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Pero siempre tendremos París por Marbius

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11.- Confesiones I.

 

El champagne se acabó antes de que el sol desapareciera en el cielo, y le siguieron a buen ritmo las tres botellas con las que Denis les había obsequiado su estancia en el chalet. Luego Gustav sacó las cervezas, y aunque Georg pronosticó para ambos unas crudas de campeonato de las que se iban a arrepentir hasta del día de sus nacimientos, iguales se bebieron las latas y eructaron como camioneros todavía en el jacuzzi.

Georg algo comentó de salir antes de que terminaran de convertirse en pasas, o peor al disolverse en el agua, pero Gustav, quien ya le había cogido el gusto, se negó en rotundo.

—Nah, todavía me puedo arrugar más.

—¿En dónde, por Dios santo? —Levantó Georg sus manos y se las puso a Gustav cerca de la cara. Las yemas de sus dedos iban tan corrugadas que resultaban espeluznantes—. ¡Mira esto nada más! Parezco una anciana que murió en un río y a la que descubren una semana después. Me doy asco.

—Quejica —rió Gustav—. Me convenzerás cuando tus nueces se vean así de arrugadas.

—No me tientes a ponértelas en la frente —le advirtió Georg, a quien Gustav suponía capaz de eso y más, y mejor ya no lo chinchó más para no provocarlo.

Al cabo de unas horas, Georg salió del agua para comer un poco de las fresas con crema que languidecían sobre una de las tumbonas, y precisamente ahí se tendió de espaldas sobre una de ellas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y las piernas cruzadas a la altura del tobillo. Como música de fondo, David Guetta en una de esas canciones suyas que las que mantenía el buen ritmo pero a la vez resultaba erótica.

Sin ser consciente de ello, Gustav se dedicó a observarlo con ojos lánguidos y los labios curvados en una sonrisa etérea.

—¿Qué me miras?

—Nada.

—En serio, Gus —encogió Georg los dedos de los pies—. Me pones los pelos de punta. Y no los de la cabeza precisamente…

—Si te sirve de consuelo, mantengo la vista de cintura para arriba.

—¿Es porque estás ebrio?

—Nah, es porque… no sé. Porque sí. Porque me recuerdas a una de esas estatuas griegas de los juegos olímpicos. Todo músculo, cero grasa, y un abdomen envidiable. ¿Y qué tengo yo sino michelines y los cachetes gordos? Y te lo regreso, no hablo de los de mi rostro.

—No empieces con tu autocompasión porque ya no tengo más halagos qué ofrecerte. Si quieres que continúe acariciando tu ego, tendrás que pagarme por más, y mi tarifa es alta.

—Da igual, no los necesito. Lo que tengo no se cura tan fácilmente —murmuró Gustav, hundiéndose en el agua hasta que le cubrió la coronilla.

No es que planeara ahogarse ni nada por estilo, ni tampoco gastarle una broma de mal gusto a Georg. Fue sólo que la tibieza del agua y el silencio del mundo submarino le relajó más de lo debido, y con un par de pulmones que le permitían contener la respiración por más de un minuto, se le hizo fácil permanecer bajo el agua más de lo debido, o mejor dicho, más de lo que un ser humano cualquiera habría logrado. A punto estaba de emerger cuando Georg ya estaba arrodillándose frente al agua y tirando de él por los hombros y con una rudeza impropia de su trato.

—¡Gustav!

—¿Uh?

—¡Idiota desconsiderado! —Lo zarandeó el bajista—. ¡No hagas eso! ¡Jamás en tu puta vida! ¿Me oyes? ¡Jamás! ¡O no volveré a dirigirte la palabra!

—Georg, basta —se lo sacudió Gustav de encima—. Estás exagerado.

—No, no exagero —dijo Georg con los ojos verdes centelleando de rabia—. Estamos hasta el cogote de pedos, con más alcohol que sangre en las venas, y ¡¿a ti te parece chistoso fingirte el muerto del jacuzzi?! ¡¿Qué mierdas crees que me tocaría hacer si te mueres ahogado?! No habría modo de explicárselo a tu familia, mucho menos a las medios, imbécil redomado. De la crisis que me hubiera dado seguro que me suicido contigo.

