un sí? —Preguntó Gustav, sólo para estar seguro.

—Si tú quieres…

—Yo quiero.

—Yo también quiero —musitó Georg, que henchido de felicidad, dejó rodar por sus mejillas un par de lágrimas—. No te imaginas cuánto fantaseé con esto, y ahora que por fin ha sucedido me doy cuenta cuán estúpido fui por tener miedo.

—Igual yo —admitió Gustav—. Me daba pánico de pensar que de un día para otro decidieras que no me necesitabas en lo absoluto y que me apartaras de tu lado. Moría de ganas por pedirte que estuviéramos juntos, pero primero con Bianca y mi matrimonio fallido no me pareció lo adecuado, y después ya daba la impresión de ser casi innecesario.

—Casi —murmuró Georg—, pero no. Igual que ahora, antes habría dicho que sí sin dudarlo. Me hiciste sufrir, idiota —le reclamó sin verdadera amargura—, pero está bien. Si este era el desenlace que nos tocaba, está bien.

Gustav lo abrazó desde la altura que le otorgaban sus rodillas contra el suelo, y sus brazos apenas alcanzaron a ceñirse alrededor de la figura de Georg y la barriga que había servido de catalizador para unirlos. Apoyando el rostro contra el vientre de Georg, Gustav apreció las patadas que su bebé, el de ambos, daba para manifestarse.

—Está despierto.

—Está feliz —le corrigió Georg, acariciándole la cabeza—. Y… también los gemelos en cuanto les demos la noticia.

—Oh sí —aceptó Gustav solemne—. Pobres. Era con ellos con quienes yo acudía cada vez que estaba por estallar si no te hacía mío en todos los sentidos de la palabra.

Georg frunció el ceño. —Hey… Yo también. Par de sabandijas… Pudieron habernos dicho algo. Nos habrían ahorrado mucho tiempo en la incertidumbre.

—Creo que lo hicieron. Al menos en mi caso así fue, pero no supe interpretar sus observaciones.

—Ya, presiento que es igual en mi caso —confesó Georg, quien hizo memoria de un par de ocasiones en las que tanto Bill como Tom le insistieron en que la mejor política era la honestidad, y que él, por encontrarse sumido en el miedo, no había interpretado como era debido.

Por una vez, ese par no se había inmiscuido entre él y Gustav, y a pesar de que una pequeña parte de sí creía que de hacerlo les habrían ahorrado los últimos siete meses de desasosiego, una parte mayor y más sabia le hizo comprender que ese camino de sufrimiento también era de aprendizaje, y que sólo había cumplido su función primordial de enseñarles a Gustav y a él que una relación no se nutre únicamente de amor, sino también de apoyo, cariño y paciencia.

Les había costado bastante llegar a esa conclusión, pero no había arrepentimientos. Sólo la certeza, de que mientras no olvidaran lo importante que eran el uno para el otro, el resto caería bajo su propio peso.

La unión de sus deseos los haría fuertes.

 

Tal como estaba programado, Georg entró a quirófano la tarde del treinta y uno de diciembre, y a las nueve en punto del primer día de enero en el nuevo año él y Gustav recibieron a su primogénito, una bebita de frondosa cabellera rubia y espectaculares ojos verdes idénticos a los de Georg a pesar de la membrana azulada que caracterizaba a los recién nacidos. De peso y talla normal, Gustav fue quien se entretuvo contando los dedos de sus manos y pies mientras Georg era suturado y pasaba a la sala de recuperación.

La primera reunión de los tres se dio a la hora del almuerzo, y Georg comió un poco mientras Gustav alimentaba a su hija con el tercer biberón en lo que iba del día.

—¿Ya has pensando en nombres? —Preguntó Georg desde su sitio en la cama y adormecido por el efecto de los analgésicos. El corte que llevaba en el vientre bajo tardaría un par de semanas en sanar del todo, y mientras tanto necesitaría de toda la ayuda que Gustav le pudiera proveer.

