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Pero siempre tendremos París por Marbius

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5.- Cena de lujo con indigestión incluida.

 

Ante cualquier duda, nada como un cambio de ropa para que la mala actitud salte por la ventana y desaparezca. A esa conclusión llegó Gustav observándose en el espejo de cuerpo completo que se encontraba en su habitación, y admirando lo bien que le sentaban esos pantalones negros ala de cuervo con la camisa verde menta que Georg había sacado de lo más recóndito de su clóset, porque la verdad es que era un regalo de su hermana Franziska, y no la había usado ni una vez, considerando que los tonos pasteles no eran lo suyo. Pero vaya si estaba equivocado, que le iba de maravilla y pronto pasaría a su guardarropa habitual.

—Buen look, Schäfer —le elogió Georg, vestido similar aunque con una combinación de pantalón gris acero y camisa a rayas en blanco y azul marino.

—Gracias, pero lo has elegido tú, así que…

—No te quites el mérito —le pasó Georg el brazo por los hombros, y unió sus miradas a través del reflejo del espejo—. Es a ti a quien se le ve bien, el resto da igual.

Gustav asintió. —Es curioso, porque siempre pensé que el verde era tu color. En especial este tono, que le va bien a tus ojos.

—Ya —suspiró Georg con fastidio—, pero eso es lo que todos opinan, y en cambio yo creo que hay una paleta más allá de todos los tonos de verde que existan y que a la fuerza me quieren encasquetar. Mis ojos no son mi único atributo, ¿sabes? Seguido me elogian mi definido six-pack, y no por ello me visto a cuadros para todo.

—Psss, idiota —le codeó Gustav, cerrando con ello la preparación previa a la cena.

Apenas estuvieron listos, bajaron al lobby donde se sentaron a esperar por el taxi que habían pedido minutos atrás y que según la agencia estaría por ellos en menos de un cuarto de hora.

La recepcionista, la misma que estaba la noche anterior aunque no en la mañana, los recordó.

—Buenas noches, señores Schäfer y Listing. ¿Todo bien durante su estancia en el Splendid?

—Increíblemente bien —dijo Georg, seguro de sí mismo e intercambiando con Gustav una mirada que corroboraba que para su caso era igual—. La cama es lo mejor, y lo principal cuando uno se hospeda en los hoteles, la verdad.

—Me alegra escuchar eso —respondió la recepcionista—. Si me permiten la intromisión, ¿van a salir a cenar?

—Sí. Es un restaurante llamado, uhm, no estoy seguro. Algo que suena como La pequeña delicia…

—Ah, seguro se refieren a… —La chica pronunció el nombre en su versión en francés y Gustav chasqueó los dedos cuando a su memoria acudió la confirmación de que ese era—. Es un restaurante que seguro les va a agradar. Me atrevería a recomendarles la pasta con champiñones y berenjena.

—Suena rico, seguro lo haremos —prometió Georg.

Justo entonces se vislumbró un taxi estacionándose frente a la entrada, y Gustav y Georg se despidieron de la recepcionista, que para su estupor, les deseó una noche mágica en la ciudad del amor.

—Creo que nos confundió con una pareja —dijo Gustav una vez dentro del taxi y apenas le pasó al taxista la dirección de su destino en un papel.

—¿Tú crees? —Ironizó Georg—. Porque nuestra habitación es la suite de lujo, la que se renta para enamorados y parejas en su luna de miel, y hay solo una cama… Hasta el más denso llegaría a esa deducción. No hace falta ser Sherlock Holmes, Gus.

El baterista torció la boca. —Ya qué. No me alteraré por nada.

—Admite que es orgullo, porque si fueras remotamente bisexual, yo sería un buen partido del cual ir agarrado del brazo por la calle y presumiendo a los demás transeúntes..

—Tú lo sabes —le chinchó Gustav, porque entre los dos y con tantos años de amistad entre ambos, ¿qué más daba? A Gustav no le molestaba la sexualidad desbordada de Georg, y las bromas de ser gays y novios no eran nuevas en su repertorio, así que por ello le pasó desapercibido el brillo peculiar que Georg exhibió momentáneamente en los ojos al mencionarlos como pareja.

El trayecto en el taxi no fue largo, y rápido arribaron al restaurante, que con una fachada de piedra y cálida iluminación mezcla de velas y bombillas encubiertas por cortinillas de papel y telas de colores, daba la impresión de ser acogedor y tradicional en uno.