—No fue… yo no… —Gustav tragó saliva, de repente conmovido porque detrás de su enojo, adivinaba pánico en las emociones de Georg, y odiaba saberse el causante de su aflicción—. Lo siento, ¿vale? No era mi intención asustarte. Es más, no era mi intención de nada y ya. Sólo quería disfrutar del agua, y no creí que fueras a reaccionar así.

—Mierda, Gus… —Se llevó Georg la mano al rostro y se presionó la nariz entre dos dedos—. Ni te imaginas lo sencillo que es resbalar en una tina sobrio y romperte la crisma, ahora imagínate el mismo escenario pero ebrios los dos. No sé ni una puta mierda de primeros auxilios. Me darían náuseas de ponerte una tirita si te cortas un dedo, y ahora imagina una rajada de alcancía en el cráneo… Y no olvido lo que Denis dijo, el viaje de una hora y lo alejados que estamos del servicio médico más cercano. Sólo… no, no lo vuelvas a hacer. No me tortures así.

—Lo prometo —dijo Gustav, tirando de Georg hasta que los dos quedaron dentro de la tina y sentados lado a lado—. Lo juraré si es necesario, por lo más sagrado del mundo.

—Ya estás otras vez burlándote de mí.

—Georg… Vamos… —Gustav le subió las piernas sobre los muslos, y ya fuera que el alcohol hubiera evaporado cualquier rastro de inhibiciones o que una amistad de tantos años le hiciera creer que su gesto era del todo platónico, lo cierto es que le ganó un empujón con más brusquedad de la que creía merecer—. ¿Qué pasa?

—No hagas eso —respondió Georg, turbado.

—Ya me disculpé, ¿vale? ¿Qué más quieres que te diga?

—No es por eso, Gus. Déjalo estar.

El baterista frunció el ceño. —¿En verdad estamos peleando por esa tontería de aguantar la respiración debajo del agua?

—¡Que no es eso, caray! No me chinches con lo mismo.

—¡¿Entonces qué?!

Georg se pasó las manos por el cabello para peinárselo hacia atrás. —Déjalo, Gus. En serio déjalo. Ya ni sé por qué empezamos a pelear y no importa, porque no quiero discutir contigo si ni siquiera soy capaz de recordar la razón.

—Yo tampoco quiero pelear…

—Tal vez deberíamos irnos a la cama y dar por cerrada esta noche.

—¿Tan temprano? No son ni las diez, y todavía tenemos alcohol de sobra.

Georg se rió sin humor. —¿Todavía tienes estómago para más? Porque yo estoy teniendo una borrachera y una resaca del diablo a la vez. Una gota más y vomitaré como la niña del exorcista, y después de la que me has jugado, me tienta mejorar mi puntería y vomitarte encima.

—Mira a quién le dices —murmuró el baterista—. Yo podría seguir a este ritmo hasta el amanecer.

—Ya, pero sin mi compañía —masculló Georg, poniéndose en pie y con cuidado saliendo de la tina—. Me perdonarás, pero ya no puedo más. Tengo que recostarme un rato o voy a acabar devolviendo las tripas por todos lados, y me moriría de vergüenza si mañana eso es lo primero que ve Denis cuando pase a recogernos.

—Pero-… —Gustav chasqueó la lengua—. ¿En serio me vas a dejar solo?

Georg recogió una toalla del montón y se secó el cabello con ella. —O puedes venir conmigo. No es como si me estuviera cayendo de sueño, sólo de borracho perdido. Y la verdad es que me vendría bien tu compañía en lo que me repongo.

—¿Para más juerga?

—No pongas tus esperanzas demasiado en alto pero… ¿Tal vez?

—Ok, estoy contigo.

De pie y cuidando no resbalar dentro de la tina y cumplir con ello el vaticinio fúnebre de Georg, Gustav aceptó la toalla que el bajista le tendió, e imitándolo, se cubrió con ella la cabeza sin preocuparse en lo absoluto por cubrir sus áreas íntimas. Después de tantas horas conviviendo tanto con su desnudez como con la de Georg, ya era tarde para falsos pudores.