—Algunos, pero no quería decidir nada sin consultarlo primero contigo. Ah, y Franziska y mamá me enviaron su lista de favoritos, pero sé libre de ignorarlas. No me lo tomaré a mal.

—Sólo si haces lo mismo con las sugerencias de mi madre —rió Georg, y al instante se arrepintió cuando las puntadas le tironearon la piel—. Ouch… Y yo que planeaba reincorporarme al gimnasio apenas diera a luz. Tal vez me pasé de optimista.

—Tal vez —se acercó Gustav y lo besó en la frente—, pero tienes todo el tiempo del mundo por delante.

—¿Sabes? —Dijo Georg de pronto—. Es casi extraño que digas eso porque… Bueno, no. Olvídalo, es una tontería mía.

—¿Qué? —Inquirió Gustav meciendo a la bebé en sus brazos y arrobado por reconocerse en ella por rasgos como la forma de las orejas o el contorno de su boquita fruncida, pero no tanto como para pasar por alto la entonación dubitativa en Georg.

—No es nada, ya pasó.

—Vamos, que detesto quedarme con la duda.

Georg se mordió el labio inferior, indeciso si era un tema de conversación apropiado ahora que eran padres, pero de cualquier modo ganaron las drogas en su sistema que lo volvieron un poquitín desinhibido.

—Vale pues… Es que yo tenía la clara impresión de que tú no querías tener hijos. Que no estabas listo y considerabas la paternidad fuera de tus planes a corto y mediano plazo, y que por eso discutías con Bianca cuando la cuestión salía a colación.

—¿Yo? —Las cejas de Gustav se le alzaron casi hasta la línea del cabello.

—Sí, tú.

Gustav denegó enérgicamente. —No. Rotundo no. Caray, Georg… ¿De dónde sacaste esa idea tan disparatada? Desde siempre he querido ser padre. En especial desde que, uhm… Después de que me casé con Bianca y todo eso . Yo moría de ganas por formar una familia, pero ella no estaba lista y peleábamos bastante al respecto. Sólo hasta ahora puedo admitir que esa diferencia de opiniones acabó con nuestra relación, pero no puedo lamentarme porque te tengo a ti, y también a nuestra bebé.

—Pero… —Georg hizo recolección de todas aquellas ocasiones en que Gustav le habló del asunto, y entonces las piezas embonaron hasta formar un mensaje claro: Por supuesto, Gustav había comentado que su matrimonio con Bianca se tambaleaba por el tema de los hijos, pero en ningún momento el baterista había aclarado quién de los dos era el que los deseaba y quién no. Georg sólo había asumido que era Gustav, y en su error había estado a punto de arruinar su oportunidad con el baterista—. Joder… En verdad pensé que… Y luego me asusté tanto cuando yo descubrí que estaba embarazado y…

—Georg —se sentó Gustav a su lado en la cama—, no te atormentes con eso. Fue un malentendido, y también un error de mi parte el no haberme sabido expresar mejor. Lo importante es que a pesar de todos esos obstáculos, tú y yo estamos juntos y tenemos con nosotros a una saludable bebé que será nuestro orgullo pase lo que pase. El resto va y viene, pero lo que de verdad tiene valor prevalecerá. Y tenlo presente: Incluso si no hubieras salido embarazado, estoy seguro que tarde o temprano ese anillo que llevas en el dedo habría sido tuyo de una u otra manera.

El bajista asintió entre lágrimas, liberando de su interior cada pequeño temor que de noche lo acosaba y que hacía mella en su valía como ser humano completo que ama y es amado.

Vislumbrando el anillo idéntico al suyo con el que Georg había obsequiado a Gustav apenas dos días atrás, el bajista por fin sintió que había llegado al puerto que le correspondía, y no era otro más que Gustav quien lo recibía con los brazos abiertos y una hija que era producto de ese mismo amor. Y dentro de poco, cuando ya hubiera transcurrido un año completo a partir de la fecha de divorcio de Gustav y de Bianca, sería su turno de pasar a ser legalmente marido y marido ante las leyes de Alemania.