En la entrada los recibieron sin demora, y el mesero (un hombre mayor pero enérgico) los condujo a su mesa situada en un rincón y protegida del resto de los comensales por un biombo decorado con primorosas flores en sepia y una torre Eiffel, seguro para los turistas que querían símbolos nacionales hasta en la sopa. Apenas tomar sus órdenes de bebida y dejarles el menú, el mesero desapareció dejándolos solos y cohibidos porque en su error, el hombre había preguntado: “¿Y su novio también gustaría una copa de champagne cortesía de la casa?” sin que ninguno de los dos se atreviera a corregirlo.

—Vale —carraspeó Georg luego de leer completo su menú y no decidirse por nada—. No hay por qué actuar raros. Dos veces en la misma noche no es ninguna clase de récord especial.

—Ya… —Masculló Gustav, mordisqueando una hogaza de pan que estaba sobre la mesa—. Tienes razón. Estoy sobrereaccionando porque no era lo que tenía planeado. Este lugar es tal como lo vi en las fotografías de su página web, pero…

—Sigo sin ser Bianca —rellenó Georg el espacio en blanco—. Y no es que quiera ser un pesado al respecto, pero… Si sigues haciendo esto, te vas a frustrar, y de paso a mí.

—¿Esto? —Le pidió Gustav que elaborara más.

Georg giró el rostro y sacudió la mano abarcando su entorno inmediato. —Esto como en… Dejarla dominar cada instante de tu viaje. Ok, era para ustedes dos, ok, tenías planes que la incluían y ahora que no está no es lo mismo, pero invocar su fantasma cada vez que tienes un segundo libre sólo te servirá para que superarla sea más difícil.

—Es que estamos dándonos un tiempo. Superarla tan pronto es como… perder la esperanza. ¿Y qué tal si mañana me llama y me dice que separarnos fue su más grande error, uh? ¿Que quiere que lo intentemos de vuelta? Porque me sentaría fatal tanto desprendimiento de mi parte.

—O no llama y te tiene a la espera durante los siguientes dos meses hasta que te la encuentras en el centro comercial de la mano de su nuevo novio —dijo Georg—, porque te lo cuento desde mi experiencia personal y no es nada divertido, colega. Me puedes creer en eso.

Gustav siseó. —Qué perra.

—Nunca dije que se tratara de una chica —rió Georg, y eso sirvió para romper la atmósfera pesada que se había cernido sobre ambos.

Decidido a no ser el ancla que los arrastrara a ambos al fondo del océano de la desolación, Gustav se esforzó por borrar la tristeza de sus facciones y decidir con Georg qué pedir. El bajista se contentó con la pasta que les había recomendado la recepcionista del hotel y acompañarla con un guiso de estofado que en las fotografías prometía ser una delicia, además de crema de espinacas que era la especialidad del chef para ese turno. Gustav en cambio pidió una ensalada y un bistek con una papa al horno al lado porque no estaba para experimentar y salir de su zona de confort. Con su suerte, si probaba un alimento nuevo después lo relacionaría con el rompimiento de Bianca y le cobraría manía hasta el fin de sus días.

Su comida estuvo lista en tiempo récord, y además de las copas de champagne de cortesía, se pidieron un buen vino que el mesero eligió como el adecuado para ambos platillos. La cena estuvo plagada de buena charla y bocados intercambiados por encima del centro de mesa, y de postre cedieron a la tentación de pedir Georg un mousse de chocolate cremoso, y Gustav una rebanada doble de tarta de manzana recién horneada, plus el café de rigor para poner en marcha la digestión después de semejante banquete.

—Oh Dios, en la escala del uno al diez, ¿qué tan terrible se verá si me desabrocho el botón del pantalón y eructo? Porque he comido hasta quedar lleno y un poco más —gimió Georg después de la última cucharada de su mousse.

—Perderías todo tu glamour, pero carajo, lo valdría —dijo Gustav, en condiciones similares—. Sólo levanta el dedo meñique y no pierdas tu sofisticación, baby.

Habían comido como los reyes, y de castigo iban a tener que beber un poco de alka-seltzer si es que querían recostarse y no tener agruras. Además, luego de acabar con la botella de vino, cada uno traía consigo los estragos de una leve intoxicación etílica que los mantuvo entretenidos hasta que el mesero les avisó que estaban por cerrar.