—Ven, y cuidado donde pisas —indicó Georg—, que eres capaz de romperte el cuello sólo para joderme.

—Por supuesto, porque quedar cuadripléjico tiene que ver todo contigo —ironizó Gustav, a pesar de todo, afianzando bien su agarre donde quiera que colocaba los pies.

Ambos bajaron las escaleras a la planta baja sin molestarse en apagar el equipo de música o el jacuzzi, mucho menos por cubrir la bandeja con fruta cortada o la lata de crema batida. Con el único objetivo en mente de recostarse, Georg se detuvo unos segundos frente a la puerta de la habitación principal antes de por impulso decantarse por la de invitados.

—Nah, usemos la otra —tiró Gustav de él por su antebrazo, y Georg se resistió.

—¿Estás… seguro? Porque ahí siguen las velas y los pétalos de rosa sobre el cubrecama.

—Sí, pero también hay una botella de champagne que pedí de antemano, y debe estar enfriándose desde hace rato. Sería una soberana idiotez desperdiciarla sólo porque Bianca no está. Además, nada como la terapia de choque para superar los traumas.

—Eso le decían a los esquizofrénicos el siglo pasado y… —Chasqueó Georg la lengua—. Vale. Pero ni te pienses que me voy a acostar sobre todos esos pétalos. Me sentiría como la chica de American Beauty y mi orgullo no lo resisitiría.

Gustav soltó una sincera carcajada. —¿Te imaginas? Si quieres puedo lanzarte un puñado desde arriba mientras recreas la escena. Va a ser difícil que de lado no aparezcan tus bolas en escena, pero si las aprietas duro entre las piernas y-…

—Aprieta tú tus bolas y yo las mías, eh —le pellizcó Georg el costado—, que no hemos llegado a ese grado de confianza todavía.

—¿No?

—No.

—Porque si mal no recuerdo no sería la primera vez…

—Oh, Gus —ladeó Georg la cabeza para dedicarle una mirada cargada de intenciones—, ¿en serio vamos a sacar ese tema otra vez?

—Es lo justo. La primera vez lo hiciste tú y me pusiste en apuros, así que ahora es mi turno. Y me gusta verte sudando la gota gorda cuando es por mi causa.

Touché.

Levantando el cobertor de una esquina, Georg se ocupó de mandar al carajo los petalos de rosa que hasta entonces estaban encima de la cama y formando un corazón gigante y de épica uniformidad. Casi era un desperdicio, pero Gustav barrió ese pensamiento de su mente en cuanto una lluvia de pétalos rojos invadió el aire del cuarto.

—Cuéntame —pidió Georg, interrumpiendo los primeros pinchazos de lo que podría haberse convertido en un indicio de tristeza.

—¿Que te cuente qué?

—El cómo planeabas hacerlo —dijo Georg, lanzándose a la cama sobre su estómago, su trasero reluciendo de blanco sobre el cubrecama color azul y dorado en estampado brocado—. ¿Antes o después del sexo?

—Oh, eso dependía de los ánimos, pero supongo que antes… —Murmuró Gustav, rascándose el dorso de la nariz. Con más delicadeza que Georg, se acostó sobre la cama bocarriba y con la espalda erguida, y agarró un cojín del montón que descansaba en la cabecera para cubrirse la entrepierna—. Si lo hacía antes me habría sentido como el típico idiota que le pide matrimonio a su chica porque es su pene post-sexo hablando por él, y no quería que Bianca pensara igual.

—Vaya… ¿Y después? Es decir, ¿te habrías puesto en una rodilla o se lo habrías dado escondido en la charola de la fruta para que por error se lo hubiera tragado con un pedazo de mango?

—Ugh, no —puso Gustav una mueca de desagrado—, odio cuando hacen eso. Peor en las copas de la bebida. ¿Te imaginas?, cuando menos lo esperas y tienes algo en la boca que no sabes ni qué hacer con él. Del susto te lo puedes tragar, o peor, se lo escupes en la cara y adiós romance. Nada de lo que haya estado en contacto con tu saliva y comida masticada vale para ponértelo en un dedo y fingir que es lo más romántico del jodido universo, ew.