Tal como lo había definido Gustav antes, ‘tenía, y tenían todo el tiempo del mundo’, y esas palabras con el significado personal que encerraban, pasarían a ser su motto personal.

 

Escoger un nombre para la bebé no fue tan sencillo como se lo plantearon en un inicio. Cada familiar opinó y la lista de posibles nombres se alargó hasta el infinito para no herir sentimientos.

Por su parte, Gustav se empecinó en llamarla Georgina, Gina en lo corto, y Georg por su parte se aferró a Augustine, Gustine de cariño, pero no hubo manera de llegar a un acuerdo. Bill también intervino, y su opción le hizo acreedor de un “¡No!” rotundo de parte de Gustav y de Georg cuando Wilhelmina salió a colación.

Tom en cambio se limitó a levantar a la bebé de la cuna, y tras observarla un par de segundos, adivinó el nombre que se escondía en su alma.

—Es Gabriele. Gabi… —Le acarició la naricita que era herencia indiscutible de Georg—. Tiene cara de Gabriele, no hay duda en ello.

—¿Quién era Gabriele? —Preguntó Bill, que desconfiaba de las elecciones de Tom cuando se trataba de nombres de mujer. Por todo lo que podía suponer, quizá se trataba de alguna fan con la que hubiera tenido un rollo de una noche y para nada quería dejarle esa herencia maldita a la que era su ahijada por derecho y póximamente también por la ley de Dios.

—Nadie más que ella —murmuró Tom, cautivado por la mirada inteligente que se mantenía fija a la suya.

—Pues… —Corroboró Georg con Gustav en un breve gesto—. Me agrada.

—Sí, es bonito —secundó el baterista, quien encontró encantador el detalle de compartir inicial con las dos personas más importantes de su vida.

Y sin más, la elección quedó asentada.

 

Enero finalizó con la recuperación completa de Georg, los desvelos de atender a un recién nacido, un bautizo privado para Gabriele, y a Gustav obsesionado con su nueva cámara en la que retrataba cada segundo de vida de su pequeña bebé.

Seguido los gemelos se burlaban al respecto, porque en contraste a las miles de imágenes que Gustav ya tenía en su disco duro de Gabriele, la identidad de su bebé seguía siendo un misterio para las fans y los medios de comunicación, y por muchas ofertas que habían recibido por una entrevista exclusiva de los tres y una sesión de fotos, Gustav y Georg todavía no aceptaban ninguna. En sus planes estaba sacar el mayor provecho, y a cambio donar el dinero a un refugio de animales, así que conforme aumentaba la cifra, lo celebraban a su modo con planes a futuro.

La primicia se la llevó una publicación alemana con sedes en las grandes ciudades de Europa y USA, y aunque insistieron en llevar a cabo la sesión en Nueva York con un exclusivo fotógrafo húngaro cuyo nombre era sinónimo de éxito, Gustav y Georg se negaron para no exponer a Gabriele al cambio de horario ni al estrés de un viaje tan largo. En su lugar recibieron a la entrevistadora y al tal fotógrafo húngaro en su hogar, y la sesión de fotos se llevó a cabo sin tantos efectos o artificios, sólo ellos dos en un retrato familiar sobre el que quedaba a la vista la linda carita de Gabriele dormida y sus manos entrelazadas con los anillos bajo los reflectores.

La revista también se llevó consigo la gran nota de que planeaban una boda en verano, una vez que finalizaran con la parte inicial de su próximo tour, y que sería una ceremonia pequeña para familiares y amistades allegadas que seguro no superaría los cien invitados.

Cerraron con una instantánea de los tres, y esa foto rompió récords en varias redes sociales antes de las veinticuatro horas de su publicación, a lo que Georg sólo comentó:

—Wow…

Y Gustav se le unió:

—En efecto… Wow.

 

Y sin más, su vida volvió al cauce habitual, que salvo por el cambio radical que Gabriele representó al unírseles en el autobús de la gira y viajar con ellos por media Europa, el resto permaneció igual.