Gustav pagó con su tarjeta de crédito, y en vista de lo bien que se la había pasado ahí, dejó una propina tan generosa, que el hombre que los atendió elevó las cejas admirado cuando revisó la firma.

Para ellos llamó un taxi que los llevara de regreso al hotel, porque como Gustav afirmó y Georg se lo confirmó, el día en el spa y la copiosa cena en el restaurant los había dejado listos para tirarse en la cama y no despertar en muchas, muchísimas horas más.

De vuelta en recepción, Gustav se tuvo que apoyar en Georg para no caer, y el caso de Georg fue similar, por lo que el botones les sirvió de ayuda al guiarlos de vuelta al ascensor.

—Maravillosa pasta, en serio —le gritó Georg a la recepcionista, y la chica se limitó a responder con un “Me alegro, señor Listing; que tengan buenas noches” formal y todo, pero con una sonrisa conocedora en labios.

En el elevador, Georg le dio unos golpecitos a Gustav en las mejillas.

—Hey, espera a que lleguemos al cuarto —le apremió, pero Gustav iba tan cansado que cualquier esfuerzo extra le costaba más de lo que estaba dispuesto a ofrecer.

En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, Georg arrastró consigo a Gustav hasta su suite, y en una maniobra de poder y pericia, logró abrir la cerradura con su tarjeta eléctrica sin soltar a Gustav o dejar que se le deslizara impávido por la pared.

Una vez dentro, el baterista no se demoró en lanzar a cualquier rincón los zapatos y abrirse la camisa como lo haría Superman antes de transformarse. El pantalón corrió un destino similar, y sin más se desplomó a la mitad de la cama con los brazos abiertos y los calcetines aún puestos.

—Ocupa tu lugar, amigo, o te tiraré al piso —le advirtió Georg, más racional al desnudarse y colocando su ropa usada doblada sobre una silla—. ¿O es la manera que tienes de decirme que pateo en sueños y que mejor duerma en el sofá? Porque sé captar indirectas…

—Nah —farfulló Gustav, abrazando una almohada con fuerza y abriendo espacio para que Georg se acostara a su lado—. Ven acá, hazme cariñitos, idiota —palmoteó el lado del colchón que le pertenecía a Georg por derecho, y éste rió entre dientes por la repentina dulzura de su amigo.

—Borra ese ‘idiota’ y te sobaré el estómago si lo pides amablemente.

—Oh no, mi estómago no —rodó Gustav hasta quedar de espaldas—. Me siento tan lleno… A punto de reventar. Esa tarta de manzana fue un terrible error.

—Pensé que te había encantado.

—En efecto, pero estaba tan buena que no supe cuándo detenerme y… Las consecuencias no son agradables. Un bocado más y seré capaz de voltear mi ombligo de adentro hacia afuera.

—Paso de ver eso —dijo Georg, vestido sólo con sus bóxers ajustados y con rumbo al baño donde se lavó el rostro y los dientes.

De vuelta en el dormitorio, Gustav yacía con los ojos cerrados y expresión plácida.

—Gustav.

—¿Uh?

—¿Quieres que te pida un antiácido?

El baterista lo consideró, pero al cabo de unos segundos desdeñó la sugerencia por considerarla de blandengues. —Estaré bien siempre y cuando mi estómago cumpla su trabajo y empiece a hacer la digestión. Cruzaré los dedos porque la carne de mi bistek no sea de bisonte y baje rápido.

—Seguro era de vaca, no exageres. Bisonte, pfff… Te faltó decir que de dinosaurio para rematar la exageración.

Recostándose a su lado, Georg se sonrió cuando los labios de Gustav se contrajeron en un puchero diminuto, casi imperceptible; imposible de detectar para quien no lo conociera, pero que en el caso del bajista no se iba a pasar por alto.

—¿Qué ocurre?

—La última vez que comí así tuve pesadillas… Horribles, muy terribles pesadillas… Presiento que tendré repeticiones, y no hablo sólo del reflujo.

—Tú sólo… —Georg le acarició la frente con un dedo y le desdibujó el ceño—. Relájate. Respira sin prisas. Eso es… —Siguió por el hueso de la nariz, de ida y vuelta—. No pienses en nada. Afloja el cuerpo. Libera los músculos. Déjate llevar…

—¿Me estás hipnotizando o qué?