—Un amigo mío hizo algo similar —contó Georg—. Llevó a su novia a cenar a un restaurante de lujo, y mandó que el anillo estuviera escondido en el pan con mantequilla y ajo. Lo que él no sabía es que su novia odiaba esa variedad, y mandó llevar de vuelta la bandeja a la cocina, y el pobre no podía decirle nada porque le habría arruinado la sorpresa, así que el chef sacó el anillo del pan y se lo envió de regreso en el postre, pero al parecer su novia tenía un excelente olfato, porque antes de darle el primer mordisco a su pay de queso, se quejó de que apestaba al ajo con mantequilla y que no lo quería.

—Por Dios, qué patada…

—Y no es todo. También devolvió el plato con el postre a la cocina sin probarlo. Mi amigo estaba que se arrancaba el cabello de los nervios, pero toda esa situación jugó a su favor porque, ¿qué crees?, su chica terminó con él antes de que llegara el momento de pagar la cuenta.

—Mierda… —Abrió Gustav grandes los ojos—. No jodas…

—Seh… Así que mi amigo pasó de la frustración al alivio en tres segundos. Obvio, necesitó de un par de semanas para recuperarse del golpe a su orgullo, pero después admitió que se alegraba de aquí se hubieran desenvuelto los hechos, porque de otra manera…

—¿Crees…? —Gustav se forzó a aclararse la garganta y volver a la carga—. ¿Crees que me habría pasado lo mismo que a tu amigo si Bianca posponía nuestro rompimiento para después del viaje?

Georg, quien hasta entonces había permanecido con la cabeza sobre los brazos entrelazados y en actitud relajada, se tensó. Los músculos de su espalda se contrajeron, y el bajista hesitó antes de poner todos los hechos de los que tenía conocimiento sobre la mesa y bajo el escrutinio y riesgo de tener que soportar el enojo de su amigo.

—No sabría decirlo con exactitud, porque… Bianca te ama, pero… —Georg suspiró—. Gus, creo que debo confesarte algo, pero no sé cómo vas a reaccionar.

Gustav entrecerró los ojos, y lento de movimientos, se giró hacia él. —No me vayas a decir que tú y ella están viviendo una tórrida aventura porque… lamentarás como nunca el haberte venido a hospedar conmigo en el culo del mundo.

—¡¿Qué?! ¡No! ¡Por supuesto que no! —Exclamó Georg—. Dios santo, Gus. Debes de dejar de ver telenovelas mexicanas por cable. Ahora sí ya te están afectando el cerebro.

—No todas son malas —masculló éste—, y me relajan. Tanto drama sin sentido y escenas exageradas me ponen la vida en perspectiva.

—¿Sí, eh? Y por eso es que me acabas de amenazar de lo mal que mi iría si me atrevo a hacerte una jugarreta con Bianca.

—Lo siento, ¿vale? —Farfulló el baterista—. He visto suficientes películas de terror y gore como para inspirarme un poquitín con la posibilidad de enterrarte en el bosque y fingir que hemos sido atacados por una banda que se dedica a aterrorizar a los turistas.

—Qué alivio que estés tan preparado para cualquier eventualidad, no querría que pasaras tiempo en la cárcel por mi asesinato —dijo Georg con sequedad, y Gustav rió.

—Era broma, por si no lo notaste. Ya sabes que mi humor es terrible y mis bromas incluso más. Pero dime, ¿qué eso que me quieres confesar?

Georg suspiró. —¿Seguro que no me vas a apuñalar a la primera? Porque francamente-….

—Georg, vamos…

—Vale… Esto no es fácil, y en realidad si te enojas puede que sea no sólo conmigo, sino también con Bianca, o sólo con ella o… Ok, sólo lo diré y te dejaré el resto a ti y a tu criterio.

Gustav se mordisqueó la uña del pulgar, preparado para cualquier tipo de explicación que Georg pudiera darle, aunque muy por dentro su estómago era un amasijo de nervios electrificados.

—Yo… sabía lo del anillo. Y eso es porque Bianca sabía del anillo. Y si Bianca sabía del anillo era porque lo encontró por accidente la misma mañana que ella se disgustó contigo y que más tarde te pidió un tiempo.