Pronto Gabriele pasó a ser la quinta miembro no oficial de la banda, y su crecimiento quedó documentado en las fotografías que las fans alcanzaban a tomarle cuando su nana y tres guardaespaldas la sacaba a pasear en cochecito, y los momentos robados en los que Gustav y Georg les permitían retratarla sin ir cubierta de pies a cabezas para evitarle desagrado y estrés por los flashes.

En contraste al caos vivido en años pasados cuando las fans gritaban y se empujaban para acercárseles, la inclusión de Gabriele también trajo consigo más calma y serenidad en los recibimientos en los aeropuertos, y los decibeles de sus gritos disminuyeron apenas Gabriele dio muestras de asustarse a las multitudes.

—De haber sabido que necesitábamos de una bebé para controlar a las fans, haría tiempo que tendría una —dijo Tom poco antes de finalizar el tour y volver a Alemania, y su comentario le hizo ganador de un pañal volador que casi le dio en la cabeza—. Joder, que esa bomba iba cargada con armas biológicas.

—No me lo digas a mí —resopló Georg, ocupado en la tarea de limpiar a Gabriele y ponerle un nuevo pañal—. Yo le doy guisantes y zanahorias, pero esta pequeña se las arregla para transformarlos en desechos tóxicos. Ni la planta de Chernobyl sería capaz de contener esto.

—Bah —desdeñó Gustav las alusiones a que su pequeña consentida fuera víctima de sus infamias—. Que yo he entrado al baño después que cualquiera de ustedes y no tienen poder moral para quejarse, ¿verdad, Gabi?

La bebé sonrió y enseñó los dientes que ya asomban en su boca. Apenas unos cuantos, y los había sufrido en compañía de Georg, quien durante su estancia en Francia los había hecho visitar al médico para asegurarse que el llanto de la bebé era debido a la dentición y no algo más.

—El silencio de Gabi la delata —se escudó Bill con risas, y Georg le aplastó el envase del talco en la cara para hacerlo callar, lo que desbocó en más bromas y risas.

La rutina de los cuatro, ahora más una, prosiguió como siempre.

 

Agosto, que con el clima de Magdeburg en esas fechas, dio como resultado una boda bendecida con la lluvia y el aroma a tierra mojada que presagiaba prosperidad para los recién casados.

De traje negro y con Gabriele en brazos vestida de blanco, los tres posaron frente a la mesa del brindis en la que horas antes habían intercambiado votos y firmado el acta de matrimonio. Los gemelos volvieron de LA para acompañarlos en el gran día, igual que gran parte de su familia y amigos íntimos que les desearon la mejor de las suertes.

La lluvia no impidió que se divirtieran, y una vez limpiaron la pista de baile al aire libre, fueron ellos dos los primeros en bailar y después les siguieron otras parejas. Tom bailó con Gabi, y después lo hizo Bill, pero la bebé no tardó en extender sus bracitos a ambos padres, y el resultado fueron ellos dos compartiendo su primer baile como casados con la razón primordial por la cual habían llegado a ese punto de quiebre en sus vidas.

Georg odiaba pensar que de no ser por Gabriele tal vez su vida no habría dado ese giro tan particular, y el miedo le atenazaba la garganta como unas pinzas, pero luego Gustav compartía con él la misma aprensión, y juntos agradecían el modo en que se habían desenvuelto los hechos y el resultado final…

… que de final no tenía nada porque era un comienzo, y con ello una promesa, de que mientras se mantuvieran unidos y con el mismo deseo en mente, ambos llegarían lejos con la compañía del otro.

Nunca mejor resumido con esos votos secretos que nadie salvo ellos dos entendieron:

—Y si tú quieres…

—Yo también quiero.

Y tenían todo el tiempo del mundo para hacerlo realidad.

 

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Notas finales:

Graxie por leer hasta el final y espero hayan disfrutado la historia de los G's (los tres que forman con Gabi) tanto como yo disfruté escribiendo. Si gustan, y sólo es su deseo, me encantaría saber cuál fue su opinión del fic.
B&B~!


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