—Shhh, es lo que mi madre me hacía cuando era pequeño y sufría de cólicos.

—¿Cólicos de… menstruación?

—¡No! Cólicos por la leche. Me volví intolerante de la noche a la mañana, y por eso no sabían qué me pasaba o por qué a diario tenía gases y el estómago hinchado.

—Uf, qué sexy —se burló Gustav, pese a todo, sumiéndose en una modorra que en parte era por la comida y el cansancio acumulado del día, pero también las caricias de Georg jugaban un papel importante.

—Puedo detenerme si te molesta…

—Mejor no, mmm… Se siente de mil maravillas.

En cuestión de tres minutos, cual si se tratara de una sopa instantánea a la que sólo le faltara agua caliente, Gustav ya estaba noqueado y roncaba ligeramente, y por ello fue que se perdió en primer plano el semblante embelesado de Georg, quien seguía acariciándolo con la más tierna de las atenciones.

—Buenas noches, Gusti… —Musitó éste apenas apagar la luz de la lámpara de noche y recostarse de costado para observarlo, su silueta iluminada apenas por la luz de la ventana que se colaba en el interior hasta perderse en la inmensidad de sus pupulas dilatadas.

El sueño, poco a poco, se apoderó de él.

 

Gustav no iba muy desatinado con su miedo de que la indigestión le produjera pesadillas, porque despertó a eso de las tres de la mañana bañado en sudor y con la viva imagen de Bianca alejándose de él mientras sus piernas no le sostenían y a la vez se quedaba pegado al piso en cemento fresco. Había más en ese sueño, pero por la impresión de sentirse abandonado, Gustav prefirió tallarse los ojos para aliviar la picazón y olvidar lo antes posible.

—Mmm —resopló Georg a su lado, abriendo un ojo—. ¿Pips? ¿Pops?

Recobrando la calma, Gustav asintió. —Sí, ya vengo.

En el sanitario orinó lo que él supuso eran dos interminables litros de líquido que le hicieron doler la vejiga, y después de lavarse las manos a consciencia, pasó por el minibar de donde extrajo una botella de agua Evian que bajó por su garganta en dos largos tragos y después desechó sin más debajo de una silla. Para entonces Georg ya estaba del todo despierto, aunque por la modorra que se adivinaba en su semblante, no le costaría ni una pizca de esfuerzo volverse a quedar inconsciente.

—Soñé con Bianca —dijo Gustav, recostándose otra vez en la cama y cruzándo las piernas a la altura de los tobillos—. No recuerdo nada en concreto salvo que ella se iba alejando y yo le suplicaba que no me abandonara. Y luego mis piernas eran como de atole porque cada paso me costaba horrores, y luego me quedaba pegado al suelo.

—No hace falta ser Freud para deducir el significado de ese sueño, Gus.

—Ya, pero más que el mensaje oculto, es admitir que me siento tan… solo sin ella. Abandonado es la palabra. Estoy triste, por supuesto, pero también enojado con Bianca por no haber dado ninguna señal de que lo nuestro iba mal, y ¡boom!, de pronto el rompimiento. Sin premeditación, un corte de tajo para extirparme el corazón y ya está. Adiós y que te vaya bien, con tanta facilidad que… duele, caray. Duele mucho.

—Pensé que se estaban dando un tiempo. Insistes tanto en ello que es enfermizo.

—Estoy llegando a ese punto donde creo que esa es su mentira blanca para no quedar como la mala del cuento y que ya debería resignarme. —Gustav resopló—. Perdona si te aburro con el mismo tiempo una y otra vez. Es que todo esto…

—Es reciente y te afecta lo justo, ni más ni menos. Vamos, que yo no he dicho nada —afirmó Georg—. ¿Para qué somos amigos si no es para quejarnos de nuesrtras novias o exnovias con el otro?

—O novios —remató Gustav con un dejo de sonrisa.

—O exnovios —finalizó Georg por él—. Exacto. Así que a riesgo de contradecirme, ¿podemos guardar esta charla para la mañana? Porque me siento muerto todavía, y mi concentración es nula.

—Vale.

Sin molestarse en un ‘buenas noches’ que entre ambos salía sobrando, cada uno se acomodó en su lado del colchón, y en minutos ya estaban de vuelta en el país de los sueños.

 

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