—Oh —musitó Gustav, convencido de que el aire de sus pulmones se había solidificado y vuelto imposible de respirar y era por ello que el pecho se le estaba oprimiendo como víctima de una camisa de fuerza—. ¿Y es por ello que-…?

—¿Me pidió que viniera a este viaje contigo? Pues sí… Ella era muy consciente del daño que te había hecho al ponerle una pausa a su noviazgo y no quería que sufrieras.

—De haber sido así, no me habría pedido un tiempo y ya. O al menos me habría podido explicar que no quería casarse conmigo y eso sería todo, sin tanto drama extra. Podría haber esperado por ella, o haberlo hablado y dejar en claro que estábamos en diferentes puntos de nuestra relación. Pero lo que hizo… es de cobardes.

—Puede ser —admitió Georg con los ojos acuosos—, pero amar implica tener miedo de perder a quien amas, y en el camino tomas decisiones riesgosas y otras que son precavidas de más con tal de mantener el equilibrio entre lo que ya tienes y lo que quieres conseguir.

—Hablas como si ya hubieras pasado por algo similar…

Georg giró la cabeza y la hundió en el mullido cubrecama. —Quizá…

Ambos permanecieron en silencio por un rato, cada uno sumido en su propio maelström emocional, pero al final imperó el deseo de comunicación, y Gustav rompió el hielo con una pregunta en apariencia inocente que se clavó en el corazón de Georg como una daga.

—¿Quieres ver el anillo que le compré a Bianca?

—¿Lo trajiste al viaje?

—Ajá… Pensé que sería un buen recordatorio de… algo. Sigo sin descubrir de qué, y hasta llegué a fantasear con tirarlo al Sena en nuestra última noche en París para darle el simbolismo necesario y acabar yo por mi cuenta con todo lo que me une a Bianca, pero después de su sms…

—Todavía tienes oportunidad con ella. Bianca sólo se asustó porque no lo vio venir, entró en pánico y huyó. Es un mecanismo totalmente razonable en los animales, y ¿qué somos todos nosotros sino chimpances que andan en dos patas?

—Si lo pones así…

—Ella te ama, y lo repetiré hasta quedarme afónico. Cuando hablamos por teléfono ella misma me lo confirmó, junto con su miedo a cometer un error sin importar cuál decisión tomara, y no porque casarse contigo fuera un error per se, sino porque el decantarse por el sí o por el no implica cada uno y a su manera cambios drásticos en la vida de ambos. Piensa un poco —prosiguió Georg—, todavía no viven juntos, y estamos por lanzar un disco al mercado, lo que conlleva que al menos por el siguiente año lo pasarás en movimiento, de aquí a allá en el autobús de la gira, visitando varios países en la misma semana, siempre concediendo entrevistas y con el acoso mediático en su apogeo. A Bianca no le tocó conocer los años más sofocantes que pasamos con la banda y las fans, y si está aterrada de que su privacidad se vea afectada por eso, es comprensible.

—Lo sé, y a la vez que la comprendo, me da una rabia inmensa cuando pienso que pudo decírmelo a la cara en lugar de alejarme. ¿Y si…? —Gustav aspiró todo lo que pudo—. ¿Y si así es cada vez que estemos por vivir un gran cambio? No soportaría si cada acontecimiento de pareja se viera empañado por ella huyendo a las tierras altas y dejándome en la ignorancia de sus motivos.

—Oh, Gus… Esos son puntos sobre las íes que tendrás que tratar con ella cuando regreses a Alemania.

—Tal vez —se humedeció Gustav los labios—, es una señal de que Bianca y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Porque si su primera reacción al ver el anillo fue de horror, ¿no significa eso que casarse conmigo le produce repugnancia?

—O puede ser que Bianca en verdad odie las sorpresas y que tú te estés tomando el rechazo de la peor manera. No todo tiene por qué ser tan drástico, y sus reacciones son por ella, no por ti. La vida en pareja se mide en las concesiones que ambas partes están dispuestas a ofrecer para encontrarse en el medio.

Gustav hizo un ruido, mitad risa y mitad suspiro que hizo a Georg levantar el rostro de donde lo tenía oculto.

—¿Qué?

—Eres más listo de lo que te daba crédito, pero cumples con la maldición de ser un as en cuanto a las relaciones de pareja y estar más solo que el uno. Aunque debo admitir que la pasas bien mientras tanto…

—Esa es la meta en la vida, disfrutar todo lo posible —dijo Georg, pasando a acostarse de lado en una pose que podría haber sido cómica y sexy a la vez con su pierna cruzada y la cabeza apoyada en el brazo, pero Georg llevaba tal expresión de miseria en el rostro, que hasta Gustav fue incapaz de pasarla por alto.

—Oye, ¿tú-…?

—Muéstrame el anillo —le pidió Georg—. Bianca sólo dijo que era precioso y muy de su estilo, así que al menos no le erraste por mucho, ¿eh, colega? Todavía tienes oportunidad si tu charla con ella marcha sobre ruedas y sabes aprovechar tus puntos buenos.

—Bah, no te pongas tanto de su parte —masculló Gustav, pero igual se bajó de la cama y se dirigió a la cómoda sobre la cual habían puesto la maleta apenas llegar. De dentro extrajo el par de calcetines hechos nudo, y sin más se los lanzó a Georg, quién los atrapó en el vuelo con expresión extrañada.

—¿Y esto?

—Ahí está el anillo. En serio planeaba deshacerme de él con todo y ese par de calcetines que odio.

—Seh, este color café mostaza me recuerda al vómito y lo peor es que no combinan con nada.

Pasando a sentarse al estilo indio, Georg se entretuvo deshaciendo la maraña de tela hasta que en su regazo cayó la simple caja de terciopelo negro. Igual que Gustav había hecho antes, Gustav se colocó una almohada en el hueco entre sus piernas, y sobre la funda abrió el estuche y musitó un quedo “Oh…” que resumió su parecer con respecto a la joya.

—¿Qué opinas? —Preguntó Gustav, ocupando un espacio al final de la cama y apretando el cubrecama entre sus dedos—. Es un diamante verdadero, y no diré cuánto costó mandarlo a hacer, pero seh, no fue barato. Mi meta era ganarme el corazón de mi chica, pero también demostrarle que tenía el poder financiero para cuidar de ella. Me aseguré que no fuera tan grande como para que Bianca aborreciera la ostentasión, pero tampoco tan pequeño como para que pasara desapercibido.

—¿Y en serio ibas a tirarlo al Sena? Por Dios, Gus…

—Eso o regalárselo a mamá o a Franziska en su próximo cumpleaños, pero luego habrían hecho demasiadas preguntas y no me apetecía pasar por eso con la herida tan fresca.

Georg sacó el anillo de su espacio y lo sujetó entre dos dedos. —Si Bianca te da el sí, no te aferres a los rencores, ¿ok?

—Ya veremos, Georg, ya veremos…

—Confía en mí. Tengo un presentimiento... Pero primero tienes que tienes que jurarme por la tumba de tu abuelo que no me obligarás a ser el padrino de tu boda, porque es probable que para no variar y perder la costumbre llegue tarde.

—Mientras llegues antes de que se acabe la ceremonia…

—Mmm… —Fue la contestación de Georg, quien guardó el anillo en su estuche y lo cerró con un sonoro clic que retumbó en el cuarto—. ¿Sabes qué? Estoy listo para beber más.

—¡Woah! ¿En serio?

—Sí. —Afirmó Georg todavía con los ojos posados en el estuche de terciopelo—. Creo que lo que me hace falta ahora mismo es una buena borrachera. Considéralo mi despedida de soltero VIP de mí para ti.

—Si todavía no he arreglado nada con Bianca, no te adelantes a los hechos.

—Oh, Gus… —Dijo Georg, pero no elaboró en más.

En su lugar dejó la caja junto con los calcetines en la mesita de noche, y con Gustav a la zaga, volvieron a la terraza para continuar su juerga.

Por todo lo que el alcohol podía borrar y curar, Georg pidió que en él obrara maravillas.

 

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